𝕮𝗛𝗔𝗣𝗧𝗘𝗥 𝕿𝐄𝐍.

La no tan trágica historia de amor de Pride and Prejudice le resultaba banal y simple, sin embargo, las poéticas frases cargadas de romance y melodía no decepcionaban a la hora de resaltar a la lectora sensible en el interior de Irene, la había visto llorar en varias ocasiones a lo largo de la lectura. Se preguntaba qué le resultaba tan emotivo, si ya había leído aquel libro en antes. En las finas páginas venideras no encontraría nada que no hubiera leído antes. Se le adelantaba a terminar frases, e incluso intercambiaban diálogos cuando se trataba de las interacciones de los personajes principales; con él haciendo de Darcy, y ella interpretando a la testaruda dama de Longburn, Elizabeth Bennet.

Ella le explicó que en ocasiones le resultaba díficil mantener la temperatura corporal, incluso cuando tenían las ventanas cerradas y estaba cubierta por varias mantas de suave algodón, por lo que saltó a su cama y le proporcionó del suyo propio. No se imaginó que volvería a hacer una cosa así, no desde que estuvieron en la casa de la ciudad de los padres de Irene, pero la experiencia era demasiado dulce como para negarse el placer.

Con un brazo la rodeó por los hombros, mientras que con el otro sostenía el libro de tapa dura y diseño único. Eso debía de concederle a la obra de Jane Austen, los decorados y la edición del libro, junto a su narrativa, era suficiente para que uno deseara leer la siguiente página.

Irene se acomodó sobre su pecho, ronroneando como una gatita. Su respiración era irregular, se le escapaba un silbido entre las inhalaciones, pero ella parecía feliz entre sus brazos, eso fue suficiente para él. Era como si tanto como Edward, ella hubiera esperado una eternidad para encontrarse en esa situación tan plátonica. La pelirroja tomó la mano libre de Edward que le sostenía el hombro, entrelazando sus dedos con los suyos.

—Vaya, Edward Crawford —suspiró con su habitual deje de dramatismo—; una chica tiene que estar en su lecho mortal para tenerte en su cama, eh.

—No entiendo esta novela.

—Hay muchas cosas que no entiendes, querido. Tantas —habló entre risas—. A ver, ¿de qué se trata?

—Si tanto Elizabeth como Darcy sienten lo mismo el uno por el otro, ¿por qué no lo dicen de una vez?

—Porque decirle a una persona que la amas no es tan sencillo como parece.

—Sí que lo es —espetó, pausando levemente la lectura.

—Se requiere de un valor inconmesurable para decirle a una persona que te tiene en la palma de su mano —recitó, apretando su mano levemente—. Si los corazones fueran como balas, todo el mundo se dispararía incansablemente. Pero no tenemos la seguridad de que nuestros sentimientos vayan a llegar a perforar a la otra persona que anhelamos.

—Qué cosas, ah.

—A mí tampoco me gusta decir ''te amo'' —aceptó—, me parece tan vacío, tan clásico, tan débil para cargar tales sentimientos. ¿Cómo dos palabras van a poder soportar tales sentimientos? Imposible.

—¿Cómo lo dirías tú? —preguntó, con curiosidad.

—Si yo estuviera enamorada... —pensó por un momento— Si yo estuviera enamorada me acercaría a esa persona y le daría una bofetada.

—¿Eh?

—Es que esaría cabreada si alguien ignorase mis sentimientos —parecía más razonable en su opinión—, entonces le diría 'Me quitas el aliento'. —por la manera en que lo miró, Edward fantaseó con que se refería a él—. Lo sé, es irónico viniendo de mí.

—Cuatro palabras no son mucho más que dos —analizó momentaneamente.

—Cuatro palabras, dieciséis letras, y es todo lo que necesito para que mis sentimientos lleguen a esa persona.

—¿Crees que Elizabeth le quite el aliento al señor Darcy?

—Por supuesto —sonrió abiertamente—. Desde el momento en que se conocieron sus destinos ya estaban entrelazados por el orgullo y el prejuicio. ¿No te parece hermosa la forma en que las cosas florecen tan inesperadamente?

Incluso sus declaraciones de amor eran excéntricas e ilegibles, qué amorío de ensueño.

Con ella las cosas no eran blanco y negro, en su mayoría, no tenían color.

Aquella tarde mientras estaban inmersos en las más célebres obras de la literatura clásica y rosa, Edward tuvo tiempo para reflexionar; no fue el único. Si bien al principio él hacía su mayor esfuerzo por no moverse, sintió los pies de Irene contra los suyos, buscando calor, pues, estaban helados. Los frotó contra los suyos y aspiró el neutro aroma de sus cabellos pelirrojos.

Por mucho tiempo había estándole dando vueltas a cómo abordar el tema, pues tenía algo que plantearle, pero tenía miedo de que su reacción pudiera arruinar el momento. Firme como una estatua, Edward temió que un movimiento en falso pudiera arruinar el espejismo de amor en el que estaba sumido tan profundamente, esperanzado de que en un momento determinado fuera incapaz de distinguir la realidad de la ficción y quedar atrapado en los pensamientos de amor que lo acorralaban mientras dormía.

—¿Sabes? —inquirió la pelirroja—, desde aquí puedo escuchar los latidos de tu corazón con tanta claridad, que parece que me habla, que me llama.

—¿Tienes idea de lo que te está intentando decir? —tal vez si ella sabía, se lo podía explicar y así sacarlo del sufrimiento de su propia incertidumbre.

—No —negó, su voz salió de sus labios con un chaleco a prueba de balas—, pero tengo la esperanza de que si me quedo muy cerca de él, pueda aprender su idioma y descifrar el mensaje de sus latidos. ¿Lo escuchas? —continuó— se ha acelerado.

Aquello era una tortura, tenerla tan cerca suyo, pero tan lejos al mismo tiempo. Tener tantas cosas que decirle pero que no tuviera las fuerzas para confesarlos.

—No te preocupes, estoy acostumbrada a no escuchar lo que me dicen —era la voz de Irene. No supo si estaba hablando con él, o si se refería a otra situación. Iba siempre igual cuando ella estaba cerca.

—¿Qué ves cuando te imaginas en un futuro?

—Mmm —lo meditó, como si no lo tuviera todo creado en su cabeza ya—. Quiero vivir en una granja, o en un pueblo pequeño donde el aire sea puro y pueda cultivar naranjas junto a mi esposo —procedió a dar más detalles—. Porque, obviamente, estaría casada y querría tener... dos o tres hijos.

—¿Cómo se llamarían?

—Noora, Junior y Daisy —veía un brillo en sus ojos otonales—. Quiero trabajar desde casa, para poder estar con mis hijos. Tal vez una repostería, eso estaría bien para mí —apoyó la barbilla sobre el pecho Edward y lo miró directamente a los ojos—. ¿Qué hay en tu futuro?

—No lo he pensado mucho —soltó, sus visiones de la vida eran tan diferentes—. Tal vez estudie derecho, como mi padre. Tiene contactos y me podría ir bien por ahí.

—Te lo prohíbo.

—¿Eh?

—Debes ir a donde te lleve el arte —insistió—. Piensa en Florencia o Berlín, allí artistas como tú logran triunfar.

—Como fantasía suena bien, pero no viviré de un deseo intangible.

—Yo lo llevo haciendo por mucho tiempo —lo confrontó— y se siente muy bien.

—Es una aventura peligrosa.

—No puedes venir aquí a restregarme tu juventud y vitalidad, lo feliz que estás huyendo la felicidad, como si le tuvieras miedo. No lo aceptaré. Si le das la espalda a eso que te hace feliz, no eres mejor que yo.

—No puedo tomar una desición tan grande de la noche a la mañana, necesito tiempo para pensarlo.

—Prómetme que vivirás cada día como si fuera abril —sus ojos se tornaron cristalinos, su corazón se encongió—. La vida es muy corta como para menospreciar un segundo.

—Prometo que siempre será primavera.



Nota de la autora: Nepenthe; algo/alguien que te hace olvidar el dolor.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top