Omega de manzanilla.
— Eres increíble Ginrou, simplemente increíble.
¿Cuánto había querido escuchar esas palabras? Es algo que no se podía medir ¿Cuántas veces había soñado que alguien le dijera algo así? Incluso despierto fantaseaba con que era apreciado por el resto ¿Cuánto anhelaba que lo reconocieran como un miembro importante? No lo recuerda, es un deseo que ha tenido desde pequeño y hoy, frente a Senkuu, Gen, Kinrou y el resto de los aldeanos y gente del reino de la petrificación escuchaba esas palabras por primera vez, pero no en el contexto que él quisiera.
— Increíblemente idiota. Ahora que lo pienso era preferible que te quedaras en la aldea a que nos hayas seguido.
Kohaku parecía divertirse, y los demás también lo disfrutaban cuando solo le llamaba bobo o hacía mención del vestido rosa con flores blancas, eso hasta que las bromas y chistes se pusieron ligeramente pesados además de que la comida había perdido el gusto y el ambiente la tranquilidad, lo sabían al ver al pequeño guardia rubio ocultar su rostro tras sus cabellos y el plato de comida en sus manos temblar ligeramente.
— No solo eso, también cobarde, en ese momento me quería reír cuando me pediste darte el golpe final ¿en serio no pudiste pensar en otra solución? La petrificación era la opción más segura y tu pensabas en el suicidio, patético.
Al final de eso, la joven volvió a reír esperando ser secundada por sus compañeros de la aldea o algunos de los habitantes del reino de la petrificación, como hasta hace escasos minutos habían estado, para su sorpresa ella era la única que reía y los demás solo miraban incómodos al muchacho, que en un inicio intentaba defenderse pero luego de que su voz se perdía en el mar de burlas por parte de los presentes solo se quedó callado esperando a que la rubia terminara de pisotear la poca dignidad que le quedaba, como siempre lo había hecho; Kirisame no conocía de nada a Ginrou pero no podía evitar sentir pena por él, internamente la joven guerrera se preguntaba si aquel trato era normal.
— ¿Por qué esas caras? Ginrou ya está acostumbrado a que le digan lo inútil que es ¿verdad Ginrou? — el mencionado solo asintió levemente aún sin alzar el rostro, dejó la comida de lado y se levantó para después alejarse del círculo de personas reunidos alrededor de la fogata donde estaba François preparando la cena en un silencio incómodo.
Kohaku seguía riéndose como si le hubieran contado el mejor chiste del mundo y cuando por fin se calmó siguió comiendo como si nada hubiera pasado teniendo encima varias miradas extrañadas, en desaprobación y otras bastante molestas como era el caso de Gen, Kinrou y Matsukaze; el mentalista sabía que el rubio a veces se podía pasar de ingenuo y aprovechado pero nunca le diría esas cosas ni lo usaría como un chiste para llamar la atención de los demás, el castaño de orbes musgo no había querido decir nada porque pensaba que así Ginrou aprendería a defenderse verbalmente, claro está que se equivocó, por otro lado el joven con las grietas de una creciente dejó la comida de lado y se puso de pie con dirección a donde estaba la rubia siendo seguido por la mirada de los presentes.
— Oye — Kohaku le miró interrogante al repentino acercamiento de aquel guerrero a lo que este continuó — no deberías tratar así a la gente.
— ¿Ah? A Ginrou no le importa seguro hasta se la pasa bien, además solo nos divertíamos ¿no?
— ¿En serio? Porque yo no me reí.
Aún sin quitar su seria expresión pasó de largo a la muchacha en dirección a donde se fue el rubio, sus agudos oídos no pudieron omitir el último comentario que soltó entredientes.
"No es como si no fuera cierto, esa conducta es típica de los omegas".
Cerró los ojos a la vez que fruncía el entrecejo, más, decidió ignorar a la joven e ir tras "su señor".
Respiró hondo atrapando el suave aroma a manzanilla, caminó a paso lento evitando perturbar la armonía del rastro de aquel perfume, cálido, como una estela de humo que le guiaba en dirección a orillas de la playa, lugar donde encontró a Ginrou sentado en la arena con la vista fija al frente; Matsukaze despojó sus pies de aquellas sandalias que François le había dado al momento de revivir y se dirigió tranquilo hasta llegar con el joven quien no tardó en sentir su presencia.
— Mi señor — a Matsukaze le quedaba claro que aquel joven amo a quien sirvió épocas atrás y la persona a quien veía ahora no eran el mismo, pero no podía evitar sentir estima y cariño al verle, era como verlo a él, sentía el deseo de protegerlo y cuidarlo de cualquier peligro.
— No soy tu señor — soltó con la voz ligeramente ronca y sin mirarle.
— Estuvo llorando, ¿no es así?
Ginrou alzó la mirada conectando sus esmeraldas con aquellas orbes tan fieras, dignas de un lobo alfa, dignas de ese soldado.
— ¿Quieres que intervenga con fuerza bruta la próxima vez que-
— ¡No! — interrumpió alterado las palabras del otro, no quería ser el causante de una pelea o la fractura del grupo que a Senkuu tanto le costó formar. — No es necesario... Nada de eso lo es.
— ¿Cómo puedes decir sí a todo esto? ¿Cómo puedes aceptar la manera en como te tratan?
— La mayoría son alfas, ¿crees que tengo oportunidad?
— Eres un omega que se ha mantenido a salvo siendo un guardia ¿por qué no tendrías oportunidad?
El rubio solo le miró para después sonreír.
— Él fue muy afortunado de tenerte, un alfa así.
— Es curioso que pienses eso, yo no lo veo de esa manera, no pude protegerle y ahora no sé donde pueda estar o si es que aún existe... Y si existe ¿puede regresar como lo hice yo?
Soltó aquello más como un desahogo de la incertidumbre que le carcome desde que despertó, cuando confundió a Ginrou con su antiguo líder, cuando vio al rubio ser casi atacado por un par de guerreras, cuando pensó que no llegaría a tiempo, y aquel suspiro que se permitió dar cuando lo tuvo entre sus brazos y otra vez la incesante angustia renacer cuando le dijeron que aquel al que había salvado no tenía nada que ver con la escena final que presenció cuando se petrificó, cientos y cientos de años en el pasado.
Ginrou podía sentir el cúmulo de emociones que experimentaba el alfa, no sabía cómo, pero lo podía sentir en su pecho; Matsukaze mantenía su mirada en la arena ahogando el temor en lo más profundo de su corazón, resistiendo el tormento, evitando parecer débil frente a la reencarnación de su señor, un tacto suave envolvió su mano en un cálido apoyo y sus ojos no pudieron ignorarlo, Ginrou le sonreía con esmeraldas desbordantes de cariño.
— Seguro Senkuu hará todo lo posible para encontrar a toda tu gente, si estabas ahí seguro él también, si eres capaz de creer en mí, un omega cabeza hueca, entonces eres capaz de creer en tu señor, un omega líder, un omega fuerte.
— A veces, hablas como él — acotó embelesado, perdido en el sutil aroma del sumiso enfrente suyo — realmente siento que eres él.
— Gen lo llama "tener momentos lucidos", no sé que significa pero normalmente se sorprende cuando se lo dice a Magma.
Matsukaze no pudo evitar sonreír y tomar con ambas manos las del menor y hacerle ponerse de pie.
— ¿Alguna vez haz entrado al mar?
— Hay un lago alrededor de mi aldea.
— ¿Sabes nadar? — el rubio le miró desconcertado, ladeando la cabeza ante aquella interrogante y cuando estuvo a punto de responder solo vio a Matsukaze quitarse su aori y arrojarla a la arena.
Ginrou, sin saber mucho, solo se limitaba a mirarle cuando de la nada ya estaba en brazos del mayor y éste se dirigía corriendo al agua, al rubio no le pareció mala idea luego de que una pequeña ola los empapara totalmente y la luna les cubriera con su brillo.
✒カ モ ミ ー ル オ メ ガ
La mirada de Matsukaze no se apartaba ni un milímetro de aquel cuerpo; la ropa mojada, pegada a la piel enmarcando cada curva y cada parte de su ser, Ginrou chapoteaba en la zona menos profunda y se hundía para después emerger con una sonrisa, las puntas de sus cabellos goteando a la vez que un rubor se manifestaba en forma de franja horizontal que surcaba desde sus pómulos atravesando su respingada nariz hasta su otra mejilla, dando a conocer unas pecas que se mantenían escondidas por aquel fleco rubio; el alfa lobo solo podía observarle con su corazón latiendo enloquecido.
— Mi se-... Ginrou, ya es tarde y hace frío, debemos regresar.
El omega lobo asintió y ambos emprendieron su camino con los demás que seguramente ya deberían estar durmiendo. Matsukaze miraba al más pequeño de reojo, la camisa pegada a su pecho resaltando los botoncitos erizos por la brisa de la noche, la misma tela enmarcando su cintura — ahora libre por la ausencia de aquel lazo alrededor de ella —, el pantalón que parecía resaltar sus caderas y muslos, el cálido perfume de manzanilla que desprendía su cuerpo mezclado con la sal del mar creando un conjunto inigualable; aunque Matsukaze no sabía que la manzanilla podía ser más fuerte que el olor del mar.
La manzanilla no podía sentirse más intensa que el mar.
El más alto frunció el ceño ante eso y con curiosidad miró al menor que parecía haber disminuido la velocidad de sus pasos a la vez que intentaba quitarse la camisa con desespero en sus movimientos.
— Hace un poco de frío, ¿de verdad te quieres quitar la ro-
Sus palabras quedaron en el aire al darse cuenta de que el menor había entrado en celo, lo supo por la intensidad del perfume de su cuerpo, la manera en como agitaba sus manos intentando darse algo de brisa, sus jadeos desesperados y también por como le miraba suplicando por ayuda. Matsukaze no tardó en cargarle en brazos a la vez que sentía su celo despertar en respuesta al omega que, en cuestión de segundos, lo había atrapado con sus brazos y piernas en busca de tacto.
El de largos cabellos no llegó más allá del aori que había dejado olvidado en la arena y no hizo más que acostar sobre éste al rubio que chillaba y frotaba su cuerpo con el del mayor.
— Matsu... ¡Matsukaze ayúdame!
— ¿Este es tu primer celo? — a duras penas pudo organizar una oración decente, un calor dentro de sí resurgía como nunca, su instinto animal veía en Ginrou a una potencial pareja para procrear, pero no podía hacerlo, no debía.
— N-no... P-por favor.. Haz algo, ¡haz algo por favor!
Aquel alfa no soportaba esas lastimeras súplicas a las que unas cristalinas lágrimas se le adjuntaban, frunció el ceño molesto por el hecho de que un omega deba rogar por algo de cariño; con una mano sostuvo el rostro del menor para después juntar sus labios en un beso un tanto brusco, chocado sus dientes, mordiendo aquella suave piel de tono rosa mientras colaba una de sus manos bajo la camisa mojada que, para mala o buena suerte, era un obstáculo bastante molesto por lo que optó por desgarrarla y tirarla lejos.
Abandonó aquella apasionada lucha que libraban sus bocas para separarse y mirar aquel cuerpo que temblaba debajo suyo, ya sea por el calor en su interior, el miedo infundado por las potentes feromonas del alfa o el éxtasis de tener a un dominante del calibre de Matsukaze mirándole con ojos peligrosos a punto de marcarlo como suyo.
El de cabellos oscuros sentía la razón abandonar su mente quedando tan solo el vestigio de su propia voz ordenándose asimismo detenerse antes de hacer algo que lastime a aquel omega, sin embargo, su cuerpo no obedecía más que sus propios instintos, prueba de ello esos enormes colmillos que sobresalían de su boca, su cabello que se había crispado y el poco control de sus movimientos, en especial de sus curiosas manos que no dejaban de tocar cada centímetro de la suave piel del omega de una manera no muy respetuosa.
Aquel toque indecente solo lograba condenar a ambos a la locura y fundirlos en el deseo sexual; sus cuerpos se rozaban uno contra el otro impregnándose del aroma del contrario, Matsukaze sujetó de las piernas al menor y las alzó hasta que estuvieron cerca del pecho del omega para, acto seguido, apegar su erección entre sus glúteos haciéndole sentir su pene por sobre la ropa.
El rubio no pudo reprimir un gemido ahogado por sentir la presión en esa zona mientras le miraba con sus esmeraldas desbordantes de deseo, el alfa solo pudo arrancarle los pantalones y deshacerse de los suyos propios en respuesta, para acto seguido alinear su pene con la entrada del menor e introducirse lo más lento que su poca cordura le permitía asimilar; el trabajo era facilitado por el lubricante natural que ya resbalaba por los glúteos y muslos del rubio, éste a su vez solo podía sollozar en tono bajo provocado por el dolor al sentir aquel miembro abrirse paso en su virgen entrada.
El joven de largos y oscuros cabellos cual noche, gruñía con la ferocidad de un canino salvaje y respiraba entrecortado aspirando el perfume de manzanilla que brotaba de ese níveo cuello, escondite de su rostro cicatrizado, con el fin de calmarse y así evitar convertir la primera vez del menor en una pesadilla interminable; el omega solo se limitaba a llorar e intentar distraerse con el cielo nocturno sobre ellos, buscando consuelo en el calor y los fuertes brazos del alfa.
Matsukaze, al cabo de un tiempo razonable, comenzó a mover sus caderas según el nivel placer reflejado en el rostro del omega que, en algún momento del que no se percató, enredó sus piernas en la cintura del mayor atrayéndolo a su cuerpo; el guerrero, aparentemente samurái, era cuidadoso a pesar de no estar verdaderamente consciente de que hacía, su mente solo estaba concentrada en hacer sentir bien al menor, cosa que estaba logrando, lo sabía por los jadeos y agudos gemidos que emitía además de el abrazo al que había sido encadenado por parte del lobo omega.
Sus suaves movimientos se tornaron poco a poco en certeras embestidas provocando palabras incomprensibles en los labios del menor que, con mucha vergüenza, le pedía "que no fuera considerado", "no se iba a romper" y que "quería tener a sus hijos"; claramente todo aquel vocabulario era producto de su celo y su lado omega en su máximo esplendor, el Ginrou de todos los días no estaba mentalmente listo para cuidar a un cachorro por muy suyo que fuera.
— Marcar, omega.
Aquella corta línea de a penas dos palabras, salieron de la boca del alfa en un tono gutural mezcladas con gruñidos demandantes, el sumiso no pudo asimilar nada cuando, sin previo aviso, las embestidas se volvieron erráticas golpeando fuertemente en su interior con intensidad, haciéndole ver estrellas de colores que nunca había visto a la vez que sentía una hilera de afilados dientes enterrarse dolorosamente en su hombro acompañado de una descarga de semen dentro suyo.
Sus uñas se enterraron en la espalda del mayor, sus iris se contrajeron al igual que las del alfa y sus piernas lo aprisionaron en un agarre casi imposible, impidiendo cualquier movimiento por parte del de cabellos oscuros que también se había quedado inmóvil en espera de que el nudo que los unía se deshiciera por sí solo y así evitar lastimar al menor forcejeando por salirse. El sabor metálico de la sangre inundaba las fauces del cambiaformas lobo mientras el menor solo cerraba sus ojos con fuerza, con la respiración tranquila del mayor resoplando en su cuello, erizando su piel.
Matsukaze por fin soltó su hombro y se alzó para mirarle encontrando su aori manchado de sangre, no solo el área superior a donde la herida había goteado, sino también bajo la entrada de Ginrou; los ojos del alfa se abrieron preocupados y con sumo cuidado salió del menor quien, — aún con su calor presente pero ya no tan desesperado como en un inicio — con dificultad se apoyó en su codos para poder incorporarse también, mirando con esfuerzo y algo de miedo como unos delgados hilos de semen goteaban de su entrada y caían en el aori.
El mayor no podía mirarle debido a que la culpa y la vergüenza no le dejaban, cuando abrió su boca para pedir disculpas solo escuchó una suave risa proveniente de Ginrou que se dejó caer de espaldas sobre la delgada tela.
— No vi la luna — habló el rubio antes de volver a reír con desespero — no conté los días y no me fijé en la luna... Olvidé totalmente que mi celo vendría pronto.
Ahora la risa afligida se había convertido en un llanto ahogado que hizo eco en la mente en blanco de Matsukaze, sus instintos ahora afloraban en sus pensamientos y su pecho ordenándole brindar consuelo y cariño a su omega.
Sin dudar un segundo envolvió en un cálido abrazo al menor dispersando sus feromonas indicándole que él le protegería de cualquier peligro, lamiendo la herida en su hombro, besando su cuello y su mejilla, repartiendo una infinidad de caricias por cada centímetro de su piel encontrando en ella — ahora que era consciente — diversas cicatrices marcadas, aparentemente de algunas batallas o entrenamiento.
— No fue tu culpa, nadie tiene la culpa de nuestra naturaleza. De lo que somos.
— ¿Qué dirá mi hermano? ¿Qué dirá Kinrou? — Matsukaze atinó a secar las gruesas lágrimas que resbalaban por sus mejillas, pensando en una respuesta.
— Dirá lo que quiera, pero esto es algo que no podía evitar para siempre; no puede guardarte en una cueva ni prohibirte desahogar tus instintos, además yo no te dejaré, tenlo por seguro, haya o no crías de por medio si me aceptas lo haré con gusto.
Soltó aquello con una voz tranquila sin dejar de sonreír levemente, besando su frente y esparciendo sus feromonas. Ginrou solo le miraba absorto con su corazón latiendo rápidamente.
— ¿Qué pasará con lo demás? El problema del Whyman y-
— Ese ya no es asunto nuestro, mi prioridad ahora es darte un refugio, comida y protección. Viviremos bien aquí, quizá no es lo mismo que en tu aldea pero no te faltará nada.
Las acuosas esmeraldas no se apartaban de sus ojos fieros y decididos, Ginrou asintió aún con temor por todo aquello pero al final decidió confiar en Matsukaze, después de todo, aquel alfa se había lanzado a protegerle desde el primer instante.
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