Capítulo 5 - El viaje inesperado

"El que está acostumbrado a viajar, sabe que siempre es necesario partir algún día" - Paulo Coelho

El doctor Foster sigue hablando, pero yo hace tiempo que no le escucho. Miro al suelo, pensando en todas las cosas que acabo de descubrir, preguntándome cómo es posible que mi vida haya cambiado tanto en poco más de un mes. Hasta hace nada mi única preocupación era aprobar los exámenes, ir pensando qué iba a ser de mi tras acabar segundo de bachiller y pensar si ganaríamos ese año la liga de voleibol; ahora mi preocupación es cómo deshacerme de un alienígena con apariencia de demonio, todo lo demás me parece secundario, banal.

 –   En la Institución Eneas podremos investigar mejor todo esto  – continúa –. Ya hemos refugiado a varios como vosotros y es increíble los avances que hemos obtenido. No puedo explicarte mucho más, pero en cuanto lleguemos mi jefa se encargará de ponerte al corriente. Yo sólo estoy aquí para llevarte hasta ella.

La salita queda en silencio. Tardo en descubrir que todos me están observando, esperando algún tipo de reacción por mi parte. Carraspeo, nerviosa.

 –  ¿A dónde vamos a ir?

 –  A la Institución Eneas, en Canadá – explica Luna –. ¿Nos estabas escuchando?

Debería mentirle y decirle que sí, que la he escuchado pero que no había oído bien, pero me quedo tan paralizada tras la noticia que no me salen las palabras. Asimilo lo que acaba de decir y me siento terriblemente pequeña e indefensa, jugando una partida a la que me he visto involucrada sin quererlo, movida por los hilos del destino.

 –  No pienso marcharme de aquí  –. Intento sacar todas mis fuerzas y enfrentarme a ellos. No soy ninguna marioneta, quiero decidir por mí misma qué hacer, e irme a Canadá no entra dentro de mis planes.

Luna se gira, observándome con una mirada recriminatoria.

 –  ¿Qué estás diciendo, Alex? ¿No entiendes que si nos quedamos aquí nos matarán y pondrás a todos tus seres queridos en peligro?  – . Luna empieza a alterarse por momentos, mi actitud le ha molestado.

Intento pensar fríamente y analizar lo que ocurre, dándole vueltas a lo que acaba de decir; no me hace gracia marcharme con unos desconocidos a otro país, pero no puedo evitar darle la razón mentalmente. El corazón se me rompe en pedazos al pensar en todas las personas que se estarán preguntado dónde estoy ahora, no quiero hacerles pasar por eso, pero tampoco quiero ponerles en peligro por mi culpa.

Me imagino a los policías tomando notas a las puertas de mi casa, a mi madre llorando pensando lo peor y a Michael a su lado, intentando consolarla. Michael... él no estará con ella;  también deben de estar buscándolo. Recuerdo su expresión tranquila al intentar salvarnos y me arrepiento de haberle tratado tan mal estas semanas.

 –  ¿Qué pasó con Michael?  – . La pregunta les pilla por sorpresa.

 –  ¿Michael?  – . El doctor Foster no sabe de quién hablo.

 –  El chico que les acompañaba...  – le recuerda Leonard.

 –  Lo siento mucho, no sabemos qué ha sido de él  –. Noto verdadera pena en su voz, pero no puedo evitar sentir rabia. Rabia porque no se han molestado en salvarle.

Me lo imagino encerrado en un lugar oscuro, magullado y sediento. Quizás se arrepiente de haberme ayudado. Quizás mantiene la esperanza de que vaya a rescatarle, cual guerrera. Quizás... quizás está muerto.

Tiemblo al pensarlo, convenciéndome de que es imposible, y pongo en orden mi cabeza, haciendo una completa mudanza de aquello que siempre creí a lo que ahora es real para mí. Aspiro con fuerza.

 –  Está bien, iré con vosotros  – Mi decisión les alegra  – . Pero con una condición: prometedme que haréis todo lo posible por rescatar a Michael.

Llevándose la mano derecha al corazón e inclinado levemente, el doctor Foster me mira con una fuerza que me hace sentir repentinamente débil.

 –  Te lo prometo.

Y no puedo evitar confiar en sus palabras.

Esa misma noche abandonamos nuestro hogar temporal en una antigua furgoneta que durante todo el camino gruñe, dispuesta a romperse en pedazos en cualquier momento. El plan es simple: coger un bus desde Barcelona que nos llevará sin demora a París, donde embarcaremos en un avión rumbo a nuestro destino. Nunca he subido en avión, así que estoy aterrada y emocionada al mismo tiempo.

Es la primera vez que salgo de España. Mi padre era inglés pero, tras su muerte, el leve contacto con mi familia anglosajona se perdió por completo, dejando sólo un nombre que, según mi madre, había elegido mi abuela antes de que naciese.

Michael era mi único contacto con el mundo más allá de España. Recuerdo que llegó con sólo nueve años a la escuela, por ese entonces tenía un fuerte acento irlandés y la cara poblada de pecas. Él hizo que dejase de ser esa niña rara que hablaba con su padre muerto. Me aceptó como a una hermana más, tendiéndome la mano cuando yo era incapaz de levantarme por mí misma. De todos mis amigos, él es el único que me conoce lo suficiente como para saber lo que pasé por esa época.

Pensar en mi añorado amigo hace que pase todo el viaje en silencio. Tengo varias preguntas sin respuesta que quiero hacerle a Luna, pero ella anda perdida entre cabezadas varias y divagaciones, haciendo que me vea obligada a darle más vueltas a las cosas de las que querría. Con todo esto, ni siquiera he podido hablar seriamente con ella sobre el demonio que le acompaña.

Deben de ser las dos de la madrugada cuando llegamos a Barcelona y subimos al autobús, prácticamente fantasma. Cansada ya de tanto ir y venir caigo sumida en un profundo sueño, del que despierto cuando finalmente llegamos a París, con un brillante sol anunciando un nuevo día.

El autobús nos deja bastante cerca del que va a ser nuestro hotel durante escasas horas, pero tengo las piernas tan entumecidas del largo viaje que casi me parece un milagro ver aparecer el oscuro y silencioso hostal, situado entre dos estrechas callejuelas, donde podré por fin echar una cabezada en una cama de verdad.

En la entrada, una joven pequeña, de cara ancha y pelo corto nos espera con una sonrisa pintada en unos labios. Durante unos minutos habla con nuestros acompañantes, pero no consigo entender lo que dicen así que la despedida de Leonard y el doctor Foster me pilla por sorpresa.

   –    Alice os acompañará el resto del viaje. Con ella estaréis en buenas manos –. Leonard nos da dos sonoros besos a cada una y no deja de hablar, como si le diese cierta pena despedirse de nosotras.

      –    Buena suerte –. Es lo único que oímos decir al doctor Foster antes de marchare, silencioso, por donde hemos venido.

Miro a mi nueva guía y protectora, sintiéndome aún más vacía que antes. Estoy en un mundo que no me pertenece, las cosas que creía ya no son y las que son ahora antes eran imposibles. Quizás yo tampoco soy la misma persona que era antes de coger ese autobús.

Alice no nos deja salir de la habitación, así que pierdo definitivamente mis esperanzas de ver ese lugar que tantos llaman la Ciudad de la Luz. Las horas pasan y en cada una de ellas mi deseo de coger ya ese avión aumenta. Dormimos un rato, pero estamos la mayor parte de la mañana esperando a nuestra guardiana, que se ha marchado misteriosamente mientras paseábamos por el mundo de los sueños.

Lo bueno de esta situación es que finalmente puedo hablar de verdad con Luna. Es curioso, estamos pasando por todo esto juntas y prácticamente no sé nada de ella. En esas horas descubro que, aunque es dos años más pequeña, tiene la cabeza mucho más amueblada que yo, que tiene un hermano mayor al que prácticamente no ve y que parece haberse leído más libros que tres personas juntas. No nos parecemos mucho, pero a ambas nos gusta Lana del Rey, así que eso nos mantiene entretenidas durante un rato.

 –  ¿Cómo se llama? –  me pregunta, cuando la conversación empieza a decrecer.

 –  ¿Quién?

 –  Tu... alienígena  –.  Se nota que no sabe muy bien como llamar a esas criaturas.

Simplemente me encojo de hombros.

 –   No me ha dicho su nombre.

Eso la sorprende. Se incorpora y me mira fijamente a los ojos.

 –  ¿Lo dices en serio?

 –  Él y yo... bueno, no nos llevamos muy bien  –. De reojo, observo a mi eterno acompañante, que hace como que no presta atención a nuestra conversación.

 –  Vaya... así que no sabes usar sus poderes.

Parece esperar una contestación, pero no recibe más que un inesperado silencio por mi parte. Ni siquiera sabía que tenían poderes, aunque eso explica lo que ocurrió cuando discutía con esas niñas, hace varios días atrás.

 –  Se llama Negurumi. Yo la llamo Negu  – Tardo en comprender que habla de su propio acompañante invisible  –. Dice que le caes bien y que debemos confiar en ti.

Eso, por alguna razón, me consuela. Por lo menos a uno de esos seres le resulto amable.

 –  ¿Sabe cómo acabaron aquí?

 –  No se acuerda de nada. Creo que a todos les pasa lo mismo.

Suspiro. Así que tengo un alienígena maleducado pegado a mí que ni siquiera sabe cómo ha ido a parar a nuestro planeta.

–        ¿Qué les hiciste exactamente a esas niñas?

–        Simplemente les ordené lo que tenían que hacer y me obedecieron – se encoje de hombros como si no fuese para tanto, pero noto el orgullo en su voz al explicarme su poder –. Eso es lo que puedo hacer: meterme en la mente de los demás y hacer que me obedezcan.

–        Vaya, ¡menudo poder! Seguro que, con la suerte que tengo, mi poder es algo como calentar la leche o derretir el queso.

Luna va a decir algo más, pero suenan las llaves y Alice entra en la habitación, todavía sonriente. Viene bastante cargada, así que entre las dos le ayudamos, dejando a un lado la conversación.

Por fuera sonrío, pero por dentro una marabunta de sentimientos me invade. No puedo evitar sentirme un tanto estúpida por no saber algo tan simple como un nombre.

Después de comer unos bocatas de pollo y mayonesa que llenan nuestros hambrientos estómagos escasamente, Alice empieza a sacar más y más cosas de las bolsas, sin dejar de hablar en ningún momento.

 –  Ahora mismo sois un blanco fácil, chicas. Mi trabajo es hacer que a esos canallas les sea más difícil identificaros.

El resto de la tarde lo pasamos entre tintes y maquillaje, con Alice contándonos aventuras de algún que otro trabajo similar. Luna, obediente, hace todo lo que le ordena sin rechistar, pero yo pongo mala cara mientras veo cómo van cayendo los finos mechones de mi cabello al suelo del baño.

Al acabar me miro en el espejo y no me reconozco. Me ha cortado el pelo y ahora es unos tonos más claro que mi color natural, adiós a la melena que con tanto empeño estaba intentándome dejar. Se ha deshecho de mi uniforme y me ha obligado a ponerme unos vaqueros altos y un camisa de topos. El resultado es espectacular; parezco bastante más mayor, como si no fuese ya al instituto. La ropa me sienta tan bien que me pregunto cómo puede tener tan buen ojo para elegir mi talla sin ni siquiera haberme preguntado.

Me giro para ver a luna y un gritito de sorpresa se ahoga en mi garganta, parece una persona totalmente diferente. Lleva el pelo un poco más arriba de los hombros y de un color negro azabache que le da un toque a muñeca de porcelana. Me sorprende verla tan tranquila, si yo tuviese un pelo tan bonito como el suyo lloraría del cambio que le han hecho. Ella también parece más mayor, el negro acentúa sus facciones. Al ver cómo la miro fijamente sonríe con timidez, pero no me dice nada.

–        Tranquilas, el tinte se os irá yendo tras varios lavados.

Eso debería animarme, pero yo sólo puedo pensar en la cantidad de pelo que ha quedado en el lavabo.

Al terminar salimos del hotel y cogemos un taxi rumbo al aeropuerto. Alice habla con fluidez el francés, así que no es complicado hacernos entender en toda la trayectoria. Miro por la ventana, triste por no poder ver un poco más esa ciudad que siempre quise conocer.

Hace tiempo le prometí a Michael que la primera vez que fuese a París sería con él para visitar Disneyland. No puedo evitar sentirme un poco culpable por haber roto mi promesa; sólo espero tener la oportunidad de volver algún día con él.

Llegamos a la terminal y nos sentamos a esperar pacientemente, intentando pasar desapercibidas. Dos horas más tarde estamos despegando, dejando atrás París. Rumbo a Canadá.

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