CAPÍTULO UNO [✓]
Había sido enaltecida la atmósfera nocturna. Hoy por hoy las miles de antorchas que alumbran en Irem, los pinos altos y delgados, y los suelos remojados hacían que las personas se enamoraran de la noche; y como no, si la noche también era la cortina perfecta, para que cubriera los pecados y deseos de las mujeres y los hombres. Los adultos satisfacían sus deseos más lujuriosos, y sus ganas de pasión, en los numerosos sitios sexuales. No solo era la hora de la pasión, sino la hora donde los hombres y las mujeres hacían feliz al dios de la fertilidad: Veseos.
Un peculiar mentor que portaba sus libros añejos entre sus manos; como si de un bebe pequeño se tratara, caminaba en la corte del castillo. El mismo no sabía que miraba, pero en el momento no pensó siquiera en que hacía. Había cuatro candelabros de piso en cada esquina de la habitación, los cuales dudosamente tenían color, puesto que el polvo que caía en las paredes, sillas, mesas y pisos; durante cientos años, daban un color uniforme en todo. Encima de los candelabros había unas cuantas velas, que soltaban una cálida luz entre la oscuridad, e incluso algunas salas y pasillos no se distinguían, solo la luz en ellas. De los candelabros caía una baba de cera, larga y tiesa, pero al mismo tiempo inestable.
Es interesante pensar en cuantos secretos pueden llegar a guardar estas paredes, cuanta riqueza, tantas anécdotas y cuantas personas tan importantes y relevantes que quedaron marcadas en toda la historia del reino; pero en las mesas, los aparadores y demás armarios nunca había algún retrato, utensilios de uso personal o doméstico, ni siquiera migajas esparcidas por toda la madera fina del comedor, que reflejaran una típica cena familiar, o cualquier otra cosa.
Y entonces el mentor paro la marcha. Había revisado la sala más valiosa del castillo, y no observo una irregularidad. El trabajo estaba hecho...
Especialmente, esta mujer, la reina del imperio, no debía salir a vagar por el castillo de noche y mucho menos sola. Ha su disposición había sirvientas, nanas y hasta máximos líderes, pero ella no iba a solicitar compañía.
Era tiempo de averiguar que locuras hacia su hijo en su habitación; que mañas o tonterías de cualquier niño entrando a la pubertad podría hacer. Y entonces se dirige a él, yendo desde su habitación, y cuando tiene que pasar por el ultimo pasillo, habían unas largas escaleras de caracol, las cuales eran asfixiantes, y es que estando entre solo cuarenta centímetros de ancho y un metro y medio de alto, cualquiera era víctima de paranoia. El mal diseño de la pared hacia que las caderas de Elizabeth chocaran contra los bloques que se habían salido y es que estando en estos años, aun no se sabía colocar una buena pared lisa y que sea una curva perfecta. Además, el voluptuoso vestido de la reina, siempre debía ser ostentoso, incluso en las horas pertenecientes a dormir.
Un paso en falso y la reina caería por más de cien escalones. Pero eso no la asustaba o enfadaba, ella misma decidió colocar a su hijo en la habitación más alta. Pues en las habitaciones de los primero pisos estaba inseguro; por los secuestradores espía, incluso estando guardias, pero durmiendo a más de diez pisos de alto, que su hijo desapareciera era causa de algún interno.
La reina iba limpiando todas las telarañas con su cabello. No era de sabios saber que en el pasillo habitaban algunas mil arañas, no era difícil para ellas crear un entramado de telarañas de cien kilogramos de peso en algunos minutos.
Dentro de la habitación del chico estaba Soria; una nana. La cuidadora era una mujer con la mirada salvaje, pero sus movimientos eran tímidos. Y en la cuenca de su oído escucho un: tap-tap-tap. Los sonidos pertenecían a los pasos de la reina.
De inmediato paralizo la mirada y dejo de leer el libro que leía para Adriel; el hijo de la reina.
—Viene tu madre —Dijo.
—Oh... nos vemos mañana Soria —Contesto Adriel—. Te quiero mucho.
Soria dejo ocultada esa mirada fría que sintió al escuchar la presencia de la Reina y al mirar a Adriel cambio a una cálida mirada. La nana le sonrió y asintió.
El chico se mostró más despierto, incluso después de unos minutos que Soria le leyera su libro. Él chico ya estaba entrando al sueño, pero saber que su madre lo visitaba lo avivo más que nunca. Ese era un acto que Soria no merecía, pues ella había hecho más por él, que su propia madre y ser despreciada con ese gesto no le gusto.
Elizabeth entra en la habitación, ni siquiera prestándole la primera impresión a su hijo, y verlo a la cara, en cambio ella ya está hablando con Soria: —Soria, sal de la habitación—. La reina actuaba con asco hacia la nana, pues no mostro interés en hacer contacto con ella. Soria, por su parte, tardo un poco en aceptar irse, y eso provoco enojo en la reina, y entonces Soria de inmediato soltó el libro, el cual cayó en las cobijas de pieles cocidas.
La nana vio la mirada de la reina, la cual no reflejaba más que envidia. Soria una mujer con un don en la crianza y Elizabeth, la cual notaba fácilmente errores y debilidades en sus hijos y no esperaba un segundo en anunciarlos.
—Con permiso, Reina.
—Un momento Soria —La reina tenía una voz dulce y hablaba con gran velocidad—. Sabemos que tienes un cariño hacia mis hijos. Solo te recuerdo que no quiero que tengas un vínculo amoroso con ellos —Dijo—, ¡Porque son mis hijos!
La reina no dudo en gritar y es que nadie decía que sus hijos en realidad no lo eran o no merecían ser de ella, sino que ella misma se lo decía, por sus inseguridades internas en la crianza. Una imaginación rebelde y mala, son el calvario de ella.
—Mira... nana, necesito tus fuerzas, tu paciencia, que te desgastes en mis hijos, ¡por mí! Solo eso necesito, nada más —Término de decir.
La nana no hizo nada más que salir de la habitación. Nada ni nadie estaba en contra de la reina y si lo estaban, no se sabría su opinión y muy posiblemente no se volvería a ver otra más, eso bien lo sabía Soria.
La reina escucho el choque de la puerta al cerrar y voltio a ver a su hijo. Coloco una gran sonrisa en su cara, y camino hacia él. El chico espero la llegada de su madre con ansia y cuando su madre lo toco sintió un gran placer en su alma.
Pero el contacto entre ellos solo duro unos segundos —Abre la ventana Adriel—, dijo Elizabeth y la ventana fue abierta. Peculiarmente toda la región del Reino de Irem tiene muy a menudo precipitaciones de tormentas, pero algo que es el pan de todos los días, son los fuertes vientos. Cada mañana, tarde y noche; vientos más veloces que un caballo pura sangre arriban los poblados y dejan sordas a las personas, los campos de cultivo tienen que ser protegidos con rejas, y las ventanas con robles.
—Yo seguiré con la historia hijo —Dice Elizabeth y da un beso al chico—. Guíame en las páginas.
El pequeño Adriel no sabía cómo expresarse, pues sentía mucha felicidad. La habitación rápidamente se puso helada y las mil pieles de cobijas luchaban por mantener al chico caliente.
—Y la peste y las aves, los arrullos del bosque que te robaban la mente y te hacían olvidar el camino. Y Oh señor, habíamos llegado al lugar, ese lugar escrito en la profecía, donde debíamos llegar a un acantilado, ver tres picos congelados en la inmensa cordillera y un río feroz bajando la cima del cañón. El guía rápidamente ideo planes para seguir y decidió colocar trampas, trampas inmensas que atraparan la terrible criatura.
Elizabeth blúmer fue sirviéndose una copa de vino. Y es que consigo traía tres copas relucientes, justo en un bolsón de su vestido, también consiguió el preciado vino en un cajón del mueble utilizado para almacenar las prendas de su hijo.
—Cuéntame más madre.
—El rey pidió acampar en el sitio, pues la profecía no hablaba de llegar a un mal lugar, sino al lugar donde los dioses protegerían a los visitantes. El guía coloco aquel hechizo llamado trampa y se dice que con el solo tendrías que esperar a que la bestia cruzara la zona y la trampa haría el resto.
La reina paro la lectura y tomo el último sorbo del vino, lo disfrutaba tanto. Alejo la copa de su boca y sus labios relamieron toda su boca extrayendo la última gota de vino que quedara. Después trago el vino y arrojo la copa por la ventana. La copa cayo directamente en el rio colindante.
—¿Qué eran esas trampas, madre? —Pregunto Adriel.
—No lo sé Adriel. Muchos hechizos, encantamientos... magia, existía antes. Y hoy nadie sabe cómo se hacen esas cosas tan maravillosas, se desvanecieron de la memoria de las personas. Por eso es que es tan importante escribir todo lo que sabemos en la actualidad.
—Para las futuras generaciones madre.
—Si hijito.
Elizabeth sirve ansiosa otra copa con más vino. Solo ella y Adriel saben de la reserva de alcohol escondido en el mueble, pues la reina decide tenerlo ahí, a causa de las normas que prohíben beber cualquier tipo de alcohol a tan fina mujer.
—Sigue leyendo —Dijo Adriel con gran entusiasmo.
—No Adriel, el capítulo termino.
—El capítulo no termino y es un capitulo por día, así lo hace Soria.
—Silencio Adriel, tu madre está cansada. Otro día te leo más. Debes dormir por ahora, que la noche es larga, pero durmiendo tarda solo un segundo —Dice.
—Bien.
—Escucha hijo, todos los tiempos de Dios son perfectos —Dice y vuelve a tirar la segunda copa vacía por la ventana—.
Después abre el cajón del mueble y coloca ahí la botella de vino y la copa que no había usado. Cierra el cajón y se despide de Adriel con un beso en la frente.
—Me llevare el libro Adriel —Dice Elizabeth.
—Soria decidió hace tiempo no llevarse el libro, ella dice que el bibliotecario nunca vendrá a mi cuarto, entonces no se dará cuenta —Responde Adriel.
—Escucha Adriel, este es un libro muy preciado y el cual no deberías saber de él, soy la reina y tú solo un niño, no tienes derecho aun a decidir sobre ti, y yo no tengo derecho a decidir sobre los libros sagrados, ni siquiera tu padre.
—¿Ni siquiera mi padre?
—No, así que duerme, que me llevare el libro.
Elizabeth blúmer baja las escaleras. Sale por un pasillo que le causaba melancolía, pues en ese pasillo falleció alguien importante para ella, así que tuvo que detenerse y recargarse en la pared a darle respeto. Siguió caminando y entro a la biblioteca.
La sala era sumamente alta y las paredes estaban recubiertas de madera oscura y llena de detalles, relieves y algunos recuadros. La sala era grande, seguramente dentro cabrían cincuenta caballos sin problema. En el centro de la sala sobresalían estantes, los cuales no llegaban a tocar el techo, pero los miles de libros en ellos hacían una pared que ocultaba el centro de la sala que los estantes creaban.
Anclados a la pared más lejana de la puerta estaban otros estantes y una reja de metal. Elizabeth camino a esa reja y posteriormente saco una llave de una bolsa en la falda de su vestido. Abrió la reja y entro hacia la sala prohibida, y ahí no hizo más que dejar el libro.
Aun no salía de la sala y en la extrema oscuridad del lugar se sintió más cómoda que nunca. En vez de estar asustada por que algún vigilante nocturno apareciera, se sintió relajada. Nadie la veía y sus inseguridades corporales se esfumaron, nadie la veía y podía hacer cualquier cosa por más sucia que fuere. Elizabeth se distinguía por ser una dama elegante, pero nada atractiva para los hombres, simplemente la veían como una dama madura e incapaz de vivir una noche de pasión, o hacer aventuras divertidas y sin control, eso la aterraba, pues no se sentía deseada.
Y de repente una pulsación ocurrió en su cabeza. De inmediato se paralizo y giro su cuerpo... nadie estaba. Pero entonces reflexiono sobre la pulsación y recordó que la experiencia fue como si una gota le cayese encima de su cabeza. Y con rapidez miro hacia el techo de la habitación y ahí vio un candelabro súper antiguo y desalineado. Pronto se preguntó qué haría un candelabro ahí e irradiando tan poca luz, pero su principal pregunta fue si ese objeto era la causa de su pulsación y esperando unos segundos otra gota cayó. Tal vez fue la gota chocando al caer y la sorpresa, la que causo en ella una sensación más excitante, pues la segunda gota que le cayó ya no se sentía igual, seguramente era porque el sentimiento de sorpresa desapareció.
Ella salió de ahí y las malas penumbras que cargo en esa caminata la abrumaron. Camino hasta su habitación cargando todas las malas sombras y con una fuerte pulsación en su pecho que la hacía caminar rápido, casi corriendo.
Amanece en la ciudad de Irem. Esta es una ciudad global, con influencias más allá del reino, es nombrada en numerosos libros y canciones y el respeto hacia ella es como un tatuaje a cada persona; siempre presente. En toda su historia, aquí han residido valientes hombres, e incluso santos de la religión, que hoy son aclamados.
Una parvada de cuervos van despertándose, en la copa de un rosado cerezo. Dicen las lenguas de los reinos que estos animales son los descendientes de los Voleces; unas aves de la antigüedad.
Olivia, la Reina Hija, una pequeña niña, la única mujer entre los hijos de la familia real, estaba ansiosa por el día que le esperaba. Subía y bajaba unos escalones en ruinas de algún palacio antiguo. Se despertó desde temprano y corrió sin haber desayunado siquiera, pues en el jardín del castillo la esperaba un fiel compañero. Días del pasado la pequeña Reina Hija estaba deseosa y con muchas fuerzas para esperar el invento prometido, del inventor Gobio Gis; un anciano, inventor oficial del reino y la persona más querida por Olivia.
Las cientos de sirvientas, lavanderas y jardineros iban y venían por la gran pasarela central, la cual daba a la inmensa puerta trasera del castillo. Pero una elegante mujer; la Reina, no usaría esa puerta, sería una bajeza que personas del bajo nivel siquiera olieran la fragancia de rosas que la reina usa. Ella apareció por una puerta en el segundo nivel, y bajo por un balcón lleno de rosas rojas. Al estar en la segunda pasarela, la que iba al invernadero, fijo su vista en la pequeña Olivia, e iba decidida a ir con ella.
—Veo que siguen haciendo esa monstruosidad —Dice Elizabeth y da una crítica mirada de desacuerdo a la máquina que Gobio Gis estaba construyendo—. Gobio, este es tu invento prometido, vaya que es, grande. Admiro tu imaginar, genio...
—¿Usted dice eso? —Pregunto Gobio.
La reina no pudo evitar suspirar, al rebobinar que alagaba a un anciano que hacia una máquina que a ella le aterraba.
—Gobio, admiro tu sabiduría y tu ingenio, pero se dé la estupidez de mi hija, por favor, no haga que Olivia use eso, no haga que cosas malas le pasen, ¿de acuerdo?
—Eh, si mi reina.
—Madre, sé que hablaste con mi padre y le pediste que detuviera la construcción de esta maravilla que Gobio está creando. Tienes que entender que tus formas de pensar no son las mías. Si me hago daño, las consecuencias las pasare yo...
—Eso tenlo seguro —Dice la Reina.
—Pero esas consecuencias, no son los golpes, son las ganas de hacerme más fuerte, resistir más. No quisiera crecer como tú, que eres débil y solo abusas de tu poder.
Las palabras dichas por Olivia destrozaron la imagen de perfecta armonía que Elizabeth siempre portaba. Sus rasgos no evitaron mostrar una versión debilitada y devastada de la Reina.
—Eres solo una niña, Olivia —Dice Elizabeth—, pero créeme, eso no te salvara, ni justificara, si algo te llega a suceder con esa cosa.
Elizabeth dio unos pasos adentro del taller donde gobio construía la máquina y entonces el anciano retrocedió completamente asustado. Al parecer, la reina irradiaba un campo de horror imaginario y nadie quería estar en él.
—Oh, ¡mi reina! Yo, de verdad, espero que todo salga a la perfección. Sabe, de pequeño hacia cosas parecidas, aj, nunca ocurrió algo verdaderamente malo. ¡Oh! Dios nos hará un buen día, hará que nada salga mal, vera que sí —Dijo Gobio.
Y entonces la Reina se detuvo. Irem fue uno de los últimos territorios en aceptar a Dios como un ente supremo que todo gobernaba y aún persiste mucha gente que se declara como anti-Dios. Escuchar que Gobio confiaba toda su fortaleza y esperanza en Dios, para que ella no le hiciera algo malo, la tranquilizo, pues ella era una fiel creyente a la Religión de Dios y una adicta a castigar a los herejes, pero también siente como aliados a los seguidores de Dios. Ella solo se detuvo y miro firme los ojos del inventor y sin más que hacer, se marchó sin decir más, ni siquiera una advertencia le proveyó.
—Tengo que decirle —Dice Olivia.
—¿A tu padre? —Pregunta Gobio.
—Si...
—No creo que tu padre te cubra de la furia de tu madre, cuando ella se entere que tú la delatase —Responde Gobio.
—No es bueno que mi madre se burle de mi padre de esa manera. Y aunque Elizabeth me encierre en el calabozo, mi padre tiene que saber que lo están engañando.
Gobio no dice nada al respecto. Pocas cosas en su vida han sido buenas y muchas cosas han sido malas, es por eso que Olivia es valiosa para él, y lastimosamente ella tiene una gran conexión con los problemas.
—Dame la barrena —Ordena Gobio.
Olivia agarra la barrena de la repisa colgando, y la da a Gobio.
—...Sé que no quieres oír nada sobre esto, pero sé que estaré bien. Sé cuándo ser el enemigo y cuando el aliado, mi madre me enseño eso, incluso mi padre no pudo hacerlo.
—Sí, tu madre hizo un buen trabajo, pequeña.
Ver a un rey contento, solo es posible de ver antes y al momento de un matrimonio, claramente de su hijo varón. También es posible de ver en un bar o en un burdel, pero casi nunca se es feliz por algo familiar. Esta vez, el legítimo rey, y fiel servidor del emperador Grugar; Guido, si está feliz por algo familiar.
Fuertes suenan las campanas a las diez de la mañana, esa es la hora en que está permitido por la nobleza colocar el mercado, y poner las frutillas, los panes, los baldes de agua, la cerveza; y las sardinas, para vender. Los niños juegan sin miedo en la entrada del castillo, a unos pasos de los guardias y las señoras lavan la ropa en las calles. Las personas conversan felices y colocan las cobijas, sabanas y mantas verticalmente en la avenida, a lado de su puesto de venta, esto para que los vientos no malogren nada. Todo esto a lado de los borrachos, los transeúntes defecando en las calles y los moscos encima de todo.
En la calle que va a la costa, se encuentran veinte guardas, tan limpios como lo estaría un baño público en un comedero del pueblo. Todos ellos en las puertas de las casas y mirando al interior de la calle. Aparece guido, caminando. Llega un momento donde empieza a correr y su vaina para espada brinca al igual que sus piernas, entre el lodo duro, el agua en las partes ladrilladas de la calle y las heces que ya son una capa completa cubriendo todo.
Llega a la esquina que da vista al mar y ahí observando un gran espacio, comienza a gritar: ¡Osdar! Decide caminar hasta otra pasarela y las cajas envueltas en mantas y redes, las banderas rojas y el olor a pescado empiezan a aparecer. Las mujeres de largas prendas y empapadas en agua limpian los pescados, los abren y cortan; arrancan las tenazas de las langostas y hierven los mariscos. Los hombres envuelven las sogas y atan botes a los muelles. También los jóvenes hombres y mujeres con sus puestos andantes venden sardinas por todo el malecón.
Pero Osdar no aparece. Guido observa toda la línea de costa, y la hermosa playa, lisa completamente y un mar súper oscuro. Miles de cipreses salen de las casas, los sitios religiosas, los valles y las montañas, y en la costa, esos pinos reciben los feroces vientos. Los cipreses son los protectores de la ciudad y disminuyen el porcentaje de choque que el viento ejerce sobre los tejados. Solo mirarlos como se tuercen casi hasta tocar las tejas de las casas, ver como de vez en cuando un pino cae derribado, cuando en invierno se secan y sus pequeñas acículas vuelan por doquier, es imponente.
Buscando a donde fuera, nunca encontraron a Adriel, pues el muchacho se encontraba más allá de los hombres, más allá de los oídos y los ojos. Adriel estaba en Roca-Negra, un archipiélago a las afueras del puerto.
La textura de la arena estaba diferente. Adriel escarbaba en la fría playa con su mano y podía sentir como cada grano caía de sus dedos, podía percibir como rodaban. La roca en la que estaba sentado en cambio se sentía tan igual, como cada día.
Fijaba su intensa mirada en el mar, cuando de pronto todo a su alrededor se oscureció. Los rayos del sol ya no chocaban con el mar, la arena ya no brillaba como antorchas y su visión ya no estaba. De inmediato se levantó y giro en todas direcciones, la luz jamás llego. La noche aún no había llegado, pero lo parecía.
Pero después de unos segundos la luz fue apareciendo ya cuando Adriel estaba por perder el equilibrio en su totalidad. La luz esta vez se intensifico, tanto que Adriel tuvo que cubrir su mirada. Nada de lo que pasaba lo comprendía y de pronto sintió una sensación súper extraña, pues una sacudida de energía, de saturación o como él se imaginó que era tener sexo, toda esa energía sintió recorrer por su cuerpo y termino en su cabeza.
La energía ceso. Y termino casi tieso, trato de estabilizarse y al mirar sus pies; se dio cuenta que estaba enterrado en la arena hasta las rodillas. Salió de los hoyos que había hecho y camino hasta que el agua del violento mar le llegara a los pies. Escucho un pequeño zumbidito, algún ruido que se mezclaba entre el sonido de la marea.
Se alzó de nuevo y entre las olas y las corrientes vio cómo se iban acercando a él cientos de trozos de algo. Los cachos no se distinguían para nada. La dominante verdad era que esas cosas iban directo a él, no como alguien vivo, sino como un objeto, que aparentaba vida propia. Entre más se acercaban, más se iba marcando un color rojo en el mar, y las olas se ponían más salvajes, con desesperación.
Los trozos llegaron a la playa y resultaron ser tablas, poleas, cuerdas... y hombres sin vida. Una decena de soldados se deslizaron hasta la playa, y uno de ellos llego a los pies de Adriel. El soldado tenía una cazoleta en el abdomen y seguramente era sostenida por la hoja de una espada incrustada en su cuerpo.
Adriel estaba temblando, estremecido como un cordero recién nacido y tan estable como lo estaría un venado sobre un lago hecho hielo. Pero como si eso no bastara, escucho una finísima vos, con eco, la cual decía: «Incluso habrá mejores cosas por devastar», esa frase lo helo íntegramente. Giro y no había nadie, ni siquiera en lo más lejano. La voz le recordó a un anciano ya que tenía una fonética débil y desgastada.
Lo sucedido le hizo pensar: «Yo sé que esto no puede ser posible. Es un razonamiento lógico, el creer que lo que viví solo fue una alucinación. Estoy cansado y vine aquí justamente para des estresarme, liberarme, eso causo mi alucinación». Pero no se dio cuenta que había pensado sobre algo. Las maneras en que Adriel razonaba era simplemente actuar y nunca pensar, este pensamiento era el primero en su vida.
—¿Dónde está aquel niño? —Dijo el rey.
—Soldados están buscando, rey —Respondió Yuan Coti; Líder de la guardia Real.
Y en un parpadeo Adriel apareció. Descalzo y lleno de arena desde encima de los tobillos, hasta las rodillas. El chico se notaba tenso e inestable de mirada; pues sus ojos giraban toda la órbita de sus ojos y no encontraban refugio en un punto exacto, eso se notaba incluso desde la distancia.
—...Padre, hay barcos devastados en Roca-Negra, y vienen con soldados, muertos.
—¿Qué?... —Pregunta Guido.
—¡Tiene que venir rey! Roca-Negra está siendo invadida por muertos —Dijo un Soldado llegando desde el horizonte.
Los soldados empiezan a exclamar por el rey, necesitan órdenes. Los hombres en los pórticos de madera de las cantinas empiezan a levantarse, avientan sus tarros repletos de cerveza al suelo, sin dudarlo.
Llegó el Rey a Roca-Negra, con su presencia al principio de la marcha, junto a sus soldados. Venían dos hombres con un balde cada uno y dentro había una sustancia extraña, como un humo envolviendo algo en su centro.
—¿Qué habrá sucedido? —Pregunta Guido.
La marcha se detuvo, pues las razones para acercarse a los soldados eran nulas.
—No lo sé —Responde Yuan.
—¿Estamos felices o tristes? —Pregunto Guido.
Yuan dio unos pasos hasta un soldado, el cual estaba boca abajo en la arena, se puso en cuclillas y empujo al hombre, el cual rodó por la arena y al colocarse pecho arriba dio a relucir un estandarte de la ciudad enemiga; Pevan.
—Estamos felices señor —Respondió Yuan.
—¿De dónde vienen? —Pregunto uno de los hombres que cargaba el balde con la sustancia extraña.
—Tienen un estandarte con el símbolo de Pevan —Respondió Yuan.
—¿Pevan? La ciudad más al este del reino de Orban, la ciudad más cerca de Irem, más cerca de nosotros. Una gran ciudad, con un gran poderío. ¡Arrojen los cuerpos al rio, no merecen quedarse en tierras tan bellas como las nuestras! La corriente llevara los desechos lejos de nosotros.
—Seguro señor. Con su permiso, rey —Dice Yuan, anunciando su retirada.
—Yuan, te veo en el Centesorio, tendremos una reunión, con todos —Dice Guido.
Yuan asiente con tranquilidad.
Los hombres con los baldes en mano, caminan hasta el suceso, miran todas las tablas llegando a enterrarse en la arena y asintiendo uno a otro lanzan el contenido de los baldes al mar, eso automáticamente cambia el color rojizo del agua.
Oce
Encargado de los tratos exteriores
Un hombre barbón y alto; obeso solamente de su estómago y con una gonela, la más grande que se haya visto, pues la tela incluso le arrastraba casi un metro. Tomo una gran antorcha, sin duda una hecha a medida para él, la tomo de la pared en el pasillo y entro a la sala del Centesorio.
El olor en la sala era algo peculiar, pero entre tantas, distintas y agradables texturas, se percibía un olor similar al que una fogata desprende. Esa era la razón de tener tantos reyes enfermos de los pulmones, pero el humo proveniente de los inciensos no se quitaría.
El Centesorio era una sala hecha para las juntas importantes entre todo el gabinete de hombres y mujeres. Entre esos hombres y mujeres había concejeros, genios y otros encargados de cuestiones administrativas del Reino; todos ellos jurados de lealtad hacia el Rey y el Emperador.
La sala era algo impactante. Había una fila de armarios que se unían unos a otros y estaban esparcidos en cada pared; de fachada tenían unas finas tracerías de madera y las cuales sobresalían por la parte de arriba, creando un hueco en la cima de los armarios. La parte que sobresalía de los armarios, estaba hecha de oro y detrás de esas tracerías había inciensos, los cuales emitían un humo que se acumulaba en las vigas del techo.
El suelo cambio de piedras a mosaicos, la puerta a la sala cambio de una de madera a una inmensa puerta de metal y encajada en un arco conopial y las ventanas se convirtieron en hermosos vitrales de colores.
—Por el momento las clases las tomara en el jardín. Vaya a buscar a Adriel, debe estarlo esperando —Dijo Guido, con una voz muy caída; dirigiéndose al maestro de espada.
—Por su puesto. Con su permiso, Rey —Contesto el maestro y parte fuera del Centesorio.
Entro Oce a la sala y tomo asiento en su silla específica. En el centro de la sala posaba esplendorosamente la mesa donde cada integrante se colocaba, hecha de roble y embarnizada con el tono más oscuro posible, era incluso más atractiva y profunda que una mezcla de miel y canela.
—Debieron ser piratas con el estandarte Pevano, eh visto esa práctica cada vez más seguido en los Reinos norteños, no es de asombrarse que los Pevanos copiaran todas esas prácticas malas —Dice Yuan Coti.
—Es verdad, no es de asombrarse que Pevanos copien malas mañas, pero esta vez creo que no es así. Si eso que vimos es un barco, debió de haberse hundido relativamente cerca de la costa. Los Pevanos, de los cuales son los únicos que podemos sospechar, no custodian sus aguas cerca de las nuestras, esta todo un océano separando nuestras furias. Debió ser una distracción —Declaro Soses; un Genio del Centesorio.
—¿Distracción? Nunca nadie nos ha tomado de sorpresa, nunca, sería necesaria una distracción para lograrlo, ¿Pero para qué? —Pregunta Guido.
—Yo no creo que haya sido una distracción —Dice la integrante Karta; una Genio de Irem—. Los hombres encontrados en Roca-Negra, sean soldados, sean piratas, sean damitas... siguen siendo Pevanos, y el Emperador; Santiago de Bustamante, nunca sacrificaría sus propios hombres para una distracción, eso se sabe bien en todo lugar. Y después de todo, Santiago es un anciano, se ha dicho que el Emperador espera a fallecer y dejarle el Imperio a uno más joven, hasta que eso suceda no planean atacar. Si el hombre ya hubiera fallecido, sería una noticia que se esparciría en todo Teneriferos en cuestión de horas.
El rey toma unos minutos para reflexionar. El dictamen en su cabeza incluso lo dedujo desde que vio lo que sucedía en su costa, pero la materialización para explicarse aún seguía borrosa en su mente. Igual agradecía a su Dios por tener buenos y expertos concejeros en su Centesorio.
—Pondré a hombres día y noche, para que custodien todos los mares que compartimos con el Imperio de Orban. No tengo en mi mente que esto que sucedió; haya pasado tiempo atrás y eso me pone en alerta. Por lo demás, sobre conspiraciones, no daré más importancia que esta charla.
—Toda decisión que usted mande viene directo del altísimo, Rey. Tiene toda nuestra confianza en usted —Declaro Gela; Madre de las Monjas en Irem.
—Sería bueno cambiar de tema, Rey, ahora finiquitando este otro —propone Oce—. Eh, tenemos noticias nuevas sobre su hijo... Evander, él, al parecer ya llego a la ciudad de Sorus. De momento, sabemos que en este instante debe de estar ya en la batalla de los cambios.
—aj, jajá, batalla de los cambios, ese Rey de Sorus... Fermio, es un cobarde consabido —Dijo Guido—, si piensa que lograra un cambio, entonces no es cobarde, es idiota.
Evander Ferrer
Bastardo del rey de Irem
La línea de batalla había sido amenizada con hombres fuertes y leales. El ejército de Irem había recorrido el gran valle que separa los Imperios de Orban y Feroe, en cinco largos días; todo esto para enfrentarse en la batalla denominada por los caudillos como: «La Batalla de los Cambios», esto debido a que los Soruesés buscarían derrocar al rey de Irem; Guido Ferrer, y conseguir así la ciudad y el reino entero.
El ejército de Sorus triplicaba en tropas al Iremie. El pueblo reclamaba la ausencia de tropas que mando el Rey Guido, pero inclusive de parte de Evander no salía un solo reclamo.
—Fermio, vemos que tienes muchos soldados, vemos que todos están muy bien equipados, pero los hombres de Irem matan cada uno a tres de los tuyos —Grita José Rodri; el amigo más cercano a Evander.
Evander junto a José estaban en sus caballos enfrente de su ejército, con la cabeza en alto y sin doblar cuerpo o alma. Frente a los Iremies estaba Fermio, con los pies en el césped; y otros acompañantes encima de sus caballos. Un gran campo de setenta metros dividía las dos tropas y toda la tensión entre ambos hombres.
—Calla José, aun no digamos nada —Aviso Evander.
—¿Qué hacemos Augusto? —Pregunto Fermio Prebisch.
Y entonces Augusto Gibbs; Líder de la Guardia real de Sorus, apareció. Con una gran melena de cabello largo y lacio; por su imponente apariencia, parecía más el Rey, que el propio Fermio. Mando a su caballo a girar en dirección a Fermio y cuando se movió; detrás de él apareció la silueta de un obelisco incrustado en una montaña, la silueta estaba tan lejana, que su contorno era completamente gris.
—El chico tiene razón, Rey. Su ejército ha sido entrenado mucho mejor que el nuestro en todos los aspectos —Responde Augusto.
Fermio lo ve fijamente, como sabiendo que había alguna mejor respuesta, o táctica para vencer a Irem, pero por alguna razón Augusto no la decía.
—¿No podemos ser los que ganemos? —Pregunta el Rey.
—Si podemos ganar. Con una buena formación, los recibiremos con escudos y las espadas les darán la bienvenida. Los arqueros que corran a los costados y desde ahí que ataquen —Propone Augusto—. Pero aun con todo eso, perderemos seguro; más de la mitad de nuestras tropas.
—Mierda... tenemos que rendirnos.
—Pero Rey...
—Calla Augusto. Sabes que siempre me cuestiono estas cosas —Dice—, pero nunca estuve o estaré listo para terminar de cuestionar y arrepentirme de hacer las cosas. Anuncia que nos rendimos, es todo.
—Padre, no puedo permitir que lo hagas, somos la burla —Dijo Nester; hijo de Fermio.
—¿Qué más podemos hacer? No nos queda nada, no podemos hacer nada... tenemos todo, pero no usamos nada, así será siempre. Hijo, sé que te quieres hacer el valiente, pero eso no te queda —Dice Fermio—. Tú serás igual que todos, igual que yo... un cobarde, así será.
Fermio no lo decía en forma de resignación, que pase lo que pase y aun esforzándose más que nadie; seguirá siendo un cobarde, sino que lo decía en forma que lo hacía ver una enfermedad, que así nació y no se esforzara por cambiarlo, porque es irreversible.
El calor en la zona se sentía en cada vibra de la piel, y hacia presencia en gotas que circulaban por todo el cuerpo. La brisa acariciaba los arboles con tan fineza, que se llegaba a oír una exquisita melodía.
—Mírelo haya Rey. Ese chico; Evander, el maldito bastardo, disque hijo de Guido, seguro lo mando como burla. Aj, jajá, piensa que un muchacho de mente pobre bajo un techo de rico nos la va a ridiculizar. Usted no merece esto, Rey —Dijo Augusto.
—Hablan, ¿Qué dirán? —Pregunta Evander a José.
—No se detecta más que miedo Evan, seguro se están cagando ahora mismo —Contesta José.
Evander no quitaba la mirada recta y quieta hacia Fermio, aunque el abrumador calor y sol pujante cada minuto que pasaba se hiciera más afanoso.
Fermio, Nester y Augusto cabalgan lentamente hasta Evander. El ejército pide explicaciones, se alteran y confunden por la acción, pero Augusto llama a tener calma. Nester siguió alegando en estar totalmente en desacuerdo, habla sobre la burla hacia la familia Real y el Reino, pero sus palabras no son canalizadas por nadie.
—Se rinden —Dice Evander al recibirlos.
—No lo dices como pregunta —Dijo Nester.
—Es por su conveniencia —Responde Evander—. Tropas se han instalado en las entrañas del bosque, le has dado una oportunidad a mi padre de conseguir estas tierras, sabemos que no la desperdiciara, de ninguna forma.
—Sorus no nos la quitara nadie —Responde Augusto.
Las tropas de Sorus se fueron adelantando poco a poco, avistaban una discusión entre ambos líderes de los bandos, que terminaría en una muerte para los de Sorus, era lo más acercado a lo que sucedería; entonces se plantearon la idea de un ataque desprevenido. Por su parte, Augusto estaba desesperado, pues su Rey no decía nada.
—Mi padre quiere estas tierras —Declara Evander.
—Sabes que no puedo —Dice Fermio.
La cara de angustia en el Rey reflejaba toda esa amalgama de malos augurios. La sudoración que bajaba en gotas desde su cabello, hasta la nariz; saliendo por el casco, la imaginación que le daba una mal jugada, imaginándose las heridas que dejaría la batalla.
—Entonces retrocede, alista tus tropas —Informa Evander y sale de la discusión.
La gente de Sorus vuelve con la formación de su ejército. Y Evander decide tomar posesión de su espada y apuntar al suelo.
—¿Por qué no lo logró, Rey? —Pregunto Augusto, a Fermio, pero sus palabras no obtuvieron respuesta del Rey, ni para él, ni para el ejército.
—Cuidado, ejército de Sorus. Los hombres de Irem vienen con espadas, bien afiladas. Los hombres de Sorus estamos con hachas y espadas bañadas en oro, y hombres del extranjero las hacen y las afilan. Somos valientes por Sorus, defendámosla bien —Fue el discurso de Augusto.
La batalla comenzó. Augusto salió de la formación, cabalgando con su resplandeciente caballo blanco. Siete soldados lo siguieron detrás; aliados del ejército y se enfrentaron con soldados de Evander. Dos soldados Iremies lo ven y cabalgan hacia él, y cuando están a punto de chocar espadas, el caballo de Augusto gira y escapa de los dos soldados, mientras los siete soldados detrás de él; los asesinan. Los hombres Iremies cada vez se hacen más y llenaban cada espacio en el valle.
Augusto se enfrente a un guerrero, el cual venia junto a otros más. El Iremie sin esperar más que la victoria, cabalgaba sin mirar a los lados, el solo piensa en Augusto. Pero al llegar, Augusto le detiene la espada y ahí intercambian golpes. Los caballos giraban y relinchaban sin parar, hasta que Augusto logro derribar al Iremie y utilizo su caballo para aplastarlo con las patas.
Llegan otros hombres, pero la agilidad de Augusto nadie la tiene. Tan solo con lograr rozar el filo de su espada en el cuello de los hombres; ya están muertos.
Pero la verdad es otra. En mitad de la batalla, viendo como los escudos suben y bajan, se tiran al suelo o salen volando, solo se sabe una cosa: las espadas de oro son las que más hay en el suelo, en manos de hombres sin vida.
Fermio persiste, matando a cada hombre que le llegue y mientras lo hace, más hombres salen de las afueras de la ciudad, de las granjas y los techos; en busca de una espada, de un arco o hacha. En la ciudad los locales están cerrados, pero las cantinas tienen que poner doble barra.
—Todo bien Evander —Dice José—. Ganaremos, todos los que vienen de la ciudad son inexpertos y veo que más hombres se meten a sus casas que los que salen.
Espadas son quebradas por la mitad, y los Iremies aumentaban la confusión de los guerreros de Sorus tomando las espadas de oro. Las tropas de Fermio ya no entendían a quién atacar, o en quien confiar, pues en toda la presión generada e historial de acciones, los guerrero se olvidaron de verificar escudos o estandartes.
—¡Alto! —Grita Fermio estrepitosamente—. No ataquen más.
Las tropas de Fermio se detuvieron de inmediato, pues sabían que la llamada de la salvación les apareció y pidieron que los Iremies se detuvieran, que dejaran quietas las espadas y las envainaran, que dejaran de luchar y se alejaran de ellos, puesto que la sangre no esperaría más tiempo a salir de la piel de los Soruesés.
Fermio de nueva cuenta cabalgo hasta Evander, pero esta vez las miradas de los Iremies, daban la misma sensación que la punta de una flecha llegando desde el cielo a tu cabeza.
—¿Qué vas a hacer? —Pregunta el Rey Fermio completamente acabado.
—Mi padre te necesita en Irem.
—¿Él te lo dijo? —Pregunto Fermio.
—No preguntes más. Traerás a unos de tus soldados.
—Pero seguramente yo no tengo que ir, no será necesario —Dice Fermio, con la misma cara que un indigente tendría al pedir un pan para comer.
—Fermio, tú mismo sabias que no ganarías, mi padre sabía eso, y te quería de pie, con tu corazón pulsando, te quería frente a su trono —Dijo Evander.
—Pero tranquilo, Fermio, mi Rey no te hará mucho, teniendo suerte solo querrá que le dejes de recuerdo tu mano, solo eso —Declaro José.
El millonario Rey de Sorus no dijo una sola palabra, pero su mirada profunda, gestos bruscos y respiración atropellada lo decía todo. Era inevitable pensar que Fermio Prebisch en su mente pensaba: mi mano, el Rey quiere mi mano, y aunque tal vez sea inevitable, estoy molesto por saber cómo actúa el Rey de Irem, porque se bien que lo que dice su hijo no es una broma, o una lección, es la verdad.
—¡No! No, no. Mi hijo, mi hijo —Dice Fermio, y toma de los hombros a Nester tan fuerte y tan sentimental como una persona que pierde a un ser amado en sus manos—, él no puede regresar a la ciudad desde aquí, es, muy... ¡peligroso!
—Hay sacrificios señor —Dice Evander.
—Soy un Rey muy odiado, por... ser cobarde...
—Se esmeró por demostrarlo —Dijo José—, su hijo no tiene diez años, tampoco regresara solo.
Entre José y Nester se cruzaron fuertes miradas, el amigo de Evander no duro en decirle a base de gestos que no temía en enfrentarse con él y que de hecho lo ansiaba, pero en cambio Nester se veía rígido y aunque tenía una mirada igual de fuerte, se notaban pequeños tirones en su cuerpo que evidenciaban temor o nerviosismo.
—Personas de todas partes quieren verme sin vida, por no merecer el trono —Dijo Fermio—, no quiere que mi hijo, un ser noble, reciba esas consecuencias.
FIN
EVANDER LLEVÓ A FERMIO, AUGUSTO Y NESTER A IREM
El Rey salió de la ciudad, salió con la cara tapada y la mente abierta a lo que pudiera suceder. Nester salió de la ciudad con la cara tapada, con las manos tapadas y el cerebro tapado. Augusto salió con la cara en donde el aire corre, salió con las manos atadas y la mirada fijada.
OLIVIA PASA CADA INSTANTE PENSANDO EN LA CREACIÓN QUE GOBIO HACIA
Lo que podría hacer, las aventuras y momentos maravillosos que podía crear a lado de Gobio la impacientaban. Era un inicio por todo lo alto para una Reina hija y las leyendas se iban a crear, las leyendas se iban a distorsionar y las leyendas se iban a conocer y a escribir.
EL DESTINO DIRÁ SU SUERTE PARA CADA ROSTRO EN EL CONTINENTE
Nota del autor.
Sería de gran ayuda para mi que me dijeran algunos problemas de los capítulos, o ideas generales, con esto me refiero a; incoherencias o partes donde la historia es narrada pésimamente, cosas sin sentido o errores ortograficos.
Si lo hicieran y encuentran algo donde mi historia mejoraría, estaría recibiendo sus mensajes con mucho agradecimiento.
~JDDT.
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