𝕮𝐇𝐀𝐏𝐓𝐄𝐑 𝕿𝐖𝐎.
Debido a un atraso de su reloj despertador, Edward se quedó dormido e iba con quince minutos de retraso a desayunar. Nadie lo había despertado, porque ya todos se habían ido. Sobre la mesa del comedor encontró dinero para el autobús y dos tostadas bañadas sutilmente en mantequilla. Traía una camisa mal abotonada y los cordones de los zapatos nuevos a medio atar. Retuvo entre sus finos labios la tostada y miró el reloj en su muñeca derecha, aún estaba a tiempo de llegar puntual.
Tomó su desayuno apresuradamente, bebiendo por último zumo de naranja de un vaso de cristal sobre un posavasos en la mesa. Tomó la mochila y se la echó sobre el hombro, puso en su bolsillo trasero el dinero para el autobús y lo guardó en los bolsillos de su pantalón. Saliendo de casa se encontró con Beth McAbbot, ella le sonrió con amabilidad y le deseó un buen día. Edward no pudo pasar por alto el detalle de Beth, la manera en la que se acomodaba los cabellos rizados detrás de sus orejas. Ella llevaba unos pantalones cortos y un top ámbar, arrastraba consigo una bici. La morena se acercó a él, tenía zapatos desgastados, pero limpios.
—Buen día, Ed —saludó cordialmente, tenía un efímero olor a vainilla—. ¿No vas tarde a clase?
—Lo mismo podría decirse de ti. En respuesta a su ágil respuesta, Beth sonrió con timidez y con un tono mucho más agudo del que era normalmente su voz.
—Así es... ¿Quieres que te dé un aventón?
—Mmm, no será necesario. Voy a tomar el autobús.
—No estoy segura de que llegues a tiempo a la parada. La más cercana está a unas cuantas cuadras —la verdad era que él no tenía ni idea del transporte escolar, su padre solía llevarlo a los pocos lugares que frecuentaba y cuando no, lo hacía Dorothy.
—Supongo que tienes razón —admitió él, pateando una piedrecilla que estaba cerca de su zapato—. Acepto, si no es mucha molestia.
—Venga, sube. Agárrate, no te preocupes.
El sillín detrás en su bicicleta era cómodo, sorprendentemente cómodo. Se preguntó si no sería más sencillo que él estuviera tomando el timón, para facilitarle a Beth no tener que cargar con el peso de ambos. Antes de que pudiera decir palabra Beth demostró que ella podía ocuparse perfectamente de la tarea. Beth solía ir a un instituto más lejano que el de Ed, y los estudiantes de ahí no tenían muy buena reputación y la estética de la fachada no era la mejor; más bien uno que otro ya tenía antecedentes penales sin alcanzar la mayoría de edad. En cambio Beth, la morena de rizos azabache era gentil y bondadosa, además de una gran deportista. A comienzos de septiembre, se sorprendió al ver que estaban en el mismo instituto. Había sido transferida, por motivos que él desconocía y que nunca se molestó en preguntar. La brisa de la primavera hacía que los cabellos de la morena se columpiaran en el aire, con perfecta tranquilidad acariciando el rostro de Edward. En una curva ella le dijo que podía agarrar su cintura, si eso le hacía sentirse más seguro. Declinó, por el temor de incomodarla. En la segunda curva ya no era una amable sugerencia. Con cuidado y a regañadientes, los brazos de Edward se colocaron alrededor de la cintura de Beth, él sintió como ella lentamente adoptaba una postura erguida y pedaleaba. Pasando por la primera parada de autobús, vio de soslayo a una chica pelirroja, solitaria esperando la llegada del autobús. Por algún motivo, volteó a verla cuando habían pasado por su lado. En cuestión de minutos ya habían llegado al instituto. La entrada al centro estaba adornada con unos árboles de naranjos florecidos con pétalos blancos, árbol ornamental que crecía cada primavera. En esa temporada el jardinero se esmeraba más con la decoración, bajo las instrucciones del Comité Decorativo, claramente.
Se despidió de Beth en la entrada, no compartían clases así que a lo mejor se verían en la tarde. De camino a su primera clase del día, se percató de que tenía unos diez minutos antes de que comenzara el horario escolar. El salón estaba casi lleno. Se podía ver a chicas sentadas sobre las mesas conversando de temas triviales. Abrazado a la cintura de una se encontró a Zach, quien le saludó como de costumbre. Ed, que tenía las manos en los bolsillos, le saludó con un gesto de la cabeza y se sentó en la tercera hilera cercana a las ventanas. El tono mecánico del altavoz en los pasillos invitaba a todos a tomar asiento y a esperar la llegada del profesor. Se trataba del director, tenía un acento marcado y un timbre agradable al oído.
No mucho después entró una joven, Gwen, era rubia de ojos azules y cada vez que aparecía con más peso del que podía cargar, la mayoría masculina que gobernaba en el salón la rodeaba e intentaban ayudarla. Gwen era una profesora recientemente graduada, por lo que no tenía mucha experiencia en el campo de la docencia. Pero esto no significaba que no fuera una profesora excelente y con una lengua aguda. Más de uno se quedaba dormido en sus lecturas de apasionante poesía, pero ella no se hacía esperar, asegurándose de que nadie nunca tuviera la osadía de dormirse en una de sus clases.
Puso sus libros sobre la mesa del profesor y se sentó sobre la misma, sosteniendo un libro entre sus manos. La portada era un clásico de la literatura inglesa, "Pride and Prejudice" Ella misma declaró ser una gran fanática de la obra. De momento solo habían leído aquel capítulo en el que Elizabeth Bennet iba a la residencia del señor Bingley a visitar a Jane, en un delicado estado de salud, su hermana. A nadie le gustaba aquel libro, ni al mismo Edward, un lector apasionado, pero la falta de un evento trascendental hacía la lectura aburrida y poco llamativa. A mitad de la sesión, la lectura fue interrumpida por la secretaria del director del centro. Gwen se puso de pie y dejó el libro abierto sobre la mesa, pidió paciencia y salió del salón cerrando la puerta tras ella. Todos se miraron entre sí y comenzó un murmullo sordo entre ellos, especulando el motivo de la interrupción. La respuesta a las preguntas de todos no se hizo esperar mucho tiempo, la puerta se abrió y junto a Gwen permanecía una chica un poco más alta y pelirroja. Todos se quedaron mirando, y, por primera vez, no era a los ojos celestes de la joven profesora de Literatura.
Al frente del salón, fue introducida aquella chica, desconocida y sin nombre. Su cabello era un pelirrojo claro, casi innatural, sedoso y brillante. Edward se fijó en que sus ojos eran color avellana verdoso, muy atractivo. La muchacha tenía un vestido corto con mangas mucho más largas que sus brazos; con cierto estilo francés y un cinturón rosa. Todos se quedaron mirando, esperando saber el nombre de la nueva estudiante.
—Muchachos, quiero presentaros a Irene Sawyer —dijo la profesora, colocando su mano sobre el hombro de la llamada Irene—, como podéis imaginar es una nueva estudiante, se quedará con nosotros desde ahora en adelante. Dadle la bienvenida.
Todos se pusieron de pie y entonaron al unísono un "Bienvenida Irene", luego tomaron asiento y ella tomó la palabra.
—Mucho gusto conocerlos a todos, espero que seamos buenos amigos.
Finalizó, con una sonrisa, mientras contenía las manos sobre su regazo. Edward comenzó a mirarla fijamente, en ese momento se percata de que era conocida. En el funeral del día anterior la había visto, sin duda, era ella. La misma chica solitaria de la parada del autobús, que había visto de camino. Qué pequeño es el mundo. Gwen la condujo entre las mesas y la sentó dos asientos delante de Edward, junto a una chica con coletas castañas. La profesora le hizo un rápido resumen de todo lo que habían dado hasta la fecha, y lo que estaban leyendo actualmente. Todos se sorprendieron cuando Irene entonó que ya había leído el libro. Antes de que tuviera tiempo para ocultar su sonrisa orgullosa, la rubia se volteó de cara al pizarrón y comenzó a tomar notas de la clase. Dibujó un lindo mural y acertada ilustración en diapositivas de lo que ocurría en el capítulo.
Distraído, miró por la ventana y contempló la vista, una que nunca había valorado antes. El sol de la mañana alumbraba los naranjos en flor que habían sido sembrados no hace mucho, los pajarillos salían de las copas de los árboles para recrear las más dulces canciones y atraer a sus contrarias para un cortejo y una danza entre las flores de abril. Incluso para ellos, la primavera era romántica y meliflua. Fuera, en el área deportiva, se escuchaba el molesto silbido del entrenador, apresuraba a sus estudiantes sobre un circuito de obstáculos ubicados por todo el campo. Las chicas corrían unos cuantos metros largos por toda el área poblada de césped. Por otro lado, los chicos practicaban en grupos de dos sesiones de abdominales y sentadillas. La voz aguda del profesor, irritado por la ineptitud e ineficiencia de sus estudiantes se alcanzaba a escuchar incluso en los salones educativos, alejados del centro deportivo. Edward se compadeció de ellos, pero al día siguiente, él estaría dándole vueltas a la cancha.
Gwen continuó con su lectura, se podía contar con los dedos de una mano quienes eran esos que la seguían de verdad y quienes pretendían prestar atención. Normalmente, ella hacía respetar su presencia, cuando no lo hacía sólo podía significar una cosa: que iba a haber un examen y que muchos suspenderían si no prestaban atención al pizarrón. Llamó a pasar al centro de la clase a la chica que estaba sentada junto a Zach, con quien estaba muy empalagoso. Se la escuchó proferir un quejido alarmado, pues en toda la clase no le había quitado los ojos de encima a Zach, ni las manos. Ella se puso de pie y con nerviosismo comenzó a acomodar su falda tartán a medida que caminaba. Debía completar la hoja de información de Elizabeth Bennet, ilustrada delante de ella. Tomó con una mano temblorosa entre sus largas uñas postizas un marcador azul. Escribió con una letra deformada por la ansiedad que debía estar recorriendo ahora mismo todo su cuerpo. Puso el nombre de sus padres, el de sus hermanas menores Lydia, Kitty Bennet, el de la dulce hermana mayor Jane, pero había uno que faltaba y que ella, aparentemente no podía recordar. Entre los estudiantes volvió a surgir ese desagradable tumulto de voces y burlas muy por lo bajo, escondidas entre las risas. Zach los mandaba a callar, protegiendo el orgullo de su novia. Gwen les lanzó una mirada mortífera de sus ojos preciosos, y los hizo callar a todos en un abrir y cerrar de ojos. Se cruzó de brazos y miró a la estudiante de arriba a abajo, preguntando si estaba bien. Ella se rindió y cedió el marcador a su profesora.
—De acuerdo, ¿alguien más sabe quién es el nombre que falta? —ella preguntó, pero solo una mano se alzó en el aire.
—Es Mary Bennet, la introvertida y silenciosa hija del señor Bennet.
Era Cecilie. Una chica de cabellos cafés y ojos rasgados, a su vez, delegada de la clase. Su inteligencia era sorprendente, pero nunca sabía cuando era el momento de callarse y eso era irritante. Había salido elegida para ser la delegada de la clase desde hace ya casi tres años, en las siguientes elecciones sería más de lo mismo. Presumía de sus intenciones de presentarse al Consejo estudiantil, y nadie dudaba que lo consiguiera.
—Brillante, como siempre —le respondió Gwen, y envió a sentar a una humillada chica de vuelta en su lugar—. Me gustaría que alguien me dijera qué ocurrió en este capítulo, entre Elizabeth Bennet, Sr. Darcy y Caroline Bingley. Sobre qué hablaban, y el significado oculto detrás de las sagaces respuestas de la señorita Bennet.
Una vez más, pocas manos se atrevieron a levantarse para responder a la pregunta. Zach estaba demasiado ocupado reconfortando a su novia, otros la subieron para pronto bajarla y luego sólo quedó la mano de la pelirroja. Gwen le permitió responder a Sawyer.
—Caroline tiene un obvio interés en el señor Darcy, de la misma forma le pide a Elizabeth caminar por el salón para exhibir sus respectivos atributos. Aunque esto podría interpretarse de otra manera —Edward no pudo ver la sonrisa maliciosa en los labios de la chica, pero Gwen sí, y estaba fascinada—. Caroline iba visiblemente más arreglada que Elizabeth, deduzco que quería que el señor Darcy las comparase.
—Eso es un poco atrevido, muy atrevido...
—Pero no más atrevido que el comentario hacía Darcy, quien idealiza a la mujer perfecta, cuando todos sabemos que la perfección no existe. Por ello Caroline hace mal juicio de ella, y le dice que está siendo demasiado dura con las mujeres.
—Nunca lo había visto de esa forma... Pero es muy interesante tu punto de vista.
—Gracias.
La pelirroja tomó asiento, con humildad y cierta elegancia. Intercambió risas con quien tenía al lado y continuó haciendo lo suyo. Era bastante claro que se sabía el libro de principio a fin. La profesora expresó su preocupación, debido al desconocimiento sobre la obra que estudiaban desde hace meses y les pidió con amabilidad que pusieran más energía y leyeran hasta el décimo capítulo. La campana sonó, anunciando el cambio de turno y la siguiente clase. Todos se pusieron de pie y fueron a saludar a la recién llegada, todos menos Edward. La mayoría de las veces que un estudiante llegaba nuevo, se le solía gastar bromas pesadas y hacer comentarios de mal gusto. Notó que Cecilie estaba en un rincón, con cara de pocos amigos, pero cuando Irene se volteaba a verla, la delegada sonreía como si fueran amigas de toda la vida.
Antes de salir sin despedirse, escuchó a más de uno pedir el número de teléfono de la pelirroja. Las siguientes clases pasaron con relativa velocidad, para la hora del almuerzo, Irene ya era tendencia entre los pasillos y nadie hablaba de otra cosa que no fuera de la pelirroja de piernas largas. Usó su dinero para comprar un sándwich de queso y una soda.
Advirtió en una mesa comunal situada cerca de una fuente a Beth, conversando amigablemente con la chica nueva y otras dos alumnas más. Ella alzó la mano, en un intento de llamar su atención y atraerlo a la mesa; en su lugar consiguió una sonrisa torcida y ni un comentario en respuesta. Para su sorpresa, los alumnos que pasaban por su lado comentaban que por una causa desconocida las clases terminarían antes de lo habitual, y que todos eran libres para irse. El mismo director tomó la palabra cuando terminó la hora del almuerzo y se dirigió a todos con un mensaje breve y pocas explicaciones. De la misma forma que todos los demás, Ed terminó su comida y caminó a la salida. El viento soplaba con un suspiro romántico y derrumbaba los pétalos del naranjo principal que sobrevolaron por el lugar hasta terminar en el piso. En la parada del autobús estaba esperando justamente ése que debía tomar para dirigirse a su destino.
Era muy temprano para llegar a casa, por lo que iría a la librería para pasar la tarde junto a la abuela Dorothy y ayudarla. Tuvo oportunidad de tomar asiento, cerca de la ventana, junto a él se sentó una mujer embarazada con un olor dulzón bastante desagradable. Algo vibró en su bolsillo, al revisar su celular vio un mensaje de a quién identificó como Zach, encima de ese mensaje había otros dos "hola" que habían sido cruelmente ignorados. Ahora eran tres mensajes ignorados.
Nota de la autora: Bláfar; alguien que posee carisma y frescura. La palabra es asociada con el florecimiento.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top