Capítulo 8: Ositos
Iba en el bus de regreso a casa y para mi mala suerte había comenzado a llover. Sin abrigo y empapada hasta los huesos, sentía el frío hundiéndose en mi piel. Las gotas golpeaban las ventanas con un ritmo monótono que hacía que todo pareciera aún más pesado. Venía de hacer unos encargos que me había pedido papá. Mi cabeza todavía daba vueltas con la extraña conversación telefónica que habíamos tenido. Mi padre tenía esa molesta manía de aferrarse a los problemas sin resolver, o peor aún, dejarlos en el aire, como si ignorarlos los hiciera desaparecer. Se quedaba atrapado en emociones desagradables, y al final, eso siempre terminaba afectando nuestra relación. Como de costumbre, sabía que eventualmente sería yo quien tendría que dar el primer paso para intentar hablar y arreglar las cosas.
Nadie se había sentado a mi lado, y lo prefería. La soledad era un refugio en ese momento. Sin embargo, justo cuando comenzaba a perderme en mis pensamientos, algo rompió el silencio.
Eran quejidos. Bajos, entrecortados, casi como un murmullo ahogado que veníam del asiento detrás de mí. Un escalofrío me recorrió la espalda, pero la curiosidad me empujó a girar la cabeza.
-¿Estás bien? -pregunté, inclinándome un poco hacia atrás.
El sonido provenía de un chico, de piel morena y cuerpo delgado. Su rostro angelical contrastaba con la palidez del dolor que lo consumía. Algo andaba terriblemente mal. Noté cómo una mancha oscura comenzaba a extenderse sobre su chaqueta, justo en el pecho. Sangre. Mucha más de la que un rasguño podría explicar.
-Estoy bien, gracias -murmuró, con una sonrisa que me pareció poco convincente.
Sin pensarlo, me cambié al asiento vacío junto a él.
-Evidentemente no estás bien. ¿Te diriges al hospital? Puedo acompañarte.
El chico volvió a intentar sonreír, aunque esta vez su expresión se torció en una mueca de dolor.
-Gracias, pero estaré bien.
-¿Qué te ocurrió? -insistí, preocupada.
Antes de que él pudiera contestar, una voz ronca y fría se interpuso.
-Eso no es asunto tuyo.
Me sobresalté y giré rápidamente. Detrás del chico había una mujer que me congeló la sangre. Su piel era grisácea, como si hubiera pasado siglos sin ver la luz del sol. Los pómulos le sobresalían de forma antinatural, y su cabello desordenado parecía paja seca, listo para quebrarse al menor contacto.
-Yo solo quería ayudar... -empecé a decir, sintiéndome incómoda bajo su mirada fija.
-No te metas donde no debes -me cortó de nuevo, con un tono afilado como una cuchilla.
Había algo profundamente perturbador en ella. Su presencia parecía consumir toda la luz a su alrededor, como si el aire se volviera más pesado solo por su existencia. La piel de mis brazos se erizó con una sensación de peligro inminente.
Me incliné hacia el chico, bajando la voz.
-¿Es tu madre?
El chico frunció el ceño y negó lentamente.
-¿Mi madre? -repitió, casi como si hubiera escuchado mal. Luego, su mirada se agudizó. -Tú... ¿puedes verla?
Un nudo se formó en mi estómago.
-¿De qué hablas? -Señalé hacia atrás con un leve movimiento de cabeza. -Está justo detrás de ti.
Sus ojos se abrieron con asombro, como si acabara de revelarle un secreto increíblemente importante.
-¿De verdad puedes verla? -preguntó otra vez.
Confundida, me giré de nuevo hacia el asiento trasero. Pero la mujer ya no estaba allí. Miré alrededor rápidamente, buscando alguna señal de ella en el bus, pero no la encontré en ningún lado. Aún no habíamos llegado a ninguna parada, así que no había forma de que se hubiera bajado.
-¿Se ha ido? -pregunté, con una mezcla de alivio e inquietud.
El chico asintió, sus ojos brillaron de una manera extraña, como si hubiera descubierto algo fascinante.
-Entonces... sí puedes verla -susurró, más para él mismo.
Su mirada me atravesó, provocándome un escalofrío. Había algo en su expresión que me hizo querer alejarme cuanto antes. Afortunadamente, mi parada estaba cerca. Me levanté del asiento y caminé hacia la puerta, sintiendo su mirada fija en mi espalda todo el camino.
Justo cuando me acerqué a la puerta del bus, una mano fría como el mármol se posó en mis hombros, obligándome a girar. Mi corazón se detuvo por un segundo eterno.
Frente a mí había un hombre. Alto, atractivo, con el tipo de cuerpo atlético que parecía tallado en piedra. Su piel pálida tenía un brillo casi mortuorio bajo la luz amarillenta del bus. Había algo inquietantemente hermoso en él, como una estatua renacentista, rota y olvidada en una iglesia en ruinas.
Sus brazos estaban cubiertos de tatuajes, símbolos oscuros que parecían moverse bajo su piel como si tuvieran vida propia. Pero lo que más me impactó fueron sus muñecas. Docenas de cortes las surcaban, algunos apenas cicatrizados. Los tatuajes se extendían como raíces por su piel, intentando cubrir las heridas más severas. Uno de ellos, una línea oscura, se arrastraba hasta una pequeña parte de su cuello, pero no lograba entender qué representaba.
Y luego estaban sus ojos. Negros, profundos, como si no tuvieran fondo. Me observaba de una manera que hizo que la piel se me erizara. Me sentí atrapada bajo esa mirada.
-¿Quién eres tú? -preguntó, con voz grave y raspada.
Intenté sostenerle la mirada, pero fue imposible. Bajé los ojos hacia sus muñecas, incapaz de dejar de observar esos cortes meticulosos.
-¿Quién eres tú? -le devolví la pregunta, sintiendo un ligero temblor en mi voz.
Él esbozó una sonrisa ladeada, cargada de misterio. Pero no me respondió.
El bus finalmente se detuvo en mi parada. No pensaba quedarme un segundo más allí, no con ese hombre extraño tan cerca. En cuanto las puertas se abrieron, bajé a toda prisa.
Corrí. Corrí como si algo oscuro me persiguiera, sin atreverme a mirar atrás, con el frío viento y la lluvia calándome hasta los huesos. Solo quería llegar a casa. No era tanto el miedo, sino una sensación extraña, como si algo hubiese quedado incompleto entre esas miradas.
«Este ha sido el viaje en bus más raro de mi vida», pensé, apretando los puños mientras corría. Necesitaba llegar a casa, darle el encargo a papá y encerrarme en mi habitación. Eso era todo lo que importaba ahora.
El viento helado me golpeaba la cara sin piedad mientras recorría las calles solitarias. Las farolas parpadeaban como si estuvieran a punto de apagarse, aumentando el terror que podía sentir. Cada sombra me parecía más grande de lo que realmente era, y cada sonido se sentía demasiado cercano.
Después de cuatro cuadras, llegué a casa. El aire frío se quedó atrás cuando me detuve frente a la puerta, jadeando por la carrera. Ahora solo necesitaba cruzar esa puerta, entregar el encargo y olvidarme de ese maldito viaje en bus.
-¡Dios, niña! -exclamó Katherine al verme aparecer toda empapada frente a la puerta, con cara de horror como si hubiera visto un fantasma. -No, no. Así tú no entras.
Fruncí el ceño, tiritando.
-¿Y qué quieres? ¿Que me quede afuera hasta que me seque?
-Espera en el garaje. Le pediré a Bárbara que te lleve toallas y un cambio de ropa.
-¡Pero solo es entrar y... limpio después! -intenté razonar. Hacía demasiado frío como para seguir mojada un segundo más.
-No. Al garaje.
ㅡ Pero...
ㅡ Ve al garaje.
Intenté protestar otra vez, pero su mirada era un muro infranqueable.
-Está bien...
Con el humor por los suelos, caminé hacia el garaje. Katherine ya lo había abierto para mí con el control remoto, y una vez que entré, la puerta automática se cerró detrás, dejando la oscuridad y el sonido del viento a las afueras.
Suspiré, resignada. Sabía que Bárbara se tomaría su tiempo en venir. Me esperaba, por lo menos, media hora de tiritones.
-¿Y esa ropa?
Pegué un salto del susto. La voz grave me llegó desde las sombras, y al girarme, me encontré frente a Hunter.
-¿Qué haces aquí? -espeté, dando un paso atrás.
Hunter rió, bajo y burlón, como si la pregunta le resultara terriblemente estúpida...., y pensándolo bien probablemente lo era. Apuesto a que venía por más sangre, ni modo que quisiera un cafecito y galletas.
-Bien, olvida eso -mascullé, resignada-. Ya sé por qué estás aquí.
Hunter alzó una ceja.
ㅡ¿Ah sí?
-Sí. Quieres... sangre, ¿verdad? Morder, succionar y esas cosas.
Él se llevó una mano a la sien, como si acabara de escuchar el chiste más absurdo del mundo, y soltó una risa baja.
-¿Qué es tan gracioso? -pregunté, molesta. La combinación del frío y su actitud me estaban sacando de quicio.
ㅡOlvídalo ㅡEl Vampiro se acercó aún más a mí, y tomándome por sorpresa comenzó a examinarme en detalleㅡ. Ahora pareces estar débil.
Maldito Hunter. ¿Quién se creía para tener el derecho a tocarme a cada que se le diera la gana? ¿Dónde habían quedado los Vampiros educados que preguntan: "¿Mi queridísima botana, podría yo beber de aquel elixir rojo que vive dentro de ti?". No, no, no. Hunter no era de esos. Hunter era de llegar y actuar, como los Vampiros malos.
Lo peor de todo era que, aunque lo odiaba, me resultaba imposible apartar la mirada de él. ¿Por qué diablos tenía que ser tan irritantemente atractivo?
ㅡ¿En qué piensas?
La pregunta de Hunter me sacó de mis pensamientos, creía queㅡo bueno según vi en Crepuscularㅡ algunos Vampiros podían leer mentes, pero al parecer Hunter no era de esos, por fortuna.
ㅡPues... ㅡÉl parecía estar prestando demasiada atención a mis palabras, eso me resultó extrañoㅡ. No creo que sea algo que te importe.
Hunter rió seco.
ㅡSupongo que en eso tienes razón, por qué debería importarme lo que pienses.
ㅡExacto ㅡreafirmeㅡ ahora podrías decirme ¿a qué has venido?
-¿Eso es algo que te interese? -replicó, con un encogimiento de hombros despreocupado.
Rodé los ojos.
-Es mi casa y mi cuerpo de lo que estamos hablando. Claro que me interesa.
Hunter me miró un momento, luego dijo con total naturalidad:
-Simplemente se me dio la gana y vine.
Eso me parecía algo poco creíble. Tenía que haber una razón.
-¿Y cómo entraste?
-Te seguí.
Mis ojos se abrieron como platos.
-¿Qué?
Él abrió la boca para responder, pero se detuvo de repente. Algo cambió en su expresión: sus ojos se entrecerraron, observándose en alerta.
-Alguien viene -murmuró, casi sin mover los labios-. Te veré en tu habitación.
Luego se marchó tan rápido que apenas logré oír sus pasos.
-¿Hola? -La voz de Bárbara me hizo pegar un respingo. La puerta del garaje se abrió, y ella asomó la cabeza, cargando una pila de ropa seca en los brazos-. ¿Con quién hablabas?
ㅡCon nadie ㅡrespondí de inmediato.
Bárbara me lanzó una mirada suspicaz.
-Estoy segura de que escuché otra voz cuando venía.
-Seguramente te lo imaginaste -mentí, sintiendo todavía el eco de la presencia de Hunter en el aire.
Bárbara entrecerró los ojos, claramente sin creerse una palabra de lo que había dicho. Pero no insistió, y eso fue un alivio.
Me quedé en silencio mientras me entregaba la ropa seca. Afuera, la lluvia seguía cayendo con furia, golpeando el techo del garaje como un tambor insistente.
Cuando mi hermanastra se marchó, examiné lo que me había traído.
¿¡Qué demonios!?
Frente a mí, lo que encontré fue un pijama de cuerpo entero con estampado de ositos. ¡Ositos! Esto tenía que ser una maldita broma. Ese pijama me lo había regalado una tía lejana de Escocia durante una de sus raras visitas familiares, y yo, con mucho esmero, lo había enterrado en el fondo del cajón donde guardaba todo lo que esperaba no volver a usar jamás. Era obvio que Bárbara lo había sacado a propósito.
Con resignación y el alma rota, me lo puse. ¿Qué más daba? Ya estaba empapada, congelada y, encima, vigilada por un Vampiro. Un pijama vergonzoso no podía empeorar mucho la noche.
Estrujé mi ropa mojada y salí del garaje con la esperanza de evitar cualquier otro inconveniente. Pero, apenas crucé la puerta hacia la casa...
-¡Sonríe!
El flash del celular de Bárbara me cegó.
-¡Ya basta! -chillé, cubriéndome la cara como si pudiera borrar el momento.
ㅡPero si luces adorable, hermanita -rió ella-, tranquila, solo lo enviaré al chat familiar. Oh, a menos que me equivoque.
Decidí no discutir. No tenía fuerzas para pelear y cada segundo que pasaba con ese pijama puesto era un segundo demasiado largo. Subí corriendo a mi habitación, pero antes pasé por el baño para dejar la ropa mojada en la secadora.
Justo cuando abrí la puerta de mi cuarto, me encontré con Hunter, que me esperaba. Al verme, se quedó boquiabierto unos segundos. Luego, lo inevitable ocurrió: explotó en carcajadas.
Se dejó caer sobre la cama, sujetándose el estómago mientras reía descontroladamente. Se veía casi... inofensivo. Claro que saber que se estaba burlando de mí y de mi pijama hacía que la gracia se desvaneciera rápidamente.
-¡Ya basta! -me quejé, cabizbaja, sintiendo cómo el rubor se apoderaba de mis mejillas.
-¿Osos? ¿En serio?
-Más bien ositos-respondí, sin pizca de humor.
-¡Ositos! -gritó, rodando por la cama en otro ataque de risa.
-¡Oye, ya! -Me crucé de brazos, tratando de mantener la poca dignidad que me quedaba-. Si sigues así, me voy a cambiar.
Hunter se reincorporó de inmediato, todavía con los ojos brillando de la risa.
-No, no, por favor -se apresuró a decir, levantando las manos en señal de tregua.
Logró calmarse, aunque esa sonrisa burlona seguía pegada a su rostro. Sus ojos me escudriñaban, como si quisiera guardar cada detalle en su memoria.
-Bien -suspiré, tratando de cambiar de tema-. ¿Ahora sí me dirás desde cuándo me has estado siguiendo?
-No.
-¿Por qué no?
-Porque no quiero.
Bufé, frustrada.
ㅡTienes que decírmelo.
-No, no tengo por qué hacerlo -replicó, su expresión se volvió seria de nuevo, trayendo consigo aquella frialdad habitual en él-. No olvides que tengo más poder sobre ti del que crees. Si no quiero responder, no lo haré.
Fruncí el ceño, sintiendo que una mezcla de rabia e impotencia me hervía bajo la piel.
-¿Por qué tienes que ser así? ¿No puedes ser como los Vampiros de Crepuscular? Como Edgardo...
Me di cuenta demasiado tarde de lo estúpido que había sonado eso. ¿Por qué? ¿Por qué no podía mantener la boca cerrada?
Hunter soltó una risa baja y ladeó la cabeza.
-¿Y tú serías como Anabella, no?
-Bueno... no exactamente así... -titubeé nerviosa.
-Entonces, ¿estás diciendo que quieres que me enamore de ti?
Mis ojos se abrieron de par en par y sentí cómo el calor se apoderaba de mi rostro.
-No, yo no dije eso.
-Pero es lo que quieres, ¿no? -preguntó, con la misma sonrisa astuta que me ponía de los nervios.
-No. Claro que no.
-¿Estás segura?
-Segura.
-¿Completamente segura?
-¡Sí! ¡Y ya basta! -bufé, tratando de recuperar el control de la conversación-. Solo estás intentando distraerme para que no te haga preguntas que no quieres responder. Recuerda que prometiste que responderías a mis preguntas sobre los Vampiros.
La sonrisa de Hunter se desvaneció un poco, pero su expresión no perdió esa chispa traviesa.
-¿Ah, sí? ¿Eso dije?
Asentí, sin dudar.
-Sí. Y voy a aprovecharme de eso. Así que, más vale que estés listo para las preguntas.
Hunter suspiró y comenzó a pasearse por mi cuarto, con las manos en los bolsillos, hasta que finalmente se dejó caer en el sofá como si le pesara la conversación que estaba por venir.
-¿Qué quieres saber? -preguntó con voz cansada.
¿Qué quiero saber? Si tan solo lo supiera.
-Pues... ¿Tienes poderes?
Sí, eso sonaba como un buen comienzo.
-No, no tengo poderes.
-¿Cómo que no? -fruncí el ceño, desconfiada.
-Que no.
Resoplé, frustrada por su falta de cooperación.
-¿Y por qué estás en Norham? ¿Vives con otros Vampiros?
-No. Aunque antes lo hacía.
-¿Y por qué ya no?
Hunter se recostó un poco más en el sofá, como si la pregunta le incomodara.
-De donde vengo, ya no soy bienvenido. De hecho, podría decirse que me quieren muerto.
Mis cejas se dispararon hacia arriba.
-¿Eres un criminal o algo así?
-No lo soy.
-¿Seguro?
-¿Por qué asumes que soy malo? No soy precisamente alguien caritativo, pero no me consideraría inherentemente malvado.
-Sí, claro -repliqué, poniendo los ojos en blanco-. No sé cuál sea tu concepto de "maldad", pero... ¿a ti te parece que un "Vampiro bueno" obligaría a una chica inocente de diecisiete años a aceptar un trato que pone en riesgo su vida?
Hunter arqueó una ceja, divertido.
-¿Inocente?
Agarré un cojín de mi cama y se lo lancé. Sabía que fallaría, y por supuesto, él lo atrapó al vuelo con sus reflejos inhumanos.
-¡Hey! ¿Qué fue eso? -protestó con una sonrisa incrédula.
-¡Porque eres un criminal y dudaste de mi inocencia!
Hunter soltó una carcajada suave.
-¿Y piensas derrotarme con un cojín?
-Tenía que intentarlo.
Por un momento lo observé, y algo en su actitud me hizo dudar. Viéndolo así, casi relajado y sin esa máscara de superioridad, no parecía tan peligroso. Hasta se veía... agradable.
-¿Qué intentas? -espetó de pronto, con el ceño fruncido.
-¿De qué hablas?
-De lo que haces: intentas que entremos en confianza. Pero no va a funcionar. Déjalo.
ㅡ¿Por qué haces eso? ¿Por qué no dejas que nos relacionemos un poco? Así tal vez no serían tan malas las mordidas. Quizás hasta podría entenderte, y tú entenderme a mí.
Hunter frunció el entrecejo.
ㅡ ¿Tan mal estuvo?
ㅡ ¿De qué hablas?
ㅡ Cuando te mordí, ¿tanto dolió?
ㅡ¿De verdad lo preguntas? ㅡrevoleé los ojos, pues pensé que bromeaba, pero luego me fijé en que lucía serio.ㅡ Pues sí, sí dolió.
ㅡEntonces por eso lloraste... ㅡmurmuró, más para sí mismo.
ㅡ¿Pensaste que no me dolería?
-Intenté ser suave... -dijo en voz baja-. Intenté hacerlo sin que te doliera...
ㅡEstuvo tan suave como aquella vez en que me forzaste a aceptar el pacto ahorcándome ㅡle solté con sarcasmo.
Hunter abrió los ojos como platos.
-¡¿Te ahorqué?!
-¿Hablas en serio?
ㅡCreo que fui impulsivo en ese momento, y no es algo que me suela pasar... aunque, si hubieras dicho que no, solo habría borrado lo ocurrido de tu memoria y ya. Habría sido como si nada hubiera pasado.
Me quedé mirándolo, incrédula.
-¿Borrar mis recuerdos? ¿No que no tenías poderes?
-No es un exactamente un poder, más bien es una habilidad que todos los Vampiros tenemos para cazar. Aunque, como ya descubriste... prefiero, ya sabes, forzar a chicas inocentes -añadió con una sonrisa sarcástica.
-Así que, ¿si hubiera dicho que no, no habrías hecho nada?
-Exacto.
-Pero me ahorcaste. Incluso amenazaste con lastimar a mi padre.
-Soy un cazador, a fin de cuentas. Debo hacer las cosas bien.
-¿Y qué pasa si ahora digo que no?
Hunter rió, fue una risa baja y peligrosa.
ㅡYa es muy tarde. Probé tu sangre y me gustó. Ya no te dejaré.
Un escalofrío recorrió mi espalda.
-¿Y entonces qué...?
-Basta de preguntas -me interrumpió de repente, poniéndose de pie-. Me voy.
-¡Espera! -exclamé, apresurándome a agarrarle la muñeca justo antes de que llegara a la ventana. Hunter giró la cabeza lentamente hacia mí, su expresión, aunque serena, traía un destello de advertencia en los ojos.
-¿Qué quieres ahora?
-Necesito hacer más preguntas.
Él bufó, fastidiado.
-No.
-Al menos solo una más.
-Es suficiente.
-Pero...
Hunter se soltó bruscamente de mi agarre y, sin darme tiempo a insistir, desapareció por la ventana en un abrir y cerrar de ojos.
Me quedé inmóvil en medio de la habitación, sintiendo una mezcla de frustración y curiosidad que no podía soltar. Hunter era una incógnita, y mientras más tiempo pasaba con él, más preguntas surgían en mi mente.
Sabía que no debería importarme, que meterme en sus asuntos solo complicaría las cosas. Pero la curiosidad era un fuego que no podía apagar, y por más que quisiera, ahora lo único que deseaba era conocerlo más.
Mientras seguía pensando en eso, traté de convencerme de que mi interés en él no era más que simple curiosidad. Nada más que eso.
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