Capítulo 6: ¿Dolerá?

—¿Qué es lo que miras tanto? —preguntó Hunter, con su tono pesado habitual mientras regresaba hacia mí.

Yo mantenía la mirada inquieta, explorando con los ojos cada rincón, como si eso me diera alguna pista de dónde nos encontrábamos.

—¿Dónde estamos? —le pregunté, todavía desconcertada.

El lugar parecía una cabaña de una sola habitación. Todo estaba al alcance: una cama modesta, un sofá con aspecto mullido pero gastado, y una pequeña nevera. Pocas cosas, pero colocadas con tal precisión que daba un aspecto lujoso. Cada objeto parecía tener un propósito exacto, como si el desorden fuera inadmisible en aquel sitio. El ambiente olía ligeramente a madera y a algo metálico, sangre seca, quizás.

—Vivo acá.

Quería dispararle preguntas sobre lo que había pasado y cómo habíamos terminado aquí, pero no parecía el momento para atacarlo a bocajarro, no después de que se había tomado la molestia de ayudarme. Así que respiré hondo y decidí hacer un esfuerzo sobrehumano por ser paciente, aunque cerrar mi bocota no era una tarea fácil.

—Date la vuelta —ordenó de pronto. Estuve a punto de obedecerle, pero la cordura volvió a mí en el último segundo. Me recordó con un escalofrío que, aunque me había salvado la vida, él era un Vampiro. Un ser inmortal que me había obligado a sellar un pacto que aún no terminaba de comprender del todo, y que, por esas, y otras razones; en él no podía confiar.

—¿Qué? ¿Por qué? —exigí, cruzando los brazos. Al menos merecía una maldita explicación, ¿no?

Hunter esbozó una sonrisa que me dejó descolocada, una de esas sonrisas que, si no fuera él, podría haberme parecido coqueta. Me maldije internamente por la traición de mis pensamientos.

ㅡDa igual si no lo haces.

—Bien —respondí con una seguridad fingida que intenté sostener—, porque no pensaba hacerte caso de todos modos.

No sabía por qué lo estaba desafiando. Tal vez era algo en su presencia que me forzaba a ponerme a la defensiva, como un reflejo automático. O tal vez era esa actitud suya, siempre haciendo referencia al pacto, a las reglas, a las partes que cada uno debía cumplir. Solo faltaba que me hiciera firmar un jodido contrato.

—Como quieras —dijo, encogiéndose de hombros con indiferencia.

Con la misma calma irritante, se acercó a un mueble y sacó algunas prendas. Sin más ceremonia, se despojó de la chaqueta y la dejó caer al suelo sin cuidado.

El movimiento fue casual, pero su manera de desvestirse desprendía algo casi calculado, como si se sintiera perfectamente cómodo al exponer su presencia. El cuero de la chaqueta rozó el suelo con un susurro suave, y por un momento todo en la habitación pareció más silencioso, como si incluso el aire contuviera la respiración. Hunter se tomó su tiempo, desabrochando los botones de la camisa con una lentitud que me pareció excesiva, casi provocadora. No era alguien que se apresurara, no con cosas que parecían darle ventaja.

Me quedé allí, paralizada y confundida. Sabía lo que venía después, era obvio, y aún así no lograba apartar la mirada.

—¿Qué pretendes? —le espeté, empleando un tono acusador cuando lo vi deslizarse la camisa por los hombros.

Él siguió como si no hubiera escuchado. Y antes de que pudiera ver su torso desnudo, me cubrí los ojos con las manos.

—Te advertí que te voltearas.

—Pero no me dijiste por qué.

—¿Ah, no? —preguntó con evidente tono burlón, arqueando una ceja como si acabara de recordar algo divertido—. Ah, estaba seguro de haberlo hecho.

—Pues no, no lo hiciste —me quejé.

Entonces lo escuché. El sonido inconfundible de la cremallera de su pantalón bajando. El suave clic del metal me congeló en el lugar, y por un momento deseé que la tierra se abriera bajo mis pies y me tragara por completo.

—¿Te gusta desobedecer órdenes, no es así? —añadió, con un tono cargado de diversión maliciosa.

Ignoré su burla, pero mis sentidos estaban alerta, siguiendo cada uno de sus movimientos. Escuché cómo se quitaba los pantalones y el sonido de la tela al ser reemplazada por otra prenda. Todo parecía indicar que ya había terminado, así que, conteniendo el aliento, bajé las manos de mi rostro.

—Al menos podrías haberme dicho que... —comencé a decir, pero las palabras murieron en mi garganta al verlo.

Hunter estaba sin camisa.

Y, maldita sea, su torso era un espectáculo. Músculos bien definidos, como esculpidos a mano, marcaban su abdomen en un patrón perfecto. Sus pectorales tensos, los hombros amplios y los brazos delineados transmitían una fuerza contenida, como si bajo esa piel pálida y tersa se ocultara una bestia a punto de liberarse. Incluso la ligera sombra de vello sobre su pecho y la curva de sus caderas parecían intencionalmente diseñadas para hacer que cualquiera perdiera la cabeza.

Nunca en mi vida había visto algo así.

Necesitaba urgentemente que alguien me diera una cachetada para dejar de mirarlo como una tonta embobada. Me descubrí preguntándome, sin poder evitarlo, si sus abdominales serían tan duros como parecían.

—¿Le pasa algo a tu rostro que no puedes cerrar la boca? —Su voz burlona interrumpió mis pensamientos.—Me sobresalté, cerrando la boca con un chasquido seco. Debía parecer patética—¿O es que acaso quieres tocarme? —añadió, su tono era descaradamente coqueto, mezclando burla con una provocación evidente.

Mi cerebro quedó momentáneamente fuera de servicio, tratando de procesar lo que acababa de decir. Además de la burla, había en su voz un matiz juguetón que no esperaba, lo que me hizo sentir aún más avergonzada.

—¡¿Qué?! No, claro que no —balbuceé rápidamente, tratando de calmar mi respiración entrecortada—. ¿Qué rayos te pasa? ¡Tu ropa estaba limpia! No tenías por qué cambiártela como una diva exhibicionista.

Hunter soltó una carcajada seca, como si reír no fuera algo natural para él.

—¿Qué has dicho? —Su risa era breve, casi sin emoción, como si apenas pudiera encontrar algo gracioso en todo aquello—. Me cambié por culpa del maldito lobo que está ahí fuera. Me dejó impregnado con su apestoso olor.

—¿Dónde está Adam? —le exigí saber, olvidando por un momento mi vergüenza.

Hunter entrecerró los ojos, y su expresión se endureció en un instante.

—No deberías hablarme en ese tono, no después de lo que hice por ti.

Esa frialdad, esa demanda implícita en su voz, me sacaba de quicio más rápido de lo que quería admitir. Mi corazón empezó a latir con más fuerza, y noté que mis manos temblaban ligeramente.

—Está bien, lo siento —admití a regañadientes, odiando ser la única que parecía capaz de reflexionar sobre sus errores—. He estado siendo algo imprudente... —Suspiré y traté de recomponerme—. ¿Podrías decirme qué pasó con Adam?

—Él está bien —dijo Hunter con evidente disgusto—, pero tú y yo tenemos algo más importante que atender. Te salvé, y ya sabes lo que viene.

Oh no, ahí estaba de nuevo, sacando a relucir el maldito pacto. Lo entendía, hasta cierto punto, tenía razón. Él había cumplido con su parte, y yo, en cambio, seguía buscando excusas para evitar lo inevitable. Aún así, no pensaba darle la satisfacción de verme ceder tan fácilmente.

Solté un largo suspiro, tratando de liberar algo de la tensión que se había apoderado de mi cuerpo. Entre el caos mental en el que me encontraba, intenté pensar rápido en una forma de esquivar la situación.

—Lo sé, me salvaste, y te lo agradezco mucho... —bufé, sintiendo una mezcla de enojo y nerviosismo que se entrelazaba en mis palabras—. Pero, ¡no! No voy a caer en tu jueguito de "te salvé, ahora dame tu sangre".

Mi boca iba más rápido que mis pensamientos, como siempre. Lo noté, pero eso no evitó que siguiera hablando.

—Una vez leí un fanfic de un Vampiro así. El tipo era un completo hijo de puta, y usaba la misma excusa con todas las chicas. Las mordía, las dejaba embarazadas y luego... —Sentí por un momento la urgencia de detenerme, de cerrar la boca antes de decir algo más ridículo, pero, como era costumbre, mis palabras se adelantaron a mi sentido común—. ¡Y luego les contagiaba enfermedades de transmisión sexual!

Hunter me miraba, incrédulo, pero yo ya había perdido todo freno.

—¡No! No, señor Reynolds, no voy a caer a tus pies ni a dejar que me contagies de nada. Y mucho menos voy a empatizar contigo, ¿sabes por qué? Porque detrás de ese sexy cuerpo de adulto joven y esa cara bonita de chico malo... hay un demonio milenario que se alimenta de la vida de personas inocentes. ¡Eres un viejo de un millón de años disfrazado de adolescente atractivo!

Definitivamente, había explotado. Y, como siempre, sabía que en algún momento me arrepentiría de cada una de esas palabras. Esa maldita tendencia a hablar antes de pensar era la razón por la que vivía al borde de la ansiedad. Pero en ese momento, no me importó en lo más mínimo.

Hunter me observó en silencio durante unos segundos eternos, tenía los ojos fijos en mí con una expresión imposible de descifrar. Al menos ya se había puesto una sudadera. Si me estuviera mirando sin ropa, esta situación sería el doble de incómoda.

—¿Qué fue todo eso? —preguntó al fin, con un tono tan neutral que casi me enfureció más.

Suspiré, intentando calmarme. Sentía cómo mi pulso, al menos por un instante, volvía a un ritmo más controlado.

—¿Sabes qué le ocurre a Adam?

Con la cordura recuperada, al menos por unos instantes, insistí en saber más sobre el "lobo".

Hunter me miró de reojo, cruzando los brazos con indiferencia.

—Sí.

Esperé, pero no continuó. Alzó una ceja, como si disfrutara de mi frustración silenciosa.

—¿Y bien? —insistí, tensando los hombros.

—¿Y bien qué? —repitió, ladeando la cabeza, casi divertido.

Inspiré con fuerza, apretando los labios para no explotar.

—¿No vas a decirme?

Sentí cómo me hervía la sangre.

—¡Porque quiero saber si va a estar bien! —espeté, mientras mis manos se cerraban en puños a los costados.

Hunter apenas esbozó una sonrisa perezosa, como si mi enojo lo divirtiera.

—Debería volver a ser humano... eventualmente.

Mi mandíbula se tensó mientras lo miraba fijamente. Su respuesta tan vaga me irritaba, pero al mismo tiempo intenté mantener la compostura.

—Como veo que no vas a ayudarme —dije con un suspiro pesado—, ¿podrías al menos decirme a quién podría pedir ayuda?

Hunter dio un paso hacia mí, su expresión burlona permanecía intacta.

—¿Por qué tendría que saberlo yo?

Bufé, sintiendo que la paciencia se me escurría entre los dedos.

—Supongo que tendré que buscar ayuda por mi cuenta...

—No deberías meterte en eso —comentó con tono casual, aunque sus ojos brillaban con algo cercano a un reto—. Puede ser peligroso.

—Tal vez no lo entiendas —respondí, cruzándome de brazos—, pero siento la responsabilidad de ayudarlo.

Hunter se rió en voz baja, fue una risa breve, seca y sarcástica.

—¿Sabes lo estúpido que suena eso? Da igual. No vas a hacerme caso. Con suerte, me dures con suerte una semana, o menos quizás.

Mi respiración se aceleró de la ira, pero intenté no darle el gusto de notarlo.

—No hables de mí de esa manera.

Hunter me sostuvo la mirada, inclinádose ligeramente hacia mí con aire desafiante.

—Puedo hacer lo que se me de la gana. Ahora... —señaló su ropa arrugada en el suelo—, ve a botar eso.

Lo miré incrédula. ¿De verdad? ¿Me estaba pidiendo que recogiera y desechara su ropa? ¿Acaso el Vampiro no conocía las lavadoras?

—Afuera hay un contenedor —añadió, como si eso resolviera todo.

Le dirigí una mirada asesina mientras murmuraba por lo bajo:

—Idiota...

El contenedor estaba a pocos metros de la cabaña. Al tirar las prendas adentro, me quedé un momento en el exterior, sintiendo la brisa fresca en mi rostro y tratando de ubicarme.

El aire olía a tierra húmeda. Los árboles que rodeaban la cabaña se elevaban como torres silenciosas, y la luz de la luna apenas lograba atravesar el denso follaje. De pronto, reconocí el lugar: era la misma cabaña donde me había encontrado con Matthew cuando escapaba de Hunter. El alivio me inundó brevemente. No estábamos tan lejos de casa.

Me quedé pensativa. ¿Podría huir? ¿Debería? Quizás, aunque... por alguna razón, no sentía la urgencia de hacerlo. Una parte de mí creía que podía manejar a Hunter, al menos lo suficiente como para evitar que me matara.

Cuando me di la vuelta para regresar a la cabaña, algo llamó mi atención. A unos metros de distancia, vi una figura imponente: Adam, convertido en lobo, encadenado a un grueso tronco. Estaba tendido sobre la tierra, con las patas dobladas bajo su cuerpo, como si estuviera profundamente dormido.

Me acerqué en silencio, cuidando de no hacer ruido. Desde más cerca, pude ver su rostro lobuno: sus ojos estaban cerrados, mientras que su respiración era lenta y regular. Me pareció que Hunter exageraba con respecto al olor, incluso aunque era un enorme lobo peludo, no parecía desprender ningún tipo de fragancia desagradable.

—¿Qué haces?

La voz de Hunter me sobresaltó. Antes de que pudiera reaccionar, sentí cómo unos brazos fuertes rodeaban mi cintura, levantándome del suelo con una facilidad insultante. Un momento después, me encontré colgando sobre su hombro, con mi cabello cayendo sobre su espalda.

—¡Oye! —exclamé, pataleando en el aire—. ¿Por qué hiciste eso?

Hunter me dejó caer suavemente sobre el suelo de la cabaña y cerró la puerta con un golpe. Se giró hacia mí con una expresión entre cansada y molesta.

—Pudiste haberlo despertado —me dijo, como si fuera la cosa más obvia del mundo.

—¡Apenas me acerqué un poco!

El Vampiro se masajeó la sien con los dedos, como si yo le causara un dolor de cabeza monumental.

—No pensé que fueras a ser tan complicada...

Apreté los labios, furiosa.

—No soy complicada. Me parece que el complicado eres tú. Nunca antes había conocido a un Vampiro. Hay muchas cosas que no entiendo sobre ti.

Hunter alzó una ceja, como si analizara mis palabras con una mezcla de burla e interés.

—Claro, porque tú eres un libro abierto, ¿verdad? ¿Cómo un Vampiro de un millón de años no va a entender a una adolescente chillona?

Sentí que mi estómago se retorcía. Oh no, me acababa de tocar un nervio. "chillona" era el insulto que más me habían repetido en el preescolar, y aunque pareciera algo ridículo, aún me dolía escucharlo.

ㅡ¿De verdad tienes un millón de años?ㅡpregunté a propósito sólo para molestarlo. Él me había pegado donde me dolía primero.

Hunter bufó, cansado.

—Si tanto quieres saber más de los Vampiros, adelante, pregunta. Responderé lo que pueda.

Lo miré con escepticismo.

—¿En serio?

—Sí, pero con una condición —dijo, cruzándose de brazos—. Cuando termine de responder, dejarás de molestarme. ¿De acuerdo?

—De acuerdo... —respondí observándolo con mi mejor cara de pocos amigos.

Hunter esbozó una sonrisa perezosa.

—Pero será otro día.

—¿Por qué no ahora?

—Primero, porque no planeaba tener que salvarte de tu amiguito lobo. Segundo, porque el pacto todavía no está cerrado. Y tercero, porque es tarde y deberías estar durmiendo como una buena chica.

Apreté los dientes para no insultarlo.

—¿Y qué pasará con Adam?

—Yo me encargaré de él... solo por esta vez.

Sentí un alivio inesperado. Al menos Adam estaría bien... o eso suponía.

—Gracias.

Hunter rodó los ojos.

—No me des las gracias. En cualquier momento puedo aparecer en tu habitación y morderte. No creas que por ayudarte me agradas. No actúes como si estuviéramos al mismo nivel, porque yo estoy muy por encima de ti.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo. La forma fría y cortante con la que había soltado aquello me había conseguido desconcertar bastante.

—¿Y ahora qué te pasa? —se burló—. ¿Ahora me vienes a mirar con cara de conejito asustado?

Aparté la mirada rápidamente.

—No te estoy mirando...

Hunter rió por lo bajo y sacudió la cabeza.

—Como sea, ya tenemos que irnos.

━━━━━━━━━※━━━━━━━━━

Desperdicié todo el fin de semana viendo películas y leyendo en casa. Quizá para algunas personas podía parecer un plan aburrido, pero para mí era la definición perfecta de un buen fin de semana. Sin embargo, había un pequeño problema: no había dormido nada desde mi último encuentro con Hunter.

¿Cómo iba a dormir, sabiendo que un Vampiro podía aparecerse en cualquier momento en mi cuarto y morderme? ¡Definitivamente no quería que me mordiera! Estaba paranoica, y la cama se había convertido en mi trinchera. Ya sé, ya sé: Hunter igual podía aparecerse y morderme, aunque no me moviera, y mucho peor... ¡podía incluso matarme! Pero mi cerebro agotado no dejaba de maquinar excusas para quedarme bajo las sábanas, como si eso me hiciera más difícil de encontrar.

Okay, tal vez estaba exagerando, pero es que ese era el modus operandi típico del protagonista de El Vampiro Sexon, el fanfic de culto de la aplicación naranja. La diferencia era que a mí no me pasaría nada porque había tomado precauciones:

Primero: Había "tomado prestado" el crucifijo de la habitación de Bárbara. Claro, no tenía idea si funcionaría, pero cualquier cosa que mantuviera a Hunter alejado valía la pena.

Segundo: Tenía mi fiel bate de béisbol bajo la almohada. Si se asomaba, ¡ZAS! Lo noqueaba.

Tercero: Guardé tres barras de chocolate para sobrevivir la noche. Nunca se sabe cuándo puede ser útil un poco de azúcar, ¿verdad?

Incluso estaba considerando ver las películas de Crepuscular para prepararme mejor. Sabía que era absurdo, pero mi falta de sueño me tenía afectada. A estas alturas, cualquier cosa que ayudara a mantenerme despierta era bienvenida.

El tono de mi celular me sobresaltó. Lo busqué rápidamente entre las mantas, con mi corazón latiendo a mil por hora. Al desbloquearlo, vi en la pantalla: Fei.

Me decepcioné un poco. Honestamente esperaba que fuera Adam. Por más que lo había llamado durante horas, no me contestaba. Al menos sabía que estaba vivo, porque Fei me había contado que lo había visto en el centro comercial el día anterior. Según ella, le había saludado, pero él había fingido no verla.

—¿Cómo está mi feliz calabaza? —preguntó Fei con su tono habitual, alegre y despreocupado.

Aunque ella no podía verme, intenté sonreír, pero resultó más como una mueca cansada.

—Esta calabaza no está feliz. Hoy me siento más como una cebolla...

Escuché la risa suave de Fei al otro lado del teléfono.

—¿Es por lo de Adam? ¿Quieres que lo golpee por ti?

—No... En realidad, solo he estado muy alterada estos días —admití, pasándome una mano por el rostro.

—Hmm... ¿No se ha puesto en contacto contigo en todo el fin de semana?

Suspiré pesadamente.

—Nop. Y eso me sienta un poco mal...

—¿Quieres que vaya a hacerte compañía? Quizá te ayudaría distraerte un poco.

Sonreí al escuchar su oferta.

—Eso me gustaría mucho. ¿Te animas a ver las pelis de Crepuscular? O cualquier cosa de vampiros me vendría bien.

Fei se rió.

—¡Oh, claro! No tenía idea de que te gustaran las cosas de vampiros.

Me reí nerviosa.

—¡Ni yo! —bromeé. Luego, bajando la voz continué hablando como si le estuviera contando un secreto—. Aquí tengo helado y chocolate esperándote, así que date prisa.

Inmediatamente colgué antes de que pudiera decir algo más.

Dejé el teléfono a un lado y me tumbé de espaldas en la cama. Los ojos me ardían por el cansancio. Tenía unas ganas inmensas de cerrar los párpados y descansar por fin, pero la imagen de Hunter apareciendo en mi habitación no dejaba de acecharme.

¿Cómo se sentirá que te muerdan? pensé. ¿Se sentirá como una inyección o más como un pellizco? ¿Y si es mucho peor?

Me repetía en un ciclo sin fin: No debo dormir, no debo dormir, no debo dormir...

Tal vez releer El Vampiro Sexon ayudaría a relajarme. Eso sí, en el libro cuando el protagonista acababa mordiendo a alguien nunca terminaba bien...

De repente, la puerta de mi habitación se abrió de golpe.

Mi corazón dio un salto y yo también. Me bajé de la cama de un brinco, me colgué el crucifijo al cuello y agarré el bate con ambas manos. Listísima para darle su merecido a Hunter Reynolds.

—¿¡Y a ti qué te pasa!? —gritó una voz conocida.

Parpadeé, confundida.

—¡Bárbara! —exclamé, bajando el bate al reconocerla.

—Sí, soy yo —respondió con su tono sarcástico de siempre—. ¿Esperabas a alguien más? Porque espero que ese bate no sea para mí.

Solté una risa nerviosa.

—Yo... eh...

Bárbara fijó su mirada en el crucifijo que colgaba de mi cuello.

—¿Eso es mío? —preguntó, entrecerrando los ojos con sospecha—. ¡Es mío! ¿Por qué lo tienes tú?

Caminó hacia mí como un toro a punto de embestir. Antes de que pudiera reaccionar, me quitó el crucifijo de un tirón.

—¿Por qué tenías MI crucifijo? —gritó, agitando la cadena delante de mi cara.

Me quedé en blanco. No podía decirle la verdad. "Oh, verás, un vampiro me está acechando y pensé que esto me protegería." ¡Claro que no! No sonaba para nada razonable.

—Eh... Quiero... acercarme... más a... Dios... —improvisé, con la mejor expresión de inocencia que pude lograr.

Bien, Abby. No irás al Cielo por mentirosa y por usar a Dios en tus mentiras.

Bárbara me lanzó una mirada incrédula, pero esbozó una sonrisa maliciosa.

—Ja. No te creo nada. Tienes una pinta de loca que no soporto.

Mantuve mi mejor cara de póker mientras ella salía de la habitación, llevándose consigo mi única arma sagrada. Ahora solo me quedaba el bate y la esperanza de que Fei llegara pronto.

━━━━━━━━━※━━━━━━━━━

Me mantuve despierta haciendo guardia durante unos veinte minutos, alerta como un gato asustado. Cada sonido me hacía dar un respingo, pero finalmente la llegada de Fei me trajo el primer alivio del día. Con ella cerca, me sentí más segura. Probablemente intentaría convencerla para que se quedara a dormir conmigo esa noche; su compañía era justo lo que necesitaba para no perder la cordura.

—Hola, Abby —saludó Fei mientras entraba en mi cuarto, pero su expresión cambió al verme. Frunció el ceño y me miró como si acabara de salir de una zona de guerra.

—Te ves horrible.

—Gracias por la sinceridad —murmuré, intentando que no sonar tan derrotada como me sentía.

Fei dejó su bolso en la silla junto al escritorio y se acercó rápidamente, examinándome con ojos preocupados.

—¿Qué te ocurrió? —preguntó, mientras sus dedos apartaban mechones rebeldes de mi cabello y tocaban mi frente como si buscara fiebre.

Sacudía la cabeza con desaprobación, y en su mirada se mezclaba la preocupación con una pizca de impaciencia, como si quisiera sacudir mi apatía.

—Abby, por favor... En serio me preocupas.

Su preocupación se sintió como un nudo apretando mi pecho. Después de todo, Fei era la primera persona en todo el fin de semana que lo notaba. En casa, papá apenas había cruzado unas cuantas palabras conmigo. Quizá había asumido mi falta de interés por bajar a cenar como una respuesta a nuestra última discusión.

Intenté no parecer tan afectada y le sonreí de lado.

—Lo de Adam me afectó más de lo que esperaba, supongo... —mentí. En realidad, Hunter era quien me estaba volviendo loca, aunque si mantenía mis aprehensiones por la situación de Adam.

Fei entrecerró los ojos, como si supiera que no le estaba contando toda la verdad.

—Bueno, al menos admites que tienes mala pinta. ¿Por qué no te das una ducha rápida? A ver si eso te despeja un poco.

—Buena idea —asentí, frotándome los ojos cansados. El agotamiento se me estaba metiendo hasta en los huesos—. Mientras tanto, ¿puedes buscar la película?

Fei asintió sin dudarlo, con esa facilidad suya para hacer que todo pareciera más llevadero.

—Claro, ¿Crespuscular, verdad? ¿O prefieres algo más clásico como Anamnesis con el Vampiro? —bromeó, guiñándome un ojo.

Justo cuando me daba vuelta para ir al baño, escuché su voz desde atrás.

—Abby, ¿puedo quedarme a dormir contigo esta noche?

Me giré hacia ella, sorprendida y aliviada a partes iguales. No tuve que pedirle nada; Fei siempre sabía lo que necesitaba sin que yo se lo dijera. Una calidez reconfortante se instaló en mi pecho.

Sonreí con sinceridad por primera vez en días.

—Oh, claro. Buena idea.

━━━━━━━━━※━━━━━━━━━

Como típico lunes por la mañana, tocaba clase de Matemáticas con Matthew. Y yo, la atípica Abigail Winsley, estaba muriendo de sueño. Ya casi me quedaba dormida por séptima vez en la clase.

La noche anterior, Fei y yo nos habíamos desvelado viendo películas asiáticas de vampiros. Ella me iba traduciendo cada diálogo con entusiasmo mientras yo intentaba seguir la historia a duras penas. Al final, lo único que realmente retuve fue lo increíblemente guapos que eran los actores y actrices. Creo que al final me acabé enamorando de unos siete, tal vez diez personajes. No podía elegir a uno solo, era imposible.

Cuando sonó la campana para el primer descanso, la mayoría se levantó rápido, como si la campana fuera una orden militar, corriendo hacia la salida para aprovechar el receso. Yo me quedé inmóvil en mi pupitre, con la cabeza apoyada en mis brazos. Prefería dormirme allí mismo, en clase, que en mi propia cama. Al menos en el aula había más posibilidades de sobrevivir... o eso suponía. A menos que Hunter decidiera aparecerse allí y morderme sin más.

—¿Abby, qué pasa contigo hoy?

Levanté la mirada lentamente y me encontré con Matthew, mirándome con la cabeza ladeada, su rostro enseñaba una genuina preocupación.

—Nada —respondí, con el tono vago y automático de quien no tiene energía para dar más explicaciones. Luego, volví a dejar caer mi cabeza sobre la mesa y cerré los ojos. Necesitaba dormir. Unos cinco minutos serían suficientes, o al menos eso me decía a mí misma.

Pero Matt no se marchó.

—¿Otra vez te desvelaste leyendo esas historias en tu celular? —preguntó, divertido.

Quería mucho a Matthew, pero en ese momento incluso si se tratara de la persona más amable que conocía, podía irritarme.

ㅡHmm... algo así.

ㅡEs importante que cuando te obsesiones con algo, trabajes en adecuarlo a horarios específicos. En serio te ves terrible.

¿Terrible? ¡Qué bien! Justo lo que necesitaba oír.

—Gracias, Matt. Es lindo saberlo —respondí, arrastrando las palabras.

Matt se rió entre dientes, sacudiendo la cabeza.

—Bueno, tengo que irme. Quédate cuidando el salón, ¿vale?

Sentí una punzada de pánico y me enderecé de golpe, sujetándolo del brazo.

—¿¡Irte!? —le dije, quizá demasiado rápido. Mis dedos se aferraban a su manga como si me fuera la vida en ello. —¿No podrías quedarte un rato más? Solo para vigilar mientras duermo un poquito.

Matt me miró como si acabara de decir la cosa más extraña del mundo. Me di cuenta en ese momento de lo desesperada que había sonado, así que solté una carcajada forzada, intentando hacer pasar mi reacción por una broma. Matt se rió también, aunque claramente seguía un poco desconcertado.

—Ay, pequeña Winsley. A veces te pareces mucho a tu hermano —comentó, sonriendo con cariño—. Los dos comparten esa cosa en común...

—¿Qué cosa? —pregunté, ya demasiado cansada para seguir fingiendo interés.

Matt me guiñó un ojo mientras recogía su bolso.

—Tener dudosa cordura.

Cuando Matt salió del salón, suspiré profundamente. Sabía que lo mejor sería seguir su ejemplo y abandonar el aula también. Quedarme sola no era una opción. Si Hunter me encontraba allí, indefensa, ¿qué haría? Así que, aunque el sueño me pesara como un tanque, me arrastré por los pasillos, procurando no alejarme demasiado de las zonas más concurridas. Donde había más gente, había menos riesgo. O al menos eso quería creer.

A medida que avanzaba por los pasillos, noté cómo las cabezas se giraban en mi dirección. Un murmullo silencioso parecía seguirme. Los ojos curiosos se clavaban en mí como agujas, y sentí cómo la incomodidad trepaba por mi espalda. ¡Detestaba eso! ¿Por qué me veían tanto? ¿¡Tan fea estaba!? ¿Qué tanto les importaba a ellos que me viera fea? ¡Acaso nunca se han visto feos ellos! Solo necesitaba dormir y ya me vería y sentiría mejor... Dios, las personas son tan crueles, la maldita apariencia lo es todo en este mundo.

ㅡAbby.

La voz de Adam me congeló en seco. El sueño y el cansancio desaparecieron de golpe cuando lo vi a unos pasos frente a mí. Pero había algo raro: aunque había dicho mi nombre, no estaba mirándome. Su atención estaba fija en algo detrás de mí.

Me volteé entones y quedé cara a cara, o mejor dicho, cara a pecho con Hunter Reynolds.

M I E R DA.

¿Cuánto rato llevaba Hunter parado detrás de mí? Ahora todo tenía sentido. Las miradas, los murmullos... Claro que se sorprendían. Ver a Hunter y a mí juntos debía parecerles una broma de mal gusto. O peor aún, ¿y si Hunter estaba haciendo caras de burla detrás de mí todo este tiempo y yo ni siquiera me había dado cuenta?

—Abby, necesito hablar contigo —dijo Adam, sin miramientos.

Por dentro, sentí un alivio inmediato. Gracias a él, podría librarme de Hunter una vez más.

—¿Todo está resultando como quieres, no? —susurró Hunter, lo bastante bajo para que solo yo lo escuchara. Su voz se deslizó como veneno. —No podrás esconderte para siempre, ¿sabes? Tarde o temprano sucederá. Y yo diría más temprano que tarde.

Antes de que pudiera contestar, Hunter sonrió con esa sonrisa suya llena de satisfacción, como si ya hubiera ganado una partida de ajedrez que yo ni siquiera sabía que estaba jugando. Luego, se dio la vuelta y se alejó tranquilamente por el pasillo.

Me volví hacia Adam, haciendo un esfuerzo por parecer tranquila, aunque sabía que mi sonrisa falsa no engañaría a nadie. Él tampoco parecía estar del mejor humor. Se veía tan agotado como yo.

—Hola, Adam.

—Hola, Abby.

Nos quedamos mirándonos fijamente como dos idiotas durante un minuto entero, sin decir nada ni hacer ningún movimiento. El silencio se volvió incómodo, pero ninguno de los dos parecía saber qué hacer al respecto.

—Creo... —dijo finalmente Adam, rompiendo el silencio—. Que deberíamos ir a hablar a un lugar más privado.

Asentí, intentando no pensar demasiado en lo extraño de la situación.

—De acuerdo.

Caminamos en silencio por los pasillos. Adam mantenía la cabeza baja, como si cargar con su propia presencia le pesara. Finalmente llegamos al baño de chicos. Él empujó la puerta y entramos sin cruzarnos con nadie.

Avanzamos hasta el área de los camarines. Adam me hizo un gesto para que me sentara en un banquito metálico, y luego él se dejó caer en otro frente a mí. El eco de nuestros pasos y respiraciones resonaba en el espacio vacío, haciéndome sentir más nerviosa de lo que ya estaba. No podía dejar de observarlo. Su expresión ansiosa y los hombros encorvados me hicieron preguntarme qué había pasado después de nuestro último encuentro. ¿Y si Hunter se había desquitado con Adam porque aún no había conseguido lo que quería de mí? Esa posibilidad me golpeó de repente.

—Abby... —La voz de Adam se quebró, y en un instante se lanzó hacia mí, rodeándome con sus brazos, apretándome con una fuerza que me dejó casi sin aire.

Fue tan sorpresivo que ni siquiera atiné a alejarlo. Estaba demasiado impactada ante su comportamiento.

—Tú... ¿recuerdas la noche del viernes, verdad? —preguntó con voz temblorosa, alejándose lo justo para mirarme a los ojos. —¿Recuerdas... en lo que me convertí?

Asentí, sintiendo un nudo en la garganta.

—Sí, lo recuerdo.

Adam cerró los ojos con fuerza y apretó los puños sobre sus rodillas, como si estuviera luchando contra algo interno.

—No puedo controlarlo, Abby... Me he convertido en un monstruo. —Sus palabras se quebraron al final, y pude ver cómo sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas.

Verlo así, tan roto, me dejó sin palabras.

—Nunca quise que esto pasara —susurró, como si estuviera confesando el mayor de los pecados—. Ya no soy normal.

Extendí una mano temblorosa y la apoyé sobre su hombro, sin saber realmente qué hacer.

—Tranquilo... Todo va a estar bien —dije, aunque ni yo misma lo creía del todo. Quería calmarlo, pero mis palabras se sintieron vacías.

Adam bajó la cabeza, pero su voz se endureció.

—No, tú no lo entiendes... ¡No, no sabes nada! —gritó de repente, haciendo que me sobresaltara. El eco de su voz rebotó contra las paredes del camarín.

Me quedé paralizada, sin saber cómo reaccionar.

—Cuando me transformé, casi te hago daño... Pude haberte matado, Abby.

Mi estómago se hundió con ese pensamiento.

—¿Tú... recuerdas eso? —pregunté en voz baja, esperando una respuesta que no quería oír. Si él recordaba esa parte, quizás también recordaría a Hunter.

—No exactamente. Solo recuerdo lo que pasó antes de transformarme... y algo del proceso. —Hizo una pausa, como si dudara en seguir hablando. —Además... alguien me ha estado ayudando.

Me enderecé en el banco, mi mente estaba yendo de inmediato hacia una posibilidad aterradora.

—¿Ah, sí? —Lo miré con atención. —¿Quién?

Adam bajó la mirada, como si estuviera decidiendo si debía o no decírmelo.

—Si te lo digo... probablemente te enfades.

Fruncí el ceño, el nerviosismo iba aumentando en mi pecho.

—¿Quién es? —insistí. Su evasiva me dejó claro que era alguien que conocía.

Adam tragó saliva, apartando la vista por un momento, y luego finalmente me miró a los ojos, con algo parecido a la vergüenza.

—Es Gina.

Mi mente se quedó en blanco por un instante.

—¿Gina? —murmuré, como si decir su nombre en voz alta me ayudara a comprenderlo. No tenía ningún sentido. ¿Por qué ella? ¿Cómo era posible que justo ella estuviera involucrada?

Recordé la escena en la fiesta, cuando los vi juntos. Ahora las piezas empezaban a encajar. ¿Qué había realmente entre Adam y Georgina?

—¿Por qué? —La pregunta salió de mis labios casi como un suspiro.

Adam se frotó la nuca, visiblemente incómodo.

—Somos amigos. Sé que no te agrada, pero... yo también me sorprendí de que quisiera ayudarme.

Lo miré con escepticismo, sin poder evitarlo.

—¿Solo amigos? —Mis palabras sonaron más mordaces de lo que pretendía.

—Amigos—repitió con determinación—. Lo de la fiesta fue... algo que no debió pasar. Perdón.

Solté una risa amarga, más para mí misma que para él.

—Te disculpas mucho últimamente.

Adam suspiró, pasándose una mano por el cabello, claramente frustrado consigo mismo.

—Lo sé... He sido un idiota.

Sentí cómo mis ojos comenzaban a llenarse de lágrimas sin previo aviso. No esperaba que todavía lo de Adam me afectara tanto. Tragué saliva, haciendo todo lo posible por contener mis sentimientos, obligándome a mantener la compostura.

—¿Quién era el chico que estaba contigo hace un rato? —preguntó Adam de pronto, cambiando de tema bruscamente—, es la segunda vez que lo veo contigo.

El comentario me descolocó por completo. Al menos, eso confirmaba que no recordaba nada del Vampiro.

—Es solo un amigo —respondí, dejando que se filtrara un tono ligeramente malicioso, casi sin darme cuenta. Era absurdo, pero quería devolverle un poco de la incomodidad que me hacía sentir, equiparar de alguna manera la humillación que cargaba.

—¿Un amigo? —repitió Adam, frunciendo el ceño, claramente molesto.

Ese tono irritado suyo fue la gota que colmó mi paciencia. ¿Cómo se atrevía a mostrarse celoso? ¿Después de todo lo que había hecho? Mi sangre hervía de frustración.

—Ya veo... —murmuró con una mezcla de fastidio y resignación, como si esperara una explicación que no iba a recibir.

—¿Sabes qué? —dije, sintiendo la ira filtrándose en cada palabra. —Creo que ya hemos tenido suficiente por hoy.

Me puse de pie con rapidez y me dirigí hacia la puerta. No iba a seguir dándole vueltas a esa conversación inútil. Cada segundo más a su lado solo aumentaba mi enfado y agotamiento.

━━━━━━━━━※━━━━━━━━━

Estaba en mi cuarto, martillando clavos en la ventana. Cada golpe resonaba con una cadencia pesada. La presión en mi pecho seguía aumentando, pero esa noche había decidido dormir a como diera lugar. No importaba si el mundo se desmoronaba, necesitaba descansar.

Cuando terminé, me aseguré de que la ventana estuviera bien cerrada y bloqueada. Con el cuarto en completo silencio, me metí en la cama. Bajo las sábanas, el peso reconfortante de la manta sobre mí era lo único que me mantenía anclada al presente. Cerré los ojos, y el sueño me arrastró rápidamente hacia un oscuro y profundo vacío.

—Despierta.

La voz atravesó mis sueños como un cristal quebrándose.

—He sido bastante paciente hasta ahora... —continuó, con un tono pausado que contenía una amenaza latente.

Intenté aferrarme al sueño, pero algo me sacudió con fuerza, arrastrándome de las sábanas y lanzándome de nuevo sobre la cama. Desperté de golpe, con mis ojos abiertos como platos y el corazón martillando en mi pecho.

Frente a mí, con una sonrisa divertida, estaba Hunter Reynolds.

—Ya no tendrás otro plan para aplazar la mordida, ¿o sí? —murmuró, inclinándose un poco hacia mí con una expresión retorcida.

—Hu... ¡Hunter! —exclamé, mientras mi mirada se movía frenéticamente por la habitación. Tenía que encontrar mi bate de béisbol.

Y lo encontré. Estaba justo en sus manos.

—¿Buscabas esto, no? —se burló, levantando el bate como si fuera un trofeo.

—No...

—Entonces hagamos esto rápido. Ya he esperado demasiado, y no pienso seguir haciéndolo.

Mi boca estaba seca y la garganta se me cerraba del miedo. El momento había llegado, y cualquier esperanza de escapar se había esfumado rápidamente. ¿Cómo demonios había entrado? No importaba. Ya no tenía sentido pensar en ello. Lo único que quedaba era enfrentar lo inevitable.

—¿Puedo ir al baño antes? —pregunté con voz temblorosa, aferrándome a la última idea desesperada que cruzó por mi mente.

Hunter alzó una ceja, claramente aburrido.

—¿Hablas en serio?

Asentí con rapidez.

—Ya no puedo aguantar más...

Bufó, como si mi solicitud fuera la cosa más ridícula que había escuchado esa noche.

—Cinco minutos —dijo secamente.

Corrí al baño y cerré la puerta de un golpe. El espejo frente a mí reflejaba un rostro pálido, con ojeras profundas y miedo en cada línea. Lavé mi cara con agua fría, pero no conseguí despejarme del todo.

Miré el reloj digital sobre la repisa del lavabo. 3:30 AM. Al menos había dormido cinco horas. No era mucho, pero en estas circunstancias, era algo.

Pensé en saltar por la ventana del baño, pero rápidamente descarté la idea. Era demasiado pequeña, y estaba en un segundo piso. La caída podría ser peor que lo que me esperaba afuera.

—¿Ya estás lista? —preguntó Hunter desde mi cuarto. Había algo en su tono que me heló la sangre. —No escucho ese típico ruido que haces cuando... ya sabes.

Sentí que el calor me subía a las mejillas.

—¡Ya saldré! —le grité, odiando lo incómodo que era todo aquello—. ¡Y no estés tan atento! Si no, no podré hacerlo.

Él no respondió.

Solo había pedido ir al baño para ganar tiempo, pero ahora ya no tenía otro plan. Coloqué la mano en la perilla de la puerta y quité el seguro, pero no me atreví a girarla. Mis manos temblaban, y podía sentir mi corazón golpear contra mis costillas, como si quisiera escapar antes que yo.

—No puedo... —murmuré sin darme cuenta. Las palabras salieron solas, como un susurro de desesperación.

La puerta se abrió bruscamente, y Hunter me sacó del baño con facilidad. Su mirada estaba cargada de frustración, su mandíbula tensa y sus ojos oscuros, como si estuviera a punto de perder el control.

—¿Podrías no hacerlo? —susurré, apoyando la espalda contra la pared para mantenerme en pie. Mis piernas parecían a punto de ceder.

Hunter soltó una carcajada seca y negó con la cabeza

—Deja de creer que puedes ponerme límites. No eres nada. Si lo quisiera, podría romper nuestro trato ahora mismo y acabar contigo.

Tragué saliva, sintiendo cómo mi garganta se cerraba aún más.

—Pero no he hecho nada...

—¡Sí lo has hecho! —espetó, enarcando las cejas en un gesto irritado—. ¿Crees que no me doy cuenta de lo que haces para evitar que te muerda? No soy idiota.

—Intenta ponerte en mi lugar —dije, aunque mi voz apenas era un hilo tembloroso—. Esto es difícil para mí...

Hunter negó lentamente.

—No puedo ponerme en tu lugar. Solo eres una humana.

Cerré los ojos por un segundo, intentando reunir el valor que me quedaba. Sabía que enfurecerlo solo empeoraría las cosas. Lo mejor sería hacer lo que él pedía, al menos por ahora.

—Bien, entonces hazlo —murmuré finalmente, abriendo los ojos.

Hunter sonrió, cargando una expresión sádica que me hizo estremecer.

—Lo iba a hacer de todos modos. Pero será mejor para ti si no te opones.

Había empezado a temblar mucho más ahora.

—¿Dolerá? —susurré, mi voz apenas era audible.

Hunter soltó una risa seca.

ㅡ¿Tú qué crees?

ㅡQue sí...

—Prometo ser cuidadoso.

No le creía ni una palabra.

—¿Puedo ver el tamaño antes? —pregunté.

Hunter volvió a reír, esta vez con más ganas.

—¿El tamaño de qué?

Oh, no... Él era un mal pensado. Y en el peor momento posible. Sentí cómo el calor subía por mi cuello, pero hice un esfuerzo por mantener la compostura.

—De tus colmillos, ¿qué más iba a ser?

—Tranquila. No durará demasiado.

Tampoco le creía eso.

ㅡ No, no sé si pueda hacerlo...

—Sí podrás. —Hunter habló como si fuera la cosa más sencilla del mundo—. Yo haré todo. Tú sólo debes... relajarte.

¿Relajarme? Por supuesto, solo debía dejarme morder hasta caer muerta. Fácil, ¿no?

ㅡ ¿Y si muero? —solté, porque honestamente esa posibilidad no dejaba de rondar mi mente.

Hunter esbozó una media sonrisa, como si la pregunta lo entretuviera.

—Hicimos un pacto, ¿recuerdas cuál era?

Asentí.

—No sé si puedo confiar en ti.

Él frunció el ceño y su mirada se endureció.

—No tienes por qué hacerlo.

Antes de que pudiera reaccionar, me tomó por sorpresa. Un brazo suyo me rodeó con fuerza y empujó contra la pared. El aire abandonó mis pulmones en un jadeo, y el frío de su cuerpo contrastó con el calor que sentía por los nervios. Quedé atrapada entre él y la pared, sin espacio para escapar.

Con la otra mano apartó mi cabello, sus dedos rozaron mi cuello como una advertencia silenciosa. Se quedó así, inmóvil, mirándome como si ese pequeño pedazo de piel fuera todo lo que importaba en el mundo. Su mirada era profunda, casi hipnótica. El tiempo parecía haberse detenido.

Cuando sus labios finalmente rozaron mi cuello, un escalofrío me recorrió de pies a cabeza. Luego, sin aviso, sentí sus colmillos hundirse en mi piel. Reprimí un grito, mordiendo fuerte mi lengua para no soltarlo. El dolor fue agudo, como dos agujas gruesas perforándome la carne. La sensación me sacudió, intensa y penetrante, como si cada segundo bajo sus colmillos durara una eternidad.

Escuché el sonido de su garganta mientras bebía. Era un ruido húmedo y grave, casi animal. Tenía los ojos cerrados, y en su expresión había algo inquietante: una mezcla de concentración y placer. Lo estaba disfrutando, mientras yo apenas podía soportarlo.

Las lágrimas brotaron sin que pudiera evitarlas. Cada segundo de tortura hacía que me sintiera más pequeña, más vulnerable. No sabía si era la mordida o el peso del momento, pero no podía dejar de llorar.

Hunter abrió los ojos al escuchar mis sollozos. Sus pupilas dilatadas, ahora teñidas de un rojo oscuro casi negro, me miraron fijamente. Sentí que mi cuerpo se paralizaba bajo su mirada, como si pudiera leerme el alma mientras aún tenía sus colmillos enterrados en mí.

Intenté calmarme, ahogar mis sollozos y contener las lágrimas, pero fue inútil. Él suspiró con fastidio, como si mi sufrimiento le resultara inconveniente. Con un movimiento rápido, retiró sus colmillos, y el dolor al hacerlo fue incluso peor, como si la herida se abriera más al liberarse.

Jadeé y me llevé una mano al cuello, sintiendo la piel caliente y húmeda por la sangre. Hunter me observó en silencio, su expresión era seria e imperturbable, como si nada de lo que acababa de hacer tuviera importancia para él.

Mis piernas temblaron, y, sin fuerzas para mantenerme en pie, caí lentamente al suelo. Mi espalda se apoyó contra la pared mientras la vista se me volvía cada vez más borrosa. Hunter se agachó frente a mí, pero su rostro ya era una sombra difusa en el borde de mi conciencia.

Mis párpados pesaban como plomo. Lo último que vi antes de rendirme fue la vaga figura de Hunter, observándome con una expresión inescrutable. Y entonces, finalmente, todo se volvió oscuridad.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top