Capítulo 3 - La camioneta

"Nunca temas a las sombras. Sólo constituyen el indicio de que en algún lugar cercano hay una luz resplandeciente". - Ruth E. Renkel

Parece que mi mundo ha adquirido una nueva tonalidad, menos oscura, desde mi conversación con Luna. La presencia de ese demonio ya no me incomoda; algo dentro de mí me dice que pronto mis problemas habrán acabado. Cuán equivocada estoy...no han hecho más que empezar.

Decidida a no ignorarlo por más tiempo, esa misma noche le confronto. Mi siento a los pies de mi cama, rozando con mis dedos desnudos la suave alfombra magenta, un tanto desgastada, que descansa en el suelo de mi habitación; fue un regalo de mi abuela materna, poco antes de sumirse en un sueño del que no volvería a despertar, y soy incapaz de deshacerme de ella.

Ese ser me observa como una estatua delante de mí. Sus labios se tuercen en una media sonrisa felina, sin un atisbo de amabilidad en su expresión; la frialdad habita en sus ojos, donde no puedo verme reflejada, como si allí sólo existiese la nada.

- Deberíamos empezar a llevarnos bien, ¿no crees? - Entrecierra los ojos y se acerca sin mediar palabra. Su mirada sin sentimientos me pone nerviosa -. Mira, no me caes bien. Y a ti yo tampoco. Pero si me ayudases un poquito...

"Hablas demasiado."

Doy un respingo e intento mantener la calma, intentando pensar que eso no es más que una pequeña victoria.

- Y tú hablas muy poco.

"No tengo por qué molestarme en hablar con un ser tan minúsculo como tú." Sonríe ampliamente, mostrando dos finos colmillos que adornan su peligrosa boca. "Es más divertido incordiarte."

Una carcajada nace en mi estómago y explota por mi garganta. Le miro socarronamente, sintiéndome poderosa.

- ¿Sabes? Al principio pensaba que eras una especie de castigo, pero hoy me he dado una cuenta de una cosa: yo soy tu castigo. Aunque lo intentes, no puedes librarte de estar aquí - Se encoje los hombros y me ignora pero veo cómo entorna los ojos, molesto -. No tienes poder sobre mí.

"Bla, bla, bla, sólo dices tonterías."

Me incorporo hasta estar frente a él, mirando fijamente sus ojos oscuros sin vida.

- No son tontería, y lo sabes - Alzo la voz -. Soy la dueña de este cuerpo y tú, por alguna razón, estás unido a mí - Sonrío ampliamente, como él hizo antes -. Ya no te tengo miedo. Ya no puedes conmigo.

Por primera vez, veo una expresión sumisa en su mirada. Agacha la cabeza y se aleja poco a poco, dando por terminada la conversación. Respiro hondo, sintiéndome más fuerte que nunca, y me meto en mi cama, arropándome con las sábanas blancas que la cubren. Parece que por fin dormiré bien por las noches. Lanzo un suspiro satisfactorio de felicidad y cierro los ojos.

"Ten cuidado, Alex Jones. Ahora tienes el poder, pero en cuanto bajes la guardia ahí estaré yo. Y entonces ya no podrás librarte de mí."

Lo intento ignorar. Pero sus palabras me corroen y me alteran; sé que está diciendo la verdad.

Por la mañana, observo sorprendida que Luna me espera en la puerta para acompañarme a clase. Parece preocupada.

- Hola - Saludo, sin saber muy bien que decir.

- Buenos días -. Sonríe y se pone en marcha.

Ese día lleva el pelo recogido en una coleta alta que acentúa las curiosas facciones de su cara. No puedo evitar sentir envidia de ella, mi pelo es un estropajo comparado con el suyo. La sigo en silencio, observando sus pasos al andar; casi parece que no toque el suelo.

No sé cuánto tiempo llevo admirando su grácil forma de moverse, pero cuando alzo la cabeza noto que nos desviamos del camino habitual que lleva al instituto. Abro los ojos de par en par y la sujeto del brazo para detenerla.

- ¡Oye! ¿A dónde vamos?

Ladea ligeramente la cabeza, mirándome de reojo. Vuelvo a notar la preocupación en su mirada.

- Calla y aparenta normalidad.

No entiendo nada. Tengo ganas de pedirle una explicación, pero sigo andando. Al rato hemos llegado a un parque; para las horas que son, está lleno de vida. Los más pequeños juegan entre gritos y una pareja de ancianos da de comer a las palomas. Luna, con una sonrisa de niña dibujada en su rostro, avanza a los columpios y empieza a impulsarse, cada vez con más fuerza; casi parece que esa es la razón por la que estamos ahí.

Me siento en el otro columpio y la imito, con el ceño fruncido. Nunca me ha gustado no comprender las cosas.

- A tu izquierda, ¿ves esa camioneta? - Giro la cabeza hacia la dirección que me indica -. ¿No te suena?

Niego con la cabeza, sin demasiada seguridad.

- ¿Seguro que nunca lo has visto?

Pienso, intentando acordarme. Es de un color azul metálico, de cristales oscuros. Entonces caigo en la cuenta y el corazón se me dispara a mil por hora: sí que la he visto. Muchos días está aparcada enfrente de mi casa. Debo de tener la misma cara de preocupación que Luna en esos instantes.

- ¿Qué crees...? -. No termino mi pregunta.

- No sé a qué esperan. Pero nos llevan espiando mucho tiempo.

La miro, asustada, y paro de balancearme en seco.

- ¿Qué es lo que quieren?

- ¿No está claro? Nos quieren a nosotras.

Oigo unos pasos detrás de mí y me pongo en guardia, dispuesta a salir corriendo.

Los pocos columpios vacíos chirrían, como sacados de una película de terror. Tengo el corazón desbocado y la garganta seca; pum, pum... pum, pum... Late tan fuerte que deben de oírlo a kilómetros de distancia.

Intento tranquilizarme, pero el crujir de las suelas de esos zapatos desconocidos hace que se me erice la piel. Noto que Luna se ha puesto en guardia, aunque intenta aparentar normalidad. Una sombra tapa el sol tras mi espalda, haciendo que sienta de golpe un frío que no había notado.

Todo ocurre en unos segundos. Algo dentro de mí se dispara y me levanto, impulsada como un cohete. Sin fijarme en quién hay detrás, alzo el puño dispuesta a dar al desconocido enemigo y dejarle inconsciente. La figura rubia consigue esquivarme por los pelos. Me quedo quieta, sin saber qué hacer ahora.

- ¿Se puede saber qué haces, Alex? -. La voz de mi amigo Michael me pilla desprevenida. Alzo la cabeza, intentando calmar las pulsaciones de mi disparado corazón. Luna se relaja momentáneamente detrás de mí.

- Me... me has asustado -. Murmuro, poco convencida de mis propias palabras.

- Eso no es motivo para golpear a alguien -. Frunce el ceño, molesto. Intento cambiar de tema y suavizar la situación.

- Da igual, ¿qué estás haciendo aquí?

Noto cómo sus músculos, tensos por el incómodo momento, empiezan a relajarse. Aparta la mirada, fijando la vista en algún punto en el infinito.

- Estaba preocupado por ti -. Siento cómo mi corazón se enternece. Debería haber sabido que una tonta discusión no iba a acabar de golpe con nuestra relación, son muchos años juntos.

Voy a contestarle cuando siento la pequeña y pálida mano de Luna estirando de mi manga, intentando llamar mi atención.

- Oye, creo que deberíamos salir de aquí.

- ¿Qué ocurre ahora, Luna? -. Me mira atentamente, entrecerrando los ojos.

- Con ese numerito tuyo ya deben de haberse dado cuenta de que sabemos que nos observan.

Sus palabras son como un cubo de agua helada en pleno invierno.

- ¿Eso qué significa?

- Significa que tenemos que salir de aquí cuanto antes.

Sin pensarlo dos veces, agarro de la mano a Michael y echo a correr. Detrás de mí, oigo perfectamente el motor de un coche poniéndose en marcha.

Seguimos alejándonos cada vez más del parque hasta acabar en la parte más antigua de la ciudad. Allí, las calles son estrechas y poco transitadas; la mayoría de las casas están abandonadas, sólo se oyen nuestros alientos jadeantes por el esfuerzo.

- ¿Se puede saber qué está pasando? -. Es la tercera vez que Michael me pregunta.

- Luego... te explico -. Consigo que salgan costosamente las palabras de mi garganta reseca.

Luna empieza a bajar el ritmo y se toca el costado, exhausta. Me paro a su lado, intentando recuperar yo también la respiración. Nos sentamos en la pared de una de las muchas casas, con Michael mirándonos sin entender absolutamente nada.

Minutos después, oímos el sonido de un coche circulando por la avenida, hecha expresamente para que puedan cruzar los automóviles por esa zona. Con los ojos cerrados por el cansancio, no nos inmutamos con ese ruido que debería ponernos alerta.

Tras unos segundos vitales, giro la cabeza y observo la camioneta azul, parada a escasos metros de nosotros. Tardo más de lo normal en darme cuenta del peligro que supone.

- ¡Corred! -. Consigo gritar finalmente.

Empezamos a huir de nuevo, sabiendo que están demasiado cerca para que nos dé tiempo a escapar. Estamos cansados, agotados y, echándole una rápida ojeada a esos hombres que empiezan a salir del coche, cualquiera puede darse cuenta de que son verdaderos profesionales.

- ¡Ah! - Oigo a Luna detrás de mí y me paro en seco, temiéndome lo peor.

Está tendida en el suelo tocándose el tobillo, dolorida. Me acerco a ella y le ayudo a levantarse.

- ¿Estás bien?

- Creo que me he torcido el tobillo -. Intenta ocultarlo, pero parece que le duele bastante.

- Venga, vamos...

Mientras le ayudo a levantarse, observo al grupo de hombre que empieza a acercarse más y más. Son sólo tres, pero parecen saber muy bien cómo actuar. No distingo sus caras, pero algo en ellos me dice que no tendrán ningún miramiento con nosotros si nos dan caza.

Intenta que el miedo no me derrumbe y sigo avanzando, pero el peso de Luna, que se apoya sobre mi hombro, me hace ir mucho más despacio. El sudor empieza a inundar mi frente y tengo que limpiármelo con la manga para que no entorpezca mi cansada visión.

Cuando me quiero dar cuenta, Michael no está a mi lado. Me giro, con el corazón en un puño, para encontrarlo a unos pocos metros por detrás, esperando cual estatua la llegada de nuestros perseguidores. Está tranquilo, como si estuviese en el campo de fútbol esperando a que le pasen la pelota.

- Michael, ¿qué haces? -. Noto la preocupación en mi voz.

No se gira para mirarme, pero sus palabras me llegan perfectamente.

- No sé qué está pasando pero no voy a dejar que te hagan daño, Alex.

- ¿Qué estás diciendo, Michael? ¡Corre!

- No. Os buscan a vosotras. ¡Vete!

- Pero...

Luna, apoyada todavía en mí, no interviene; sólo noto su agitada respiración en mi cuello. Me quedo parada, sin saber cómo actuar. Michael gira la cabeza y me ordena, con voz grave y autoritaria:

- ¡He dicho que te vayas!

Le obedezco y me pongo en marcha, dejándole atrás. Oigo los pasos de esas personas acercándose, pero no me atrevo a girarme y ver qué ocurre. Sigo andando, ayudando a Luna todo lo que puedo, mientras intento controlar las lágrimas que amenazan por salir.

- No te preocupes, estará bien - Intenta animarme.

No le contesto, pero me aferro con todas mis fuerzas a esa frase, rezando para que no le pase nada malo.

Conseguimos llegar al final de la calle, pero todavía falta mucho para estar en un lugar que podamos considerar seguro. Mi visión empieza a fallarme por el cansancio; pestañeo, en un esfuerzo inútil por ver mejor.

Es entonces cuando noto un par de manos detrás de mí, sujetándome con fuerza por los hombros. Intento zafarme, pero no tengo energía suficiente para seguir luchando; veo cómo acerca un trapo oscuro hacia mí y no opongo resistencia.

El olor de algún tipo de droga embota mis sentidos y, antes de darme cuenta, mis ojos empiezan a cerrarse, pesados cual plomo. El mundo a mi alrededor desaparece, lo último que veo son los ojos impenetrables de mi demonio.

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