Capítulo 2: Un Pacto

🦇 𝒫𝒶𝒸𝓉𝑜 𝒸𝑜𝓃 𝓊𝓃 𝒱𝒶𝓂𝓅𝒾𝓇𝑜 🦇

━━━━━━━━━※━━━━━━━━━

Yo no era precisamente la persona más lista del mundo, pero tampoco hacía falta ser un genio para saber que tener el iris color rojo no era algo natural. De cualquier forma, no me había quedado allí para preguntarle a ese chico sobre su peculiar fenotipo; al contrario, había puesto mis cortas piernas en acción y salido corriendo a toda velocidad, sin fijarme siquiera en el camino, sintiéndome como una auténtica loca escapando del manicomio. La ansiedad trató de calmarme, imaginando mil explicaciones racionales en cuestión de segundos, pero ninguna tenía sentido. Hunter haciendo cosplay parecía poco probable, y además, estaba segura de que la sangre de un animalito y unos pupilentes no harían una buena combinación.

Corría sin mirar atrás, convencida de que detenerme era la peor idea del mundo. Solo pensaba en salvar mi vida, porque no creía que ese chico fuera a acercarse y decir algo como "Oye, solo estaba de paso, vi un animalito y decidí merendarlo, ¿quieres la pata?" ¡Por supuesto que no! Lo más probable era que me considerara a mí como el postre.

¿Qué rayos era ese tipo? ¿También estaría interesado en el canibalismo? Esperaba que no.

Me detuve cuando pensé que ya estaba a metros de él, y sólo entonces, reparé en que había corrido demasiado porque justamente ahora no tenía ni la más mínima idea de dónde me encontraba

A mi alrededor, los árboles se alzaban imponentes, bloqueando casi toda la luz, lo que hacía que todo pareciera aún más siniestro. Fue entonces cuando, entre las sombras, distinguí algo extraño: una pequeña cabaña. Y, como ya era costumbre, la situación no dejaba de volverse más rara.

Perfecto, una cabaña en medio del bosque. Muy normal, claro que sí.

Desesperada por orientarme, decidí trepar al techo de la cabaña, pensando que desde ahí podría divisar el camino de regreso. Sorprendentemente, la idea funcionó. Desde la altura, pude ver la escuela, y más allá, la puerta por la que había salido, aún abierta.

Hunter, por suerte, no estaba a la vista.

—¿Qué haces aquí?

El susto casi me tira del techo. Reconocí la voz de inmediato.

—¡Matthew! —Bajé a toda prisa y corrí a abrazarle. Claro que, para él, mi reacción debía de parecer más que extraña.

—Pequeña, no deberías estar aquí —murmuró, incómodo por el abrazo. Me di cuenta de que trataba de separarse con suavidad.

—Profesor Leblanc... ¿y señorita Winsley? —Una voz conocida, fría y formal, me hizo girar. Ahí estaba el profesor Nicholas, con esa eterna expresión de desaprobación.

Bien, esto se va a poner incómodo.

Matthew y yo habíamos dado una imagen... peculiar. El profesor de física era lo más correcto y estirado que podías encontrar en la escuela, así que no me extrañaba que nuestra cercanía le hubiera incomodado. Ahora tocaba salvar la situación.

—¿Y bien? —insistió el profesor Nicholas, alzando una ceja inquisitiva.

—La encontré perdida —respondió Matt, manteniendo su calma habitual.

Finalmente, me aparté, todavía sintiéndome avergonzada.

—¿Perdida? —repitió el profesor, incrédulo—. Había dejado a un estudiante encargado de ti. Parece que hizo un mal trabajo.

—Es evidente —agregó Matt. Yo, mientras tanto, seguía preguntándome qué hacían esos dos en el bosque a esas horas.

Intenté preguntar por Hunter, pero una parte de mí se contuvo. ¿Y si estos dos también formaban parte de algún club caníbal secreto? Era mejor no arriesgarme.

━━━━━━━━━※━━━━━━━━━

El sermón que nos dio el profesor Nicholas en el estacionamiento fue épico. Estaba convencido de que Matt y yo teníamos algo más que una relación de estudiante y profesor. Y por más que intentamos aclararlo, él se negaba a escucharnos.

—Genial, ahora sí que piensa mal —se quejó Matt, mientras conducía su auto hacia mi casa.

—Tú te ofreciste a llevarme —le recordé, cruzándome de brazos—. Yo podía irme sola.

—¡Claro! Y luego te pasa algo y tu hermano me mata. Sí, seguro —contestó con sarcasmo, mientras yo revoleaba los ojos.

—Por cierto, ¿qué hacías en el bosque? —preguntó, mirándome de reojo.

Desvié la mirada hacia la ventana. No podía contarle la verdad. Matt pensaría que estaba loca. ¿Cómo explicarle lo de los ojos rojos?

—Es complicado —murmuré—¿Y tú? ¿Qué hacías con el viejo Nicholas en el bosque?

—Bah, cosas absurdas del colegio —respondió, suspirando—. Pillaron a unos chicos drogándose y Nic me pidió que lo acompañara a patrullar.

—¿Patrullar? —repetí con una risita.

—Sí, como si yo pudiera sermonear a alguien. Tú sabes cómo soy.

—Es verdad.

—¿Y tú? De verdad parecías asustada cuando te encontré.

Estaba claro que no iba a dejarlo pasar. Sin pensar, solté la primera tontería que se me ocurrió:

—Ah, es sólo que vi a una ardilla.... Una ardilla comiéndose a otra ardilla. Una demostración atípica de la naturaleza, supongo.

Matt me miró por un segundo antes de soltar una carcajada.

—Te creo—dijo seco, obvia señal de que no me había creído ni un poquito, y, ¿cómo no? Si yo había dicho algo tan estúpido.

Unos minutos después, aproveché que el semáforo estaba en rojo para pedirle que me dejara bajar.

—Déjame aquí. Estoy cerca, caminaré.

—¿Segura?

—Sí. Además, tengo que pasar por la librería a comprar ardillas.

En mi nerviosismo, solté esa tontería y abrí la puerta mientras Matt se reía a carcajadas.

Ya en casa, avancé desde la sala de la forma más cautelosa que pude. Papá, su esposa y mi hermanastra estaban cenando, y yo no quería acompañarles en ese momento, por lo que sólo saludé de pasada y subí directo a mi habitación. Nadie se molestó en saber el por qué iba llegando a esas horas de la escuela, pero resultaba muchísimo mejor así para mí.

Me dejé caer en la cama como un saco de papas y, tras suspirar, puse a cargar y revisar mi teléfono. Adam había mandado varios mensajes a mis redes sociales, pero yo no los leí. Solo lo bloqueé en cada una de ellas.

Minutos después, apareció un mensaje de él en la pantalla:

"Necesito hablar contigo. Desbloquéame, x favor."

¡Cuánto lo odié! Ya la pena se había esfumado y ahora sólo tenía unas potentes ganas de soltar mi furia ¿Quién se creía? Por qué insistía en que le perdonara después de lo que había hecho. Idiota.

"SE ACABÓ."

Le envié ese mensaje corto, dramático, y en mayúsculas. Me sentí poderosa por un instante, pero enseguida me arrepentí. Él no merecía ni una sola palabra de mi parte.

Entonces llegó su respuesta:

"¿me cortas por mensaje? No esperaba eso de ti. No será oficial si no me lo dices a la cara."

¿Cómo se atrevía? Estaba haciendo llegar al tope mi mal humor. ¿En serio había estado enamorada de un imbécil así? Lancé unos gritos sintiéndome al borde del colapso.

—¡Idiota! —gruñí en voz alta, lanzando el teléfono hacia algún rincón de la habitación.

Justo entonces, una voz interrumpió mis pensamientos:

—¿Qué te hizo el móvil para que lo trataras así? Y ese grito... ¡Auch! Mis oídos aún lo sienten.

Volví a gritar, esta vez de puro susto. Ahí estaba Hunter Reynolds, el chico con gustos alimenticios cuestionables, de pie en mi habitación como si fuera lo más normal del mundo.

—¡Shhh! —me susurró divertido, con una sonrisa irritante—. No querrás que se enteren de que tienes un chico aquí a solas, ¿verdad?

¿Cómo demonios había entrado? Mis ojos se desviaron a la ventana, que estaba abierta. Considerando que mi habitación estaba en el segundo piso... ¿Cómo había subido?

Hunter avanzó con lentitud hacia mí. Instintivamente me levanté de la cama, procurando mantener la mayor distancia posible entre ambos.

—¡Detente! —grité cuando lo vi acercarse demasiado. No planeaba ser su cena ni mucho menos miembro VIP en el club de caníbales.

Adopté una postura defensiva, aunque no sabía si podría detenerlo si las cosas se ponían feas. La última vez que lo había visto, estaba cubierto en sangre en mitad del bosque. Claramente, este tipo jugaba en una liga diferente.

Hunter alzó una ceja, divertido.

—¿Qué daño podrías hacerme tú? —dijo burlándose. Me subestimaba descaradamente, y lo peor era que tenía razón. Con su altura y complexión, yo debía parecer un gatito furioso con la percepción de la realidad alterada.

—Oye, calma —añadió con tono ligero—. No vine a hacerte daño... al menos no mucho.

¿Eso se suponía que debía transmitirme seguridad? Santas vacas... Había entrado en pánico más rápido de lo esperado.

—¿Qué haces aquí? ¡Responde! —le espeté, furiosa—. Si intentas algo, gritaré. No estoy sola, ¿sabes?

—Lo tendré en cuenta —respondió, y soltó una risa. Dio una vuelta por mi habitación, como inspeccionando el lugar. Cuando llegó a la puerta, giró el seguro con toda la calma del mundo.

Y oficialmente, entré en pánico. Otra vez.

—¿Por qué estás aquí? —volví a preguntar, sin moverme ni un centímetro.

Lo observé con los brazos cruzados sobre el pecho, siguiendo cada uno de sus movimientos con atención. Algo en su expresión me tenía en alerta. Ya no llevaba la ropa ensangrentada, lo que era una señal tanto buena como mala, pues se trataba de un deshecho de evidencia.

—Está bien. Hablaré, pero procura calmarte. Te conviene oírme.

—¡No, a ti te conviene escucharme a mí! —sentencié, sin pensarlo. No podía quedarme parada como una estatua mientras él decidía qué hacer. No podría estar segura si me abordó un subidón de valentía repentina o desesperación, no lo sé, pero me lancé hacia él.

Con un movimiento rápido, lo tomé por el cuello de la camisa y lo empujé contra la puerta. ¿De dónde había salido esa fuerza? Por un segundo pensé que realmente estaba ganando... hasta que noté la sonrisa en su rostro. Me estaba dejando ganar.

—Te vi en el bosque, tus ojos estaban rojos y todo tu cuerpo embarrado en sangre. No quiero saber nada más. Si eso es lo que te preocupa, no se lo diré a nadie. Será como si nunca hubiera pasado, ¿de acuerdo?

Intenté verme lo más seria e intimidante posible, pero al parecer eso no funcionó. Él me miraba como si acaso le estuviera contando el chiste más gracioso del mundo. Quizá le parecía chistoso el cómo fingía intimidarle mientras debía bajar la vista para verme.

—No es exactamente lo que quiero—, en un abrir y cerrar de ojos, Hunter y yo habíamos cambiado de posición. Ahora él sujetaba mi cuello. Mala situación para mí. Muy mala. Era hora de ir preparando mi mejor grito.

—Quiero hacer un pacto contigo. ¿Será que puedes ser obediente y escucharme? No te conviene verme enojado.

Alcé ambas cejas, sorprendida. ¿Un pacto? ¡Oh no, no, no! No pensaba meterme en nada con este tipo. Jamás.

De pronto, sus ojos cambiaron de azul a un rojo carmesí. Y empezó a apretar mi cuello, suave pero firme.

—¿Qué... eres? —murmuré con dificultad, sintiendo cómo se me escapaba el aire.

Hunter sonrió, como si disfrutara del momento.

—Deberías sentirte afortunada. Los Vampiros no solemos hacer tratos con nuestras presas.

Abrí los ojos de par en par. Vampiro. No podía ser verdad.

Solté un grito fuerte con la esperanza de que alguno de los que estaban en el primer piso me escuchara. Aquello me había costado un esfuerzo enorme. Respirar se estaba volviendo una tarea complicada en medio de la crisis de ansiedad que ya se había desbordado en mí.

—Quiero tu sangre—dijo Hunter, sin más preámbulos, como si me estuviera pidiendo un favor casual.

¿En qué momento la realidad se había vuelto tan absurda y peligrosa? Un vampiro estaba en mi cuarto. Un maldito vampiro exigiendo mi sangre como si fuera lo más normal del mundo. Me obligué a creer que tal vez era un sueño, una alucinación... pero todo se sentía demasiado real para ser una fantasía.

—No puedo darte eso —murmuré, con la voz entrecortada por la incredulidad y los nervios. De repente, el miedo estaba cediendo a otra emoción: pavor mezclado con desconcierto—. Suéltame, ¿sí? Podemos hablar...

Hunter aflojó su agarre de mi cuello, y yo aspiré con avidez, regulando mi respiración poco a poco.
—Dije que haríamos un pacto, y lo haremos: yo cuidaré de ti y tú me alimentarás. Es simple.

—¿Cuidar de mí? ¿Como cuidaste de... eso, en el bosque? —mi voz sonó raspada, casi como un susurro doloroso. Mi garganta ardía por el esfuerzo de hablar.

—Te cuidaré —repitió con un tono suave, pero firme—. Eso significa que seré cuidadoso cuando te muerda. No te preocupes, quedarás viva. Además, piensa en lo práctico: tenerte me hará las cosas más fáciles y supongo que actuar como tú guardián también te ayudará. Honestamente, no parece que tuvieras instinto de supervivencia.

¿Guardián? ¿Desde cuándo los Vampiros juegan a ser ángeles de la guarda? Una parte de mí quería creer que Hunter estaba loco, que todo era una farsa bien elaborada. Pero no podía engañarme: los ojos rojos y la presión sobre mi cuello eran pruebas irrefutables de que esto no era teatro.

—No creo poder aceptar eso... —dije, tambaleándome entre la desesperación y la súplica—. ¿No podrías alimentarte de otra cosa? Puedo ayudarte a encontrar... comida, no sé. Algo más.

Hunter esbozó una sonrisa, pero no era amable; tenía algo cruel en ella.
—Claro que no tienes que aceptar... —dijo lentamente. Por un momento sentí alivio, ¿acaso tenía una salida?—. Pero en ese caso, te morderé hasta el cansancio ahora mismo. Con suerte, tal vez sobrevivas.

El golpe en la puerta nos hizo girar la cabeza al mismo tiempo.

—¡Abby! —Era mi padre.

El corazón se me hundió. Hunter permanecía inmóvil, su mirada era entre divertida y curiosa, como un depredador jugando con su presa. ¿Sería capaz de hacerle daño también? En su sonrisa burlona había una amenaza velada.

—¿Es tu padre? —susurró, con aire despreocupado—. Vamos, dile que todo está bien. Puedes despedirte ahora... o aceptar mi oferta. Si me rechazas no tendrás garantías de que no decida atacar a alguien más.

El miedo me recorrió la columna como una descarga helada. Sus ojos rojos y los colmillos expuestos me decían la verdad: los Vampiros existían. Y uno estaba aquí, en mi habitación, dictando las reglas de un sucio pacto.

—No hagas nada, por favor... —le pedí en un murmullo tembloroso, casi inaudible.

Mi padre seguía golpeando la puerta desde el otro lado, llamando mi nombre, preocupado. Pero lo último que quería era que entrara y encontrara a Hunter aquí. Eso no acabaría bien para ninguno de los dos.

—Entonces acepta el pacto —repitió Hunter, con voz baja y ronca, como si me estuviera susurrando al oído un secreto prohibido. Esta vez se inclinó hacia mí, levantando mi barbilla con dos dedos, obligándome a mirarlo.

—Promete que no lastimarás a nadie... —susurré.

Hunter asintió lentamente. ¿Qué estaba haciendo? ¿En qué me estaba metiendo?

—Entonces acepto.

Y con esas palabras, sellé mi destino. En ese momento no tenía idea de lo que implicaría este pacto ni lo mucho que cambiaría mi vida. Pero una cosa era segura: nada volvería a ser igual.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top