09


✨Capítulo 9✨
"En donde Beryl y Remus pasan el tiempo juntos"


Beryl estaba acostumbrada a no cenar durante el banquete ya que aprovechaba el tiempo para fumar en los terrenos o vagar por ahí; pero ahora, no había ni siquiera ánimos para caminar a los terrenos del castillo por que después de ahí tenía que irse directo a las cocinas a limpiar grandes cazuelas, platos y cubiertos que habían sido utilizados durante la cena.

Ahora Beryl sentía un poco de pena por todo lo que los elfos tenían que limpiar, aunque claro que al menos ellos podían utilizar magia, a diferencia de los castigados a quienes les aclararon que todo tenían que hacerlo sin la ayuda de sus varitas mágicas; y aunque ya solo faltaba una noche mas para dar por terminado con el castigo, Beryl sentía que ese día no terminaba.

Las horas se pasaban con lentitud, ese domingo había sido el más largo de todos y lo único que quería era que el reloj marcara la medianoche para que diera por terminado, pero para eso aún faltaban siete horas más.

Cansada de estar dando vueltas en la biblioteca, salió del lugar y camino hasta el ventanal más cercano el cual brinco para sentarse y prendió un cigarro, ignorando el hecho de que se encontraba dentro del castillo.

Dio la primer calada sintiéndose un poco más tranquila y dejó caer sus hombros mientras observa los árboles bailar al ritmo del aire; el otoño es en definitiva la estación favorita de Beryl, ya que le parece fascinante la manera en que la naturaleza muere, para después renacer en primavera.

Escucho unos pasos no muy lejos de ella e ignoro por completo el olor a chocolate que desprende la persona que está llegando a su lado. No le importo girar su rostro por que se encuentra muy concentrada observando las nubes oscuras del cielo para ver a Remus Lupin, quien apoyó sus manos e el barandal y se paró un poco de puntas, balanceándose sobre estas.

—Siento mucho interrumpirte, Beryl —hablo con voz calmada el chico—, pero no puedes fumar dentro del castillo.

Beryl se llevó el cigarro a sus labios, dando una calada, giro su rostro para ver a Remus quien tiene una pequeña mueca, y ladeando sus labios, dejó salir todo el humo que se estaba acumulando en su boca.

—No arruines mi diversión, Lupin.

El chico se impulsó para brincar al barandal y se sentó mirándola.

—Mi deber como prefecto es arruinar la diversión de los estudiantes, Beryl.

La chica rodó los ojos y volvió a darle una calada.

—¿Sabes? No me iré hasta que apagues el cigarro —señalo con una sonrisilla.

—Bien, quédate.

Aquella respuesta tomó por sorpresa al chico, quien miró algo perplejo a la joven que continuó fumando, dando por ignorado el hecho de que Remus estuviera a su lado.

—Mejor te acompaño a los terrenos donde podrás fumar cuantos cigarros quieras —le propuso Remus, cruzándose de brazos.

Beryl le lanzó una mirada curiosa, pero negó con su cabeza.

—No quiero ir a los terrenos —respondió con una mueca.

—Entonces deja de fumar aquí —pidió amablemente.

—Eres irritante, Lupin —gruñó la chica, apagando el cigarrillo en la pared y guardando lo que restaba en una pequeña caja metálica donde hay más colillas de cigarro.

—Mira el lado bueno, al menos te encontré yo y no otro prefecto —mostró una sonrisa angelical y Beryl todo los ojos—. Y no te baje puntos —añadió.

—No era conveniente, obviamente —murmuró Beryl.

Remus apoyó su espalda en la pared para ver mejor a Beryl, quien llevó sus manos a los bolsillos de su sudadera.

—¿Te piensas quedar aquí todo el rato? —preguntó la joven con una ceja alzada.

—Bueno, dijiste que podía quedarme —le recordó Remus con una sonrisa inocente.

—Mientras terminaba de fumar —aclaró con obviedad la rubia, mientras rueda los ojos.

—Es un agradable lugar —comentó Remus ignorando lo que Beryl había dicho, mientras observa con una pequeña sonrisa el cielo—. Parece que va a llover.

—Tal parece —murmuró Beryl observando el cielo.

Ambos quedaron en silencio, ninguno se atrevía a interrumpir la tranquilidad qué hay en el aire. Los pájaros comienzan a volar en busca de un árbol para refugiarse y las lechuzas mensajeras que han terminado con su labor del día regresan a la lechucería.

—¿Has pintando algo? —preguntó sin poder evitarlo Remus.

—¿Uhm? —murmuró Beryl al no captar la pregunta del chico.

Hizo sonar su garganta y repitió—: Oh, me preguntaba si, ¿has pintado algo en estos días?

—No realmente —respondió, pegando sus rodillas a su pecho—. He terminado un par de obras que tenía sin terminar y he mejorado otras, pero nada nuevo —alzó sus hombros para ver a Remus—. ¿Por qué la pregunta? —cuestionó.

—Mera curiosidad —dijo con simpleza y algo apenado.

—¿A qué se debe que estés separado de tus amigos? —le pregunto esta vez Beryl.

—¿De mis amigos? —murmuró.

—Sí, sí. ¿Cómo se hacen llamar? —se preguntó así misma Beryl, llevando una mano a su barbilla—. ¡Ya! Los, merodeadores —hizo énfasis en el nombre, un tanto burlona, quizá.

—Ah —Remus sonrío llevando un poco para atrás su cabeza y regreso su vista a los ojos olivo de la chica, que lo miran fijamente en espera de una respuesta—. Debía hacer mi ronda como prefecto, ya sabes —explicó alzando sus hombros—, y trató de evitarlos por que quizá, Sirius y Peter estén haciendo travesuras, mientras que James y yo fingimos no saber nada —aclaro.

—Vaya —murmuró ante aquella explicación—. Que aburrido.

Remus no pudo evitar soltar una risilla y alzó sus hombros.

—Es lo qué hay. ¿Estas lista para nuestro ultimo día de castigo?

—¡Ughh! No puedo esperar a que termine —confesó con algo de desesperación, pegando su cabeza a la pared y mirando arriba—. Me siento tan mal por los pobres elfos —murmuró con una mueca.

—Lo sé. Es impresionante la cantidad de platos que deben de limpiar —comentó Remus.

—Y la cantidad de comida desperdiciada —aportó Beryl, con una mueca—. ¿Sabes cuántas personas sufren de hambruna? ¡Miles! —con el ceño fruncido, Beryl negó con su cabeza, provocando cierta ternura en Remus, ante la preocupación de la joven.

Antes de decir algo, suspiró—. Ese es un problema muy complicado y realmente no sé como podría ayudar yo en algo tan grave como eso —confesó, con algo de pena.

Beryl alzó los hombros y apoyo su cabeza en el muro cerrando un poco sus ojos.

—Lo sé, yo tampoco podría apoyar, digo... no tengo dinero —soltó una risa amarga y ladeo una sonrisa. Abrió lentamente sus ojos, observando la manera tan dulce en la que Remus le miraba, para preguntar de manera ruda—. ¿Qué miras?

—Oh, nada —respondió rápidamente, tomando un ligero sonrojo y mirando hacía el paisaje.

La rubia reprimió una pequeña sonrisa burlona y negó con su cabeza para admirar los arboles a lo lejos, sintiéndose relajada y realmente calmada; usualmente, no permitiría que nadie estuviera con ella en sus momentos de calma, pero con Remus las cosas comenzaban a ser diferente.

En realidad, con Remus todo siempre es diferente y es que Beryl únicamente podía sentir confianza ante el chico con el que por primera vez en su vida tuvo una pequeña conversación (que para muchos podría ser insignificantes), para ella no lo era; recordaba la linda sonrisa de Remus y la forma tan clara en que le aseguraba que no saber cosas mágicas no era malo; aun podía recordar la mirada cansada de aquel niño de once años y aquello solo le provocaba una sonrisa que causaba curiosidad en el mismo hombre que estaba provocándola.

Remus se enderezo al ver como Beryl inclinaba su cabeza mientras sus labios formaban una pequeña sonrisa. Con curiosidad, ladeo su cabeza de la misma manera que ella y en un mismo movimiento, ambos alzaron su cabeza para verse fijamente a los ojos.

Y por primera vez, Beryl no pudo insultar a alguien que le miraba por que sintió un nudo en su garganta; la extraña sensación de herir a alguien que solo ha buscado tratarle con respeto y en espera de una amistad reciproca era algo nuevo para ella, o quizá, era algo que recién apenas comenzaba a notar, por que este año (a comparación de los anteriores), Remus Lupin se estaba esforzando por ser parte de la vida de Beryl.

—Mmm, ¿qué opinas de cenar en las cocinas? —propuso Remus, jugueteando con sus manos de manera ligeramente nerviosa—. Podremos, ya sabes, evitar dar tantas vueltas del Gran Comedor a las Cocinas y...

—Me parece bien —le interrumpió ladeando una mueca.

Remus parpadeo dos veces, afirmando con su cabeza ante aquella respuesta.

—Bien. ¿Nos vamos?

Beryl asintió con su cabeza y ambos bajaron de la ventana dando un brinco. La joven de cabello rubio sacudió sus manos en su pantalón y acomodo su túnica para comenzar a caminar al lado de Remus, quien guardo sus temblorosas manos en el interior de los bolsillos de su pantalón.

En su mente, Remus solo se repetía una y otra vez que debía estar tranquilo. ¿Por qué debía sentir nervios? ¡Oh claro! La chica de la cual lleva años enamorado le ha aceptado cenar juntos en las cocinas, para después pasar su última noche de castigo juntos; no es la gran cosa.

Ahora solo tenía que comenzar un tema de conversación el cual pueda hacer más ameno lo que queda del día con ella.

«¡Piensa Remus! ¿Qué es lo que le gusta a Beryl? Algo que sepas, algo que no sea arte por que esta claro que tu no sabes absolutamente nada acerca de eso»

Y, como si el universo le diera las señales del mundo, Beryl comenzó a tararear muy bajo, una canción que había escuchado con sus mejores amigos hace tan solo dos semanas ya que proveniente de uno de los álbumes más recientes por la banda de rock Sex Pistols. 

—Pretty Vacant es una muy buena canción —dijo sin siquiera pensarlo, tomando un poco por sorpresa a Beryl—. Aunque, No Feelings es mi favorita —murmuró para si mismo, causando una ladina sonrisa en la rubia.

—Es un muy buen álbum, lo estuve esperando desde que lo anunciaron a inicios de años. No sabía que escuchabas a Sex Pistos —confesó, mientras cruzaba sus brazos.

—Me gusta el rock, siento que puedo liberar todas mis emociones cuando canto las canciones —admitió, ladeando un poco su cabeza.

—Uh, así que eres cantante, Remus Lupin. 

—Para nada —respondió rápidamente, provocando que Beryl soltará una risilla—. Canto con sentimiento, sí, pero mi voz... no es muy buena —aclaró, dando más énfasis mientras abre sus ojos. 

—Nada que un poco de entrenamiento no pueda hacer —señalo Beryl—. ¿Qué no Black y Potter cantan?

—Todo el tiempo, sí —afirmó Remus—. Pero ellos ni siquiera saben como lo hacen, simplemente tienen ese don —aclaró con algo de burla—. Tu cantas, ¿no? 

—¿Quién te dijo eso? —indagó alzando una ceja.

—Mmm... me lo dijiste tú, en primer año —le recordó, provocando que Beryl pestañara continuas veces—. Tus padres son músicos, ¿no? Pero tú y los instrumentos no se llevan bien, eso fue lo que dijiste —comentó con una pequeña sonrisa—. Así que cantas...

—Solo para mi —aclaró alzando sus hombros.

—¿Por qué? —curioseo Remus.

—Pues, si canto entonces tendría la atención de las personas. ¿Por qué querría tal cosa? —le preguntó a Remus.

—Bueno, más allá de la atención de las personas, estarías demostrando al mundo tu don artístico —aclaró, haciendo un exagerado movimiento de manos que le pareció gracioso a Beryl—. ¡Así como el arte!

—Nadie sabe que soy yo la que pinta esos cuadros —le corrigió.

—Yo lo sé.

—Pero tu eres tú —dijo alzando sus hombros.

Remus ladeo la cabeza observando a Beryl—. ¿Eso es bueno?

La joven dio pasos lentos y alzó sus hombros sin mirar al chico.

—Eh... no lo sé, ¿ser tu es bueno? —le interrogó.

Remus resopló—: Apesta ser yo.

—Oh, si...

—Así que si piensas que apesta ser yo —dijo ante la respuesta dada por la chica.

—¿Qué? ¡Oh no! —río ante el malentendido y negó mostrando una divertida sonrisa que Remus nunca antes había visto—. No quise decir eso, pero entiendo lo que dices, digo, también apesta ser yo —se aclaró. 

—Bienvenida al club —guiño un ojo mientras giraba por el pasillo que les llevaría directo al cuadro de frutas que es la entrada a las cocinas y ambos se detuvieron lentamente al ver a un grupo de Slytherin intentando entrar.

Un grupo de chicos por el cual ambos comparten el mismo odio.

—Mira que nos trajo el viento —dijo con gracia Mulciber—. ¿Acaso Clifford tiene un nuevo amigo?

—Mulciber por que no te vas a molestar a tu madre —respondió Beryl dando firmes pasos en dirección al chico.

—No me apetece el día de hoy, ¿podré molestar a la tuya?

—Con todo gusto, ¿te doy su dirección? —dijo con firmeza y tomando por sorpresa al chico.

—No deberían estar aquí —hablo esta vez Remus llegando al lado de Beryl—. Así que será mejor que se vayan si no quieren meterse en problemas.

—Por que estar cerca tuyo atrae siempre problemas, ¿no Lupin? —gruño Snape, mirando con cierto odio al chico.

Pero Remus ni siquiera le dedico una mirada.

—Ustedes dos no nos dan ordenes a nosotros —dijo con algo de burla Avery—. Lo único que nos dan son pena.

Antes de que Beryl pudiese decir algo, pudo ver al final del pasillo como el profesor Slughorn y la profesora McGonagall caminaban en dirección del grupo de chicos, por lo que únicamente se cruzo de brazos ladeando su cabeza y mostrando una ladina sínica sonrisa.

—Jóvenes —hablo McGonagall mirando a los Slytherin—. ¿Qué hacen aquí? La cena no debe en tardar, andando —ordeno.

Ninguno de los cuatro Slytherin replico ante lo dicho por la profesora, quien observo como seguían el camino fuera del sótano para ir directo al Gran Comedor. Una vez quedando solos, dirigió su mirada a los Gryffindor y extendió su mano.

—Varitas, por favor.

Con una mueca, ambos entregaron sus varitas y la profesora McGonagall las guardó en el interior de su túnica. 

—Una vez terminada la cena vendré para entregarles las varita y escoltarlos a la sala común —informo.

—Suerte jóvenes —el profesor Slughorn les guiño un ojo mientras el mismo hacia cosquillas a la pera del cuadro de frutas, el cual mostro la entrada a las cocinas.

Beryl fue la primera en pasar a la enorme habitación de techo tan alto y grande como el del Gran Comedor, el cual cuenta con montones de ollas brillantes de bronce y sartenes amontonadas alrededor de las paredes de piedra, y al fondo, una gran chimenea de ladrillo. Cientos de elfos se encuentran caminando de un lado a otro, terminando de realizar lo que sería la cena, mientras que otros re acomodan la ubicación de los alimentos.

La chica camino a una de las mesas y tomo asiento observando a Remus que camina en busca de chocolate que debe estar guardando en alguna de las repisas; una vez obtenido el dulce, camino hasta la mesa donde Beryl se encuentra y se sentó frente a ella. 

—¿Qué cenaras? —preguntó Remus, quitando lentamente la envoltura del chocolate.

—Realmente no tengo apetito —confesó la joven—. Pero tomaré un poco de té.

Tras decir aquello, un taza de té apareció frente a ella y busco alrededor al elfo que se encargó de aparecerlo, más no pudo saber con exactitud cual de todos había sido. 

—Gracias, a quien sea que lo haya aparecido —dijo mirando a su alrededor—. ¿Comerás algo, Lupin? 

—Un emparedado de pavo —respondió, mientras acomoda la copa de oro frente a él. Su plató de comida apareció y dedico una sonrisa a los elfos que se encuentran cocinando—. Gracias —se encargo de decir en voz muy alta—. Entonces, ¿cuál es tu género musical favorito? —curioseó, para hacer de la cena un poco más amena.

—Oh, me gusta mucho la música clásica. 

Aquella respuesta tomo por sorpresa a Remus, quien se quedo a medio morder del sándwich, abriendo un poco sus ojos. Beryl río un poco y bebió de su té. 

—Crecí escuchando rock, pero eventualmente, la música clásica termino fascinándome. Claude Debussy es uno de mis compositores favoritos.

—Desconozco a Debussy —admitió Remus, limpiando sus labios delicadamente con una servilleta—. Sé muy poco de música clásica —confesó, para después comenzar a enumerar con sus dedos a los artistas—. Beethoven, Chopin y Bach, son los que te podría mencionar. 

—Debussy fue influenciado por Chopin, deberías escucharlo —propuso Beryl—. Es relajante, cuando me siento estresada siempre ayuda a calmarme —comentó con una sonrisa ladina.

—Debería escucharlo, vivo en constante estrés —murmuró Remus de manera burlona. 

—Tengo algunos casetes, por si te interesa

—Ah, sí, definitivamente sí —afirmó algo atontado Remus.

—Bien. Te los daré antes de dormir, después de este último día te podrá servir, Remus. 

El chico soltó una pequeña risa y observo a Beryl beber de su té—. Ya lo creo. 



ooo



El sonido de las cazuelas cayendo espanto a los elfos obreros, que miraron con preocupación y espanto a Beryl y Remus. Ambos chicos se encuentran con la piel erizada y los ojos cerrados ante el impacto que tuvieron las grandes ollas en el piso, sin mencionar que Beryl se encuentra sujetando el brazo de Remus.

—Lo sentimos tanto —masculló Beryl con las mejillas rojas y voz chillona—. Fue su culpa —agregó, señalando a Remus.

—Sí, lo sentimos tan... oye, ¡no fue mi culpa! —se apresuró a decir Remus, provocando que un elfo riera, sin embargo, su risa desapareció al momento de ver como su jefe, Kit, un elfo gruñón y mandón, mando a callar. 

—Remus y Beryl deben dejar de tirar las cosas —hablo Kit—. Blas y Fray se encargaran de ordenar las cazuelas que Remus y Beryl han arruinado. Kit se encargará de decirle a la profesora McGonagall de esto —gruño dando pasos apresurados, mientras continúa con su limpieza.

—Soplón —murmuró Beryl, achinando los ojos.

—Shh.

—No me shushes —regaño a Remus, con el ceño fruncido, provocando que el chico soltará una risita. 

—Remus y Beryl deben dejar de platicar. Remus y Beryl deben ponerse a trabajar —les dijo de mala manera Kit, quien les dio escobas a los Gryffindor—. Ahora, ¡a barrer! 

Beryl gruño y tomo la escoba para comenzar a barrer, mientras que con más calma, Remus comenzó a imitarle. Pese a que los elfos no debían ayudar, ninguno de ellos podía quedarse sin hacer nada, por lo que se encontraban trabajando de manera discreta y siendo eficaces, agilizando así el trabajo de los jóvenes que parece más un juego para ellos. 

Y es que Beryl estaba arrojando más basura al área que Remus se encuentra limpiando. 

—Beryl, basta —pidió Remus al notar lo que la rubia se encontraba haciendo.

Mostró una pequeña sonrisa inocente y ladeo su cabeza, fingiendo confusión—. No sé de que hablas, Rem.

Rem.

Aquella manera de pronunciar el apodo por el cual muchos le llaman provoco que su corazón latiera a un ritmo nunca antes sentido. Bueno, quizá, lo había sentido en las noches de luna llena, pero esta sensación era completamente diferente. La pronunciación y tono de voz sonó melodioso, incluso cariñoso. Podría escuchar a Beryl llamarle así mil veces y nunca se cansaría de oírla. 

—¿Remus? 

El joven pestañeo varias veces, notando a Beryl frente a él. Luce confundida (y esta vez no lo finge), y algo curiosa.

—Lo siento, recordé algo —murmuró con algo de pena—. Hum, ¿qué pasaba? 

Beryl ladeo una sonrisa, frunciendo un poco el ceño, para después, responder—. Oh nada, solo te decía que tenías que barrer todo eso —señalo la chica el piso, dónde hay gran cantidad de basura—. Yo ya limpié mi parte —aclaró.

—Si claro —musito con ligera diversión—. Entonces podrás comenzar a separar la basura, ¿no? 

La sonrisa triunfante de Beryl se borro de su rostro, provocando que Remus soltará una pequeña risa.

—Te odio —susurró retrocediendo en dirección a los grande contenedores de basura.

—También te odio —respondió con burla Remus, sabiendo que aquello era una gran mentira.

¿Cómo podría ser capaz de odiar a alguien como Beryl? Claro que la chica tiene grandes defectos (y Remus puede notarlos, tal como su irá, mal comportamiento y quizá su falta de educación), más aún así, no es impedimento para el hombre lobo sentir una gran atracción por ella. 

Era imposible no sentir todas esas emociones cuando esta a su lado y la urgente necesidad que tenía de hacerla sonreír se presentaba en la mayor parte de sus días, por que él era capaz de notar como es que le hacía falta a la chica divertirse un poco; claro que quizá ella se divertía a su propia manera, pero saber que él había sido capaz de ocasionarle una sonrisa y hacerla reír, le llenaba de emoción. 

—Recuérdame nunca hablar cuando te están regañando—pidió en voz muy alta la chica, mientras que con su antebrazo cubre su nariz, impidiendo respirar el aire de la comida podrida—. Dios, ¿qué hay dentro de esto? —murmuró.

—No querrás saberlo —respondió un elfo, que con un chasquido de dedos, se deshizo de toda la basura.

—Oh mil gracias —suspiró aliviada.

—¿Bromeas? Si el que hayas hablado cuando me estaban regañando hizo de mi castigo más ameno —confesó Remus con una sonrisilla.

—Bueno, no para mi. Ni siquiera tuve la culpa —recordó.

—Eso es cierto y lo siento —se disculpo—. Pero, ahora que lo dices, ¿por qué lo hiciste? —curioseo, apoyando su palma de la mano en la punta de la escoba, para recargar su barbilla en su muñeca, observando fijamente a Beryl.

La chica se apoyo en la mesa, mirando a Remus—. ¿Por qué hice qué?

—Decir que lo hiciste tú. Aceptar este castigo —señalo.

Hubo un silenció en donde solo se escuchaban los chasquidos de los elfos ordenando lo que hacía falta de la gran cocineta, Beryl miro hacía su lado izquierdo, con la mirada fija en el piso.

—No lo sé. Sentí... lastima, quizá —musitó, sin tener respuesta alguna para eso.

—Sí, doy mucha lastima —afirmó Remus, soltando un gran suspiro—. Ser yo es tan difícil. 

Aquello provoco que Beryl se carcajeara y rodó sus ojos—. Eres insoportable, Remus Lupin.

Antes de que Remus pudiese replicar, los elfos dejaron de trabajar y eso solo significaba que la profesora McGonagall estaba por llegar. Rápidamente, le dúo de castigados se apresuro a hacer el trabajo que debían de haber estado haciendo desde hace horas, por lo que, cuando su jefa de casas ingreso a las cocinas acompañada del profesor Dumbledore, observo a los chicos trabajar. 

—Buenas noches —saludo Dumbledore con una pequeña sonrisa. 

—Buenas noches, profesor Dumbledore —respondieron al unisón.

—¿Qué tal les fue en su semana de castigo? —curioseo.

—He tenido peores días —respondió sin filtro alguno Beryl.

—Sí, también yo —musitó Remus, moviendo su cabeza un poco. 

Dumbledore sonrió ante aquello y negó lentamente con su cabeza—. Espero que este castigo les haya servido para no volver a ocasionar problemas como el sucedido en el banquete de Halloween. 

—No volverá a ocurrir, profesor Dumbledore —aseguró Beryl—. Al menos, no por mi parte —agregó, mirando de reojo a Remus.

—Ni por la mía —respondió rápidamente Remus.

—Bien, será mejor que vayan a su sala común, la profesora Minerva se encargará de acompañarlos.

No se tuvo que decir más para dar por terminada la charla. Ambos jóvenes salieron de la cocina escoltados por su jefa de casa, en un camino que se sintió eterno y dónde Beryl tuvo que cubrir su boca varias veces para que no vieran sus bostezos; fueron minutos de silenció en donde cada joven se enfoco en sus pensamientos, reviviendo los momentos que habían pasado juntos durante el castigo. 

¿Acaso después de esa semana algo cambiaría entre ellos? Y es que no había nada más que Remus deseará como pasar más tiempo con Beryl, con quien había entablado conversaciones durante las horas de limpieza; incluso, podría decir que ahora la conocía un poco mejor.

—Que descansen —fue lo que dijo la profesora al despedir a los chicos frente al retrato de la dama gorda. 

—Igualmente, profesora. 

Al ingresar a la sala, un par de chicos y chicas desviaron su mirada para verlos entrar. Beryl se detuvo al pie de la escalera y con voz suave, llamó a Remus.

—¿Querrás los casetes? —le preguntó algo tímida. 

Torpemente asintió—. Si no te molestaría...

—Bajo en un minuto. 

La chica se apresuró a subir las escaleras, dando brincos de dos en dos para hacer del trayecto aún más rápido. Al llegar a su habitación, abrió la puerta de golpe, asustando a sus cuatro compañeras de cuarto, que observaron a la rubia correr hacía su baúl y sacar prendas con desesperación, y es que Beryl no quería hacer esperar mucho a Remus.

Una vez encontrado los casetes que su abuela le había regalado, salió rápidamente y bajo las escaleras a tropezones; sin embargo, antes de llegar a la sala común, tomó un poco de aire y paso una mano por su cabello, tratado de lucir relajada. 

Encontró a Remus apoyado en el sillón, jugando con las puntas de sus zapatos, mientras luce algo cansado. Se acerco a él, llamando su atención y el joven le dedico una sonrisa al verla extender su mano en su dirección.

—Son mis piezas favoritas de Debussy. También hay un poco de Beethoven, Chopin, Bach y Wagner. 

—Genial. Gracias, las escuchare —aseguró con una pequeña sonrisa.

Hubo un silencio en donde Remus quedo golpeando el casete con su dedo pulgar, Beryl mostro una pequeña sonrisa tímida y retrocedió lentamente. 

—De acuerdo —susurró la chica—. Descansa, Lupin.

La vio subir las escaleras de la habitación y sin poder evitarlo, Remus suspiró, para después responder de manera tardada:

—Igual tú, Beryl. 





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