I.

|Tú y yo, somos como fuegos artificiales y sinfonías explotando en el cielo.
Contigo, estoy vivo
Como si todas las piezas perdidas de mi corazón, finalmente se encontraran.

Así que para el tiempo aquí y ahora, a la luz de la luna,
Porque no quiero cerrar los ojos jamás.

Sin ti, me siento roto.
Como si fuera la mitad de un todo.
Sin ti, no tengo una mano a la que agarrarme.
Sin ti, me siento destrozado.
Como un velero en una tormenta.
Sin ti, solo soy una canción triste.
Solo soy una canción triste.

Contigo, caigo.
Es como estuviera dejando todo mi pasado y las siluetas en la pared.
Contigo, soy un hermoso desastre.
Es como si estuviéramos agarrados de la mano con todos nuestros miedos en el límite.|

Le gustaba observar como los rayos del atardecer coloreaban el transparente hielo en colores rojos y anaranjados. También le gustaba mirar hacía atrás, analizando sus pasos grandes marcados en la nieve fresca; le gustaba frotarse las manos y al soplar por la boca observando ese humo caliente; y le encantaba observar las nevadas desde la ventana de su pequeña casa, intentando memorizar el patrón de algunos copos de nieve.

Simplemente, le gustaba el invierno. Le encantaba, en realidad.

Era su estación favorita del año, contrario a muchas personas a las que les encantaban las estaciones cálidas, pero a él no. Le gustaba, por alguna razón, cada mínimo detalle de esa estación: las lagunas congeladas, los montículos de nieve sobre los arboles y la escarcha creando figuras decorativas en las ventanas.

Todo.

Había soñado con los inviernos desde que era pequeño, siempre sintiéndose cómodo ante la sensación de ser igual a ellos.

Muchos decían que los inviernos significaban "Destrucción", bueno, para él, era como un simple camuflaje para la naturaleza. Una enorme manta blanca y brillante extendiéndose por los alrededores, permitiendo dar algo nuevo, quizás más bello a lo que en la actualidad es.

Afortunadamente, era otro de los gustos que compartía con Elsa.

Elsa.

Su nombre basto para provocarle una pequeña sonrisa.

Suspiró, mientras se frotaba las manos y aprisionaba su cuello entre aquella bufanda.

Detuvo su caminar frente a un charco de agua, ahora congelada. Miró su reflejo detenidamente e innecesariamente intento arreglarse el cabello. Se sintió estúpido al darse cuenta de su acto y se llevó las manos al cuello levantando su vista al cielo.

Estaba nervioso, más que eso. Y no tendría porque. Estábamos hablando de Elsa, su amiga de la infancia, la chica que lo conocía a la perfección y a la que le confiaba cada uno de sus secretos, no debería estar nervioso, pero lo estaba e, incluso, también estaba preocupado. ¿Qué tal si las cosas no salían como lo había planeado? Todo se echaría a perder y ya estaba arriesgando demasiado.

Apretó los puños, no podía acobardarse, ya no. Estaba seguro de lo que iba a hacer, quería hacerlo, pero era extraño, lo hacía sentir extraño. Tenía el estomago revuelto y un montículo de emociones aplastando sus pulmones y, sin embargo, se sentía emocionado. Por un lado, estaba seguro que la sorpresa le encantaría, por el otro, temía que sucediese lo contrario.

Desde donde estaba parado tenía una perfecta vista del castillo real, justo del lado donde se apreciaban las grandes cortinas azules del balcón de Elsa. Las puertas de vidrio estaban abiertas, con las voluminosas cortinas zarandeándose al vaivén de los vientos. Seguro ya había llegado. Le estaba esperando.

Sonrió nuevamente, dándose ánimos. Y siguió su trayecto.

Era increíble pensar que ya habían pasado 10 años desde que ambos se habían conocido en la primera nevada de Arendelle. 10 años llenos de días increíbles juntos, momentos inolvidables y sonrisas resplandecientes por parte de ambos.

Elsa era su mejor amiga, se había convertido en ello después de cumplir el primer año en conocerse. Se conocían perfectamente el uno al otro, como las palmas de sus manos. Habían estado unidos en cada pequeño momento y en cada grande, en cada feliz y cada triste. Con el pasar de los primeros meses él había comenzado a agarrarle un gran cariño. Al principio, había considerado a Elsa como una hermana pequeña, pero, ahora... El tiempo había hecho de las suyas y creía que la quería más de lo que "Una relación entre hermanos" compromete.

Y vaya que había sido un problema aceptarlo, pero, al final, le había quedado más que claro.

Los colores del atardecer habían comenzado a tocar la habitación de Elsa, iluminando su camino. Sintió miles de mariposas abriéndose paso en las rutas de su estomago, mientras el pulso se le disparaba. Exhaló e inhaló unas cuantas veces, intentando relajarse por lo menos un momento.

No tardó mucho en encontrarse frente a frente a esas cortinas. Miró el atardecer, despidiéndose de los pocos rayos de luz hasta que finamente reinó la oscuridad. Levantó la vista una vez más, la luz de la habitación estaba encendida, era sencillo saber que Elsa estaba ahí, quizás leyendo un libro, escribiendo o incluso hablando con su hermana. Sonrió al mismo tiempo que botaba una y otra vez un pequeña piedra en su mano. En cuanto lanzara esa pequeña roca todo comenzaría, su plan entraría en acción.

Soltando un último suspiro, lanzó la piedra. Esta encontró su camino, entrando con éxito a la habitación. Las manos le temblaban un poco y le costaba un poco más quedarse quieto que lo habitual, eran los nervios, pero tenía que eliminarlos para el resto de la noche, eran un obstáculo con el que sin duda no quería lidiar.

Se mantuvo ahí. No fue mucho tiempo, pero a él le pareció una eternidad.

Finalmente aquella cabellera castaña que él también conocía hizo su aparición. Los enormes ojos de Elsa le analizaron con curiosidad mientras una divertida sonrisa bailaba en sus mejillas. Le lanzó la piedra de regreso, aun mirándole como si no se lo creyera, recargándose en su ventana con una postura elocuente.

—¿Qué haces aquí, Jackson Overland? —Fue su simple pregunta.

Él ladeo la cabeza mientras formaba una sonrisa, a juego con la suya. —Me preguntaba si deseaba acompañarme esta noche.

Se sintió como un caballero en su armadura, como el típico príncipe azul.

—Me metería en problemas graves. —Fingió un puchero, uno que casi no duró.

—¿Le gustaría arriesgarse? Es una bella noche, me encantaría compartirla con usted. —Intentó persuadirla, sin dejar de mirarla con atención.

Para su satisfacción, Elsa miró hacía dentro de su habitación, mordiéndose el labio con visible indecisión. Sus delgados labios formaron una pequeña sonrisa traviesa, de esas que te informaban que habías ganado. Negó con la cabeza, ocurrente, fingiendo molestia ante saber que el joven en la nieve le había convencido una vez más.

Le dedicó una seña de paciencia y desapareció dentro de su habitación.

—Ya sabes que yo te cubro. —Informó su hermana menor, antes de que ella pudiera incluso hablar.

—Si madre y padre se enteran me meteré en problemas, Anna. Debería dejar de comprometerme a este tipo de situaciones. —Alegó, dirigiéndose hacía su escritorio para observar su reflejo.

Anna sonrió, entre divertida y emocionada. Soltó una risa socarrona, Elsa siempre tenía que ponerse así cuando la visitaba Jack. Siempre tan quejumbrosa, a sabiendas del peligro que enfrentaba y, aun así, decidiendo correr el riesgo. Justo como ahora.

Se dirigió hacía ella, deshaciendo el peinado tan ordenado que traía puesto.

—Una trenza no se te vería mal. —Sugirió, sonriendo con picardía—. Ten cuidado al bajar.

Elsa esta vez sonrió en agradecimiento. No era la primera vez que Anna debía tapar sus escapadas, que la ayudaba a enfrentar esas situaciones. Su hermana menor siempre lucía entusiasta cuando esas cosas pasaban, siempre dispuesta en brindar su apoyo y ayuda, después de todo, Anna era el tipo de persona que metería las manos al fuego por amor.

—¿Crees que se declaré al fin esta noche?

Elsa se sonrojó, haciendo que Anna soltase una carcajada que seguro el medio oriente había escuchado. Le dirigió una mirada de pocos amigos, intentando pasar de esa pregunta incómoda que la aprendiz de cupido no había podido callar. Y, sin embargo, muy en el fondo de su mente deseo que la respuesta a esa pregunta fuese afirmativa.

Una vez con el cabello mejor arreglado, volteó, recibiendo un guiño de Anna como despedida. Bufó, sintiendo una mezcla de sentimientos revolverse en su estomago.

Tomó una chaqueta, sabía que la noche siempre era helada, y sacó de arriba de uno de sus muebles una serie de mantas amarradas que cumplían con el propósito de una cuerda. Anna y ella habían hecho aquello hace mucho tiempo y, debía admitir, siempre había resultado útil.

No era la primera vez que bajaba por esas sabanas amarradas, no era la primera vez que decidía realizar una deliberada escapada con el único fin de divertirse un momento. Jack siempre la impulsaba aquello, el chico sólo necesitaba dedicarle una de sus tantas miradas de cachorro para que ella cediera casi por inercia. Era un fastidio, pero de esos que sin querer te encantaban.

Empujó la cuerda de sabanas finalmente, observando de reojo la sonrisa de Jack resplandecer a la luz de la luna. Su corazón corrió frenético, no supo distinguir si había sido por la adrenalina de bajar colgando por aquellas mantas o esa sonrisa de dientes blancos que siempre amenazaba con robarle el corazón.

Conocía el proceso, la técnica, pero siempre había temido resbalar. Inhaló y exhaló, dándose valor, amarrando uno de los extremos a la base de una de sus camas. Descendió desde la ventana lentamente, arrastrando sus piernas entre los nudos que mantenían unida esa peculiar cuerda.

Había aprendido hacer eso gracias a un cuento infantil, uno de los tantos que su madre solía leerle cuando ella era apenas una niña, hace ya muchos años atrás. Irónicamente, pensó que su madre se volvería loca al verla realizar tal hazaña, al ver como uno de esos "inofensivos" relatos infantiles habían terminado por darle una salida de ese ritmo estresante que la futura reina debía seguir.

Definitivamente debió haberse mantenido concentrada, debió haber bajado de manera veloz. 

Elsa emitió un grito pequeño cuando sintió una de los nudos de las mantas desenredarse por sobre sus manos. Intentó vanamente de sujetarse de la sabana superior, pero antes de lograrlo ya se encontraba cayendo gracias a las mantas desenredadas. No gritó, pese a que caía, la idea de que sus padres la escucharan cruzó por su mente y decidió callar. Cerró los ojos fuertemente, esperando el impacto que con un poco de suerte no acabaría con su vida.

No sintió frío como el que se siente cuando estás al borde de la muerte, en vez de eso, una extraña calidez le abrigo el cuerpo. No sintió ninguna clase de dolor, en cambio, se sintió protegida y extrañamente reconfortada.

Confundida, comenzó a abrir los ojos poco a poco, encontrándose encogida sobre unos brazos que la tomaban por debajo de las rodillas y sobre la cabeza, abrazándola de una forma que le aseguraba nada más que confianza y protección. Al levantar la cabeza se encontró con la mirada inquieta de Jack, observándola de arriba abajo en busca de algún signo de daño. Se sonrojó sin poder evitarlo, sintiendo la tela del abrigo del chico rozarle la mejilla. Estaban demasiado cerca...

—¿Estas bien? —Su voz inundó sus oídos, mientras sentía el calor de su aliento acariciarle el rostro.

Aún aturdida, Elsa comenzó a removerse, demasiado nerviosa como para permanecer un momento más en esa posición. Jack pareció entenderla, liberándola de su agarre dejándola sana y salva sobre la nieve.

—E-estoy bien. —Sonrió con evidente nerviosismo, todavía sintiendo el calor en sus mejillas—. Yo... Creo que deberíamos comenzar a dirigirnos a... —Se quedó en blanco, en realidad no sabía a dónde se dirigían—. ¿A donde vamos, Jack?

El chico sonrió, entrelazando sus manos por detrás de su espalda, elevando las cejas de manera traviesa.

—Es una sorpresa. —Comentó, Elsa pudo distinguir como disfrutaba mantenerla confundida e intrigada con toda esa situación—. Pero, si, deberíamos comenzar a caminar.

Observó como Jack comenzaba a dirigirse hacía el bosque a un lado del castillo y, sin titubear, corrió hasta encontrarse caminando a su lado, al compás de sus pasos.

Hace algún tiempo ya que había dejado de temer al bosque. Cuando era pequeña, era algo así como su mayor temor, le asustaba encontrarse rodeada de toda esa vegetación e inestabilidad, de verse perdida entre oscuridad y caminos sin rumbo. Pero, ahora, era más bien como su segundo hogar, el lugar donde iba cuando necesitaba despejarse, desenvolverse de todas esas obligaciones reales que, aunque estaba acostumbrada a frecuentar, siempre lograban mantenerla bajo mucha presión. Había pasado los mejores momentos de su vida rodeada de esos pinos, corriendo y riendo entre esas hojas. Su hermana formaba parte de eso, Emma y por supuesto que Jack, después de todo, el era el causante de que olvidará ese temor irracional. Otra cosa de la lista que nunca terminaría de agradecerle.

Ahora, después de todo ese tiempo juntos, se había acostumbrado a su cercanía, siendo que antes apenas y podía tolerarla en ciertas ocasiones. Estar con Jack se había vuelto un hábito; cuando no estaba con él solía sentir una incómoda inquietud, además de un extraño vacío que, aunque exagerado, era cierto.

Habían crecido juntos, bueno, en una parte. Se conocían desde que ella tenía 7 años y él había tenido 8, en aquella primera nevada en Arendelle. Ahora ella tenía 16, casi 17, mientras Jack había cumplido los 18 años hace un par de meses. No se conocían de toda la vida, pero a veces así lo sentía, se conocían tan bien el uno a otro que eso parecía. Jack había formado parte de los mejores momentos de su vida, muchos hasta los había protagonizado. La hacía sonreír, la hacía reír, era el responsable de que los deberes reales muchas veces no la hicieran perder la cabeza. Desde que Jack había llegado a su vida no había hecho más que sacarla de su encierro, de mostrarle un mundo que ella jamás se hubiera atrevido a conocer, la inspiraba para sentirse libre, de creer que hasta las cosas más imposibles las podía lograr. Quizás por eso al final había terminado por enamorarse de él.

Agachó la mirada hacía el suelo. Realmente saberlo nunca lo hacía más fácil de decir y, menos, ahora que se encontraba junto al culpable de sus sentimientos.

La mano de Jack se extendió hacía ella. Parpadeó, confundida, había estado tan perdida que no notó cuando habían llegado a esa pequeña parte del bosque donde todo se volvía mas difícil de atravesar; había agujeros en el suelo, ahora cubiertos con la nieve, lo cual volvía la zona más engañosa de lo que era. Realmente, no se corría ningún tipo de riesgo "mortal", quizás, si cayera en uno, el único resultado serían unos cuantos rasguños y raspones, en peores casos, cuando mucho una torcedura de tobillo. Claro que Jack siempre insistía en que debía tener "cuidado", aunque jamás le había extendido la mano.

Sonrió tímidamente, tomando la mano de Jack en un apretón seguro. Y es que, ¿Cómo no enamorarse de él? Siendo tan dulce como lo era, tan siempre protector con las personas que le importaban. Se sentía especial a su lado, se sentía protegida, inalcanzablemente feliz, no existía otra persona en el mundo que la hiciera sentirse así, tan maravillosamente amada.

Aunque, en realidad, no conocía los sentimientos de Jack hacía ella. Su hermana solía decirle una y mil veces que estaba enamorado de ella, que se le notaba por la forma en la que le miraba, en como siempre la trataba. Pero Elsa jamás había notado ningún indicio, quizás era demasiado despistada o estaba tan ocupada atendiendo sus sentimientos propios que apenas podía acatar los de los demás.

Observó de reojo al joven. Admiró como su ceño se fruncía mientras caminaban, examinando y buscando la ruta menos peligrosa que podría seguir. Casi le causaba gracia su ilógica preocupación, casi, de no ser porque este había volteado a mirarla, penetrándola con su achocolatada mirada y esa sonrisa capaz de hacerla tambalear y derretirse como un copo de nieve en verano.

Se sonrojó, agradeciendo internamente el hecho de que Jack se hubiera volteado, ignorando completamente la reacción que había tenido su cuerpo ante solamente él.

Jack Overland tenía las facciones más hermosas que ella hubiera observado en el género masculino, con esos ojos grandes de color entre castaño y chocolate; la sonrisa brillante, de dentadura blanca; el cabello marrón a juego con sus ojos; la nariz pequeña pero perfecta y esos labios finos de un leve tono rosáceo.

Siendo una niña no se hubiera molestado en notarlo en lo absoluto, pero después de todo había crecido, al igual que él. Le gustaba evaluarlo discretamente, realmente no se cansaba de analizarlo cada vez que podía. Disfrutaba de recorrer las facciones de su rostro, deteniéndose en las diminutas arrugas, en las largas pestañas y las casi invisibles pecas. También compararlo, compararlo con el pequeño niño que conoció hace tanto y... Y fascinarse, fascinarse porque seguía siendo el mismo y, a la vez, era tan diferente.

La luz de la luna ya se colaba entre las ramas de los pinos. Jack sonrió, no pudo haber elegido un momento mejor. Apretó un poco más la palma de Elsa entre su mano, sintiendo su corazón bombeando sangre como si nunca lo hubiera hecho.

Tenerla a su lado de esa forma lo hacía sentir extraño. Jamás había experimentado una cercanía como esa, un sentimiento tan intenso como aquél. Realmente, no era capaz de definir que tan profundos eran sus sentimiento y, muy sinceramente, saberlo le aterraba.

La quería, era todo lo que sabía, todo lo que confirmaba. Y se lo diría, porque muy dentro de él ya no podía continuar ocultándolo más, ya no podía ocultar sus sentimientos de aquella forma. Le dolía no poder abrazarla como quería, resistirse a la tentación de amarla como necesitaba. Bien podría haberse conformado con la simple compañía de Elsa, pero Emma le había dicho que debía intentarlo, que debía tratar si la quería como el decía.

"¿Qué tal si ella te quiere como la quieres tú Jack?  ¿Qué tal si Elsa comparte tu deseo de ser más de lo que ya son...?"

Su hermanita, siendo tan pequeña, entendiendo más al amor de lo que él nunca podría.

Le había ayudado a planearlo todo, a encontrar su confianza y valentía. Emma era más de lo que él podría llegar a desear en una hermana, la amaba y encontraría la manera de pagarle cada favor, aunque eso implicará terminar comprándole cada fresa en todo el pueblo.

A lo lejos, a unos cuantos metros, enfocando su vista comenzó a distinguir una luz diferente a la de la luna. Sabiendo exactamente de que se trataba, sonrió levemente. Detuvo su caminar y, por ende, Elsa chocó contra su espalda.

Aun aturdida, la princesa le observó confundida. ¿Por qué se habían detenido?

—¿Jack...? —Vaciló con cautela, antes que el chico la interrumpiera.

—Elsa ¿Podrías... podrías cerrar los ojos? Sera sólo un momento.

La castaña frunció el ceño, ¿No sería alguna de las bromas de Jack? ¿No la estaría dirigiendo exactamente a una broma?

—¿Por qué quieres que cierre mis ojos? —Dudó, desconfiada.

La sonrisa de Jack pareció acentuarse.

—Vamos, Els, confía en mi, arruinaras la sorpresa.

Els. Ese tonto apodo que Jack usaba cuando quería que ella hiciera lo que él quería. Suspiró, derrotada.

—Esta bien, esta bien, pero espero que no sea alguna de tus bromas, Jackson. —Amenazó.

—No lo será, tienes mi palabra.

Sin más que decir, cerró sus ojos. Inmediatamente, las manos de Jack tomaron sus muñecas, avanzando lentamente por el sendero, cuidando de dirigirla en el mínimo paso que ella hiciera.

No tardaron mucho en dejar de caminar, Elsa pudo escuchar como el castaño apartaba las ramas a su paso y corría por el lugar unas cuantas veces sin que ella tuviera aun la oportunidad de ver a que lugar la había dirigido. 

Justo cuando pensó en abrir lo ojos, sintió nuevamente la presencia de Jack a sus espaldas. Sentía su respiración agitada chocar contra su nuca y los vellos se le pusieron de punta. Las grandes manos de Jack se posicionaron sobre sus hombros, enviando una descarga eléctrica que apenas estuvo capaz de prever.

—Abre los ojos, Elsa.

Por un momento tuvo miedo de abrirlos, de encontrarse con algo que quizás no quería ver. Toda la situación parecía haber confabulado para aumentar su ritmo cardíaco, para dejarla más nerviosa de lo que nunca había estado. 

Pero, finalmente, tragando saliva excesivamente, Elsa decidió abrir sus ojos.

Casi en el momento llevó sus palmas a su boca, el aliento se le había atascado en la garganta mientras su corazón más se aceleraba; le temblaron las piernas y los ojos por poco se le empañaron. Lo que estaba frente a ella era lo más hermoso que hasta ahora había podido ver, lo más que hermoso que alguien había hecho, solo por ella.

A la luz de la luna una gran manta con copos de nieve se extendía mientras, rodeándola, una docena de velas iluminaban la penumbra; sobre esta manta, había una caja de picnic, al igual que dos platos y dos copas que tintineaban a la luz de esas mismas velas, al lado de unos cuantos aperitivos que iban y venían de sus postres y frutas favoritas: había fresas, cerezas, pequeños pasteles que parecían ser de chocolate. Y no sólo eso, sobre la misma manta, siendo el centro de mesa, un enorme ramo de jazmines presumía su brillo, llenando la estancia de ese aroma que ella siempre había amado. Mirando más hacía allá, observando hacía su alrededor, encontró otras lamparas que consistían de luciérnagas para brillar, sobre el lago que en ese momento estaba totalmente congelado. Lo siguiente consistía en el simple escenario de maravilla que les había regalado la naturaleza, haciendo lucir el lugar más perfecto de lo que ya era.

Elsa resistió las ganas de echarse a llorar en ese mismo lugar y, sin resistirse más, se tiró sobre los brazos de Jack con tal fuerza que hizo al chico tambalear.

Jack correspondió el cariñoso abrazo de Elsa con cariño y dulzura, estrechándola en sus brazos como si no quisiera dejarla ir jamás. Un inesperado beso en la mejilla lo obligó a sonrojarse, mientras sentía a la chica aferrarse a él con más esmero.

—M-muchas gracia-as. —Escuchó que susurraba con la voz entrecortada—. Es lo mejor que alguien pudo haber hecho para mi. Muchas gracias Jack... Muchas gracias.

Se le llenó el corazón con ese simple agradecimiento. Se sintió orgulloso de hacer tan feliz a Elsa, de verla sonreír de esa manera que paralizaba cualquier corazón. Era su trabajo, su meta de cada día, verla a ella de esa forma siempre lograba que el también fuera feliz.

La castaña al fin se separó, ambos conectaron sus miradas y Jack se encargó de borrar el rastro de esas pocas lágrimas que Elsa no había podido evitar liberar.

Se sentía tan contenta, tan dichosa y emocionada. Afortunada, resumiendolo todo.

Le quería, le quería tanto. ¿Como podría agradecerle todo lo había hecho por ella? ¿Como pagar cada pequeño favor, cada pequeña risa y alegría? ¿Como podría agradecer cada maravilloso momento en su vida?

Sintió la calidez rozar su palma derecha nuevamente y se dejó arrastrar por Jack hasta que ambos terminaron sentados sobre la manta, frente a todos esos aperitivos que ella se moría por probar. Pero no lo hizo, no podía apartar la vista de Jack, apartar la mirada de ese chico que lograba hacerla tan feliz.

Él removía las cosas dentro de la cesta, sacando finalmente una copa de vino tinto. Elsa jadeó, Jack sabía que a ella no se le permitía beber. Pareciendo adivinar su inquietud, Jack destapo el vino con facilidad, dejando salir a una fragancia que hizo a Elsa carcajear: no se trataba de vino, era malteada chocolate, Jack tenía una forma graciosa de saber lo que ella quería.

—¿Le ofrezco un poco señorita? —Le ofreció, Elsa sonrió, conmovida.

—Por favor.

Y de esta forma comenzó la velada, entre risas y bromas que aligeraron el ambiente, espantado a la tensión. Elsa comía aperitivo tras aperitivo, fascinándose con la delicia de aquellas comidas tan sencillas que su madre le reprendería por probar. Internamente deseó no subir ninguna talla de la noche a la mañana, no sabría como explicarle a su madre porque su corsé ahora le asfixiaba.

—¿Cómo van las clases de Emma? —Rompió Elsa el silencio, dandole un último mordisco a la barra de chocolate que ya había devorado.

—Está mejorando, lo cual no es una sorpresa con un profesor como yo.

Elsa río, debía aceptar que tenía razón.

—Insiste en practicar todos los días, así que la llevó a patinar en el primer lago congelado que encuentre. —Explicó Jack, sonriendo con egocentrismo. —Quizás pronto pueda volverse mejor que yo. Aunque, bueno, eso es casi imposible.

Elsa arqueo las cejas, divertida. —No es tan imposible si me lo preguntas. —Alardeó.

—Vamos, Elsa, tu no eres mejor que yo.

—¿Estás seguro Overland? ¿Te parece una competencia después? —Le reto, siempre le había gustado retar a Jack para verlo comer el polvo después. Era competitiva, lo admitía.

—Acepto el reto, pero no quiero que me mandes a prision luego de que el que gane sea yo.

—Es un hecho, entonces.

Se dieron la mano, sintiendo la conocida descarga recorrerles las extremidades. Un pequeño silencio cómodo se instaló entre ellos, ambos pudieron escuchar al bosque "cantar", con el sonido de las ramas golpeándose al vaivén de las ligera ráfagas de viento, junto a los lejanos sonidos de animales nocturnos que les acunaban. La luna parecía ser quien dirigía la extraña rítmica. Elsa nunca hubiera pensado que "el bosque cantaba", jamás hubiera tenido un pensamiento tan profundo como ese y le agradecía a Jack por enseñarle otra forma maravillosa de ver las cosas.

—Entonces ¿qué te pareció DunBroch? —Preguntó Jack, dejando el sandwich de lado para dedicarle una mayor atención a Elsa.

—Es un lugar precioso, Jack. —Sonrió, recordando los prados verdes y los dorados rayos del sol—. Escocia es... Diferente, tienen una forma diferente de hacer cada cosa, es fascinante. Un pueblo alegre, trabajador, que parece tener alguna clase de maravilla por los osos. —Río, recordando los cientos de estatuas de madera que divisó por el lugar.

—Y, ¿La familia real?

Elsa volvió a reír, pareciendo recordar algo realmente gracioso. Miró a Jack, bailoteando con una sonrisa traviesa que al castaño le causo curiosidad.

—La reina Elinor es una persona impecable, elegante, tiene realmente todo lo que una reina necesita. El rey Fergus... Bueno, tiene una personalidad animada y achispada, bastante elocuente. Son como el agua y el aceite, totalmente diferentes. —Se detuvo, observando el cielo estrellado, como si intentara aclarar sus ideas—. Pero, aún así, se quieren... Se aman, son la clase de pareja en la que se complementan entre sí y no parecen desear que sea de otro modo.

Elsa tragó saliva, bebió un poco de malteada de chocolate, de pronto se le había secado la garganta. Jack la observó, cualquier otra persona seguramente se abría aburrido al escucharla hablar de aquella familia, pero él no. Para Jack, todo lo que saliera de la boca de Elsa siempre sería lo más interesante. Además, verla así, tan concentrada, tan radiante con esa sonrisa en el rostro, simplemente, era de las cosas más hermosas que él podría ver jamás.

—Y, sus hijos... —Prosiguió Elsa, recuperando su sonrisa divertida—. Los trillizos son unos traviesos sin remedio, de verdad, jamás creí que alguien de la realeza se comportara de esa forma, pero, bueno, son niños después de todo. —Miró a Jack, su sonrisa ensanchándose más, se aclaró la garganta, posicionándose sobre sus codos mientras jugaba con la comida—. Por último, la princesa Merida. —Liberó una risa socarrona, casi de burla—. Ella te agradaría.

Jack levantó ambas cejas, sorprendido.

—¿Por qué lo dices?— Se interesó.

—Bueno... De cierta forma es una rebelde sin remedio, pero también es bastante divertida y elocuente como el rey, aunque un poco responsable como la reina. Me di cuenta que disfruta mucho de ser libre, de ser ella. Por alguna razón me recordó mucho a ti. —Se sincero, sus mejillas tornándose de un ligero rosado—. Me agradó, es diferente, pero es buena.

Jack sonrió, recostándose junto a ella para que observarán juntos las estrellas.

—Suena a un viaje increíble, a un reino increíble.

—Lo es... Aunque ¿sabes? Merida me comentó de algo bastante extraño, que no sé si creer.

—¿Sobre que?

—Me habló de encantamientos, transformaciones, luces, magia. —Elsa frunció el ceño, recordando la historia que Merida le había contado antes de partir, sobre su madre, convirtiéndose en un oso y como el amor finalmente la había salvado.

—¿No crees en la magia snowflake?

Elsa lo observó, entre confundida e intrigada.  —¿Tu si?

—Por supuesto. —Afirmó, sonriendo ligeramente—. La vida está llena de magia.

—¿Cómo cual? —La castaña frunció el ceño una vez más, ella no creía en ese tipo de cosas. Se enderezó, observando directamente los ojos de Jack, admirando como estos brillaban al compás de las estrellas.

—Como la nieve. ¿No te parece mágica? —Apuntó, sintiendo la brisa removerle los cabellos—. O las estrellas.

Elsa realizó una mueca, poco convencida. —A mí me parece que esos son más eventos científicos. No puede existir la magia, la magia no tiene una explicación. ¿Como existe algo que no se puede explicar?

Jack suspiró, conectando finalmente los ojos de Elsa con los de él—. ¿Y por qué todo tiene que tener una explicación? A mí me parece que la vida es mejor con su pequeña dosis de magia, todo se vuelve menos aburrido, menos monótono y... Menos normal.

La princesa de Arendelle resopló, ese chico era un terco sin remedio que ella no iba a poder convencer.

Jack rió, Elsa siempre se veía graciosa cuando hacía una cara como esa. La miró fijamente, la luz de las luciérnagas le habían vuelto dorado el cabello, haciendo lucir sus ojos como un cielo azul donde el amanecer emergía de las profundidades. Se puso serio de repente, incorporándose para que los rostros de ambos se alinearán y casi se tocarán.

—¿No te parece que la magia es la razón del amor?

Elsa se sonrojó, su corazón había comenzado a golpear fuertemente contra sus costillas. Titubeó, formando una pequeña sonrisa tímida antes de mirar hacia la manta.

—No, no me parece. —Sus manos temblaron, tragó saliva, intentando mantenerse serena. Jack juró que un destello de luz había atravesado los ojos de Elsa—. Creo que el amor origina la magia.

Y el momento pareció congelarse justo ahí, cuando sus ojos volvieron a chocar. Elsa se abstuvo de tirar de aquella linda bufanda y pegar los labios de Jack con los de ella, solo esperando que él realizará el primer movimiento.

La tomó de las manos, deteniendo su temblor y se le quedo mirando, lo que para ella contó cómo una eternidad.

—Elsa... —Su susurró ronco la estremeció ligeramente—. Yo... Tengo que hacerte una pregunta.

Y su corazón salto de felicidad, bailoteando junto a su ritmo cardiaco. Asintió, demasiado nerviosa como para pronunciar palabra.

La mente y el corazón de Jack se volvió un completo desastre en aquel momento. Podía sentir el latido acelerado de su corazón en los oídos, en la garganta, obligándolo a tragar una excesiva cantidad de saliva en un intento de serenarse. Pero no podía.

Buscó las palabras, escarbo en el fondo de su pecho para encontrarlas, pero no estaban. No comprendía porque, pero ver a Elsa ahí... Tan bonita, tan majestuosa, lo hizo sentirse intrigado. ¿Qué podía ofrecer él para una chica como aquella? ¿Qué podía ofrecer a una princesa, a una futura reina que ya lo tenía todo? Y más cuando él... Cuando él no tenía nada.

Detrás de Elsa el castillo resplandecía. El castillo que en algún momento pasaría a ser completamente de ella. Se volvería una reina, era de la realeza, mientras él en realidad era una persona común que ni siquiera tendría porqué estar tomándola de las manos justo ahora. Se sintió frustrado de repente, se sintió cobarde y terriblemente herido. Los aldeanos no salían con princesas, los pastores no besaban reinas y jamás tenían oportunidades con ellas. ¿Por qué pensó que si quiera podría intentarlo? ¿Por que pensó que Elsa podría quererlo? Teniendo todo lo que tenía, los miles de príncipes que conocía capaces de garantizar su futuro, ¿por qué iba ir y escogerlo a él? ¿No era eso ridículo? Pensar en que tenía una oportunidad ¿no había sido ridículo?

Apretó los ojos, un extraño ardor se instaló en su pecho mientras se maldecía internamente por haber sentido esperanza de una fantasía, de un sueño que no podría ocurrir.

Y, soltando las manos de Elsa, hizo lo que prometió no hacer: se acobardó.

Desvió la mirada, ocultando la tristeza de sus orbes bajo la sombra de su cabello. Se sentía avergonzado, de alguna forma, destrozado. Porque había visto morir una ilusión frente a sus ojos y, peor que eso, él la había asesinado.

—¿Crees que... Crees que podrías traerme un recuerdo del próximo viaje al que vayas? Sería un regalo... Para Emma. —Preguntó, disfrazando su amargura en curiosidad.

Elsa lo miró, la desilusión le había marchitado los ojos azules. Se acarició las palmas de sus manos entre sí, sin el contacto de Jack se sentían muy frías. Se abrazó a si misma, que él no le hubiera preguntado lo que deseaba la había herido. La había llenado de dudas.

—Claro. —Se limitó a decir.

El viento sopló, las flamas de las velas se extinguieron.

—Quizás deberíamos irnos... —Propuso Jack en un quedo murmullo.

Elsa asintió, de pronto todo parecía haberse echado a perder. Tomó el ramo de jazmines entre sus manos, su color le pareció un poco más opaco. Quizás porque así se sentía ella.

—¿Te ayudó a recoger esto?

—No, no es necesario. Te acompañaré primero a tu casa.

La castaña simplemente asintió una vez más, comenzando a caminar por el sendero del bosque. Jack no hizo ademán de alcanzarla o volverla a dirigir como la veas anterior, simplemente permaneció detrás de ella, en un completo silencio que solo funcionó para estrujar más su corazón. Parecía tan frustrado consigo mismo o quizás estaba frustrado con ella, no lo sabía. Por primera vez ninguno dijo nada durante el trayecto, se limitaron acompañarse en aquel silencio, que no tardó en cargarse de una tensión que hace bastante no experimentaban.

¿Sería que Jack no la quería? Si la quisiera... ¿No habría preguntado si quería estar con él? ¿No había intentado declararse? ¿O incluso besarla? ¿No había sido el momento perfecto para hacerlo? Se había encargado de ilusionarse con bobas ideas, creyendo en señales que no existían, pensando que él podría quererla de la misma forma en la que ella lo hacía. Pero siempre habían sido solo eso, ideas, esperanzas que no tenían ningún fundamento por detrás. Quería confiar en que si la quería, pero ahora dudaba, estaba contrariada. Si no la quisiera ¿Por que había organizado ese maravilloso picnic solo para los dos? En un inicio había creído que sería en plan romántico, claro que eso parecía. Pero, ahora, ya no sabía que pensar. Podría simplemente una cena que demostraba lo mucho que la quería, pero no de esa forma, más como una amiga, hasta como una hermana. Y se había ilusionado, pensando que finalmente podrían pasar al siguiente nivel, que podrían quererse de una forma diferente. Pero, bueno, eso no había pasado.

Elsa se sintió furiosa de repente. Furiosa con Jack por confundirla, por jugar con sus sentimientos de esa forma aunque no sabía lo que le hacía; furiosa con ella, por haberse dejado llevar por una idea errónea que ahora le estrujaba el corazón en desilusión. Simplemente no debió haber esperado nada. Las cosas nunca pasaban como deseaba.

Se encontró a sí misma observando la ventana oscurecida de su habitación, con la cuerda de mantas ya restaurada, esperando para que ella decidiera escalar. Pero se quedó ahí, en una súplica silenciosa para Jack no la dejará irse.

—Entonces... ¿Te veo mañana? —Su voz llegó con la pregunta incorrecta y finalmente Elsa decidió enterrar la esperanza que le restaba.

—No lo creo, iremos al reino de Corona a festejar la boda de Rapunzel. —Hubiera deseado que su tono de voz no sonara tan molesto como lo escuchó—. Volveremos en un par de días más.

Jack metió sus manos en los bolsillos del suéter, la impotencia le carcomía el alma.

—Supongo entonces que nos veremos en una semana más.

Elsa no era la única que sentía una molesta punzada golpeándole las entrañas.

—Si, así es. Buenas noches, Jack.

—Buenas noches, Elsa.

Se quedó ahí, viendo cómo escalaba la soga, alejándose de él poco a poco. Pero no pudo hacer nada, ya había hecho suficiente.

Elsa no se molestó en mirarle en ningún momento, ni siquiera cuando pisó el suelo de su habitación. Suspiró pesadamente y cuando finalmente se había decidido a despedirse de una mejor forma, Jack ya se había ido.

Hizo una mueca con los labios y observó la luna una vez más con una pregunta silenciosa en mente. Suspiró, había sido un día agotador. Y, sin más que decir, el momento acabo, las declaraciones nunca llegaron y el romance esperado no comenzó, quizás tendría que esperar más o, simplemente, no esperar nada de ahora en adelante. El amor era esa clase de cosas que tendría que dejar para después, enfocarse en sus deberes reales era ahora en lo que debía esforzarse. En su futuro, pero no con Jack.

¿Por qué el amor tiene que ser tan complicado?

|Eres la melodía perfecta,
La única armonía que quiero oír.
Eres mi parte favorita de mi,
Contigo estando junto a mi,
No tengo nada que temer.

Sin ti, me siento roto.
Como si fuera la mitad de un todo.
Sin ti, no tengo una mano a la que agarrarme.
Sin ti, me siento destrozado.
Como un velero en una tormenta.
Sin ti, solo soy una canción triste.
Solo soy una canción triste.|

"Sad song" - We the Kings.

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