PRÓLOGO


PRÓLOGO


El ruido era algo de lo que la pequeña Beryl se encontraba acostumbrada; su padre es un músico frustrado de rock y su madre es percusionista, por lo que nunca había un momento del día en el cual la casa Clifford se encontrará en silenció, y esa mañana no fue la excepción.

Con algo de trabajo, Beryl cepillo su enmarañado cabello rubio, mientras observa su reflejo en el espejo que cuenta con cientos de stickers que su padre hace mucho tiempo le regalo. Sorbio los mocos de su nariz mientras las lágrimas aun caían por su rostro y una vez arreglado su cabello, acomodo un poco su blusa.

La puerta de su habitación se cerro provocando que diera un brinco y soltó un suspiró cansada.

Se dejo caer en su pequeño banco mientras jugaba con el mango de su cepillo, haciendo un par de muecas, mientras pensaba que es lo que sucedería ese sábado y es que no era un sábado cualquiera. Ese día, 5 de junio de 1971, Beryl se encontraba cumpliendo sus once años y estaba segura de que sus padres no lo recordaban.

Nunca lo recordaban.

Ellos realmente nunca le prestaban atención, puesto a que diferencia de ellos, Beryl no había salido con un dote artístico; sí, sí, canta muy lindo, pero por más que su padre le enseñará a tocar la guitarra su dedos permanecían tiesos, y aunque su madre le hubiese dado su vieja batería, solo era capaz de producir un espantoso ruido.

Beryl no era muy hábil con los instrumentos, pero realmente disfrutaba leer todos los libros que su abuela le regalaba, así como dibujar en los periódicos que su padre dejaba sin terminar de leer.

Para el matrimonio Clifford, Beryl no era más que la oveja negra de la familia.

—¡Beryl! ¡Se enfriará el tocino!

Rápidamente termino de limpiar sus lágrimas y parandose de un brinco bajo corriendo las escaleras.

En la sala, se encontraban tres hombres viendo el televisor, mientras bebían cerveza y observaban la repetición del partido anterior. Beryl comprobó el reloj solo para ver que marcaba las nueve con quince de la mañana.

Sin siquiera observarlos, continuó su recorrido a la cocina y al entrar, se balanceo sobre sus talones para ver a su madre, servir grandes porciones de desayuno en diversos platos.

—Que bueno que bajas —balbuceó—. Ayúdame a entregar esos platos —ordenó.

Con una mueca y sintiendo su garganta arder, respondió—: De acuerdo.

Tomo un plato en cada mano e intentando tener cuidado, Beryl se acerco nuevamente a la sala. Vio como su padre se unía a sus tres amigos, mientras prendía un cigarrillo.

—Cuidado niña —le dijo uno de los compañeros de banda de su papá—. Quítate —le dio un empujón, provocando que tropezará y callera al suelo.

—¡Beryl! ¡Ten cuidado! —exclamó su padre, mientras destapaba una cerveza.

Sus ojos ardieron, mientras su labio temblaba de tristeza. Antes de si quiera pararse, uno de los amigos de su padre le ayudo, sosteniéndola por la cintura.

—Puedo levantarme sola —dijo rápidamente, soltándose del agarré del hombre, quien comenzó a reír.

—Sí, sí, pero me estorbabas —le hizo saber.

Dando grandes zancadas, se alejo de la sala para entrar nuevamente en la cocina. Sin mirar a su madre, tomo asiento en un banco y se cruzó de brazos mientras observaba la calle por la ventana.

—¿Qué haces Beryl? Los desayunos no se servirán solos —notifico su madre.

—Ellos tienen pies y manos, son capaces de pararse por su desayuno —respondió entre dientes.

Recibió un zape por parte de su madre, haciéndola soltar un pequeño chillido.

—Agradece que tu padre aun no te manda a un orfanato —resopló su madre.

—¿No tienes algo más que decir? —preguntó cruzandose de brazos.

Se gano una mirada confusa por parte de su progenitora.

—Habla ya, Beryl, no te entiendo —dijo frustrada.

—Es mi cumpleaños número 11 —recordó.

Sin embargo, su mamá hizo una mueca—. Mmm, no, estoy muy segura que naciste el diez de junio.

—Nací el cinco de junio, esta en mi acta de nacimiento —le hizo saber, mientras rodaba sus ojos.

—Pues bien, felicidades. Recuerda siempre ser una buena niña y no confíes en los hombres —con una sonrisa, beso su cabeza, causándole un poco de confusión—. ¿Saldrás con tus amigas a algún lado?

—No tengo amigas —masculló.

—¿Y piensas estar todo el día aquí? —preguntó alzando una ceja.

Beryl resopló. Se bajo del banco con firmeza y salió de la cocina. Dando grandes zancadas atravesó la sala y antes de salir de la casa, metió su mano en el bolsillo de un abrigo para así tomar un par de billetes, los cuales rápidamente guardo al momento en que salía de aquel horrible lugar.

Muchas veces, Beryl había pensando en huir, sabía que eso a sus padres no le afectaría, tampoco a sus compañeros de la escuela, puesto que todo el tiempo se encargaban de burlarse de ella por no ser como las demás niñas, más nunca era capaz de hacerlo.

Ella es rara, desde pequeña lo había sido, cosas inexplicables sucedían a su alrededor y cuando quería contarlo, la daban por loca.

En una ocasión, fue capaz de hacer que sus libros flotaran por su habitación, sin embargo, cuando se lo dijo a su mamá, termino siendo castigada por su padre, quien había creído que Beryl había consumido drogas.

Desde entonces, había preferido guardarse todo ese tipo de cosas tan extrañas que llegaban a sucederle.

Era mejor así.

El resto de la mañana, Beryl la paso en un parque no tan lejos de su hogar, se había comprado un panque de chocolate que había acompañado mientras bebía café y como regalo de cumpleaños se compro (con el dinero que había tomado en su casa) el libro de Frankenstein.

Para comer, había parado en una pizzería y con el poco dinero que le quedaba, alcanzo para una rebanada de pizza y un refresco, para después regresar a ese mismo parque y leer su nuevo libro bajo la sombra de un gran árbol, sintiéndose más segura en aquel lugar, que en su propia casa; sin embargo, su tranquilidad, fue interrumpida por una persona que vestía una extraña túnica esmeralda y un sombrero puntiagudo como los que las brujas portan.

—¿Qué tal, Beryl? ¿Te molesta si te acompaño por unos momentos?

La pequeña Beryl se abrazo de su libro, mientras observaba a la mujer con ligera confusión.

—Eh... mi mamá no me deja hablar con extraños —mintió.

Su madre realmente nunca le ha dicho cosas así.

—Bien, entonces déjame prestarme. Mi nombre es Minerva McGonagall, y soy subdirectora del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.

Beryl parpadeó dos veces al escuchar aquello.

La profesora McGonagall se sentó frente a Beryl, quien seguía realmente confundida ante aquella presentación.

—Beryl, el motivo de mi visita es muy importante —prosiguió la subdirectora—. Cómo te podrás haber dado cuenta, Beryl, tu vida no es tan común como la del resto de las personas, ya que cosas extrañas suceden a tu alrededor, ¿o me equivoco?

La niña no lo negó, pero tampoco lo afirmo.

—Puedes hacer cosas magnificas, Beryl; como causar que tus libros vuelen o incluso provocar un poco de nieve en tu salón de clase.

—¿Cómo lo sabe? —preguntó en voz muy baja.

Minerva sonrió—. Al igual que tú, también puedo hacer esas cosas —explicó con amabilidad.

Y entonces, la profesora tomo una pequeña ramita del suelo, de su túnica, tomo una varita de madera, la cual agito, convirtiendo aquella simple ramita en en un tulipán.

—Woo —susurró sorprendida—. ¿Puedes hacerlo otra vez? —pidió sin poder creerlo.

Sin problema alguno, la profesora hizo que el tulipán regresará a ser una simple ramita.

—Y esto no es nada, Beryl —aseguró—. En Hogwarts, serás capaz de aprender más que transformaciones, como la que te acabo de enseñar —señalo—. Podrás aprender a hacer pociones, a realizar hechizos y protecciones; serás capaz de aprender del cielo y las estrellas, así como de las criaturas mágicas y las diversidad de la flora.

—Esta... esta diciendo que en serio, ¿soy una bruja? —susurró.

Esta vez, la profesora McGonagall saco un sobre de su túnica, el cual extendió para entregar a Beryl.

Tenía su dirección y nombre completo.

—Puedes abrirlo —le animo.



COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA Y HECHICERÍA

Director: Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore.

Querida señorita Beryl Clifford.

Tenemos el placer de informarle de que dispone de una plaza en el colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Por favor, observe la lista del equipo y los libros necesarios. Las clases comienzan el 1 de septiembre. Esperamos su lechuza antes del 31 de julio.

Muy cordialmente,
Minerva McGonagall
Subdirectora


—Soy... una bruja —susurró perpleja—. ¿Podría decírselo a mis padres? Ellos no me creerían —murmuró.

McGonagall sonrió con ternura—. Claro que puedo decírselo, ¿quieres guiar el camino?

La reacción de sus padres había sido todo un caos. El señor Clifford no podría creer que había criado a un monstruo bajo su techo (claro que no lo dijo frente a la profesora McGonagall, él realmente se había sentido intimidado por la profesora), pero una vez que la profesora había dejado el hogar de la familia, se había puesto a lanzar maldiciones y palabrotas a su única hija.

Sin embargo, eso no hizo sentir mal a Beryl, y es que la noticia de ser una bruja había mejorado su cumpleaños de mil maneras posible.

Ahora solo tenía que seguir las ordenes de la profesora McGonagall: ir al callejón Diagon y comprar todo lo que la carta pedía para su primer año en el castillo de Hogwarts.

Tal vez, ahora Beryl podría conseguir amigos y formar parte de un grupo de niñas y niños, que como ella, serían igual de extraños y raros.


...


Una de las cosas que McGonagall le había dejado en claro a Beryl, es que para poder llegar a la estación 9¾ tenía que atravesar la barrera entre el andén 9 y 10 de la estación de King's Cross, algo que cuando su madre se entero, le advirtió que no entraría con ella.

—No te preocupes, eres muggle, creo que no podrías entrar —dijo restándole importancia.

Su madre ni siquiera replico. Ambas se encontraban únicamente caminando por la estación repleta de personas y es que su padre no quería tener ningún contacto con ella. Era una atrocidad.

—Bueno, nos veremos en un año —le hizo saber su madre, dándole un forzoso abrazo—. Por favor, no quiero llamadas de mal comportamiento —aclaró.

—No hay teléfonos en Hogwarts. En realidad, la tecnología no funciona ahí —explicó, frunciendo un poco el ceño—. Lo leí en la historia de Hogwarts. Si los profesores quisieran contactarte, te mandarían una carta —señalo esta vez a su lechuza oscura—. Hades te la llevaría.

—Pues que no lo hagan, anda ya, yo me tengo que ir —sin siquiera esperar a que su hija pasara entre los andenes, la mujer curvilínea de cabello dorado se dio la vuelta, llamando la atención de algunos hombres y moviendo sus caderas, se alejo de ahí.

—Bien Hades, espero no morir —susurró, mientras tomaba su carrito con fuerza.

Sin pensarlo dos veces, Beryl comenzó a correr para tomar viada, e impulsándose, logro atravesar la barrera sin siquiera chocar.

Abrió sus ojos cuando el sonido de una locomotora se escucho y una pequeña sonrisa se formo en sus labios. Frente a ella, hay un hermoso tren escarlata con un rótulo que decía "Expreso de Hogwarts". Ese era, ese era el tren que le llevaría a su nuevo Hogar.

Con cuidado y pidiendo permiso, paso entre las familias que se despedían de sus hijos e hijas que estaban por abordar el tren de Hogwarts para cursar un año más en el colegio de magia. Con un poco de nostalgia al no tener quien se despidiera de ella con tanta emoción, se dedicó a buscar la puerta del tren, la cual no tardó en encontrar.

Uno de los maquinistas amablemente ayudó a la pequeña Beryl a subir su gran baúl y la jaula de su lechuza donde Hades descansa plácidamente. Sin tanto problema, fue capaz de empujar su baúl en busca de un vagón donde pudiese pasar el resto del trayecto leyendo uno de sus tantos libros que su abuela se encargó de empacar para que nunca le faltara el conocimiento.

Afortunadamente, fue capaz de encontrar un vagón a mitad del tren donde solo había un pequeño de su misma edad; con ligero nervio tocó dos veces, llamando de su atención.

—Hola —habló con voz aguda—. ¿Puedo sentarme?

—Claro —respondió ladeando una sonrisa.

Hasta ese entonces, Beryl no se había percatado de que el niño lucia enfermo, portaba una gran cicatriz en su mejilla y era casi igual de flacucho que ella, solo que tiene un lindo y brillante cabello chocolate.

Hubo un silencio en el momento que Beryl se sentó, ninguno de ambos suele iniciar conversaciones y el hecho de estar solos se volvió un poco incómodo.

Pero Beryl se animó a hacer sonar su garganta y decir:

—Soy Beryl Clifford.

El niño sonrió—: Un gusto, soy Remus Lupin —estiró su mano en dirección a Beryl, y un poco nerviosa, estrechó su mano con la de él.

«Bien, todo va bien, así se inician las conversaciones, bien hecho Beryl», se felicitó internamente.

El sonido del tren se hizo presente, informando que va a salir en cualquier momento.

—Eh, ¿es tu primer año? —curioseó Remus.

—Sip, ¿también el tuyo? —preguntó esta vez Beryl, queriendo mantener una conversación con él.

—Sí —suspiró algo nervioso—. ¿Ya tienes una idea a qué casa vas a pertenecer?

—Mmm, no. Realmente no se mucho de eso, yo, bueno, mis papás son muggles —explicó.

—Oh, descuida, puedo explicarte —intento ayudarle.

—Se que son cuatro —se apresuró a decir—: Gryffindor, Hufflepuff, Ravenclaw y Slytherin. Pero, ¿cómo es que eres seleccionado? —curioseó—. ¿Hay alguna prueba? Por que hasta ahora, lo único que se hacer es prender luz con mi varita —admitió apenada.

Remus soltó una risita.

—No te preocupes, no es ninguna prueba, hay un sombrero seleccionar —aclaró—. Solo te lo ponen en la cabeza y el sombrero te elige en una de las casas de acuerdo a tus cualidad —explicó.

—Oh, eso suena sencillo —musito con una ladina sonrisa—. ¿Tu eres hijo de magos?

—Mi papá es mago, pero mi mamá es muggle, así que se tanto del mundo mágico como del mundo muggle.

—Eso debe ser genial —murmuro Beryl.

—Un poco —respondió alzando sus hombros.

La puerta del vagón se abrió, dejando ver a tres hombres grandes y fornidos; Beryl tuvo un poco de miedo.

—Dos pulgas nuevas —dijo el que se encontraba en medio—. Nombres y estatus.

—¿Perdón? —masculló Beryl.

Remus suspiro—. Lupin, mestizo —respondió cansado.

Entre los tres se miraron.

—¿Y tú estirada? —se burló uno, al ver como de la mochila de Beryl sobresalían libros.

—Mmm... Clifford y... ¿estatus? —susurró confundida, mirando a Remus.

Pero Remus no pudo decir nada, por que uno de ellos se adelantó:

—Sangre sucia —se burló—. ¿Qué acaso no te querían en el mundo muggle que te mandaron a estudiar magia?

Hubo risas por parte de los tres hombres, Remus frunció el ceño, mirándolos con molestia.

—Pueden por favor, irse —pidió amablemente.

—Podemos, pero no queremos. Clifford sera nuestra nueva amiga, ¿a que si?

Uno de ellos tiro de un mechón de la chica, haciéndola chillar.

Remus se paró, dejando ver su altura, sin embargo, seguía siendo un flacucho al lado de los tres chicos.

—¡Uhh! Clifford tiene un defensor —notificó el líder del trío—. Venga Lupin, ¿qué harás? ¿Golpearme? Espera, ¿que tienes en tu cara, pequeño monstruo?

Y antes de que Remus hiciera algo, la voz del chico desapareció. Su boca se movía, intentando pronunciar palabras, pero nada salía de ella.

—Treinta puntos menos para Slytherin, Goyle —detrás de ellos, un chico con una túnica amarilla y una insignia con una P, se encuentra jugando con su varita—. Y si no quieren quedarse sin voz, Zabini y Sydney, les recomiendo irse, ¡ahora!

Los tres Slytherin se fueron de ahí sin dar lucha alguna, Remus miro agradecido al Prefecto que se asomó por la puerta.

—Una disculpa por lo que tuvieron que pasar, no todos somos así —dedicó una pequeña sonrisa y volvió a cerrar la puerta del vagón, dejándolos solos.

—¿Qué es sangre sucia? —preguntó Beryl a Remus.

—Es... un término desagradable para llamar a los que son hijos de muggles —explicó con una mueca.

Beryl lo pensó por unos momentos: los últimos meses había creído que en este lugar sería aceptada, y resulta qué hay quienes disfrutan burlarse de aquellos que no tienen familia de magos y brujas.

—Oh... ¿eso es malo? —pregunto algo tímida—. Ser hija de muggles.

—Para nada —respondió rápidamente—. Simplemente, hay quienes se creen superiores por ser sangre pura, lo que significa que vienen de un linaje de magos y brujas. En lo personal, considero que es algo muy irreal ser completamente puro, debe haber al menos alguien en su familia que no sea mago o bruja.

—Si... —murmuró, ladeando un poco sus labios en una mueca.

—Solo ignóralos, el estatus de sangre no te define como persona —intento animarle Remus.

La puerta del vagón se abrió tras dos golpes, dos chicos y un chica entraron con una gran sonrisa.

—¿Qué tal pequeñines? ¿Les molesta si nos sentamos con ustedes? Todo está lleno —informó un chico con una gran sonrisa.

—Sin problema —aseguró Remus.

Tras la llegada de los mayores, la conversación entre Remus y Beryl se dio por terminada, por lo que la chica aprovechó para sacar uno de sus libros y comenzar a leer, levantando su cabeza de vez en cuando para poder apreciar el maravilloso paisaje que les regalaba Escocia.

Más no sólo el paisaje fue maravilloso, sino también la llegada al castillo, y es que al ser de nuevo ingreso fueron guiados por una especia de gigante (y es que al lado de Beryl era extremadamente grande), que los llevo por un estrecho camino rodeado de árboles, hasta tener la primera visión de Hogwarts.

Beryl se quedó sin palabras. Sus labios no podían formular más que un "oh", por que era incluso más bello de lo que el libro, la historia de Hogwarts, narra.

Iluminado por cientos de velas, con muchas torres y torrentes, Hogwarts se veía imponente, alzándose sobre el lago, que era iluminado por la noche, mientras la luna creciente se veía opacado por el castillo.

Era magnífico.

Junto con Remus y dos niñas más, subió a uno de los botes para comenzar el recorrido; pasaron por debajo de un muelle, escalaron rocas y llegaron a lo que parecía ser la puerta trasera del castillo.

Y entonces, una persona familiar se hizo presente en la puerta.

—¡Todos suyos, Profesora McGonagall! —exclamó Hagrid.

Pese a que Beryl no tenía aún clases con ningún otro profesor, la niña ya podía asegura que la profesora McGonagall sería la mejor de todas; ya que sin importar lo estricta que podía lucir, ella debía tener tantos conocimientos que Beryl se moría por saberlos todos.

—¿Eso es mármol? —preguntó Remus a Beryl.

—Sí —respondió en voz baja—. Todo es mármol —aclaró con una gran sonrisa.

—Woo, brilla más que mi futuro.

Beryl cubrió su boca para no reír, sin embargo, Remus soltó una pequeña risita negando con su cabeza por lo que acaba de decir.

Juntos caminaron mientras la profesora McGonagall les guiaba a una pequeña habitación vacía, que parecía estar detrás del comedor, donde las demás voces provenían; ahí debían de estar el resto de los alumnos para presenciar la selección.

Con nervios, Beryl escucho a la profesora McGonagall hablar acerca de las cuatro casas:

—Bienvenidos a Hogwarts. El banquete de bienvenida se celebrará dentro de breve, pero antes de tomar sus lugares en el Gran Comedor, deberán ser seleccionados a sus casas. La selección es una ceremonia muy importante, ya que mientras estén aquí, su casa será como su familia.

Beryl podía jurar que McGonagall la vio durante unos segundos.

—Tendrán clase con el resto de sus casas, dormirán en los dormitorios de sus casas y podrán pasar el tiempo libro en la sala común de su casa.

Para Beryl, eso se escuchaba mucho mejor que tener que soportar a sus padres.

—Las cuatro casas se llaman Gryffindor, Hufflepuff, Ravenclaw y Slytherin.

Ravenclaw, a Beryl no le molestaría ir a Ravenclaw. Había leído que ahí iban los inteligentes y ella sabe que es muy inteligente.

¡Iría perfecta en esa casa!

Divago tanto en sus pensamientos, que no noto cuando la profesora salió, dejándoles solos.

—¿A dónde fue? —preguntó a Remus.

—Dijo que nos arreglemos y salió —alzó sus hombros sin saber más.

No tardo mucho en regresar a la pequeña habitación, llamando la atención de los niños y niñas.

—En marcha —ordenó la profesora—. La ceremonia de selección va a comenzar.

Esas palabras provocaron que el estómago de Beryl se revolviera. Sintió que el chocolate que había comido en el tren estaba por vomitarlo, ¡incluso los huevos con tocino que había desayunado querían salirse de su estómago!

Pero todos los nervios desaparecieron (aunque sus piernas permanecían flaqueando), cuando entró al Gran Comedor y pudo admirar cómo las velas flotaban, haciendo contraste con el techo que mostraba un cielo encantado.

Cuatro largas mesas se encontraban bajo distintos banderines, los cuales pertenecían a cada casa; Ravenclaw le estaba gustando, el uniforme es azul con negro y sabía que eso haría resaltar su piel y su cabello.

Se vería muy bien en ese uniforme.

Dejando de lado la superficialidad, Beryl arreglo un poco su túnica, para mirar al frente, observando cómo la profesora McGonagall comenzaba a leer un gran pergamino.

—¡Avery, Sterling!

«Oh no, va por orden de apellido», pensó Beryl, mientras comenzaba a lamentarse (aún más de lo que ya hacia) el apellidarse Clifford.

La casa que recibió al primer estudiante de la noche fue la de Slytherin, que por lo sucedido en el tren, Beryl ya tenía ligeras sospechas de que habría chicos rudos en aquella casa.

Solo bastaron tres seleccionados más para que la nombraran.

—¡Clifford, Beryl!

—Suerte —susurró Remus, mientras Beryl pasaba por su lado, pidiendo permiso entre los demás niños para no chocar con ellos.

Suspiró al momento de sentarse, y lo ultimo que vio antes de que le colocaran el sombrero, fue una agradable sonrisa por parte de la profesora McGonagall.

Una voz se escuchó susurrarle sobre su oído.

—Mmm... que mente tan curiosa —le hablo el sombrero—. Te gusta aprender y el conocimiento es algo de lo que te alimentas por puro gusto —dijo, mientras parecía meditar—; sin embargo, eres realmente fuerte y aunque... oh... si... debe ser un poco difícil decidir esto; no quiero equivocarme.

«¿Equivocarte? ¿Con qué?»

—Veo valentía, mucha osadía, te hace falta desarrollarla, pero no eres pequeña Beryl, no. Eres muy capaz de lograr todo lo que deseas, sí... quizá, esta casa te permita desarrollarlo...

Se escuchó un grito que se vio opacado por los aplausos, pero al momento de quitarle el sombrero se sorprendió al ver que no provenían de Ravenclaw, sino que de Gryffindor.

El sombrero seleccionador la había mandado a la casa de los valientes, cuando lo único que Beryl quería hacer era esconderse debajo de su cama.

Camino aún cuando los aplausos se escuchaban y tomó asiento junto con el primer niño que había sido seleccionado a esa casa.

—Hola, soy Sirius Black —se presentó, estrechando su mano con la de Beryl, mientras tiene una sonrisa traviesa.

—Un placer —respondió el saludo.

Ya esta, lo más difícil había sido logrado: estaba dentro de una casa, el sombrero seleccionador no la había regresado al mundo muggle, ya no tenía nada de que preocuparse.

Continuó observando la presentación, hasta que el nombre de la única persona que conocía en el lugar, se hizo presente: Remus Lupin, quien tras estar quizá, dos minutos con el sombre seleccionar en su cabeza, termino formando parte de la casa de los leones.

Quizá, eso le había alegrado un poco a Beryl, y es que a pesar de haberlo conocido hace un par de horas, Remus Lupin le resultaba agradable.

—Que genial cicatriz —señalo Sirius—. Yo tengo una en mi rodilla, pero no es tan padre como la tuya —comentó con una mueca—. ¿Te dolió mucho cuando te paso lo que te haya pasado? —curioseo sin poder evitarlo.

—Un poco —masculló, viendo de reojo a Beryl.

Con ansias, Beryl continuó prestando atención, hasta que por fin, el último niño fue nombrado, siendo recibido por la casa de las águilas y dando por terminada así la ceremonia de selección. Las voces de emoción por parte de los alumnos se vieron apagadas cuando el director Dumbledore se paro de su asiento.

—Solo diré dos importantes palabras: ¡A comer!

Y entonces, fuentes de comida aparecieron en la mesa, tomando por sorpresa a Beryl, quien nunca en su vida había visto tantos alimentos juntos; y ni mencionar lo extraño que lucen algunos.

Tomo una especie bollo esponjado, el cual miro con curiosidad y sin pensarlo dos veces llevo a su boca para comenzar a comerlo.

Hizo una mueca desagradable y rápidamente quito la pasa de su boca.

—Son bollos de bath —explico el chico de cabello rebelde y ojos avellana—. ¿No los habías comido nunca? —curioso, mientras se adelantaba a comer el postre.

—No —musitó.

—Usualmente los preparan con pasan —le hizo saber—. Yo en lo personal, prefiero quitárselas antes de comerlo.

—Prueba esto Beryl —señalo Remus—. Son empanada de Cornualles, rellenas con carne de ternera, nabo, cebolla y patata.

A diferencia del bollo de bath, la empanada sabía mucho mejor.

—¿Eres hija de muggles? —curioseo Sirius.

—Sí —murmuró, mientras lentamente masticaba su empanada.

—Que genial —admitió el pelinegro—. Siempre he querido ir al mundo muggle, mis padres no me dejan —hizo saber con una mueca.

—¿Por qué no? —curioseo una pelirroja llamada Lily Evans.

—Están loquitos —aclaró alzando los hombros.

—Yo también soy hija de muggles —dijo con una gran sonrisa Evans—. Y creo que tus padres deberían darse una vuelta por el mundo muggle, hay cosas geniales que hacer —aseguró—. ¿No crees Beryl?

—Eso creo —respondió alzando los hombros.

El resto de la cena, Beryl presto atención a la conversación de sus compañeros, respondía cuando era mencionada y daba la razón cuando se le pedía una opinión. Realmente se estaba esforzando por lograr entablar una conversación, pero por algún motivo, eso le costaba demasiado.

Tal vez, solo tenía que esperar al día siguiente y que las clases continuaran, quizá, todo sería diferente y comenzaría a sentirse más normal.

O al menos, eso es lo que Beryl pensaba.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top