III.
|No puedo sentir mis sentidos,
Sólo siento el frío.
Todos los colores parecen desvanecerse.
No puedo alcanzar mi alma.
Dejaría de correr,
Si supiera que habría una oportunidad.
Me desgarra sacrificarlo todo,
Pero estoy forzada a dejarlo ir.
Dime que estoy congelada,
Pero ¿qué puedo hacer?
No puedo contar las razones,
Lo hice por ti...|
Sus pulmones estaban en llamas.
Era como estar respirando fuego.
No tenía la oportunidad de salir y tomar aire, cuando una nueva ola la embestía, empujándola hasta el fondo de nueva cuenta.
Nunca había aprendido a nadar, jamás había tenido la oportunidad y sus padres tampoco lo habían visto nunca necesario. Ahora desearía haber aprendido. Pero ya era demasiado tarde.
Elsa luchó una vez más, si tan solo pudiese salir un momento a la superficie quizás podría ganar más tiempo. Pero el mar se agitaba, arrastrándola con él. Movía sus brazos y piernas débilmente, pataleando, como si intentara subir por una escalera invisible en el fondo del mar; pero era un intento inútil que parecía sumirla aun más a la oscuridad.
El pánico le arraigaba la garganta, apretando su estomago en un eterno pellizco que la hizo querer gritar.
Sin embargo, sabía que nadie podría oírla, nadie iría en su rescate.
Sintió como su pecho finalmente colapsaba. La necesidad de coger aire la llevó a inhalar, tragando un mar de agua salada que después la obligo a toser. Era como si sus vías respiratorias se llenaran de plomo, un plomo liquido y caliente que la hizo convulsionar.
Aún estando bajo el mar supo que lloraba, supo que su garganta cerrada luchaba por emitir sollozos alarmantes y desgarradores que nadie jamás podría escuchar.
Sus piernas y brazos cedieron al momento, dejando de moverse, entregándose al vaivén de la naturaleza. Estaba cansada, demasiado harta, ya no podía sentir su cuerpo más, sus ojos pesaban como dos yunques, su garganta finalmente se había cerrado y su adolorido pecho había terminado por acostumbrarse al fuego ardiente que le extinguía las entrañas.
Era como si sus pulmones explotaran, como si cerebro se vaciara.
Pronto llegó una tranquilidad inesperada, una calma rebosante que la impulso a la oscuridad. Elsa se dejo ir, sin más fuerzas para resistir.
Pero alguien observaba, alguien siempre observaba.
❄️❄️❄️❄️❄️❄️
Anna permaneció en silencio un momento, shockeada al parecer, con su mente reproduciendo una y otra vez la forma en la que Elsa había desaparecido de su vista. No parecía comprender lo que había pasado, solo era consciente que el mástil donde su hermana había estado sujeta ahora se encontraba vacío. ¿Dónde estaba Elsa? ¿A dónde había ido?
Observó a ambos lados, buscando algún rastro de Elsa, pero la proa se encontraba vacía. La tormenta se había detenido totalmente, la negrura de las nubes había terminado de desaparecer, mientras el sol volvía a brillar sobre sus cabezas y el mar volvía a parecer pacífico. El barco estaba destruido casi en su totalidad, dejando en prueba de la tormenta destrozo y más simple destrozo, habían perdido la apariencia de embarcación real.
Anna parpadeó, aún en su posición de aterrizaje, demasiado aturdida como para comprender. Dejó pasar unos minutos, hasta que la imagen de Elsa desapareciendo se volvió más nítida y transparente. Todo se volvió más claro en ese momento, Anna fue consciente de que el latido de su corazón se disparaba, de que su cuerpo había comenzado temblar por el pánico que le eclipsaba cada célula del organismo con el eco de la revelación.
Elsa había caído al mar. Había sido devorada por el turbulento océano.
La respiración comenzó a fallarle, podía sentir como le faltaba el oxígeno. Sus ojos se llenaron de lágrimas calientes y enormes, mientras sus temblorosas piernas le impulsaban a levantarse de un salto que la hizo tambalear. Le fallaba la voz, su garganta se había contraído y podía sentir como desfallecía.
¿Era real? ¿Todo eso era real?
No lo sabía, pero sabía que Elsa no estaba ahí, no estaba más.
Encontró su voz luego de un momento, liberando alaridos desesperados y entrecortados que alarmaron a la tripulación. Lloriqueó con fuerza, haciendo ahínco de su dolor.
—¡ELSA! ¡ELSA...!
Estaba dispuesta a saltar, dispuesta a arrojarse al mar y arriesgarlo todo, solo si así tenía la más mínima oportunidad de recuperar a Elsa. Sin embargo, cuando sus pies amenazaban con dejar de tocar el piso, unas grandes manos la tomaron por la cintura, alejándola de la orilla del barco con una brusquedad que le oprimió el estomago.
Luchó contra aquellas manos, lanzando arañazos y zarpazos con la incesante sensación de que todo se desvanecía a su alrededor. Golpeó con ambos puños, mientras aún gritaba, presa del pánico y la congoja que le atormentaba el alma. Todo se nublaba, todo parecían simple sombras e imágenes distorsionadas.
—¡Anna! ¡ANNA! —Alguien la llamaba, no podía reconocerlo—. ¡ANNA! ¡Necesito que te tranquilices! ¡Dime que ha pasado! ¡¿Dónde está Elsa?! ¡¿DÓNDE ESTÁ TU HERMANA?!
Comenzó a negar con la cabeza a un ritmo frenético, apretándose contra ese cuerpo que aún la mantenía sujeta. Una parte de su mente pareció aclararse, reconociendo la forma de esa silueta, relacionándola con la de su padre.
—E-el m-a-ar, ¡El m-mar! ¡L-la to-or-ormenta! ¡ELSA!
El rey Agnarr observó a la más pequeña de sus hijas con inquietud, el demonio de la preocupación se encontraba jalándole los talones. Anna se encontraba en un completo estado de pánico, diciendo cosas que no lograba entender. ¿Dónde estaba Elsa? ¿Qué había pasado con su hija mayor?
—Respira, Anna, dímelo, ¿Dónde está Elsa? ¿Qué sucedió con ella?
En respuesta Anna se limitó a negar con la cabeza una vez más, como si negara todo lo que sabía, todo lo que había visto. Apuntó en un gesto atormentado al océano y al mástil que atravesaba el barco. Sus ojos azules nublados le calaron el alma, comunicándose con él sin necesidad de usar palabras. En ese instante Agnarr lo entendió, entendió que había pasado con la mayor de sus hijas y el saberlo le rompió el corazón.
Observó por el rabillo del ojo a la reina Idun, pálida como la nieve, con sus enormes orbes azules chamuscados por la tragedia. Asintió en su dirección, meciendo a Anna entre sus brazos como cuando era una pequeña bebé, buscando reconfortarla de alguna manera.
El cuerpo cansado de Anna cedió ante la presión, permitiéndose caer exhausto con la calidez de su padre arrullandola hasta el olvido. Se desmayó en sus brazos, desvaneciéndose con la inevitable sensación de que todo se rompía.
—Annita... —Le llamó su madre, recibiéndola en sus brazos mientras la abrazaba con necesidad.
Agnarr, que conocía como a sí mismo a su esposa se permitió observarla un momento. Idun, tensa como un roble, apartaba mechones anaranjados y empapados del rostro de Anna, pareciendo cantar una suave canción que le desgarró el poco autocontrol que le restaba. Idun se rompió, llorando en silencio, lamentando la muerte de su primogénita con el dolor más puro y real que el mundo conocía: el dolor de una madre.
El rey de Arendelle, se obligó a guardar la compostura, tragándose el nudo de su garganta. Debía comportarse como el rey que era, por más que eso amenazara por romperle a pedazos.
—Necesito un inventario de los daños en el barco y otro sobre los objetos que se han extraviado. —Su mirada se oscureció—. Y, de igual forma, las vidas que hemos... perdido.
Pasaron los minutos, convirtiéndose en horas. El barco se mantenía a flote, avanzando pocos metros mientras el agua les mecía. Habían comenzado a realizar unas pocas reparaciones, las que estuvieran a su alcance, basándose en los bienes que había sobrevivido a la tormenta. Algunos mástiles aun permanecían en píe, sin embargo las velas habían resultada destruidas e inútiles. Afortunadamente, las criadas se habían puesto manos a la obra, utilizando mantas de las camas para cocer unas nuevas velas que esperaban funcionarán con éxito.
La brújula dorada del rey también había permanecido a su lado. Siendo ahora el único medio que poseía para llevarlos de vuelta a Arendelle dentro de poco tiempo. Existía esperanza, puesto que no habían estado tan adentrados al mar antes de que la tormenta les sorprendiera.
Anna permanecía dormida en una alcoba, ausente de las reparaciones y el aroma a tragedia que se mezclaba con el aire. En total se habían perdido 8 vidas: 3 guardias reales, 2 criadas, 2 tripulantes y una princesa. Además de una serie de heridos que superaban la mitad de la marinería en total. Muchos artículos de valor se habían extraviado de igual manera, pero para el rey Agnarr no había lugar para preocuparse por aquellos materiales que de forma sentimental no tenían ningún valor.
El hombre permanecía a la cabeza de todos, citando una tras otra orden, trabajando de igual forma para lograr que el barco se pusiera en marcha lo más pronto posible. No contaba con herida alguna, vestía aún con su traje real, aún húmedo por el agua de mar, al par de su propio sudor; sin embargo, a pesar de que el rey de Arendelle parecía ser el más sano de todos ellos, el hombre lucía acabado. El peso de su cuerpo había conseguido provocarle una migraña que lo hacía gruñir cada vez que realizaba algún esfuerzo físico, lucía desgarbado, con sus ojeras casi moradas haciendo juego con las manchas que le habían salido en su rosada piel.
No parecía un rey, no lo parecía y Agnarr lo sabía. Estaba siendo débil, un monarca siempre tenía que ser fuerte, pero a él cada vez le estaba costando más conseguirlo.
Y era que ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo podía ser fuerte sí se encontraba observando a su amada esposa llorar de una agonía irreparable? ¿Sí se veía sumido en congoja a la espera de que su hija menor reaccionara? ¿Cómo ser fuerte cuando cargabas en la conciencia la muerte de 7 vidas inocentes? Y, lo peor, ¿Cómo podía ser fuerte, cómo podía evitar derrumbarse cuando las imágenes de su primera hija no dejaban de circular por su cabeza...? ¿Cuándo aún no era capaz de aceptar que Elsa se había ido...?
—¡Hay alguien! ¡Alguien esta en el mar mi rey!
En aquél momento el cuerpo de Agnarr pareció recuperar su fuerza en un segundo. Observó al hombre que le había llamado, incapaz de pronunciar una palabra porque la conmoción lo había dejado helado, pero sentía su corazón volver a latir y aquello lo armó de esperanza. Sabía muy bien que las probabilidades de que este "alguien" estuviese vivo eran casi completamente inexistentes; estábamos hablando de horas en aquél mar helado, donde si una persona no era atacada por la hipotermia, moría ahogada. Y, aún así, el monarca de Arendelle no se permitió desanimarse. Tenía fe, no quería matar la esperanza. Muy dentro de sí, esperaba que se tratara de su amada hija, aunque fuese egoísta, aunque fuese un desgraciado, pero quería creer que Elsa podía estar viva.
—¡Y ¿qué esperan?! ¡Subirlo al barco de inmediato!
Lo siguiente que paso fue un peso más grande a los hombros de Agnarr.
Sus hombres habían subido aquél cuerpo, que sin duda no se trataba en lo absoluto de su primera hija. Era uno de sus guardias, un joven de 26 años que modelaba una piel azul y pálida, con los ojos abiertos como si estuviera despierto, pero incapaz de moverse. Pronto llegaron los médicos, pero no había servido de nada, aunque estos no hubieran dicho que el hombre estaba muerto, ya todos sabían que así era.
Agnarr fue incapaz de caminar y refugiar a Idun entre sus brazos, se sentía tan desolado como ella y no estaba seguro de poder transmitirle paz cuando él se encontraba de lo más atormentado.
—¡Hay otro! ¡Otro cuerpo más se encuentra a la deriva!
Anna en ese momento despertó, como si algo le hubiese llamado, aun cuando sus piernas estaban acalambradas y adormecidas corrió hacía la proa, siguiendo el llamado acalorado de lo inexistente.
Tanto Agnarr como Idun se acercaron al barandal contra los gritos apaniqueados de los tripulantes, observando con una pequeña chispa de esperanza el rescate de esa otra persona.
—¡Es la princesa! ¡LA PRINCESA ELSA!
Idun no pudo distinguir con exactitud que era lo que había sentidos al escuchar esas palabras; por una parte podría ser que se encontrara aliviada y, por la otra, decir aterrorizada le quedaba demasiado corto. Solo era consciente que la figura de la mayor de sus hijas era arrastrada hacía la embarcación, con su cabello castaño cual caoba aprisionando su rostro, mientras ella sentía su corazón apunto de escapar de su pecho.
Pero, ¿Qué posibilidades había...? ¿Qué posibilidades había de que Elsa no hubiese tenido el mismo desastroso final que aquél guardia...? ¿De que su hija ahora estuviera... estuviera...?
No quería decirlo, no quería volverlo a pensar.
Pronto estuvo a centímetros de ella. El cuerpo de Elsa, tan pacifico y quieto, con sus grandes ojos cerrados, posando como una dama dormida mientras todos parecían contener el aliento. Idun tenía frío, sentía mucho frío, estaba temblando, dejando que su frágil corazón dejará de latir. Ni siquiera Agnarr se movió, los médicos no se acercaron, quizá porque todos tenían miedo de la conclusión final en la que terminaría todo aquello.
—¿Elsa? —Anna apareció. Aún con su rostro de recién levantada parecía más alerta que todos los demás.
Sus pies se arrastraron hasta anclarse en el suelo junto al cuerpo inmóvil de su hermana. Se dejó caer en un segundo, con sus extremidades temblorosas haciendo ademán de tocar a Elsa. Anna no lograba distinguir si respiraba, si Elsa tenía alguna probabilidad de estar viva. Su piel, siempre de un tono vivo, tenía el color de la nieve más pura en el invierno; sus labios lucían azulados y congelados, Anna pudo distinguir rastro de hielo en su cabello, adornando sus mechones mojados y tiesos.
Rozó la mano de Elsa entre las suyas, pero, al intentar sellar contacto, gimió adolorida. Un extraño ardor se extendió en su zona afectada, era una quemazón gélida y dolorosa como cuando tocas un hielo con las manos descubiertas. Comenzó a temblar casi por inercia, estar cerca de Elsa le había provocado un frío espantoso que se mezclaba con su propio miedo.
—Elsa... Elsa esta congelada. —Gimoteó, llevándose las palmas a la boca mientras sus lágrimas volvían a salir.
Idun y Agnarr permanecieron tiesos al escuchar aquello. Los médicos se acercaron a la escena sin permiso de sus superiores, haciendo a Anna hacía un lado para poder trabajar. Sus guantes de látex no ayudaban demasiado a evitar el frío que parecía emanar de la princesa, pero hicieron un arraigado esfuerzo cuando aguantaron la quemazón al verificar si tenía pulso.
Se podría decir que era un milagro, un regalo, algo que la medicina jamás podría explicar porque estaba lejos del sentido y la racionalidad. Había pulso, una muy pequeño y suave, casi imposible, pero después de todo ahí estaba.
—Esta viva.
Nadie supo reaccionar ante aquello y el silencio se propago. Idun lloraba, Anna lloraba, pero ninguna se acerco a abrigar el cuerpo de Elsa por el miedo que les causó aquella revelación. ¿Estaba viva? ¿Cómo si quiera podía ser posible eso?
—Debemos regresar a Arendelle cuanto antes—. Murmuró el rey, echo un manojo de nervios. Ordenó que llevasen el cuerpo de la princesa a una alcoba para entrar en calor, donde los médicos reafirmaron que no tenía hipotermia a pesar de su temperatura y contribuyeron en que no parecía a verse ahogado estando a la deriva.
Lo que ellos no sabían es que Elsa Arendelle estaba bien, estaría bien, pero su corazón... Su corazón había sido convertido en un cubo de hielo.
❄️❄️❄️❄️❄️❄️
Sus ojos se abrieron con pesadez, sentía su cuerpo acalambrado, además de pesado. Se incorporó en aquella cama de sabanas azules y se preguntó que era lo que estaba pasando. No recordaba nada de lo ocurrido, no recordaba como había llegado a ese lugar.
Abrió su boca, intentando llamar a su hermana, pero su voz no salió. Sentía la garganta seca, la boca pesada. Intentó producir algún sonido y lo único que logró fue causar un agudo dolor en su cuello. Llevó ambas manos a su garganta, intentando cesar el ardor. Se dispuso a levantarse y buscar un gran vaso de agua. Sintió unas nuevas punzadas de dolor en su muñeca derecha y dirigió su vista para allá. Se encontró con unos cables inyectados en esa zona y un rastro de sangre en uno de ellos. Se alarmó y comenzó a intentar arrancar aquellos cables de su piel.
Su cuerpo se petrificó al analizar de forma pausada sus manos, blancas como la nieve. Sus brazos estaban igual y de la misma forma sus piernas. Su piel... Su piel no era de ese color... Su piel tenía un ligero toque rosado, no era... No era como la de un muerto. Sus ojos se enfocaron en los mechones largos de su cabello, los cuales caían sobre sus hombros. Se asustó un más. Sus cabellos... Sus cabellos no eran castaños, tenían otro color, era... Eran rubios, ni siquiera rubios, eran... Era un platinado extraño, casi blanco.
¿Qué... Qué era lo que le había pasado?
Arrancó cada uno de los cables de un tirón, no le importo que pequeñas gotas de su sangre mancharan la cama, ni mucho menos el piso. Corrió hacia su baño, sintiendo ligeros piquetes de ardor provenir de su muñeca.
Elsa llegó al espejo más cercano y sé paralizo con lo que vio. Había una mujer en el espejo, no se parecía mucho a ella, tenía un cabello platinado que se confundía con el inicio de su cara y sus hombros, donde la blanquecina piel parecía brillar ante la luz de las velas y, sin embargo, tenía sus ojos, tenía su cara y sus rasgos, pero no podía ser ella. Aquella mujer copiaba sus movimientos, se movía como ella y parecía tan aturdida como ella. ¿Quién era ella?
Retrocedió uno cuantos pasos, alejándose de la imagen en el espejo sin perderle de vista. Su espalda finalmente topó con la pared y Elsa no pude creer lo que mostraba aquel reflejo. La pared a sus espaldas se cubría de un manto congelado poco a poco, extendiéndose de una forma inquietante mientras ella parecía perder el control.
El espejo se explotó en mil pedazos frente a ella a medida que el hielo le alcanzaba. Elsa gritó, observando los fragmentos esparcidos por el suelo a su alrededor, formando un semicírculo que la reflejo una y otra vez.
La mujer continuaba ahí, pero ahora estaba segura de quién era.
Era ella, aunque no lo pareciera.
Gritó horrorizada, mientras unos gigantescos picos crecían a través de las paredes rodeando su frágil figura. Se encogió tirandose en el suelo, deseando ser muy pequeña para que nada le lastimara. Pronto los tonos comunes de su alrededor se volvieron rojos y los picos más pronunciados hasta perforar cada mueble o pieza de la habitación. Sollozó quedito, casi inaudible, en la espera de que alguna de esas cosas le atravesara.
—¡ANNA!
Comenzó a llorar desesperadamente, asustada. Su corazón brincaba como nunca antes lo había hecho, mientras su respiración con cada segundo se agitaba más y más. Estaba pálida, más de lo que ahora era. Se abrazó a sus piernas, meciéndose en la esquina de la habitación mientras cantaba una canción, intentando darse confort, intentando darse calor, aunque en realidad no sentía frío.
"¿Y si hacemos un muñeco?..."
Tarareaba en voz baja. Llorando, terriblemente asustada. Esperaba que aquello fuera una pesadilla, quería que aquello fuera una pesadilla, pero, para su desgracia estaba lejos de serlo.
Lentamente comenzaba a quedarse sin aire.
Verse en su reflejo le aterraba, le inquietaba, no quería ver su nueva apariencia, no quería pensar en su nuevo tono de cabello ni en su nueva piel blanquecina, quería volver a ser quien era, quería su cabello castaño, su piel rosada. Quería sentirse normal.
Un azote de la puerta la sobre salto un poco, pero no levanto la mirada, demasiado aterrada como para enfrentarse a algo más.
—¿Elsa...?
Finalmente levantó la vista, observando con ojos rojos e hinchados la puerta donde su hermana se encontraba. Se paró rápidamente, corriendo al encuentro de sus brazos. Ambas hermanas se abrazaron una a la otra, demasiado asustadas como para preguntar. Y, sin que ella se percatara, los picos comenzaron a desvanecerse.
Anna solamente estrechaba a su hermana en sus brazos. Le aliviaba el hecho de que su hermana ya hubiese despertado, pero también le asustaba. Sabía que las cosas desde ese momento serían distintas, él solo ver a su hermana ya era una prueba más que suficiente de que nada volvería a ser igual. Al entrar a la habitación le impacto de sobre manera observar todos esos picos rojizos en el piso y en el techo, se impacto un más al saber que su hermana los había creado, pero no se asusto, pues sabía que su hermana nunca le haría daño.
Como había dicho el gran Pabbie: "El corazón de la princesa Elsa ha sido congelado, no por fuerzas naturales, sino algo mucho más grande. No hay arreglo, no hay cura. La princesa Elsa esta destinada a vivir con un don, que bien podría causar un daño irreparable si ella decide usarlo de la forma incorrecta..."
Recordaba haber llorado toda aquella noche, y la siguiente, y la siguiente, en realidad había perdido la cuenta. Claro que de eso ya habían pasado unos cuantos meses.
Soltó un sollozo agudo, abrazando a su hermana con más firmeza "Vienen tiempos difíciles" Le había dicho en privado. Ahora que sabía el nuevo don de su hermana no podía evitar fascinarse, pero también inquietarse. Temía lo que el destino le pudiese tener preparado a su hermana mayor, temía que saliera herida, que las cosas solo tornaran un rumbo peor. Lo menos que deseaba era ver a Elsa sufrir, estaba lista para hacer cualquier cosa a su alcance con tal de ayudarla.
—¿Qué... Qué ha pasado? ¿Q-Qué me ha pasado? ¿Por qué esto-y as-sí?
Elsa lloriqueó de forma desgarradora y a Anna se le encogió el corazón. Como quisiera curar todo dolor en el corazón de su hermana, hacerlo suyo, ojala pudiera.
—Elsa, ¿Qué has hecho?
Una tercera voz se unió en aquél espacio. Elsa se escondió en el hombro de su hermana, avergonzada de tanto destrozo, de tanta debilidad. Así no era bien vista una futura reina, así no debía ser ella.
—Lo siento—. Musitó, mirando de forma desolada a su madre y padre en el umbral de la puerta—. No sé que ha pasado... ¿Qué me ha pasado?
Los reyes de Arrendelle se miraron entre ellos, desgarrados. El rey Agnarr se acercó lentamente a la mayor de sus hijas, mientras Anna se hacía a un lado. Tomó las manos de Elsa entre las suyas, sintiendo el frío de los dedos de ella. En la habitación la temperatura descendía, cada vez a mayor nivel.
—Elsa, ¿recuerdas nuestro último viaje en barco?
La ahora platinada negó, no recordaba nada.
El rey le dedicó una mirada inquieta a su mujer, mientras está se tapaba la boca, demasiado rota como para siquiera hablar.
—Bueno, en ese viaje en barco... De ya hace 4 meses... Tu caíste al agua, por salvar a tu hermana, logramos rescatarte... Pero... Fue muy tarde. Tu corazón se congeló, por lo helado de las aguas, eso ha afectado tu apariencia, al igual que tu humanidad. Desde entonces... Has estado dormida, hasta el día de hoy, que finalmente has despertado. Mi querida Elsa, tu ahora eres diferente.
A la princesa de Arendelle le temblaban las manos y las piernas del pánico que oprimía su pecho, había dejado de respirar. Tanto los reyes como Anna retrocedieron de forma lenta al ver como la estructura de la habitación poco a poco se volvía hielo puro, las paredes comenzaron a agrietarse, amenazando con que tarde o temprano todo caería sobre ellos.
Elsa sólo estaba absorta en su mente, en shock por todo lo que le habían contado. Estaba aterrada y sentía como su mundo se desmoronaba frente suyo. Imaginaba que estaba en una burbuja, donde nada de esto estaba ocurriendo, donde ella seguía siendo la misma, donde su hermana y ella jugaban en el gran salón, sin temor a que todo se cayera a pedazos como ahora ocurría. Esto era una fantasía, un sueño, tenía que serlo. Su vida no podía desvanecerse de un momento a otro, no podía...
—¡Elsa! ¡Debes tranquilizarte!—. Le gritaba su madre, aterrada.
—Idun, tenemos que salir de aquí.
Anna tomó la iniciativa, caminando hasta su hermana para unirlas nuevamente en un abrazo, con la esperanza de lograr apaciguar el miedo y brindarle calidez al cuerpo frío y tembloroso de Elsa.
—Elsa... Respira... Cálmate, todo estará bien, yo estoy contigo, no permitiré que nadie te haga daño, que nada malo te pase.
La platinada, al sentir el calor abrazador del cuerpo de su hermana, comenzó a respirar. Se aferró a la cintura de Anna, temiendo que al soltarla ella podría caer en la oscuridad que ahora era su vida. Anna era su salvavidas, la única que en estos momentos podía mantenerla a flote.
Observó a sus padres, abrazados en el rincón más lejano. Sus caras, desfiguradas por el terror, su piel pálida como la de ella. Le tenían miedo, le tenían miedo a su propia hija.
—Elsa, tus poderes se activan debido a tus emociones, debes mantenerte serena, calmada, evitar abrir tu corazón a toda costa—. Le habló, finalmente, su padre.
Ella sólo asintió, demasiado frágil como para atreverse a soltar a su hermana.
Había estado cuatro meses dormida, cuatro meses de su vida se habían ido para siempre, aun le costaba mucho aceptarlo. Fue ahí cuando recordó cada uno de los detalles del incidente y su caída en el helado mar. En parte, se sentía orgullosa de haber salvado a su hermana, de evitarle pasar por el mismo cruel destino. Y por la otra estaba ella, no sabía que esperar de si misma ahora. Era una persona organizada, siempre había tenido la vaga imaginación de como sería su vida, pero ahora, todo se había perdido, no sabía que esperar y aquello le asustaba mucho más.
En una esquina de la habitación, sobre un mueble de apariencia congelada se observaba una bufanda. Aquello le recordó súbitamente a un detalle importante en su vida, que le hizo aguantar el aliento.
—Anna...—. Le llamó en un susurro, alejándose de ella para hablar.
—¿Si?—. Su hermana le hablaba con suavidad, como si temiera que con el mínimo toque ella se rompería en pedazos.
—¿Dónde esta Jack?
La rojiza se alarmó. No quería llegar a ese tema tan pronto, era algo que ella simplemente no podría decir.
—Elsa... Debes descansar, ya hablaremos de Jack otro día...
Pero Elsa se negó a dejar el tema por zanjado, se negó a no saber que había pasado realmente. Un terrible presentimiento se había instalado en lo más profundo de su pecho y de la nada sintió muchísimas ganas de volver a echarse a llorar.
—¿Donde está él? ¿Jack... Jack sabe lo que ahora soy...? ¿Lo que ahora puedo hacer...?
A la platinada se le llenaron los ojos de lágrimas. Anna sintió que un agujero se habría en su garganta. Intentó sonreírle a su hermana para brindarle paz, pero ni siquiera era capaz de brindarse paz y confort a ella misma.
Los últimos meses habían sido un infierno, una línea de tragedias una tras de otra que no parecía terminar. Estaba segura que la noticia terminaría por destrozar a su hermana, pero no creía que se lo pudiese ocultar. Tarde o temprano se enteraría y el resultando siempre sería el mismo.
Había cosas de las que ni Anna ni nadie podía salvar a Elsa.
—No, Elsa... —Tragó saliva, decirlo le costaba demasiado—. Jack... Jack... Él... Falleció—Soltó al fin tragando saliva mientras sus ojos su fuerza se quebraba.
Elsa le miró, creyendo que había escuchado mal, esperando que su hermana le dijera que era broma. Pero al ver como las lagrimas bañaban las mejillas sonrosadas de Anna no le quedó ninguna duda. Dejó que sus manos abandonaran la calidez en la que se había embarcado, cayendo hacia sus costados, al par que su pupila se contraía.
La pesadilla se volvía cada vez peor.
Se le atoró un nudo en la garganta. Ni siquiera pudo sollozar, ni siquiera pudo chillar, a pesar de que sabía que su corazón se estaba desangrando dentro de su pecho.
—Cayó a un lago congelado. Llevó a Emma a patinar el mismo día que nosotros estábamos en el barco... Emma por accidente entró a una zona donde el hielo era más delgado y... Y casi cae, pero Jack logró salvarla, sacrificándose el mismo... Lo buscaron por todo el lago, no encontraron su cuerpo y de igual forma ya no estaría con vida... Lo lamento tanto, Elsa...—. Soltó un lamento, aún luciendo afectada por la notica—. Lo único que se recuperó de él es la bufada...
Anna caminó hasta el pequeño mueble, tomando la prenda entre sus manos con una lástima que a Elsa le arrancó el alma. Se la extendió a su hermana, agachando la mirada como si la sola forma en la que Elsa le miraba le avergonzara.
—Emma... Emma... Quería que tú la conservarás.
Anna comenzó a llorar justo frente a ella, pero a Elsa no tuve la fuerza para consolarla o rogarle que se detuviese. Todo parecía caer a un profundo agujero oscuro, apenas podía pensar las cosas con claridad.
Y es era que todo parecía tan irreal...
Una mentira cruel.
—Por favor... Váyanse. —Agachó la mirada, negándose a enfrentar los rostros de las personas que la habían acompañado toda su vida—. Salgan de mi habitación.
Anna solo la miró directamente, se sentía pequeña, débil e impotente. No podía hacer nada para curar el dolor de Elsa, no podía hacer nada para mejorar esa situación y aquello la hizo sentir inútil. Ahora Elsa no les quería más allí, pero ella no quería irse. Observó a su madre un momento y esta se limitó a indicarle en una sola mirada que debía marcharse.
Salió de la habitación, con sus padres atrás. Idun besó la cabeza de su princesa y Agnarr solo le sonrió de forma dulce. Elsa no reaccionó y solo permaneció cual estatua inmóvil, varada en la pesadumbre.
Cuando la puerta se cerró ella finalmente cayo de rodillas. Nuevamente las paredes se cubrieron de hielo y una ventisca comenzó en la habitación. Elsa gritaba, desconsolada, llamando a Jack en sólo susurros. Negándose aceptar que él se había ido, que estaba muerto, que la persona que amaba ya no estaba más con ella. Se aferró a la bufanda en sus brazos, mientras el mundo lentamente se desvanecía.
Definitivamente eso no podía estar pasando.
Una nueva tormenta se creó con rapidez, pero, en esta ocasión, la única afectada fue la misma princesa Elsa, quien, sin saberlo, encerraba su congelado corazón entre paredes de hielo grueso, escondiendo sus sentimientos en una ventisca sin final, donde, después, ya no quedaría nada.
—No has de abrir tu corazón...
Esa noche Elsa Arendelle lloró hasta el amanecer.
Esa noche Elsa Arendelle dejó de ser Elsa Arendelle.
❄️❄️❄️❄️❄️❄️
Los rayos directos de la luna brillaban en la agua congelada, alumbrando más allá del simple hielo que cubría el misero lago, estos se adentraban por las grietas del inestable suelo, provocando una pequeña luz a la profunda oscuridad. Pero algo estaba impidiendo el paso de la fulgurante claridad: en el lago, flotando junto a las aguas, se encontraba un cuerpo, un cuerpo sin pulso, sin palpitación, un cuerpo sin vida.
Sus cabellos castaños revoloteaban junto al vaivén de las aguas, meciéndose de un lado al otro. Sus extremidades, frías y congeladas, permanecían inertes, moviéndose a su voz junto al débil ritmo. No se necesitaba decir que aquél cuerpo no volvería nunca más a reaccionar.
El cuerpo del joven continuaba indeleble, como cualquier cuerpo sin rastro de luz debía continuar.
Las nubes se movieron poco a poco del cielo estrellado, en un acto inesperado, provocando que la luna se viese.
Los rayos resplandecientes le alumbraron directamente y, en un acto catalogado como mágico, algo impresionante sucedió: sus cabellos, tan cafés como la misma avellana se tornaron blancos; su piel, antes rosada y colorada, se volvió pálida y blanquecina. El pulso no se reanudo, su corazón no volvió a latir, y, sin embargo, aquella persona había recuperado la conciencia.
Oscuridad, lo primero que vio.
Miedo, lo primero que sintió.
Pero todo se acabo cuando sus parpados se comenzaron a mover, cuando sus ojos se comenzaron a abrir.
Aquellas orbes, antes de un café cálido, se volvieron un zafiro resplandeciente con un copo de nieve dibujado en ellos. Pronto su cuerpo había comenzado a elevarse hacía la superficie.
El hielo se rompió a su paso, dejando su frío ser a merced de la centella. Justo en el momento de salir comenzó a respirar agitadamente, sentía que no había respirado desde hacía mucho tiempo, claro que él no sabía nada.
Sus ojos contemplaron a la gigantesca luna, haciendo brillar sus orbes zafiros, solo en ese momento se permitió calmarse y apaciguar su veloz respiración. Había dejado de sentirse solo, ya no sentía miedo, ni mucho menos frío.
Aquel ser respiraba, como si de una persona normal se tratara, pero nada volvió a funcionar como se supone en un humano debería.
Poco a poco fue cayendo con suavidad, hasta posicionarse sobre aquél antes inestable hielo. Al momento en que sus pies hicieron contacto un brillo emano desde el suelo, escarcha, formando un copo de nieve al rededor del joven sin nombre.
—Jack Frost...
Sentía que alguien le murmuraba en el oído.
—Jack Frost...
Miró la luna. Tan inmensa, tan brillante, tan redonda.
—Tu nombre es Jack Frost.
Entonces lo entendió, la luna le estaba diciendo que ese era su nombre, que él era Jack Frost, pero eso... ¿Eso que significaba? ¿Quién en verdad era él? No recordaba nada ¿Eso era normal?
Miró sus manos: pálidas como la nieve. Su vestimenta: como la de un aldeano cualquiera.
Devolvió su vista a la luna. Quiso preguntarle, pero no lo hizo.
Decidió intentar caminar y por poco se resbala. Su pie choco con una gran vara de madera, no recordaba nada, pero juraba haberla visto antes, pero no sabía donde.
Le toco nuevamente con su pie y, por alguna extraña razón, la vara de madera se llenó de escarcha. Frunció el entrecejo, confundido, tomo la rama entre sus manos, quizás se tratara de una broma, un truco.
Al sellar el contacto entre sus manos la rama se ilumino, asustado el chico la soltó, provocando que el hielo se llenara de, al igual que esta, escarcha. ¿Qué era eso? ¿Magia quizá? ¿O tal vez se estaba volviendo loco?
Probó de nuevo, tomando la vara y acercando la punta de esta al tronco de un árbol, al igual que el suelo este se cubrió de escarcha, volvió a probar, obteniendo el mismo mágico resultado.
¡Era increíble! ¡¿Cómo algo así podía ocurrir?! Comenzó a saltar de la emoción, como si de un pequeño niño se tratara. ¡Y es que era asombroso! ¡Irreal! ¡Mágico!
Empezó a correr por toda la laguna congelada, mientras arrastraba el bastón y el hielo se cubría de escarcha, reía mientras tanto, divirtiéndose como si no lo hubiese hecho hace tantos años. Por poco se resbalaba unas cuantas veces, pero había logrado mantenerse en pie, apenas entendía como el frío no le calaba los pies descalzos, aunque no le importaba.
No comprendió como de un momento a otro se encontraba en el aire, a unos cuantos metros del suelo, observando el dibujo de escarcha que había creado. ¡Estaba volando! ¡¿Cómo?! ¡¿Cómo estaba haciendo todo eso?! Y luego, para su desconcierto, se había desplomado, encontrándose así mismo aferrado a una rama con la risa atorada en la garganta.
Exclamó un suspiro de asombro, para después captar a la lejanía una serie de luces que le encandilaron un momento. Faros, lamparas, fuego, chozas, personas.
Un pueblo.
Se enderezó en la rama y consciente de su nueva habilidad, intentó volar nuevamente. No le resultó para nada sencillo. Descubrió que, la peor parte, era el aterrizaje. Aún tenía demasiado que aprender. Pero, también descubrió, que el viento podía ser un amigo.
Se sacudió la nieve y se levantó de un salto, emocionado. Comenzó a saludar a todo aquél que se le atravesara por enfrente, poco consciente de lo que en realidad sucedía.
De lo que en realidad, le sucedía.
Observó un niño correr hacía él y no desaprovechó la oportunidad de preguntar ¿Dónde se encontraba?
Estaba esperando una respuesta y lo único que consiguió fue una sensación helada que le hizo temblar el pecho y un escalofrío que le recorrió del cuello a los pies. Asustado, comenzó a jadear, mientras una sensación de pánico le calaba el estomago. ¿Qué estaba...? ¿Cómo él...? Ante sus múltiples preguntas, nuevamente sólo consiguió sentir esa sensación de vacío una y otra vez, mientras observaba como los pueblerinos le atravesaban, como le ignoraban o, simplemente, no lo escuchaban.
Como si fuera aire. Como si no fuera nada.
Y ahí lo entendió.
Él era Jack Frost, la luna se lo había dicho. Y, Jack Frost, no existía. Para nadie.
Él no era nadie.
Partió del lugar con la cabeza echa un nudo, con el corazón gritando suplicios.
Fue así como dos almas cálidas sucumbieron a la helada, cómo dos mitades de un copo de nieve fueron arrastrados hacía la nevada.
Cómo dos seres dejaron de ser todo lo que eran.
Cómo dejaron de existir.
|Nunca me perdonarás,
Pero sé que estarás bien.
Me desgarra que nunca lo sabrás,
Pero tengo que irme.
Dices que estoy congelada,
Pero ¿qué puedo hacer?
No puedo contar las razones,
Lo hice por ti.
Cuando las mentiras se convierten en verdad
Me sacrifico por ti.
Tú dices que estoy congelada,
Pero, ¡¿qué puedo hacer?!
Todo se escapará.
Las destrozadas piezas seguirán permaneciendo.
Cuando los recuerdos se desvanecen en el vacío,
Sólo el tiempo contará su historia,
Si todo ha sido en vano...
No puedo sentir mis sentidos...
Sólo siento el frío...
Congelada...
Pero, ¿qué puedo hacer?
Congelada...
Dices que estoy congelada,
Pero ¿qué puedo hacer?
No puedo contar las razones,
Lo hice por ti.
Cuando las mentiras se convierten en verdad
Me sacrifico por ti.
Tú dices que estoy congelada,
Congelada...|
Within Temptation - Frozen.
❄️❄️❄️❄️❄️❄️❄️
Me disculpo por el retraso, pero finalmente aquí tenemos nuestro tercer capítulo.
¿Qué les va pareciendo la historia?
¿Qué rumbo creen que irá tomando y qué pasará ahora que la ventisca ha comenzado?
El siguiente capítulo será muchísimo más corto, con la intención de darnos un respiro de tantas palabras en capítulos seguidos.
Espero que les haya gustado, agradezco muchos sus votos y comentarios, de verdad me hacen el día💙
Nos vemos en cuestión de semanas.
—Abrokenwriter.
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