tres | three
Te contaré un secreto: no estoy bien
—Ayer por la noche encontré al joven que deja el cambio, me ayudó a quitarme de encima a un grupo de borrachos —comentaba quitándose el gafete para meterlo en el bolsillo de su uniforme.
Ya era hora de su tan esperada salida, y al menos por los segundos que podía ver a su compañera en el relevo, conversaría, en especial porque deseaba decirle el dato.
—Ah, que amable, ten más cuidado a la próxima —apenas dijo la otra, colocándose el chaleco de la tienda. No parecía muy interesada.
Fuju estuvo a punto de irse, dio la media vuelta, pero ni siquiera alcanzó a voltearse completamente cuando se devolvió.
—Estaba pensando... —Sintió vergüenza por su comportamiento—. ¿No es extraño? Él está aquí desde hace una semana, hasta creo que vive en el bosque. ¿Estará bien?
—Te preocupas mucho por un desconocido, Serizawa —señaló la mayor—. No deberías meterte en los asuntos de los demás. No es un regaño, es un consejo.
Apreciaba que Azami se preocupara, aunque parecía que no lo hacía. Ella también era una buena persona aunque lo negara.
—Bien, tienes razón. Ire a casa ahora, suerte con el turno —aceptó y emprendió su camino saliendo de la tienda. Por supuesto, la gerente se despidió de ella antes.
La tarde estaba soleada aquel día, menos mal que todos esos árboles servían de algo, pensó, sin embargo, la brisa helada le llenaba y provocó que se abrazara a sí misma cuando adelantó el paso en el camino para salir del gran parque. Mientras recorría su rutina, fue inevitable que no pensara en las palabras de la joven del uniforme caro. Cierto era que la zona dorada no era aquel sitio, pero estaba muy bien cuidada por la comunidad, además, al ser céntrico el lugar, no existía tanto riesgo como ya se había mencionado; distintas personas visitaban el parque, ya fuese para dar una caminata o incluso a patinar y andar en bicicleta. Era muy animado de día.
—Uh, ¿Yuuta? —mencionó de pronto.
El joven de cabellos oscuros se cruzó por su camino, llevaba una bolsa de comida rápida en la mano y parecía muy aterrador con la mirada concentrada que llevaba.
—¡Yuuta! —le llamó la joven, quitándole todo aquello, pues hizo que se asutara y diera un pequeño salto. Fue muy adorable.
No pensó que fuese a ser aquella su reacción, pero llamó su atención y los dos se acercaron en medio del camino.
—Fuju, que sorpresa —habló nervioso el joven, que por inercia escondió la bolsa de comida detrás de él.
—¿Cómo te ha ido? Ha sido una semana cansada para nosotras —le dijo, suspirando con exageración.
—Como lo siento, no fue mi intención renunciar tan repentinamente. —La disculpa salió de sus labios, tan lastimosa que hizo sentir mal a la dama por haberle echado en cara el dato incluso para bromear.
—Tranquilo, en realidad solo ha aumentado un poco la carga de trabajo, nada de que preocuparse, pronto contratarán a alguien —compartió para que se sintiera mejor.
Yuuta Okkotsu era un chico reservado de la misma edad que Fuju, tímido y misterioso, aunque lo último generalmente era atrbuido por personas ajenas a las que les daba pena hablarle. Con su cabello corto y oscuro era la envidia de muchos chicos y una gran vista para las chicas; era muy popular, al menos recibía 10 halagos y 5 números de teléfono por turno, algo que ni él sabía cómo conseguía y que deseaba que se detuviera.
—Y, ¿la escuela? —cuestionó Fuju, interesada en hacerlo hablar.
—Va bien —confesó con las mejillas rosadas—. Pero últimamente estoy teniendo más responsabilidades de las que deseo. —Al decir lo último, observó de soslayo la bolsa que llevaba encima por al menos tres segundos.
—Eso es bueno, Azami y yo te estamos apoyando, así que no te rindas —señaló, aunque dudaba que la mencionada pudiese decir algo parecido, y menos frente a él.
El antes dependiente estudiaba para ser un gran abogado, sin embargo, a todo el mundo le parecía contradictorio conociendo de antemano lo timido que era, incluso a sus padres, pero él tenía una beca por su gran inteligencia y diligencia, una que no iba a desperdiciar siendo tan joven.
—Bien, y-yo, tengo que irme ahora, me están esperando —dijo, nuevamente mirando la bolsa de comida—. Pronto las visitaré, merecen una compensación por haberlas dejado de esa manera.
Una vez Fuju aceptó lo que decía, se despidieron en medio del parque y los dos fueron en direcciones diferentes.
—Es un buen chico —susurró mientras caminaba—. Quizá es el mejor de todos. —Al terminar, sonrió, apurando el paso hacia su hogar.
Fuju Serizawa solía perderse en sus pensamientos cuando la tienda estaba vacía y no había desorden, pues, ¿qué otra cosa podría hacer? Las mañanas eran tranquilas y las horas pasaban más rápido que en el turno de la noche, por lo que aún más convencida, descansaba sobre el mostrador con los codos pegados a la superficie, y así, solo pensaba en sus propios asuntos.
—Buenos di...
—Necesito un lugar donde pueda esconderme.
Sucedió tan rápido. La bienvenida se quedó atorada en su garganta, la campanita de la puerta resonó estridente y el muchacho frente a ella ni siquiera le preguntó, solo puso sus manos sobre la superficie en la que ella apoyaba antes los codos y clamó, dejando en la tienda el olor a tierra y pasto que desprendía con cada movimiento.
Sin embargo, de aquello a lo que sucedió enseguida, existió una gran brecha.
—Sígueme —señaló sin añadir más. Salió del espacio del mostrador rápidamente y le guió hasta la entrada de personal al final de la tienda—. No toques nada, no hagas ruido y trata de esconderte donde la cámara no pueda verte con facilidad. —Tras decir las instrucciones, prácticamente la empleada lo encerró en el espacio no apto para todo el público.
Y así, volvió a la caja pareciendo como si nada hubiese ocurrido.
La respuesta a sus acciones era tan predecible, que cualquiera se hubiese burlado y reído en alto. Fuju, simplemente, deseaba devolver el favor al joven albino; él le había ayudado sin que tuviese que pedirlo cuando los borrachos la molestaron y le protegió cuando moría de miedo a solas en el parque, así que esconderlo no era la gran cosa después de todo, incluso si no sabía de quién lo estaba haciendo. Pero, lo extraño de todo aquello fue, que después de 20 minutos, ningún alma se asomó a la tienda de conveniencia y el alto muchacho terminó por salir a dar la cara no mucho después.
La señorita lo observó acercarse a la puerta y luego volvió a retroceder.
—Gracias —habló. Apenas le miró como en aquella noche, pero Fuju asintió viendo lo desesperado que se veía.
—Puedes quedarte un poco más si no te sientes seguro, la tienda no tendrá muchos clientes hoy, así que puedes sentarte en el comedor —ofreció de pronto la dama, señalando el lugar junto a la ventana, que si bien tenía vista hacia afuera, al contrario por fuera no se veía.
El joven asintió tras escucharla, pero al contrario de la oferta, al inicio volvió a caminar hacia la entrada, y después aceptó yendo a sentarse, quedando los dos no muy lejos, pero sin poder verse al rostro.
Fuju pensó que no estaba acostumbrado a complacer a las personas, en especial por su rostro indiferente, así que siendo considerada, le dejó estar un rato sin hacerle preguntas que no venían al caso.
Pasados otros 20 minutos en donde apenas entraron tres clientes que le mantuvieron despierta, fue que la empleada tomó su horario de comida ahí mismo y detrás del mostrador.
—¿Tienes hambre? —cuestionó entonces. Cómo debía calentar su comida en el área donde estaba el muchacho sin decir una palabra, le pareció grosero ignorarlo más tiempo.
Entonces recordó el primer día en que lo vio en el parque y le dejó su sándwich, el mismo que ni siquiera tocó el desconocido.
—No. —Al menos respondió con la mirada perdida en el exterior.
Pero Fuju no era tonta, en realidad había sacado conclusiones en sus tiempos libres, y una de ellas era que ese hombre había estado viviendo en el parque todo ese tiempo: sobreviviendo apenas de quién sabe cuál situación.
Sus acciones, no pensadas con claridad, le llevaron a colocar una sopa instantánea en la mesa y una bebida.
—No puedo comer frente a alguien que no lo está haciendo —justificó, volviendo poco después detrás del mostrador.
Se le vio un poco impresionado, cosa de la que Fuju no pudo ser testigo por comenzar a comer observando su celular, y luego se levantó y se preparó la sopa conforme a las instrucciones de la cajita redonda. Unos segundos después, también comía dentro de la tienda.
—Te pagaré cuando tenga el dinero —aseguró el hombre a medio desayuno, a lo que la joven negó. Se volteó un poco en la silla y por fin le miró a los ojos.
—Has estado viniendo otro días y dejado el cambio, creeme que ya está pagado —devolvió, aunque un tanto avergonzada por mencionar el hecho.
—Habría seguido viniendo, de no ser porque me robaron la billetera —confesó, sintiéndose más tranquilo en el ambiente de la tienda.
La señorita Serizawa alcanzó a notar un cambio de rostro, uno indignado y triste al mismo tiempo, el que luego cambió y no volvió al indiferente.
—Has estado viviendo en el parque, ¿no es así? —se atrevió a preguntar la dependiente—. Es grande, lo entiendo, lo comparable a un bosque en medio de la ciudad, pero sigue siendo peligroso. Hay animales, insectos y borrachos.
El albino parpadeó un par de veces antes de soltar una risilla divertida, lo que no sorprendió a la joven, pues muy en el fondo sabía que ser indiferente no era su estado natural, y lo comprobó en ese momento.
—Yo... Escapé de casa —confesó de pronto, viéndose avergonzado, dejando sin palabras a la otra—. Al inicio estuve con un amigo cercano, me permitía dormir por la noche en su casa y el día me la pasaba recostado sobre el césped, pero hace unos días tuve que quedarme en el parque de tiempo completo.
Con las cejas levantadas, fue imposible que Fuju no pensara en lo extraño del asunto. Era un joven, quizá de la misma edad que ella o mayor, ¿no era absurdo tener que escapar de casa con tanta edad?
Así le parecía a ella.
—¿Cuántos años tienes? —inquirió por la curiosidad.
—Veinticuatro, los acabo de cumplir hace unos días —respondió.
Con ese dato, le pareció más absurdo el hecho, pero, se dijo enseguida, no debía criticar situaciones que desconocía, porque eso le hacia ser una maleducada.
—Mi nombre es Satoru Gojo, fue desconsiderado de mi parte no haberlo dicho antes —añadió después.
—El mío es Fuju Serizawa, tengo veintidós. Así estamos a mano —compartió también, sonriendo con vergüenza.
—Fuju... —apenas mencionó, se quedó en silencio pensando en lo que iba a decirle.
—Satoru... —jugó la dama con el mismo tono. De ninguna manera quería que aquello se tornara incómodo, y lo logró cuando escuchó la risa de nuevo.
—Te agradezco la ayuda. Por el momento no sé cuando mi situación va a mejorar, pero prometo devolverte el favor —habló, levantándose de la silla con su basura en mano.
—Estaré esperando —accedió la joven.
Agradecía de que aquella conversación no hubiese sido interrumpida por ningún cliente, aunque aquello estaba mal para la tienda, sin embargo, tal personaje le pareció curioso y necesitó aquel tiempo para conocerle. Incluso cuando el muchacho salió de la tienda, ella se mantuvo mirando a través del cristal con los pensamientos más intensos que antes.
¡Qué chico! Deseaba, de corazón, que su situación mejorara.
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