Capítulo 17: Todo va a estar bien

—Creo que ya es hora de regresar —avisó Derek. No estaba segura de cuánto tiempo había pasado, pero con cada minuto el lugar se sentía más vacío; las voces y risas de las personas a nuestro alrededor habían ido desapareciendo con las olas.

Asentí, aún de pie frente al mar, descalza. La arena fría y húmeda se amoldaba a mis pies, y el agua helada llegaba tímidamente a acariciarme los dedos. A pesar del frío, me gustaba esa sensación, como si las olas intentaran jugar conmigo.

—Explícame algo —dije mientras me volteaba hacia Derek. Estaba sentado en la arena, observándome con una tranquilidad que parecía ajena al tiempo.

—¿Qué hay con los poderes de Hunter?

—Interesante pregunta —respondió. Habíamos estado conversando por horas, y con cada palabra confirmaba que Derek era una compañía más agradable de lo que esperaba.

—Pues responde a mi interesante pregunta —le insistí con una sonrisa, alzando una ceja, tratando de hacer una imitación de los gestos que él hacía.

—A ver... El poder original de Hunter nunca me ha quedado del todo claro, pero si sumamos los otros seis, en resumen serían: telepatía, control de los elementos, ver fantasmas, entrar en sueños, detener el tiempo y transformarse en murciélago.

—Son demasiados... —murmuré, sorprendida.

—Sí, lo son. Pero él no sabe cómo usarlos del todo. Apenas domina lo de detener el tiempo y, de vez en cuando, la telepatía y los sueños. Ver fantasmas no requiere esfuerzo, pero el control de los elementos y la transformación son cosas bastante complicadas. Y, ¿sabes? Esto tiene mucho que ver contigo.

Fruncí el ceño. —¿Qué tiene que ver conmigo?

—Todo. Su preocupación por ti le da un enfoque. Lo de detener el tiempo lo pudo dominar gracias a ti.

—Hablas de mí como si fuera alguna especie de diosa.

—Tal vez, para Hunter, lo seas.

Intenté no reírme, pero la idea de Hunter viéndome como una deidad era tan absurda como tentadora. —No digas tonterías.

Derek rió, levantándose del suelo y sacudiendo la arena de sus pantalones. Se acercó hasta mí y me tendió mis zapatillas.

—¿La mayoría de las humanas son así de pequeñas o tú eres la excepción?

Lo miré fingiendo disgusto mientras me calzaba. —No soy pequeña, tengo un tamaño promedio. Ustedes los vampiros son los que son demasiado altos.

Derek rió. —Como sea. Ahora que somos un poco más cercanos, ¿te parece si te hipnotizo para hacerte dormir durante el viaje?

—¿Hipnotizarme? —pregunté, alzando las cejas.

—Detesto usarlo, porque usualmente los vampiros lo usan para cazar, pero en este caso lo usaría solo para evitarte el mareo. ¿Qué dices?

Confiaré en ti—dije finalmente. Derek me tomó en brazos, y no pude evitar aferrarme a su cuello para evitar caer.—Además de la hipnosis, ¿qué otros poderes universales tienen los vampiros?

—Hmm, sí que eres curiosa —comentó, comenzando a caminar—. Veamos... Los vampiros, mi querida humana, poseemos la bendita y, al mismo tiempo, jodida inmortalidad. Podemos convertir a otros, tenemos fuerza, agilidad, sentidos agudos, sanación rápida, envejecemos hasta cierta edad y, por supuesto... —Derek sonrió de forma teatral, alzando las cejas— atracción sexual y encanto natural.

Rodé los ojos mientras reía. —No me digas...

De pronto, una voz masculina nos interrumpió.

—¡Oigan ustedes dos!

Derek se detuvo en seco, girando hacia el hombre que se acercaba con una cámara al cuello.

—¿Qué ocurre? —pregunté, desconcertada.

—¿Puedo tomarles una foto? —dijo el hombre con entusiasmo—. Trabajo para una revista turística, y ustedes se ven geniales con el fondo de la playa.

Lo miré, negando con la cabeza, pero Derek ya estaba tomando la decisión por los dos.

—Seguro —dijo con una sonrisa despreocupada—. ¿Aquí está bien o más al fondo?

—¡Aquí está perfecto! —respondió el hombre, alejándose para preparar su cámara.

—¿¡Por qué rayos aceptaste!? —le protesté en susurros mientras aquel hombre ajustaba el lente.

—Tranquila, es una revista en Panamá. Nadie se va a enterar de esto. Claro, además de los panameños —dijo con una sonrisa burlona.

—¡Pero...! —Antes de que pudiera replicar, Derek me interrumpió.

—Si no te gusta la idea, puedes ocultar tu rostro en mi cuello. Yo me encargo de poner la cara bonita.

Bufé. —De acuerdo...

El fotógrafo comenzó a tomar las fotos, mientras Derek parecía disfrutar cada instante, posando con una naturalidad que hacía justicia a su atractivo. Sus tatuajes resaltaban bajo la luz del atardecer, dándole un aire misterioso que seguramente el hombre intentaría explotar.

Yo, por mi parte, hacía lo posible por ocultar mi cara, aunque en un descuido me capturaron sonriendo por una de las absurdas caras de modelo que Derek hacía.

Cuando terminó, el hombre nos agradeció efusivamente. —¡Haré todo lo posible para que esta foto salga en la portada! Y si eso llega a pasar, pueden escribir a la revista y solicitar cupones de descuento para el cine.

Mientras se alejaba, miré a Derek con suspicacia. —Creo que ese hombre te estaba coqueteando.

—¿Tu crees? —dijo entre risas—. Bueno, no puedo evitar ser irresistible.

—¡Qué ego tan delicado tienes! —repliqué, rodando los ojos mientras me acomodaba mejor en sus brazos— Apuesto a que lo de las fotos fue una simple excusa para poder hablarte. Ahora ese sujeto tiene fotos tuyas, de seguro luego las editará y pondrá su cara en lugar de la mía.

Derek rió por lo bajo, retomando el camino hacia un lugar más apartado.

—Mira fijamente a mis ojos —dijo suavemente—. Será rápido.

Levanté la mirada, encontrándome con sus ojos. Había algo en ellos que me atrapaba, una mezcla de colores que parecía moverse como un torbellino de luces y sombras. Mi mente comenzó a flotar, y pronto, todo quedó en blanco.

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― Sabía que pasaría esto... ―gruñí, sintiendo cómo alguien destrozaba mi sagrado sueño― ¡Abby, si no te levantas ahora, iré al baño, traeré agua y te lo lanzaré a la cara!

― ¿Fei...? ―abrí los ojos con esfuerzo. El cansancio me pesaba como una nube espesa sobre los párpados― ¿Qué haces aquí?

Fei rodó los ojos con dramatismo.

― Katherine me abrió la puerta. Al parecer, tú eres la única en esta casa que se levanta tarde.

Mi cerebro, todavía a medio encender, procesaba lento.

― Pero... ―me restregué los ojos― es muy temprano.

― Ayer quedamos a las nueve y, ¿sabes qué hora es? ¡Las nueve con quince minutos!

Gruñí mientras cubría mis ojos con el antebrazo.

― Qué tragedia, vamos tarde. Tendrá que ser otro día...

Fei bufó. Sus gruñidos siempre tenían esa mezcla de amenaza e impaciencia que, curiosamente, yo también manejaba a la perfección.

― Levántate ahora.

― Vamos mañana...

― Abby, prometiste que me acompañarías. Vamos, Abbychuela, no seas cruel.

― ¡Me levantaré si dejas de llamarme así y ponerme apodos ridículos!

― Trato hecho.

Con toda la pereza del mundo y un esfuerzo titánico, quité las mantas y me incorporé, tambaleándome como un zombie recién resucitado.

― ¿Te dormiste con la ropa de salir?

― ¿Ah? ―Parpadeé, todavía atontada, y miré mis prendas. Llevaba la misma ropa de anoche. Claro, había estado con Derek en Panamá y luego... espera. ¿Cómo regresé?― Sí, es que... quería estar preparada para la salida.

Fei frunció el ceño, pero luego encogió los hombros.

― Cosas tuyas. Entonces, ¿ya vamos?

― Seguro. Solo paso al baño a arreglarme y ya.

― De acuerdo.

Con honestidad, me daba una pereza monumental ir a ver al supuesto brujo, alquimista, mago, pony o lo que fuera. Pero lo hacía por Fei. Su seguridad me importaba más que mi propio sentido común, aunque me intrigaba cómo se había obsesionado tanto con Hunter.

― ¿Qué crees que sea? ―preguntó Fei mientras nos acercábamos al lugar. Era el mismo sitio donde Adam y yo habíamos buscado a Fei aquella vez. Había algo inquietantemente familiar en estar de vuelta.

― ¿Quién? ―pregunté

―Hunter.

― No lo sé... quizás un ¿doble de riesgo?

Fei puso los ojos en blanco como si acabara de decir la cosa más estúpida del mundo.

― ¿Te parece ridículo todo esto, verdad? ―Suspiró.

― No, no es eso ―mentí mientras mordía mi labio― Pero, ¿por qué insistes tanto? ¿Nunca has oído el dicho "la curiosidad mató al gato"? No quiero que acabes siendo el gato.

― Tú eres peor que yo con la curiosidad, así que no me vengas con sermones.

Sin más, Fei sacó una llave y abrió la puerta.

― ¿¡Tienes llave de su casa!? ―Mi voz salió más alta de lo esperado.

― Somos buenos amigos.

Arqueé una ceja.

― ¿Segura que son sólo amigos?

― Por supuesto ―rió Fei, divertida.

La puerta crujió al abrirse, revelando un interior que parecía sacado de otro tiempo. Una mezcla de incienso y madera vieja me golpeó de lleno. Las paredes estaban decoradas con cuadros abstractos, y una estantería repleta de frascos de vidrio brillaba al fondo bajo la tenue luz de las velas.

― Señorita Jung ―una voz masculina resonó con calma.

Desde una puerta adornada con colgantes brillantes apareció un joven. Me sorprendió que aparentaba tener nuestra misma edad y su apariencia era bastante común, a diferencia de su nombre.

― Buenos días, Aruna ―saludó Fei con una leve inclinación― Ella es Abby, una amiga.

― Mucho gusto, señorita ―dijo él, tomando mi mano con una mirada fija y serena. Había algo en su presencia que transmitía calma, como si sólo estar cerca de él te equilibrara.

― Hola―respondí, algo incómoda por su intensidad.

Fei no perdió el tiempo y fue al grano.

― Necesito contarte algo raro sobre el chico de ojos rojos...

Aruna negó con la cabeza.

― Ya hablamos de eso, señorita Jung.

― Sí, pero esta vez hay más. Él esta siguiendo a amiga, por eso la he traído contigo.

Sentí que ambos clavaban su mirada en mí.

― No creo que me siguiera. Tal vez fue una coincidencia.

― ¿Estás segura de eso? ―La voz de Aruna se volvió más grave.

― Claro... ―dije, aunque mi propia voz temblaba ligeramente.

Aruna cambió el tema, señalando un libro antiguo titulado Sanguinem in mundo.

― Este libro contiene información sobre criaturas sobrenaturales con forma humana. Ya les di una pista, ¿qué creen que es ese chico?

Fei respondió rápido.

― Quizás un hombre lobo o un vampiro.

Abrí los ojos como platos, incapaz de ocultar mi reacción. Aruna me miró con curiosidad.

― Correcto ―dijo él con calma― Pero tú ya lo habías leído, Fei. ¿Qué diría tu amiga?

― Pues... no lo sé ―traté de restar importancia― ¿No es demasiado fantasioso?

Fue entonces cuando mi teléfono sonó. La vibración en mi bolsillo rompió la atmósfera, y me disculpé rápidamente para salir.

Miré la pantalla: un número desconocido, lleno de dígitos. Probablemente una sucursal o incluso una llamada desde un teléfono público. ¿Quién hacía eso en estos tiempos? Aunque algo escéptica, deslicé el dedo y contesté.

—¿Diga?

Del otro lado, un sollozo me hizo fruncir el ceño.

—Abby... —Era Adam. Su voz era un susurro entrecortado—. Abby, te necesito... ¿Dónde estás?

—¿Estás bien? ¿Qué pasó?

—No... Estoy en el hospital.

—¿Qué haces allí?

—Hubo un accidente... —Su voz se volvió tensa, y entre dientes, soltó una maldición—. Mi hermanita...

—¿Tu hermanita...? —musité con incredulidad—. ¿Ella está bien?

El silencio se extendió como una sombra.

—¿Adam? ¿Sigues ahí?

—Abby, ¿puedes venir? Por favor... te necesito.

—Voy en seguida.

Apenas colgué, mi mente iba a mil por hora. Me despedí rápido de Fei y su amigo y corrí rumbo al hospital.

Adam me esperaba en la zona de la cafetería. Él estaba hundido en una de las mesas más alejadas, encorvado, con los codos clavados en la superficie y las manos ocultándole el rostro.

Me acerqué con rapidez, con mi respiración todavía agitada, pero él no levantó la cabeza hasta que estuve justo frente a él.

Cuando lo hizo, se incorporó y me abrazó con fuerza, casi desesperadamente.

—Adam... —susurré, atrapada entre su calor y su desesperación. Su rostro se hundió en mi cuello, y pude sentir cómo se encogía un poco para ajustarse a mi altura.

Tomé su rostro entre mis manos, notando las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas. Con cuidado, las limpié con mis dedos.

—Tu hermanita va a estar bien —dije con voz suave, casi implorando que mis palabras fueran verdad.

Él negó lentamente con la cabeza, sus ojos oscuros eran un mar de culpa y angustia.

—Estoy aquí, tranquilo...—insistí, intentando alcanzar algo en su mirada—. Ya verás cómo todo saldrá bien.

Entonces, se inclinó hacia mí.

—Abby... —murmuró, con un dolor tan profundo queme hizo contener el aliento—. Fue mi maldita culpa.

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