𝖅𝐀𝐂𝐇 𝕰𝐗𝐓𝐑𝐀.
Era el día, el partido contra la academia St. John's y el Instituto de River High Valley —el instituto del pueblo, al que Edward asistía—. Los ánimos estaban por las nubes, y la energía entre los estudiantes de la secundaria local irradiaba positividad y entusiasmo. Muy temprano en la mañana, antes de que el reloj colgado en la pared de su habitación diera las doce de la tarde, Edward salió de su casa y tomó un taxi hasta su instituto. El instituto de River High Valley era el anfitrión del evento, nada podría ir mal, se convenció a sí mismo. El patio interior estaba lleno de jóvenes, entre la multitud se mezclaban alumnos de la secundaria de la ciudad junto con los de la del pueblo, la rivalidad entre ambos centros era legendaria.
Se dice, que en los noventa, hubo un partido de Lacrosse, solo que para entonces los eventos deportivos se celebraban en la ciudad, debido a que era más práctico y su academia estaba en mejor estado de lo antiguamente lo estuvo el del pueblo; en dicho partido de Lacrosse, el jugador principal del River High Valley fue lesionado de gravedad, y que desde entonces todo fue en picado y terminaron perdiendo. Se dudaba de si se trataba de un accidente, si había sido premeditado u cosa del destino, pero aquello solo consiguió crear resentimiento y competitividad.
Se apresuró en llegar al modesto estadio localizado al fondo del instituto, ya había comenzado a llegar gente. Los espectadores tomaron asiento, procurando tomar los más bajos en las gradas para no ser golpeados tan directamente por la luz del sol. Edward buscó con la mirada a sus amigas, estaba nervioso sobre su reencuentro con Irene. Fue difícil encontrarlas, debido al constante movimiento y la gente que subía las gradas. Pudo encontrar a Charlie, sentada en una esquina bebiendo de una botella de agua y con una camisa holgada deportiva del equipo del instituto. Olvidó que las vendían a muy buen precio en el departamento de estudiantes. No era una talla grande, pero debido a su estructura ósea y sus naturales hombros delgados, en ella se veía extra grande. Se sentó junto a ella, recibiendo automáticamente un golpe en el hombro. Edward se quejó y acarició la zona afectada con la mano. No intencionalmente para dañarlo, pero era su manera de expresar afecto.
—¿Beth no ha venido? —preguntó Edward, sobándose el hombro.
—Tiene problemas en casa, dijo que lo verá por la tele. Es una pena que se vaya a perder la emoción del directo.
—¿Por la tele? ¿Ya está aquí el equipo técnico?
—Llevan aquí tres días, Edward. ¿Tú no sueles venir mucho por estos lares, no?
—Es mi primera vez en uno de estos —aceptó sin pudor.
—Tranquilo, ya verás te gustará.
—¿Cuándo comienza el partido?
—Eh... —analizó detenidamente la situación y respondió— los jugadores están recibiendo las últimas instrucciones del entrenador, les están explicando las reglas y demás. Según mis cálculos comenzarán en unos veinte minutos.
—¿Dónde está Irene?
—Ahí.
Charlie señaló a la cancha con el dedo, en dirección a la pelirroja. Ella palmeaba el rostro de Zach con un pañuelo y le ofrecía una botella de agua. No podía escuchar de lo que hablaban, pero se imaginó que ella le estaría animando para que diera lo mejor de sí en el partido. Irene era muy protectora, en ocasiones incluso fraternal y cálida con sus amigos. Recordó la conversación con Zach de la semana pasada, y sonrió al verlos tan unidos, Irene se separó de él cuando el entrenador hizo sonar su silbato para que se fuera, el partido estaba a punto de empezar y debía hablar con Zach, que era el capitán del equipo.
La pelirroja volvió a las gradas y se sentó entre él y Charlie. De cerca pudo ver que tenía húmedo el labio superior, de sangre que le caía de la nariz. Charlie estaba muy entretenida hablando con un compañero de clase, pero Edward se percató del detalle y expresó su preocupación. Podría tratarse de un sangrado natural, pero para alguien en su condición, era normal que estuviera temeroso y preocupado por su salud. Ella debería estar en casa, recibiendo su terapia. La pelirroja era orgullosa, en exceso; tan vanidosa, que no le gustaba salir de casa con su equipo de oxigenoterapia porque le avergonzaba que la vieran así. Si él abiertamente le preguntaba qué le ocurría, ella podría enojarse y dejaría de hablarle. Edward la vio pasarse los dedos por la zona humedecida para la sangre y se acomodó los cables en la nariz.
Irene se apoyó en el hombro de Edward, incluso se aferró a su brazo. Él se terminó acostumbrando a los pequeños gestos afectuosos en público, pero siempre que ella se acercaba de tal manera, su corazón latía a una velocidad sobrehumana. Esperaba que ella no se diera cuenta de aquel detalle, deseaba estar así por siempre. Irene se comportaba como si nada de su última discusión hubiera sucedido, pero eso no le molestó a él tampoco.
Vieron a alguien acercarse al grupo. Era un hombre elegante, vestido de traje y corbata con un modesto reloj en su brazo remangado. Era de altura prominente y piel bronceada, deslumbrante sonrisa brillante y un perfume fuerte. Los saludó con la mano, Irene pronto se percató de su presencia, a ella le siguieron Edward y Charlie; esta última se puso de pie para saludarlo, pero él de un gesto amigable le indicó que tomara asiento, pues pasaba para quedarse. Se trataba ni más ni menos que del padre de Zach, el señor Santiago Montgomery. El recién llegado se quitó la camisa y se la ofreció a la pelirroja, en un gesto de caballerosidad para que cubriera sus piernas de los ojos indiscretos y del sol radiante.
Palmeó el hombro de Edward, y se pasó la otra mano por la barba azabache bien cortada. Incluso si no estaba genéticamente relacionado con Zach, el parecido era innegable. Para la sorpresa del trío, detrás de él venía una mujer curvilínea en un holgado enterizo de color café y tacones, era su esposa y, madre de Zach. Cinthia, ella era gélida y silenciosa, pero sabía cómo llamar la atención. Se sentaron en lugares diferentes, Santiago se quedó junto a ellos y su señora siguió escalando hasta el primer hueco que vio. Dicho gesto hizo comprender a Edward la situación, estaban unidos para animar a Zach, pero parecían estar en puntos diferentes en la vida.
—Buen día, señor Montgomery —era la voz de Irene, justo al lado de Edward. Aferrada a su brazo.
—Veo que al final pudiste venir —dijo Santiago, para corregirse no mucho después, mirando a Edward y Charlie— Zach estaba nervioso ayer. Mi muchacho ha trabajado duro para esto.
—No nos lo perderíamos por nada del mundo.
—Siempre estaremos aquí para apoyarlo —confirmó Edward, sonriendo ligeramente.
—Estoy tan feliz de que Zach tenga amigos como vosotros —habló Santiago, sus ojos estaban llenos de orgullo— es un chico de oro.
—Nosotros tenemos suerte de tenerlo a él.
Fue la respuesta de Irene. Zach era un chico generoso y modesto, siempre dispuesto a prestar su ayuda desinteresada y era. Indudablemente, quien sostenía a todo el grupo era él. Las eternas tardes en la cafetería 21st Century Miraculous, en las que Irene le mofaba por tener manos grandes y Beth se unía, alegando que tenía el apetito de un centenar de soldados, eran recuerdos que permanecen eternos en su memoria. Fue Zack y, no otro, el que organizaba encuentros y quedadas. El permanecer todos juntos se había dificultado por los reveses de la vida. Con Irene hospitalizada y Edward cuidando de ella, las extenuantes sesiones de entrenamiento del mismo Zach, Charlie corriendo de un lado a otro con sus asuntos de estudiante de último año y la apretada agenda de Beth por sus estudios y múltiples empleos, imposibilitaba cualquier posible encuentro. Pero, para Edward, siempre serían las madrugadas llenas de risas y bromas pesadas en casa de Beth. Todos jugaban como niños, incluso siendo él quien tenía las interacciones más incómodas y tensas, se esforzaba por pasarla bien y almacenar esas dosis de momentos juntos.
—El partido va a empezar —anunció Edward, con un hilillo de entusiasmo en su voz habitualmente neutra.
—Zachy se ve tan lindo en esa camisa, no lo crees —siseó Irene, a su amiga— ¿Charlie?
—Rene, por favor... —respondió Charlie, avergonzada de la mirada del padre de Zach, pero él sonreía cómplice.
—Ese es mi hijo. ¡Vamos!
Zach tenía un atractivo enloquecedor. Sus hombros resaltan sobre la camisa morada con retoques amarillos —los colores oficiales del equipo del pueblo— había un ocho dibujado en la parte de atrás de su camisa. Cuando él estaba en la cancha, era un Zach completamente al que se podía sentar junto a ti para comer hamburguesas a hablar de chicas y deportes. Por su rostro, se veía concentrado y serio. Giró su cabeza cuando Santiago se puso de pie para animarlo, gritando su nombre con euforia.
El ambiente se sentía denso, todos los jugadores de los respectivos equipos estaban posicionados y el primer salto lo daría el mismo Zach, contra el capitán del equipo contrario. La diferencia entre estaturas era aterradora, y, sorprendentemente, no a favor de Zach. Él era de los estudiantes más altos y talentosos del equipo, diestro en otros deportes como lacrosse e incluso el hockey, pero su deporte principal era el basket. El oponente de Zach era rubio, dos cabezas por encima de él. Ambos se dieron la mano, en señal de competencia amistosa y profesionalismo. Por lo que tenía escrito en su camisa, su nombre era Tyler. Con el primer silbido, el balón se encontró elevándose en el aire de las manos del entrenador. Zach flexionó sus rodillas para saltar, desgraciadamente, Tyler fue más rápido y consiguió saltar más alto que su contrario. Ahora St. John's tenía el balón, que botó contra el suelo en las manos de Tyler.
Todos los estudiantes del River High Valley fueron a por él, como polillas a la luz. Apenas era el comienzo, pero que ellos tuvieran el poder de anotar canasta era una ventaja que no podían permitir entregar. El número doce fue a por Tyler, pero la destreza de sus movimientos y la cobertura de sus compañeros le abría el camino para la anotar. Zach fue de largo, yendo más rápido de lo que jamás le había visto, sin embargo, fue demasiado tarde. Cuando estuvo cara a cara con Tyler, él pasó el balón a su compañero y obtuvieron el primer punto. La reacción de los partidarios de la academia St. John's celebraron el logro, provocando las miradas recelosas del oponente.
Zach se mordió el labio, Edward lo vio apretar los puños y analizar fríamente la situación. Era turno del equipo del instituto local de pasar la pelota, los comienzos eran los más importantes. Desde las gradas, Edward vio como Zach le hacía señas con las manos a su compañero. El número dieciséis del equipo contrario lo captó, y se ocupó de rodear a Zach pero, a comparación con Zach, él no parecía más que un relleno con el único objetivo de obstruir el paso. La pelota no iba para él en primer lugar, pero fue un movimiento astuto de su parte el cubrir a uno de los mejores jugadores. La pelota rebotó contra el suelo a las manos del jugador más cercano, Zach supo que tenía que moverse si quería ser de alguna utilidad. Había estudiado que el estudiante de mejor habilidad y que representaba una mayor amenaza para alcanzar la victoria era Tyler. Era rápido e intrépido, sus piernas interminables y brazos fuertes le permitían cubrir más terreno. Su desventaja, era que al ser el jugador estrella, atraía la atracción sin intentarlo y por su tamaño era bastante visible; era un punto débil que compartía con Zach.
A diferencia de este último, Tyler no contaba con la flexibilidad, y se manejaba mejor en la ofensiva, por lo que su estilo de juego era predecible y no precisamente versátil. Hubo una pequeña oportunidad de tener el segundo punto, pero antes de que pudiera llegar a la pelota, esta ya había caído nuevamente en el aro del lado de la cancha del River High Valley. En los otros veinticinco minutos que siguieron, la cosa no había cambiado mucho a favor de ellos. Los ánimos estaban por los suelos, pero el entrenador se encargó de subir los ánimos amenazando e insultando. De alguna manera, en el lenguaje deportivo, eso les animaba.
—A este ritmo vamos a perder —Charlie comentó, frotando con ansiedad sus dedos.
—Qué paquetes los del River High Valley —se burló alguien detrás del trío y el padre de Zach.
—Queda mucho partido por delante —Irene se había volteado, respondiendo con rudeza— Muchas cosas pueden pasar.
—Que vais a hacer mucho más ridículo, eso es lo que va a pasar. Ese jugar principal es malísimo.
—¿Por qué en lugar de insultar a lo tonto, y de decir estupideces, te subes la bragueta? —contraatacó la pelirroja.
—Sí, no hay necesidad de ver lo cruel que puede llegar a hacer la naturaleza —se unió Charlie.
—¿Envidia, machito?
—Por favor, soy dos veces mejor hombre de lo que jamás podrías llegar a soñar ser.
—Este pueblucho está lleno de escoria.
—Cierra tu boca citadina y regresa a la casa de muñecas de dónde saliste —interrumpió el padre de Zach. Se estaba ajustando el reloj de su muñeca.
—Me callaré, porque las victorias se disfrutan más en silencio.
—¿Estás bien? —preguntó Edward a Charlie.
—Hace falta algo más que un idiota como él para hacerme sentir mal —declaró Charlie.
—¡Ponte de pie Zach! —Irene se levantó de su asiento.
Zach estaba de rodillas, su rostro estaba sudoroso y tenía moretones en los brazos. La voz de Irene era fuerte, llegando a llamar la atención de todos. Zach no pudo recomponerse, mirando directamente al suelo, por la vergüenza. Irene cubría su boca con ambas manos, buscando crear un efecto sonoro.
—¡Arriba! —ella ordenó— ¡Ve a por ellos! ¡Todos confiamos en ti! ¡No vuelvas aquí sin una victoria!
—¡Todos estamos aquí para animaros! ¡Esto está ganado! —Charlie la secundo energéticamente.
—¡Para todos los que miran! —la voz de Santiago era como la de un león, su rugido era imponente— ¡Ese es mi hijo!
Todos estaban animando a Zach, la acción había conmovido a muchos, tanto en la audiencia como en la cancha. Los estudiantes del St. John's, en un acto deportivo digno de admirar, detuvieron todo aquello que hacían y permitieron a su enemigo recomponerse. Zach se limpiaba las lágrimas, ocultando su rostro, abochornado por su débil liderazgo. Edward deseó ponerse de pie también, como muchas veces Zach lo había hecho por él, en repetidas ocasiones, contra el mundo. Desafortunadamente, Edward no poseía la misma confianza ni seguridad que Zach. Cuando debía hablar en público no sentía las piernas, su rostro palidecía y su lengua se volvía pesada. Nadie esperaba que Edward alzara la voz, ni que hiciera ruido, por lo que no lo culparon por quedarse sentado. Charlie casi se cae, de la sorpresa cuando Edward se levantó de la nada. Recibió la mirada de Irene y la de muchos otros, pero las ignoró, sabía que si volvía a verlos, se llenaría de nervios y se sentaría queriendo desaparecer. Su voz tardó en salir, pero cuando salió, era como el arcoiris después de la tormenta.
—¡Zach! —gritó, con todo el aire de sus pulmones.
» ¡Eres mi mejor amigo! Y el único... ¡Tú fuiste el primero en creer en mí, ahora yo me levantaré para ti! Está bien si estás cansado, todos hemos estado en tu situación antes, pero no tenemos tu fortaleza para seguir adelante. Está bien si pierdes, no siempre se puede ganar. Nosotros te apoyaremos, ¡Sin importar qué! haz un último esfuerzo, amigo. ¡Guíanos a la victoria! ¡Lucha!
—Chicos... papá... —Zach no pudo creer las palabras de Edward, porque él no era alguien que expresara lo que realmente sentía; por lo mismo, apreció sus palabras, las de Irene, las de su padre y las de Charlie.
Una mano se extendió frente a él, era Tyler. Zach estrechó su mano, como dos colegas. Miró a su equipo, se disculpó por su momento de debilidad y los reunió para equilibrar la balanza del campo de juego. Veintinueve a veinticuatro, en su contra. Quedaba poco tiempo, pero si se lo proponían, lo podrían lograr. Quince minutos. Analizó a Tyler, él ya estaba cansado, su respiración era irregular, sus movimientos eran más lentos, aunque su efectividad se mantenía en la cima.
Zach se acercó a uno de los jugadores, quedando detrás, se saludaron golpeando sus espaldas con sus respectivos puños. Cuando fue tiempo, Zach contrajo sus músculos, disminuyendo su estatura pero impulsándose como un rayo a través de la cancha. Los jugadores se separaban al verlo correr cerca de ellos. Cuando Tyler le interceptó, los ojos de Zach rodaron por el terreno buscando un apoyo; el jugador con el que se había saludado, estaba rodeado, era un sacrificio mayor. Zach pasó la pelota, causando que una expresión de sorpresa saliera en el rostro perfecto de Tyler. Como si fuera un milagro, el compañero de Zach se detuvo justo en frente de la canasta casi desprotegida de la academia St. John's y lanzó la pelota con un movimiento limpio y delicado de muñeca.
Zach sonrió, pues su plan había funcionado y ahora avanzaban con estruendo. Con agresividad, Zach robó el balón de las manos del enemigo antes de que llegara siquiera al tercer bote contra el suelo. Cuando todos fueron contra él, Zach se apoyaba en su pie derecho para rotar y evitar que le quitaran el balón. Su mayor amenaza estaba al otro lado de la cancha, confiando en que sus compañeros pudieran quitarle el balón, tal y como había ocurrido previamente. Las pisadas de Zach eran como un retumbar, sus pies avanzaban sin cesar, con la fuerza de un centenar. De un salto, llegó a la altura del aro y presionando su mandíbula por la adrenalina del momento, acertó implacable la canasta, quedando colgado del aro. Cuando cayó todos se apartaron, les echó una mirada mortífera y siguió su camino peinando su cabello sudoroso. La audiencia en las gradas se había enloquecido. Mientras Irene y Santiago grababan con orgullo, para capturar el momento en sus teléfonos móviles. Charlie se cruzó de brazos y miró al chico de antes con superioridad; levantó su dedo del medio y volvió su atención al partido.
Diez minutos, Zach. Diez minutos. Habían conseguido empatar, por lo tanto, en el poco tiempo que quedaba debían conseguir marcar una diferencia en el marcador si querían ganar. Con los ojos cansados, buscó a Tyler entre los jugadores y lo vio junto a uno de sus compañeros pero, él no sería suficiente para retenerlo por mucho tiempo. Un chico delgaducho y esbelto avanzaba con la pelota en dirección al otro lado de la cancha, donde ya esperaba Zach. Para recibir el balón, Zach tomó impulso y saltó atrapando la esfera naranja con sus manos pálidas, por el extenuante ejercicio. Al ver que los jugadores iban como locos en su dirección, Zach pasó el balón a su compañero que estaba a unos metros de distancia de él, cada uno casi pegado a los bordes de la cancha. Se estuvieron pasando la pelota mutuamente hasta que estuvieron cara cara a la canasta, no hubo tiempo para que Zach recibiera el balón, por lo que todo estaba en manos del chico de su equipo.
Todos temieron por el destino final, sus corazones se detenían y la presión en el aire aumentaba. Zach se quedó detrás, mirando sonriente a su camarada. Después del salto que pegó, consiguió que la pelota pasara por el borde del aro y para cuando sus pies llegaron al suelo, River High Valley era oficialmente el ganador. Después de cinco años. El bullicio en las gradas fue algo nunca visto, creando un alivio en el entrenador que parecía más feliz que ellos. Edward no dudó en unirse a ellos, aplaudiendo con vigor hasta que le ardieron las manos. Charlie hacía un sonido con los labios, como un fino silbido. Irene saltaba de alegría junto con Santiago y todos celebraban la victoria. Cientos de pancartas con los colores representativos del instituto, con el nombre de algunos participantes. Abajo, en las gradas, todos se saludaban y felicitaban, llenos de espíritu deportivo.
Esta vez, fue Zach quien le extendió la mano a Tyler. Edward observó esto y, al igual que Santiago, se le hinchó el pecho del orgullo. Irene salió corriendo del lugar donde estaba parada y llegó al campo, Edward se preocupó, de que fuera perjudicial para su salud, pero lo dejó estar. Charlie tomó la mano de Edward, y ellos también salieron disparados después de la pelirroja para encontrarse con ella en el campo junto a Zach. Se le tiraron encima, y fue necesario el peso de los tres para derribarlo. Edward le sobaba la cabeza, jugando con su cabello sudoroso. Irene le besaba el rostro, en compañía de Charlie que le tiraba de las orejas. Zach se debatía entre una mezcla de felicidad y dolor, por soportar tanto peso. Muchos imitaron el comportamiento del trío y fueron a felicitar a sus compañeros.
—Escuché todo —sollozó Zach, con los ojos rojizos— cada una de vuestras palabras, me dieron la fuerza para seguir adelante. Los quiero, chicos...
—¿Vas a llorar, Zachy? —bromeó Irene, abrazada a su torso— eres un bebé.
—Para nosotros también eres muy importante —reconoció Edward, ayudándole a incorporarse—. Aunque no te lo diga a menudo, eres mi mejor amigo.
—Los dos sois unos llorones —se quejaba Charlie, reteniendo las lágrimas.
—A partir de ahora, siempre estaremos juntos.
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