Owachy
Título: OWACHY
Autora: Clumsykitty
Fandom: MCU Avengers (Post Civil War)
Parejas: Angustioso Stony
Derechos: Marvel se queda con todo como en la pirinola.
Advertencias: historia de terror, no apta para corazoncitos tiernos susceptibles de historias de horror con sustos a la vuelta de la esquina. Basado en la antología de cuentos del maestro Stephen King "Pesadillas y alucinaciones", y la película "Babadook", principalmente. Sobre aviso no hay engaño.
Gracias por leerme.
Owachy.
Darkness falls across the land
The midnight hour is close at hand
Creatures crawl in search of blood
To terrorize y'awl's neighbourhood
And whosoever shall be found
Without the soul for getting down
Must stand and face the hounds of hell
And rot inside a corpse's shell
The foulest stench is in the air
The funk of forty thousand years
And grizzly ghouls from every tomb
Are closing in to seal your doom
And though you fight to stay alive
Your body starts to shiver
For no mere mortal can resist
The evil of the thriller
Thriller, Michael Jackson.
Nueva York.
Mathew caminaba por la acera desierta a esa hora de la madrugada, envuelto en su gabardina con su fedora sujeto por su regordeta mano. Miró por encima de su hombro por si alguien le buscaba pero no había nadie ni tampoco el sonido de pasos aproximándose. La revuelta entre pandillas había escalado a niveles espantosos, su comandante de policía ya le había advertido a todo el cuerpo que debían hacer algo para detenerles. Mathew, sin embargo, estaba seguro que había algo más en las matanzas de aquellos muchachos violentos. Nunca habían llegado a tanto, ni tampoco creía que fuesen capaces de mostrar tal grado de deshumanización con cuerpos destajados que incluso a los forenses les tomaba días poder armar uno de ellos. Sospechaba de los cárteles sudamericanos colándose ya en los barrios bajos, haciendo limpieza de la competencia antes de echar a andar el negocio. De ellos sí podía esperarlo todo.
La sombra que proyectó una persona debajo de una lámpara amarillenta en la esquina próxima detuvo sus pasos por unos segundos, continuando la marcha hacia el joven que fumaba tranquilo con un pie recargado en el grueso poste de la lámpara, con sus ropas entalladas para animar a los clientes a comprar sus favores carnales. El detective le miró de arriba abajo, acomodándose el cuello de su gabardina con un vistazo rápido alrededor. Aquel muchacho solamente rió, tirando el cigarrillo antes de ladear su rostro con coquetería aunque era más por costumbre que por otra cosa, estaba fuera de sus terrenos pero había sido la única fuente confiable que Mathew pudiera encontrar y que conociera Staten Island lo suficiente para llevarle a donde necesitaba indagar.
-¿El dinero? –musitó el joven, estirando su mano.
El detective sacó el fajo de billetes que el descarado gigoló contó con la mayor de las calmas, guardándolo después en su mochila al hombro que llevaba, haciendo un gesto con su mano para que le siguiera. Se adentraron a otras calles menos iluminadas, más frías conforme avanzaba la madrugada en aquel barrio de Nueva York. Los ojos del detective no dejaron pasar los rastros de sangre en los callejones, se veían frescos, ni tampoco algunos rasguños en los cofres de los olvidados autos de esa calle, recién testigo de otro de los encuentros entre pandillas, algo imposible en Staten Island. En Brooklyn podía haber sucedido con toda normalidad, pero no ahí. Detectó las cuarteaduras en la orilla de las aceras, como si algo las hubiera resquebrajado, posiblemente una máquina de construcción más no tenía presente de alguna obra pública llevándose a cabo en aquel lugar.
-Aquí –el chico se detuvo frente a un estrecho callejón.
-¿Estás seguro?
Rodando sus ojos, el muchacho se adentró al callejón con el detective siguiéndole casi enseguida con un gruñido molesto. Increíble, el aroma de sangre era fuerte lo que hablaba de una reciente masacre. Alcanzó a ver en la oscuridad las tiras amarillas de la policía, revueltas entre cajas y otras cosas que de momento prefirió no indagar. Llegaron hasta donde terminaba el callejón, una pared de ladrillos desgastados que estaban cayéndose lentamente. Sin embargo, en el área buena se notaba un círculo pintado con gis, en color blanco.
-Ahí está –señaló el joven- Se lo dije.
-¿Ésa es la marca de la que me hablaste?
-Es igual a la de Brooklyn.
Mathew sacó su celular para tomarle fotos desde varios ángulos mientras el chico esperaba paciente, mirando alrededor. Nadie se paraba ahí desde que hubieran encontrado no menos de una docena de cuerpos abiertos desde la cabeza hasta los genitales como si se hubiera tratado de muñecos rellenos. Aquella marca no era realmente algo espectacular, era un simple aunque grueso círculo con lo que parecía ser dos círculos más pequeños a modo de ojos y una sonrisa con taches en lugar de dientes. Pero según lo que le había narrado aquel joven prostituto, había descubierto que esa marca siempre estaba donde las matanzas, al menos en todas las ocurridas en Brooklyn de un tiempo hacia acá. Gracias al paseo que tuvo con un cliente en Staten Island, había descubierto por mero error aquella marca en ese callejón.
-Vámonos –dijo el detective.
Salieron a paso tranquilo, con un viento susurrando en sus oídos. El celular del joven sonó, teniendo que atenderle pues se trataba de su padrote. Mathew suspiró, a punto de guardar su propio teléfono cuando escuchó el llanto de un bebé al fondo del callejón, deteniéndose al acto. No lo habían oído cuando fotografió la marca, pero igual apenas el infante despertaba. Un bebé abandonado como solía ocurrir. El muchacho también lo escuchó todavía con el celular pegado al oído pero intercambiando una mirada con el detective quien levantó una mano, indicando que esperara mientras regresaba al callejón porque el llanto del infante tomó fuerza. Con el frío de la madrugada debía estar perdiendo temperatura y seguramente estaba hambriento.
El chico esperó, mirando la silueta del detective entrar a las penumbras buscando el origen del llanto del bebé con su padrote insultándole por haber dejado su esquina abandonada. La voz de Mathew calmando al pequeño se dejó escuchar, igual que la risa tierna que hizo sonreír al muchacho, enternecido por el momento. Sus ojos se abrieron de par en par cuando una enorme sombra apareció, el llanto del bebé transformándose en un espantoso rugido que luego mutó a un aullido que ensordeció los gritos de agonía del hombre al que esa sombra apresó. Chasquido de huesos al romperse trajeron un escalofrío al joven quien tiró su celular al echar a correr sin mirar atrás, sin color en el rostro con ojos llenos de lágrimas de terror. Jamás alcanzó la acera de la calle.
Pennsylvania.
Algo de buen R&B sonaba en el celular que un grupo de hombres de color escuchaban, sentados en los escalones de su edificio departamental lleno de movimiento por un nuevo día de labores. Un par de ellos bailaban mientras los demás le seguían el ritmo con sus palmas o haciendo sonidos guturales ayudados con sus manos. Una anciana de piel oscura pero cabellos blancos les dio de bolsazos al pasar en medio, quejándose de que ocuparan todo el espacio para salir del edificio. Ellos solamente rieron divertidos, regalándole unas coplas improvisadas usando la música como fondo y estallando en carcajadas al ver que les levantaba el dedo medio ya de espaldas al grupo, cruzando la acera. En lo alto, una hermosa chica les gritó, avisándoles que el desayuno ya estaba listo, ganándose besos lanzados al aire que ella maldijo, desapareciendo por la ventana.
Bailando todavía, todo el grupo dejó los escalones para ir hacia el viejo elevador de doble puerta con herrería oxidada, saludando al portero que desde temprano ya apuraba su copa de alcohol a sus labios con un periódico manchado de salsa cátsup. Los hombres cantaron bastante animados mientras el elevador les llevaba hasta el piso donde la novia de uno de ellos les esperaba. Cuando abrieron la puerta que les dejaba ver el pasillo, fruncieron su ceño diciendo groserías al por mayor pues quien había presionado el botón con el número del piso se había equivocado por completo. Estaban en otro, entre penumbras con un aroma a viejo que les hizo toser, cerrando aprisa las puertas y volviendo a presionar el número correcto, regresando al baile y el canto. Una vez más, terminaron en otro piso, completamente abandonado con aroma a orines o algo echándose a perder.
-¡Fíjate que estás haciendo, hombre!
-¡Es el número!
-¿Y si cambiaron el orden en el tablero en juego?
-¡Joder!
-Tomemos las escaleras.
-Vamos a intentarlo de nuevo.
Primero, bajaron hasta el lobby, viendo aliviados al portero desparramado sobre su mesita, a partir de ahí fueron subiendo uno por uno de los pisos. Conforme lo hacían, los pasillos eran cada vez más oscuros a pesar de la luz del día, con un aroma pestilente aumentando al punto que varios de ellos tuvieron arcadas por las náuseas. Asustados de que algo estuviera ocurriendo en el piso donde la chica les hubiera llamado a desayunar, presionaron con el corazón alterado el número en el tablero. Para su sorpresa, no había nada anormal, la luz matutina se colaba tranquilamente por las ventanitas, el piso descascarado estaba como siempre. Murmurando entre ellos, salieron del elevador hacia la puerta que abrieron, detectando el delicioso aroma a comida recién hecha que les hizo olvidar lo que habían visto.
-¡Cariño, estamos en casa!
Rieron, tomando sus lugares entre aventones alrededor de la mesa cuadrada, sirviéndose jugo ya listo en sus vasos. Volvieron a poner música, cantando con manos palmeando la mesa entre que se servían panqueques y leche fresca. Uno de ellos se giró a la cocina para agradecer a la chica en cuestión quien estaba frente a la estufa terminando de cocinar algo que llevaba tocino a juzgar por el aroma escapando de aquel cuarto. Iba a decirle algo cuando notó dos cosas, primero un dibujo en el suelo hecho con gis blanco y luego, una cola peluda negra que caía de la espalda de la joven, vestida en una bata de dormir y descalza, con sus cabellos rizados largos sobre su espalda. Le extrañó aquella cola, golpeando con insistencia el brazo de quien era novio, indicándole con un gesto de sus ojos que viera hacia la chica, sonriendo malicioso al pensar que era una clase de jueguito entre ellos.
-¿Amor? –preguntó el hombre, viendo entonces la cola moverse.
Las alarmas de autos y comercios se activaron de golpe, asustando a la gente caminando por la calle, haciendo a los niños gritar. Todos volvieron sus aterrorizados ojos al edificio de dónde provino la explosión causante de las alarmas, en uno de los pisos superiores, las ventanas fueron pulverizadas por una fuerza invisible. Acto seguido, una marea de sangre fue vomitada desde el interior del edificio, escurriendo por las paredes hasta alcanzar la acera con los gritos de los testigos. Bombas de agua pública estallaron con chorros de agua que se combinaron con la marea roja, provocando un caos vial y de transeúntes que huyeron despavoridos de ahí. Para cuando bomberos y policía llegaran, el edificio estaba completamente vacío, ningún inquilino fue encontrado, cero cuerpos pero una cantidad insana de sangre manchando paredes y pisos.
Nueva Jersey.
Adam sonrió por última vez, mirando el pañuelo con que se había limpiado toda evidencia de sus actividades extramaritales con aquellas dos prostitutas recogidas en la calle. Con el dinero que tenía podía darse esos lujos y más que le ayudaran con el tedio de un matrimonio por demás aburrido por no decir estresante con una esposa si bien extraordinariamente hermosa, tenía un carácter asquerosamente desagradable que solamente por los beneficios económicos obtenidos es que Adam aguantaba a semejante mujer tan irritante, carente de visiones o sueños, únicamente viviendo para perfeccionar un cuerpo lleno de cirugías y botox. No habían podido tener hijos aparentemente porque no lo intentaban lo suficiente pero él sospechaba que ella hacía algo por no quedar embarazada. Bueno, un día de éstos iba a darle una linda sorpresa al respecto, su padre bien podría ser un socio comercial importante pero Adam deseaba una familia.
La limusina le dejó frente al edificio de pisos exclusivos cuyo estacionamiento tomaría su chofer a quien dejó ir a descansar luego de una noche de club en club, buscando después en barrios más pobres algo de diversión carnal que comprar por unos cuantos dólares. El edificio estaba en penumbras, sin la oficial que siempre le saludaba en la recepción aunque no se le hizo extraño pues era ya muy tarde, pronto amanecería. Debía estar terminando sus rondines para el cambio de guardia. Fue hacia el elevador, suspirando y recargándose sobre la pared mientras la melodía de Vivaldi llenaba aquel estrecho espacio con un siseo apenas perceptible del ascensor llegando hasta el piso que le correspondía. Las puertas se abrieron y cerraron un par de veces, impidiéndole salir. Adam gruñó presionando el botón para detener aquel imperfecto haciendo nota mental de quejarse a la mañana con el encargado de mantenimiento. No pagaba una cantidad exorbitante para tener un servicio de cuarta.
Caminó por el pasillo alfombrado, escuchando unos pasos detrás de él. Se volvió creyendo que podría ser aquella oficial de guardia pero una vez más se llevó una sorpresa al encontrarse solo, con las luces del pasillo titilando rápidamente antes de volver a la normalidad. Seguramente había un fallo en todo el cableado eléctrico, se dijo, encogiéndose de hombros con su abrigo en mano y terminándose de quitar la maltrecha corbata de seda, sacando las llaves de la puerta que abrió lentamente, mirando dentro. Todo estaba a oscuras, con la quietud de siempre. Adam no se molestó en encender alguna luz, se sabía el camino de memoria, dejando sobre el sofá de piel su abrigo con un gesto desganado, comenzando a desnudarse mientras alcanzaba la puerta de su recámara. Una melena negra esparcida sobre la almohada le hizo torcer su boca en sonrisa, su perfecta esposa dormía apaciblemente en la cama.
Tiró toda la ropa en el cesto de mimbre puesto en una esquina, quedando solamente en interiores, sentándose en la orilla de la cama admirando esa figura curvilínea de su mujer recostada de lado, con la espalda hacia él pero con las luces de una ciudad todavía en penumbras tocándole. Vio que había un collar blanco muy extraño o algo parecido cerca de su cara, o quizá era una propaganda, ya no distinguía bien. Negó antes de ver su celular que había dejado sobre el taburete de su lado, bostezando antes de estirar un brazo y alcanzarlo, una luz parpadeante le avisaba de mensajes pendientes de leer. Seguramente cosas de negocios que no podían esperar. Se talló su rostro mientras abría la carpeta de mensajes, notando que eran de su esposa ya dormida, rodó sus ojos, presionando sobre el primero y así para irlos leyendo rápidamente. Debía haberle escrito mientras estaba clavando esas prostitutas en el colchón del hotel.
"Adam, ¿dónde estás? Necesito que hables con los del banco, dicen que mi tarjeta está sobregirada. ¡Haz algo!"
"Adam, ya no lo hagas, lo siento, fue una confusión de la idiota empleada."
"¿Llegarás a cenar? Iré con unas amigas a un restaurante."
"Por cierto, mi padre me marcó en la mañana, quiere que lo alcancemos en los Hamptons el fin de semana, le dije que sí."
"¡Hola, amor! Creo que tomé de más, me quedaré en casa de Jenny... llego en la mañana."
Adam se quedó muy quieto al leer el último mensaje, no había más en la bandeja de entrada ni tampoco llamadas posteriores. Su esposa no estaba en casa... entonces... ¿quién...? Quiso pensar que ella había llegado a última hora, la tal Jenny era odiosa y si habían bebido de más seguramente terminaron peleando como siempre. Solo por asegurarse, marcó a su mujer, esperando escuchar el timbre del celular en la habitación. No hubo nada. Con el corazón latiéndole cada vez más aprisa, casi respingó cuando alguien del otro lado de la línea habló con una voz adormilada, algo molestaba por haber sido perturbada de un sueño combinado con la embriaguez.
-... Adam... ¿Qué quieres...?... ¿Uh...?
No pudo contestar, su garganta se cerró cuando unas garras negras cual neblina humeante se posaron sobre su hombro cuya piel se erizó a su contacto frío. Su esposa, más despierta, frunció su ceño, pegándose por completo el celular al oído. Grave error porque casi se quedó sorda ante el grito que escuchó del otro lado, su esposo agonizando. Con ojos abiertos de par en par, miró la pantalla de la cual salió la misma garra. Ella no pudo gritar como Adam.
Filadelfia.
-¡No le diste like a mi foto!
-¡¿Y por eso estás enojada?!
-¡Le pusiste un corazón a tu amiguita!
-¡No es mi amiga, es mi prima!
-¿Ahora les dicen así, eh?
-¡Estás idiota, Carly!
-¡Tú eres el imbécil, Ralph!
Un par de adolescentes iban peleando por las calles ya solitarias de su barrio, rumbo a la casa de la chica que no cesaba en sus quejas respecto a ciertos comportamientos de su novio, quien la perseguía rogándole a veces, otras peleándole. Al final, terminaron abrazados por largo tiempo a mitad de la calle con las lámparas de la ciudad comenzando a encenderse, la tarde aún no moría pero el cielo se oscurecía. Más tranquilos, rieron con sus frentes juntas antes de que Ralph alzara sus cejas, tronando sus dedos al ver tras la joven una casa abandonada con las cintas de la policía impidiendo el paso, formando una X en ventanas y puertas. Tomó la mano de Carly, señalando con su mentón hacia la construcción vandalizada con grafitis que ella negó, mirando la hora en su teléfono celular.
-Tengo que llegar a casa o mi papá se pondrá histérico.
-Solamente unos minutos, nos tomamos unas fotos para Snapchat, ¿qué tal?
-Okay, pero nada de hacer bromas tontas. O te juro que rompemos.
-Uf, no bromas.
Entraron, saltando la cerca de madera baja, haciendo a un lado bolsas de basura arrojadas como maleza crecida por falta de atención. Ralph tironeó de las cintas amarillas hasta romperlas, tendiendo una mano a su novia, quien besando sus labios, entró a lo que era una discreta sala con muebles arrinconados, algunos de cabeza por ladrones buscando algo bueno que llevarse de una casa que fue pobre y no dejó mucho para beneficiarse de ella cuando sus dueños desaparecieron. Algo de luz vespertina todavía entraba por las ventanas sin vidrios de la casa, dejándoles ver los cuadros de gatos, perros como de quienes la habían habitado. Todas las fotografías, en su mayoría antiguas, eran de una sola mujer con cabellos blancos, vestida como esas locas fanáticas religiosas con un rosario al cuello, siempre con Biblia en mano.
-Hey, Carly, mira lo que encontré.
Soplando una gruesa capa de polvo, el muchacho sacó de entre escombros lo que parecía ser un tocadiscos simple cuya tapa tenía un dibujo en gis extraño pero con un enorme disco de vinilo en su plato. Los dos rieron traviesos, buscando una conexión eléctrica que esperaban funcionara todavía al tiempo que la chica ponía la aguja aún en buen estado sobre la superficie negra del disco que comenzó a girar para su beneplácito. Una melodía alegre, una voz chillante pero que cantaba entre gorgoteos llenó la salita, con ellos dos tomándose de las manos para bailar como pensaron que aquel ritmo podía bailarse, tropezando con sus pies al no tener sincronía. Ralph sacó su celular, abrazando a Carly para comenzar a tomarse fotos, haciendo caras al teléfono que lanzó su flash sobre ellos, girando alrededor con la música guiando sus movimientos.
Knee deep in flowers we'll stray
We'll keep the showers away
And if I kiss you in the garden, in the moonlight
Will you pardon me?
And tiptoe through the tulips with me
Carly fue la primera en percatarse del detalle.
-Espera...
-¿Qué...?
Arrebatándole el celular, la adolescente frunció su ceño al notar algo extraño en las fotos, corriéndolas todas bajo la mirada inquisitiva de su novio, el cual estaba a punto de preguntarle qué sucedía cuando la vio palidecer, abrazándose de golpe con un temblor que lo inquietó de una manera muy poco usual.
-Vámonos, Ralph, ya, ya, ya, ya, ya, ya...
No le cuestionó, abrazándola por los hombros cuando salieron aprisa por la puerta hecha trizas sobre el cobertizo. Casi corrieron por el jardín frontal hasta la valla, quedándose a mitad de la calle con los últimos rayos de un sol muriendo por el horizonte. Ralph quería preguntar pero Carly todavía le jaló, casi arañando su mano, avanzando tan rápido como sus pies les dejaron por la calle hasta alejarse lo suficiente de la casa que se perdió detrás de ellos. Apenas se hicieron a un lado cuando un auto solitario pasó, tocando el claxon en reclamo pues caminaban a mitad de la carretera pero la chica se rehusó a ir a la acera. Su novio frunció su ceño, quitándole el celular para ver de una vez por todas que cosa la había asustado tanto. Un nudo en su garganta apareció de golpe al ver un extraño muñequito de costal tras ellos, siempre detrás, mirando hacia el celular. Sobre un mueble, en el suelo, sobre la cornisa de una ventana.
Nunca vieron tal muñeco al entrar a la casa.
Pero la última fotografía había sido sin duda la que catapultó la histeria de Carly quien miraba a todos lados, aun temblando. Una sombra, como de un hombre lobo en una esquina, cercana al tocadiscos, con dos ojos blancos y redondos, una sonrisa macabra de colmillos pálidos. El muchacho pasó saliva, sintiendo sus manos temblar igual que su novia a quien abrazó, besando sus cabellos para darle confort. Sintió una mirada pesada sobre ellos y levantó su rostro hacia la calle que habían dejado atrás. Ahí estaba. La sombra con su diabólica sonrisa, a mitad de la calle. El sol se ocultó y ambos adolescentes gritaron con todas las fuerzas que tuvieron sus pulmones, corriendo frenéticamente hacia la avenida más habitada, donde uno de los autos los atropelló al pasar delante sin fijarse en el semáforo. Pero el conductor no se quejó. Algo negro le golpeó con tal fuerza que todo el automóvil se deshizo en mil pedazos, provocando una carambola que cobró la vida de docenas de personas, algunas de las cuales terminaron destajadas sin motivo aparente.
Helmut Zemo sonrió, volviéndose a sus Inhumanos.
-Ha llegado la hora.
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