Capítulo 34: Acercamiento

Mi hermanastra había resultado ser un verdadero desafío para Derek. Ni Hunter ni Zac se ofrecieron a ayudarlo mientras ella lo atacaba con furia, y para colmo, Hunter se las arreglaba para detenerme cada vez que intentaba intervenir.

—Yo no quería golpearla, pero no me quedó otra opción —se excusó Derek, con una mueca exagerada de falsa culpa mientras sacudía las mangas de su camisa, ahora arrugadas por el forcejeo.

—Déjame verla —respondí, avanzando hacia Bárbara, que yacía inconsciente en el suelo.

Me arrodillé a su lado, revisándola rápidamente. Estaba bien, al menos físicamente. No había ni un rasguño visible que indicara algo preocupante.

—Te diría que lo siento, pero no lo siento —dijo Derek, rompiendo el silencio. Alcé la mirada desde mi posición, viendo cómo se encogía de hombros mientras hablaba—. ¿Qué? No me mires así... ¿Viste cómo me atacó? A mí no me gusta ser violento, pero no me dejó otra opción.

—No es que te mire mal —aclaré, cruzándome de brazos mientras le sostenía la mirada—. Es que hiciste algo que he querido hacer hace mucho tiempo.

Derek alzó una ceja, incrédulo, y luego esbozó una sonrisa traviesa.

—Eres una niña muy mala, Abigail... Te creía más inocente. Bueno, la verdad no. Siempre supe que eras mala, y muy mala.

Solté una risa ligera mientras intentaba levantar a Bárbara del suelo. Fue inútil; mi fuerza no daba para tanto.

—Dame, yo te ayudo —Zac apareció a mi lado con una expresión amable.

Él tomó a Bárbara con facilidad en sus brazos, cargándola como si no pesara nada.

—¿Dónde la dejo?

—Sígueme, te indico dónde —respondí, y comencé a caminar hacia la habitación de Bárbara, con Zac siguiéndome de cerca.

La casa no era demasiado grande, así que llegar no nos tomó mucho tiempo. Su habitación estaba en el segundo piso, no muy lejos de la mía. Mientras caminaba, no pude evitar preguntarme cómo era posible que Bárbara no hubiera descubierto antes a Hunter o Derek en mi cuarto. Tal vez las paredes de la casa eran mejores aislantes de lo que pensaba.

—Solo ponla sobre la cama, por favor —le pedí a Zac al llegar.

Él obedeció, acomodándola con cuidado entre las cobijas.

—¿Crees que recuerde algo cuando despierte? —pregunté, observando a mi hermanastra, ahora tranquila.

—Lo más probable es que no. Pensará que todo fue un mal sueño. Y si llegara a recordar algo, ¿quién le creería algo tan descabellado? —respondió Zac con una leve sonrisa—. Claro, si prefieres quedarte tranquila, podría borrarle la memoria, pero tendría que estar despierta para hacerlo.

—No, está bien así... Gracias.

Tras asegurarnos de que Bárbara estaba cómoda, noté que Zac seguía mirándome con una expresión curiosa.

—¿Pasa algo? —pregunté, rompiendo el silencio.

—La verdad, sí —admitió—. ¿En qué quedaron tú y Hunter al final?

¿En qué quedamos? Esa era una excelente pregunta. No habíamos definido nada aún, pero estaba casi segura de que ahora estábamos juntos.

—Parece que finalmente decidió darme una oportunidad —respondí con una sonrisa—. Se ha hecho el difícil por mucho tiempo.

Esperaba que Zac soltara una risa ligera o al menos compartiera una mirada cómplice, pero en lugar de eso, su rostro se ensombreció.

—Ten cuidado —dijo con seriedad—. No te ilusiones demasiado con alguien tan cambiante como Hunter. Pero intenta entenderlo... No ha tenido una vida fácil.

Fruncí el ceño, sorprendida por su advertencia.

—Pensé que te agradaría la idea de él y yo juntos... Tú y Derek...

—No me malinterpretes, Abby —su tono se suavizó—. Solo te digo que estés preparada. Con Hunter nunca se sabe.

—Entiendo —respondí, aunque sus palabras me dejaron inquieta—. Pero, ¿por qué dices eso? ¿Sabes algo que yo no?

—No... Olvídalo. —Zac desvió la mirada, cambiando de tema rápidamente—. En realidad, quería preguntarte otra cosa. ¿No te ha pasado nada extraño últimamente? ¿El demonio... algo que recuerdes? Según mis cálculos, debería aparecer en la próxima luna llena, pero puedo estar equivocado. Nunca me había tocado enfrentar algo así.

Antes de que pudiera responder, la voz de Derek irrumpió desde el pasillo:

—¿Por qué tardan tanto? —dijo, asomando la cabeza por el marco de la puerta como un niño curioso—. Hunter se ha vuelto completamente loco. Necesito ayuda.

La alarma en su voz nos hizo reaccionar de inmediato. Zac y yo lo seguimos a toda prisa por las escaleras, pero lo que nos encontramos en la sala no era ni remotamente lo que imaginábamos.

Hunter estaba sentado tranquilamente en el sofá, con una pierna cruzada sobre la otra, luciendo completamente relajado.

—¿Ocurre algo? —preguntó con una calma que solo hizo que Derek bufara con frustración.

—¿Qué si ocurre algo? ¿¡Es en serio!? —Derek lo señaló, escandalizado—. ¿Quién eres tú y dónde metiste al verdadero Hunter?

—¿Qué dices?

Derek se acercó a Hunter con pasos lentos, pero con una energía peligrosa que electrizaba el ambiente.

—Vale, mira... Pasa que ellos se van, tú y yo nos quedamos solos y... ¡No haces nada! —espetó, gesticulando con las manos como si eso ayudara a que sus palabras tuvieran más impacto.

Hunter lo observó con una expresión de desconcierto.

—¿Y? —preguntó, genuinamente confundido.

La reacción de Derek me inquietó. Su rostro parecía estar al borde del colapso; los músculos de su mandíbula estaban tan tensos que daba la impresión de que podría explotar en cualquier momento.

—"¿Y?" —repitió, casi indignado, como si el concepto mismo lo ofendiera profundamente—. ¿Cómo que "¿Y?"? ¿¡Qué no es obvio!? —Hunter no respondió. Zac y yo tampoco. Nos habíamos convertido en espectadores del espectáculo.

Derek inhaló profundamente, intentando recuperar la compostura, pero solo consiguió sonar más exasperado.

—Bien... —continuó tras unos segundos de incómodo silencio—. Pasa que no me has gritado, no me has golpeado, no me has reclamado que por mi culpa hiciste el ridículo frente a Abby, ¡ni siquiera has hecho uno de tus dramas para después salir huyendo como un idiota! Y... ¡Ya dime algo, maldita sea!

Hunter, aún en su posición imperturbable, alzó una ceja.

—¿Y qué quieres que te diga?

La frustración de Derek alcanzó su punto máximo.

—¿Qué te pasó, Hunter? ¿Qué tienes? —demandó, pero esta vez su tono llevaba un tinte de genuina preocupación—. ¿Es por mi culpa? ¿Te lastimé el ego con todo esto? ¿Es porque te hice quedar en vergüenza frente a Abby?

—Derek, no... —intentó responder Hunter, pero Derek lo silenció rápidamente, colocando un dedo sobre sus labios.

—¡Shh! No digas nada.

Luego, con un movimiento dramático, retiró el dedo de su boca.

—Golpéame, grítame... Lo merezco, lo sé.

Hunter suspiró, resignado.

—Derek, no estoy molesto ni nada de eso. De hecho, con todo este circo que armaste, aunque patético, me ayudó a darme cuenta de que... ¿Derek?

Derek lo interrumpió, frunciendo el ceño con recelo.

—Este no es Hunter.

Cruzó los brazos y levantó la barbilla, como si con esa postura pudiera intimidarlo. Hunter, por su parte, no le prestó demasiada atención.

—¿Qué dices? Claro que soy yo.

—Pues pruébalo —insistió Derek, su mirada era cada vez más acusadora—. A ver, ¿cuándo es mi cumpleaños?

Hunter soltó un suspiro, claramente agotado por la dinámica.

—¿Es en serio? —preguntó con una mezcla de incredulidad y fastidio—. Es la fecha en que te encontraron: 8 de diciembre.

Derek asintió lentamente, como si evaluara la respuesta.

—Ya... Sé que eres tú, pero no me cabe en la cabeza que estés tan relajado después de todo lo que pasó. Dime, ¿te fumaste algo? ¿Sigues bajo los efectos de mi poder?

Hunter lo cortó con un tono firme.

—Basta, Derek. Ya decidí.

—Hunter, más te vale que sea verdad. No juegues con mis sentimientos; sabes que soy muy sensible. Ahora dime, ¿es real?

—Sí, Derek, lo es... —respondió Hunter, visiblemente irritado.

—Hey, Derek —intervino Zac, probablemente en un intento de salvar la situación—. ¿Me acompañas un segundo? Tenemos que ir por sangre, ¿recuerdas?

—Pero si ya fuimos antes de venir... No quiero arruinar mi figura.

—Derek... Vamos, he dicho —ordenó Zac, con una autoridad que rara vez usaba.

—Vale... —Derek se encogió de hombros, aún confundido, y siguió a Zac hacia la salida.

Cuando quedé a solas con Hunter, noté una leve sonrisa curvando sus labios. De vez en cuando, dejaba escapar una pequeña risa.

—¿De qué te ríes? —le pregunté.

Hunter me miró de reojo.

—Nada, es que... Ese pijama te queda lindo.

Solté una carcajada.

—Es ridículo...

Hunter se acercó más de lo que esperaba, y con una mano en mi mentón, inclinó mi rostro hacia el suyo hasta que nuestros labios se encontraron.

Mis manos, casi sin pensarlo, se apoyaron en sus hombros, deslizándose lentamente hasta alcanzar su nuca mientras el beso se hacía más profundo. Pero esto era... raro, muy raro.

Mi mente estaba tan confundida como Derek en sus momentos más teatrales. ¿En qué momento cambió tanto de parecer? Había quedado realmente afectada por sus rechazos previos que no conseguía creer que Hunter estuviera comportándose de esa manera conmigo.

—Esto es tan raro... —murmuré en el breve instante en que nos separamos, aún sintiendo su respiración sobre mis labios.

—¿Por qué? —susurró él con una voz que resonaba más en mi pecho que en mis oídos.

—Es que no me lo creo... No imaginé estar así contigo.

—Pues yo sí... —dijo con una leve sonrisa—. Un montón de veces.

Su rostro volvió a acercarse al mío, pero esta vez aparté el rostro justo antes de que nuestros labios volvieran a encontrarse.

—No. Espera.

—¿Qué pasa? —preguntó, sorprendido por mi repentina resistencia.

—¿Por qué cambiaste de parecer? ¿Cuál es el truco? No me terminaste de explicar.

Mi tono fue más brusco de lo que pretendía, pero no podía evitarlo. Una oleada de inseguridad se apoderó de mí.

—Entiendo que desconfíes de mí, Abby. Y ciertamente, me asusta mucho lo que pueda pasar ahora.

Eso era algo que mi curiosidad se moría por comprender. Hunter todavía traía detrás de él un montón de misterio. No olvidaba. Había sido exiliado de su hogar, su familia había sido asesinada, tenía cinco ex esposas y cinco hijos. Al pensar en todo sentí que me mareaba. En realidad, él tenía razón con querer alejarse. Yo era impulsiva, joven e insistente.

—¿Te quedarás a dormir conmigo? —suguerí, tratando de sonar lo suficientemente convincente para seducirlo—. Aunque, bueno... sé que tú no duermes.

—Puedo ser bastante bueno fingiendo dormir—bromeó.

Mi corazón agitado se comenzaba a calmar al fin y el cansancio acumulado no tardó en aparecer.

━━━━━━━━━※━━━━━━━━━

Bajé las escaleras lentamente, con el cuerpo aún algo adormilado. La casa estaba en completo silencio, o al menos así lo sentí hasta que un ruido proveniente de la cocina rompió esa calma.

—Papá... —murmuré con una sonrisa al llegar al umbral. Al principio, mi mente fue directa a imaginar cosas raras, pero, para mi alivio, solo era él.

—Eh, buenas tardes —dijo mi padre sin levantar la vista de lo que hacía. Estaba inclinado sobre el mesón, preparando algo con esmero—. Al fin despiertas.

—¿Qué hora es? —pregunté, estirando el cuello para asomarme y ver qué cocinaba.

—Pasadas las cinco de la tarde —respondió mientras movía algo con una cuchara de madera—. Cariño, intenté despertarte, pero no hubo manera.

—Oh... vaya. ¿Y Bárbara?

—Salió hace un buen rato —respondió papá con tranquilidad—. ¿Tienes hambre? Iba a prepararme algo ahora; podemos comer juntos si quieres.

Me quedé mirando con fijación lo que cocinaba, y creo que mi expresión habló por sí sola porque él sonrió divertido.

—Vale, yo alisto la mesa —dije, dispuesta a colaborar.

Comer los dos juntos era un evento raro. Mientras arreglaba la mesa para ambos, me di cuenta de que Katherine tampoco estaba en casa, algo que, sinceramente, agradecí.

—¿Puedes ir a ver? —la voz de mi padre me sacó de mis pensamientos.

—¿Ah? —pregunté, confundida, al no entender a qué se refería.

—Abby, llevan rato tocando la puerta. Ve a ver, por favor.

¿Rato? Ni siquiera había notado los golpes. Estaba demasiado distraída, claramente. Dejé lo que estaba haciendo y me dirigí a la entrada.

Abrí la puerta y me quedé en silencio por un momento. Frente a mí estaba él, luciendo una sonrisa insegura, acompañada de cierto aire tímido y... ¿nervios?

—Hola... —saludó suavemente—. ¿Podemos hablar?

Adam.

—¿Puede ser rápido? —Mi voz salió algo cortante. No me sentía cómoda. La última vez que hablamos, las cosas no terminaron bien, y desde entonces lo había estado evitando.

—Sé que no quieres que me acerque a ti, pero no puedo dejar de preocuparme por el asunto del demonio. Estuve pensando en algo...

Lo miré con atención, sin saber qué responder. Ni siquiera lo había invitado a entrar. Estábamos allí, los dos, incómodos en la entrada, mientras yo intentaba descifrar cómo manejar la situación.

—¿Qué tal si ese vampiro tiene algo que ver con todo lo que está pasando? —dijo de repente, y su acusación me dejó perpleja—. Desde que apareció, las cosas han cambiado mucho. Además, tiene habilidades sobrehumanas; podría hacer casi cualquier cosa.

—Adam, Hunter no tiene nada que ver con el asunto del demonio —afirmé, manteniendo mi voz firme.

—¿Qué tanto lo conoces realmente para decir eso?

—Pues tú no lo conoces mejor que yo para hacer esa clase de acusaciones —repliqué, soltando un suspiro—. ¿Era esto lo que tenías que decirme?

Adam pareció tomarse su tiempo antes de responder.

—Te quiero, Abby. Estoy preocupado por ti. Sé que debería alejarme, pero todo lo que te está pasando me afecta como no tienes idea, y quiero ayudarte como pueda.

Aunque me irritaba un poco, traté de calmarme.

—Adam, lo mejor para los dos es mantener distancia. No tienes que cuidarme ni preocuparte más por mí.

Pude notar el dolor en su mirada al escuchar mis palabras.

—Perdóname. Fui un tonto al venir.

Se dio la vuelta y empezó a marcharse. Lo observé por un momento antes de cerrar la puerta, con una sensación extraña en el pecho.

Volví a la cocina con mi padre, sintiéndome algo desanimada. Él estaba ya sentado en la mesa, comiendo como si llevara días sin probar bocado. Él y Christian eran igual de angurrientos.

—Así que vino Adam —soltó de repente, rompiendo el silencio.

Por un instante me asustó pensar si había escuchado nuestra conversación.

—Espero que no nos hayas espiado... —le dije, con un tono más acusador de lo que pretendía.

—Tranquila, solo fui a mirar. ¿Está todo bien entre ustedes?

—Hemos terminado —aclaré rápidamente—. Hace bastante, en realidad.

—Entiendo. Y... ¿cómo te sientes tú?

La conversación se sentía extraña. No sabía si era incomodidad o simplemente lo raro de que mi padre y yo habláramos de esas cosas.

—Tal vez no lo parece, pero estoy bien.

—Oh, ya veo.

Recordé que teníamos una conversación pendiente. Esta vez, no lo dejaría evadirme.

—Papá, estuve recordando algunas cosas gracias a las fotos —dije de golpe. Lo vi desviar la mirada casi al instante.

—¿Has podido hablar con tu hermano?

Negué con la cabeza. Seguramente él ya había tenido tiempo de contarle algo a Christhian sobre la situación, pero con tantos sucesos caóticos no me había detenido a pensar si mi hermano había intentado contactarme.

—Papá, ¿tú... recuerdas si cuando era niña tuve comportamientos extraños? ¿Como hablar sola o insinuar que le haría daño a mamá?

La expresión de mi padre se endureció, arrugando el entrecejo.

—Hacer daño a alguien, jamás. Siempre fuiste alegre, buena... No dabas ningún tipo de problema. En cambio, tu hermano, pues...

—¿Recuerdas nuestra conversación pendiente, no, papá? —insistí, viendo cómo asentía lentamente. Ambos dejamos de comer, y lo observé fijamente—. Por favor, dime lo que tengas que decir.

—Vas a detestarme... —dijo con resignación. Tardó un rato en continuar, como si buscara las palabras exactas—. Abby, tú no recuerdas muchas cosas por el trauma. Te llevé a terapia cuando tenías siete años, y fueron casi dos años de trabajo duro para ti.

Lo miré sin decir nada. En mi historial clínico figuraban al menos dos terapeutas, eso lo sabía. Pero parecía normal que no recordara casi nada de mi primer proceso, a diferencia del segundo, que fue hace unos tres años.

—La razón por la que no he querido hablar de esto antes es porque tengo miedo de que te dañe otra vez, como entonces. Siempre has sido tan sensible, hija... Todo te afectaba mucho, y yo no sabía cómo hacerte sentir mejor.

—Te aseguro que puedo soportarlo.

—No hay salida. En algún momento tendría que contártelo. Perdóname si no lo hago de la manera más suave posible.

Mi padre desvió la mirada, respiró hondo y, después de un breve silencio, sus dedos tamborilearon nerviosamente sobre la mesa. Parecía reunir el coraje para decir algo que, incluso sin saberlo, ya me dolía anticipar. Finalmente, alzó la vista, enseñando una expresión cargada de culpa.

—Yo... engañé a tu madre cuando Christhian y tú eran pequeños. Fui un pésimo esposo, y ella no estaba bien. Cuando la lastimé, su situación empeoró. Así que tuvo que irse de casa e iniciar un tratamiento lejos de ustedes y de mí...

Hizo una pausa dolorosa antes de añadir, esta vez con voz más baja, casi temblorosa:

—Esa es la primera verdad. La segunda, Abby, es que tu madre no está muerta. Durante las crisis emocionales que tuviste de niña, tu mente imaginó que eso había ocurrido. Incluso llegaste a creer que tú la habías matado. Nos tomó mucho tiempo ayudarte a procesar que no era cierto. Sufriste mucho, hija, y creo que por eso bloqueaste esos recuerdos.

Sentí cómo el estómago se me revolvía, como si el suelo bajo mis pies estuviera cediendo. Por suerte estaba sentada; de lo contrario, estaba segura de que me habría desplomado. La mirada de mi padre, cargada de dolor, era un peso insoportable. De repente había olvidado cómo sentir. No podía procesar nada, absolutamente nada.

—Tu hora con la terapeuta ya está agendada, Abigail. Creo que, ahora más que nunca, es importante que puedas asistir.

Su voz se escuchaba cerca, pero al mismo tiempo distante, como si llegara desde el fondo de un túnel.

—¿Nunca intentaste decirme la verdad antes, papá? —pregunté, pero mi tono era plano, casi mecánico, mientras intentaba mantener un control que se me escurría entre los dedos.

Mi padre permaneció en silencio. Su respuesta fue una evasión.

—Mi hermano... él sabe todo esto, ¿no es así?

—Chris siempre ha querido que tú lo supieras. Es mi culpa si la verdad ha llegado demasiado tarde. Estaba asustado.

Con las manos ocultas debajo de la mesa, sujeté mi muñeca con fuerza, como si así pudiera anclarme a algo. Sentía que estaba a punto de perderme, de desmoronarme dentro de una pesadilla.

—¿Dónde está mi madre?

Otra pausa. Esta vez noté cómo las manos de mi padre temblaban ligeramente.

—No sé nada de ella desde hace mucho tiempo, Abigail. Pero tu hermano...

—Iré a hablar con él, entonces.

Me levanté con demasiada brusquedad, y el mareo me golpeó como un huracán. La habitación pareció girar a mi alrededor. Mis piernas fallaron y, antes de entender qué ocurría, caí de rodillas. Todo a mi alrededor comenzó a oscurecerse, la voz de mi padre se mezcló con un zumbido lejano, y mi cuerpo se sintió pesado, como si el mundo entero presionara sobre mis hombros.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top