Capítulo 10: Auch

ㅡTen, es ropa de mi hermano.

Adam recibió agradecido las prendas de Chris. Literalmente estaba desnudo, lo único que tenía para cubrirse era mi abrigo, el cual utilizaba de falda, para tapar la parte baja de su cuerpo.

-Si quieres, date una ducha... -le sugerí, señalando el baño-. Yo mientras bajo a avisar que iré caminando a la escuela, así no le doy motivos a mi padre para sospechar nada raro.

Adam me dedicó una media sonrisa y se dirigió al baño, cerrando la puerta tras él con un chasquido suave. Yo aproveché para bajar corriendo las escaleras, mis pasos resonaron con fuerza en la madera.

Como había supuesto, mi padre, Katherine y Bárbara ya estaban sentados en el comedor. La luz de la mañana se filtraba por las ventanas, tiñendo la mesa de un tono cálido, aunque la atmósfera familiar nunca dejaba de sentirse ligeramente incómoda.

-¿Por qué sigues con ese pijama de ositos? -preguntó papá apenas crucé la puerta. Me examinó con una mezcla de incredulidad y diversión en los ojos.

Bajé la mirada hacia el pijama. Había olvidado completamente que aún lo llevaba puesto.

-Ah... Iba a cambiarme -murmuré, fingiendo despreocupación mientras me rascaba la nuca. Luego aproveché para añadir-: Por cierto, hoy me iré a pie a la escuela. No quiero que se retrasen por mi culpa.

Papá frunció el ceño evidenciando una leve incomodidad.

-Como quieras, hija... -respondió, aunque al segundo comenzó a olfatear el aire con el rostro arrugado-. Pero, ¿qué es ese olor? Huele... como a perro mojado.

Perfecto. Yo también necesitaría darme una ducha con urgencia.

-O a perra -agregó Bárbara desde su asiento, con una sonrisa burlona que le iluminaba el rostro.

Ignoré su comentario, respiré hondo y di media vuelta, volviendo a subir las escaleras de dos en dos. Ya en mi cuarto, elegí rápidamente la ropa que usaría, dejando todo listo sobre la cama.

El sonido del agua seguía corriendo en el baño, y Adam se estaba tomando su tiempo. Me crucé de brazos, observando la puerta con impaciencia. Justo cuando pensaba golpear para apurarlo, esta se abrió de golpe, dejando escapar una nube de vapor.

Adam apareció, secándose el cabello con una toalla. Su piel estaba enrojecida por el agua caliente, y llevaba puesta la ropa de mi hermano, que le quedaba sorprendentemente bien. Su sonrisa era amplia, casi demasiado confiada.

-¿Qué tal? -dijo, extendiendo los brazos con un gesto teatral-. La ropa de tu hermano me queda perfecta, ¿verdad?

Rodé los ojos, pero antes de que pudiera decir algo, Adam soltó con tono insinuante:

-Por cierto... ¿Tú y yo anoche no hicimos nada, verdad?

Lo miré fijamente, incrédula.

-¡No! -exclamé, con las cejas alzadas-. Lo de las cadenas fue solo por seguridad, por si despertabas como un lobo furioso.

Adam soltó una risa nerviosa, rascándose la nuca.

-Claro, claro... Lo siento, es que no recuerdo mucho.

-No te preocupes. Ahora espérame mientras me ducho. Cuando todos se hayan ido, bajamos a desayunar.

-Genial -respondió, dejándose caer sobre el sofá con total desparpajo.

Al entrar al baño, me encontré con un auténtico campo de batalla: el piso estaba completamente empapado, el shampoo había dejado una mancha resbaladiza junto a la ducha, y la botella de jabón, que debería haber durado semanas, estaba casi vacía.

Bufé, recogí las toallas mojadas y limpié el desastre lo mejor que pude. Luego entré bajo el agua caliente, dispuesta a eliminar por completo el "olor a Adam".

Cuando terminé, me puse la ropa limpia y regresé a mi cuarto, secándome el cabello con una toalla. Allí encontré a Adam, hundido cómodamente en el viejo sofá rojo, con una expresión de aburrimiento o tristeza en el rostro.

-¿Qué haces? -pregunté, avanzando hacia él.

Adam levantó las manos, revelando su teléfono móvil destrozado. La pantalla estaba completamente rota, y las piezas sueltas colgaban de los bordes.

-Oh... seguro lo rompiste sin querer al transformarte -sugerí, observando los restos del dispositivo.

-Es lo más probable -murmuró, pasándose una mano por el cabello aún húmedo-. Necesito encontrar pronto al lobo que me mordió.

-¿Recuerdas cómo era?

Adam asintió lentamente, tuve la impresión de que los ojos se le oscurecían al recordar.

-Sí... Fue hace unas tres semanas o un poco más, en el bosque por el lado Este. Estaba acampando con unos amigos cuando apareció un lobo enorme. Era extraño... Tenía un ojo rojo y el otro amarillo. Nunca había visto algo así.

Ciertamente, la descripción que daba resultaba demasiado sospechosa.

-¿Y qué pasó después?

-Mis amigos me llevaron al hospital de inmediato, me inyectaron una vacuna contra la rabia y esas cosas... Lo raro es que la mordida no fue tan grave, y me recuperé rápido. Apenas me quedó una pequeña cicatriz, y pensé que todo había vuelto a la normalidad... hasta que esto empezó.

ㅡ¿Tu familia no ha notado nada raro en ti?

-Cuando estoy en casa, no salgo de mi cuarto. Pongo seguro a la puerta y me amarró con cadenas... -su voz tembló ligeramente-. No puedo controlarlo. Por eso necesito encontrar lo más pronto posible al lobo que me transformó.

-Tranquilo, estoy segura de que podremos dar con él-dije, intentando infundirle un poco de calma.

ㅡNo quiero meterte en más problemas, Abby. Yo me ocuparé, y sé que lo detestas, pero tengo la ayuda de Ginaㅡ. Sus ojos se oscurecieron con una mezcla de preocupación y determinación.

ㅡSólo quiero ayudarteㅡ dije, sintiendo cómo el pecho se me apretaba.

-¿Sabes en el lío en que te estás metiendo? Abby, ni yo mismo lo sé-su voz se elevó, haciendo evidente su frustración-. Solo quiero encontrar una manera de estar bien y no quiero que a ti te pase algo malo por mi culpa. Abby, por tu bien, ¿podrías hacerme caso esta vez?

-No es justo... -respondí, resignada-, pero está bien, no iré con ustedes

Adam sonrió con suficiencia, se levantó del sofá y me plantó un beso en la coronilla de la cabeza. Sin embargo, a pesar de lo que había dicho, nunca afirmé que no iría por mi cuenta. Tal vez incluso podría conseguir que un Vampiro me acompañara. La idea burbujeaba en mi mente, desafiando la preocupación que me había invadido.

━━━━━━━━━※━━━━━━━━━

Estando a cinco minutos de que la primera clase terminara, me encontraba en un torbellino de ansiedad, casi como si cada segundo se alargara indefinidamente. ¿Desde cuándo cinco minutos se habían vuelto un tiempo tan interminable?

Apenas había prestado atención a la lección de Matthew. Mi mente estaba distraída, divagando entre los problemas de Adam y mis propios dilemas. Además, desde que había llegado, no me había topado a Fei, lo que aumentaba muchísimo mi preocupación

El sonido de la campana era una melodía ansiada que me impulsó a levantarme de mi asiento de un salto, como si las sillas se convirtieran en trampolines. Caminé hacia la salida con un aire de urgencia, sintiendo que mis piernas casi a zancadas anticipaban la libertad. Pero antes de poder cruzar el umbral, una mano firme me detuvo, sujetándome por el antebrazo.

-¿Dónde crees que vas? -dijo Matthew, mirándome divertido, una sonrisa traviesa se dibujaba en su rostro.

-¿No que ya tocaron? -respondí, un poco sorprendida.

Por un breve instante, el aula se sumió en un silencio expectante, como si todos los ojos se volvieran hacia mí. Luego, como si se tratara de un chiste interno, estallaron en risas.

La campana no había sonado todavía. ¿Qué demonios había escuchado?

-Ve a sentarte, aún quedan unos minutos -dijo Matthew, intentando contener la risa, mientras su mirada burlona se fijaba en mí.

Me sentí sonrojar, la vergüenza se apoderó de mí mientras regresaba a mi lugar, mis pasos ahora eran lentos y pesados. La risa de mis compañeros resonaba en mis oídos, amplificando mi incomodidad. Apenas había llegado a mi asiento cuando, para mi sorpresa, la campana sonó oficialmente, resonando en el aula con un timbre claro y triunfante.

-Ya pueden salir -anunció Matthew, con voz relajada y autoritaria-. Abby, ¿podrías venir un momento?

El corazón se me aceleró al oír mi nombre. La curiosidad y el nerviosismo se entrelazaron en mi interior mientras me levantaba lentamente, preguntándome qué podía querer Matt de mí.

-¿Qué pasó, Mat, digo..., profesor Leblanc? -pregunté, forzando una sonrisa y tratando de apresurarlo con la mirada.

-Oh, nada -respondió, con su rostro iluminándose con una sonrisa mientras se tomaba su tiempo para continuar hablando. Lo miraba expectante e impaciente, observando cómo acomodaba uno a uno los libros en su bolso a la velocidad de una tortuga-. Solo que Christian quería que lo fueras a ver hoy. Dice que tiene una sorpresa para ti.

-¿Una sorpresa?

-Ahora que lo pienso, creo que no debía de mencionarte lo de la sorpresa.

Reí, sintiendo que la tensión que llevaba desde la mañana se disipaba un poco.

-¿Vendrás tú también?

-Por supuesto, tengo que llevarte, ¿no? -respondió, guiñándome un ojo.

-Cierto... gracias.

-Bueno, solo era eso, para que recuerdes esperarme a la salida -dijo, finalmente guardando sus libros. La tarea parecía haberse prolongado por años, y al fin se colgó el bolso al hombro.

-Ya me voy, que no pienso perderme por nada del mundo el desayuno de maestros. ¡Hoy hay pastel! -exclamó, y sin más, salió corriendo. Sus pies golpeaban el suelo con una energía frenética. Era curioso cómo, a pesar de ser una tortuga para ordenar, cuando se trataba de su dulce favorito, parecía convertirse en un rayo.

Un pensamiento repentino me asaltó: recordé a Fei. Tenía que buscarla. La inquietud se apoderó de mí; necesitaba asegurarme de que estuviera bien.

Salí del aula, y el bullicio del pasillo me golpeó de inmediato. Los casilleros se cerraban de golpe con ecos metálicos, y las conversaciones cruzadas competían con risas que rebotaban de un extremo a otro. Mis ojos escudriñaban a mi alrededor, buscando aquella figura familiar, mientras preguntaba a las personas que encontraba en el camino, pero nada. La ansiedad se empezaba a anidar en mi estómago.

-Hola -saludó Adam, apareciendo de la nada. Su voz fue suave, pero su repentina aparición me hizo dar un respingo. También estaba solo.

-¿Has visto a Fei? -le pregunté sin perder tiempo, con un temblor en la voz que no pude ocultar del todo.

Él negó con la cabeza, su expresión era de incertidumbre.

-¿No que hablaste con ella anoche?

-No puedo evitar ponerme nerviosa -confesé, sintiendo cómo la inquietud aumentaba.

-Tranquila, seguro está bien.

Apreté los labios, como si eso pudiera contener el nudo en mi estómago.

-Eso espero.

Adam me observó por un momento, se veía nervioso, su mirada me decía que tenía algo más para decir.

-Bueno, yo... tengo que irme.

-¿Dónde irás?

-Saldré de clases.

-¿Para buscar al lobo? -la pregunta salió de mis labios antes de que pudiera pensarlo.

Sus ojos se encontraron con los míos, y durante un segundo, vi la determinación brillando allí.

-Sí, debo ir ahora. Luego nos vemos, prometo que te lo contaré todo.

-Seguro... suerte en el bosque.

Ese era otro problema del que tendría que ocuparme, por supuesto, después de encontrar a Fei. Por mucho que Adam quisiera mantenerme alejada, no lo conseguiría. Y Hunter tendría que ayudarme, le gustara o no.

El resto del día fue una tortura en cámara lenta. La ausencia de noticias sobre Fei no me tranquilizaba; al contrario, la preocupación crecía con cada minuto. Adam no estaba, y Hunter parecía haberse desvanecido del mapa. Necesitaba encontrarlo para sacarle más información. Él había dicho que Fei estaba bien, pero ¿cómo podía estar tan seguro?

En lugar de ir directo al estacionamiento con Matt para la visita a la casa de mi hermano, me di la vuelta. No pensaba irme sin antes hablar con Hunter.

ㅡ¡Oh, hey tú! ㅡgrité desesperada mientras corría hacia un chico que había visto alguna vez intercambiar palabras con el Vampiro. Si tenía suerte, él podría decirme dónde encontrarlo.

El chico se volteó, esbozando una sonrisa amplia. Su cabello afro, exageradamente alto, le daba un aire llamativo.

-¿Sí? -preguntó, con tono amigable.

-Por casualidad..., ¿has visto a Hunter? -inquirí sin rodeos, con la esperanza de obtener alguna pista. No había tiempo para cortesías.

-Claro, se quedó conversando con el profesor Nicholas. Seguramente lo pillas en el aula de Ciencias.

ㅡ Gracias.

El chico me observó con una mezcla de curiosidad y diversión.

-¿Eres Abby, verdad?

Parpadeé, algo sorprendida de que supiera quién era.

-Sí...

Él soltó una carcajada amistosa.

-Ah, así que tú eres la chica que Hunter no puede sacarse de la cabeza -dijo, ofreciéndome la mano-. Soy Max, por cierto.

Mis pensamientos se detuvieron en seco. ¿Hunter no podía sacarme de su cabeza? ¿De qué estaba hablando?

Me quedé paralizada, intentando procesar lo que acababa de escuchar. Max, al notar mi reacción, bajó la mano lentamente con una sonrisa divertida.

-Bueno, date prisa si quieres alcanzarlo -añadió, señalando hacia los pasillos.

Asentí y salí disparada hacia el aula de Ciencias.

Cuando llegué, allí estaba Hunter, aún conversando con el profesor Nicholas. Me detuve junto a la puerta, dudando si interrumpir o no. Desde mi posición, observé la escena. Era raro ver al profesor Nicholas sonreír así, sin sarcasmo ni cinismo. Parecía genuinamente cómodo con Hunter.

-Oh, señorita Winsley -dijo el profesor, al notar mi presencia. No había logrado pasar desapercibida-. ¿Necesita algo?

-Solo esperaba a Hunter... -murmuré, incómoda bajo la mirada curiosa del profesor.

Hunter, aún de espaldas, giró la cabeza hacia mí al escuchar mi voz. Su expresión relajada se transformó al instante en una mezcla de molestia y fastidio.

-¿Qué quieres? -espetó con brusquedad, sin molestarse en ocultar su irritación.

Crucé los brazos, negándome a retroceder.

-¿No es obvio? Necesito hablar contigo.

Hunter me lanzó una mirada exasperada y, sin más, se despidió del profesor con un gesto apresurado antes de tomarme del brazo y arrastrarme fuera del aula.

Cuando estuvimos lo suficientemente lejos, me soltó de golpe, como si mi presencia le resultara insoportable.

-¿Qué? -preguntó con una impaciencia mal disimulada.

Tomé aire, intentando mantener la calma.

-Necesito que...

-No puedo -me interrumpió, cortante.

Lo fulminé con la mirada.

-¿Primero me dejas hablar? -gruñí, frustrada.

-No hace falta. Ya sabes cuál será mi respuesta -dijo, esbozando una sonrisa arrogante.

Bufé, cruzándome de brazos.

-Solo cállate y escúchame. No es una sugerencia; es una orden.

Una sonrisa ladeada se dibujó en su rostro, y su silencio lo tomé como un "Adelante, Abby. Te escucho".

-Bien -suspiré, organizando mis ideas.- Primero, quiero saber si sabes dónde está Fei, y segundo, necesito que me acompañes al bosque a buscar un lobo. El lobo que mordió a Adam, para ser exactos.

Los ojos de Hunter se abrieron, incrédulos. Después de un segundo, soltó una carcajada que hizo que la sangre me hirviera.

-¿Qué es tan gracioso?

-¿Perdón? -dijo entre risas-. ¿No acabas de contarme un chiste?

Bufé, exasperada.

-¡No, claro que no es un chiste!

-Oh, en ese caso... -dijo, recuperando la compostura.- No tengo idea de tu amiga, y no, tampoco puedo ayudarte con eso.

-Pero...

-Ya te he dicho que no. Además, no pienso meterme en problemas con lobos -sentenció, girándose para marcharse.

-Sé que detestas la idea, pero en serio necesito tu ayuda... -Hunter comenzó a caminar sin siquiera escucharme.- ¡Oye! ¡No me dejes hablando sola!

Lo observé alejarse, maldiciendo para mis adentros. Estúpido Hunter. No tenía otra opción que buscar otra forma de convencerlo. Ir sola al bosque sería muy arriesgado, y sabía que lo necesitaría conmigo.

-¡Hunter, espera!

Corrí tras él y lo alcancé, haciéndolo detenerse.

-¿Y ahora qué? -preguntó, cruzando los brazos con impaciencia.

-Te propongo algo -dije, sin aliento.

Una sonrisa traviesa se dibujó en su rostro.

-Te escucho.

-Si me ayudas, prometo no resistirme la próxima vez que... que quieras morderme-solté, sintiendo un escalofrío recorrerme la espalda. Hunter se quedó en silencio unos segundos, observándome con esa intensidad que me hacía sentir vulnerable, como si su mirada pudiera escarbar en lo más profundo de mi ser.

-Bien -dijo finalmente, con una sonrisa apenas perceptible.- Nos vemos luego, entonces.

━━━━━━━━━※━━━━━━━━━

-¡Hola! -exclamó Christian con una enorme sonrisa mientras corría hacia mí. Me levantó en brazos como si no pesara nada y me hizo girar en el aire antes de devolverme al suelo. Él no entendía que yo ya no tenía cinco años, y que no podía seguir haciendo eso, o su espalda se lo cobraría duro más tarde. -Gracias por traerla, Matt. Adelante, chicos, pasen -añadió con la misma energía, haciendo un gesto hacia el interior de la casa.

Matthew y yo entramos. Era la primera vez que visitaba la nueva casa de Christian, y, para mi sorpresa, estaba más o menos ordenada. Definitivamente no esperaba encontrar un espacio decente, teniendo en cuenta que Chris, cuando vivía con nosotros, solía convertir su habitación en un auténtico desastre.

-¿Tienen hambre? Compré hamburguesas y papas -avisó Christian, todavía sonriendo.

-¿Aún no aprendes a cocinar, hermanito? -bromeé, alzando una ceja.

-Si lo hacía, me arriesgaba a quemar la casa. Es más seguro pedir comida hecha -respondió, riendo despreocupadamente.

ㅡTienes razón. ¿Dónde está el baño? -pregunté, mientras dejaba mi chaqueta sobre el respaldo de una silla.

ㅡOh, es por aquí.

Christian me indicó un pasillo estrecho y señaló hacia la segunda puerta a la derecha.

El baño era pequeño, con las paredes pintadas de blanco y un espejo que dominaba la parte superior del lavamanos. Me lavé las manos rápidamente y aproveché para revisar mi aspecto. Mi reflejo me devolvió una mirada algo cansada, así que recogí mi cabello en una coleta alta. Pero en cuanto vi la marca de colmillos en mi cuello, solté la coleta con un suspiro frustrado. No importaba cuánto intentara ignorarla; la evidencia seguía ahí.

Unos golpes insistentes en la puerta me sacaron de mis pensamientos.

ㅡ¡Ya salgo! ㅡavisé al momento en que alguien llamó a la puerta. Supuse que sería Christian apurándome para ir a comer.

Pero los golpes se repitieron.

-¡Empiecen sin mí, ya voy! -dije, un poco más alto, esperando que entendieran.

El silencio se instaló del otro lado de la puerta. Creí que ya se habían ido, pero de repente la puerta se abrió de golpe, sin previo aviso.

-¡Christian! -grité, molesta, girando sobre mis talones. Sin embargo, al encontrarme con el intruso, mi molestia dio paso al desconcierto. No era Chris, y mucho menos Matthew.

-¿Hunter? -susurré, todavía sin creerlo.

Él me dedicó una sonrisa que me puso la piel de gallina. Había algo peligroso y oscuro en esa expresión, como si hubiera estado esperando impaciente ese momento. Antes de que pudiera reaccionar, Hunter entró al baño, cerró la puerta tras de sí y giró el seguro con un clic definitivo.

Sin darme tiempo para escapar, se movió rápido, tomándome con facilidad. Sus manos firmes se hundieron en la parte trasera de mis muslos y me levantaron, obligándome a rodear su cintura con las piernas. Mi espalda chocó con un golpe sordo contra la pared fría, arrancándome un jadeo involuntario. El contraste entre el frío de los azulejos y su cuerpo, que en aquel momento se sintió atípicamente caliente, fue abrumador. Mi respiración se volvió errática, sintiendo el roce involuntario de sus caderas contra las mías.

-¿Qué... qué estás haciendo? -mascullé, sintiendo cómo el corazón me martillaba en el pecho. Estábamos peligrosamente cerca. Literalmente.

Acerqué mi rostro al suyo para ver si podía leer alguna intención diferente. La forma en que me había tomado no tenía ninguna pinta de presa-depredador, parecía más bien, algo... sensual. Entonces, Hunter cerró los ojos y se acercó para rozar mi piel con la punta de su nariz. Mi respiración se volvió errática al sentir su aliento cálido en mi cuello. Me estremecí, confundida por la combinación de placer y anticipación que me recorrió como un latigazo.

Cuando volvió a abrir los ojos, ya estaban teñidos de un rojo profundo, y los colmillos aparecieron con una sonrisa predadora. Contuve la respiración cuando bajó a mi cuello. El roce inicial de sus labios fue suave, casi tierno. Un escalofrío me recorrió la piel mientras dejaba pequeños besos en la zona de la mordida anterior. Era inesperadamente placentero, una contradicción que me confundía. ¿Por qué estaba haciendo esto?

Sin embargo, la efímera sensación agradable desapareció en cuanto sus colmillos se hundieron firmes en mi piel.

-¡Auch...! -me quejé, apenas en un susurro. El dolor era agudo y penetrante, como si un fuego helado recorriera mis venas. Apreté las ropas de Hunter con ambas manos, aferrándome a él para no perder el control. Necesitaba distraerme o me volvería loca con el dolor. Intenté contar ovejas en mi cabeza, pero cada oveja que imaginaba se desvanecía con cada latido doloroso.

Hunter no se detenía. Apretó mi cintura con más fuerza, presionando su cuerpo contra el mío como si la conexión física intensificara el placer de alimentarse de mí. Mis uñas se hundieron más en su ropa, y un leve jadeo escapó de sus labios.

Finalmente, Hunter apartó sus colmillos de mi cuello. Dolía tanto como la mordida en sí, pero al menos significaba que había terminado. Mi cuerpo entero temblaba, y lo único que quería era que me bajara de una maldita vez.

-Aún no -advirtió, intensificando su agarre. La chispa predadora en su mirada no se había apagado.

-¿Otra vez...? -pregunté, con los ojos muy abiertos. Mi voz sonaba rota, apenas un susurro.

-Si quieres que te ayude a encontrar al lobo, déjame hacerlo -dijo, con su mirada perforando la mía con una intensidad que me desarmó.

Suspiré, derrotada, y asentí lentamente. Necesitaba su ayuda. No tenía otra opción.

-No durará mucho -susurró, deslizando nuevamente su nariz por mi cuello-. Cierra los ojos e intenta no quejarte demasiado.

Apenas susurró esas palabras, bajó nuevamente su boca a mi cuello, dejando una caricia breve con la nariz antes de morderme, y esta vez, más profundo. El dolor me explotó en cada nervio, pero Hunter parecía disfrutarlo.

-¡Abby! -llamó Matthew desde el otro lado de la puerta-. Apresúrate, Christian empezó a comerse tus papas.

Hunter apretó mi cintura con más fuerza, como si la interrupción lo enfureciera. Sus uñas casi se clavaron en mi piel.

-Ya... ya voy -respondí entre jadeos, intentando que mi voz sonara normal.

-¿Estás bien? -insistió Matt, preocupado.

Entonces, Hunter me soltó de golpe, y caí al suelo con un thump sordo.

-Sí -respondí, tratando de recuperar la compostura. Mi voz salió un poco más firme esta vez.

-De acuerdo. Te guardaré algunas de mis papas por si Christian se come todas las tuyas -dijo Matt, alejándose del baño.

Hunter esperó unos segundos en silencio, asegurándose de que Matt se había ido, antes de que sus ojos volvieran a los míos, más claros ahora, como si la tempestad en su interior se hubiera disipado.

-Levántate -ordenó con frialdad, arreglando su ropa antes de tenderme la mano.

Tomé su mano, sintiendo un último temblor en mis piernas mientras me levantaba.

-¿Cuándo iremos al bosque? -pregunté, apoyándome en el lavamanos para no perder el equilibrio.

-Esta misma noche. Pasaré a buscarte -respondió sin titubear.

-Bien...

Me acerqué al espejo para limpiar la sangre que quedaba en mi cuello. El agua fría contra la piel herida me arrancó un suspiro involuntario. Hunter se quedó un segundo más observándome en silencio, y luego desapareció tan rápido como había llegado.

Claro, llegaba de la nada, me mordía y se va sin siquiera despedirse. Fantástico. Suspiré, resignada. ¿Qué más podía esperar de Hunter? Él era así: impredecible, frío, y siempre desapareciendo como si nada hubiera pasado.

Mi cuerpo todavía se sentía débil, pero al menos no tanto como la primera vez. Tal vez ya me estaba acostumbrando a que me drenara, o tal vez aquella primera vez, se había pasado de la raya.

Después de enjuagarme el cuello y asegurarme de que la sangre no manchara mi ropa, salí del baño y regresé con Chris y Matt. Los encontré comiendo en la cocina, que era tan pequeña como acogedora. La mesa apenas tenía espacio para los tres, pero eso no impedía que nos sintiéramos a gusto.

-¡Hermanita! -exclamó Christian, dándome una sonrisa radiante mientras señalaba un asiento vacío junto a él-. Ven, tengo algo para ti.

Me acerqué, notando que la comida en la mesa había disminuido dramáticamente.

-Espero que sean más papas, porque ya veo que te acabaste las mías -comenté, alzando una ceja con falsa indignación.

Christian soltó una carcajada despreocupada.

-Cierra los ojos y ábrelos cuando cuente hasta tres -dijo con un entusiasmo infantil.

Lo miré con desconfianza, pero accedí.

-Está bien.

Cerré los ojos y esperé. Oí a Christian empezar la cuenta:

-Uno... dos... ¡tres!

Abrí los ojos al instante y me quedé sin palabras.

-¡Oh! ¡Christian!

Sobre su regazo descansaba un diminuto cachorrito, acurrucado y tranquilo. El animalito apenas se movía, como si todavía no terminara de acostumbrarse a su nuevo entorno. Incluso el aroma a comida no lograba despertarle el ánimo, lo cual hacía que se viera más adorable.

-¿Te gusta? -preguntó Chris, con una sonrisa expectante, con sus ojos brillando de alegría.

Asentí, incapaz de ocultar mi emoción.

-Es precioso... ¡Qué cosita más linda!

Christian rió suavemente mientras acariciaba al cachorro con cuidado, intentando animarlo a jugar.

-Se mudará conmigo. Quería que conocieras al nuevo miembro de la familia.

-¿De dónde lo sacaste? -pregunté, inclinándome para acariciar su cabecita. El perrito era pequeño, con una pancita negra y algunas manchas de pelaje café desperdigadas por su cuerpecito. Se sentía frágil bajo mis dedos, como si aún necesitara protección.

-Lo encontré anoche, cuando salía del súper. Estaba empapado y solo en una esquina -respondió Christian, con un tono ligeramente serio, como si todavía no pudiera creer que alguien lo hubiera abandonado.

-Oh... -murmuré, sintiendo un nudo en el estómago ante la idea de que el cachorro hubiera estado solo y desamparado.

-¿Y ya le pusiste nombre? -le pregunté, rascando suavemente la orejita del pequeño animal.

-No, estaba esperando a que tú lo eligieras -respondió Chris, dándome una mirada cómplice.

Antes de que pudiera responder, Matt intervino con una sonrisa burlona:

-Ponle Christian.

Le lancé una mirada asesina, pero él solo se encogió de hombros, divertido.

-Cállate, Matt-le espeté, haciendo que él soltara una risa entre dientes.

Volví mi atención al cachorro, estudiando su carita tranquila mientras imaginaba un nombre que le quedara bien. Había algo en su mirada tímida, en esa vulnerabilidad que irradiaba, que me hacía pensar que se merecía un nombre especial.

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