₀₂ ─ Tʀɪᴄᴋ ᴏʀ Tʀᴇᴀᴛ, Fʀᴇᴀᴋ
Dulce o truco, bicho raro
—¿Durmieron bien?— preguntó mi madre con una suave sonrisa.
—De maravilla— respondí, siendo la única en contestar. Había trasnochado gracias a la terrible visión/pesadilla que había tenido. Se había sentido tan real, que inclusive aún podía sentir el calor de las llamas que me rodearon en la fervorosa lucha contra aquel ser siniestro.
—¿No escucharon unos gritos raros?— preguntó extrañada. Y recordé que había sido yo quien había proferido aquellos alaridos, pues momentos previos al caos y el desorden, un dolor se había extendido por todo mi pecho, irradiándose por mis brazos y piernas hasta recorrer todo mi cuerpo. Poco después, los susurros habían dominado cada rincón de mi cabeza, anunciando el mal porvenir.
Una guerra ancestral, según habían dicho. Una que aún no concluía.
—No— murmuraron Billy y Max al unísono, antes de lanzarse miradas mortíferas cargadas de disgusto.
—Nada— zanjé el tema, concentrada en acabarme el desayuno y largarme de casa.
El día prometía ser más tranquilo que el anterior, por lo que supuse que no tendría nada por lo que preocuparme. Asistí a mis clases con parsimonia, esperando a que el día acabase para poder ir a refugiarme en la dulce tranquilidad que ofrecía mi habitación, hasta que apareció el bobo de mi hermano anunciando que por la noche iríamos a una tonta fiesta de una tal Tina y, considerando que yo carecía de un disfraz al igual que él, ambos optamos por ir por lo más sencillo.
Ah, nada más placentero que ir a una fiesta, ya saben, aquellos eventos sociales con la música a todo volumen, cuerpos sudorosos de adolescentes que transpiran un pésimo olor en cada esquina y alcohol a más no poder para nublar el sano juicio de todo aquel que lo beba sin control.
En serio, estoy emocionada por ir.
—Te odio— le dije a mi hermano mientras arrastraba los pies en dirección al auto. Nada podría hacer de éste un día peor, estaba segura de ello.
—Y yo a ti— respondió con una enorme sonrisa, guiñándole el ojo a una chica que pasó a su lado antes de sacar un cigarro y encenderlo. Me alejé de él con prisa mientras rodaba los ojos, exhausta del mundo entero, odiando tener que estar rodeada de tantas personas y apresurándome a llegar al vehículo estacionado a tan sólo unos cuantos metros de distancia.
Me subí en el cofre del Chevrolet Camaro a sabiendas de que no sería del agrado del canalla de mi hermano, después de todo era su posesión más preciada. Saqué mi libro para continuar leyendo en lo que llegaba mi pequeña Max en vista de que tardaría un poco y, como tenía previsto, mi hermano se colocó a mi costado, gruñendo y bufando por lo bajo algunas groserías dirigidas a mi persona, pero sin hacer nada más para que me quitase de encima de su precioso vehículo. Ciertamente tenía algunas ventajas ser algo así como su mejor amiga, al fin y al cabo habíamos pasado por mucho antes de venir a Hawkins, lo que nos ayudó a entablar una relación un tanto cercana y estrecha.
Dejé de prestarle atención para continuar con la lectura antes de que la rabieta de mi hermano consiguiese sacarme de mis casillas. Las letras impresas amenazaban con llevarme sin retorno a un nuevo mundo, haciéndome contemplar fascinada cada oración plasmada con la intención de revivir cada detalle descrito.
—No me puedo creer que estés leyendo otra vez Cumbres borrascosas. Pero ¿es que no te lo sabes de memoria ya? — murmuró Billy con hastío. Y no podía culparlo, pues habían sido incontables veces las que había hablado con él respecto al libro, relatándole hasta el más mísero detalle que mi pobre mente podía retener con la intención de que al menos supiese un poco de literatura de calidad.
—No tengo memoria fotográfica —le contesté, en tono cortés.
—Memoria fotográfica o no, me cuesta entender que te guste. Los personajes son gente horrible que se dedica a arruinar la vida de los demás. No comprendo cómo se ha terminado poniendo a Heathcliff y Cathy a la altura de parejas como Romeo y Julieta o Elizabeth Bennet y Darcy. No es una historia de amor, sino de odio.
—Tú tienes serios problemas con los clásicos —le repliqué—. Al menos me reconforta saber que conoces de ellos lo suficiente para poder establecer una opinión, no te negaré que la pareja de Elizabeth y Darcy es mi favorita, pero creo que mi interés radica en el concepto de lo inevitable. El hecho de que nada puede separarlos, ni el egoísmo de ella, ni la maldad de él, o incluso la muerte, al final...
Su rostro se volvió pensativo mientras sopesaba mis palabras. Después de un momento sonrió con ganas de burla.
—Sigo pensando que es un libro tonto.
—Más bien, tú eres el tonto— le saqué la lengua, divertida.
En eso, el sonido de unas llantas pequeñas llamó nuestra atención. Era Max, quien venía en su patineta en dirección nuestra, deteniéndose cuando estuvo a unos pasos y tomando entre sus manos la skateboard a la par que miraba de reojo a Billy.
—Tarde, otra vez— murmuró enojado.
— Sí, tuve que ponerme al día.
—Cielos. No me importa. Si llegas tarde de nuevo, te vas en patineta a casa. ¿Escuchaste?
Harta del drama de cada día, le di un codazo a mi hermano con la intención de que se tranquilizase un poco. Le miré a los ojos con cansancio y le indiqué en voz baja que dejase de pelearse por todo o no iría a ningún lugar con él, a lo que bufó mirando a Max de reojo, pero asintiendo en mi dirección. Arrojó el cigarro al suelo y lo pisó para apagarlo antes de subir al asiento del piloto e indicarme con un movimiento de mano que me apresurase en subir o no dudaría ni un segundo en atropellarme.
Acordé con mi pequeña hermana que estaría en los asientos traseros para que pudiese mirar mejor por la ventana, ya que yo estaría concentrada en la lectura de mi libro y no veía razón por la cual estar en el asiento del copiloto.
Una vez adentro, Billy arrancó y salimos del estacionamiento en dirección a casa, por lo que abrí el libro en la página en la que me había quedado, pero prestando la atención suficiente a esos dos para evitar cualquier tipo de pelea que pudiesen llegar a tener.
No por nada los conocía tanto.
La música resonaba a todo volumen a través de los parlantes del auto, mientras que el conductor conducía velozmente a través de la carretera —como siempre, en realidad—, mientras el rugido del motor hacía de las suyas para "intimidar" a quien nos viese pasar.
—Por Dios, este lugar es una mierda— murmuró Billy luego de resoplar con un sofocante disgusto y fastidio.
—No es tan terrible— mencionó mi hermana, a lo que despegué la vista del libro y la observé con un poco de sorpresa.
—¿No? — alzó la ceja Billy antes de proceder a abrir la ventana del lado de Max, dejando entrar un curioso aroma nada agradable.
—¿Hueles eso, Max? Olor a mierda. De vaca.
—No veo vacas.
—Hablo de las chicas de secundaria. Con excepción de nuestra bella hermana, por supuesto... — me observó a través del retrovisor con una chispa de diversión en los ojos antes de mirar a Max con seriedad—. ¿Ahora te gusta este pueblo?
—No.
—Pero lo defiendes— aseveró.
—No es verdad— le miró, tratando de ocultar lo evidente, siendo que nuestro hermano ya se había dado cuenta.
—Parecería que sí.
—Pero estamos atrapados aquí...
—Es verdad. Estamos atrapados aquí —murmuró aún más serio, bajando el volumen de la música—. ¿Y de quién es la culpa?
—Tuya— habló por lo bajo.
—¿Qué dijiste?
—Nada.
Oh, diablos.
—¿Dijiste que era mi culpa?
—No— se retractó.
—Sabes de quién es. Dilo.
El silencio invadió el interior del auto, escuchándose únicamente el rugido del motor.
—Max, dilo.
Pero ella se quedó callada.
—¡Dilo! — rugió en su oído, completamente furioso, aumentando la velocidad con la que conducía y obligándome a aferrarme la cabeza con una mano, pues gracias al inesperado movimiento que había realizado, mi cabeza había golpeado contra la ventana.
—Joder— murmuré adolorida.
El único hombre en el auto subió una vez más la música a todo volumen mientras seguía el ritmo de ésta con las manos, golpeteando el volante con su mano derecha y controlando la dirección del auto con la izquierda.
Las punzadas se hacían cada vez más fuertes, a lo que solté un jadeo por lo bajo y maldije internamente al estúpido que había provocado todo.
—Billy, más despacio— habló Max con desesperación, a lo que dejé de cubrirme para observar lo que sucedía. Había unos niños en bicicleta a lo lejos, pero desafortunadamente coincidían con el camino del auto, por lo que, si Billy no disminuía la velocidad, probablemente ellos no vivirían para contarlo.
—¿Son tus nuevos amigos?
—No los conozco.
—No te importará si los atropello— la observó burlón—. ¿Vale más si arrollo a todos juntos?
—Basta. No es gracioso— le reprendió, acomodándose para verle de frente, pero fue completamente ignorada por él, quien se puso a bailar de manera extraña mientras le regresaba la mirada y aumentaba aún más la velocidad.
—¡Billy! — le grité.
—Billy, por favor, basta. No es gracioso. ¡Basta!
—¡Joder, Billy! — me alcé tras quitarme el cinturón de seguridad, abalanzándome hacia el asiento del conductor y tratando de girar el volante para dirigirnos hacia un costado, evitando así acabar con unos niños inocentes, siendo que Max hizo lo mismo segundos después, ayudándome y evitando así una jodida catástrofe.
Aquellos chicos se dirigieron fuera de la carretera, por lo que, sumado a que movimos el vehículo, ninguno salió dañado, excepto quizá por uno que cayó al suelo, rodeado de las múltiples hojas caídas.
—¡Sí! Estuvo cerca, ¿no? — gritó extasiado antes de que Max girase, tratando de averiguar si algo había sucedido con aquellos niños, a lo que la observé con calma y negué con la cabeza, indicándole que todos estaban bien.
Mi hermanita soltó un suspiro y me observó mejor, dándose cuenta de mi expresión de dolor.
—¿Qué sucede?
—Nada, estoy bien, tranquila. Sólo fue un golpe.
Me coloqué nuevamente el cinturón y miré en dirección a nuestro hermano.
—Cabrón, tú y yo hablaremos más tarde— sentencié.
Las horas habían pasado más rápidas de lo que me habría gustado. Una vez habíamos llegado a casa, me enfrasqué en una larga discusión con mi hermano, remarcándole que no puede hacer cuanta estupidez le saliese por el culo, y mucho menos tratar a Max como lo había hecho.
He de aclarar que su riña fue leve en comparación a las que daban lugar en California, sin embargo, eso no significaba que lo iba a permitir de cualquier forma. Tenía que aprender un poco sobre el respeto, ya fuese por las buenas o por las malas. Y también un poco de responsabilidad... y ya que vamos, también de empatía, honestidad, humildad y quizá solidaridad. La lista es larga...
Y, ahora, he de mencionar que no tengo idea de cómo logró convencerme de nuevo de ir a la fiesta de la tal Tina cuando le había dejado en claro tras la discusión que tuve con él que no iría a ninguna parte; por esa razón, ahora nos encontramos en la casa de la chica anteriormente mencionada, rodeados de adolescentes hormonales y alguno que otro ya ebrio, festejando a lo grande como si no hubiera un mañana.
Pronto —y a causa del gentío—, me encontré observando a lo lejos cómo disfrutaba mi hermano de la atención del público a causa de algo tan estúpido como beber alcohol sin parar.
—¡... treinta y ocho, treinta y nueve, cuarenta, cuarenta y uno, cuarenta y dos! — y los gritos efusivos resonaron estridentes a causa del "gran logro" ejercido por Billy, quien ya estaba en la cúspide de la euforia.
—¡Sí!
—¡Cuarenta y dos!
—¡Hay un nuevo rey de la cerveza!
Sí, como decía, estupideces.
—¡Billy! — aclamó la multitud, emocionada.
—¡Aprende, Hawkins! Así es como se hace, joder— gritoneó extasiado antes de voltear a verme y sonreírme con galantería, provocando que rodase los ojos y me acercase a él para darle algunas palmadas en el hombro a modo de "felicitación".
—Bien hecho, niño— le dije al oído para que nadie más nos escuchase.
—Gracias, rojita— sonrió chulesco tras pasar su brazo izquierdo por mis hombros, atrayéndome a su sudoroso y pegajoso cuerpo.
—¡Billy, joder! Que puto asco— le grité.
—Ya quisieras tener todo esto— se mofó.
—Quisieras tú. Apestas, en serio.
La multitud que le rodeaba emocionada seguía aclamando su nombre a la par que nos hacíamos dentro de la casa, mientras del lado derecho de mi hermano estaba un chico lleno de pecas y con una especie de disfraz que aludía al dojo de Cobra Kai, ya saben, de la película de Karate Kid que se estrenó hace algunos meses.
En el recorrido, Billy pareció ver a alguien, por lo que se acercó a su presa con aires de macho alfa —lo usual, ya saben—, y, viendo que era presa de su maldito brazo en mis hombros, no tuve más opción que seguirle.
—El nuevo rey de la cerveza, Harrington.
—¡Sí, así es!
—Sí. Trágate esa, Harrington.
El aludido estaba junto a su novia, quien parecía realmente incómoda —justo como yo—, y mientras ambos bandos estaban en su juego de "chúpate esa", se dirigió hacia otro lado de la casa en busca de un poco de paz —o al menos así me lo parecía—, por lo que imité su acción y me desprendí del brazo de Billy para irme a otra sección del lugar.
Maldecía enormemente el no haber podido traer algún libro con el que distraerme, pero no podía arriesgarme a que algún imbécil pudiese arruinar ninguna de sus hojas, por lo que tuve que resignarme y dejar la idea atrás.
Y ahí estaba yo, en la cúspide del aburrimiento pese a todo el escándalo que me rodeaba, hasta que un escalofrío me envolvió con fuerza, como si algo estuviese teniendo lugar en este preciso momento y, como si fuese certera mi predicción, los susurros comenzaron a alzarse, denotando el peligro cercano y el terror que yacía a tan sólo unos cuantos kilómetros.
Tomé mi cabeza con ambas manos, desesperada por las voces que reflejaban la pena y el dolor de aquellos desafortunados en cruzarse con lo que fuese que estuviese aconteciendo, o al menos así fue hasta que escuché a un niño —cuya voz creía reconocer de algún lado—, completamente aterrado. Los susurros se volvían cada vez más estridentes, sumado a que ahora había un ruido monstruoso que venía de todas partes y, justo cuando creí que mi cordura se vería perdida, una pequeña sacudida me sacó del trance.
—¡Kota! — murmuró Billy frente a mí, con un atisbo de preocupación en los ojos—. ¿Qué sucede? Te perdí, ¿dónde estabas? — le observé agitada, con el terror exudando de cada poro de mi piel—. Demonios...
Con los ojos humedecidos y el cuerpo tembloroso, me acerqué a él para enredarme entre sus brazos esperando que nadie se diese cuenta de mi pequeño lloriqueo en su pecho, y sintiéndome segura junto a él. Porque sabía que no me juzgaría, nunca. Pero la verdad es que estaba aterrada, porque al menos hace algunos meses, los episodios eran menos frecuentes y jamás frente a tantas personas.
¿Qué carajos está sucediendo conmigo?
—Estás bien, Kota, ya estoy aquí. Todo está bien— susurró en mi oído mientras acariciaba mi espalda con una de sus manos, siendo que con la otra me sostenía con fuerza contra su pecho.
—Estoy bien— gimoteé entre sollozos, repitiendo sus reconfortantes palabras—. Todo está bien.
—Voy a llevarte a casa, ¿de acuerdo? — me preguntó con calma, a lo que negué intranquila. No quería que nos fuésemos por mi culpa, pues sabía bien lo emocionado que había estado por venir y no quería ser quien le arruinase la noche.
—Ya estoy bien— murmuré—. En serio, solo... es demasiada gente, pero estoy bien. Lo prometo— aseguré sin soltarle.
—Y a mí me importa un carajo que 'estés bien'. Ya vámonos, de todas maneras ni está tan buena la fiesta.
Ni siquiera tuve que pedirle que no le dijese a nadie sobre lo que había ocurrido, pues confiaba en él y sabía que no hablaría de ello a menos de que yo se lo pidiese. Y, como resultado de la noche, ambos tomamos rumbo hacia casa, apreciando la vista nocturna que el cielo nos ofrecía y la tranquilidad que nos rodeaba, al fin y al cabo, algo dentro de nosotros nos advertía que los días de paz estaban contados.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top