Capítulo 44: Un bebé
—Hemos venido en son de paz... —murmuró Nathan, clavando su mirada en Hunter con una sonrisa ladeada—. No frunzas así el ceño, padre.
Antes de que pudiera procesarlo, Amber y Drake aparecieron junto a él. Hunter reaccionó de inmediato, y en cuanto hizo amago de cerrarles la puerta en las narices, Amber lo detuvo, bloqueándola con ambas manos.
—¡Yo los traje! —dijo la chica, haciendo fuerza para evitar que Hunter cerrara la puerta—. ¡Hemos venido a ayudarte! Tuve una visión, por eso estamos aquí. ¿Qué era esa cosa mutante que los atacó?
Hunter aflojó la presión sobre la puerta, pero su rostro seguía sombrío.
—Si realmente quieres ayudar —dijo con frialdad—, llévate a esos dos de vuelta.
—No van a hacer nada malo, lo sé. Confía en mí —insistió Amber, con voz cargada de determinación.
—Es cierto —añadió Drake con una sonrisa burlona—. Confía en ella. Ya nos quedó claro que no podemos morder a Dulzura.
Hunter giró la cabeza hacia él, y su ceño se frunció aún más.
—¿Dulzura? —repitió con un tono de evidente molestia.
Nathan soltó una risa ligera.
—¿No te gusta? —dijo en tono burlón—. Vamos, ya la has probado, ¿no? El apodo le queda perfecto.
—Nate, cállate —intervino Amber, mirándolo con fastidio—. Por favor, Hunter. Déjanos ayudar.
—No hay nada que puedan hacer —replicó Hunter, tajante.
De repente, un escalofrío intenso recorrió mi cabeza, como si mi cerebro estuviera sumergido en hielo. Una sensación fría y opresiva me invadió, y entonces supe lo que estaba pasando.
—¡¿Qué demonios?! —grité, llevándome las manos a las sienes mientras miraba a Drake con furia. El efecto, por suerte, desapareció en unos segundos.
—¿Estás bien? —preguntó Hunter, agachándose a mi lado con preocupación en su mirada.
—Eso creo... —respondí, sintiéndome poco a poco más estable.
Drake chasqueó la lengua, ignorando la advertencia implícita en la mirada asesina de Hunter.
—Así que quieren salir de Alemania... —comentó con aire casual, aunque sus ojos afilados mostraban que no hablaba por hablar—. ¿Por qué?
Amber lo interrumpió antes de que pudiera continuar.
—No interesa el porqué. Vamos a ayudarlos. Pediremos prestado un avión en el aeropuerto.
La carcajada de Nathan resonó en el lugar, seca y burlona.
—Vaya, vaya... Así que ahora somos ladrones de aviones.
—No necesitamos su ayuda —insistió Hunter.
—Claro que sí —terció Drake, adoptando un aire despreocupado—. Así todo irá mucho más rápido. Y, además... será una buena manera de saldar nuestra deuda con Dulzura, ¿no?
—Soy Abby, no Dulzura —espeté, cruzándome de brazos. Luego miré directamente a Amber, ignorando a los otros dos—. Nathan y Drake se miraron entre sí con sonrisas cómplices, claramente satisfechos con mi respuesta.
No estaba segura de por qué había dicho aquello, pero, por alguna razón, confiaba en que esta vez Amber tenía razón. Todo iba a salir bien.
Aceptaré su ayuda, pero solo por ella. No por ustedes.
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Nathan y Drake eran un completo desastre.
Se nos adelantaron al aeropuerto, y para cuando llegamos, el caos estaba desatado. Un verdadero espectáculo digno de un par de lunáticos.
No se molestaron en detener el tiempo o actuar con discreción. Simplemente entraron al hangar como si nada y, según Amber, su presentación fue algo como: "¡Hey, somos vampiros! Denos un avión o los matamos a todos."
Obviamente, nadie les creyó... hasta que comenzaron los destrozos. Y ella tuvo que ocuparse de limpiar el desastre.
—Lo intentamos por las buenas, pero ellos insistieron en las malas —dijo Nathan con un encogimiento de hombros, como si aquello fuera una nimiedad.
Si no fuera por Amber, habrían matado a un buen número de personas. Tanto ella como Hunter se encargaron de alterar los recuerdos de los involucrados para intentar reparar el desastre. Mientras tanto, Nathan y Drake seguían actuando como si la destrucción fuera parte de su naturaleza, completamente indiferentes al daño.
Hunter no ocultaba su furia. Apenas habló durante todo el proceso, pero sus gestos lo decían todo. Cuando finalmente subimos al avión, su frustración explotó.
—¿Alguien aquí tiene idea de cómo hacer que esta cosa vuele? —preguntó Drake, inspeccionando los controles con curiosidad infantil.
—Podríamos secuestrar a un piloto —sugirió Nathan con una sonrisa de satisfacción.
—No haremos eso —interrumpió Amber, cortante.
—¿Y quién dijo que ustedes viajarían con nosotros? —dijo Hunter, su tono fue cortante como una cuchilla y su mirada gélida, iba dirigida especialmente hacia Nathan y Drake.
Amber suspiró, exasperada.
—¡Ya basta, Hunter! Sé que estás enojadísimo por lo que hicieron estos idiotas, pero sabes cómo son. Ya no harán nada malo.
Nathan intervino con un tono casi burlón:
—No hace falta que nos justifiques, Amber. Yo no me arrepiento, pero no quiero más problemas, así que prometo comportarme... al menos hasta que me aburra.
Hunter no respondió, pero su mandíbula se tensó. Sin más palabras, tomó asiento frente a Nathan y Drake, en una clara señal de que no los perdería de vista. Su intención era evidente: mantenerlos lejos de mí.
Finalmente, Amber hipnotizó a una piloto. Aunque me daba lástima, confiaba en que ella y Hunter no dejarían que le pasara nada. Bajo tales conficiones de estrés, la hipnosis no duraría demasiado, lo que significaba que tenían que hacer rondas para mantenerla bajo control.
Dentro del avión, a pesar del espacio libre, no lograba sentirme cómoda. La simple presencia de Nathan y Drake me ponía en alerta. No confiaba en ellos, no después de lo que habían hecho.
Hunter me observaba de vez en cuando, pero mantenía su posición en la cabina, firme en su papel de vigilante.
—Hola... —Amber se dejó caer en el asiento junto a mí, su saludo fue acompañado de un suspiro cansado.
—Hola —respondí con una media sonrisa.
—Llevamos casi dos horas de vuelo, pero aún queda mucho —informó, estirando las piernas.
—Es largo...
Asintió. Luego, después de unos segundos de silencio, añadió:
—¿Te molestaría si te hiciera unas preguntas?
Negué con la cabeza. Confiaba en ella, al menos más que en los demás.
—¿Qué edad tienes?
—Diecisiete. Aunque cumplo años en unas cuantas semanas.
Sonrió.
—En años humanos, soy casi seis años menor que tú.
—Eres muy joven...
—Para ser un vampiro, ¿no? —bromeó, divertida—. ¿Esperabas que pasara de los ochenta?
Solté una risa suave.
—Bueno, ¿qué más quieres saber?
—No estoy segura... Solo quería hablar contigo. Me agradan los humanos.
—¿Por qué?
Se encogió de hombros.
—No lo sé. Supongo que es como a ti te gustan los vampiros.
—A mí no me gustan los vampiros... Hunter es la excepción —murmuré, sintiéndome avergonzada al instante.
—¿Qué dijiste, Dulzura? —Drake apareció de repente, interrumpiendo la conversación.
Al menos Nathan seguía en la cabina bajo la mirada vigilante de Hunter.
—Me niego a creer que no te gusten los vampiros. Vamos, seguro estás mintiendo.
—Quieto y callado te veías mejor —intervino Amber, fulminándolo con la mirada.
Drake sonrió.
—Me veo increíblemente bien de cualquier forma, hermanita.
Me removí incómoda bajo la mirada insistente de Drake. No apartaba los ojos de mí, y eso ya me estaba fastidiando.
—No me mires —dije con frialdad, enfrentándolo directamente.
—Lo que desees, Dulzura —respondió, sonriendo con burla.
—Detesto que me llames así.
—Es inevitable... —dijo con una risa ligera.
—Basta, Drake. Te estás buscando problemas —advirtió Amber, molesta.
—Yo solo quiero saber más de ella —dijo él, divertido—. Aunque también puedo entrar en su mente para averiguarlo...
—¡No lo harás! —repliqué, tajante.
—Tranquila, Dulce Abigail. Sólo bromeaba... esta vez.
Finalmente, se alejó, dejándonos a Amber y a mí en paz. Aunque seguía sin confiar en él, me aliviaba que Hunter estuviera cerca, listo para intervenir si intentaban algo.
Amber rompió el silencio con un susurro tímido:
—Sabes... tuve una visión contigo.
Eso despertó mi curiosidad al instante. Era increíble que esa fuera su habilidad.
—¿Qué viste?
Amber pareció dudar antes de responder.
—El futuro siempre puede cambiar... pero, ¿estás segura de que quieres saberlo?
Mordí mi labio, insegura.
—¿Es algo bueno o algo malo?
—Yo diría que bueno.
La curiosidad me invadió por completo.
—Sea bueno o malo, quiero saberlo... —suspiré, ansiosa—. ¿Una pista, aunque sea? ¿Una palabra?
Amber sonrió con un toque divertido.
—¿Estás segura? —asentí rápidamente, impaciente—. ¿Completamente segura?
Volví a asentir, moviendo la cabeza como loca.
—Solo una palabra clave.
Se inclinó hacia mí, su sonrisa se tornó misteriosa, y al acercarse a mi oído, susurró:
—Un bebé.
¿Un bebé...?
¡Oh por dios, un bebé!
—¿Cu... cu... cuándo tuviste esa visión? —balbuceé completamente aturdida.
—Cuando subimos al avión —respondió tranquilamente.
Mordí mi labio tan fuerte que temí hacerme daño.
—¿Crees que sea de...?
—¿Hunter? —Ella lo dijo con toda la naturalidad del mundo mientras yo trataba de mantenerme discreta—. No lo sé... supongo.
—¿Tu visión no te mostró más detalles?
—No, solo a ti cargando a un pequeño o pequeña. Aunque... había dos cunas, lo cual es curioso. A veces mis visiones tienen fallas.
—¿De qué edad parecía? —pregunté nerviosa—. Por favor, no digas ninguna edad que empiece con "dieci... algo".
Amber rió.
—Tampoco puedo asegurarte eso.
—¿Pero estás segura de que yo era su madre?
Su expresión reflejaba cierta confusión.
—¿Acaso no quieres ser mamá alguna vez?
Negué con tanta vehemencia que Amber soltó una carcajada ante mi reacción exagerada.
Después de un rato, el cansancio me venció y me quedé dormida con Amber aún a mi lado. Su presencia me daba algo de tranquilidad, suficiente para descansar. Pero más tarde, alguien me despertó... de una forma inesperada.
Hunter.
Sentí pequeños besos en mi rostro mientras dormía, y aunque fueron suaves, no tardé en reaccionar al último de ellos. Cuando abrí los ojos, Amber ya no estaba.
—Ya es de noche... —murmuró en el corto instante que dejó de besarme.
Sonreí adormilada.
—¿Y me despertaste porque es de noche?
Rió bajo.
—Porque estamos a una hora de llegar —dijo antes de besarme otra vez—. Y porque quería besarte también...
—Pensé que estabas enojado... —musité, todavía medio dormida.
—¿Por qué pensaste eso?
—Parecías estarlo...
—Claro que no —aseguró con una sonrisa suave—. No estoy enojado contigo. Si estuve distante fue porque Drake no dejaba de intentar entrar en mi cabeza. Eso me causó un fuerte dolor, pero... es mejor que intente conmigo a que lo haga contigo.
Sus palabras hicieron que mi pecho se llenara de ternura, pero la sensación duró poco, porque volvió a besarme, más profundo esta vez.
—Esto me quita el dolor de cabeza, ¿sabes? —murmuró con voz ronca.
El ambiente dentro del avión era sereno. La luz tenue hacía que el momento se sintiera más íntimo, más real. Pero esa paz no duró.
—¡TENGO HAMBRE! —Drake irrumpió con un grito tan inesperado que salté en mi asiento.
Hunter y yo giramos al unísono hacia él. Nathan y Amber estaban sentados cerca, mientras Drake parecía disfrutar de la interrupción.
—Drake tiene hambre —avisó Nathan, como si acaso eso ya no hubiera quedado evidente.
Amber se veía frustrada, y con un suspiro pesado, explicó:
—Tuve que traerlos aquí o iban a morder a la piloto.
Hunter apretó los dientes. Podía sentir su irritación.
—Entonces... ¿puedo beber un poco de Abigail? —preguntó Drake, con una aparente ingenuidad que no me engañó.
—¡No! —respondimos Hunter y yo al mismo tiempo.
—Solo un poco —insistió.
—¡No! —repetí, firme.
—Entonces bésame.
—¡NO! —La voz de Hunter fue un rugido bajo que dejó claro su límite.
Nathan se inclinó con desgano.
—Mejor bebe de mi sangre y así te callas de una vez.
Drake lo miró con un destello de sorpresa en los ojos. Y así, todo volvió a una calma relativa... hasta que la piloto decidió saltar del avión con un paracaídas.
Para cuando el pánico se disipó, Amber ya estaba en la cabina intentando aterrizar.
—¿Está segura de que puede hacerlo? —preguntó Hunter mientras ajustaba un paracaídas en mi espalda.
—Pues es lo que ha dicho —respondió Nathan—, según su visión, saldremos ilesos.
El avión se tambaleó con una turbulencia inesperada, haciendo que nos agarráramos para no caer.
—Espero que sí... —masculló Hunter.
El aterrizaje fue todo menos elegante. Las alas del avión golpearon árboles, y el impacto final nos sacudió como si fuéramos simples muñecos de trapo.
Miré a mi alrededor; un manto oscuro de copas de árboles nos rodeaba. Estábamos en el bosque, pero... ¿exactamente en qué parte?
Hunter y yo descendimos del avión con cautela, aún aturdidos por la turbulencia y el estruendo del aterrizaje. La brisa nocturna traía consigo un aroma a tierra húmeda y madera astillada. El paisaje se veía caótico: ramas rotas y hojas desperdigadas adornaban el suelo junto a piezas del avión que habían salido volando en el impacto. Justo cuando empecé a asimilarlo todo, un grito grave rompió el silencio:
—¡¿Qué mierda han hecho?! ¡Brenda!
Volteamos de inmediato hacia la fuente del sonido y, para mi asombro, era Derek. Estaba parado a unos metros de distancia, con los brazos extendidos hacia el avión, visiblemente alterado.
—¡Derek! —gritó Hunter, apurándose para acercarse a él. Yo lo seguí, sintiendo una mezcla de confusión y alivio. ¡Cielos! No tenía idea de por qué estaba allí o por qué gritaba así, pero estaba feliz de verlo.
—¡Brenda! —volvió a gritar, señalando hacia el avión con una expresión de puro horror.
Hunter y yo intercambiamos miradas incrédulas. ¿Brenda? ¿Quién era Brenda?
—¿Brenda...? —pregunté, ladeando la cabeza, todavía sin entender nada.
Derek señaló más allá del avión, y finalmente lo vi. Bajo la nave se encontraba lo que quedaba de la pequeña cabaña de madera que solían usar. Las vigas estaban destrozadas, y parte del techo sobresalía en ángulos imposibles desde debajo del fuselaje.
—Oh, no... —mascullé, llevándome las manos a la boca.
—¿Brenda estaba allí dentro? —preguntó Hunter, alarmado.
—¿Qué dices? —respondió Derek, frunciendo el entrecejo con desdén—. ¡NO, IDIOTA! ¡BRENDA ES LA CASA! ¡LA ASESINARON!
Hunter y yo nos quedamos boquiabiertos. ¿La cabaña tenía nombre? Eso era nuevo.
—¿En qué momento la nombraste? —preguntó Hunter con incredulidad.
—Oh, desde que se fueron —dijo Derek encogiéndose de hombros—. Estaba quedándome aquí. No me gusta quedarme donde Nicholas cuando tú no estás.
—¿Y Zac? —preguntó Hunter, cambiando el tema rápidamente.
—Zac no... —Derek quedó a medio terminar la frase, con la mirada fija en algo detrás de nosotros. —¡¿Amber?!—gritó de repente, apartándonos de su camino mientras corría hacia la vampira.
La levantó en el aire y la hizo girar mientras la recibía con un cálido abrazo.
—¡Es muy bueno verte! Pero... ¿qué haces aquí? ¿Cómo es que...? —Su entusiasmo se esfumó tan pronto como sus ojos se posaron en Nathan y Drake, quienes observaban desde la distancia con aire despreocupado. Su expresión cambió de inmediato a una mezcla de hostilidad y sarcasmo.
—Par de mierdas andantes... —murmuró Derek con el ceño fruncido.
Ambos vampiros se acercaron con calma, sus sonrisas burlonas apenas eran disimuladas.
—Tiempo sin verte, hijo de perra... —murmuró Nathan con una sonrisa altanera.
—¿Aún sigues con pulgas? —añadió Drake, ganándose un gruñido de Derek.
—Si no tuvieran la sangre del maldito de Hunter, ya los habría hecho ceniza hace años —gruñó Derek, irguiéndose con desafío.
—Relájate, perrito —respondió Nathan con calma aparente—. No venimos por ti. Sólo estamos de paso.
La tensión se sentía palpable mientras Derek lanzaba una mirada en nuestra dirección, buscando respuestas.
—Vámonos, Amber —interrumpió Nate, señalando hacia el avión—. Ya cumplimos aquí, tenemos que regresar.
—Lo sé... —murmuró Amber, arrastrando las palabras, con la mirada fija en el suelo.
—¿Cómo que tan pronto? —protestó Derek, cruzándose de brazos como un niño molesto. Luego aclaró con rapidez—: Oh... lo digo por Amber. Ustedes, Bestias Bestiales, pueden largarse ahora mismo.
Amber dejó escapar una risa suave, aunque no alcanzaba a ocultar la tristeza en su rostro.
—Tengo que irme, lo siento mucho —dijo con un hilo de voz, observándonos con una mezcla de disculpa y nostalgia—. Intentaré regresar. Ustedes también deberían venir a verme. Todos.
Derek suspiró profundamente, su expresión se suavizó por un instante.
—Sabes que no puedo volver a ese lugar... —dijo en voz baja, con una nota de amargura en sus palabras.
—Amber, vámonos —intervino Drake con impaciencia.
Amber asintió, aunque parecía hacerlo a regañadientes. Se acercó a nosotros y se despidió uno por uno. Su abrazo fue cálido, pero breve. Nate y Drake esperaban a unos pasos, lanzando miradas impacientes hacia nuestro sitio.
Y así, todo terminó. Los vimos desaparecer entre las sombras del bosque, y mientras lo hacían, no pude evitar preguntarme cuándo volvería a verla.
Mi mente seguía divagando cuando sentí que unos brazos fuertes me envolvían de golpe. Era Derek.
—¡Los extrañé mucho! —exclamó con su típica efusividad mientras me levantaba del suelo y me estrujaba como si fuera una muñeca de trapo. Antes de que pudiera recuperar el aliento, hizo lo mismo con Hunter, quien soltó una risa incómoda.
—Sólo fueron unos días... —comenté, tratando de sonar relajada mientras me frotaba los costados adoloridos—. Pero sí, yo también te extrañé.
Me lancé en un intento de devolverle el abrazo con la misma energía, pero levantarlo del suelo era, literalmente, imposible. Derek soltó una carcajada burlona.
—Ni siquiera avisaron que volverían. Y... ¿qué hacían ellos aquí? —preguntó, mirando hacia donde habían desaparecido Nate y Drake—. Me deben muchas explicaciones.
—Es una larga historia —intervino Hunter, cruzándose de brazos con un gesto pensativo—. Pero necesito hablar urgentemente con Zac. Abby ha estado teniendo problemas y...
—Hunter —lo interrumpió Derek, su tono repentinamente serio—. No he visto a Zac desde el día que ustedes se fueron. No tengo idea de dónde está.
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