30. Mal

—Jehiel, ¿qué está pasado? ¿Cómo llegamos aquí? No, no entiendo... ¿Qué?

Sofía estaba asustada, no entendía nada y menos el cómo había acabado en aquel lugar si segundos atrás estaba en el departamento de Jehiel.

Jehiel suspiró y comenzó a caminar hasta alcanzarla al final del puente, donde Sofía aún seguía parada.

—Te prometo respuestas, pero primero ven conmigo —le extendió la mano y Sofía la contempló unos segundos antes de finalmente aceptarla aún sin dejar de observar a sus costados viendo todo con miedo y sorpresa.

Al ir caminando Sofía veía con atención como el sendero al final del puente estaba rodeado de luces guiando el camino y se preguntó si estaba soñando.

No le veía sentido, no había manera en la que hace unos segundos estaba en un lugar y ahora estaba caminando de la mano de Jehiel por un bosque.

—¿Cómo se llama este lugar? —se atrevió a preguntar.

—Selva Negra, bueno... Es uno de los bosques —respondió mientras la miraba y detenía el paso —Sofía... Estamos en Alemania.

—¿¡QUÉ?!

—Alemania —repitió y ella lo miró más asustada.

—No hay manera —negó mientras miraba a su alrededor —Jehiel, estábamos en New York hace tres minutos —se muerde el labio en una clara señal de frustración.

—Si me permites guiarte hasta nuestra velada, podríamos conversar más tranquilos —coloca una mano en la mejilla de la chica y ella suspira intentando controlar sus nervios y asiente. —Vamos, ya estamos cerca.

Jehiel retira la mano de su mejilla y al instante extraña la sensación de tranquilidad que le invadió con sólo tocarla, pero no dice nada y se limita a seguirlo.

Al final del sendero con luces había una pequeña cabaña que estaba igual de decorada con luces colgando, pero estas eran más pequeñas, un ramo de rosas amarillas estaba aguardando en los pequeños escalones para entrar a la casa. Jehiel lo tomó entre su mano libre y se lo extendió a Sofía.

Ella lo tomó con ambas manos al soltar la que tenía entrelazada con Jehiel y él sonrió de lado.

—¿Por qué amarillas? —preguntó luego de olfatearlas con disimulo.

—Creo que las rosas rojas están demasiado usadas —responde Jehiel mientras sube los escalones y abre la puerta de la cabaña. —Además, el color amarillo me recuerda mucho a ti, es tan alegre y... no lo sé, muy... tú.

—Bueno, tengo una flor amarilla a la que le hablo todos los días y digo que es mi hija —bromea mientras rodea en su regazo las rosas.

—Después de ti —le hace un ademán en cuanto la puerta está abierta y ella a paso lento sube los escalones y entra en la estancia.

El lugar por dentro tenía luces de navidad en las paredes y pétalos de rosas color amarillo en cada rincón del suelo.

Los muebles de la sala fueron retirados y reemplazados por un mantel en el suelo, en el había dos copas con vino ya servido y a un costado comida que sobresalía de una canasta.

—No hay velas porque creo que con la suerte que me traigo quizás incendie la cabaña —murmura Jehiel viendo como Sofía mira todo con sorpresa y admiración. —Me pasó dos veces...

—¿En serio? ¿Incendiaste esta cabaña dos veces? —pregunta volteando a verlo con una sonrisa burlona.

—Bueno, tres veces —admite y ella ríe.

—Esto está muy hermoso —se acerca y lo mira directo a los ojos, tenía lágrimas sin derramar y no lo había notado, pero él sí. —¿De verdad hiciste todo esto solo por mí?

Jehiel colocó una mano en su mejilla y sonrió.

—No creo que habría hecho esto por alguien más que no seas tú, Sofía Williams y esa es la verdad.

Estaban allí mirándose a los ojos y cuando la primera lágrima finalmente se le escapó fue que Jehiel finalmente lo entendió, eso era amor.

Rápidamente bajó su mano a la barbilla de la chica y le subió el rostro depositando un beso sobre sus labios.

Sofía sin poder evitarlo soltó las flores haciendo que estas cayeran a sus pies y colocó ambas más sobre los hombros del chico rodeándolo más hacia ella al mismo tiempo que profundizaban el beso.

El primer beso que se daban.

Jehiel sentía la calidez de la boca de Sofía y algo en él quería que el tiempo se congelara justo en ese momento.

Sofía le permitió el paso a la desesperada necesidad de sentir un poco más y la lengua de Jehiel acariciaba la suya al momento en ella lo dejó entrar.

Las manos del chico bajaron veloz a las caderas de Sofía tratando de pegarla un poco más a su cuerpo si es que aún era posible más contacto.

Ella por su parte subió un poco sus manos para jugar con el cabello de Jehiel sin dejar de romper el beso.

Sofía le dio una breve mordida en el labio inferior antes de separarse por falta de aire y lo contempló unos segundos mientras su pecho subía y bajaba a causa de la adrenalina.

Jehiel mordió su propio labio aún con los ojos cerrados.

—¿Podrías abrir los ojos? —le pregunta de manera nerviosa y él asiente antes de tomarse unos segundos para hacerlo. Abraza más la cintura de la castaña al verla sonriente y con los labios medianamente hinchados.

—Me gustas demasiado, Sofía —dice al mismo tiempo que sus miradas se conectan. Ella puede ver cómo las pupilas del chico se dilatan y sonríe porque jamás había visto algo tan hermoso como aquello.

—Y tú me gustas a mi —responde riendo.

Jehiel sonríe con pesar y deposita unos cortos besos sobre los labios de Sofía.

—Debo ser honesto y decirte un par de cosas sobre mí —dice mirándola y retira los brazos dejando así de rodearla, ella lentamente hace lo mismo y solo se quedan parados uno frente al otro, con ella totalmente confundida —Si te soy sincero tengo miedo de que luego me digas que no quieres tener algo conmigo porque yo estoy seguro de que contigo lo quiero todo.

—Vamos, Jehiel —Sofía coloca una mano en su barbilla y él la toma rápidamente para depositar un beso en el dorso de la mano de Sofía —Nada de lo que me digas hará que deje de sentir todo lo que siento por ti.

—Eso dices porque no me conoces del todo, preciosa. —suspira soltando su mano y comenzando a caminar por la estancia.

Ella lo mira confundida y se acerca rápidamente a él. Lo toma de la mano nuevamente.

—Yo te quiero y estaré aquí aun si me vas a decir que estuviste casado y tienes tres hijos —bromea, pero el no sonríe. —Seré una buena madrastra, lo prometo.

—Sofía —Jehiel niega —Ojalá ese fuera el caso, pero no.

—Entonces dime ya.

—Me tendrás miedo y... No...

—Jehiel, me estás asustando —aprieta su mano y él suspira una vez más —Por favor, dime.

—No soy lo que crees que ves, soy más que un simple chico que trabaja en una tienda de música y vive solo.

—¿Entonces? —pregunta ella y su corazón empieza a latir con fuerza.

—Soy... Soy un demonio, un ángel caído expulsado de los cielos cuando Lucifer se rebeló y ciegamente le seguí sin arrepentirme por ello.

Sofía soltó su mano y carcajeó nerviosa. Jehiel en ningún momento dejó de estar serio.

—Mientes —lo señala —¿Un demonio? Estás demente si crees que es una broma graciosa. —niega.

Jehiel la contempla unos segundos y para probar su punto se hace invisible ante los ojos de la chica.

—Oh, hijo de tu... —Sofía retrocede tropezado con sus propios pasos y cae al suelo aún sin dejar de ver el lugar donde Jehiel desapareció ante sus ojos —¡CARAJO! —grita asustada y se levanta retrocediendo aún más.

Jehiel la rodea y se para detrás de ella justo al momento en el que se vuelve visible y la espalda de la chica choca con su pecho.

—NO —grita al separarse y voltear a verlo —NO, POR FAVOR —le implora con lágrimas derramadas y el miedo a flor de piel.

—Preciosa, no te haré daño... solo... —comienza a hablar al intentar acercarse, pero Sofía levanta el ramo de rosas y se lo arroja al pecho.

—¡ALÉJATE DE MI! —le grita.

—Sofía...

—JEHIEL, TE HE DICHO QUE TE ALEJES DE MI. —retrocedió hasta que sintió como su espalda chocaba ahora con la pared de la sala.

Eso ella no lo había visto venir, pero Jehiel cayó en cuenta que por primera vez en muchos siglos Gylmerk había tenido razón desde un inicio.

Al parecer todo iba a terminar mal.

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