uno | one
Te contaré un secreto: lo cierto es que soy feliz
—¡Miau!
Sus mañanas eran tan tranquilas, que cualquier persona le hubiese envidiado y dicho, molestos, que se consíguese otro ritmo de vida porque aquella no era una, sin embargo, ella les evitaría sin mucho esfuerzo y seguiría haciéndoles rabiar casi sin darse cuenta.
—Hoy será otro buen día, ¿verdad? —cuestionó frente a ella, observando con ternura aquel lote vacío junto a su edificio—. Bien, tengo que irme, nos vemos después.
Corrió lejos, atravesando en el camino una pared de madera por un lugar determinado, ya que aquella tabla podía moverse con facilidad, así, una vez en la calle, se buscó que todo estuviese en su lugar: se encontró el gafete al nivel de su pecho y sacudió un poco su chaleco, no sin antes afianzarse la lonchera en la mano. Una vez preparada, avanzó por las calles del vecindario.
Era temprano, una mañana fresca para ser precisos, puesto que el invierno llegaba y no tendría piedad en algún momento, así que debía disfrutar al menos el clima cálido de la estación. Todos los días recorría el mismo camino; primero cuatro cuadras de casas y edificios varios, luego el parque en dónde los niños jugaban por la tarde, y, por último, la tienda de conveniencia, lugar en el que trabajaba y había hecho al menos por tres años, por ello el chaleco azul y el gafete con su nombre y foto, en dónde aparecía sonríendo con un muy mal enfoque por parte del fotógrafo.
Era una buena rutina la que tenía, no estaba harta, mucho menos esperando a que esta acabara, porque para ella, disfrutar de las pequeñas cosas era una fortuna que no cambiaría por nada.
—Que miedo, ¿que le habrá pasado?
—Ni idea, pero hay que alejarnos.
Y, hablando de su rutina, cuando escuchó a la pareja que caminaba algunos pasos atrás de ella en el parque, por algún motivo supo que no sería igual.
Le había pasado de largo mientras pensaba en sus propios asuntos, así que tuvo que detenerse y voltear hacia atrás, haciendo que en consecuencia la pareja le adelantara el paso mientras seguían murmurando.
—¿Un vagabundo? —habló para sí misma, levantándo sus cejas al compás de sus palabras.
Lo cierto era que, al menos por esos tres años, nunca vio algo parecido en aquel parque de césped verde y árboles gigantes porque era muy seguro. Uno podría perderse por su longitud, pero jamás correr ningún peligro; y ahí, en el suelo y recargado en un tronco, se encontraba un individuo cubierto del rostro por su mismo saco de vestir, el que viendo con más atención, no parecía ser corriente, no obstante, no había más tiempo para observar con detenimiento.
—Oh —apenas dijo, su instinto tocó su lonchera y su rostro mostró pesar.
Lo siguiente que hizo fue acercarse con sigilo al hombre de largas piernas y dejar a su lado un sándwich que ella misma había hecho con sus manos. Luego de ello se marchó a paso rápido, sin saber que alguien le mirada la espalda con atención.
—Fuju... Fuju... Fuju...
—¡Sí! —respondió, saliendo de uno de los pasillos con una caja llena de productos; su trabajo era colocarlos en las estanterías, pero como solo eran dos empleados por ese día, estaba muy apresurada.
—Voy a comer, te dejo la caja registradora —avisó la empleada, haciendo que la otra le observara con cierta desesperación instantánea.
—Pero... —pronunció apenas, pues la de cabellos rubios avanzó por un lado de ella y salió de la tienda dejándole la responsabilidad.
Era muy temprano para tomar su descanso, fue lo que se guardó por el momento, y sin más corrió detrás de la caja al ver que un cliente se acercaba para pagar sus compras.
Azami Fukuyama había sido su compañera por aquellos tres años, siendo la gerente por ser la persona que más tiempo llevaba trabajando para la tienda de conveniencia. Según Fuju, tenía treinta y dos años, porque a la rubia no le gustaba divulgar su información con cualquiera y por ello no tenía idea, sin embargo, su porte y presencia le daban la razón. Era presumida, por supuesto, de apariencia graciosa y aceptable, razón por la cual repetía casi todos los días que su lugar no estaba en esa tienda, sino en un lugar más alto, mucho más, pero tampoco es que fuese insoportable, sino más bien amable de forma discreta; era la que decía una cosa, y luego hacia otra, así que no había motivos para odiarle.
—Buenos días —saludó e hizo una pequeña reverencia unos minutos después al escuchar la puerta abrirse, puesto que así era el protocolo.
Al mirar hacia la puerta corrediza de sensor, se encontró con un hombre alto de gafas redondas y oscuras; llevaba un traje, pero el saco lo mantenía sobre su hombro mientras lo sostenía con su mano. Era tan alto, que cuando entró a la tienda era imposible perderlo de vista por encima de los pasillos, más cuando su cabello era tan blanco y estaba tan despeinado.
La conclusión de Fuju, fue que tal vez era lindo de vista, pero olía tanto a césped fresco y tierra, que le calaba la nariz de solo mirarlo.
—¿Es todo? —preguntó cuando se acercó a la caja, aunque no recibió respuesta—. Serían 540 yenes con 96 centavos.
Antes de recibir el pago, observó lo que llevaba. Al parecer era un desayuno improvisado: un onigiri de atún picante y una malteada de fresa para niños, lo cual seguro, pensó, no sabría bien combinado y más bien provocaría una terrible diarrea en su consumidor, mas, de pronto el hombre de las gafas interrumpió su mala costumbre de pensar en absolutamente todo, dejando un billete de alta cifra sobre el mostrador, después tomó sus cosas y se marchó por la misma puerta.
—Señor, olvida su cambio... —Una vez más, por ese día, le dejaban con la palabra en la boca.
Se quedó en su lugar muy nerviosa, sin saber si era bueno correr detrás del desconocido para darle su dinero, porque además era muy temprano y no había el suficiente cambio en la caja registradora.
Era una mala idea, se convenció.
Más tarde, cuando Azami volvió a la tienda, pasándose con considerables minutos de su media hora, Fuju le contó lo sucedido para hacerle saber que en la caja había más dinero del que debería, pero la mayor, tranquila, solo dijo que iba a quedárselo si al individuo no le importaba, pero que, como ella había sido la que recibió el dinero, iba a darle una parte.
—Bueno, entonces ire a comer —dijo no muy convencida la menor, pero, ¿que podía hacer? Era ella la gerente.
Cómo todos los días, tomaba su desayuno justo a lado de la tienda donde descansaba una banca larga; era un buen lugar, ya que se podía ver la calle principal desde ahí, la que se encontraba contraria al parque. Estaba por tomar su comida, pero cuando metió la mano dentro de la lonchera, enseguida recordó que se lo había dado a la persona que estaba tirada en el parque.
—Es cierto —se regañó—. ¿Por qué lo hice? —Se sintió deprimida al entender que por ese día tendría que esperar volver a su casa para comer algo, y que además, no había cenado por la noche ya que pocas veces le alcanzaba para ello.
Era una buena persona, nadie podía negarlo, sin embargo, cosas como aquella le sucedían muy a menudo por su amabilidad. Fuju no pensaba, solo actuaba sin esperar a cambio una recompensa, razón por la cual Azami le regañaba constantemente, pues por muy amable que fuese, aquello la convertía solamente en una persona ingenua.
—Fuju —le llamó de pronto la misma, asomándose por la pared como si estuviese jugando.
—Sí, ¿me necesita? —respondió enseguida, levantándose del lugar de inmediato.
—No, solo ten. —Entregó una bolsa de la misma tienda—. Nos compré un par de cosas para comer con el dinero del desconocido, cómetelas ahora que tienes tiempo.
Se fue sin que pudiese decirle que estaba bien, y ciertamente lo agradeció por su situación. Dejando en claro que siempre se negaba a la ayuda de los demás, pero que al mismo tiempo siempre daba la suya.
Por supuesto que su amabilidad rayaba la ingenuidad.
Y, por supuesto, que ello era una gran virtud.
Comió y al mismo tiempo probó un par de cosas que jamás había visto, porque Azami era tan excéntrica que compró cosas caras al tener la oportunidad, pero nada de quejas hubo, y cuando terminó su media hora, volvió con una sonrisa a trabajar.
Unas horas más tarde, cuando su turno terminó por ese día, tomó el mismo camino de la mañana para volver a casa; la realidad era que no tenía un horario establecido, a veces entraba de diez de la mañana a siete de la tarde como ese día, otras a las seis y salía a las tres, y otras tantas a las doce y terminaba a las diez, y justo al día siguiente le tocaba ese horario. Problema no era, solo que a veces las calles estaban solas cuando volvía a casa y le daba miedo.
Entonces, de vuelta a casa tuvo que detenerse en medio del parque, a la misma altura de esa misma mañana, porque en el suelo se encontraba el sándwich que ella misma había hecho junto al árbol donde el vagabundo descansaba. Por como estaba tirado aún en su bolsa transparente, era evidentemente que lo habían rechazado.
Sin mucho que decir o sentir, solo lo tomó y lo guardó de nuevo en su lonchera.
—Bueno, más para ellos. —Se sintió como una oportunidad y siguió avanzando hasta llegar a casa, solo que antes, tuvo algo que hacer en el mismo lote baldío junto a su edificio viejo.
Su lugar de residencia era pequeño en ese lugar: vivía en la tercera planta de un edificio viejo, con una sala y una habitación en dónde apenas cabían dos personas. Era, simplemente lo que podía pagar, y no le molestaba, en cambio le veía el lado bueno, porque casi nunca estaba en casa y era fácil de limpiar.
—Uh, como pesa... —se quejó al mover unas cosas que le estorbaban en el camino hacia la "cocina". Era hora de comer, aunque después de todo lo que comió en su media hora estaba saciada.
Así, se hizo una porción pequeña de comida, se sentó en su sofá individual y encendió la televisión vieja que poseía. Después, se podía escuchar con claridad la risa contagiosa de la joven que veía un programa de comedia, uno que siempre pasaban a la misma hora y a ella le encantaba; las tardes-noches no eran aburridas entonces, solo tranquilas y muy sanadoras para una persona viviendo en solitario.
Aquella era siempre su rutina, una que estaba por cambiar.
Se publicó y ya no hay nada que hacer. Ya tenía muchas ganas de hacer algo de Satoru, y sí, volvemos a la misma historia cliché, pero quienes me hayan leído ya saben que me encanta complicar las cosas en los clichés. En fin, espero que esto vaya bien, porque de verdad me encanta la idea y por supuesto, me encanta el personaje.
¡Gracias por leer!
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