Capítulo 35

Kai miró sus manos, que temblaban incontrolablemente. El tiempo que había pasado en aquel lugar sucio y maloliente había puesto a prueba su paciencia. El hedor de la basura acumulada, los pisos cubiertos de mugre, y las paredes agrietadas le generaban una constante sensación de incomodidad, pero había logrado mantener la calma. Por suerte, ninguno de los niños había intentado tocarlo, lo cual era un alivio.

No estaba completamente seguro de cómo habría reaccionado si alguien lo hubiese tocado de manera inesperada. El solo pensamiento de un contacto no deseado le provocaba un escalofrío. Tendría que lidiar con ese tipo de situaciones más seguido a partir de ahora. Sabía que tocar a alguien para curarlo o examinarlo, con un propósito claro y necesario, era una cosa, pero un roce casual, sin motivo aparente, era algo totalmente diferente para él. Lo perturbaba profundamente.

A pesar de su incomodidad, había aprendido algunas cosas interesantes de los niños.

Primero, le contaron sobre un accidente que había ocurrido en los últimos días, algo acerca de una chica que, impulsada por la venganza, había matado a un grupo de hombres. Uno de los niños afirmó haber presenciado el incidente de cerca, relatando con ojos muy abiertos cómo la chica había actuado con una rapidez mortal y una frialdad escalofriante, sin vacilar en ningún momento. El miedo palpable en su voz cuando describía la escena dejaba claro que había sido algo aterrador.

Carteles de "se busca" con la imagen de la chica estaban pegados en cada esquina de la capital. Había dos posibilidades, pensaba Kai: o la chica había escapado de la ciudad en cuanto pudo, o seguía escondida en algún rincón oscuro, aguardando en las sombras.

Kai no estaba seguro de cuál de las dos opciones era la verdadera.

Sabía quién era esa mujer. Aunque al principio, al ver su rostro en los carteles de "se busca" en la entrada de la capital, se había sentido desconcertado, ahora no le quedaba ninguna duda. Era ella.

Lo segundo que encontró interesante en su conversación con los niños fue lo que le dijeron sobre los nobles de la ciudad. Al parecer, se entretenían jugando con las vidas de las personas de los barrios bajos. Kai casi dudó de la veracidad de esas afirmaciones; no podía creer que los nobles fueran tan descarados. Pero, tal vez, así era el mundo: un lugar donde los poderosos manipulaban las vidas humanas como si fueran piezas en un tablero de juego, sin ningún remordimiento.

Kai se detuvo frente a un edificio. Este era el lugar que Mera le había indicado. El edificio era tan discreto que podría haber pasado desapercibido fácilmente, una característica que él consideró favorable. No había señales distintivas ni carteles, solo una fachada gris y olvidada que se confundía con el paisaje urbano.

Cuando entró, lo primero que notó fue el hedor a alcohol barato mezclado con tabaco rancio. Era un bar, pero no uno de los elegantes, llenos de vida. Este lugar parecía abandonado, salvo por un par de borrachos tirados en las esquinas, con las cabezas caídas sobre las mesas como si el mundo exterior ya no existiera para ellos. Las mesas y sillas eran de madera desgastada, arañadas por el uso y maltratadas por el tiempo.

Frente a él, detrás de una barra sucia y llena de barriles de vino, estaba el hombre que atendía el lugar. Parecía un anciano, con el cabello gris y sucio, y una expresión permanentemente aburrida en su rostro arrugado. Kai notó que el vino de los barriles no olía particularmente bien, probablemente tan amargo como la atmósfera del local. Sin embargo, entró y tomó asiento, sintiéndose observado por los ojos cansados del tabernero, que lo miraba con una mezcla de desinterés y leve curiosidad.

El viejo lo contempló en silencio por un momento, como si tratara de decidir si valía la pena dirigirle la palabra.

―Vaya, los mocosos son bastante precoces ―dijo el hombre con un tono burlón. Kai lo miró un instante, manteniendo la calma antes de responder.

―Vengo de parte de Merraid.

No pasó ni un segundo antes de que sintiera el frío acero de un cuchillo contra su cuello. Con un movimiento leve de sus ojos, pudo ver al borracho que momentos antes estaba desplomado en la esquina, ahora detrás de él. No había escuchado sus pasos, ni el más mínimo sonido que delatara su avance. 

Sin moverse bruscamente, Kai notó que su propia daga estaba a centímetros de hundirse en el abdomen del hombre, lista para abrir una herida mortal en sus intestinos si la situación lo requería. 

―No deberías mencionar ese nombre como si nada ―gruñó el hombre detrás de él, su voz impregnada de amenaza―. Alguien podría cortarte la lengua.

―A mí tampoco me agrada ese nombre, en lo absoluto ―respondió Kai, sin mostrar el más mínimo temblor en su voz―. Pero, como dije, ella me indicó este lugar.

El hombre frente a él lo miraba ahora con un ceño profundo, sus ojos escudriñando cada palabra, cada gesto, buscando alguna mentira. Kai entendió de inmediato lo que quería. Quería una prueba, algo que confirmara que lo que estaba diciendo era verdad.

Sin prisa, Kai metió la mano en el bolsillo de su abrigo y sacó una pequeña nota doblada con cuidado. Era un simple papel en blanco, aparentemente sin valor alguno, pero su significado no residía en lo visible.

―Ella dijo que sabrías cómo leer esto ―dijo Kai, dejando el papel en blanco sobre la mesa frente al hombre. El tabernero lo observó por un momento, sus ojos evaluando el simple trozo de papel antes de asentir en silencio. Tomó el papel y, sin decir una palabra más, se levantó y desapareció en la parte trasera del lugar.

Mientras tanto, el hombre que mantenía la daga en su cuello no se movió ni un centímetro. Su mirada seguía fija en Kai, vigilante, y Kai tampoco hizo el intento de guardar su propia arma. 

Pasaron diez minutos en completo silencio. Finalmente, el tabernero regresó. Esta vez, con un simple gesto de su mano, indicó al borracho que bajara su arma. El hombre obedeció, retirando la daga de manera casi desapercibida y regresando a su rincón sombrío, como si la escena nunca hubiera ocurrido.

―Ven ―dijo el anciano, su voz áspera pero autoritaria, mientras hacía un gesto para que lo siguiera. Kai, sin dudarlo, caminó detrás de él, sus pasos resonando en el suelo de madera desgastada.

El anciano lo guió hacia una escalera que descendía a un nivel subterráneo. Al bajar, fueron recibidos por una bodega oscura y polvorienta, llena de barriles de vino. El polvo cubría todo, desde las superficies hasta las esquinas, como si nadie hubiera estado allí en años. Kai frunció el ceño por un momento, su disgusto ante la falta de limpieza evidente.

Sin embargo, no se detuvieron allí. El hombre condujo a Kai hacia una pared de piedra aparentemente normal. Con un movimiento rápido, reveló una entrada secreta oculta tras un muro, y ambos entraron en una pequeña habitación escondida. El lugar era sencillo, casi claustrofóbico, con apenas el espacio suficiente para un escritorio y dos sillas. Una de las sillas era visiblemente más cómoda, con cojines gastados pero aún suaves, mientras que la otra parecía incómoda y rígida, como si fuera destinada a aquellos que venían a negociar.

El anciano se dejó caer en la silla más cómoda, su semblante inmutable mientras entrelazaba los dedos y miraba a Kai con una mezcla de curiosidad y desdén.

―Entonces, ¿Qué es lo que quieres? ―preguntó, su tono directo, dejando claro que el tiempo de los juegos había terminado.

―Necesito conseguir un lugar donde quedarme ―dijo Kai, su tono directo mientras sus ojos se mantenían fijos en el hombre. ―Tengo suficiente dinero para pagarlo. Necesito dos edificios con al menos cinco habitaciones en los barrios bajos, además de una fachada que no llame la atención para uno de ellos. Y también necesito tu ayuda para encontrar a una persona.

El anciano lo observó en silencio por un momento, evaluando la solicitud. Luego, entrecerró los ojos, como si estuviera procesando lo que acababa de escuchar.

―Supongo que, viniendo de parte de Merraid, debería asumir que quieres ser discreto ―respondió el hombre.

―No necesariamente. En los barrios bajos, quiero que la fachada sea la de un consultorio médico, algo que parezca útil pero que no levante sospechas. Para el otro edificio, quiero algo mucho más discreto y que, obviamente, tenga un sótano.

El anciano asintió lentamente, como si ya estuviera haciendo cálculos mentales sobre lo que implicaba esa solicitud.

―Puedo conseguirte esos lugares y preparar todo como lo pides, pero no será barato ―dijo, con un leve encogimiento de hombros, como si el costo fuera un hecho ineludible.

―No hay problema ―respondió Kai sin titubear. Con un movimiento fluido, sacó una bolsa pesada de oro de entre sus ropas y la dejó sobre la mesa con un suave sonido metálico. ―Considera esto el pago inicial.

El hombre tomó la bolsa sin prisa. Abrió ligeramente la bolsa para echar un vistazo al contenido. Tras examinarlo durante unos segundos, asintió, satisfecho.

―Está bien ―dijo, cerrando la bolsa con un nudo firme―. Me tomará aproximadamente un mes preparar todo lo que me has pedido. Mientras tanto, puedo conseguirte un lugar temporal para que te quedes. Entonces, ¿Quién en la persona que estas buscando?

Kai sacó de entre sus ropas un cartel de "se busca" que había encontrado tirado en la calle. Lo dejó sobre la mesa frente al anciano.

―Esta persona ―dijo, señalando la imagen en el papel.

El hombre miró el cartel por un momento, sus ojos se entrecerraron mientras lo examinaba con detenimiento. Luego, levantó la vista hacia Kai con una expresión de sospecha.

―¿Una antigua conocida? ―preguntó el anciano.

―Supongo que solo estoy siendo un poco nostálgico ―respondió Kai, alzando los brazos en un gesto despreocupado, como si aquella cacería no fuera algo particularmente importante para él.

El hombre entrecerró los ojos, aún sin estar completamente convencido.

―Si está siendo buscada, obviamente no quiere ser encontrada ―añadió el tabernero, volviendo su atención al cartel.

Kai esbozó una sonrisa fría. 

―Tengo mis sospechas de que aún podría estar en la capital, probablemente escondida entre los barrios bajos. Si no puedes encontrarla, no me preocupa. No quiero gastar demasiado dinero en una búsqueda que no conduzca a nada.

El anciano asintió lentamente, sus dedos tamborileando sobre la mesa mientras reflexionaba sobre la situación.

―Si aún está en la capital ―dijo el hombre después de un momento de silencio―, entonces no debe ser muy lista para permanecer en un lugar tan peligroso sabiendo que la buscan.

Kai intentó recordar algo más sobre la chica, pero su memoria estaba borrosa. Había pasado tiempo desde la última vez que pensó en ella, y los detalles se le escapaban como arena entre los dedos. Lo único que recordaba con claridad era que conoció a Masato. Sin embargo, su inteligencia, o la falta de ella, no era algo que pudiera afirmar con certeza.

―No sé si es estúpida o no ―admitió Kai, su tono más reflexivo―. Solo encuéntrala... por una semana. Si después de ese tiempo no encuentras nada, puedes olvidarte del asunto.

― entiendo. ― el hombre dijo mientras asentía ligeramente.

Kai miró al hombre con calma antes de hablar nuevamente.

―Y ya que estamos aquí, necesito que respondas algunas preguntas.

El anciano esbozó una leve sonrisa, una que apenas se insinuaba en las comisuras de sus labios.

―Te costará extra ―respondió con aire de suficiencia.

Kai asintió sin inmutarse, como si ya lo hubiera anticipado.

―Primero, ¿tienes alguna forma de contactarte con el ejército revolucionario?

La expresión del hombre cambió al instante, entrecerrando los ojos con una mezcla de cautela y peligro.

―¿Tienes algún asunto con el ejército revolucionario? ―preguntó el anciano, su voz cargada de desconfianza.

Kai lo observó con aburrimiento en sus ojos, sin mostrar ningún tipo de tensión.

―¿Asuntos? ―repitió con desdén, inclinando la cabeza ligeramente―. Supongo que sí. Quiero hablar con alguno de sus líderes para explorar la posibilidad de establecer una relación de cooperación.

―¿Cooperación? ―el anciano levantó una ceja, ahora visiblemente más intrigado, su expresión se volvió calculadora.

―Sí, no me agrada el Imperio tal como está actualmente ―dijo Kai, su tono impasible, como si hablara de algo tan trivial como el clima. No había emoción en sus palabras, solo una fría y calculada sinceridad. El anciano lo miraba fijamente, como si intentara descifrar sus verdaderas intenciones.

―¿Realmente crees que un líder de una facción como esa se arriesgaría a reunirse contigo, así como así? ―preguntó el hombre, su voz impregnada de escepticismo.

Kai dejó escapar una ligera sonrisa, extendiendo las manos en el aire, como si la respuesta fuera obvia.

―Por supuesto que no. ―Su tono seguía siendo relajado―. Tengo planeado moverme hacia las fronteras del norte en algún momento del futuro. Si es posible, me gustaría reunirme con alguno de sus líderes en ese momento.

El anciano frunció el ceño, visiblemente sorprendido.

―¿Irás hasta ese territorio?

―Es actualmente el mayor obstáculo que tiene el Imperio, así que obviamente no permitiré que caigan tan fácilmente. ―Sus palabras eran firmes, pero desprovistas de cualquier emoción. Luego, añadió en un tono más bajo, casi como si hablara consigo mismo―. Cien mil soldados y una población de más de cuatrocientas mil personas...

Hablaba de las fuerzas del reino del norte, una nación que había resistido la invasión imperial durante años, pero que, inevitablemente, estaba destinada a caer. Kai había escuchado rumores sobre un héroe que había logrado unificar a varias tribus en una resistencia considerable contra el avance imperial. Una hazaña impresionante, pero insuficiente a largo plazo.

―Favorecidos por el terreno y el clima ―continuó Kai, con una mirada distante―, las fuerzas imperiales gastarían demasiados recursos solo para mantener a sus soldados en el frente y proporcionarles suministros. El invierno sería implacable, y el terreno montañoso desgastaría sus fuerzas.

Sin embargo, Kai no se hacía ilusiones. Incluso con esas ventajas, sabía que las tribus del norte eventualmente caerían. La maquinaria del Imperio era implacable. Y si ese obstáculo desaparecía, el Imperio solo se haría más fuerte. Necesitaba ayudarlos, no por compasión, sino porque cualquier resistencia que debilitara al Imperio era una ventaja para él.

El anciano lo miró en silencio durante unos segundos, evaluando lo que acababa de escuchar.

―Supongo que podría intentarlo ―respondió el hombre, claramente molesto por la petición―, pero no te garantizo nada.

Kai asintió ligeramente, aceptando las condiciones.

―¿Cuándo piensas hacer ese viaje? ―preguntó el anciano con un tono curioso.

Kai se tomó un momento para pensarlo, midiendo los tiempos y los riesgos.

―En un año ―respondió finalmente. 

El hombre asintió lentamente, y justo cuando parecía que la conversación había terminado, Kai lanzó una última pregunta, su tono más serio que antes.

―Por cierto... ¿Qué sabes de Esdeath?

El anciano se quedó en silencio por un momento. El nombre resonaba en la habitación como un eco oscuro, y la expresión del hombre se tensó ligeramente, como si ese nombre trajera consigo una carga peligrosa.

―Ella... Su nombre se ha vuelto bastante popular recientemente por sus logros en las batallas del norte. Escuché que fue ascendida a general. ―La noticia hizo que el cuerpo de Kai se tensara ligeramente, aunque apenas perceptible.

―¿Tienes información sobre sus habilidades? ―preguntó Kai.

El anciano hizo una pausa, pensando cuidadosamente en lo que había escuchado sobre ella.

―Bueno, en general, se dice que es despiadada y feroz en la batalla. Si la mitad de las historias que circulan sobre ella son ciertas, no me sorprendería que en unos años se convierta en un pilar dentro de las fuerzas del Imperio.

Kai asintió lentamente, procesando la información. 

―Ah, también escuché que fue convocada por el emperador para recibir una recompensa por sus resultados en el campo de batalla. Aunque esto es solo un rumor, y no tengo manera de confirmarlo. Sin embargo, estoy casi seguro de que está en la capital en estos momentos. ―El anciano añadió esto último como si fuera una ocurrencia tardía.

Kai entrecerró los ojos, sus pensamientos acelerándose ante la posibilidad de encontrarse con Esdeath en la misma ciudad.

―Eso suena... como una molestia ―dijo tranquilamente.

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Después de concluir las negociaciones y acordar los plazos de pago, Kai dejó el lugar. Había arreglado todo para trasladarse a una ubicación más segura y comenzar a moverse discretamente a partir de ese momento. A medida que avanzaba por las calles, miró al cielo. Se estaba nublando, algo inusual para esa época del año. 

El camino hacia la destrucción de un imperio que había perdurado más de mil años no era solo difícil; era casi imposible. Reconstruir algo nuevo sobre las ruinas de un régimen tan antiguo podría llevar generaciones, y Kai no estaba seguro de si vería el resultado en su propia vida.

Al alzar la vista, se encontró mirando hacia el enorme palacio que dominaba la capital. Majestuoso y opresivo, sus torres se elevaban cientos de metros hacia el cielo, como si quisieran tocar las nubes mismas.

Kai miró sus manos, cubiertas por sus guantes, y cerró los puños con fuerza.

"La gente no seguirá a un demonio sin corazón."

Esas palabras resonaban en su mente, más intensas que nunca. Pero, ¿de quién eran? No lograba recordarlo. Nunca había tenido sueños, o al menos no lo recordaba. Para él, dormir era sumergirse en un vacío absoluto, una oscuridad sin sueños hasta que abría los ojos nuevamente. Sin embargo, últimamente, cada vez que intentaba descansar, esas palabras se repetían en su cabeza, persiguiéndolo en la quietud de la noche.

Había comenzado a usar pastillas para evitar dormir, intentando huir de esas frases que lo atormentaban. 

Pero por mucho que usara drogas, y aunque cuidaba su alimentación, no podía escapar de la necesidad básica de dormir. El cansancio eventualmente se colaba en su mente. Aunque su rostro no mostraba signos de fatiga —sin ojeras ni cansancio aparente—, mentalmente se sentía cada vez más agotado.

Los lugares que había visitado recientemente, llenos de suciedad y personas enfermas, no ayudaban. Necesitaba un baño adecuado, seguido de una noche de sueño reparador, le permitirían recuperarse. No podía permitirse seguir en ese estado si quería crear el mundo que Masato había deseado.

Kai caminó lentamente hacia la posada donde se estaba quedando, sus pensamientos pesados pero decididos. Sabía que debía cuidar de sí mismo si quería mantenerse fuerte para lo que estaba por venir.

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Era una noche estrellada, en medio de un lugar alejado de una pequeña villa llamada Rousei. El cielo despejado permitía ver miles de estrellas, brillando como diamantes en la vasta oscuridad. En ese entorno tranquilo y remoto, se encontraba un cementerio olvidado, donde lápidas antiguas se alzaban, algunas inclinadas por el paso del tiempo, extendiéndose por un terreno amplio y silencioso.

La sangre manchó el suelo y comenzó a extenderse lentamente, formando un charco oscuro y viscoso sobre la fría tierra. La escena estaba envuelta en un inquietante silencio, roto solo por el susurro del viento que agitaba suavemente las hojas de los árboles cercanos.

Había dos chicas en el lugar, pero una de ellas yacía inmóvil, su vida extinguida. Las heridas que se extendían por todo su cuerpo eran una prueba innegable de su violento final. La segunda chica, de unos 15 años o quizás menos, tenía el cabello de un profundo color negro que contrastaba con su piel pálida. Vestía ropas de color blanco, aunque ahora estaban manchadas de sangre. Con manos temblorosas y ojos llenos de dolor, abrazaba el cuerpo sin vida de la primera.

A pesar de que la había matado, y aunque lo volvería a hacer si se lo ordenaran, la chica de cabello negro no sentía alegría en esos momentos. Tampoco sentía realización. El acto que acababa de cometer, aunque necesario, no la llenaba de satisfacción. La única emoción que experimentaba era un amargo vacío que se extendía por su pecho, consumiéndola lentamente.

La chica de cabello negro no sentía alegría en esos momentos, tampoco sentía realización, a pesar de que este era su primer paso para reunirse con su hermana pequeña. Aunque la mujer que había matado la había atacado primero y sin duda la habría asesinado si no hubiera sido más fuerte, lo único que ella sentía era un amargo sentimiento que se extendía por todo su pecho.

Con manos temblorosas, la chica movió su mano y acarició la mejilla de la mujer, cuya piel estaba fría y cuyos ojos seguían abiertos, vacíos y sin vida. La boca de la mujer, llena de sangre, parecía intentar pronunciar una última palabra que nunca sería escuchada.

La chica comenzó a llorar en ese momento, sus lágrimas cayendo sobre el rostro inerte de la mujer. Había matado a alguien que había conocido durante tantos años, alguien que había sido una espía.

Porque estaba en contra del imperio.

Porque era su objetivo a eliminar.

Y aun así, no estaba para nada contenta.

Las lágrimas de la chica, que caían como perlas brillantes bajo la luz de las estrellas, eran testigos silenciosos de su dolor y su conflicto interno.

Porque era su objetivo a eliminar.

Y aun así, no estaba para nada contenta.

La chica de cabello negro y ojos rojos derramó lágrimas. 

Las lágrimas caían lentamente por sus mejillas, brillando como cristales bajo la luz tenue de la luna. Su cuerpo temblaba ligeramente mientras sollozaba.

La noche estrellada que la rodeaba parecía indiferente a su dolor, ofreciendo un contraste cruel a su tormento interno.

―  . . .Martha. ― La chica susurro el nombre de su victima, como si se despidiera de ella, para siempre.

La vida de Akame como asesina había comenzado.

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