17. Hermosa
—Que idiota.
—Uh, muchas gracias.
—Vamos, Jehiel, ¿una mortal?
—No sé porque estas así, fuiste tú el que dijo que debía intentar algo con la chica. ¿Recuerdas?
—Sí, lo dije, pero creí que no me harías caso —se señala —Malas ideas, amigo, sabes que estoy repleto de malas ideas. ¿Por qué siquiera haces caso a algo de lo que digo?
—Creí qué Sofía te agradaba.
—Yo no he dicho lo contrario, pero me agradaría más si solo la estuvieras usando para tener sexo y luego botarla.
—¿Quién es el idiota ahora? —cuestiona Jehiel mirando a su amigo seriamente. —¿Cuántas veces te repetiré que yo no uso a las personas?
—Deberás repetirlas lo suficiente como para que yo llegue a creer un tercio de aquella mierda.
—Saldré con ella esta noche, Gylmerk, basta de hablar sobre eso.
—Bien, si te sirve de consuelo, Sofía tiene un lindo trasero.
Jehiel frunce el ceño en dirección a su amigo y este solo sube las cejas de arriba a abajo mientras cambia el televisor.
—¿Se puede saber qué hacías viéndole el trasero?
—Los ojos son para ver, querido amigo ¿o me equivoco?
—Doblemente idiota —murmura Jehiel mientras abandona el departamento dejando al rubio acostado en el sofá viendo televisión.
Al salir el frío de la ciudad es lo primero que recibe.
El frío no le afecta, así como pocas cosas humanas, pero eso no cambia el poder sentirlas.
Llegó al edificio de Sofía en menos de dos minutos y al pasar por recepción algo en él quiso regresar a la seguridad su departamento.
"¿Qué tal si aún no estoy listo?... " se preguntó a sí mismo.
Solo había estado con una chica en todos sus siglos de existencia.
Había amado con locura a una sola persona y tanto fue su amor que la dejó libre a los brazos de un mejor hombre. Uno que sí la merecía y la haría completamente feliz.
Y no se arrepienta de haber hecho lo que hizo, él sabía que podía vivir con aquello, porque la amaba lo suficiente como para dejarla ir aun sabiendo que eso lo destrozaría por completo.
Ahora se encontraba tocando el timbre del departamento de Sofía y no había marcha atrás.
La puerta se abre unos segundos después y es ella la que lo recibe con una pequeña sonrisa.
—No digas nada sobre mi cabello, ¿de acuerdo? —le dice ella evitando reír.
Se había peinado, llevaba una coleta alta a lo alto de su cabeza y podía jurar que se había pasado la plancha de cabello ya que se encontraba lacio.
Traía un vestido corto color amarillo pálido y sus pies eran calzados por zapatillas blancas.
—Te ves hermosa —responde él sin más.
Y no mentía, pero más que decir aquello quiso decirle que ella no necesitaba arreglarse para él, -si es que lo hizo por él- o siquiera aplacar su rebelde cabello porque la seguiría viendo igual de hermosa como la primera vez.
Al ver a Sofía sonreír agradeció mentalmente el no haberse marchado.
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