𝕮𝐇𝐀𝐏𝐓𝐄𝐑 𝕰𝐈𝐆𝐇𝐓.
—Sé que hay mucho que explicar, que tienes muchas preguntas... pero, antes de comenzar, te pido disculpas de antemano.
—No, no debes disculparte. Yo estaba...
—¿Enojado? —le interrumpió la pelirroja mordiendo sus labios, parecía que intentaba contener las lágrimas que estaba a punto de derramar. Edward aún sostenía su mano—, lo comprendería.
—No... pero, a la vez, sí.
—¿Cómo?
—¿Por qué no viniste a verme el día después?
—Porque pensé que no querrías verme, no después de todo el daño que te he causado.
—Quiero escuchar la verdad —la cortó el muchacho en seco, aun así la compresión iluminaba sus ojos azules—. No te juzgaré.
—No miento, pero, además, me avergonzaba tener que sonreír a tus padres sabiendo que por mi culpa casi no regresas a casa esa noche.
—Pensé que estabas enojada conmigo, porque tu... Claudio malinterpretó nuestra amistad.
—Dime, ¿por qué sería culpa tuya? —Irene tenía razón, no era culpa de él—. No digas tonterías, por favor.
—Lo siento.
—Ugh, no te disculpes —se quejó ella, dejando caer su espalda sobre la almohada.
Poco después de que Edward ingresara en la habitación, Irene había intentado quitarse los cables conectados a su nariz e, instintivamente, trató por todos los medios arreglar su cabello. Era increíble como, incluso hospitalizada, las palabras de Irene podían llegar a ser directas e hirientes. Era consciente de que ella no lo hacía con dicha intención, pero era a menudo la reacción que provocaba en los demás a su alrededor. Prefirió dejar la conversación, antes de que su tarde fuera por un sendero inestable y sin final.
—¿Puedo saber cómo ocurrió?
—¿Cómo ocurrió qué? —preguntó Irene, mirando al techo, pero hablando con Edward.
—¿Cómo llegaste a parar aquí?
—¡Ah! Te vas a reír, pero estuve probando el ayuno intermitente, como parte de una dieta —sus ojos no eran sinceros, ellos mentían—. Y ya ves, no salió bien.
—¿Por qué harías eso? Ya eres bastante delgada.
—Tengo derecho a equivocarme y a aprender de mis errores, ¿no crees?
—Sí, es que... estaba preocupado por ti.
—Lo sé, soy un dolor de cabeza.
—No, no lo eres.
Irene bajó la mirada y en un fugaz encuentro, los ojos de ambos se cruzaron. Irene hacía el esfuerzo de mantener una actitud positiva y estar sonriente, pero Edward supo desde el principio que había algo detrás de su pobre intento de engaño. La mano de Irene se relajó y, a consecuencia, perdieron el contacto físico. La palidez en su rostro preocupaba a Edward, en exceso; pero no la presionaría para hablar. La excusa que había puesto para justificar su desmayo tenía lagunas, para empezar, no estaría conectada a una máquina para respirar. El que los enfermeros la conocieran era una clara indicación de que era una paciente reincidente, revelando que no era la primera vez que era llevada al hospital.
Pensó que el instituto ya habría contactado con Dorothy, por lo que no tardaría mucho en llegar. Ella no estaría nada contenta con lo sucedido, conociendo su carácter. Deliberó que si la mujer llegaba a tiempo, tal vez podría hacerle unas preguntas y llegar a la verdad. La pelirroja emitió un gemido de intranquilidad y Edward trató de ayudarla acomodar su almohada que estaba debajo de ella, ella lo agradeció y jugó con el botón de su uniforme. Edward se puso de pie, causando que Irene alzara la vista a sus ojos. Sintió la necesidad de abrazarla, pero retuvo sus impulsos.
—¿Quieres hablar de Claudio y lo ocurrido? Yo...
—No, no quiero oírlo, no quiero saberlo.
—Pues yo necesito sacar esto de mi pecho.
—Puedes escribirlo en tu diario.
—Lo siento.
—¿Quieres que te traiga algo de beber? Debes estar hambrienta.
—En verdad lo estoy. Te lo agradecería.
A mitad de camino recordó que no traía su mochila consigo, pero tenía su billetera en el bolsillo del pantalón, oculto bajo la túnica del hospital. En el pasillo del piso de arriba encontró una máquina expendedora de la cual podría tomar algo para llevarle a la chica. Sus tripas rugieron, dándose cuenta de que él tampoco había comido nada, aquello no era importante para Edward. Habría preferido comprar un sándwich para Irene, pero apenas y le alcanzaba para una gaseosa. Insertó las monedas en la ranura de la máquina y presionó los botones que se iluminaban a un lado. Su objetivo había sido conseguir un paquete de cacahuetes, pero las galletas de jengibre que obtuvo no fueron una mala recompensa. El envoltorio era verde y morado, guiado por el dibujo de la chuchería alertó que el paquete traía cinco galletas, pero ocupaba casi toda su mano sostenerla por lo que sería suficiente hasta recibir la comida del hospital.
Le avergonzaba presentarse ante Irene con unas galletas baratas y de tan mala calidad, pues ella solía preparar toda clase de comidas deliciosas para él. Tomó una bocanada de aire y caminó hasta el tanque de agua que había en el mismo pasillo, llenando de dicho líquido el vaso; a ella le vendría bien hidratarse. De camino a la habitación se fijó en las mujeres que subían por las escaleras, una de ellas era Dorothy, quien hablaba con la doctora a su lado. No le gustó nada la seriedad de sus rostros, tampoco es que se pudiera esperar otra cosa. Temió cuando la doctora puso la mano en el hombro de la anciana. Él, preocupado por no ser visto, agudizó su oído para recibir algo de aquella conversación, pero sería imposible porque al ritmo que iban terminarían viéndolo.
Cuando llegó a la habitación de la chica, ya estaban dentro sus amigos, es decir: Zach, Beth y Charlie. La tercera estaba en la silla que una vez ocupó Edward, a diferencia de él, Charlie le tocaba la cara a Irene. Zach por su parte, cuestionaba su estado de salud y expresaba su preocupación. Beth colocó un único lirio sobre la mesita junto a la cama de Irene. Víctima de la sorpresa, Edward se guardó las galletas en el bolsillo del pantalón y bebió del agua con tanta prisa que casi era doloroso el trayecto hasta su estómago. Charlie fue la primera en verlo, lo cual perturbó a Irene, que estaba inconsciente de la conversación que ambos habían tenido hace unas horas atrás. Dorothy y la doctora llegaron unos minutos después de Edward, la abuela tenía los ojos colorados y la especialista de la salud guardabaa las manos en los bolsillos del uniforme blanco.
—Irene Sawyer, ¿cierto? —inquirió la doctora mirando en su libreta.
—Sí... soy yo.
—Mi nombre es Martha, a partir de hoy llevaré tu caso personalmente —se presentaba de lo más formal—. Menudo susto nos has dado.
—Es mi culpa, yo, bueno, usted ya sabe.
—No es tu culpa, es una condición médica —explicó en un tono amable su doctora.
—¿Cuándo podré irme a casa? —alzó la cabeza la pelirroja, sujetaba la mano de su mejor amigo.
—Lo lamento mucho, pero deberás quedarte en el hospital internada por un tiempo.
—Pero...
—Irene, deja a tu doctora terminar —la cortó Dorothy con tono solemne, su nieta calló.
—Necesitas quedarte aquí, donde podremos asistirte personalmente y suministrarte los cuidados necesarios. En cuanto a la escuela, tú ya sabes cómo funciona esto.
A excepción de Irene, Dorothy y Martha, todos los demás en la sala estaban igual de confundidos que Edward, por lo que descartó el buscar respuestas en ellos. Edward estaba parado en una esquina de la habitación, sin tener ni idea de lo que estaba ocurriendo. ¿Qué posibilidades habrían de que el asma de Irene hubiera empeorado? Era muy común en los pacientes con esta condición, en personas como ella. La pelirroja volteó el rostro de tal forma, que sus cabellos le cubrieran la cara y analizar su expresión fuera imposible. Zach atrajo a Beth en un abrazo y la reconfortó, porque había comenzado a sollozar con voz aguda.
—¿Podéis dejarme a solas con Edward un momento? —deseó saber Irene, llamando con su voz la atención de Edward.
—Rene... —se quejó Avery, justo a su lado.
—Ahora no, Charles. Por favor.
Todos se fueron, y ambos quedaron solos. Él la miraba, ella lo miraba. Sus caminos eran cruzados.
—Ed, soy consciente de que no he sido sincera contigo.
—No me digas —respondió Edward, abusando del sarcasmo.
—Tienes derecho a estar enojado.
—No estoy enojado.
—Lo estás.
—No.
—De cualquier modo... creo que es momento de ser completamente sincera contigo.
—¿Sin mentiras o verdades a medias?
—La verdad, y nada más que la verdad.
—Entonces, adelante.
—Verás, cuando te conocí no estaba pasando por un buen momento, la verdad que no;
Mi madre, la que me dio la vida, me despachó a otro familiar porque no sabía cómo lidiar con mi situación, ni con mi carácter rebelde. Aunque tuviera amigos en el pueblo, y algo más... me sentía increíblemente sola. Necesitaba a alguien, que no fuera mi abuela, Charlie o a la pared. Entonces te vi, con mi carta secreta y me aferré a ti, como si fueras un salvavidas. Una trozo de madera en un naufragio que impediría hundirme en la tristeza de mis pensamientos. Nunca creí que hubieras leído mi carta y, aunque lo hubieras hecho, me habría dado igual. Pero fue la oportunidad perfecta para relacionarme con alguien más.
Posteriormente me habían comentado lo frío y conservador que eras, por lo que tuve que innovar para acercarme. Como ya sabes, de pequeña quería ser una bailarina profesional, tristemente, mis sueños se vieron saboteados por mis padres, y la situación en casa. Mi padre era un fumador compulsivo, en un día podía consumir cajas y cajas de tabaco. Mi madre es una cazadora de talentos, y muy rara vez paraba por casa. Ella era el único ingreso monetario que teníamos, pues papá había perdido su empleo como profesor debido a su dependencia al tabaco. A temprana edad me diagnosticaron una enfermedad pulmonar, era crónica y de ahí, su nombre. Desde entonces me faltaba energía, estaba débil todo el tiempo, tenía dificultades para ganar y perder peso, los desmayos eran cada vez más comunes en mí, hasta que formaron parte de mi rutina diaria, por lo que tuve que dejar ballet. Esto desencadenó el divorcio de mis padres, sin mencionar las múltiples infidelidades por su parte; nunca fue un esposo fiel.
Yo era una fumadora pasiva, no tenía cigarrillos en los labios, pero el humo estaba todo el tiempo en mis pulmones. Incluso de bebé ya había fumado más que muchos a los sesenta. Estaba debilitándome más y más a medida que pasaban los años, los medicamentos que necesitaba para vivir eran demasiado caros. Mis padres llevaban vidas separadas, aunque nunca llegaron a divorciarse: papá tuvo un accidente automovilístico. Esa noche llegó borracho a casa, era de madrugada, junto a él en el coche había una mujer risueña con un pronunciado escote. Lo recuerdo con nitidez, era pequeña, pero fueron momentos decisivos de mi infancia. Ellos tenían difícil acomodarse al horario que me tocaba vivir con cada uno, mi madre había pedido ante la corte la custodia para ella sola, objetando que mi papá no era apto para cuidar de nadie. Y era cierto.
El día que mi padre murió, su amante cayó junto a él, y yo pude haber estado allí también. Gracias a mi madre sigo con vida. Fui a su velatorio e incluso al funeral, vi su cuerpo; no tenía un solo rasguño en su cara, había muerto por una hemorragia interna, de acuerdo al médico forense. Mamá se hizo cargo de todo, aunque no tuviera el dinero, también lo enterraron aquí, en el pueblo, facilitando a Dorothy visitar a su hijo muerto. A papá todos lo querían mucho, compensaba el no ser el mejor esposo siendo filántropo y amable con todos, antes de ser atrapado por el tabaquismo. Crecí, formé carácter y con esto mis pulmones se deterioraron aún más. Cuando parecía que mejoraba, recaía mucho peor.
Como te dije, mi madre me envió aquí a finales de marzo, debía terminar el año escolar. Donde solía vivir también estudiaba, pero tuve que dejarlo para asistir a las sesiones de oxigenoterapia. Ya ves que todo se repite otra vez, no podré ir a clase. Sé que es una mierda, pero alarga mi esperanza de vida.
Te unes a esta historia cuando comenzamos a pasar más tiempo juntos, eres exactamente todo lo que buscaba. Charlie sabe de mi enfermedad, pero él desconoce la gravedad de mi estado actual. Por los llantos que escucho en el pasillo, deduzco que la abuela ya le ha contado todo, y a los demás. Esto es lo que quería evitar al mantener el secreto. No puedo hablar de esto con Charlie sin que comience a llorar, ni con Dorothy porque terminamos discutiendo, mi madre y yo apenas hablamos, pero tú...
Tú no me miras con pena, resentimiento ni tristeza.
Me traes paz, como no te puedes imaginar.
Incluso cuando me siento perdida, en tus ojos siempre encuentro el camino de vuelta a casa.
Ahora, en lo que respecta a Claudio... Él y yo teníamos algo, sí. Lo conocí en el funeral de su padre, allí te vi y me viste, pero nunca hablamos. Conversando con él, ciertamente había un grado de atracción, yo quería experimentar el amor, pero no tenía el sabor que yo esperaba. Claro, yo nunca estoy feliz con lo que el mundo tiene que ofrecer, siento que ya me ha quitado tanto. Él no me hacía sentir mariposas pero, cuando te miro... oh, Edward, cuando te miro hay fuegos artificiales.
Soy una mujer, tengo necesidades y en Claudio encontré algo, aunque no era amor. Antes de morir, quería saber lo que es estar abrazada a alguien, besar a alguien, sentirme amada. Sigo sin haber tenido la oportunidad de vivir muchas de esas cosas.
La noche de la feria, cuando nos separamos, fui a ver a la pitonisa de la carpa. Me dijo que la felicidad se encuentra en el polen de un nomeolvides, supongo que ella tenía razón porque, para mí, la felicidad tiene nombre y apellido, y es similar al tuyo. Contigo, los gestos más pequeños me aportan una desmesurada alegría, incontenible deseo de vivir y lujuria por la vida. Sin que tú lo supieras, experimenté lo que sería vivir contigo, conocer a tu familia, ansiaba impulsar tus sueños de arte. Cambiaste muchas cosas en mí, el azul de tus ojos es lo que complementa mi vacío arcoíris.
Juro que tenía las mejores intenciones, pero, al parecer, no consigo más que causarte daño una y otra vez. Si te vas ahora y no vuelves más, no podría respirar, por lo que te suplico que te quedes a mi lado. Quédate. Porque a pesar del oxígeno que realmente necesito, tú eres quien me permite respirar. Este sentimiento me vuelve egoísta, Edward. No quiero causar más dolor, pero no soportaría estar lejos de ti. He muerto y he vivido para al fin encontrar a alguien como tú.
—No podría enojarme contigo, ni aunque lo intentara.
—No merezco tu comprensión.
—No eres quién para decidir sobre mi corazón, él decide abrazarte.
—Tú has sido siempre un libro abierto, mientras que yo era una caja de misterios sin descifrar. Por eso y más pido disculpas.
—Me quedaré, ¿me escuchas? —decía Edward, sentándose nuevamente en la silla y tomando su mano—. Me has pedido que me quede, y me quedaré.
—La primavera terminará tarde o temprano, Edward.
—Vendrán más estaciones a tu lado —citó con su voz grave en un tono confidencial y meloso—. Superemos esto, juntos.
—¿Por qué?
—Porque me lo has pedido con el corazón en la mano.
—Quiero la verdad de tus labios.
—Esa es la verdad.
—¿Podemos volver al campo de amapolas?
—Todas las veces que quieras.
—Eso me haría muy feliz, ¿sabes?
—Lo sé, yo te llevaré por más que deba ir de rodillas contigo encima.
—No me subestimes, puede que aquí engorde un poco.
—Eso está bien para mí.
—Ah, no quiero tener que enfrentar a Charlie y los demás.
—Creo que Dorothy ya les contó, no te preocupes por eso —trataba de calmarla, besando sus nudillos.
—También voy a perder clases...
—Y yo estaré aquí todas las tardes.
—¿Edward?
—Dime.
—Prometo enviarte una luciérnaga.
—No la quiero.
Nota de la autora: Retrouvaille; el sentimiento de felicidad que invade a un individuo después de un reencuentro.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top