Capítulo 41: Sucesos inesperados
—¿No vas a decir nada? —insistió ella, con un tono que oscilaba entre el reproche y el desafío—. Quizá me equivoqué al llamarte "padre" frente a ella. Calma, puedo arreglarlo.
—No es necesario —intervino Hunter. Su voz era gélida, dura como el acero.
La chica parpadeó, claramente sorprendida, pero no retrocedió. Había algo en ella que irradiaba determinación, aunque también una vulnerabilidad apenas disimulada.
—Estaba preocupada por ti. No regresaste para las ceremonias y...
—No tenías que buscarme —la interrumpió Hunter con brusquedad.
—¿Cómo puedes decir eso? —espetó ella, dolida—. No podía quedarme de brazos cruzados frente a la injusticia.
Hunter la miró con severidad, sus ojos oscuros parecían atravesarla.
—¿Viniste sola?
—Nathan y Drake vinieron conmigo —respondió, algo titubeante.
Apenas mencionó esos nombres, el rostro de Hunter se endureció aún más. Una sombra de enfado cruzó por su expresión.
—¿¡Por qué demonios los trajiste aquí!? —exclamó, su tono era tan afilado que me hizo encogerme ligeramente.
—Me aseguré de que no causaran problemas —respondió ella rápidamente, aunque su voz temblaba.
—Y seguramente no tardarán en hacerlo —murmuró Hunter con desdén—. ¿Dónde están?
—Estaban conmigo hace menos de un minuto, pero ahora... Yo... No lo sé.
—Maldición, Amber, ¿¡cómo que no lo sabes!? —La furia en su voz era tangible, como un látigo que cortaba el aire.
Amber frunció el ceño, su tono se volvió tan ácido como el de Hunter.
—¡No me grites, ¿está bien?! Aunque tal vez no lo creas, ellos también estaban preocupados por tu situación.
Fue entonces cuando su mirada se posó en mí, intensa, como si intentara descifrarme.
—¿Quién eres? —preguntó, sus ojos brillaron con una mezcla de curiosidad y hostilidad.
Sentí un nudo en el estómago bajo el peso de su escrutinio. Su rostro podía haber sido agradable, incluso bonito, en otras circunstancias. Pero ahora, teñido por la irritación, resultaba intimidante.
—Hola... —mi voz salió débil, insegura—. Mi nombre es Abigail.
De repente, el mundo entero se congeló. Literalmente. Las personas quedaron inmóviles, los autos detenidos en mitad de la calle, incluso los pájaros parecían suspendidos en el aire. Parpadeé, confundida. Mi primera suposición fue que Hunter estaba detrás de esto, pero al ver su expresión sorprendida, supe que él tampoco entendía qué estaba ocurriendo.
—¿Abigail? —Una voz masculina, burlona y maliciosa, rompió el silencio. Dos figuras aparecieron de la nada. Uno de ellos, un hombre de cabello negro y sonrisa ladina, me observaba con descaro—. Es humana. ¿Qué hace un vampiro con una humana si no es para comérsela? —Se inclinó ligeramente hacia adelante, como si buscara provocarme—. Literal o metafóricamente, claro.
Di un pequeño salto cuando sentí las manos de Hunter en mis hombros. Su agarre era protector, casi posesivo.
—Es mi novia —declaró con firmeza—. Y no pueden comérsela. Ni literal ni metafóricamente.
El pelinegro arqueó una ceja, divertido.
—Vaya, qué decepción. —A su lado, el otro hombre, de cabello castaño y sonrisa sarcástica, dio un paso adelante—. Pero bien, en ese caso, la dejaremos en paz... por ahora.
Ambos me miraban como si yo fuera un juguete interesante, y eso me ponía los nervios de punta. Hunter, en cambio, no apartó la vista de ellos ni por un segundo.
—¿Por qué demonios han venido? —preguntó con visible molestia—. Dudo que ustedes dos estén aquí por preocupación genuina.
La respuesta de los hombres fue una risa baja, desprovista de cualquier calidez. Amber permanecía callada, con la mirada clavada en el suelo, como si no supiera cómo intervenir.
—Qué manera de reencontrarte con tus descendientes, ¿no, padre? —dijo el pelinegro con sorna—. ¿Ya sabía tu novia acerca de nosotros? Me pregunto cómo se lo tomó.
—Por favor, Nathan, no seas así —dijo el castaño en tono condescendiente—. Ahora ella es como nuestra madrastra.
Hunter chasqueó la lengua, fastidiado.
—Basta. Si quieren hablar conmigo, bien, pero será en otro momento. No voy a tolerar que molesten a Abigail.
Nathan soltó un bufido de desdén.
—¿Molestarla? Apenas nos divertíamos un poco. Amber, ¿ya le contaste a este malagradecido por qué estamos aquí?
Amber levantó la vista, visiblemente incómoda, y negó con un movimiento casi imperceptible.
—Aún no lo hago... —admitió en voz baja, esquivando la mirada de Hunter.
Nathan no perdió la oportunidad para presionarla, disfrutando del momento como si fuera un juego.
—¿Y qué esperas? —preguntó con burla, inclinando la cabeza hacia un lado, como si estuviera evaluándola.
—¡Basta ya! —espetó Amber, alzando la voz de golpe. La firmeza en su tono sorprendió a todos, incluso a mí—. ¿Podrían dejar de actuar como unos idiotas por una maldita vez?
Drake, el castaño, soltó una carcajada breve y despreocupada, como si las palabras de Amber no tuvieran peso alguno.
—En realidad, tengo hambre —comentó, ignorando deliberadamente el reclamo de Amber—. Como muestra de consideración, Hunter debería permitirnos una probadita de su novia, ¿no?
Sentí un escalofrío recorrerme al escuchar aquello, y mi instinto fue dar un paso atrás, pero Hunter me sostuvo con firmeza.
—Suficiente —gruñó Hunter. Su tono era bajo, pero cargado de una autoridad que nadie en su sano juicio desafiaría—. Si tienen algo que decir, háganlo de una vez.
Nathan sonrió ampliamente, con una chispa de entusiasmo que me resultó inquietante.
—Te han perdonado —dijo, con una satisfacción evidente—. Tu exilio finalmente ha llegado a su fin. ¡Puedes regresar con nosotros!
El aire pareció volverse más denso ante sus palabras. Incluso yo, que apenas entendía la magnitud de lo que implicaba, sentí el impacto. Mi mirada se posó en Hunter, buscando alguna reacción. ¿Qué significaba esto para él? ¿Querría regresar? El solo pensamiento hizo que mi estómago se revolviera.
Pero Hunter permanecía inmutable, su rostro era una máscara de frialdad.
—No voy a volver —declaró al fin, con una firmeza que no dejaba lugar a dudas—. Si eso era todo, ya pueden marcharse.
La sonrisa de Nathan se desvaneció, reemplazada por una expresión cargada de desprecio.
—Eres una completa mierda, Hunter —espetó, cada palabra fue pronunciada como si fuera veneno—. Hacemos todo este trabajo de buscarte por el mundo, y tú simplemente andas jugando a ser un humano débil.
Drake soltó un suspiro teatral y agregó, con tono burlón:
—Aunque, de cierto modo, lo entiendo. Te deseo suerte con tu novia. Espero que aguantes un tiempo antes de matarla.
Mis ojos se abrieron como platos al escuchar aquello, pero antes de que pudiera decir algo, Nathan desapareció en un parpadeo. Drake lo siguió con una sonrisa sardónica, y tan pronto como se marcharon, el tiempo volvió a fluir como si nada hubiera pasado. Las personas volvieron a moverse, los autos avanzaron, y el mundo recuperó su ritmo habitual. Era como si ese extraño paréntesis nunca hubiera ocurrido.
Amber dio un paso atrás, claramente afectada por la situación.
—Lo lamento mucho —dijo, casi en un susurro—. Me voy.
Su mirada se cruzó brevemente con la mía, y algo en sus ojos me hizo pensar que sus disculpas iban dirigidas tanto a Hunter como a mí.
—Amber, espera... —Hunter trató de detenerla, pero ella ya había comenzado a alejarse.
Me quedé en silencio, tratando de procesar todo lo que acababa de suceder. Nathan y Drake eran tan diferentes de Hunter. Había algo en ellos que parecía carecer de cualquier respeto por los demás, y, de una forma inquietante, hasta cierto punto eso me recordó a cómo Hunter se comportaba conmigo al principio.
El sonido de una voz conocida me sacó de mis pensamientos.
—¡Chicos! —Violetta venía hacia nosotros con pasos rápidos y una expresión de angustia—. Gretchen me llamó. Tenemos que regresar ahora, lo siento mucho.
Mi madre estaba tan agitada que no pareció notar nada extraño en el ambiente. Para ella, todo seguía igual. Nadie, salvo nosotros, había percibido lo que había ocurrido.
—Sé que les dije que podían pasear un rato, pero será en otra ocasión. Tenemos que volver.
Hunter asintió sin decir una palabra, su mirada estaba aún fija en el punto donde Amber había desaparecido. Yo, por mi parte, sentía que una montaña de preguntas se acumulaba en mi mente.
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Esa tarde no cené. Violetta dejó comida para Hunter y para mí en la nevera antes de salir apresurada por una urgencia con Gretchen. No dio muchos detalles, pero aseguró que no era nada grave.
Hunter había estado inusualmente callado, lo cual, para ser justos, no era diferente de mi propio estado. La situación me había dejado confundida, además de agotada. Apenas entré al departamento, me dirigí directo al cuarto de invitados para cambiarme al pijama.
La habitación ya estaba lista. Aunque el olor a pintura seguía presente, era cómoda y acogedora. Había una cama de plaza y media en un lado, mientras que al otro aún estaba el colchón que habíamos usado la noche anterior. Me cambié rápido, ansiosa por darme un respiro después de un día tan extraño. Sin embargo, antes de que pudiera relajarme, Hunter entró sin previo aviso.
—Abigail, ¿cómo te sientes? —preguntó desde la puerta.
Respiré hondo y me armé de valor para responder.
—Bueno... ha sido muy extraño. No esperaba que ocurriera algo así.
Fue entonces que reparé en su estado. Hunter estaba con el torso desnudo, y mi cerebro, en su infinita torpeza, decidió quedarse atascado en ese detalle. Su piel pálida parecía casi luminosa bajo la luz cálida de la lámpara, y cada músculo perfectamente definido se movió con elegancia cuando cruzó los brazos. ¿Por qué tenía que estar así? ¿Acaso no entendía que con solo estar cerca complicaba mi habilidad para pensar con claridad? ¡No era necesario que agregara más dificultad al asunto!
—Entiendo que te sientas de esa forma —continuó, su tono fue bajo y tranquilizador—, y quiero ser claro contigo en todo lo posible. No me gusta que estés molesta conmigo.
—No estoy molesta, Hunter —aclaré, sintiendo mis mejillas calentarse un poco. No estaba molesta, solo... confundida. Como siempre últimamente.
Hunter me miró con algo que parecía una mezcla de duda y preocupación, luego dio un paso más hacia mí. La distancia entre ambos se volvió casi inexistente. Antes de que pudiera reaccionar, me rodeó con sus brazos por la espalda, sus manos fuertes descansaron sobre mi cintura, y su voz, profunda y seductora, resonó junto a mi oído.
—No me has dirigido la palabra desde el incidente... —susurró, haciendo que mi piel se erizara de inmediato—. Pensé que quizás te habías enfadado.
Sentir su cuerpo desnudo contra el mío era casi abrumador, y la delgada tela de mi pijama no hacía nada para amortiguar la sensación.
—Te dije que no estoy molesta... —logré mascullar, aunque mi voz temblaba.
—¿Ah, sí? —murmuró él, dejando un leve cosquilleo al morder suavemente el lóbulo de mi oreja.
Un estremecimiento recorrió mi cuerpo de arriba abajo, y tuve que aclarar mi garganta para intentar recobrar la compostura. Giré ligeramente, intentando apartarlo, pero Hunter no me dejó moverme demasiado.
—Espero que no estés haciendo esto a propósito para evitar que te haga preguntas... —logré decir, aunque mi voz sonaba mucho menos firme de lo que hubiera querido.
—Derek me dijo que podría funcionar... —respondió con una ligera sonrisa.
—¿En serio le pediste un consejo a Derek? —pregunté, incrédula.
—Parecías tan molesta que estaba desesperado.
—Sigues intentando distraerme... —lo acusé, intentando separar su agarre con más decisión. Finalmente, logré marcar algo de distancia entre nosotros, aunque mis mejillas ardían como el fuego. Esto no era justo. Nada de esto lo era.
Hunter suspiró y retrocedió un poco, su expresión se tornó más seria.
—Lo siento —dijo al fin—. Esos tres vampiros que conociste hoy son mis descendientes. Aunque... hay dos más aparte de ellos.
La revelación fue como un mazazo. Sentí que en cualquier momento podría desmayarme. Ya sabía eso, pero ¡Cielos! Era difícil de procesar.
—No quiero saber tantos detalles al respecto —logré balbucear—. Pero... es extraño para mí que mi pareja...
—Lo sé. No sé si aclararte esto lo hará mejor, pero... cada uno de ellos fue concebido con una vampira diferente.
—Cielos... —murmuré, sin entender cómo esa información podría mejorar las cosas.
Hunter continuó, ignorando mi evidente desconcierto.
—De donde vengo, es más común que un vampiro sea infértil a que sea fértil. Me obligaban a tener pareja y procrear. Ninguna de esas relaciones fue por elección propia.
Procesé sus palabras con detenimiento.
—¿Cómo es tu relación con ellos? —pregunté, recordando la fría interacción que había presenciado horas atrás.
—Es complicada, como notaste. No me agrada que sepan de ti, pero ya no puedo evitarlo. Lo mejor es que entiendan que estás bajo mi protección.
—Y sobre lo que dijeron... ¿Tú quieres regresar?
Hunter negó con vehemencia.
—No. Aunque no me hubieran exiliado, habría dejado ese lugar por mi cuenta. No es un sitio al que quiera volver. Jamás.
Inspiré hondo y, dejando caer los brazos, me acerqué de nuevo a él. Lo rodeé con un abrazo, y él no tardó en corresponderlo, fuerte pero cálido.
—Me gustaría saber más sobre tu vida, Hunter... sigues siendo un gran enigma para mí.
—No hay mucho de lo que pueda sentirme orgulloso, si soy honesto —murmuró contra mi cabello—. Pero te contaré lo que quieras saber.
Inspiré su aroma, dulce y adictivo, antes de aflojar un poco el abrazo. Hunter no me dejó ir, atrayéndome aún más hacia él.
—Quédate conmigo un rato más, Abigail. No te vayas a dormir todavía.
—¿Y qué haremos exactamente? —pregunté, mi voz fue traicionada por mi nerviosismo.
Hunter me miró con una chispa juguetona en los ojos y, al inclinarse, murmuró:
—Ahora mismo, se me ocurren muchas cosas.
Su tono, bajo y ronco, envió una descarga eléctrica a través de mi cuerpo. Tragué saliva, sintiendo mi rostro arder de nuevo.
—Te has ruborizado —dijo con una sonrisa burlona—. ¿En qué estás pensando?
—Pues... ¡es tu culpa! —me quejé, mirando al suelo—. Por hablarme así... y estar tan... tan... atractivo y...
El sonido de su risa profunda interrumpió mi torpe respuesta, y cuando alcé la vista, sus ojos brillaban con diversión.
—¿Estás diciendo que te parezco seductor?
—¡Yo no dije eso! —chillé, sintiendo cómo el suelo debía abrirse y tragarme ya—, aunque... creo que sí es la palabra apropiada.
Hunter simplemente rió y, sin avisar, acercó su rostro al mío, dejando un beso suave en mi frente.
—Eres adorable, Abigail —susurró, y por un momento, toda mi mente quedó en blanco.
Se separó lentamente y continúo:
—Tengo algo para ti... —dijo. Su tono cambió ligeramente, volviéndose ahora más serio—. En realidad, Derek me lo dio para que te lo entregara.
—¿Derek? —pregunté, frunciendo el ceño.
—Me lo dio hace bastante, pero no había pensado que fuera necesario hasta hoy. Después de lo que pasó, creo que es momento.
—¿Qué es? —insistí, sintiendo una ligera curiosidad.
—Un collar. Te ayudará a pasar desapercibida entre vampiros. Hoy te habría sido bastante útil, de hecho.
Mi corazón dio un pequeño salto al escucharlo. ¿Podría ser...?
—El collar de Fei... —murmuré casi para mí misma.
—¿Qué has dicho? —preguntó Hunter, arqueando una ceja.
—Nada, nada... —respondí rápidamente, intentando no levantar sospechas.
Él asintió, aunque su mirada permanecía fija en mí, como si intentara descifrar algo.
—Bueno, ayúdame a buscarlo. No estoy seguro si lo dejé en mi chaqueta o en algún lugar de la maleta.
—Está bien, yo revisaré en la chaqueta —respondí, aliviada por la oportunidad de ocupar mis manos y distraerme de los latidos acelerados de mi corazón.
Hunter se aproximó a revisar en su equipaje. Su chaqueta colgaba en el perchero junto a la puerta. Me acerqué y comencé a revisar los bolsillos internos, sin encontrar nada al principio. Sin embargo, no pude evitar notar lo bien que olía. Ese aroma se había vuelto una adicción para mí.
Antes de darme cuenta, me encontré llevándome la chaqueta al cuerpo, envolviéndome en su calidez. Me la probé por pura curiosidad, y solté una risa suave al ver cuánto me quedaba de grande. Las mangas me cubrían por completo, y la prenda casi rozaba mis rodillas.
—Abigail, ¿qué estás haciendo? —preguntó Hunter con la voz cargada de diversión.
Mi cabeza giró rápidamente hacia él, pero al hacerlo, noté que en uno de los bolsillos delanteros había algo. Metí la mano y encontré el collar... y algo más. Mis dedos rozaron un objeto pequeño y rectangular, y al sacarlo, mi rostro ardió de inmediato.
Preservativos.
—Te queda linda mi chaqueta —comentó Hunter con una sonrisa que delataba que no había pasado por alto mi expresión.
Solté un pequeño salto y, como reflejo, guardé rápidamente el paquete de preservativos en el bolsillo al escuchar su voz. Mi corazón se disparó todavía más.
—No encontré el collar, ¿y tú? —preguntó, avanzando un par de pasos hacia mí.
—Eh... Sí —respondí con una mezcla de nerviosismo y vergüenza.
—¿Te lo pongo entonces? —dijo, empleando un tono burlón, mientras extendía una mano hacia mí.
—Eh... Sí. —Mi respuesta salió más como un murmullo, incapaz de mirarlo directamente a los ojos.
Hunter soltó una risa suave.
—¿Qué te ha pasado? —comentó, divertido,
—Nada —respondí con una sonrisa nerviosa, aunque mis manos seguían enterradas en los bolsillos de la chaqueta como si fueran mi último refugio.
Intentando recuperar algo de dignidad, saqué una mano del bolsillo y le extendí el collar. Respiré profundo y cerré los ojos un segundo, tratando de calmarme. Sentía que, después de todo esto, ahora estaba pálida en lugar de ruborizada.
Hunter tomó el objeto, pero no dejó de mirarme con una intensidad que me hizo sentir expuesta.
—Lo viste... —murmuró, aunque su voz tenía un matiz de diversión—. Vaya... ya entiendo por qué te has puesto así.
Yo solo me quedé en silencio, preguntándome si la tierra podría abrirse y tragarme en ese momento.
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