02
De un crudo golpe y la ardiente bocanada de aire gimió de dolor. Había caído de quizá cuatro metros, en seco y entre tierra húmeda y dura. Katsuki apretó los dientes cuando al intentar levantarse del suelo su hombro dolió con esmero. Carajo, estaba dislocado.
No le dio tiempo lanzar un insulto al aire pues una potente patada le dio en el pecho, cerró los ojos para protegerse y sólo el aroma y la sensación de tierra en el rostro le hizo darse cuenta que un animal estaba asustado. Se cubrió el rostro y miró levemente como el venado intentaba dar saltos, si, estaba obstruyendo la huida del pobre, pero el dolor le hizo decidir entre él o el animal. Aguantó el aire cuando miró como de una vez por todas fue levantado por las patas traceras y azotado con fuerza contra el suelo a un metro de Katsuki, la sangre salpicó y el cráneo del venado crujió salvajemente, éste empezó a patalear inútilmente de inmediato, como si convulsionara, como sí milagrosamente sobreviviera al ataque de una sirena de aguas profundas.
Se quedó totalmente quieto cuando sintió la manos palmeadas avanzar sobre su estomago para llegar al cadáver que estaba al otro lado de su cuerpo, percibió el ronroneo en la criatura semihumeda conforme olfateaba la sangre que ensució sus mejillas. Aguantó el aire cuando la lengua larga humedeció la mitad de su rostro.
Tranquilamente ella se arrastró con esmero hasta el venado y comenzó a comer de él con ferviente hambre.
Eso nunca pasó por su cabeza a pesar de las obviedades, podía imaginar una de esas cosas comiendo un pollo o un gato, pero jamás un venado entero.
Oh, por la santa mierda, estaba en blanco; aturdido, mareado, confundido, adolorido, con sed y altamente cansado.
Kirishima se levantó plácidamente, salió de su tienda de campaña y miró el cielo obscuro, caminó lejos unos metros para orinar. Admiró el bosque con paciencia.
Acabando subió su cremallera y regresó bostezando y listo para dormir, hasta que miró en el suelo la lona que según cubría el cadáver y la inexistente sirena dentro del contenedor.
Bakugo lo iba a matar, corrió a su tienda para ir a avisarle pero no estaba. Soltó un chillido de mal agüero y corrió a buscar el arma de Himiko, listo y con miedo, buscó un rastro y lo siguió de prisa, corrió entre los arbustos y tocando la tierra. Las sirenas siempre tienen que estar húmedas y por nada del mundo estarían en tierra seca.
Se detuvo frenéticamente, la larga cola se movía lentamente sobre el cuerpo en el suelo de su amigo, sintió el corazón salir por su boca y sus ojos se llenaron de odio y tristeza, tenía que estar muy cerca de la sirena para que tuviera efecto y cuando decidió lanzarse al ataque miró con atención el pecho de Katsuki, subía y bajaba con trabajo.
—Bakugou. —susurró esperanzado.
La sirena detuvo su alimentación, con tal ya sólo quedaba la cabeza y las patas delanteras. Se inclinó hacia arriba y bostezó dando una magnífica vista de sus afilados colmillo. Miró en dirección a Katsuki y se lamió los labios. Se acercó con cautela y comenzó a rodear el cuerpo cual serpiente.
—¡Dejalo en paz! —chilló apuntando, con la idea clara de que el arma no serviría de nada.
Bakugou se resignó a su destino, pero sólo comenzó a ser lamido con curiosidad dejándolo con la boca abierta. Parecía una madre felina limpiando a su cachorro recién nacido.
Algo nuevo para una sirena, estaba intrigada por el sabor que desprendía, siempre acostumbraba a comer carne ferroza, empapada por sangre o en descomposición, pero aquel hombre era levemente dulce, como las frutas que encontraba flotando de vez en cuando, como la madera ligeramente quemada.
—¡Bakugou, te voy a salvar! —como siempre el apresurado Kirishima, disparó en la cola de la sirena en alguna parte de toda la que rodeaba a su amigo. El chillido de dolor hizo que apretara más fuerte.
—Bakugou, Bakugou —pronunciaba de manera ronca la criatura, poderosa y rápida como siempre se arrastró ágilmente dentro del bosque, podía persibir como él perdía calor en lo que huía, pero le causaban dolor y esa era razón suficiente para escapar.
Kirishima corría detrás de ella casi llorando, seguía la larga cola hasta lo profundo del bosque, casi volviendo a los cenotes. Angustiado levantó la pistola de aire y la enterró en la cola de la sirena, esta se detuvo y dio un latigazo para lanzar el arma lejos.
El calor se iba apagando y ella decidió dejar de apretar, soltó el agarre lentamente y ronroneaba oliendo la cara de Bakugou de forma preocupada. Kirshima notó la leve sonrisa en los labios de la mujer aliviada al ver que este respiraba exageradamente despacio, lo que lo hizo apretar los dientes del asco. Ella estaba contenta de que su presa no estuviera herida, podía aportarle un gran valor nutrimental si lo dejaba un poco más de tiempo vivo. Al estar en lo profundo de los cenotes casi no llega carne suficiente para todas y seria una pérdida devorar a tal bocadillo tan rápido.
El pelirojo corrió rápido y jaló del brazo al ceniza, haciéndolo gruñir de dolor, la sirena miraba atenta mientras su enorme cola se acomodaba de nuevo cerca de ella, al fin soltando por completo a su presa.
Jaló con fuerza alejándose del monstruo, le dio miedo ver que los seguía con la mirada y cuando se alejó un poco, ella avanzaba igual.
Tonto Eijiro, olvidando todo y sólo entretenido por el acto, fue en curva hasta el campamento siendo seguido por ella.
Una larga discusión y una Himiko estresada, confundida y despeinada comenzaron a curar a Bakugou.
—Por estas putas mierdas prefiero colaborar con mujeres —chilló buscando dentro de su tienda de campaña, sacando un arma nueva y quitando el seguro.
La sirena estaba recostada en el suelo, llena de tierra mojada y evidentemente cansada, ya llevaba casi seis horas fuera del agua. Toga apuntó tranquila a la oreja derecha de la sirena, esa mirada helada nada humana se centró en su pecho, mirando algo que quizá ella no podía ver. Su mirar dorado se afiló y no se preguntó cómo Eijiro la trajo de vuelta con Bakugou en sus brazos.
Un ronroneo desinteresado la hizo confundirse para dejar de apuntar. La sirena miraba atenta el paisaje, casi flechada. Miró como su cola estaba terminando de sanar.
La sirena movió los labios con calma y el canto comenzó a inundar y opacar el sonido de los grillos en la madrugada.
Suave y amable, erizaba la piel de una forma tan tranquila que sentías que el relajarte de más te provocaría la muerte. Himiko pestañeó lento mientras su cuerpo perdía fuerza, maldijo lentamente en su interior y cayó al suelo dormida.
Se acercó curiosa y olfateó el cabello rubio de la chica, hizo una mueca por el hedor metálico y pasó sobre ella buscando a Katsuki entre la pequeña casa de campaña, y ahí estaba, dormido bajo el efecto del canto y Eijiro sobre el roncando, podía percibir que su cuerpo aún estaba frío así que mordió con esmero la punta de su cola, sin antes destruir la casa de campaña por su enorme tamaño, la sangre corrió sobre la espalda del ceniza y la criatura se dispuso a descansar, estaba deshidratada.
Las sirenas estaban en junta y el enojo de la matriarca las hizo irse rápido de ahí para encontrar cuanto antes a la heredera.
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