Capítulo 9: Abbychuela

Bajé las escaleras a toda prisa, con los zapatos aún a medio poner. El cabello húmedo por la lluvia se pegaba incómodo a mi cuello, y cada paso resonaba contra los peldaños de madera. Al llegar a la sala, lo vi: papá me esperaba con los brazos cruzados y una expresión severa, ese tipo de mirada que usaba cuando se contenía para no alzar la voz.

-¿Qué pasó, papá? -pregunté, intentando no sonar demasiado preocupada.

-¿Cómo que qué pasó? ¿Dónde está el encargo que te pedí?

Oh, el encargo. Lo había olvidado por completo con todo lo que había sucedido.

-Eh... creo que lo dejé en el garaje. Pero ya voy por él.

-No, déjalo. Yo lo busco. -Sus ojos bajaron hasta mi ropa, y frunció el ceño al ver mi pijama de ositos.

-¿Qué demonios llevas puesto?

Me encogí de hombros con fingida indiferencia, aunque sabía que tenía un aspecto ridículo.

-¿Te gusta?

Para mi sorpresa, sus labios se curvaron en una sonrisa contenida, esa que le salía cuando quería mostrarse serio, pero no podía evitar burlarse. ¡Primero Hunter, ahora él! ¿Acaso este pijama estaba maldito?

-Mejor ve a secarte ese cabello antes de que te resfríes -murmuró entre risas, sacudiendo la cabeza.

-Bueno, prefiero eso a que sigas molesto conmigo.

Papá levantó una ceja, desconcertado.

-¿Molesto? No estoy molesto contigo, hija.

Lo miré, cruzando los brazos.

-¿Entonces por qué has estado tan frío y distante estos días?

Su rostro adoptó una expresión de genuina confusión, una expresión idéntica a la de Christian cuando no entendía algo. Siempre era impactante lo parecidos que eran entre sí: altos, rubios, de facciones marcadas, como si hubieran sido cortados con la misma tijera. Yo, en cambio, no me parecía en nada. Según Chris, había heredado los rasgos de mamá, aunque los recuerdos de ella se habían desvanecido en mi mente con los años, y en la casa no quedaba ni una foto suya.

-No intentaba ser distante -suspiró papá, masajeándose la nuca-. Solo quería ser más estricto... más responsable. Katherine dice que...

-¡Oh, no! -interrumpí, exasperada-. No me digas que sigues escuchando los consejos de Katherine. Papá, llevas diecisiete años criándome, y lo has hecho de maravilla. Estoy viva, ¿no? ¿No es eso suficiente señal de que lo estás haciendo bien?

Papá rió suavemente, pero la seriedad volvió a instalarse en su rostro casi al instante.

-Es solo que a veces siento que no te dedico suficiente tiempo por el trabajo... o por otras cosas. Katherine intenta ayudarme con eso. Ya sabes, hay cosas que como hombre no siempre sé manejar.

Resoplé y crucé los brazos, impaciente.

-Papá, Katherine no me ayuda en nada. A ti, tal vez, pero a mí no. ¿Entiendes?

Su mirada se endureció.

-Deberías intentar ser más amable con ella. Es una buena mujer.

Sabía que tenía razón, al menos en parte. Katherine era su novia y, por más que me disgustara, tenía derecho a estar en su vida. Pero eso no significaba que pudiera dictarle cómo debía ser nuestra relación. Entre Katherine y yo había un muro invisible, uno que ninguna de las dos tenía interés en derribar.

-Bien -murmuré, bajando la guardia-. Voy a secarme el cabello.

-Solo te pido que intentes llevarte mejor con ella. Han pasado casi tres años, Abby, y aún no logran conectar.

Lo pensé un momento, observando su expresión esperanzada.

-Si yo me esforzara por llevarme mejor con Katherine... ¿dejarías de seguir sus consejos sobre cómo ser un buen padre?

Papá sonrió con suavidad.

-Por supuesto.

Eso era un trato que podía aceptar.

-Entonces tenemos un acuerdo.

Subí las escaleras sintiendo todavía el frío de la lluvia en la piel. Me sequé el cabello con la toalla y, aunque el pijama de ositos era ridículo, al menos era cálido. Al revisar mi celular, noté dos llamadas perdidas de Fei. Le devolví la llamada de inmediato.

-¡Abbychuela! -respondió al segundo tono. -¿Por qué no contestabas?

ㅡ¿Así que ahora soy Abbychuela? Me gusta.

-Sí, bueno... Oye, ¿dónde estás?

-En mi casa. ¿Por qué?

Hubo un breve silencio del otro lado de la línea, y luego escuché una interferencia extraña.

-Tengo que cortar -murmuró Fei, con la voz tensa-. Luego te llamo.

-Espera, ¿qué pasa?

No respondió, pero no colgó. En cambio, escuché un ruido de fondo, como si alguien estuviera hablando en voz baja cerca de ella.

-¿Fei? -insistí, apretando el celular contra mi oreja-. ¿Fei, estás ahí?

La interferencia se había despejado, permitiéndome escuchar con mayor claridad los murmullos.

-¿Me estás gastando una broma? -dije, intentando no sonar preocupada-. Si es así, no es divertido. Voy a colgar si no me dices algo.

-¡Alto! ¿Quién anda ahí?

Me congelé. Esa no era la voz de Fei.

-Oh... eres tú.

Fruncí el ceño. ¿Quién era esa persona? Aparentemente había sido una voz masculina ¿Por qué estaba con Fei?

-¿Fei? -repetí, con un nudo en el estómago.

-Corta la llamada -ordenó la voz masculina al otro lado.

Mi corazón dio un vuelco. ¿Quién era ese sujeto? ¿Y por qué quería que cortara la llamada?

-¿Qué? ¡Espera, Fei, no cuel...!

El pitido de la línea cortada fue lo único que quedó en mis oídos. Pero, justo antes de que la llamada terminara, juraría haber escuchado un grito ahogado.

Algo andaba muy mal.

Le marqué a su móvil un montón de veces, sin parar, pero en ninguna de ella me respondió. ¿Quién rayos era el tipo que la acompañaba? ¿Acaso sería de fiar?

No podía quedarme de brazos cruzados. Pero, ¿qué iba a hacer? No tenía la menor idea de dónde podría encontrarse. Si iba a la casa de hospedaje, probablemente alertaría a los dueños, y ni siquiera estaba segura de que Fei estuviera en problemas reales.

Sin embargo, tenía dos opciones. Podría llamar a Adam y pedirle ayuda para buscarla o... la otra opción era Hunter, pero no tenía forma de contactarlo, y aunque la tuviera, dudaba que estuviera dispuesto a ayudarme. Así que, descartando esa idea casi de inmediato, marqué el número de Adam.

Me vestí rápido, agarrando una chaqueta larga y botas. No importaba que siguiera debajo en pijama; lo urgente era encontrar a Fei. Después de preparar una pequeña mochila con lo esencial -cualquier cosa que pudiera necesitar estando con Adam-, formé una silueta con las almohadas bajo las sábanas para que papá no sospechara si entraba a mi cuarto.

Abrí la ventana con cuidado, dejé caer la mochila al suelo y comencé a bajar sigilosamente por la pared, apoyando los pies en los ladrillos húmedos por la lluvia. Justo cuando estaba a punto de tocar el piso, sentí unas manos firmes sujetándome por la cintura.

-Uh, cuidado.

-Adam -musité, sintiendo un ligero alivio al verlo. -Has llegado.

Sus ojos brillaban con una mezcla de curiosidad y preocupación bajo la luz tenue del jardín.

-¿Qué ocurre?

-No lo sé exactamente... pero creo que Fei está en problemas.

Sus cejas se fruncieron ligeramente.

-¿Por qué lo crees?

-Te lo explico en el camino. No quiero perder más tiempo.

Adam asintió, aunque su mirada permanecía fija en la mía, analizando cada gesto.

-¿Sabes dónde está?

-No... -Admitirlo hizo que el nudo en mi estómago se apretara aún más. Mordí mi labio inferior, sintiéndome torpe-. ¿Crees que podrías rastrearla? Ya sabes, con lo de que eres Hombre Lobo.

Adam arqueó una ceja, y en su rostro se dibujó una mezcla perfecta de incredulidad y diversión.

-¿Quieres que la olfatee?

Asentí, sintiéndome avergonzada.

-Por favor...

Él se pasó una mano por el cabello húmedo, visiblemente incómodo.

-Abby... no estoy seguro de esto. Apenas estoy aprendiendo a controlar lo que soy. ¿Qué tal si me transformo sin querer y te hago daño?

-Tranquilo. -Intenté sonreírle para darle confianza. -Esta vez vengo preparada.

Me giré ligeramente y dejé que viera la mochila colgando de mi espalda.

-¿Qué llevas ahí?

-Bueno... -bajé la voz y abrí un poco la cremallera para mostrarle-. Unos sedantes que tomé del botiquín de papá, unas cadenas que encontré en el cuarto de Bárbara, que no preguntes por qué las tenía, linternas y... ¡ah! Un cinturón, por si te pones difícil.

Adam soltó una carcajada, relajándose un poco.

-Bueno, al menos los sedantes podrían ser útiles.

-Entonces, vamos. Empezaremos por su casa.

-Sí, pero espera. ¿Tienes algo con el aroma de Fei que me sirva para rastrear?

Por suerte, lo tenía. La vez pasada que Fei se había quedado en casa a dormir, había olvidado su camiseta del pijama, lo que resultó absolutamente ventajoso para este momento.

Adam la olió con cautela y luego comenzó a caminar en círculos por el jardín, olfateando el aire como un perro policía en busca de un rastro.

-¿Ya sientes a Fei? -pregunté, impaciente.

Negó con la cabeza, frunciendo el ceño.

-No... no ha pasado por aquí. Pero hay un olor extraño. Lo he olido antes, y me pone de mal humor.

-¿Qué crees que sea?

-No lo sé, pero mejor sigamos. ¿Tienes tu bici?

Asentí rápidamente.

-Voy a buscarla. Adelántate, yo te sigo.

Gran error. Ahora que Adam era hombre lobo, su velocidad era ridículamente superior a la mía. Pedaleé con todas mis fuerzas para no perderlo de vista, pero apenas lograba mantenerme a un par de metros de él.

La casa donde se alojaba Fei no quedaba lejos. Era el hogar de un matrimonio jubilado que solía recibir estudiantes de intercambio, así que Fei no era la única adolescente viviendo allí.

-¡Adam! -grité cuando noté que se desviaba del camino. -¡Te pasaste la casa!

Él seguía corriendo, como si ni siquiera me hubiera escuchado. Nos habíamos pasado por al menos dos cuadras, pero decidí no detenerme. Tal vez había captado su olor en otra parte.

-¡Adam! ¿¡A dónde rayos vas!? -insistí, pero él no se detuvo ni disminuyó la velocidad.

Finalmente, después de unos minutos más, Adam frenó de golpe, dejándome sin aliento al alcanzarlo. Estábamos frente a una casa extraña, con ventanas pequeñas y carteles colgando en la entrada que anunciaban lecturas de tarot y limpiezas espirituales.

Miré a Adam, todavía tratando de recuperar el aliento.

-¿Por qué nos detuvimos aquí?

Él no respondió de inmediato. Parecía inquieto, como si algo en ese lugar lo pusiera incómodo.

-Hay algo raro aquí...-murmuró.

Me acerqué un paso, sintiendo un escalofrío recorrerme la espalda.

-¿Crees que Fei podría estar dentro?

Adam sacudió la cabeza.

-No lo sé -admitió él, sin dejar de mirar la puerta-. Pero algo no está bien.

Me estremecí y observé la casa con desconfianza. También me pareció que había algo siniestro en ella, aunque no lograba descifrar qué.

-¿Entramos? -pregunté.

Adam me lanzó una mirada de advertencia.

-Iré yo. Tú espera aquí. Si pasa algo, toma la bici y corre.

Asentí, intentando mantener la calma mientras él se adentraba en la casa. Mientras esperaba, marqué el número de Fei tres veces. En la tercera llamada, alguien respondió..., pero cortaron enseguida. Mi corazón se detuvo por un segundo.

-Ella está bien, tranquilízate -murmuró una voz detrás de mí.

Me giré rápidamente.

-¿Qué vas a saber tú? -le respondí sin pensar.

Ya no me sorprendía que Hunter apareciera de la nada.

-La vi hace un rato. Está bien.

-¿Dónde?

-En la escuela, con un tipo extraño.

Fruncí el ceño.

-¿Qué tipo? ¿Todavía están allí?

Hunter se encogió de hombros.

-¿Quién sabe?

-¿Puedes llevarme?

El Vampiro soltó una risa seca.

-Pensé que andabas acompañada del perro ese.

Suspiré, frustrada.

-Por favor... necesito saber si mi amiga está bien-de pronto, me detuve en seco, procesando mejor la situación. -Espera un momento ¿cómo sabías que estaba buscándola? y ¿cómo sabes que vine con Adam?

Él me miró, alzando las cejas en una expresión de falsa sorpresa.

ㅡ¿Qué? ¿De qué hablas? ¿Quién es Adam? ¿Qué hago yo aquí?

Rodé los ojos, cansada de sus juegos.

-Solo llévame con Fei.

ㅡYa te dije que la chica está bien, no es necesario que te preocupes tanto.

-Es mi mejor amiga. Hasta siento que es como una hermana... ¿Cómo no voy a preocuparme por ella? -respondí, sintiendo cómo la ansiedad me apretaba el pecho.

Hunter me observó en silencio, con esa mirada impasible que siempre me hacía sentir incómoda, como si pudiera ver más de lo que yo quería mostrar.

-Claro, como si un Vampiro fuera a entenderlo... -suspiré pesadamente, cruzándome de brazos-. Le diré a Adam que me lleve.

-O simplemente deja al perro y vete a casa. Vamos, yo puedo llevarte.

ㅡ¿Disculpa?

Hunter se encogió de hombros, fingiendo indiferencia.

ㅡÉl podría transformarse en cualquier momento. Solo digo que no es seguro que estés a solas con él.

ㅡ No voy a irme contigo, a menos que me lleves donde está Fei.

En la situación en que nos encontrábamos, parecía evidente que ninguno quería dar su brazo a torcer.

ㅡBien, como quieras. Pero si se convierte y te ataca otra vez, esta vez no haré nada. Va en serio.

Un escalofrío recorrió mi espalda ante esa advertencia. Intenté no dejar que se notara.

-Entonces, ¿por qué sigues aquí? -espeté, frustrada-. Si no quieres ayudarme, ¿me estás espiando acaso?

Hunter suspiró, realmente parecía que estaba enfadado.

-No lo hago por opción.

Fruncí el ceño, confundida.

-¿A qué te refieres?

-Da igual -murmuró, con su tono volviéndose más frío.

Me sostuvo la mirada por un instante, como si quisiera decirme algo más, pero no lo hizo. En cambio, pasó a mi lado a una velocidad tal que parecía desvanecerse entre las sombras. La brisa que dejó a su paso revolvió mi cabello y me dejó con la sensación de que había algo más que no estaba viendo.

Entonces, la voz de Adam me hizo dar un respingo.

-No hay nadie aquí.

Me giré rápidamente hacia él, intentando calmar mi respiración acelerada.

-¿Ni rastros de ella?

Adam negó con la cabeza, su mandíbula se notaba tensa y la frustración era evidente en su expresión.

-Otra vez siento ese olor extraño... Es desagradable. ¿Tú no sientes nada?

Negué, confusa.

-No, nada.

Él frunció el ceño aún más.

-Es el mismo olor que sentí afuera de tu casa.

Lo miré, desconcertada, mientras él comenzaba a olfatear cada rincón del lugar con una concentración casi obsesiva. Su forma de moverse era inquietante: meticulosa, casi felina. Pero entonces noté algo extraño. Adam se estaba acercando a mí... demasiado.

-¿Qué haces? -murmuré, dando un paso atrás, incómoda.

-Tu aroma se mezcla con ese olor maldito, como si alguien te lo hubiera puesto encima. Huele como a... -Adam se detuvo, buscando la palabra precisa-. Como a muerte.

Mis ojos se abrieron de golpe. Esa era la clave: ¿Acaso Adam estaba describiendo el olor que sentía por la presencia de Hunter?

Pero lo curioso era que yo jamás había percibido ese olor en él. Para mí, Hunter olía... diferente. No sabría explicarlo, pero su aroma me resultaba casi hipnótico, agradable. Quizás, así como Adam encontraba desagradable el olor de Hunter, Hunter sentía lo mismo respecto a él.

De repente, Adam se inclinó aún más hacia mí, con su nariz rozando peligrosamente cerca de mi cuello.

ㅡ¡Hey, detente ahí! ㅡle advertí, con mi voz escuchándose más firme de lo que esperaba.

Adam levantó las manos en señal de rendición, aunque su mirada seguía fija en mí, como si intentara descifrar un rompecabezas.

-No voy a hacerte nada -dijo en voz baja-. Solo que...

-Ya olvídalo -lo interrumpí rápidamente, apartándome un poco más de él. No podía permitir que siguiera acercándose. No ahora. No cuando la marca en mi cuello estaba oculta solo por mi cabello.

-¿A dónde nos dirigimos ahora?

-Nos marcharemos. Fei está bien-, estaba apostando todas mis cartas al maldito Vampiro. Realmente esperaba que me hubiera dicho la verdad.

-¿Estás segura, conseguiste hablar con ella?-preguntó, con una mezcla de preocupación y duda en su voz.

Asentí, apretando los labios.

-Sí, ya vámonos.

Adam me observó en silencio por un momento más, pero finalmente asintió.

-Bien. Te acompañaré a tu casa. Ya es bastante tarde.

Asentí con un suspiro de alivio.

-Claro... Gracias por ayudarme, en serio. Gracias.

Adam sonrió, y antes de que pudiera reaccionar, inclinó la cabeza y dejó un suave beso en mi frente.

-Te quiero -susurró.

Me quedé inmóvil, sintiendo cómo el calor subía a mis mejillas. Sus palabras resonaron en mi mente como un eco, su repentina declaración me dejó desarmada y con el corazón latiendo demasiado rápido.

-Vamos -dije finalmente, intentando sonar más firme de lo que me sentía.

ㅡ Claro. Será mejor que regresemos.

Di un paso atrás, recuperando la distancia entre nosotros, y caminé hasta donde había dejado mi bicicleta estacionada. La fresca brisa nocturna rozaba mi piel, pero no lograba enfriar la maraña de pensamientos que giraban sin control en mi cabeza. Adam asintió con la misma tranquilidad de siempre, y sin más, echó a correr.

En pocos minutos llegamos a mi casa. Me bajé de la bici, algo aturdida por lo rápido que todo había pasado. Adam se acercó y, con un gesto sencillo, se ofreció a guardarla por mí.

-Gracias -murmuré cuando volvió. Ahora venía la parte complicada: entrar sin que mi papá me descubriera.

-Tu padre está en la sala -me advirtió Adam en voz baja-. Tengo un plan para que entres, aunque... puede parecerte un poco raro. Pero confía en mí.

-No importa -respondí, ansiosa-. Si crees que va a funcionar, solo hazlo.

-Bien. Entonces... súbete a mi espalda.

Lo miré, parpadeando, incrédula.

¿Súbirme...? ¿Acaso eso significaba que tendría que "montarlo"?

-¿Qué esperas? -insistió Adam, arqueando las cejas-. Sube.

Aún con dudas, obedecí. Me subí a su espalda, aunque no podía decir que toda mi confianza estuviera puesta en la idea. El corazón me latía rápido, y no solo por miedo: esta situación era extraña, absurda... y un poquito emocionante.

-¿Estás seguro de que funcionará? -pregunté, aferrándome a sus hombros.

-Tranquila, Abby. Solo confía en mí. Y sujétate bien, eso es todo lo que tienes que hacer.

-No estoy segura, pero... vamos.

Adam comenzó a escalar la pared con una agilidad impresionante, como si llevarme sobre su espalda no le supusiera ningún esfuerzo. Yo colgaba de su cuello, intentando no mirar hacia abajo. El vértigo me apretaba el estómago, así que cerré los ojos con fuerza.

-Oye, no me ahorques -se quejó entre risas.

-¡Perdón! -murmuré, aflojando la presión de mis brazos.

-Esto no tardará nada.

Abrí los ojos un instante, lo justo para ver cómo sus manos buscaban los bordes del muro. Las alturas no solían asustarme, pero el miedo a caer por culpa de mi torpeza sí me aterraba. Me aferré aún más a él, sintiendo cómo mis piernas temblaban ligeramente.

-Solo... hazlo rápido -le pedí, con la voz más firme que pude reunir-. Siento que voy a caerme.

-No vas a caer -dijo, con tono tranquilizador-. Estoy aquí para sujetarte.

Suspiré profundamente, intentando calmarme.

-Por favor, solo sube.

-Ya casi -me aseguró-. ¿Dejaste la ventana sin seguro, verdad?

-Sí.

Cuando llegamos a la altura de la ventana, Adam me indicó que la abriera. Sorprendentemente, no fue tan difícil como había imaginado. La madera crujió un poco, pero logramos entrar sin hacer demasiado ruido.

-Listo. Ya puedes soltarte -dijo, ayudándome con cuidado a bajar de su espalda.

Mis pies tocaron el suelo de mi habitación, y al girarme, lo encontré frente a mí, mirándome con una mezcla de ternura y determinación.

-Gracias... -murmuré, sintiendo un nudo en la garganta-. Por todo. En serio, no cualquiera haría algo así. Venir a esta hora de la noche para ayudar a alguien, sin siquiera estar seguro de que esa persona realmente estaba en peligro... Creo que actué sin pensar.

Adam sonrió con esa calidez tan suya, y antes de que pudiera reaccionar, me rodeó con sus brazos. El contacto fue suave, reconfortante, y me sorprendí al descubrir cuánto necesitaba ese abrazo.

-Es que yo no soy cualquier persona, Abby -susurró contra mi cabello-. Soy tu novio. Y siempre voy a estar aquí para ti.

ㅡAdam esto no...-intenté replicar, pero él me interrumpió.

-Quiero hacerte feliz. Quiero enmendar todos los errores que he cometido -dijo con aparente sinceridad-. Sé que no me crees del todo cuando digo que mi comportamiento se debía a la transformación en Hombre Lobo... -suspiró profundamente-. Pero, Abby, quiero que volvamos a ser como antes, como cuando todo era más fácil entre nosotros.

Sin pensarlo, lo rodeé con los brazos. La verdad era que odiaba estar molesta con él, y la única cosa que deseaba con toda el alma era recuperar esa sensación de seguridad, ese vínculo que teníamos antes de aquella mañana horrible, después del partido de vóley.

-Yo también quiero eso... -murmuré, aferrándome a él.

-Prometo que me voy a controlar -susurró contra mi cabello-. Haré todo lo posible para que mi lado animal no tome el control.

-Y en lo que sea posible, también prometo ayudarte con eso.

Adam se apartó ligeramente, mirándome con una mezcla de gratitud y preocupación.

-No tienes que involucrarte en esto -dijo con suavidad-. Puedo hacerlo solo, y además...

-Y además está Georgina -completé con amargura, alzando una ceja-. No intentes convencerme de que no te ayude, porque no vas a lograrlo.

Adam suspiró, rindiéndose sin resistencia.

-Creo que ya es hora de que me vaya...

-Supongo que sí... -respondí, pero noté que él seguía mirándome de una forma rara, su expresión cada vez se volvía más seria.

-¿Qué pasa? -pregunté, incómoda.

ㅡ¿Por qué tienes esa marca en el cuello?

Mi corazón dio un vuelco. No podía estar pasando eso.

-No es nada -dije rápidamente, tratando de sonar casual-. Seguro me picó un bicho o algo.

Adam entrecerró los ojos, desconfiado.

-¿Estás segura de que fue solo eso?

Asentí repetidamente, intentando convencerlo, aunque sabía que no sería tan fácil.

ㅡ Probablemente eso fue.

ㅡ ¿Puedo ver?

-No.

-¿Por qué no?

-Porque estoy cansada, y tú deberías irte a casa -dije apresuradamente-. Además, ya sabes cómo son las picaduras de insectos. Se ven peor de lo que son.

-Eso no parece una picadura cualquiera -murmuró Adam, observándome con sospecha creciente.

-Ya me ocuparé de eso, no te preocupes.

-Dime la verdad -insistió.

-¿Qué quieres saber?

-¿Qué te pasó en el cuello?

Mordí mi labio inferior, nerviosa.

-Ya te dije, fue un insecto.

Adam se cruzó de brazos y su mirada se endureció.

-Eso no es una picadura -sentenció-. Me estás mintiendo. Puedo sentir cómo aumenta tu ritmo cardíaco. Estás nerviosa.

Bajé la mirada y traté de cubrir la marca con mi cabello, pero ya era demasiado tarde.

-Adam, en serio creo que... -Mis palabras se evaporaron cuando sus ojos cambiaron repentinamente de color, tornándose de un amarillo intenso.

El miedo me congeló en el sitio.

-Creo que deberías irte... -susurré, dando un paso atrás.

-¿Por qué? -preguntó fríamente, inclinando la cabeza-. ¿No estábamos hablando?

-Sí, pero tus ojos...

No terminé la frase. En ese instante, Adam comenzó a transformarse.

Al principio, no pareció darse cuenta, pero pronto los espasmos recorrieron su cuerpo, y fue evidente que intentaba contener los gritos que el dolor le arrancaba.

-¡Abby, los adormecedores! -jadeó.

Con manos temblorosas, me quité la mochila de los hombros y comencé a buscar frenéticamente los frascos que llevaba. Saqué una jeringa y la llené con el líquido, mientras mi corazón martilleaba contra mis costillas.

Adam ya llevaba gran parte de la transformación completa, pero aún parecía mantener cierta noción de sí mismo. Su cuerpo era enorme, el doble de su tamaño humano, cubierto de un espeso pelaje oscuro que relucía a la tenue luz de la habitación.

Avancé hacia él, sintiendo cómo la adrenalina nublaba mis sentidos, y hundí la aguja en su costado. Inyecté el contenido, conteniendo la respiración, esperando que funcionara.

Poco a poco, el adormecedor hizo efecto. El lobo titánico que había sido Adam dejó escapar un gruñido bajo antes de desplomarse pesadamente sobre el suelo.

Sin perder tiempo, saqué las cadenas y una soga de la mochila, y amarré sus patas delanteras y traseras.

La situación era surrealista. Ni en mis sueños más locos habría imaginado que me encontraría haciendo algo así.

Sus ropas rotas y hechas jirones estaban esparcidas por el suelo, y el cuerpo dormido de Adam ocupaba casi toda la habitación, que por suerte era lo suficientemente grande para contenerlo.

Me acerqué a la puerta y eché el seguro, por si a alguien se le ocurría entrar en el momento más inoportuno. Luego, observé su enorme figura, sintiéndome abrumada por lo irreal de la situación.

Me dejé caer agotada a su lado, apoyando la cabeza contra su cálido pelaje. A pesar de que olía a perro mojado, había algo extrañamente reconfortante en él.

Sin pensarlo mucho, me envolví en mi abrigo y usé su cuerpo como almohada improvisada. El agotamiento finalmente me venció, y cerré los ojos, dejando que la oscuridad me arrastrara.

━━━━━━━━━※━━━━━━━━━

Unos golpes fuertes y rápidos en la puerta me despertaron de golpe. Me levanté de un salto, todavía aturdida, y tardé unos segundos en recordar dónde estaba. Alguien seguía aporreando la puerta con insistencia. Claro. La había dejado cerrada con seguro anoche.

-¡Abre la puerta! -gritó Bárbara desde el otro lado, irritada-. ¿Ahora andas de ladrona? ¿Dónde dejaste mi vestido?

¿Vestido? ¿Qué demonios?

-¡Yo no he tomado ningún maldito vestido! -protesté, arrugando el ceño mientras intentaba despejarme.

Bárbara soltó un grito agudo y dramático que hizo que me dolieran los oídos.

-¡No seas mentirosa! Será mejor que abras, o lo haré yo misma. ¿Crees que no sé quitar el seguro?

En ese momento, escuché una voz débil y somnolienta detrás de mí.

-¿Abby...?

Me giré rápidamente y allí estaba Adam, tirado en el suelo. Ya no era un lobo, sino completamente humano... y, además, estaba completamente desnudo, con las manos y los pies aún amarrados con las cadenas y soga que le había puesto anoche.

Mis mejillas ardieron al instante. Busqué desesperadamente algo para cubrirlo y encontré un abrigo tirado a mis pies. Lo agarré y se lo lancé encima, tratando de no mirar demasiado, pero asegurándome de al menos cubrir la zona baja de cuerpo.

-¡¿Qué esperas para abrirme?! -Bárbara seguía gritando del otro lado de la puerta-. ¡Necesito mi vestido ya!

-¡Ahora no puedo! -respondí apresuradamente-. ¡Me estoy vistiendo!

ㅡ ¡Quiero mi vestido ahora! ¡Lo necesito!

Ignorando a Bárbara por completo, me puse a buscar las llaves de las cadenas para liberar a Adam. Me arrodillé junto a él, que aún tenía la mirada somnolienta y parecía algo confundido.

-¿Por qué estoy desnudo y amarrado? -preguntó, en tono neutro, como si fuera lo más común del mundo.

-Luego te explico -dije mientras le quitaba las cadenas.

-Abby... ¿qué pasó anoche?

Solté un suspiro pesado, tratando de no perder la paciencia.

-He dicho que luego te lo explico...

-¡No. Puede. Ser!

Adam y yo intercambiamos una mirada alarmada y giramos la cabeza hacia la puerta. Allí estaba Bárbara, mirándonos con una expresión que parecía ser una mezcla de sorpresa, incredulidad y diversión maliciosa. No tenía idea de cómo había logrado abrir la puerta, pero ahí estaba.

-¡Esto es increíble! -chilló, llevándose las manos a la cabeza como si acabara de presenciar la noticia del año-. ¿¡Es en serio!?

Mis ojos se abrieron como platos, y sentí que mi cara empezaba a arder.

-¡No es lo que parece! -gritamos Adam y yo al mismo tiempo, sincronizados como si lo hubiéramos practicado.

Bárbara soltó una carcajada estridente.

-Da igual -dijo con tono juguetón-. Pero si quieres que guarde el secreto y no vaya corriendo a contarle todo a tu papá... tendrás que hacer algo por mí a cambio.

Maldije por lo bajo, apretando los dientes.

-Está bien, ¿qué quieres?

Bárbara sonrió de oreja a oreja, claramente disfrutando de su victoria.

-Te lo diré más tarde -canturreó-. Por ahora, será mejor que le quites las esposas a tu novio y lo dejes vestirse. ¿O debería aprovechar y pedirlo prestado para mí?

Gruñí con frustración.

-¡Ya vete, Bárbara!

-Uy, no seas celosa, Abby -respondió, haciéndose la inocente.

Rodé los ojos con tanta fuerza que casi pude ver el fondo de mi cráneo. La vi salir finalmente, cerrando la puerta tras de sí con un aire satisfecho.

Me dejé caer al suelo con un suspiro agotado y miré a Adam, que apenas contenía la risa.

-No digas nada -le advertí, apuntándole con un dedo-. Ni una palabra.

Adam alzó las manos, todavía envuelto en mi abrigo, con una sonrisa divertida.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top