Angustia y esperanza
Tanto Bianca como Milo habían perdido la cuenta de la cantidad de días que transcurrieron desde que la Legión de los Olvidados se adueñó de la Tierra y los recluyó en aquellas lúgubres celdas cargadas de sustancias mortíferas y sellos mágicos irrompibles. No podían distinguir las mañanas de las noches, dado que el aturdimiento y la desesperación se apoderaban de sus débiles cuerpos tras las extensas sesiones de tortura física y psicológica a las que los sometía Nahiara. Desde hacía tiempo que ya no recordaban el sabor de los alimentos frescos y el agua pura, pues lo único que se les permitía ingerir era un líquido espeso y salado una vez al día, el cual a duras penas los mantenía con vida. Ambos jóvenes se habían transformado en un saco de huesos y piel macilenta. El poco brillo que aún habitaba en la mirada de la chica huyó tan pronto como Sóturi se alejó de ella para llevarse a Emil a un sitio seguro. En cuanto al muchacho, su semblante denotaba que estaba mucho más débil que su acompañante en aquella prisión. La muerte los acechaba muy de cerca.
—No creí que pudieran aguantar tanto tiempo en estas condiciones. ¡Los felicito! ¡Su tremenda estupidez me ha dejado atónita! Se habrían ahorrado incontables horas de dolor si hubiesen accedido a darme la información que les pido. Aunque a decir verdad, no puedo quejarme. Gracias a su testarudez, he podido divertirme como nunca antes. Pero todo debe tener un límite, así que les daré una última oportunidad para que colaboren conmigo. Si lo hacen, recibirán una muerte rápida e indolora. Si no, les aguarda el tormento más grande de todos, uno que no tiene fin, junto a la imbécil mocosa que ustedes tanto defienden —declaró la emperatriz de los Olvidados, con gran soberbia.
Tras pronunciar esas palabras, Galatea ingresó a la estancia y se posó al lado de su ama. En su mano derecha, se podía notar que sostenía uno de los extremos de una gruesa cadena de acero renegrido. Del otro lado, una silueta oscura de algún ser vivo de identidad irreconocible estaba sujeta del cuello. Parecía tratarse de una figura humana andrajosa, pero era casi imposible comprobarlo. Su piel lucía como un enorme trozo de carbón desgastado. Las extremidades superiores e inferiores del desdichado ser no superaban el grosor de las cañas de bambú. Su torso estaba encorvado, huesudo y adolorido, por lo que no estaba entre sus posibilidades el abandonar su posición acuclillada. Ya no había rastros de vello en ninguna parte de aquel maltrecho organismo. Sus párpados estaban cerrados, por lo cual no se sabía a ciencia cierta si todavía poseía globos oculares detrás de estos. La única señal de que la fuerza vital no lo había dejado por completo era el frágil movimiento acompasado de su pecho que se producía con cada inhalación y exhalación.
—Milo, sé que conoces a nuestra ilustre persona invitada de hoy. Notarás que ha cambiado mucho desde la última vez que la viste. Quizás no quieras creer lo que te digo, pero no estoy bromeando. La conoces y estoy segura de que hasta la amas —anunció la soberana, al tiempo que soltaba una estrepitosa risotada.
Acto seguido, la Nocturna tomó con ambas manos la cadena que su subordinada le entregó con presteza. Colocó su dedo índice sobre el grillete que aprisionaba la garganta de la prisionera y este se abrió de inmediato. Luego de ello, de entre sus amplios ropajes blancos sacó un pequeño saco hecho de piel de víbora. Lo abrió con cuidado y esparció el polvoriento contenido azulado del mismo sobre la cabeza de la esclava. Esta comenzó a toser sin control alguno, tal y como si estuviese ahogándose. Poco a poco, la capa de negrura que tenía por epidermis fue resquebrajándose hasta quedar desecha del todo. Una lisa piel blanca la sustituyó. De la cabeza de la mujer crecieron cuantiosos mechones rojizos a toda velocidad. Una vez que el fuerte acceso de tos cesó, ella abrió los ojos. Dos enormes orbes verdes miraron con infinita tristeza al jovencito demacrado que estaba en el interior de la celda cristalina.
—¿¡Pero qué te pasa!? Anda, no seas tan maleducado. ¡Saluda a tu madre como es debido ahora mismo, niñato!
Tras escuchar esas palabras, un potente escalofrío recorrió la espina dorsal del chico. A pesar del horrible escozor que le producían los vapores que lo circundaban cada vez que entreabría los ojos, Milo hizo un esfuerzo considerable para separar las membranas que recubrían sus globos oculares. En cuanto lo consiguió, le devolvió la mirada a la escuálida mujer. Un indescriptible dolor se esparció por toda el alma del muchacho tan pronto como se percató de la espantosa realidad. ¡En verdad se trataba de Déneve! Dahlia tenía la razón cuando habló acerca de su tétrica visión en el plano onírico. El cruel destino se estaba burlando de él a carcajadas. ¿Qué sería capaz de hacerle Nahiara a la desdichada mujer que lo concibió? No deseaba pensar en eso ni por dos segundos, pero era imposible no hacerlo. Aunque intentó ocultar la tormenta en su corazón, esta se hizo visible a través de dos gruesas lágrimas que no pudo contener. Las húmedas viajeras surcaron las mejillas del chaval y expiraron en sus labios trémulos.
—Me alegra ver que ya no tienes más dudas en cuanto a la veracidad de mis declaraciones. Casi podría conmoverme ante esta emotiva reunión entre madre e hijo, pero eso de los patéticos sentimientos humanos nunca ha sido lo mío. Soy muy práctica y detesto esperar para conseguir lo que quiero, así que vamos al grano de una buena vez. ¡Dime en dónde se oculta Emil o esta pobre diabla será quien pague por tu silencio! —exclamó la dama, con notoria rabia en el elevado tono de su voz.
El chico hizo un leve intento de empezar a hablar, pero un par de frases breves y casi inaudibles llegaron a sus oídos antes de que lo hiciera.
—No te preocupes por mí, hijo... Emil debe continuar a salvo...
Al escuchar aquello, la furia de la emperatriz se desató. Asió de la nuca a la mujer con ayuda de sus afiladas uñas y la empujó de manera violenta contra el piso. Un lastimero gemido escapó desde lo más profundo de las entrañas de Déneve. Abrió la boca y aspiró con desesperación, pues estaba en busca del preciado aire que le había sido arrebatado de golpe debido a la enorme intensidad del impacto. Tras contorsionarse a causa del dolor abdominal, regurgitó una masa amorfa sanguinolenta y la tos regresó en todo su esplendor.
—Estas son las cosas que suceden cuando los imbéciles se atreven a desafiar mis reglas. Ya tuviste una pequeña demostración de lo que le espera a la inútil de tu madre si no hablas ahora. ¿¡Qué estás esperando!?
De nuevo, Milo intentó decirle a Nahiara lo que esta tanto anhelaba escuchar, mas fue detenido otra vez.
—¡No lo hagas, por favor! Déneve tiene razón... ¡Emil tiene que seguir a salvo! —rogó Bianca, con la voz rasposa debido al esfuerzo.
La Nocturna dirigió su fría mirada carmesí hacia el puesto que ocupaba la muchacha. La cámara que la contenía explotó y ella cayó de bruces al suelo. Su captora levitó hasta el sitio en donde reposaba la frágil humana y, tras contemplarla con desdén por unos cuantos segundos, arremetió a puntapiés contra el pecho y el vientre de la indefensa joven. Solo se detuvo cuando la vio en el mismo estado deplorable en que había dejado a la otra mujer en la estancia. En ese momento, una amplia sonrisa se dibujó en su rostro desalmado.
—¿Piensas quedarte a mirarme mientras destruyo muy despacio a estas dos buenas para nada? Hacerlo me produciría un indescriptible placer, pero sería mejor para ti y para ellas si hablas ahora. Si lo haces, prometo que los tres morirán sin siquiera darse cuenta.
Milo ya no podía soportarlo más. Hubiese preferido recibir aquellos espantosos castigos sobre sí mil veces antes que mirar con impotencia el sufrimiento de quienes amaba.
—Está bien, tú ganas. Voy a decirte en dónde está mi padre. Él se encuentra oculto en...
La última palabra que el joven trató de decir nunca llegó a formarse. Su quijada se movió, pero no profirió sonido alguno. Una diminuta nube de vapor blanquecino se posó justo en frente de su boca y la cubrió. Tanto Galatea como su reina observaron la escena con un cierto grado de perplejidad, pero no se quedaron con los brazos cruzados. Nahiara sujetó a Bianca del cuello con ambas manos, al tiempo que su subordinada sostenía a Déneve de la misma manera.
—¿¡Cuál de ustedes ha hecho esto!? No estoy de humor para sus trucos baratos, así que les conviene dejarse de jueguitos absurdos para ganar tiempo. ¡Nadie vendrá en su auxilio! ¿De qué les sirve, entonces, demorar lo inevitable? ¡Hablen ya, malditos!
En ese instante, una poderosa ventisca helada se coló por los anchos pasillos de Vékusi. La cabellera de todas las féminas presentes danzaba de un lado para otro a causa de aquel fuerte viento de procedencia indeterminada. A pesar de no ser la más elaborada de las estrategias, esa afortunada distracción fue suficiente para que Sóturi ingresara a la habitación en su forma reducida a toda velocidad sin ser detectado. Él estaba actuando en estrecha colaboración con Nina, quien no dudó ni un momento en acatar las detalladas instrucciones del ave para llevar a cabo un arriesgado plan. Si conseguían el objetivo, obtendrían un arma valiosísima en contra de la Legión y a favor de todas las otras especies que una vez poblaron la Tierra.
Mientras la Nocturna y su emisaria observaban todas las cavidades por donde podía estarse filtrando el aire, el pajarillo se dirigió hacia el centro del pecho de la madre de Dahlia y clavó su afilado pico en este. Bastaron cinco segundos para que el servidor de Bianca extrajese un poco de médula ósea del esternón de la mujer y luego se marchara tan rápido como había entrado. Pero no se retiró de allí hasta que le hubo entregado a su ama una cápsula que contenía una poción revitalizadora creada por las Orankel. Utilizando la misma técnica que empleó con Cedric, se le metió por en medio de las fosas nasales a la chica y llegó hasta su estómago, en donde dejó caer la píldora que traía enganchada entre sus patas. Tan pronto como finalizó con las dos misiones que tenía a su cargo, Sóturi huyó de los dominios de sus enemigos, ileso y triunfante. El viento cesó de inmediato, lo cual desconcertó mucho a las señoras de la ciudad subterránea.
La gragea que Bianca recibió le restituyó toda la energía Linvetsi que le había sido arrebatada. A pesar de que no pudo comunicarse con su fiel compañero para no entorpecer o arriesgar la consecución del plan, la chica entendía a la perfección lo que tenía que hacer a partir del momento en que el efecto de la poción se hizo notar en su organismo. Concentró toda su atención en la celda que aún retenía a Milo. Al tener de vuelta sus facultades extrasensoriales en óptimas condiciones, pudo ver con claridad en dónde estaban los puntos de los diferentes sellos mágicos que Galatea había colocado. Una zona tan pequeña como la cabeza de un alfiler era la única sección que carecía de sellado, por lo que la jovencita decidió enviar toda la potencia de una descarga purificadora hacia ahí. Tal como sucedió con su propia celda minutos antes, la prisión de Milo también estalló en cientos de diminutas partículas vítreas. Actuando en sincronía con la explosión, Bianca golpeó con ambos codos la boca del estómago de Nahiara, lo cual la desconcentró y la obligó a soltarla. Una vez que estuvo libre, ella no dudó en correr a toda prisa para levantar a su amigo del piso y tomarlo entre sus brazos. Acto seguido, fabricó una barrera espiritual en torno a los dos, pues pensó que eso le daría tiempo suficiente para invocar la ayuda del Ave Argéntea. "Por favor, resiste un poco más, Milo", pensaba la chica.
—¡Qué audaz resultaste ser, mocosa! Me sorprende que todavía puedas moverte. Pero ya te dije que tus juegos no te servirán de nada. Tanto tú como ese inservible niño que no puede ni cuidar de sí mismo morirán hoy. No obstante, quisiera darles un hermoso obsequio de despedida.
Dicho eso, la emperatriz volteó su cabeza hacia donde se encontraba Galatea y le hizo un ligero ademán con su mano izquierda, invitándola a actuar. Ambas sonrieron con aires de complicidad. La servidora se dispuso a atar de pies y manos a Déneve con la misma cadena de acero que la había apresado antes. En cuanto la mujer estuvo inmovilizada, la Nocturna se le acercó y la contempló con total indiferencia.
—¡Mírame bien! ¿En verdad no te resulta familiar mi semblante, querida? —susurró la reina.
La madre de los gemelos la observó con detenimiento. No tardó mucho en comprender a lo que se estaba refiriendo su interlocutora, por lo que no pudo evitar soltar un agudo alarido del más puro terror.
—Yo sabía que una madre siempre es capaz de reconocer la cara de sus retoños en cualquier circunstancia. ¡Alégrate! Podrás ver el rostro de tu hija durante tus últimos segundos de vida.
Sin más preámbulos, Nahiara enterró las uñas de su mano derecha en el tórax de la esposa de Emil, extrajo su corazón palpitante y lo aplastó entre sus dedos. No paró de reír mientras ejecutaba la deleznable maniobra. El desgarrador grito de dolor y rabia que abandonó la garganta de Milo ante semejante escena barbárica se unió al lamento de la dama moribunda e inundó la estancia. Bianca lo sostuvo con toda sus fuerzas para así impedirle que intentara abalanzarse sobre la asesina de su progenitora. Él aún estaba muy débil para pelear, por lo que debía permanecer bajo la protección de la barrera hasta que les llegara algún tipo de apoyo.
—¡Milo, espera! No podemos contraatacar ahora. Necesitamos que Sóturi regrese con alguien más para que nos ayude a salir de aquí. ¡Aguanta, por favor! —le murmuró ella al oído, con la voz quebrada al presenciar la terrible angustia de su amigo.
Para su mala suerte, el afligido muchacho no tenía ni idea de lo que tramaba el servidor de la joven Bustamante. Quizás el conocimiento de lo que acontecía en la superficie le hubiese aportado algo de consuelo en esos horripilantes instantes. El haber permanecido cautivo en los dominios de la Legión por dos largos meses lo tenía sumido en las más profundas tinieblas, en todo el sentido de esa palabra. Sentado en el suelo, abrazado a su compañera de batallas, liberó un llanto silencioso y empezó a hacer una petición en su mente. "Dahlia, ¿dónde estás? Vuelve con nosotros. ¡Te necesitamos!" Como si hubiese adivinado sus pensamientos, Bianca sostuvo las humedecidas mejillas del chaval entre sus manos, lo miró a los ojos y compartió con él un extraño mensaje que le había sido dado unos pocos segundos atrás mediante una brevísima visión de una esbelta desconocida pelinegra.
—Dahlia volverá, pero jamás podrá triunfar si está sola. La niña los necesita tanto como ustedes la necesitan a ella. ¡No desfallezcan!
Aunque Milo no sabía qué o quién había impulsado a la muchacha para que hiciera aquel motivador anuncio, algo en su interior le decía que confiara en ello. Con un suave movimiento de su cabeza, el chico asintió y rodeó la grácil cintura de la Linvetsi con sus brazos, al tiempo que le susurraba al oído: "Muchas gracias". Un tenue rayo de esperanza los mantenía bien aferrados a la vida...
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