Reflexiones de un no muerto.

Reflexiones de un no muerto.

Le observo desde el árbol frente a su casa mientras duerme. Su respiración me arrulla y casi puedo sentir mi corazón latiendo dentro de mi pecho, el sonido del riego sanguíneo por mi cerebro, aunque solo sea una simple ilusión. He pasado noches enteras, sin parpadear, mirándola hasta que amanece y me veo obligado a esconderme antes de que salga el sol, pero amaría verla despertar cada mañana y cada minuto del resto del día.

Siento la resistencia del viento y como las ramas tiemblan bajo mis pies, pero desde hace años nada me perturba lo suficiente. Solía tenerle miedo a las alturas, y nunca pude seguir a mis amigos cuando trepaban los árboles. Ahora puedo escalar un Ícaro en menos de un minuto sin sentir que voy a morir, porque de todas formas ya estoy muerto y caer cien metros no me causará mayor cosa.

Los pájaros cantan detrás de mis orejas, y les siento como taladros hasta mi reseco cerebro. Me gustaría que alguno se acercara a mí, para poder agarrarlo y devorarlo de un mordisco, pero a diferencia de mi amada durmiente, ellos si pueden sentir el peligro del depredador al acecho. Miro hacia todas partes, sintiendo como el pueblo está a punto de despertar. Algún vestigio de los amaneceres me llega, pero no del todo. Nadie te dice que ver los colores a través de los ojos de un muerto era tan deprimente, y no por los amaneceres, si no porque me encantaría ver a mi bella durmiente en todo su esplendor, y no en colores lavados  y pálidos.  No puedo sentir su calor, ni puedo regocijarme con sus tonos.

Son cosas que te hacen considerar que la vida eterna no es tan maravillosa. Un cerebro envejecido y  fuerzas que menguan dentro de un caparazón que carece de alma, mientras más pasan los años. Mientras muchos anhelan vivir sin miedo, yo llego a añorar mis últimos segundos de vida y el terror que sentí mientras me quedaba sin aire.

Ella se desliza entre las sabanas y puedo escuchar el suave sonido que produce. De pronto abre los ojos y se gira para mirar por la ventana, mientras su corazón late agitadamente dentro de su pecho. ¿Me habrá notado? De cualquier forma ya es hora de partir. No debo dejar que la luz directa del sol me dé, ni que ella me vea, así que de un salto me bajo de la rama y me adentro de nuevo en el bosque.

Es mi hora de dormir.

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