Capítulo 26: Ve a la cama

Los últimos acontecimientos habían dado un giro totalmente inesperado a mi vida. Zac había llegado a la conclusión de que aquello que me había atacado era un demonio. Sin embargo, no tenía idea de cómo enfrentarlo aún. Por mi parte, tampoco sabía qué hacer. Según lo que Zac explicó, el demonio probablemente volvería a aparecer en algún momento, y cuando eso sucediera, yo no debería estar sola.

La idea de que no me quedara sola en ningún momento había salido de Derek. En la escuela, sería Adam quien se encargaría de apoyarme; fuera de ella, Derek asumiría el papel. Incluso sugirió que podríamos hacer fiestas de pijamas, dejando claro que hasta pasaríamos las noches juntos.

De momento, ese era el plan. Aunque me parecía una solución temporal y algo extraña, no tenía muchas opciones.

—¿Preparada para hoy? —me encontré con Adam apenas abrí la puerta de casa, lista para ir a la escuela.

—Supongo que sí —respondí con una sonrisa nerviosa mientras ajustaba mi mochila.

—Dime, Abby, ¿tu padre te dijo algo sobre las heridas?

Negué con la cabeza. —Apenas lo vi de pasada esta mañana, y además mi ropa cubre la mayoría. Solo se nota este pequeño corte en mi mejilla.

Adam asintió, observándome con atención.

—¿Y dices que eso te lo hizo con solo tocarte el rostro?

Asentí. Entonces, me hizo detener. Con delicadeza, pasó su dedo índice por la herida, con expresión tensa mientras la examinaba.

—Lamento no haber llegado antes para ayudar.

—Tranquilo, ya va a sanar. Además, no duele.

Mentí. Cada vez que el viento me golpeaba de frente, sentía un ardor insoportable. Pero no era nada grave, solo una molestia.

Adam retiró su mano y continuamos caminando, aunque su ceño seguía fruncido.

Más tarde, ese mismo día, Fei no podía disimular su incomodidad.

—Abby, ¿por qué este no se ha despegado de nosotras en todo el día? —dijo, simulando un susurro que fue lo suficientemente fuerte para que Adam la escuchara.

Él ignoró el comentario, manteniendo su semblante impasible.

—¿Necesitas que conversemos en privado? —sugerí, lanzándole una mirada a Adam para que entendiera.

Él, resignado, se detuvo y dejó que nos adelantáramos. Apenas estuvimos lo suficientemente lejos, Fei me tomó del brazo y me arrastró a paso rápido por el pasillo.

—¿Acaso ustedes dos han vuelto a salir? —preguntó con los ojos entrecerrados, como si buscara leerme la mente.

Negué con la cabeza. —Solo intentamos llevarnos bien.

Su expresión decía que no estaba completamente convencida.

—¿Y esa herida? —preguntó, señalando el corte en mi mejilla.

—Pelea en desventaja contra el gato de mi vecino... —mentí sin mucha creatividad.

Fei me miró fijamente, pero no insistió.

—Bueno, en cualquier caso, estoy algo preocupada —admitió con un tono más serio—. Me contaste que últimamente has tenido mareos, que no te has sentido bien... y encima está lo de Adam.

Suspiré, sintiéndome de repente más cansada de lo que ya estaba. —Sí... han sido días complejos.

Fei me estudió por un momento antes de soltar la bomba:

—¿Estás embarazada de Adam?

Me detuve en seco, sintiendo que el alma se me salía del cuerpo.

—¡¿Qué?! ¡Claro que no! ¿Cómo llegaste a esa conclusión?

—Bueno... —se encogió de hombros—, su relación ha sido muy rara últimamente, y tú también has estado rara.

Suspiré, llevándome una mano a la frente. —Adam y yo ni siquiera hemos llegado a ese punto...

Lo cual no era del todo cierto. Habíamos tenido momentos íntimos, pero nunca habíamos cruzado la línea. Mi hermano y mi padre habían implantado en mí un miedo irracional a quedar embarazada, así que, aunque las cosas se calentaban, siempre me aseguraba de no pasar del jugueteo. Aunque en más de una ocasión estuvo a punto de pasar.

—Dios, menos mal. ¿Te imaginas? Con todo eso de los engaños, tendría muchísimo miedo. ¿Será alguien responsable en su cuidado sexual?

—Es un buen punto... —murmuré, aunque la conversación empezaba a deprimirme un poco.

Fei se detuvo de repente y me miró a los ojos con una intensidad que no era común en ella.

—Oye, Abby, recuerda que puedes contar conmigo para lo que sea, ¿sí?

No sabía por qué, pero esa frase me tocó. Fei podía ser rara y dramatizarlo todo, pero era una buena amiga. Por un momento, consideré contarle la verdad. Pero no me atreví. Quizás algún día lo haría.

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Al caer la noche, Derek llegó para hacerse cargo de mí, marcando oficialmente el momento del "intercambio de niñeros".

No negaré que era agradable que se preocuparan tanto por mí, pero el hecho de no poder estar sola en ningún momento no era precisamente tentador.

—Cuídala bien —le advirtió Adam a Derek antes de marcharse.

—Descuida, lo haré —respondió Derek con una sonrisa despreocupada.

—Esto es tan perturbador... —murmuré sin pensarlo, observándolos hablar de mí como si fuera una niña pequeña y ellos mis padres hiperprotectores.

—No tengo por qué irme todavía —comentó Adam, intentando alargar su estadía—. De hecho, podríamos quedarnos los tres juntos esta noche, ¿qué dicen?

Derek soltó una carcajada exagerada.

—Qué lindo chiste, pero no. Ya te vas.

—Oh... Pero...

—Adiós, Adam. Hasta pronto, sayonara, goodbye, ciao —dijo Derek, guiándolo deliberadamente hacia la ventana de mi habitación, como si esa se tratara de la nueva puerta principal de mi casa. Cuando Adam finalmente se fue, Derek se giró hacia mí con una sonrisa triunfal en el rostro.

—¿Vemos una película? —preguntó animado—. Aunque, pensándolo bien, deberíamos ir al cine algún día. Hubo un tiempo en que Hunter iba bastante con Amber. El maldito nunca me invitaba porque temía que "perdiera el control", y ahora mírame; vivo perfectamente entre humanos. De hecho, lo hago mejor que él.

—Sí, claro, suena genial... —respondí, sonriendo incómoda—. ¿Quién es Amber?

—Ah, olvidé mencionarlo. Amber es una de las descendientes de Hunter. O, dicho de otro modo, su hija.

Mi mente entró en colapso inmediato. ¡¿Una hija?! ¿Una de sus descendientes?

Debió notar mi expresión porque rápidamente intentó aclarar:

—Entiendo que sea extraño para ti saber que Hunter tiene descendencia. Quizás no debería habértelo dicho, pero ya que metí la pata... son cinco en total.

—¡¿cinco hijos?! —exclamé, completamente aturdida.

—Pero no es como te imaginas, eso es seguro... Creo que debería callarme y dejar de hablar del tema. ¿Qué película quieres ver?

—¿Y tú también tienes hijos, Derek? —pregunté con una mezcla de curiosidad y terror.

—¿Yo? —hizo una pausa teatral—. No... al menos que yo sepa. Aunque, siendo honesto, probablemente soy infértil.

A lo largo de la noche intenté digerir la bomba de información sobre Hunter. Después de todo, cuando me contó la historia de Will, mencionó algo sobre cinco exesposas. Ahora tenía sentido, aunque seguía siendo increíble pensar cuánto había vivido para que todo eso ocurriera.

Regresando al presente, la velada no estuvo mal. Derek y yo comenzamos a ver una serie juntos, comentando y analizando cada escena con entusiasmo. Era agradable compartir esos momentos; ambos éramos del tipo que no podía ver algo sin añadir un análisis profundo o un chiste tonto.

Sin embargo, el cansancio empezó a pasar factura.

—Creo que es momento de dormir. Voy a ponerme el pijama —anuncié, dirigiéndome al baño.

—Por supuesto, te esperaré en la cama. Abrazaditos usamos menos espacio.

Me detuve en seco, sintiendo que mis mejillas ardían. ¡Tenía que estar bromeando!

—Nena, ¿cómo crees? Claro que no invadiré tu camita —agregó rápidamente, divertido.

—Tampoco quiero que duermas incómodo... Yo puedo usar el sofá.

—Ni hablar. No voy a permitir que descanses en ese sillón estando llena de heridas. Tú usarás tu cama. Yo estaré bien.

Me debatí por un momento, hasta que finalmente sugerí:

—¿Y si... dormimos juntos? Creo que hay suficiente espacio para que no nos toquemos.

Derek me miró con una expresión pensativa.

—Podría hacerlo... pero quiero seguir viviendo en este mundo.

—¿Es en serio?

—A ver, nena, ponte en situación: tú y yo durmiendo juntos. De repente, alguno se mueve más de la cuenta, y justo en ese momento Hunter aparece de la nada y me clava una daga en el pecho porque no va a pensar que solo dormíamos. Es bastante celoso cuando se trata de ti.

Bueno, eso lo había notado bastante bien. Por mucho que Hunter intentara alejarse de mí, parecía que tampoco permitía que otros lo hicieran.

—¿Y acaso piensa venir? —pregunté, molesta al recordar la última vez que se fue sin despedirse adecuadamente.

—No lo sé, pero sí sé que está colado por ti y que, además, es un psicópata raro al que le gusta verte dormir por las noches.

Mi mandíbula cayó al suelo.

—¿Qué? ¿Él hace eso?

Derek se encogió de hombros.

—Una vez lo descubrí. Me burlé de él como no tienes idea.

—Eso es...

—Totalmente enfermo, lo sé. Pero no pienses mal de él; solo actúa así contigo. El resto del tiempo es "normal".

Rodé los ojos. Antes de que pudiera responder, Derek cambió el tema abruptamente:

—Oye, ¿me das la contraseña del Wi-Fi?

Antes de darle la contraseña a Derek intercambiamos números de teléfono. Era algo que debíamos de haber hecho el mismo día que le acompañé a comprarse el suyo.

ㅡ¿caballohomosexualdelasmontañas99? ㅡDerek frunció levemente el entrecejoㅡ¿En qué estabas pensando cuando pusiste esa contraseña?

ㅡEn realidad fue decisión de mi hermano Christian...ㅡ sonreí al hacer un flashback de ese momento en mi cabeza.ㅡ ¿Ya te conectó?.

Derek asintió.

ㅡ No sabía que tenías un hermano...

ㅡPues sí, y también tengo un padre ㅡcomenté, haciéndole reírㅡ Una madrastra y hermanastra además.

ㅡA tu padre lo conozco, incluso una vez charlé con él en el hospital... muy guapo, por cierto.

Me hice ver enojada a modo de broma.

ㅡ Eh, cuidadito que mi padre tiene pareja.

Derek estalló en risas.

—Pero si no te cae bien su pareja, podrías darme una oportunidad. Sería un gran padrastro.

—¡Por Dios, Derek!

ㅡTranquila, tú también eres guapa... Oye, ¿Y tu hermano qué tan bueno está?

Rodeé los ojos.

ㅡ Cielos... Ahora pregúntame por mi abuela.

ㅡCon que tienes abuela, ¿y está buena?

Liberé una carcajada.

ㅡMaldición, Derek, basta.

Y así terminó la noche, entre risas y comentarios absurdos que, a pesar de todo, lograron aliviar el peso de mi mente.

━━━━━━━━━※━━━━━━━━━

Otra vez estaba al borde de la anemia. En el pasado ya había estado en una situación similar, solo que... por otros motivos. Esta vez, al menos, no era tan malo. Me habían dicho que tenía solución y que bastaba con seguir un tratamiento adecuado para evitar riesgos. Las vitaminas estaban funcionando, pero debía mejorar mi alimentación.

Mi padre, como era de esperarse, me dio un tremendo sermón. Insistió en que debía cuidarme y ser rigurosa con los medicamentos, prometiendo que empezaríamos a hacer todas las comidas juntos. Aunque, sinceramente, no le creía. Hace unos días había jurado que retomaríamos juntos las clases de boxeo, pero jamás ocurrió. Cuando se lo mencioné, me reprochó que seguramente era "otro de mis problemas alimenticios" y que solo quería hacer deporte para...

No, mejor ni recordarlo. Pensar en eso solo lo empeoraba.

Él nunca lograba entenderme.

—Sacaré una hora con tu terapeuta. En ese momento tu tratamiento fue interrumpido, ¿verdad? —dijo papá, ahora con un tono menos molesto—. Te avisaré cuando esté agendada.

Fue lo último que me dijo antes de marcharse, dejándome sola otra vez. Tan pronto lo hizo, me permití llorar.

Cuando Adam se enteró, se enfureció. No tardó en lanzar maldiciones contra Hunter, pero yo sabía que esto no era completamente su culpa. Siempre había tenido problemas con mi alimentación, y bueno... lo de la pérdida de sangre tampoco ayudaba. Era lógico que mi cuerpo colapsara tarde o temprano.

—Seguro que es culpa de ese vampiro estúpido —acusó Adam mientras comíamos en la cocina, después de clases.

—Ya te dije que no creo que sea solo por eso, Adam.

—Lo sé... perdona. Pero no es como si hubiera ayudado, ¿verdad?

Más tarde, ya en mi cuarto, nos quedamos viendo una película animada mientras esperábamos a Derek. Adam había insistido en quedarse hasta que él llegara, aunque ya era bastante tarde.

—Abby... —me dio un suave empujón con su hombro cuando vio que casi cerraba los ojos.

—¿Adam...? —murmuré, algo adormilada.

—Te estás quedando dormida. Ya es tarde y Derek no llega. Por cierto, ¿tu padre dónde está?

Bostecé largamente antes de responder. —Hoy tiene turno.

—¿Y Katherine?

Me encogí de hombros. —Ni idea.

—Es raro que Derek no llegue. Estos días ha sido puntual.

—Si necesitas irte, no pasa nada.

Adam negó con la cabeza. —Ni loco voy a dejarte sola.

—No estará sola —dijo una voz familiar desde la ventana de mi cuarto. Era Hunter.—. Ya puedes irte.

Adam cruzó los brazos y adoptó una pose que supuestamente debía parecer intimidante.

—Tú no te vas a quedar a solas con ella.

—¿Qué has dicho? —preguntó Hunter con una calma que resultaba inquietante, manteniéndole la mirada.

—Estoy hablando en serio. Abby está al borde de la anemia por tu culpa. Está enferma por tu maldita culpa.

El comentario de Adam fue tan directo que incluso me sentí mal al ver la evidente expresión de culpa en Hunter. Antes de que las cosas pudieran escalar, me incorporé rápidamente y me situé entre ellos.

—Más te vale que Abby esté sana y salva mañana cuando vuelva —le advirtió Adam—, porque si no, me convertiré en lobo y te destrozaré con mis dientes.

—Ya basta... —dije, nerviosa—. Gracias por acompañarme, Adam. Puedes irte ahora.

Adam se acercó para darme un abrazo largo, demasiado largo, y luego besó mi frente antes de marcharse. Cuando lo vi desaparecer por la puerta, la realidad me golpeó: me quedaría a solas con Hunter después de mucho tiempo.

Cuando volví a mirarlo, mi corazón comenzó a latir frenéticamente. No podía controlarlo.

ㅡVe a la camaㅡ fueron sus palabras exactas, parecía que de repente se había enojado.

—¿Y Derek? —ignoré su orden.

—Hoy me quedo yo. Está ocupado. Así que, para evitar problemas, será mejor que te vayas a dormir.

—Al menos no ocultas tu insistente interés en llevarme a la cama —bromeé, solo para irritarlo más—. Además, ya me enteré de que me observas por las noches.

Hunter no respondió y siguió con lo suyo. Suspiré y busqué mi pijama. Quizá lo mejor sería cambiarme e intentar dormir, de esa manera conseguiría evitar más momentos incómodos con él.

Cuando regresé de cambiarme, lo encontré sentado en la cama. Frente a él había un botiquín de emergencia y varios vendajes perfectamente organizados. Su mirada se cruzó con la mía, y antes de que pudiera decir algo, anunció con una voz tranquila pero firme:

—Voy a examinar tus heridas y a cambiar los vendajes.

En otro momento habría protestado, pero esta vez no tenía sentido hacerlo. Estaba claro que intentaba ser amable, así que me acerqué y me senté a su lado en la cama.

—¿Solo en los brazos tienes heridas? —preguntó mientras tomaba con delicadeza mi brazo derecho.

—Pues sí, solo eso —respondí, desviando la mirada.

—¿Estás segura? —insistió, su tono suguería que no le convencía mi respuesta.

Bajé la vista y me mordí el labio. —Bueno... también tengo algunas heridas en las piernas, pero no es algo como para preocuparse. ¡Ah! Y algunos hematomas en el trasero y en los muslos, pe... —me detuve de golpe, dándome cuenta de que había hablado más de la cuenta—. Pero seguro no quieres ver allí.

Solté una risa nerviosa, intentando aliviar la incomodidad que yo misma había creado. Sin embargo, cuando lo miré de reojo, su expresión seguía siendo seria, incluso más que antes. Al analizarlo mejor, me di cuenta de que casi nunca lo veía sonreír... salvo cuando se burlaba de mí, claro, algo que se le daba sorprendentemente bien.

—El otro brazo —ordenó sin más.

No había notado que ya había terminado de esparcir una crema en mi brazo derecho. Su toque era tan suave, tan meticulosamente cuidadoso, que parecía esforzarse mucho para no causarme dolor.

—¿Cómo te has sentido? —preguntó mientras aplicaba un gel frío sobre las heridas de mi brazo izquierdo.

—He estado mejor... —murmuré, observando cómo trabajaba. Sus movimientos precisos y delicados tenían algo hipnótico. Evité en todo momento mirarlo a los ojos; ya de por sí tenerlo tan cerca era suficiente para ponerme nerviosa.

—Listo —anunció finalmente, retirándose un poco mientras guardaba los utensilios en el botiquín.

Por un instante me quedé en silencio, observándolo. Mi pijama, verde con un dibujo de un platillo volador estampado en el top, que tanto me había gustado cuando lo compré, ahora no me parecía tan apropiado. Con Hunter en la habitación, deseaba estar usando algo... ¿más coqueto? Lo admitía: quería devolverle un poco de la locura que me hacía sentir cada vez que estaba cerca.

—¿Te ocurre algo? —preguntó de repente. Su tono era neutral, pero su mirada fija me hizo pensar que había notado algo raro en mi expresión.

Tragué saliva y traté de calmarme. —Hunter, dime por... —las palabras parecían atascarse en mi garganta—. ¿Por qué has venido tú en lugar de Derek?

Su expresión se endureció, y por un segundo creí notar un destello de celos en sus ojos.

Pero descarté rápidamente esa idea; seguramente solo estaba molesto. Como esperaba, no respondió.

En lugar de eso, hizo algo que me tomó por sorpresa: me tomó suavemente por la barbilla, obligándome a mirarlo. Sus ojos se fijaron en los míos, y su rostro comenzó a inclinarse hacia el mío. Mi corazón empezó a latir con fuerza, y por un momento pensé que iba a besarme. Pero entonces...

—Olvidé echarte crema en la herida del rostro —dijo, soltándome y dándose la vuelta para buscar algo en el botiquín.

Llevé una mano a mi pecho, intentando calmar mis latidos. Respiré profundamente, aunque sentía como si el aire no fuera suficiente. Cuando volvió a acercarse, sus dedos fríos tocaron mi rostro con cuidado, esparciendo la crema. Un escalofrío recorrió mi cuerpo.

—Estás temblando... —murmuró, con una leve preocupación en su tono—. ¿Te sientes mal?

—Estoy bien —me aparté bruscamente, ignorando si había terminado o no. Necesitaba poner algo de distancia entre nosotros.

—Abby... —Su voz sonaba casi culpable, y me detuvo tomándome del brazo—. En serio lamento que te hayas enfermado por mi culpa.

Lo miré, un poco sorprendida. —Todavía estoy a tiempo de que eso no ocurra —respondí—. Solo tengo que llevar una mejor alimentación.

—Ya no voy a morderte nunca más —sentenció.

Sus palabras me dejaron atónita. Aunque, a decir verdad, llevaban semanas desde la última vez que lo había dicho.

—¿Acaso te volviste vegetariano? —pregunté, intentando bromear. Aunque no sonrió, su gesto se suavizó ligeramente.

Nos alejamos un poco el uno del otro, ambos evidentemente nerviosos. Me acomodé en la cama, dispuesta a cubrirme con las mantas y a reclamarle a Derek por mensajes por la situación. Pero justo cuando me estaba acomodando, Hunter se acercó nuevamente. Mi corazón volvió a latir con fuerza, como un potrillo salvaje descarrillado huyendo de vaqueros salvajes con sogas.

—Buenas noches, descansa —dijo mientras ajustaba las mantas a mi alrededor. Por un momento, creí que iba a darme un beso de buenas noches, pero eso ya era pedir demasiado.

—¿Qué es lo que pretendes? —murmuré con un nudo en la garganta.

Frunció el ceño, claramente confundido. —¿De qué hablas?

—Es curioso que te hagas el desentendido cuando sabes perfectamente lo que me pasa —dije con un arranque de valentía y un toque de fastidio. Luego, cerré los ojos y sentencié—: Buenas noches, Hunter.

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