Sueño de libertad
OUDE MAGIE (Magia Ancestral)
Autora: Clumsykitty
Fandom: DC/Marvel AU
Parejas: Stony, Superbat, Cherik, Winterlord, Halbarry, entre otras.
Derechos: pues a escribir sobre cosas que no me pertenecen.
Advertencias: esta historia es extraña como su creadora, angustiosa, cruel y salvajosa. La receta de siempre en un mundo inspirado por The Witcher. Avisados están.
Gracias por leerme.
***
Sueño de libertad.
"La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio."
Cicerón.
—Lo que dices son mentiras.
—Has bajado tu espada, sabes que es verdad porque reconoces como Inquisidor que no miento.
Steven gruñó, apretando el mango de su espada que guardó de mala gana en su funda que cargaba su corcel. La Viuda Negra le observó ahí, de pie con su piel desnuda blanca, sus cabellos rojos y sus ojos verdes que no se apartaban de su rostro.
—Sueñas con eso, ¿no es así? La verdad no puede borrarse porque es superior a la magia.
—¡Silencio!
—No puedo decirte quién fue tu madre, pero el débil aroma que tienes me sirve para guiarte hasta donde vivió.
—Ninguna criatura es capaz de semejante cosa.
—Los Comunes no pueden, los Meta Humanos no tienen esa capacidad. Pero los hijos del mundo antiguo si lo sabemos, porque escuchamos a la tierra.
—Te perdonaré la vida si te marchas de este continente.
—Huí de la Tierra de Arenas Infinitas para venir a mi hogar, aquí.
—Este ya no es hogar de los monstruos.
—No es el hogar de nadie.
Con un bufido, el Inquisidor se giró hacia ella, arrojándole su capa para que cubriera su desnudez.
—Dices mentiras con tal de distraerme.
—Entonces dime que no has soñado nada, que mis palabras no tocan algo en tu espíritu que siempre te ha inquietado.
El rubio acarició las crines de su caballo, cerrando sus ojos al tomar aire un par de veces. ¿Cómo era posible que aquella Viuda Negra supiera de sus pesadillas? ¿De esa mujer de dulces ojos con cabellos rubios trenzados en un lado que gritaba su nombre? Los Inquisidores eran hechos con magia pura, no eran ni humanos ni Meta Humanos aunque se les parecieran. No había forma que tuvieran una mujer por madre, ni un hombre por padre. Esas cosas no sucedían, más ahí estaban esas pesadillas en sus sueños en el hielo cuando regresaba de sus misiones. Y aquel monstruo lo sabía como si toda la vida hubiera estado en su cabeza, en su corazón.
—Llévame a dónde te diga la tierra que yo nací. Si resulta cierto, te perdonaré la vida. Si acaso me engañas, habrás preferido quedarte en aquel continente.
—Puedo hacerlo porque hablo con la verdad.
Había una leyenda, sobre niños de diferentes razas que habían sido objeto de experimentos. Se contaba que los magos lo habían intentado primero con las crías de los monstruos, pero que no había funcionado del todo. Luego intentaron con humanos, de ahí surgieron los Renacidos. Para Steven siempre fueron cuentos de nodrizas para sus infantes. En Tierra Santa estaba prohibida la necromancia o toda magia que tuviera que ver con devolver la vida a lo que se había marchado. Todo tenía un tiempo y lugar, incluyendo a los Inquisidores quienes bien podían morir protegiendo al mundo. Intentar torcer eso era ir contra La Ley y el equilibrio que tanta sangre había costado.
—Mi nombre es Natty.
—¿Así es como quieres que te llame?
—Sí.
Steven estaba consciente que tenía un tiempo límite para volver con la cabeza de la Viuda Negra como trofeo para el Gran Maestre. Las palabras del monstruo lo habían cambiado todo. Sí, tocaban una fibra en su interior que lo empujaba con la fuerza de una tormenta a moverse en esa dirección. Necesitaba quitarse de una vez por todas esas pesadillas, descubrir si era más bien producto de algún recuerdo que no podía dejar ir o incluso una maldición de tantas criaturas que habían probado su espada. De no enviar un mensaje a la Reina María de Hill, alertaría a todos. Por eso hicieron una parada en una posada del camino donde envió un aviso de que iba tras el monstruo todavía, buscando tiempo. Llamar la atención de la maga consejera de la reina no era prudente, Lady Deathstroke no era paciente y sí desconfiada.
—Toma esta ropa, no puedes andar desnuda por los caminos.
—¿Te preocupa que alguien desee tocar mi cuerpo? —bromeó Natty.
—No.
—Sí.
—Vístete.
La Viuda Negra le aconsejó no tomar las sendas habituales, prefiriendo los antiguos caminos entre valles y bosques que una criatura como ella sabía reconocer. Apenas si hablaban, el Inquisidor siempre con una mano en el mango de su espada, observando de reojo los movimientos relajados de la pelirroja que canturreaba para sí, meciendo las faldas de su vestido imitando los bailes de los Comunes.
—Me gusta la música, lástima que los Inquisidores no lleven consigo una cítara.
—No somos cantantes.
—Son asesinos —Natty le miró— Los que limpian los errores de los Meta Humanos.
—Recuerda que puedo cambiar de opinión.
—Eres paciente en verdad, Steven, otro de los tuyos ya me llevaría de trofeo.
—Precipitarse no es bueno.
—También eres prudente... ¿qué es eso?
Natty señaló hacia el frente, donde caía una pequeña cascada. Un joven mozo lavaba su rostro, llevando en su espalda una cítara. Por sus ropas rojas y negras, se dieron cuenta que era un bardo. Uno demasiado curioso pues cuando se irguió al escuchar el relincho del caballo, mostró su cabeza y manos. No poseía cabello alguno, desaparecido por lo que parecía ser un fuego que había quemado su piel. Sin embargo, el bardo al verlos, sonrió pasado el susto, saltando de la roca donde estaba para correr hacia ellos, quitándose su sombrero con pluma que ondeó al hacer una reverencia exagerada.
—Hermosa dama que acompaña al poderoso Inquisidor Águila, ¡qué dichoso día para encuentros inesperados en lugares tan poco frecuentados!
—¿Quién eres tú? —preguntó sonriente la pelirroja.
—Yo tengo un nombre, y mi nombre es de hombre —declamó el bardo, irguiéndose para colocarse su sombrero— Mi madre quiso llamarme Wade, de los Winston, pero luego peleó con mi padre y dijo que era de los Wilson. Entonces soy algo así como Wade de Winston y Wilson, algo que es muy cansado de decir todo el tiempo, prefiriendo el corto Wade. Soy Wade el bardo.
—¿Cómo me reconociste? —preguntó Steven con el ceño fruncido.
—¡Señor! Soy su más grande admirador, por usted es que me dediqué a recorrer este continente cantado sus glorias a todos aquellos que tuvieran monedas para darme. He llenado bastante bien mi estómago con eso, con mis propias aventuras. De cierta manera, somos iguales.
—Tenemos que seguir —ordenó el rubio, jalando a Natty de su brazo para dejar atrás al bardo.
—¡Hey! ¡Pero puedo estar con ustedes! ¿Qué mejor forma de componer mejores canciones que viviendo de primera mano las aventuras del Inquisidor Steven, el Águila?
—No.
—¡Sí somos casi amigos!
—No.
El bardo tomó su cítara, tocando detrás de ellos y el caballo.
Aunque huyas tú siempre sabrás
Tú y yo somos uno mismo.
¡Oh, oh!
—Esa es una pésima canción —gruñó Steven, algo enfadado de que estuviera siguiéndolos.
—¡Puedo cantar otra! ¡Sé muchas, mi señor!
No tengas miedo de enamorarte,
no huyas no huyas de mí.
Dolor de amor quiero contagiarte,
no huyas no huyas de mí.
Solos, solos tú y yo,
No huyas no huyas de mí.
Uohuohuohuoh,
No huyas no huyas de mí.
—Me gustan sus canciones —rió la Viuda Negra, tomando sus faldas para danzar alrededor del rubio— ¡Canta más, Wade el bardo!
—Jamás he dejado a una dama sin complacer.
Era mitad del verano en un rincón junto al agua
y yo soñaba en la roca con el hombre ideal
Tenía tantos Inquisidores, loquitos todos por mí
guerreros esculturales para poder elegir
Pero el flechazo tardó en llegar,
un chico tímido algo especial
ojos azules me enamorarán
Steven rodó sus ojos, gruñendo para sí y tirando con fuerza de las riendas de su caballo que relinchó como si se quejara de que no lo dejara disfrutar de aquel bardo de rostro quemado cantando locuras con una pelirroja bailando animada mientras cruzaban el bosque.
—¿Quién te enseñó a cantar, Wade?
—Hermosa dama, la necesidad.
—Me llamo Natty.
—Qué lindo nombre para una mujer tan bella.
—Soy un monstruo, una Viuda Negra.
Wade se detuvo, parpadeando unos momentos y se echó a reír, continuando con sus canciones que no tenían mucho sentido.
Sí, era bella
Sí, era muy bella
Como una rosa
Como una estrella
Como una hoja nacida en el aire de la primavera
—Parece que no tienes mucho sentido común, bardo —comentó Steven al ver que Wade no se había alterado ante la verdadera naturaleza de Natty.
—Inquisidor, señor, hay monstruos más horribles que no son necesariamente deformes. Como el hombre que me dejó la piel como escroto.
—Cuida tu lenguaje.
—Señor.
—Tienes razón, Wade —la pelirroja miró a Steven y al bardo— Hay monstruos más terribles que se esconden detrás de rostros gentiles.
—Oh, mi señora, no entristezca. La vida, inmortal o mortal, es demasiado preciosa para echarla a perder con recuerdos agrios.
Ella durmió al calor de las masas
Y yo desperté queriendo soñarla
Algún tiempo atrás pensé en escribirle
Que nunca sorteé las trampas del amor
De aquel amor de música ligera
Nada nos libra, nada más queda
No le enviaré cenizas de rosas
Ni pienso evitar un roce secreto
De aquel amor de música ligera
Nada nos libra, nada más queda
La noche los alcanzó en la frontera del Reino Santo de Azul, que era en realidad un reino pequeño en comparación a otros vecinos suyos. Evadieron los puestos de revisión, usando las colinas escarpadas y luego ríos bravos para moverse hacia el Reino Santo de Namoria Atlantis donde acamparon siempre entre rocas para no ser vistos por los celosos guardias. Wade cantaba, Natty bailaba y Steven solamente negaba con un gruñido o rodando los ojos en resignación, pensativo ante lo que fuese a encontrar. Había una pregunta cada vez más ruidosa en su mente. Si no era un Inquisidor nacido de magia pura, ¿los demás también eran producto de un experimento oculto? ¿Qué eran entonces todos ellos? ¿El Templo estaba mintiéndoles a todos? Eso no podía ser, ellos eran los representantes de La Ley, quienes habían traído la paz y el orden a Tierra Santa.
—El Bosque de las Dríadas —musitó la Viuda Negra cuando tocaron la frontera de ese bosque que cruzaron para cortar camino hacia el Reino Santo de Timely.
—Dicen que ya no queda ninguna —Wade levantó su rostro alrededor. Esos hermosos árboles cobrizos con una luz tenue siempre iluminándolos, aunque fuese de noche— Otros dicen que están en el corazón de este bosque, el último bosque mágico.
—Qué triste que las cosas mágicas desaparezcan por la envidia de alguien más.
—Los dragones tuvieron la culpa —refutó Steven casi al instante, sin pensarlo.
Natty le miró fijamente, sin expresión alguna. El Inquisidor esperó una queja que no escuchó nunca, siempre bordeando el Bosque de las Dríadas como camino seguro hacia su destino final que la Viuda Negra iba guiando: el Reino Santo de Leigh, que estaba bajo el yugo del Rey Helmut de Zemo. Su maga consejera era Lady Viper, una mujer que tenía aterrorizados a sus habitantes. El rastro que la pelirroja tenía de Steven los llevó hasta su frontera, quedándose a dormir en descampado en lo alto de unas rocas de un valle muy seco que le recordó a las Tierras de Arenas Infinitas. Mientras el rubio encendía la fogata para pasar la noche, Wade tomó su cítara una vez más, esta vez cantando una historia sobre aquellas tierras.
Y así fue que la tierra murió
Con un grito ensordecedor
La tierra murió
Y el mar se tiñó de rojo
Los hombres ganaron
Y los elfos cayeron
Cuando la tierra murió
—Los elfos hicieron esclavos a los hombres —aún debatió Steven, cada vez menos convencido.
—¿Eso fue lo que te enseñaron en El Templo? —Natty estaba sentada junto a él— Yo nací cuando la guerra terminó, era pequeña cuando me arrancaron del nido de mi madre y me vendieron a la Tierra de Arenas Infinitas —abriendo unos botones de su vestido para escándalo del rubio y sorpresa de Wade, se giró para mostrarles detrás de su hombro derecho un tatuaje— Me marcaron cual bestia salvaje, le pertenecí al Emir Félix de Fausto antes de que fuera muerto por una emboscada. Toda mi vida me criaron ahí, en un cuarto rojo donde tenía que bailar y cantar para magos que luego abusaban de mi cuerpo.
Steven sintió un nudo en la garganta. —Yo...
—¿Lo merecía solamente por ser un monstruo? ¿Wade mereció ser quemado por un mago solo porque defendió a su esposa de no ser mancillada por aquel?
El bardo ya les había contado esa historia. Se había desposado demasiado joven con la hija de un campesino. Vanessa. Los matrimonios tan niños eran usuales porque no vivían mucho allá en el norte del Reino Santo de Genosha. Un mago vio a su esposa recogiendo trigo, la deseó, pero Wade se opuso. Terminó siendo lanzado a las llamas después de ver a Vanessa siendo devorada por los perros que el mago azuzó igual que el fuego que consumió todo su cuerpo y casi le mató de no ser porque la base donde habían puesto a Wade se venció por el peso, cayendo a un río que se lo llevó hasta el mar que lo arrastró a su vez hasta el Reino Santo de Costera donde comenzó su vida cantando coplas y cuentos por monedas.
—No es necesario vivir de los remordimientos —ofreció Wade luego de un silencio incómodo— Fui feliz, y hago lo que ella siempre gustó de mí: cantar y hacer reír a los demás. Yo admiro al Inquisidor Steven porque es de todos, el que siempre ha sido más justo, más templado. Podría confiar mi vida a él.
Steven miró a Natty, quien solo desvió su mirada, abrazando sus piernas con sus brazos para recostar su mentón sobre sus rodillas. Sus ojos fijos en el fuego de la fogata.
—Quisiera una canción —pidió el rubio, haciendo feliz al bardo.
—¡Enseguida!
Voy buscando un lugar perdido en el mar
Donde pueda olvidar del mundo la maldad
La soledad quiero buscar
Para poder vivir en paz
Es más fácil encontrar rosas en el mar
La la la la larara rosas en el mar
La la la la larara rosas en el mar
—No defenderé las acciones impías, pero no todos los magos son malos —dijo el rubio a la joven.
—Están los magos del Edén —Wade levantó un dedo— Protegen a todos por igual, como lo hicieran un día elfos, dicen los cuentos. El Maestre Charles Xavier se desposó con la reina de las Dríadas, y tuvo dos hijos con ella.
—Pero se mantienen encerrados en su isla, no están aquí.
—Dudo que, si protegen lo que queda del mundo antiguo, lo expongan a la avaricia que aquí gobierna, Steven —Natty le miró al fin, suspirando. Colocó una mano sobre la gruesa del Inquisidor— Sé que para ti ellos son justos, que todo es mejor que antes. Solo te pido que no te ciegues ante la perfección. No existe.
—Oigan, pero si están viéndome —bromeó el bardo.
Tanto Steven como Natty se carcajearon, con sus manos entrelazadas a la broma de Wade. Durmieron haciendo guardia hasta el amanecer, cuando partieron hacia la costa oeste del reino donde encontraron un pueblo fantasma que mostraba los indicios de una gloria pasada. Todas las casas con sus techos estaban cayéndose, siendo envueltas por enredaderas que igualmente estaban secándose. Los tres reinos que bordeaban la península sur eran tierras yermas por una batalla donde un ejército de elfos del Bosque Susurrante murió cuando la magia de un Meta Humano los exterminó de golpe, como jamás se volvió a ver ni en esa guerra ni después. Eran de los tres reinos más pobres de toda Tierra Santa.
—El rastro termina aquí —indicó Natty, deteniéndose en un páramo que por la valla y las piedras pulidas que aún estaban de pie, mostraban los indicios de lo que fuera un cementerio.
El Inquisidor caminó entre los montículos que todavía se veían, buscando algo que de pronto fue como si en su mente se lo hubieran puesto. No tenía forma, era más como un llamado. Al fin se detuvo frente a una lápida semi destruida cuya piedra estaba ladeándose ya. Wade se inclinó para sacudir el polvo que cubría los signos escritos de forma burda.
—"... yace... Sarah de Brook..." algo, no se entiende ya, seguro es un "Aquí yace Sarah de B., esposa, madre que será recordada en nuestros corazones" es lo usual que se escribe en las lápidas.
—¿Steven? —la pelirroja miraba a aquel.
—Ella, ella fue mi madre. Sarah.
Cuando el rubio se inclinó para acariciar la lápida, las pesadillas se convirtieron en un recuerdo. De él corriendo por esos campos marchitos con unas hojas secas que había pegado con savia de árbol para formar unas alas. Quería ser un águila. Sarah le observaba sentada en el suelo, con su larga trenza rubia sobre su hombro izquierdo, sonriendo feliz pese a su rostro demacrado. Una docena de guardias aparecieron por el horizonte. Sarah gritó su nombre, llamándole con temor. Steven corrió de vuelta, pero uno de los jinetes lo alcanzó, levantándolo por sus pantaloncillos, tirando sus alas que patas de caballo deshicieron. Ella suplicó, corriendo hacia su hijo. La primera lanza atravesó limpiamente su vientre. Él gritó, mientras se lo llevaban lejos de su casa de un techo, pobre como el resto de la villa. Sarah siguió llamándolo a gritos hasta que otra lanza atravesó su garganta.
—¡Steven!
El Inquisidor empujó a la Viuda Negra, corriendo hacia las casuchas abandonadas con un sudor frío en su frente, la respiración entrecortada y su vista nublada. Fue como ver cosas que había olvidado. La mujer de azul que sonreía antes de transformarse en su madre, tomándole en brazos para recostarlo dentro de un ataúd de cristal lleno de un líquido tibio, espeso. Una mano limpió sus lágrimas, fingiendo la voz de Sarah para calmarlo, dejándolo ahí, un niño pequeño desnudo mirando hacia una estrella que lo cegó, todo se sintió como si se quemara. Luego nada. Fue su muerte y resurrección. Aprendiendo a pelear, usar la espada, sobre la magia, los monstruos. Cómo La Ley traía paz, justa, correcta para todos y no solamente para unos cuantos como era cuando reinaba El Legado de los elfos.
Steven se detuvo dentro de unos paredones, cayendo de rodillas con un ligero sollozo. La cabeza el dolía, llevándose sus manos a sus sienes y meciéndose apenas. Natty le alcanzó, arrodillándose a su lado.
—Todo está bien.
—Me mintieron, toda mi vida la entregué a ellos, ¿para qué?
—Steven, no eres como los Meta Humanos.
—¿Qué soy? —el rubio levantó su rostro como sus manos que observó— No soy un humano, un mago o una criatura mágica. Soy... una abominación.
—Siempre serás humano en tu corazón —la Viuda Negra tomó su rostro entre sus manos, limpiando sus lágrimas— Yo me di cuenta apenas nos vimos. La maldad no manchó tu espíritu.
Natty le abrazó, consolándole. Se aferró a ella como un niño pequeño, dejando que los labios tersos de la pelirroja besaran su frente, sus mejillas y luego sus labios. El rubio le correspondió, ansioso, abrazándola contra su cuerpo, tocando esa piel suave, sus senos que reaccionaron a sus caricias. Ambos cayeron al suelo, jadeando y tirando de sus ropas arrojadas a un lado, entre el polvo y la hierba seca.
—Señor Inquisidor, ¿está usted...? —Wade se acercó, preocupado, quedándose muy quieto al verlos de lejos por entre huecos de una pared semi derrumbada— Oh... ooohhhhh... ¡OOHHHHH! Bueno... am, yo iré por allá a cuidar el caballo, ustedes sigan en sus asuntos.
El bardo silbó con una risa maliciosa, sentándose a un lado del caballo que relinchó.
—No me mires a mí, si quieres reclamar, ve con ellos a ver si te hacen caso, lo cual dudo porque están muy apasionados intercambiando más de un fluido corporal.
Wade iba tomar si cítara para cantar, pero el sonido de una rama seca lo alertó. Ya la tarde estaba cambiando a su tono oscuro por la noche, más todavía alcanzó a ver la figura que emergió por entre arbustos. Una criatura mágica, extraña que no conocía. Muy alto, de piel verde con una cabeza alargada y ojos rojizos sin iris o pupila. Al mirar al bardo, se transformó en un hombre como él, pero sin dejar esa piel lisa y verde ni sus ojos carmesíes. El caballo de Inquisidor relinchó apenas, sin retraerse ni atacar, señal de que no era una amenaza, al menos no para ellos dos. Wade tragó saliva, animándose a hablarle.
—¿Hola?
—¿Qué haces aquí?
—No, ¿qué haces TÚ aquí?
—Vine por una promesa.
—Eso se está poniendo de moda, me parece. ¿Qué clase de promesa?
—Una vez un hombre me ayudó —respondió aquel ser con su voz suave y profunda— Y le prometí ayudar a su hijo. No lo encontré, pero ella me dijo que él volvería.
—¿Ella? —Wade miró a todos lados— Am, ¿cuál es tu nombre? ¿Se puede pronunciar?
—Soy J'onn de J'onzz. Marciano.
—¡Jódeme!
—No me gusta el intercambio sexual con otras especies...
—¡No! ¡Ustedes ya no existen!
—Soy el último, quizá. Y es tiempo de cumplir promesas.
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