Capítulo 40: Por fin te encontré
Estaba de pie, tratando de recuperar la calma. El mareo había desaparecido tan rápido como llegó, pero un eco de aquel susurro todavía resonaba en mi mente. Respiré hondo varias veces antes de atreverme a llamar:
—¿Hunter?
Mi voz salió más débil de lo que esperaba, pero bastó para atraer su atención. Lo vi aparecer entre las sombras como una figura alta y oscura. Al principio, mi vista estaba borrosa, pero pronto su rostro se definió con claridad.
—¿Dónde estabas? —pregunté con tono seco.
No respondió. En cambio, dio un par de pasos hacia mí, lento pero decidido. Había algo en su postura que me tensó.
—¿Fuiste a por sangre o...?
No terminé la frase. Un grito se me escapó cuando me empujó con fuerza, haciéndome chocar de espaldas contra la pared. El golpe resonó hueco en el silencio de la sala. Hunter me sujetó por los hombros con ambas manos, su agarre firme y brusco me impedía moverme.
—¿Qué estás haciendo? —mascullé, más confundida que asustada.
Pero no hubo respuesta. Su única reacción fue inclinarse hacia mi cuello con velocidad inhumana, y de pronto sentí un dolor agudo. Su mordida.
Todo sucedió tan rápido que ni siquiera pude apartarme. La presión de sus colmillos atravesando mi piel me arrancó un gemido de dolor.
—Detente...
Susurré la súplica sin fuerza, pero Hunter no se detuvo. Mis piernas comenzaron a temblar hasta que perdieron toda fuerza, y me desplomé. Hunter se agachó conmigo, sus manos firmes me mantenían inmóvil mientras continuaba bebiendo mi sangre.
El dolor era punzante, insidioso. Intenté apartarlo, empujarlo, pero mis brazos no respondían. Era como si toda mi energía se estuviera escapando a través de la mordida. Mi ropa empezó a empaparse con mi propia sangre, el líquido tibio corriendo por mi piel me producía escalofríos.
Cerré los ojos. No podía comprender qué estaba sucediendo.
¿Por qué lo estaba haciendo de nuevo cuando prometió no volver a hacerlo?
Un instante después, dejé de sentir esas agujas en mi cuello. Quise abrir los ojos, pero estaban tan pesados que parecía imposible. La sensación era desesperante, como si estuvieran sellados. Con gran esfuerzo, finalmente los abrí.
Estaba recostada en uno de los colchones. Mi respiración era errática, y al intentar sentarme, mis manos temblaban como si no me pertenecieran. Miré a mi alrededor, pero la luz estaba apagada, y las sombras parecían envolver todo.
—Abby, ¿estás bien?
La voz de Hunter me hizo saltar. Me removí en el colchón, tratando de quitar las mantas que me cubrían.
—¿Qué pasó? —murmuré, sintiendo el pánico elevarse dentro de mí.
—Voy a encender la luz —dijo con calma—. Tranquila, soy yo. Todo está bien.
—¡No está bien! ¡No te acerques! —grité, retrocediendo hasta que mi espalda chocó contra la pared.
Hunter encendió la luz, y la claridad me cegó momentáneamente. Cuando mis ojos se adaptaron, lo miré con recelo.
—¿Tú... me mordiste? —pregunté con un hilo de voz, llevando instintivamente una mano a mi cuello.
Él parecía genuinamente desconcertado.
—¿Morderte? Por supuesto que no. Te prometí que no volvería a hacerlo.
Sus palabras deberían haberme tranquilizado, pero algo no encajaba.
—Entonces, ¿por qué siento como si lo hubieras hecho? —insistí, dudando incluso de mis propios recuerdos.
—Abby... no te he hecho nada, lo juro. Salí porque necesitaba conseguir sangre. Cuando volví, estabas dormida. Solo te acomodé bajo las mantas. Has estado durmiendo todo el tiempo.
Lo miré fijamente, buscando alguna señal de mentira en su rostro, pero su expresión era seria.
—¿Dormida? —repetí, incrédula.
Intenté recordar. Lo último que había sucedido era ese extraño susurro, luego los mareos... ¿Fue todo un sueño?
—Abby, no te he mentido —dijo con firmeza, interrumpiendo mis pensamientos.
—Creo que fue una pesadilla...—admití finalmente, sintiéndome agotada. Por supuesto, mi ropa y mi cuello estaban intactos.
Volví a sentarme en la cama, y Hunter se acercó para quedarse a mi lado. Aunque había algo reconfortante en su cercanía, el peso de lo que había soñado aún me rondaba.
—Fue tan real... —murmuré sin querer, como si confesara un secreto.
—Solo fue una pesadilla —respondió él, acariciando mi mejilla con cuidado, como si temiera romperme—. Eso no volverá a pasarte nunca.
—No lo sé, Hunter—repliqué, apartando la mirada. Mi voz sonó más segura esta vez—. Estoy convencida de que tuvo algo que ver con Ben. Escuché otra vez un susurro... Dijo que siempre estaría cerca de mí. Además, los mareos. Hace un rato volvieron, y antes de desmayarme escuché su voz.
Hunter frunció el ceño, claramente preocupado.
—Es curioso que pase justo cuando yo no estoy.
Me quedé en silencio, intentando atar cabos en mi mente.
—Tal vez me observa... pero es extraño que haya decidido atacar justo ahora.
—Bueno, sin Derek y Zac alrededor, es posible que haya creído que tendría mayor ventaja. —Su tono era serio, con un toque de auto-reproche—. Estaré más atento, Abby. Lo lamento.
Me mordí el labio, tratando de procesar sus palabras. De pronto, una punzada en mi cuello me hizo llevar la mano allí de forma instintiva. Empecé a masajear la zona con suavidad, pero Hunter reaccionó rápido, apartando mi mano con delicadeza mientras sus ojos me examinaban con atención.
—Déjame revisar. Sé que solo fue una pesadilla, pero prefiero estar seguro.
La firmeza en su tono me desarmó por completo. Apenas había abierto la boca para protestar cuando Hunter se inclinó hacia mí, borrando cualquier posibilidad de discusión. Sus ojos, oscuros y atentos, se fijaron en mi cuello como si buscara algo invisible. Su proximidad hacía que el aire entre nosotros se volviera espeso, cargado de una electricidad que me hacía estremecer.
—Te voy a demostrar que jamás volveré a lastimarte.
Antes de que pudiera decir algo, sentí sus labios contra la piel de mi cuello. El contacto fue inesperado, y un escalofrío recorrió mi espalda. No pude evitar estremecerme bajo su toque.
—¿Qué haces? —pregunté, aunque mi voz salió débil, casi temblorosa, como si yo misma no quisiera romper el momento.
—Estás temblando... ¿acaso temes que te lastime? —Su tono era suave, pero las palabras parecían deslizarse como seda por mi piel—. Porque no lo voy a hacer. Y no voy a parar de besarte hasta que lo entiendas.
Mi corazón latía con fuerza, y cada palabra que decía me atrapaba un poco más. Era imposible no sentirme vulnerable bajo su mirada, bajo sus labios que ahora volvían a bajar, recorriendo con lentitud mi cuello.
—No es miedo... —musité, intentando mantener la compostura—. Me pones nerviosa.
Él rió suavemente, y el sonido fue tan íntimo que me hizo cerrar los ojos por un instante.
—¿Quieres que deje de hacerlo?
No respondí. No podía. Hunter lo tomó como una señal y presionó un poco más su peso contra mí, llevándome con cuidado hacia el colchón. Su cuerpo cálido estaba tan cerca que cada movimiento suyo hacía que mi piel ardiera de anticipación.
Quedé completamente recostada, mi respiración acelerada mientras sus labios continuaban su recorrido por mi cuello y clavícula, pausados pero intensos, como si quisiera memorizar cada centímetro de mi piel. Sus manos, firmes pero gentiles, subieron por mis brazos, rozando apenas la tela de mi pijama. Cada caricia era una chispa, un pequeño incendio que no sabía cómo apagar.
Esto me ponía realmente nerviosa. En el mejor sentido de la palabra.
—Mi madre podría venir y sorprendernos... —dije en un susurro, mi voz apenas audible mientras miraba hacia la puerta, buscando un escape imposible.
Hunter rió nuevamente, esta vez con una confianza descarada.
—Es tarde y ya están durmiendo. —Se inclinó más, sus ojos se clavaron en los míos mientras una sonrisa peligrosa se dibujaba en su rostro—. Además, si no despertaron con tus gritos, menos lo harán con tus gemidos.
—¿Có-cómo? —tartamudeé, abriendo los ojos como platos. Mi cara ardía, y el rubor seguro era evidente incluso en la penumbra.
Hunter se apartó un poco, su sonrisa descarada fue más evidente que nunca.
—Era broma —dijo, aunque el brillo en su mirada me hacía dudar.
Con un movimiento fluido, volvió a sentarse en el colchón, dejando que el peso que había sentido sobre mi pecho se aliviara. Pero no me moví. Era incapaz. Estaba atrapada entre el desconcierto, el deseo y la vergüenza, una combinación tan intensa que apenas podía respirar.
—Duerme bien, no queda mucho para el amanecer —añadió con calma, inclinándose hacia mí una última vez.
Plantó un beso en mi frente, suave y delicado, como si quisiera marcar un contraste con lo que acababa de hacer. Luego se levantó, alejándose sin prisa, como si no acabara de dejarme completamente desarmada.
Me quedé recostada, abrazando la manta con fuerza mientras mi mente repasaba cada palabra, cada caricia, cada beso. Mi corazón latía tan fuerte que me dolían los oídos, y no podía evitar desear algo que no me atrevería a pedir.
Habría querido que durmiera conmigo, que su presencia no se desvaneciera tan rápido, pero él insistió en no hacerlo. Maldita sea.
━━━━━━━━━※━━━━━━━━━
—¿Debería despertarla ya?
—No creo que sea necesario, señora Dómine.
—Sí, yo tampoco estoy segura, pero quiero aprovechar al máximo el día con ella.
Abrí los ojos, sintiendo el peso de unas miradas divertidas. Mi madre y Hunter estaban frente a mí, claramente entretenidos con mi lenta resurrección.
Odiaba sospechar que probablemente era la última en despertar.
—Buenas tardes, hija.
¡Oh, cielos!
—Tienes el sueño pesado —comentó Violetta, burlona—. Tu novio intentó despertarte varias veces, pero parecías una roca.
Solo conseguía humillarme cada vez más.
—Eh... de acuerdo —murmuré, mordiendo mi labio. Todavía estaba procesando el bochorno.
Después de ducharme, me escabullí al cuarto donde había dejado mi ropa, buscando algo que combinara con el clima otoñal de Berlín. Las hojas ya caían fuera, cubriendo las aceras con tonos cálidos, así que opté por algo abrigado pero no demasiado.
El café de Gretchen estaba ubicado en Mitte, una zona llena de vida. Al llegar, me sorprendió ver que se llamaba "Violetta".
El lugar era encantador, con un tamaño acogedor y mesas afuera para los que querían disfrutar el aire fresco del otoño. El interior era aún mejor: cálido, iluminado y con un aroma delicioso que hacía imposible no relajarse.
Pasamos un rato agradable. Mamá aprovechó para hacerme preguntas sobre la escuela, mis planes futuros y mi hermano. Aunque el tema de mi padre flotaba en el aire, ella evitaba tocarlo, y yo no iba a insistir.
Hunter, por otro lado, parecía en guerra con su comida. Movía los cubiertos como si analizara cada bocado, aunque al fina, de manera misteriosa, su plato apareció limpio.
Después del café, dimos un paseo por las tiendas y calles cercanas. Berlín era un espectáculo: vitrinas decoradas, luces cálidas y un ambiente vibrante. Mamá nos sorprendió comprando regalos; un vestido de noche para mí y un traje completo para Hunter. Aunque insistimos en que no lo hiciera, ella fue resistente. Eran regalos demasiado costosos.
—Son para un evento mañana en la noche —nos dijo con una sonrisa cómplice mientras salíamos de la tienda—. Unos amigos celebran su aniversario de bodas y han insistido en que los invite. ¿Les parece bien ir, verdad?
Bueno. Si nos hubiera aclarado ese punto antes de su insistencia por hacernos elegir la ropa, lo hubiéramos comprendido mejor.
El siguiente plan de mi madre era llevarnos a ver las catedrales en Friedrichstadt. Hunter me había dicho que prefería esperarnos fuera para la visita. Lo cual agradecí, pues tendríamos al fin ese tiempo a solas con Violetta.
Violetta nos llevó a Gendarmenmarkt, una plaza impresionante que parecía sacada de un catálogo de viajes. Apenas a unos minutos del corazón de Mitte, el lugar irradiaba una elegancia atemporal. En el centro, las luces doradas de los faroles empezaban a encenderse, iluminando los detalles arquitectónicos de los edificios que la rodeaban. A un lado, un majestuoso salón de conciertos, y en los extremos norte y sur, dos iglesias que parecían espejos opuestos.
—La del lado norte es la Französischer Dom y la del sur es la Deutscher Dom —explicó mi madre con la naturalidad de una guía turística entusiasta.
—Yo esperaré aquí, tengo que hacer una llamada —dijo Hunter, ya buscando su teléfono.
—¡Oh, tranquilo! Te podemos esperar —ofreció Violetta con una sonrisa cortés.
—¡Claro que no! —interrumpí rápidamente, antes de que insistiera—. Hunter nos dejará a solas para esto... ¡vamos por allá!—exclamé, señalando con entusiasmo.
—Abby, esa es la sala de conciertos —aclaró Violetta con una risita contenida.
Rayos.
—Por eso digo, allá —repliqué sin más, tomando a mi madre del brazo y llevándola decidida hacia una de las iglesias.
No tenía muchas expectativas al entrar en la Französischer Dom, pero en cuanto crucé la puerta, mis prejuicios se desvanecieron. El interior me golpeó con su majestuosidad. La luz que se filtraba por los ventanales creaba juegos de sombras y reflejos que hacían que el espacio pareciera infinito. El techo abovedado estaba cubierto de frescos en tonos suaves, como si el tiempo los hubiera tratado con cariño, y cada columna parecía una guardiana antigua que sostenía el peso de siglos de historia. El aire olía a madera vieja y cera de velas, envolviéndome en una sensación de quietud abrumadora.
—Por aquí —susurró mi madre, con un tono que combinaba con la solemnidad del lugar. Me tomó del brazo y me guió hacia una de las bancas más apartadas, donde el murmullo de los pocos visitantes era apenas audible.
Nos sentamos, y ella permaneció en silencio por unos segundos, mirando hacia el altar con una expresión que no supe leer del todo. Entonces, con un suspiro, rompió la quietud.
—¿Y bien? —preguntó de repente, con un intento de sonrisa. Pero antes de que pudiera responder, siguió hablando—. Repasé en mi mente un montón de veces cómo te diría las cosas, pero... sigue pareciendo un enorme reto.
—Bueno... yo ya tengo claras las preguntas, y no sé si pueda ser sutil al hacerlas —dije, clavando la mirada en las vetas de madera de la banca.
—Adelante...
Tragué saliva antes de hablar. —Hasta hace poco te daba por muerta, para ser honesta. Primero quiero saber por qué nunca te contactaste antes conmigo.
Mi madre bajó la mirada, sus dedos se entrelazaban nerviosamente.
—Antes de responder a eso, me gustaría explicarte lo que pasó... —Su voz tembló, pero continuó—. Estuve internada en un hospital psiquiátrico por unos meses. No fue solo lo que ocurrió con tu padre; yo... no estaba bien. Cuando me recuperé, los problemas con él continuaron. No éramos lo suficientemente maduros para arreglar las cosas, y tú no estabas bien. En lo único en lo que estábamos de acuerdo era en que necesitabas estabilidad. Nunca me gustó la idea de desaparecer de tu vida, Abby. Pero... no luché lo suficiente. Y tengo que asumir la responsabilidad por eso.
Sentí que las palabras flotaban entre nosotras, cargadas de una mezcla de arrepentimiento y justificación.
—Entonces, ¿no intentaste...?
—Sí, lo intenté al principio —me interrumpió suavemente—. Pero después... sentí mucho miedo. De no ser suficiente. De no saber cómo enfrentarte.
No sabía cómo sentirme con esas palabras. La empatía chocaba con mi dolor. Entendía que había sido difícil para ella, pero seguía doliendo, como una herida que nunca terminó de cerrarse.
—De cualquier forma, estás aquí ahora —murmuró—. Gracias por venir, Abby.
Ella me miró con ternura y tocó mi mano por un instante antes de retirar la suya.
—¿Recuerdas cómo era yo de pequeña? Por casualidad, ¿nunca me viste hablando sola o algo así? —pregunté, desviando el tema. Necesitaba confirmar mis sospechas sobre el demonio, aunque fuera de forma indirecta.
Violetta frunció ligeramente el ceño, pero luego sonrió. —Lo hacías todo el tiempo. Honestamente, hija, me moría del susto, pero fingía tranquilidad para no asustarte a ti. ¿Acaso aún lo haces?
—Oh... ¡No, no! Ya no es así —dije rápidamente, moviendo las manos en el aire.
Un breve silencio se instaló entre nosotras, interrumpido solo por el eco distante de pasos en el recinto. La expresión de mi madre se ensombreció, y su mirada volvió al altar.
—A pesar de todo lo que ocurrió entre tu padre y yo, sé que tengo mucha culpa de no haberme contactado antes, hija. En serio, lo lamento más de lo que te imaginas.
Sus palabras me golpearon. Me preguntaba qué haría con todo eso. ¿Era algo que tenía que perdonar? La idea era un remolino confuso de emociones. No sabía si estaba lista, pero tampoco podía ignorar su arrepentimiento.
El murmullo de los visitantes y el brillo tenue de las velas parecían absorber nuestras palabras, dándole al momento un peso casi sagrado.
Para cuando salimos de la iglesia, el cielo ya se había teñido de un púrpura profundo y las primeras estrellas comenzaban a brillar.
Hunter seguía esperándonos en Gendarmenmarkt, exactamente en el mismo punto donde lo habíamos dejado rato atrás, al pie de la estatua de Friedrich Schiller. La plaza, con su aire majestuoso, parecía aún más encantadora bajo la luz de los faroles que se encendían uno a uno.
—Qué paciencia tienes, muchacho —comentó mi madre al verlo, con una sonrisa divertida—. ¿Saben? Siempre he pensado que Gendarmenmarkt de noche es aún más mágica. ¿Por qué no dan un paseo? Yo los espero en el auto.
Antes de que pudiéramos responder, Violetta ya se alejaba con pasos rápidos, saludándonos con la mano mientras su figura desaparecía entre las sombras.
Hunter lucía serio, con los brazos cruzados y la mirada fija en algún punto de la plaza. Le tomé la mano suavemente, tirando de él para caminar.
—¿Sabes...? Le has gustado a mi madre —comenté de pronto, mirando de reojo su expresión—, pero me ha dicho que eres muy serio.
Hunter arqueó una ceja, aunque una ligera sonrisa curvó sus labios.
—¿Eso te dijo?
—Ajá. Y tiene razón. Eres como una estatua viviente —bromeé, señalando la de Schiller—, aunque mucho más guapo, claro.
—¿Debería sentirme halagado?
Me detuve de golpe y me giré para quedar frente a él, estudiando su expresión.
—Bueno, sin duda en belleza estás a la altura de una obra de arte —comenté casi sin darme cuenta, pero sintiendo nerviosismo tras sopesar mis palabras.
—Eres encantadora —dijo, mirándome con atención.
Sonreí.
—Lo sé, me lo dicen todo el tiempo.
—Presumida.
Le saqué la lengua en un gesto infantil y me giré, fingiendo alejarme, pero antes de dar un paso completo, sentí su mano rodeando suavemente mi muñeca. Me detuvo con firmeza pero sin brusquedad, y en un solo movimiento, me hizo girar hacia él, quedando frente a frente.
Sin soltarme, deslizó su mano hacia mi cintura y me atrajo con delicadeza. Instintivamente, apoyé las manos en sus hombros, buscando estabilidad, mientras me ponía de puntillas para acercarme a él.
La distancia entre nosotros se redujo a nada. Su respiración cálida rozó mi piel, y mi corazón latía tan rápido que temí que pudiera oírlo. Apenas estábamos a centímetros de romper la distancia cuando, de repente, una voz irrumpió en el momento como un rayo.
—¿Padre, eres tú?
El sonido era tan cercano que me sobresalté.
Una chica, de cabello celeste y ojos del mismo color, estaba parada frente a nosotros. Su mirada no estaba fija en mí, sino en Hunter. Parecía que el mundo se detuvo mientras ella continuaba:
—Por fin te encontré.
Solo quedan 9 caps más para el final :)
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top