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Capítulo Uno
"En donde Remus quiere acercarse a Beryl"


A veces, Beryl quisiera decir que tras ingresar a Hogwarts hizo amigos, tuvo aventuras interesantes y encontró al futuro amor de su vida; pero no, al menos dos de esas tres aún no sucedían y realmente, creía que nunca podría encontrar el amor.

Y es que aunque ser sangre sucia no era un impedimento para tener amigos y amigas, Beryl desde el primer momento en el que llegó al castillo fue un blanco de burla por parte de los sangre pura, y algunos otros compañeros que veían divertida la manera tan tímida de ser de Beryl.

Sin embargo, había quienes se encargaban de defender a la pequeña Beryl de los insultos y bromas tratándose de cuatro de sus compañeros de casa: Sirius Black, James Potter, Lily Evans y claro que Remus Lupin.

El enfermizo niño de cabello chocolate se molestaba tanto por la manera en que molestaban a Beryl que, incluso una ocasión, lanzó a un chico de Slytherin a los tentáculos del Calamar gigante que habita en el lago negro, siendo utilizado como pelota por parte del animal, hasta que se aburrió de él y lo regresó a la tierra.

Pero eso nos lo convirtió en grandes amigos, ya que Beryl simplemente agradecía y perdonaba por no poderse defender, para después refugiarse en la biblioteca y fingir no existir.

Al menos, así fue por cuatro años seguidos, hasta que en el regreso a clases de 1975, para cursar su quinto año, Beryl... cambio.

Su piel seguía blanca y su cabello rubio con destellos castaños tan brillante como el sol, sin embargo en sus ojos había un odio que nunca antes habían visto en ella. Mascaba goma de desayuno, comida y cena; fumaba cigarrillos mientras leía sus preciados libros o cuando hacía deberes; portaba ropa negra personalizada por ella, escribiendo palabras obcenas o pidiéndoles que se vayan a la mierda si es que se encontraban mirándola.

Beryl había cambiado, y aunque nadie sabía por qué, eso la había fortalecido.

Ahora ella molestaba a sus agresores, les atacaba cuando menos lo imaginaba; incluso, los hacía sufrir hasta que viera lágrimas salir de sus ojos.

Y se lo merecían, ¡claro que sí! Beryl había derramado lagrimas por su culpa y ahora era el turno de ellos de sufrir.

O al menos, eso es como lo veía.

Para muchas personas, Beryl era ahora una persona a la cual temerle, respetarle y de preferencia, no dedicarle palabra alguna o cuestionarla.

Los hombres consideraban que aquel cambio le había hecho bien, podían notar el cambio físico y les gustaba lo que veían; aunque algunas mujeres quisieran acercarse a ella para preguntarlo donde es que había comprado sus botas, o sus únicos lentes negros, no lo hacían por temor a ser golpeadas en el rostro.

Beryl era todo y nada después de aquel cambio, y aunque ya nadie se burlara de ella, y las pocas personas que la defendían ya no tenían excusa alguna para hablarle, Remus Lupin siempre se encontraba al pendiente de lo que le sucedía.

No podía entender por qué es que se preocupaba tanto por ella, pero es que desde la primera vez que la conoció en el expreso de Hogwarts, ella siempre formaba parte de sus pensamientos.

Muchas veces, Remus dejaba goma de mascar de sabor mora (el favorito de Beryl) en su asiento, en otras ocasiones le metía ranas de chocolate en su bolso y, cuando era navidad, Remus Lupin siempre, siempre se encargaba de regalarle algo.

Libros, cupones para honeydukes, libretas para colorear, delineador negro o velas con olores.

Y aunque Beryl no tenía ni la menor idea de quien le regalaba todo eso, ella lo apreciaba y agradecía de todo corazón, puesto que eran los únicos regalos que recibía en aquella época de alegría y amor.

Sin embargo, Remus estaba encontrándose ligeramente desesperado de no poder llegar a Beryl como quisiera hacerlo; a veces, desearía poder entregarle aquellos detalles personalmente, pero no tenía ni la menor idea de cómo es que la rubia pudiese reaccionar.

Seguramente le cuestionaría el por qué lo hace e incluso se lo regresaría y él no estaba dispuesto a pasar por aquella humillación.

Pero ese es el ultimo año que Remus Lupin tiene para poder formar un vínculo con Beryl y no quería hacharlo a perder, por lo que que desde el verano llevaba cuestionándose lo siguiente: ¿cómo demonios podría convertirse en amigo de Beryl Clifford?

Y mientras cepillaba sus dientes, apoyado en el lavamanos, Remus jadeo frustrado, viendo su reflejo en el espejo.

—Solo hazlo —se dijo así mismo, viendo cómo tenía un poco de pasta dental en sus labios—. Salúdala, préndele su cigarro y dale chocolate —propuso—. No, no, prenderle su cigarro es demasiado machista, ella puede prender su cigarro por si solo —se dio un golpe en la frente, causando que el cepillo de dientes salpicara un poco en el espejo—. Eres un desastre.

El ahora atractivo joven con cicatrices en su rostro, continuó con su lamento e intentó de plan, mientras que a seis horas de su hogar, Beryl Clifford se encontraba anudando sus botas militar negras.

Se paró de un brinco, viendo su reflejo en el espejo; dio media vuelta y ladeó una mueca al ver su trasero. Ignorando aquello, camino hasta una repisa para tomar una caja de cigarros, tomando uno y lo prendió con el encendedor que se encontraba al lado de este.

Dio la primera calada solo para ver cómo el reloj marcaba las nueve con quince de la mañana.

Afortunadamente, Beryl había aprobado su examen de aparición, por lo que llegar a la estación de King's Cross sería mucho más fácil que en años anteriores.

Aún con el cigarro entre sus labios, Beryl tomo su baúl y con su mano libre la jaula de su lechuza Hades, la cual ya descansa plácidamente.

—Nos vamos a casa, Hades —le hizo saber, ladeando una sonrisa.

Bajo rápidamente las escaleras del hogar, llegando a la sala, en la cual, un hombre se encuentra afinando una guitarra, mientras fuma un cigarrillo.

—¿Ya te vas, monstruo? —le pregunto sin siquiera mirarla—. Ya no te quiero ver más aquí —continuó, tocando un par de cuerdas—. Recuerda el trato, séptimo año y te largas de esta casa.

—No es como si quisiera seguir aquí, Felix —admitió, mientras caminaba a la cocina.

Su madre la miró de arriba a abajo, la ignoro por completo y del frutero, tomo un manzana.

—Adiós, Rosaline —ladeó una sonrisa a su madre, quien no respondió aquello y salió de ahí lo más pronto posible, pero antes de cerrar la puerta, miró a su padre—. Cuando me gradué, vendré a recoger el resto de mis cosas, no me notarán.

Felix alzó su dedo anular y levantó su cabeza dedicándole una sinica sonrisa.

—Ojalá tu tren choque.

Mascullando, alcanzó a decirle—: Ojalá Voldemort te mate.

Y en cuanto cerró la puerta de aquel infierno, Beryl sintió que por fin podía respirar. Sí, eran groseros, se odiaban y realmente sabía que no los iba a extrañar. Su hogar era un verdadero asco, al igual que sus padres.

Desde que se habían enterado que era un bruja la trataban como si fuera una basura: la insultaban al verla pasar, le culpaban de sus problemas como pareja, nunca proveyeron dinero para sus estudios o para ella y cuando se enfermaba mientras estaba en casa, ni siquiera se asomaban para darle una pastilla.

Beryl los odiaba y realmente esperaba que les fuera mal.

Pero ahora ya estaba terminado todo. Su séptimo año significaba que al graduarse, dejaría de vivir ahí. ¿Tenía idea de donde iría? No, para nada. ¿Cuenta con dinero para poder subsistir? Sí, demasiado.

Más allá de la herencia que le había dejado su difunta abuela, Beryl había mejorado tanto en el arte que en el verano, exhibía cuadros que hacía durante su estancia en hogwarts, y el favorito de todos, era la noche del castillo de Hogwarts.

Aquella pintura había permitido que Beryl se bañará en dinero y es que era simplemente mágico.

Una pequeña niña del sur de Inglaterra estaba siendo reconocida en el mundo artístico gracias a sus magníficas pinturas.

Los pasos que daba eran firmes, el cigarro que había estado fumando cuando salió de su casa ya había sido reemplazado por uno nuevo, y mientras caminaba a un lugar solitario para poder realizar la aparición, observaba el gran día de verano que daría por iniciado con su séptimo año.

Todo iría bien, Beryl tenía el presentimiento, ya sólo quedaba un año para irse de Gran Bretaña y comenzar una vida nueva en Francia.

Será una artista. Pintara en las calles de la ciudad parisina y quizá, abrirá su propia galería de arte.

Miró a ambos lados para ver la calle solitaria, tiro su cigarro, y lo apago con su bota negra; sujeto con fuerza su baúl y su lechuza para desaparecer en un torbellino.

Se unió a la fila de muggles que caminaban rumbo a la estación de King's Cross con naturalidad. El camino al andén 9 y 10 fue relativamente tranquilo, y como todos los años, aquella emoción por entrar al andén mágico se mantuvo en la boca de su estómago.

Pasando entre las familias, logró llegar hasta la entrada del tren, donde subió sus cosas sin problema alguno. Camino entre el pasillo sin siquiera pedir permiso, y es que al verla, los mismos estudiantes le dejaban pasar, hasta llegar a un vagón vacío.

Una vez sus pertenencias fueron acomodadas, se recostó en el asiento, mirando hacia la ventana que deja ver aún la estación de tren; saco una libreta de su mochila, junto con un lápiz, y comenzó a rayar líneas, dejando su imaginación volar.

Ni siquiera sintió cuando el tren se había puesto en marcha, su mirada permanece fija en su libreta, mientras que plasma el recuerdo de la estación mágica.

Pero la tranquilidad terminó, cuando la puerta se abrió.

—¡Aquí solo hay una persona, vengan!

Frunció el ceño mirando su libreta.

¿Cómo es que alguien se atrevía a interrumpir su momento de soledad?

Giró su cabeza lentamente, observando a un chico de mandíbula definida, cabello largo, ligeramente ondulado y unos increíbles ojos grises que hacían contraste con su piel bronceada.

—Black —masculló Beryl.

Sirius Black fingió sorpresa—: ¡Oh, Beryl! ¡Que sorpresa verte! —exclamó.

Detrás de él, tres chicos más entraron: un rubio delgado y pálido; un moreno con cabello rebelde y ojos chocolate; un alto (más que Sirius), delgado y enfermizo joven de cabello chocolate.

—Hola Beryl —saludo el moreno con una gran sonrisa.

Los cuatro se sentaron en el asiento frente a ella, provocando que dejara de estar recostada en el asiento, y quedando frente a ellos.

Sirius al ver qué ya había un espacio disponible a su lado, se cambio de lugar, ganándose una muy mala mirada por parte de Beryl.

—Más espacio —aclaró Sirius, con una gran sonrisa.

—¿Qué hacen aquí? —preguntó entre dientes, mirando de reojo a Remus, quien está jugando con sus manos.

—Bueno, vamos a cursar nuestro último año en Hogwarts.

Aquella respuesta hizo que Beryl mirara con molestia a Sirius.

—No había más lugar disponible —explicó el rubio, salvando a su amigo de ser ofendido.

—Ese es su problema, lárguense. Quiero paz y ustedes atraen todo menos eso.

—Tenemos a Remus con nosotros —señalo Sirius, provocando que Beryl alzará una ceja y observará al enfermizo joven de rostro angelical.

—¿Y?

—Él es paz, su segundo nombre es paz.

—Mi segundo nombre es John, James —musitó ladeando una mueca, ganándose un golpe en las costillas—. ¡Ou! —chilló, acariciando el lugar donde había sido golpeado.

Beryl respiró profundamente y fulmino a la cabecilla del grupo: James y Sirius.

Sin embargo, el primero se encontraba sacando su lengua, mientras intenta acomodar una insignia de P en su pecho. La rubia alzó una ceja y ladeo su cabeza.

—¿Premio Anual, Potter? —curioseo.

Jame asintió con su cabeza, muy emocionado—. Sí. Increíble, ¿¡no?! Mi mami casi llora de la emoción —dijo, mientras ajusta sus anteojos.

—Bueno, deberías estar en el vagón de Prefectos, ¿no? —le recordó, cruzándose de brazos.

Eso hizo que los ojos del hombre se abrieran grande. Remus se dio un golpe en la frente, mientras Sirius y el más pequeño del grupo, ríen a carcajadas.

—¡Mierda! Evans me va a matar —dando un brinco, se paro saliendo con gran rapidez del vagón, donde las risas aún continuaban.

—¿No tienes que irte tu también? —preguntó esta vez a Remus.

Con una pequeña sonrisa tímida, negó—: No es tan obligatorio.

La rubia rasco su cabeza, sin tener nada más que decir, así que opto por hacer lo que sabe hacer mejor: ignorar.

Saco nuevamente su libreta y subiendo sus pies al asiento, para pegar su rodilla a su pecho, coloco la libreta muy cerca de ella, utilizando sus rodillas como si de una mesa se trataran.

Con el ceño fruncido, continuó con el dibujo que estaba realizando, sin siquiera llegar a prestar a los tres de cuatro alborotadores de Hogwarts y hacer oídos sordos cuando le pedían una opinión en algo que realmente no le importaba.


ooo



Había sido todo un milagro para Beryl tener un recorrido tranquilo, al parecer, el verano había logrado que la madurez llegará a los jóvenes que tantos problemas causaban en el castillo, y es que mientras Remus leía (observando de reojo a Beryl), Sirius le enseñaba a su amigo Peter jugar cartas al estilo muggle.

—Fue un placer compartir vagón contigo, Beryl —dijo Sirius, mientras salían del compartimiento.

La chica paso de largo, no sin antes levantar su dedo anular e irse de ahí, meneando su larga cabellera rubia, que llamaba la atención de las personas.

Y Remus no pudo evitar suspirar, ganándose una curiosa mirada por parte de Sirius.

—¿Acaso ese suspiro fue lo que creo que es? —le pregunto, de manera ligeramente burlona.

Rápidamente, se excuso—: ¿De la luna llena que está cerca? Sí. Andando o nos iremos caminando al castillo.

Sin embargo, Sirius no se trago aquello, ya que achino sus grisáceos ojos, mientras observa a su amigo intentar pasar entre los estudiantes, y fingiendo dar indicaciones como prefecto.

—Le gusta, ¿no es así? —pregunto el pequeño rubio.

Sirius paso un brazo por los hombros del chico—. Pequeño Pete, estoy seguro que la ama —dramatizo, despeinando el cabello del chico—. Vamos ratita, no hay que quedarnos sin carruaje.

Así, ambos amigos se apresuraron a bajar del tren, para encontrarse con James, Remus y un pelirroja chica que les esperaban en la fila de los carruajes.

—Vayamos con Beryl —señalo Sirius, un carruaje que a diferencia del resto, se encontraba solo, salvo por la rubia marginada.

No tuvo que decirlo dos veces para que los cinco comenzarán a caminar al carruaje, donde la chica mantiene sus rodillas en su pecho, esperando el momento en el que el carruaje decida avanzar.

Sabia que habían subido personas y esas voces las reconocía, más no despego su vista de la tenebrosa criatura que tiro del carruaje en cuanto sintió que más personas ya habían subido.

Con amabilidad, la pelirroja le saludó—: Hola Beryl —mostró una sonrisa, aún sabiendo que ella no la vería.

—Hola Evans —murmuró, sin despegar su barbilla de sus rodillas.

—Eres una chica de pocas palabras —dijo en voz alta Sirius—. Me gustas.

La mirada de todo dio a parar en la del azabache, con sorpresa y algo de diversión.

Salvo por la de Beryl y Remus; mientras la joven sentía asco, el chico parecía estar confundido.

—¡No de esa manera! —se apresuró a decir—. Me refiero a que, sí, eres sexy y muy guapa, pero no me gustas como para salir contigo —aclaró, mientras Beryl le comenzaba a fulminar con la mirada—. Quizá te besaría y tal vez, taaaaal veeeeeez, tendría algo de una noche contigo, pero solo eso —aclaró.

—Sigue abriendo la boca y te cortaré el pene mientras duermas —le amenazó con firmeza.

Eso basto para que Sirius fingiera ponerse un seguro un su boca.

—Discúlpalo, sigue sin saber como hablarle a las personas —intentó excusarlo James, pero Beryl soló rodó sus ojos y regresó nuevamente su vista a la criatura, causando un poco de curiosidad en Peter.

—¿Hay algo ahí? —preguntó sin poder evitarlo.

Beryl ni siquiera respondió, estaba cansada de tener que soportarlos y aparte, a la rubia nunca le había podido agradar Peter. Simplemente, nada de él le parecía bien, podía sentir esa misma energía de repulsión que sentía con sus padres, así que no se esmero por intentar ser amable o siquiera dirigirle palabra alguna.

Se libero del grupo de amigos al llegar al castillo, tomando el asiento en la mesa de Gryffindor más cercano a la salida, para poder salir más rápido. Se cruzo de brazos, mientras esperaba que el tiempo pasará rápido y que los de nuevo ingreso pudiesen ser seleccionados. En ese momento, estuvo mascando goma, mientras de vez en cuando, Remus Lupin se encorvaba para poder verla.

Y entonces, después de un minutos que se sintieron como larga espera para Beryl, las puertas del Gran Comedor se abrieron, dejando pasar a la profesora McGonagall acompañada de una hilera de al menos, cuarenta niños y niñas, tan pequeños y nerviosos como alguna vez Beryl lo estuvo.

La selección dio inicio con la canción del sombrero seleccionador y como si el sombrero tuviese mucha prisa por terminar con los nuevos alumnos, todos terminaron siendo seleccionados de manera rápida.

—¡Bienvenidos, bienvenidos sean todos y todas de nuevo a un año más en Hogwarts! —les saludó el director Dumbledore—. Sé que para muchos regresar no ha sido nada fácil, pero hay que recordar que dentro de estas paredes, nada malo podría pasarles —habló, con voz clara, misteriosa y firme—. Que la oscuridad no les impida encontrar la luz, para poder permanecer firmes y luchar, si es necesario, con aquellos que se han perdido en el camino.

Beryl rodó los ojos, ¿acaso estaba hablando de Voldemort o de drogas?

Ah sí, Voldemort, el tan temido Innombrable.

Un mago oscuro estaba aterrando a la comunidad mágica, amenazando a sangre puras para que se unan a su lado, atormentando a traidores y mestizos; asesinando y torturando a impuros, como ella.

¿Le preocupaba? No, no realmente. Estaba lista para terminar Hogwarts e irse a Francia, dónde hasta el momento, resulta ser un lugar más seguro que Inglaterra.

—Clifford, ¿me pasas el puré?

Olvidándose de sus pensamientos, Beryl tendió el puré a uno de sus compañeros de casa, mientras notaba las fuentes de comida que habían aparecido en la gran mesa.


ooo


Si había posibilidad de que Beryl tomase un camino que estuviese menos concurrido, lo haría, y como cada inicio de año, el camino para llegar a la torre Gryffindor siempre se encontraba repleto de personas, la rubia había optado por rodear un poco más, pero garantizar un camino tranquilo, sin empujones o tener que escuchar los gritos de emoción por parte de todos.

A veces le irritaba un poco.

Como realmente disfruta de su soledad, no le molestaba tardar un poco más llegar en la torre de Gryffindor, donde sabría que podría llegar a descansar una vez estando ahí.

Pero, las cosas no fueron como lo planeaba, y es que de un pasillo, un joven con uniforme de Gryffindor, cabello chocolate y mirada cansada, se encontraba caminando cabizbajo.

Alto, zapatos Oxford viejos y uñas pintadas de color café.

Se trata de Remus Lupin.

Trago saliva al ver como estaba por alcanzarlo, e intento e ir más lento; sin embargo, el joven escuchó las pisadas de la chica, girando su cabeza.

Hubo un brillo en los ojos de Lupin al ver a Beryl detrás de él, se enderezó un poco y le dedicó una ladina sonrisa.

Para mala suerte de Beryl, el la espero para ir al mismo ritmo.

—Beryl —saludó, ladeando una sonrisa.

—Lupin —respondió con un ademán de cabeza.

Maldijo por dentro, al ver como el la estaba mirando, como si quisiera que aquella conversación continuara; más Remus no solo la miraba en espera de la conversación, sino que miraba lo linda que se veía.

Su cabello ondulado y su uniforme desalineado le hacían ver muy bien, al igual que sus botas negras, que le daban un poco de altura. No pasó por alto, el cigarro que tiene detrás de su oreja.

—¿Qué tal el verano? —se animó a preguntar Remus, mordiendo su labio.

Beryl observó el perfil de Remus alzando una ceja.

—He tenido peores —respondió con simpleza.

Espero unos segundos, para agregar:

—¿Qué tal el tuyo?

Remus ladeo una sonrisa y la miro de reojo—: Neh, no pasó nada interesante —confesó.

Tampoco es como si le fuese a decir que estuvo ideando un plan para acercarse a ella.

Y ahora estaba ahí, por primera vez, caminando lado a lado junto con Beryl, mientras se dirigen a la sala común de Gryffindor para pasar la primera de muchas noches ahí; así que sin querer perder conversación, Remus habló.

—Vi tu dibujo —Beryl dejo de ver el camino frente a ella, para observar a Remus—, el que hacías en el tren —continuó.

—Oh... no era nada —musitó.

—Era lindo —admitió alzando los hombros—. Sabía que dibujabas, pero, tienes mucho talento —Beryl ladeo una mueca, procurando no sonreír demasiado—. ¿Te lo habían dicho?

Sí. Sí se lo habían dicho, pero nunca antes lo había notado hasta ahora.

—Eh, sí, algo así —balbuceó.

—¿Qué te gusta pintar más? —preguntó con curiosidad Remus.

—Mmm... paisajes —respondió después de unos segundos—. También retratos —admitió—. Aunque, casi no suelo hacerlos —confesó, ladeando una mueca.

—¿Por qué?

Beryl guardo sus manos en los bolsillos de su túnica—. No conozco muchas personas —aclaró—. Así que... no tengo a quien pintar —alzó sus hombros, sin tomarle importancia.

Y sin poder evitarlo, Remus dijo algo que dejaría sorprendida a Beryl—: Puedes pintarme a mi.

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