Capítulo 36
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Estaba oscuro.
Desde que sus padres fueron asesinados, desde que su única amiga no quería volver a verla, y definitivamente desde que mató a todos esos hombres que vinieron buscando venganza.
Había estado sola.
La oscuridad de la noche parecía reflejar el abismo de su propio corazón. El viento helado susurraba entre los árboles, como si contara secretos sombríos de tiempos pasados. La luna, oculta tras densas nubes, apenas iluminaba el camino que se extendía ante ella. Cada paso que daba resonaba en el silencio absoluto, recordándole su soledad y el peso de sus acciones.
Recordó el rostro de su amiga, la única persona que alguna vez había confiado en ella, alejándose con miedo y repulsión. Esa misma repulsión que sentía cada vez que veía su reflejo en el agua de un río o en un espejo roto. Las sombras parecían crecer a su alrededor, como si intentaran devorarla por completo.
Siempre había sido una inútil, llamada tonta y estúpida por las personas que la rodeaban, porque no podía hacer ninguna tarea adecuadamente, ni en la posada de sus padres ni en ninguno de los trabajos que había intentado luego de eso.
Pero ahora lo sabía.
Su único talento era para matar.
Esta revelación, fría y amarga, la acompañaba como una sombra perpetua. Cada vida que había tomado, cada enemigo que había derrotado, se habían convertido en una confirmación de su único don. Sin embargo, este talento le había arrebatado todo lo que alguna vez valoró: su familia, su amiga, su humanidad.
Miró sus manos, notando las manchas oscuras en sus palmas y debajo de sus uñas, y recordó lo fácil que había sido arrebatar esas vidas. Sus dedos temblaban ligeramente, aún impregnados del frío toque de la muerte.
Había algo mal en ella.
Si hubiera sido buena para cocinar, quizás habría podido ayudar en la posada de sus padres, con sus risas llenando el lugar mientras servían a los clientes. Si hubiera realizado las tareas de manera adecuada, ¿habrían sus padres seguido vivos? El pensamiento le perforaba el pecho como un cuchillo, cada vez que volvía a esa idea.
¿Por qué tuvo que nacer con un tornillo suelto que en su cabeza?
¿Por qué tubo que ser tan inútil?
"yo tampoco creo que seas una inútil"
Apretó el cuchillo que sostenía en sus manos, el metal frío clavándose en su piel, mientras esos recuerdos volvían a su mente con mayor claridad. La hoja, tan familiar, era ahora una extensión de sí misma, su único consuelo.
Estaba en un callejón oscuro, escondida en un rincón húmedo y abandonado en la parte más pobre de la capital, donde los guardias rara vez se aventuraban. Aquí, entre las sombras y el hedor de la podredumbre, no había sido capturada ni perseguida activamente.
Su cabello, antes brillante, estaba cubierto de mugre y pegajoso por el sudor y la suciedad. Las ropas que llevaba seguían manchadas de la sangre de aquellos que había matado, aunque las capas de suciedad acumulada habían logrado encubrir parcialmente las manchas oscuras y secas.
Sabía que olía mal. Podía sentir el olor nauseabundo emanando de su cuerpo, mezclándose con el hedor de las alcantarillas y los desechos. Pero no le importaba.
Después de unos días se había acostumbrado a ese olor y ya no le molestaba.
"¿No sería más fácil evitarlo que acostumbrarte?"
Una vez más, las palabras de esa persona volvieron a resonar en su cabeza. Eran tan claras, como si él estuviera justo a su lado, susurrándoselas. A pesar de no haberlo visto en años, y de que su encuentro fue breve, su recuerdo se mantenía vivo en ella, como una llama persistente que nunca se apaga.
Su madre solía decir que hay personas que no necesitan pasar años contigo para que las recuerdes por el resto de tu vida. Y ahora, esas palabras cobraban más sentido que nunca.
Justo en ese momento, escuchó pasos aproximándose. El eco resonaba en las paredes estrechas del callejón. Instintivamente, tomó su túnica, una prenda raída y sucia, y la echó sobre su cabeza, cubriendo su rostro con el borde de la capucha. Luego, se encogió sobre sí misma, tratando de desaparecer entre los montones de basura que la rodeaban.
"Con suerte, nadie se molestará en mirarme", pensó, esperando que los pasos continuaran sin detenerse. En ese callejón olvidado por todos, lleno de desechos y ratas, era fácil pasar desapercibida. ¿Quién perdería el tiempo en fijarse en alguien tan insignificante?
Últimamente, su mente había empezado a acariciar la idea de irse de la capital. El caos de la ciudad ya no la protegía como antes. El ejército revolucionario, del que había oído hablar en susurros entre los refugiados, comenzaba a parecerle una opción. Unirse a ellos era una tentación creciente, una forma de darle un propósito a su vida.
Ya no tenía nada más que perder.
Y entonces pensó que si podía usar su único talento para ayudar a las personas y cambiar el curso del imperio, quizás valdría la pena seguir viviendo. Quizás, encontraría un propósito en medio de tanta oscuridad.
Los pasos continuaron acercándose, resonando en las paredes húmedas del callejón, y supo que la persona estaba a unos pocos metros de ella. Esperaba que siguiera de largo, que la ignorara como lo hacía todo el mundo. Pero, en lugar de eso, los pasos se detuvieron.
Se detuvieron justo frente a ella.
―¿Qué haces en un lugar como este?
La voz, baja y algo amortiguada, rompió el silencio. Ella no respondió, sus músculos se tensaron y su mano se aferró con más fuerza al cuchillo oculto bajo su capa. Lentamente, giró la cabeza, su cuerpo rígido, y levantó la mirada hacia la figura que tenía delante.
Negro. Fue lo único que pudo distinguir en la penumbra. La persona llevaba un abrigo oscuro con capucha, la cual estaba colocada tan baja que cubría completamente su rostro. El desconocido no parecía ser mucho más alto que ella; probablemente, tenían una estatura similar. Aunque, claro, ella nunca había sido especialmente alta.
La voz, aunque amortiguada, le resultaba extraña.
Ella no respondió de inmediato. Sabía que guardar silencio podría provocar que la persona frente a ella usara la violencia. Había visto ese patrón una y otra vez en las últimas semanas: nobles que bajaban a los barrios más pobres para divertirse con las vidas de los desafortunados. Y en cuanto encontraban la más mínima resistencia, desataban una furia desmedida, aplastando a cualquiera que se interpusiera en su camino.
Más de una vez había pensado en matarlos a todos. Tenía las habilidades, el odio, y las oportunidades. Pero sabía que eso traería consecuencias terribles. Si mataba a un noble, su familia no solo iría tras ella, sino que también castigarían a toda la gente de los barrios bajos. No sería como los otros hombres que había matado, aquellos cuya muerte no tuvo repercusiones. Matar a un noble era un asunto muy diferente.
Sus padres se lo habían repetido hasta el cansancio: "Nunca hagas enojar a un noble". Esa lección la había aprendido.
Su mano seguía aferrada al cuchillo mientras sus pensamientos giraban con rapidez. Tenía que decir algo antes de que la situación empeorara.
― Y-yo no tengo un hogar ― murmuró al fin, su voz apenas un susurro. No era una mentira, solo una verdad que había aceptado hacía mucho tiempo. Ahora, lo único que podía hacer era esperar. Esperar que el joven no intentara llevársela, como había visto hacer a otros con chicas de los barrios bajos, arrebatándolas de sus familias, de sus vidas, sin que nadie pudiera detenerlos.
Hubo un silencio incómodo. La figura frente a ella permaneció inmóvil por un momento, y luego habló nuevamente.
― ... entonces... ¿por qué no vienes conmigo?
La persona habló de nuevo, y Sheele apretó con más fuerza el cuchillo.
― ... aunque no te obligaré si no quieres ―dijo la figura con una voz aburrida, carente de emoción o interés.
Sheele notó un cambio en el ambiente, y escuchó cómo la persona comenzaba a levantarse, sus pasos alejándose lentamente hacia la entrada del callejón. Levantó la mirada justo a tiempo para ver cómo la figura se detenía por un instante, su sombra proyectada en las paredes sucias del callejón.
― pero sería un desperdicio... ―murmuró el desconocido mientras se quitaba la capucha que cubría su rostro. La luz de la luna, débil pero suficiente, iluminó sus facciones. Los ojos de Sheele se abrieron ligeramente, sorprendidos por lo que veía.
El rostro que emergió de las sombras era serio, con una mirada penetrante que parecía verlo todo.
― ...que te pudrieras en un lugar como este.
El joven la observaba fijamente mientras él extendía una mano hacia ella.
― En su lugar, deberías unirte a nuestra causa... Sheele.
Kai Chisaki la miraba, con la luna dibujando un halo de luz fría a su alrededor, esperando su respuesta.
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Kai observaba a la chica que estaba sentada frente a él. Sheele se veía exactamente como la recordaba. En realidad, no estaba seguro de si algo en ella había cambiado, tal vez porque, en aquel entonces, no le había prestado demasiada atención.
Ella estaba sentada en un sillón de la nueva sala de reuniones, un espacio diseñado con una estética minimalista. La habitación era sencilla, con una mesa de madera en el centro y dos sillones, cada uno con espacio para tres personas. Las paredes estaban pintadas de un blanco impecable, y el suelo, de madera pulida, crujía ligeramente bajo los pasos.
Kai la miró en silencio durante un momento. Lo primero que había hecho al traerla fue pedirle a Mashiro que le mostrara dónde podía tomar un baño y le proporcionara una muda de ropa limpia. Era evidente que Sheele no se había bañado en varios días, y aunque Kai había aprendido a tolerar muchas cosas en su entorno, prefería evitar estar cerca de alguien en ese estado si podía.
Sheele, ahora mucho más presentable, sostenía en sus manos una taza de té humeante. Su mirada seguía siendo distante, como si estuviera absorta en pensamientos lejanos. Kai observaba, esperando ver cuál sería su próximo movimiento.
La chica acercó la taza a su boca, pero en cuanto el líquido caliente tocó sus labios, soltó un pequeño grito y escupió el té sobre la mesa. Kai la miró durante un segundo, su expresión permaneciendo estoica, antes de levantarse sin prisa. Tomó un trapo y, con movimientos precisos, comenzó a limpiar el líquido derramado sobre la superficie de la mesa.
― Ten cuidado, todavía está caliente ―dijo Kai con una calma metódica mientras terminaba de limpiar la mesa.
― En verdad... ¿eres Chisaki...? ―murmuró Sheele, su voz apenas audible, como si estuviera tratando de confirmar algo lejano.
Kai se lo pensó por un momento, observando su expresión antes de asentir con calma.
― Sí, ha pasado un tiempo, supongo.
― Eras más alto... ―comentó ella, inclinando ligeramente la cabeza. Kai alzó una ceja, confundido por la observación. Definitivamente había crecido desde la última vez que se vieron, pero no tanto como para que fuera algo destacable.
― Las personas crecen con el tiempo ―respondió Kai con un ligero toque de sarcasmo mientras dejaba el trapo a un lado.
― Tampoco pude reconocer tu voz.
Kai asintió nuevamente, más para sí mismo que para ella.
― ¿Dónde está Masato-san? ―preguntó Sheele con una curiosidad suave, pero directa.
― Murió ―dijo Kai secamente.
Sheele se quedó en silencio por un momento, bajando la mirada hacia la taza de té que sostenía entre sus manos. La sala parecía aún más vacía en medio de ese silencio.
― Lo siento... ―murmuró ella, su tono era casi imperceptible, una disculpa automática, sin saber si tenía el derecho de decirla.
Kai, indiferente a la disculpa, continuó con lo que le importaba.
― De todas maneras, ¿has pensado en mi propuesta? ―preguntó, sus ojos afilados como siempre, observando cada pequeño gesto en el rostro de Sheele.
Ella levantó la mirada, encontrándose con los ojos de Kai por primera vez desde que entraron en la sala. Su expresión seguía siendo tranquila, aunque había algo más detrás de su mirada.
― En realidad, estaba pensando en unirme al ejército revolucionario... ―dijo Sheele, sus palabras saliendo lentamente, como si estuviera probando cómo sonaban. Luego, volvió a mirar su taza de té y, esta vez, sopló un poco antes de intentar beberlo de nuevo.
― ¿Es porque actualmente te están buscando? ―preguntó Kai.
― Sí. Incluso si aceptara unirme a ti, solo sería una molestia en mi estado actual ―respondió Sheele, con una mirada afligida.
― Ese inconveniente se puede arreglar de muchas maneras ―dijo Kai, cruzando los dedos sobre la mesa, su postura relajada pero atenta. Luego, añadió con un tono más calculador: ― Aunque no has preguntado qué es lo que busco o cuáles serían tus tareas.
Sus ojos se fijaron en ella, esperando su reacción.
― No creo que planees nada malo ―Sheele dijo con una sonrisa suave, que contrastaba con el ambiente tenso. Kai la observó un momento.― Después de todo, ayudaste a Mine esa vez, así que sé que no eres una mala persona.
¿Mine?
El nombre resonó en la mente de Kai por un instante. Recordaba vagamente a alguien con ese nombre, una chica, y también a su madre en aquel entonces. Sin embargo, nunca había prestado mucha atención a ellas, ya que Masato tampoco había mostrado particular interés en su destino.
Sheele parecía querer justificar su creencia en Kai, pero lo hizo de una manera sencilla, casi ingenua. Luego, su tono cambió ligeramente, volviéndose más oscuro.
― Pero, de todas formas, no sé de cuánta ayuda podría ser. Después de todo, soy inútil en casi todo... lo único en lo que soy buena es en arrebatar vidas ―dijo, bajando un poco la mirada, como si las palabras le pesaran. Levantó sus ojos, buscando una reacción en Kai, algún signo de rechazo o interés.
Sin embargo, su expresión permaneció inmutable, como si esa confesión no le sorprendiera en absoluto.
― Ya veo ―asintió ligeramente, sin rastro de juicio en su voz. ― No tienes que tomar una decisión en este momento. Después de todo, te estoy pidiendo algo muy peligroso.
Kai se levantó con una tranquilidad calculada, dándole fin a la conversación por ahora.
― Mashiro ―llamó en voz baja, y al instante, Mashiro, que había estado esperando fuera, entró en la habitación. Kai la miró por un momento antes de darle instrucciones. ― Cuida de Sheele hasta que se recupere por completo.
Kai se dirigió a la puerta con pasos firmes. Antes de salir completamente, se detuvo y miró a Sheele una vez más. A través del cubrebocas que siempre llevaba, se podía intuir una sonrisa .
― Lo lamento, pero no podrás salir libremente por un tiempo ―dijo, con un tono de disculpa . ― Después de todo, hay mucha gente buscándote.
Kai la miró fijamente por un momento, asegurándose de que comprendiera la situación en la que estaba. Sabía que no sería fácil para ella, pero era necesario.
― Diría que en una semana estarás lista. En ese momento, podrás decidir si quedarte y ayudarnos en nuestras metas... o irte con el ejército revolucionario.
Sheele, con la mirada algo perdida, levantó su mano como si quisiera decir algo o detenerlo, pero antes de que pudiera articular palabra, Kai ya había salido de la habitación, cerrando la puerta tras de sí con una firmeza suave.
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Kai caminaba hacia su oficina con su habitual aire de indiferencia. No esperaba que Sheele se opusiera tanto a unirse a él, pero tampoco le sorprendía. Aunque sería un desperdicio que terminara en el ejército revolucionario, solo para morir inútilmente en un campo de batalla, sabía que no podía detenerla.
"Nadie seguirá a un demonio sin corazón"
Sus ojos se entrecerraron levemente, dejando entrever una chispa de molestia. Pero siguió caminando, sin detenerse a pensar demasiado en ello.
Poco después, llegó a su pequeña oficina. Abrió la puerta con calma, pero lo primero que notó fue que alguien ocupaba su asiento.
― Podrías haber tomado otro asiento. Ahora tendré que desinfectar ese ―dijo con visible molestia, frunciendo el ceño al ver a la persona sentada cómodamente en su silla. ― ¿Qué asuntos te traen a la capital, Merraid?
Frente a él, Merraid lo miraba con una expresión divertida, como si disfrutara del malestar que había causado. Estaba sentada de manera despreocupada, cruzando las piernas, con una actitud desafiante que no coincidía con el tono serio de la oficina.
Merraid era una joven de cabello largo y negro, que ahora llevaba suelto. Debajo del ojo izquierdo, una marca de nacimiento añadía un detalle peculiar a su rostro. Sus uñas, largas y pintadas en un elegante tono violeta, combinaban perfectamente con el vestido morado fluido que llevaba, ceñido en la cintura por un cinturón a cuadros en blanco y negro. Había cambiado su estilo desde la última vez que Kai la vio, y el nuevo atuendo definitivamente llamaba la atención.
― Solo quería ver cómo te iban las cosas ―respondió ella, con un tono casual, como si su visita fuera una simple cortesía.
Kai la observó de arriba abajo, su expresión inmutable, aunque sus palabras transmitían su decepción.
― Esa ropa hace que llames demasiado la atención. Realmente no pareces una asesina profesional ―comentó con frialdad mientras se acercaba a su escritorio. Sin embargo, se detuvo en seco cuando notó un pequeño insecto que se arrastraba sobre la superficie de la mesa.
Sus ojos se entrecerraron nuevamente.
― ¿Eso es tuyo? ―preguntó, refiriéndose al insecto mientras su mirada permanecía fija en el bicho, sabiendo que, con Merraid, todo podía tener un propósito oculto.
Merraid sonrió ligeramente, un destello de satisfacción en sus ojos.
― Así es, recientemente he podido utilizar la herencia de mi clan, y se podría decir que tiene algo que ver con los insectos ―dijo, su tono revelando un orgullo casi palpable.
Kai hizo una mueca de desagrado, sin ocultar su repulsión.
― Suena poco higiénico.
― Pero tiene muchos usos ―replicó Merraid, levantando un dedo como si estuviera a punto de dar una lección. ― Por ejemplo, puedo usar los insectos para depositar huevos dentro de un objetivo y hacerlos eclosionar cuando yo desee.
Kai la miró con una mezcla de interés y escepticismo, entrecerrando los ojos mientras procesaba la información.
― Ya veo ―dijo, asimilando la naturaleza práctica y poco convencional de la técnica.
Un silencio momentáneo llenó la oficina, interrumpido solo por el leve zumbido del insecto en el escritorio. Finalmente, Merraid rompió el silencio.
― Entonces, ¿para qué me necesitas? Con la guerra extendiéndose por todas partes y con tantos encargos, soy una persona bastante ocupada.
Merraid se acomodó en su asiento, adoptando una postura más seria. Kai la miro fijamente antes de hablar.
― Quiero eliminar a alguien.
― Oh, ¿Quién podría ser? ―preguntó Merraid levantando una ceja, su curiosidad genuina, se inclinó un poco hacia adelante, mirando a Kai con una intensidad renovada.
― La recientemente nombrada general del imperio . . .―dijo, con una calma inquietante. ― . . . Esdeath.
Kai se quedó en silencio por un momento después, su rostro adquiriendo una expresión más seria. Sabía que enfrentarse a Esdeath no solo era un desafío, sino también una parte crucial de su estrategia para eliminar a sus mayores obstáculos antes de que se volvieran aún más peligrosos.
Era un paso que había decidido hace mucho tiempo.
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