Capítulo 4 - El doctor Foster

"Si los extraterrestres nos visitaran, el resultado no sería muy diferente a la llegada de Colón a América. Y ya sabemos que no fue muy bueno para los nativos americanos." - Stephen Hawking

Abro los ojos. El mundo a mi alrededor es difuso, compuesto por motas de luz brillantes y cegadoras; parpadeo varias veces antes de poder ver definidamente las tres bombillas que, sin nada que las rodee, cuelgan encendidas sobre un techo donde manchas de humedad empiezan a convertir su anterior tono blanco en uno más oscuro y sucio.

Estoy tumbada en un catre duro, envuelta en unas finas sábanas color huevo. Me incorporo para observar detenidamente la habitación: las cuatro paredes albergan sólo la estrecha cama y una cómoda con tres cajones de un color azul apagado. Compruebo con sorpresa que alguien me ha vestido con un fino pijama, a juego con la silenciosa habitación.

Sentado en el suelo, con cara de aburrimiento, mi demonio me ignora deliberadamente.

–        ¿Dónde estamos? – pregunto.

Como respuesta, encoje levemente los hombros, mirando mientras la puerta de metal macizo que tiene enfrente. Pongo los ojos en blanco y salgo de la cama para observar la puerta y esa cómoda, las únicas cosas interesantes de la habitación; me estremezco levemente cuando mis pies descalzos rozan el frío suelo.

Todavía sigo un poco amodorrada por la droga, así que tardo más de lo normal en tenerme en pié y llegar hasta la puerta. Me sorprende no encontrar el pomo, debe de abrirse solamente desde fuera. Tras mis inútiles intentos por abrirla, avanzo hacia el casillero; después de todo, no tengo otra cosa que hacer.

Intento abrir el primer cajón. Cerrado.

Pruebo con el segundo. Ocurre exactamente lo mismo.

Exasperada, tiro con fuerza del último cajón que, para mi sorpresa, se abre sin ningún esfuerzo. Dentro, doblado con mucho cuidado, se encuentra el uniforme que llevaba puesto para ir al instituto. Al cogerlo, el olor a limpio inunda mis sentidos; alguien se ha molestado en borrar el sudor que había empapado todo el polo en nuestra huida. Descubro también que debajo de la cómoda se encuentran mis zapatos, limpios y lustrosos como si acabase de comprarlos.

Me visto y, sin decir nada, me siento al lado de mi compañero etéreo, observando como hace él la puerta. Al principio me mira con extrañeza pero, por el rabillo del ojo, veo que una media sonrisa se ha dibujado en su rostro.

No decimos nada en lo que parecen horas.

–        ¿Tú también te has quedado dormido? –. La pregunta, aunque un tanto estúpida, lleva rondándome por la cabeza largo rato. Quizás la droga, de una manera u otra, le ha hecho también efecto.

Frunce el ceño, parece que está debatiendo consigo mismo si responderme o no.

"No". Una respuesta rotunda y cortante.

–        Entonces, ¿has visto a los que nos han metido aquí?

"Sí".

Sus monosílabos me recuerdan a ese día, hace un par de años, en que mis compañeras de voleibol y yo decidimos jugar a la ouija en casa de Marta, nuestra capitana por ese entonces. Con unas cuantas cervezas de más, que una de las del equipo había robado a su hermana mayor, y el olor de unos cigarrillos mentolados perfumando el ambiente, a alguna se le ocurrió la brillante idea de jugar un rato con los espíritus.

Las respuestas que conseguimos sacar esa noche en claro son igual de inútiles que las que hoy mi demonio me proporciona.

–        Eres un libro abierto, ¿eh? – murmuro, malhumorada.

Va a contestarme cuando el sonido de alguien abriendo la puerta nos pone en guardia. Me levanto, con el cuerpo entumecido de tanto rato sentada, dejando que disparatadas ideas sobre escenas sacadas de Los ángeles de Charlie y 007 me pasen por la mente; qué pena que no sea una espía, capaz de aprovechar esa oportunidad para escapar.

. Se entreabre la puerta y una cara aniñada y conocida, adornada con largos bucles pelirrojos, aparece.

–        ¡Luna! – grito, sin poder contener mi alegría.

–        ¡Hola, Alex! – Está más animada que de costumbre.

Entra y me da un suave apretón en las manos, intentando transmitirme su confianza. Con los ojos me dice que no me preocupe, que no va a pasarnos nada malo, y yo suspiro, aliviada de ver una cara amiga.

–        ¿Se... se puede? –.  Una voz, con un marcado acento que no consigo reconocer, me asombra y hace que mire de nuevo la entrada.

Allí, un joven de poco más de treinta años me observa con curiosidad. Tiene el pelo rizado y una barbita descuidada que, sorprendentemente, hace que sus facciones parezcan más juveniles. En sus manos sostiene una carpeta oscura.

–        Alex, este es Leonard. Él nos ha traído aquí.

–        E... encantado – dice costosamente. Se nota que sabe poco nuestro idioma.

No entiendo nada, así que simplemente saludo con una inclinación de cabeza, sin saber qué decir exactamente.

–        Debes de estar muy confusa – Asiento a Luna –. No te preocupes, Alex. Estamos a salvo.

Sin saber muy bien por qué, al oír sus palabras me echo a temblar, recordando de nuevo la persecución de esos hombres misteriosos. Una lágrima de cocodrilo atraviesa mi mejilla y, con ella, la tensión que acumulo se marcha de golpe.

Avanzamos por un pasillo en la semioscuridad, donde sólo se ve tenuemente lo que nos espera delante; el sonido de unas gotas al caer y el frío que nos rodea me hacen pensar que no debemos de estar en un lugar demasiado habitado. Decido no preguntar nada, dejándome llevar por aquel laberinto oscuro, porque algo me dice que pronto mis respuestas serán respondidas.

–        Sólo pudimos encontrar este sitio. No es gran cosa p... pero no estaremos mucho tiempo.

–        No te preocupes, Leonard – dice Luna antes de susurrar en mi oído, haciéndome cosquillas –. Estamos en una base militar abandonada.

Vaya, la primera de las preguntas ya ha sido respondida. Sólo espero que las demás se respondan tan rápido como esta.

Llegamos hasta una puerta cerrada similar a la de mi habitación, un halo de luz asoma desde su interior y se escuchan las voces de lo que parece ser una televisión encendida. Con los nudillos, Leonard llama educadamente.

–        ¡Adelante! – Una voz grave suena desde el otro lado.

La luz me ciega momentáneamente al entrar, proveniente de unos focos que brillan con demasiada intensidad, y por unos instantes sólo consigo distinguir los colores, pero no las formas. Parpadeo y la visión vuelve para mostrarme una especie de salita, muy acogedora, compuesta por dos sofás blancos, una mesita para el café y la televisión, que acaba de ser apagada sin que me dé tiempo de descubrir qué programa estaban echando.

Sentado cómodamente en uno de los sofás, se encuentra un hombre entrado en la cincuentena, con el pelo ralo lleno de calvas y adornado con hebras grises. Al girarse veo una sonrisa amistosa asomándose entre su poblada barba. Por alguna razón, su cara me suena.

–        Vaya, ¡sí que has tardado en despertarte!

–        ¿Cuánto tiempo llevo dormida?

–        Un día entero – interviene Luna.

Abro los ojos de par en par, sorprendida de haber perdido un día entero de mi vida en el mundo de los sueños. Todos ríen al ver mi expresión.

–        No te preocupes, la culpa fue de Leonard. Se pasó con la cantidad de la droga – Ese comentario me pone los pelos de punta –. Sentimos mucho eso, por cierto. No teníamos otra forma de actuar en esa situación.

–        ¿Y lo mejor era drogarnos?

Aquel comentario les pilla desprevenidos a todos.

–        ¡Alex! – Me recrimina Luna.

–        ¿Por qué debemos confiar en ellos?

–        ¡Nos salvaron de esos hombres!

Voy a contestarla cuando noto la mano de Leonard sobre mi hombro. Una mano que siento escalofriantemente familiar.

–        Siéntate y te lo explicaremos todo.

No tengo otra opción. Intento relajarme y obedezco. Luna se sienta a mi lado, controlando con la mirada que no vuelva a saltar. El barbudo hombre carraspea antes de empezar.

–        Soy el doctor Foster. Pertenezco a la institución Eneas, una escisión secreta de la NASA dedicada a la investigación de vida extraterrestre y de planetas donde establecer colonias humanas en un futuro – Toma aire antes de continuar –. Hace unas semanas cayó una especie de meteorito a la Tierra. Eso fue lo que se dijo en las noticias, pero lo cierto es que era una nave espacial repleta de seres como el que te acompaña.

"Se declaró el estado de emergencia y los gobiernos se reunieron urgentemente. Pronto se descubrió que esos seres estaban de alguna manera atados a algunas personas y se inició entonces una discusión sobre cómo actuar, llegando a la conclusión de que aquello era una invasión y, por tanto, todos esos seres debían de ser exterminados. Nosotros pensamos de que esa no es la razón por la que están aquí, así que estamos actuando en secreto intentando salvar a los que son como vosotros."

Aspiro con fuerza, asimilando esa nueva información, y miro a mi pequeño martirio. No sé qué es más descabellado: que sea un demonio del infierno o un alienígena con la intención de ocupar nuestro planeta.

Durante varios segundos callo, fijando mi vista en Luna, que sonríe tímidamente, haciéndome comprender que ella también ha pasado por esto. Luego miro a Leonard, que juega nervioso con uno de sus rizos, y por último observo al doctor Foster.

Ahora comprendo de qué me suena su cara: es el hombre al que entrevistaban en las noticias ese día, el día que aquel fastidioso ser apareció en mi vida.

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