Capítulo 12 - Cuestión de confianza
"Tal vez sea engañado muchas veces, pero no dejaré de creer que en algún lugar alguien merece mi confianza" - Aristóteles Onásis
Sigo como puedo a Ariadna entre los estrechos pasillos; para ir sobre unos finos tacones de aguja, anda con una gracilidad innata. Su expresión es serena, pero llevo tantos meses entrenando junto a ella que sé perfectamente cuándo algo le preocupa más de la cuenta.
– ¿A dónde vamos?
– A ver a tu amigo.
Por su seca respuesta noto que las cosas no deben de haber salido como había planeado. Conociendo a Michael como le conozco, debe de haberse metido en un silencio del que no piensa salir hasta estar seguro de poder hacerlo.
Recuerdo que esa faceta suya me molestaba mucho antes, cuando éramos pequeños. Por ese entonces era un activo y travieso niño lleno de pecas que siempre me estaba metiendo en líos y que, cuando nos pillaban con las manos en la masa, guardaba silencio, poniendo cara de no haber roto un plato y dejando que me llevase yo toda la culpa. A día de hoy mi madre sigue sin creerse que yo no fuese la artífice de nuestros disparatados planes.
– Hay gente que las mata callando – murmuro para mis adentros.
– ¿Cómo dices?
– Nada. Estaba hablando conmigo misma.
Ariadna pone cara de circunstancia pero no dice nada más, se limita a bajar los escalones que llevan hasta el sótano. Al seguirla, siento un escalofrío; ese lugar no me da buena espina.
Tantos meses en esta casa y nunca se me ha ocurrido bajar al sótano. No es que esté prohibido ir o algo por el estilo pero, por alguna razón, nunca me ha terminado de gustar esa parte de la casa. Creo que a los demás les pasa lo mismo, aunque nunca lo he comentado con ellos. Es como si toda la casa fuese cálida y acogedora y esa parte se mantuviera fría y distante por alguna razón.
Mientras avanzamos hacia una rígida puerta de metal, que me recuerda mucho a mi corta estancia con el doctor Foster, noto la fuerte bajada de temperatura; en esta parte de la casa la calefacción no debe de funcionar demasiado bien. Este sitio parece un calabozo pero, al abrir la puerta, lo que me encuentro no es para nada lo que me esperaba.
Es una habitación decorada gustosamente con un aire clásico, al entrar me siento como una princesa en su palacio. Los muebles de madera, decorados con bellos grabados en un idioma que no reconozco, el enorme cuadro de unos hombres majestuosos dando caza al jabalí... nada de eso se compara a la cama que, justo en el centro de la habitación, parece estas construida sobre árboles. Estoy tan embelesada mirando su curioso diseño que tardo en darme cuenta de que, entre sábanas de seda, asoma una cabellera rubia y lacia que reconozco muy bien.
– ¡Michael! – grito, emocionada.
– Alex, ¿eres tú?
Corro hacia mi amigo, que se incorpora costosamente, y le abrazo. Parece más mayor y una barbita de varios días empieza a acomodarse entre sus facciones aniñadas. También podría decir que su espalda es más ancha que la última vez, pero su imagen actual empieza ya a mezclarse con la que guardaba de él, hasta que no logro distinguir en qué más ha cambiado.
– Me alegro tanto de verte... – consigo decir, intentando no emocionarme demasiado y echarme a llorar.
– Bueno, os voy a dejar un poco de intimidad – oigo decir a Ariadna –. Me alegro de que te encuentres mejor, Michael. Espero que mis aposentos sean de tu agrado.
Él no contesta, simplemente la observa fijamente hasta que abandona la habitación. Al cerrar la puerta tras de sí, se gira hacia mí y sonríe ampliamente. Y es una sonrisa sincera, de esas que iluminan la mirada.
– ¿Esta es la habitación de Ariadna? – Es lo primero que me viene a la mente.
– Se ve que no tenían otra habitación donde meterme.
Su voz suena lúgubre y no puedo evitar sentir cierto desconcierto. No he sabido dónde dormía Ariadna hasta ahora, pero se perfectamente que en la planta de arriba hay habitaciones de sobra para varios invitados más.
Quizás es porque aquí pueden vigilarlo mejor, quizás es para hacerme creer que van a tratarlo bien... intento no pensar demasiado en ello pero, al hablar con mi amigo de otros temas, la misma idea recorre varias veces mi mente.
No sé cuánto rato llevaremos hablando de cosas banales, pero en esta habitación sin ventanas el tiempo parece pasar muy despacio; podríamos llevar escasos minutos o un día entero hablando, que ninguno de los dos nos inmutaríamos.
Yokai, en una esquina de la habitación, no ha dicho nada desde que hemos entrado. Noto su desconfianza, pero he aprendido a ignorar tantas cosas de él que esta es sólo es una más.
– Al entrar me ha sorprendido verte así de bien – me atrevo a decir finalmente.
– ¿Creías que te traerían a verme si me estuviesen tratando como a un perro? –. Sonríe socarronamente.
– La verdad es que no sabía que esperarme. Llevaba dos días como loca esperando a que me diesen alguna señal tuya.
Nos quedamos unos segundos en silencio.
– Bueno, por muy bien que me traten no dejo de ser un prisionero.
– ¿Te han hecho algo malo?
– No, simplemente querían saber. Como todos, supongo.
– ¿No les has contado nada, verdad? Cuando Ariadna ha venido a buscarme he supuesto que no se lo has puesto fácil.
– No confío en ella, Alex.
Me quedo pensativa, meditando cómo debo continuar la conversación.
– Entonces, ¿en quién confías?
– ¿Me estás preguntando si estoy de parte de los que querían mataros?
No contesto, pero la respuesta queda flotando en el aire como un letrero fluorescente. Eso parece molestar a Michael.
– Dejé que me capturaran para salvaros a ti y a tu amiga, creo que me merezco un poco de confianza...
– Lo siento, Michael. Es que hay tantas cosas que no entiendo...
– ¿Confías en mí?
– ¡Claro que confío! –. Intento sonar decidida, pero debe de haber notado la duda en mi voz porque me agarra con fuerza por los hombros y me hace mirarle con fiereza.
– ¿Quieres saber la verdad? Sí, durante estos meses me he hecho pasar por uno de los suyos para que no me matasen, pero no soy uno de ellos.
– Entonces, ¿por qué estás aquí?
– He venido a salvarte.
– ¿Qué estás diciendo?
Veo una fiereza en los ojos de Michael que no he visto nunca y me pongo a temblar, sintiéndome indefensa. Noto cómo poco a poco se acerca hacia mí y mi corazón empieza a latir con fuerza, pero no logro descubrir si es por puro terror o por notar su presencia tan cerca de la mía.
Cuando roza mis labios recibo su beso con ganas, soltando todo lo que llevo acumulando dentro con rabia y agresividad, dejándome llevar. Nunca pensé que pudiese pasar esto pero, de alguna manera, es como si hubiese estado esperándolo desde siempre.
El beso se hace demasiado corto y me deja con ganas de más. Ahora dudo más aún de qué es lo que me creo y qué es lo que no. Acercándose a mi oreja, Michael me susurra:
– No te fíes de ella, quiere hacerte daño. Sácame de aquí y te lo contaré todo.
Me levanto, masticando todo lo que acaba de pasar, y abro la puerta para irme, sin sentirme capaz de seguir con la conversación.
Por el rabillo del ojo veo la expresión de Yokai. No parece nada contento con lo que ha ocurrido.
Subo las escaleras, silenciosa, al lado de Ariadna; estaba esperándome como una estatua a la salida de la habitación-celda de Michael. Me deja sola con mis pensamientos, sin preguntarme qué tal ha ido el reencuentro. Algo me dice que no pregunta porque ya sabe las respuestas, ¿o será sólo la semilla de la duda que ha plantado Michael en mi mente?
Miro a Ariadna, la diosa rubia que camina a mi lado, y no puedo imaginármela como un ser malvado, pero Michael es mi amigo, la persona que siempre ha estado ahí para ayudarme, y tampoco puedo imaginármelo haciéndome daño.
Antes de darme cuenta, Ariadna ya se ha despedido de mí y me encuentro enfrente de la puerta de mi habitación. Dentro, Luna me espera tumbada en la cama. Su mirada es nerviosa y se muerde las uñas en un gesto que nunca le había visto antes.
– ¿Cómo ha ido todo? – me pregunta, levantándose con un impulso y corriendo hacia mí para abrazarme cariñosamente. Ese gesto es tan raro en ella que no puedo más que agradecérselo.
– Ha sido... raro.
– ¡Cuéntamelo todo!
"Eso, Alex, no te saltes ni un solo detalle. Sobre todo el del beso, eso es muy importante".
Ignoro la burla en las palabras de Yokai y empiezo a contarle a Luna todo lo que ha ocurrido en esas horas.
– Seguro que Ariadna estaba espiándoos...
– ¿Piensas como él, que busca hacernos algún mal?
– No digo eso. Sólo pienso que si estuviese en su lugar yo os espiaría.
Estamos sentadas en mi cama comiendo una bolsa de patatas fritas que Luna debía de esconder desde hace tiempo, ya que saben un tanto rancias. El sol empieza a descender y por la ventana entran los últimos rayos de la tarde. No hemos cenado, lo único que tengo en el estómago es la comida que he engullido al mediodía antes de bajar a ver a Michael.
– ¡Pero dame tu opinión, Luna! – Le increpo –. ¿Crees que debo de hacerle caso?
– ¡Por dios, Alex! ¿Tan bueno ha sido el beso que te hace planteártelo?
– ¡Oye!
Le doy un empujón amistoso en el hombro y las dos comenzamos a reír. Se siente bien liberar tensiones y estar así con Luna. Llevábamos tiempo sin hablar, ella suele estar rodeada de gente mientras que yo, por alguna razón, suelo pasar desapercibida para el resto.
Es curioso pero la envidio. En nuestro grupo de gente rara ella está adaptada perfectamente, mientras que yo sigo siendo una piedrecita en algún zapato, demasiado normal para un sitio como este. Pensándolo bien, no debería considerarme normal, más bien rara. Demasiado rara para los raros.
Con todos los que somos, las únicas personas con las que me siento como en casa son James y ella. Y a ambos les quiero mucho, pero también deseo ser un poco más como ellos.
– Me voy a dormir –. Luna bosteza y se levanta, avanzando grácilmente hacia la salida.
– Adiós – contesto.
Antes de marcharse se gira y dice:
– En serio, Alex, no hagas ninguna estupidez.
– Te lo prometo.
No parece muy convencida de mis palabras, pero tampoco insiste.
A solas de nuevo, decido hablar con Yokai, que está especialmente silencioso.
– ¿Piensas estar enfadado mucho tiempo?
"No estoy enfadado. Sólo pienso por qué, entre tantos humanos, me ha tocado uno tan estúpido".
– Estoy empezando a creer que lo que te pasa es que estás celoso.
"¿Celoso? ¿No creerás que me gustas, verdad?"
– Creo que estás celoso de que a mí me puedan besar y a ti no –. Me arrepiento inmediatamente de mis palabras, sé que Yokai no lleva bien eso de ser transparente.
Su silencio es lo único que recibo como respuesta.
– Yokai... lo siento. No debería haber dicho eso.
Se inclina de hombros, intentando no mirarme fijamente a los ojos.
"Ni siquiera sé por qué me importa tanto algo que no puedo recordar".
Se acerca hasta estar a mi lado, pero sigue sin mirarme. Me quedo paralizada, sorprendida al ver a un Yokai tan... humano.
"¿Cómo se puede desear tanto algo que nunca has sentido?"
Acerca lentamente su mano hasta ponerla encima de la mía, pero no siento nada. Es como si no hubiese nada ahí.
– Lo siento, de verdad... –. Me siento terriblemente mal.
No se inmuta con mis palabras, simplemente mira sus manos transparentes, las estudia con detenimiento, intentando ocultar la tristeza.
Mirándolo en silencio, algo me dice que tengo que ayudarlo. Tantos meses junto a él y nunca me he molestado en preguntarme seriamente qué es lo que quiere.
Tengo que hacer algo por él. Debo hacerlo.
Quizás Michael puede ayudarme.
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