Primus Mirum
OUDE MAGIE (Magia Ancestral)
Autora: Clumsykitty
Fandom: DC/Marvel AU
Parejas: Stony, Superbat, Cherik, Winterlord, Halbarry, entre otras.
Derechos: pues a escribir sobre cosas que no me pertenecen.
Advertencias: esta historia es extraña como su creadora, angustiosa, cruel y salvajosa. La receta de siempre en un mundo inspirado por The Witcher. Avisados están.
Gracias por leerme.
***
Primus Mirum.
"El verdadero valor consiste en saber sufrir."
Voltaire.
El Reino Santo de Baxter no tenía una buena reputación entre los demás reinos que eran leales al Templo, se decía que Baxter junto con Wakanda y Azul, eran los territorios manchados con la presencia de monstruos escondidos bajo tierra o disfrazados de humanos, que luego deambulaban por el resto de Tierra Santa y motivo por el cual los Inquisidores habían tenido que ser creados. La Familia Real de los Richards siempre se inclinó por la sabiduría élfica, abrazando la Ley más por mantener su reino y proteger a sus súbditos que por fe ciega a las palabras de los Meta Humanos. Baxter tenía parte del Bosque de las Dríadas bordeando su frontera Este, con cadenas de colinas que tocaban sus playas en el Oeste, mirando a lo lejos hacia la isla Edén. Un reino de campos verdes y ese bosque de luz cobriza lo hacían un buen lugar para vivir, o para ocultarse.
Un halcón de plumas rojas se paseó por encima de los árboles que marcaban el inicio del Bosque de las Dríadas, dando círculos cada vez más pequeños, alrededor de un punto en especial donde se ocultaba Klin'on de Barton, encaramado sobre unas ramas de las que saltó al ver el halcón. Esperó a que el dueño del ave apareciera con esta en su hombro y la sonrisa que ya le conocía, un humano de nombre Samuel, con mucho, de los pocos Comunes en los que se podía confiar sin ser delatado ante El Templo para luego ser exterminado por un Inquisidor. Samuel le alcanzó junto a un viejo árbol y le tendió una canasta con frutas y algo de pan recién horneado que acompañar con una bota de vino que el elfo agradeció.
—Has entrenado bien a Redwing.
—Gracias a ti, amigo. Eres un buen maestro como arquero.
—De arquero solo me queda el título.
—Supongo que deseas saber qué se dice en el mundo mortal.
—¿Vale la pena?
—Lo vale, y mucho.
—Soy todo oídos —bromeó Klin'on, pues había sido en la Guerra Santa donde había perdido la audición de un lado cuando quemaron su oreja los magos, tratando de hacerle hablar.
—Habrá una fiesta en Latveria, una muy grande fiesta.
—Eso no es algo extraño en estos tiempos, a ustedes los humanos les gusta pavonearse de lo que no tienen para aparentar lo que no son frente a personas que ni los conocen.
Samuel rió. —No están tan errado en tu percepción, pero no estoy exagerando, es una fiesta un tanto curiosa, si me lo permites.
—¿Por qué?
—Es la Cornucopia de Latveria. Cuando tres festividades coinciden en el mismo día, se le llama así porque se dice que es un tiempo de abundancia, de éxitos.
—Oh —el elfo masticó un poco de pan antes de hablar— Latveria está anunciando algo grande.
—Para nadie es secreto que anhelan el control de Tierra Santa.
—Ese lo tiene El Templo.
—Siempre y cuando el resto de los reinos apoyen a los Meta Humanos ahí.
—Me dijiste que están dejando a magos en los tronos, ya no familias humanas.
—Bueno, un trono no es un reino.
—Eso lo sé bien. Si he seguido el hilo de tus palabras, Latveria comenzará una campaña para robarle poder al Templo y la Cornucopia es la bendición que llega en tiempo y forma.
—Con algo más. Hay un rumor, pero si ha llegado desde aquel reino hasta aquí, es porque tiene algo de cierto.
—Dime de ese rumor.
—¿Qué sabes sobre los Sellos de Latveria?
Klin'on arqueó ambas cejas. —¿Hablas de los mandatos que escribió un rey loco cuando un Skrull lo maldijo?
—Esos mismos.
—Sí, como no saberlo. Fue algo que se les advirtió, no buscar a los Skrull, pero si algo tienen los humanos es una necesidad de echar a perder sus vidas.
—Amonestaciones aparte, desde que murió el rey tuvieron esos mandatos hasta que la Leona de Latveria hizo un juramento de sangre diciendo que por cada Sello que se rompiera, su reino sería más grande y próspero siempre y cuando se cumpliera al pie de la letra hasta que no hubiera más que abrir. En caso contrario, todas las desgracias caerían sobre Latveria.
—Por eso siempre hacen esas fiestas y ritos.
—Pero con la Cornucopia hay algo especial. Son Sellos que solo se abren en esas fechas tan particulares, solo que cuando... um...
—Lo sé, Samuel. Mi pueblo atacó Latveria y casi derrumbaron el palacio. El mago tuvo que invocar un demonio para ganar.
—Ahí se revolvieron los Sellos, perdieron su orden.
El elfo silbó. —Ya veo, están en un aprieto si toman el Sello equivocado. Pero si la fiesta está en curso...
—Solo había un lugar que tenía guardado el orden de los Sellos. El Edén.
—A veces no sé si ellos son amigos o enemigos.
—El rumor que pretendo decirte es que, luego de que pidieron al Edén una copia de la lista de esos Sellos, pudieron dar con el correcto. Y a que no sabes qué parece ser.
—Corta con la emoción y dime de una vez.
—Parece que ha sido un Primus Mirum.
—¡Por las Dríadas! ¿No lo has podido confirmar?
—No, pero...
—Claro, de no ser así, no hubieras escuchado nada. ¿Qué decía ese Primus Mirum?
—Por eso la fiesta es así de grande, porque no saben cuántos invitados habrá, la promesa es invitar a cada familia real, a cada ser vivo a la Cornucopia de Latveria. El rey no sabía de las nuevas casas o los nuevos seres que están invitados ya a la fiesta. La sorpresa.
—Ese rey quería la perdición de su reino.
—Klin'on, no todos irán, pero sí deben ir los importantes.
—Las cláusulas del Primus Mirum.
—Sí.
—¿Cómo las sabes?
—Recolecté los rumores, los tejí para darles sentido. Tienen que estar al menos uno de cada especie, y todas las casas reinantes tienen que asistir. La Cornucopia de Primus Mirum exige que por tres días que dura la fiesta, no habrá derramamiento de sangre ni peleas. No habrá enemigos ni afrentas. Ese regalo de la promesa maldice a quienes les sea extendida esa invitación y no obedezcan el mandato.
Samuel miró al elfo, quien terminó su comida limpiándose con el dorso de la mano su boca antes de echarse a reír al comprender.
—Latveria piensa invitar a todos. A TODOS. De esa manera, aunque no asistan a la fiesta están obligados a obedecer el Primus Mirum. Tres días de no ataques ni derramamiento de sangre.
—Casi veo esa invitación pegada en alguna posada de mi villa.
—Y en esos tres días se moverá el reino para luego hacer esa jugada que necesitaba contra El Templo.
—Eres sagaz.
—Será... algo interesante de ver el palacio lleno de criaturas, magos, humanos y quien sabe qué más conviviendo como jamás volverá a suceder.
—Quizá suceda un milagro ahí. ¿Irás, mi buen amigo?
—No. Mi prudencia es mayor a mi curiosidad.
—Entonces debes saber algo más, esto no puedo garantizar sea tan cierto como lo de los sellos.
—¿Ahora qué es?
—Parece que las criaturas mágicas que aún existen en este continente comienzan a moverse hacia este reino.
—Mentira.
—Probablemente, Klin'on. Tan solo es... una percepción mía.
—Suele ser que las corazonadas indican una ruta que los ojos no alcanzan a ver —comentó el elfo, mirando hacia el cielo— El viento no suele ser el mismo ni tampoco las lluvias o el canto de los árboles. Hay que atender ese asunto de las criaturas. Que Redwing lo vea. ¿Crees que sea posible moverse hacia la Ciénega?
—¿Por qué ahí?
—No hay nada, salvo muerte y malos recuerdos, el mejor sitio para que tú y tu halcón puedan rastrear los rumores de la tierra sobre las criaturas. Pero ten cuidado, nunca se sabe con los Meta Humanos.
—Que sea así —Samuel asintió— Te veré en unos días.
—Cuídate, pequeño.
—Cuando me dices así, me recuerdas que eres un ser muy antiguo. ¿Crees que puedas preguntarle a las Dríadas?
Klin'on negó. —Se han refugiado en el corazón del bosque, que toca otro reino con un mago que nunca deja de mirar. Más que ayudarlas, las perjudicaría con mi presencia. Hemos de hacerlo así.
—Cuídate, Klin'on.
—Mientras haya un árbol, habrá un elfo que lo defienda.
La noche trajo recuerdos al elfo arquero, cuando patrullaba el gran Bosque Blanco y se unió a los arqueros de Flecha Verde, su maestro. Poco tiempo después se había unido su primo, el joven Jaymes de Barns. Le había prometido al padre de Jaymes cuidarlo y hacerlo de él un arquero digno de los elfos. Jamás imaginó que una guerra se lo arrebataría como a sus compañeros de armas o su capitán. Star-Tsar quemó parte de su cabeza y oreja en sus torturas por hacerlo hablar acerca de las rutas de escape de los elfos, querían a la familia real. Nunca lo dijo, lo tiraron a las fosas comunes al quedar casi muerto, lo que le permitió arrastrarse fuera y buscar a su gente que encontró empalada en el bosque.
Klin'on ya no pudo encontrar a Flecha Verde ni a Jaymes, con los Injustos cepillando todo el continente lo único que le quedó fue hacer la última orden que le diera su capitán. Protege el Oeste del Bosque de las Dríadas, el camino seguro para todos. Protégelo con tu vida. Esa era la razón para haberse quedado ahí, como un ermitaño que mantenía seguro aquella parte del bosque, a veces observando los viajes de la reina Lilandra cuando ella salía hacia Edén. Solitario en aquel lugar, escondiéndose cuando aparecía un Inquisidor, solía preguntarse si estaba haciendo lo correcto. Fue ahí donde vio al niño Samuel llorar por hambre, perdido porque una escaramuza entre reinos lo apartó de sus padres. Tenía todo para haber dejado ese pequeño a su suerte, pero no pudo. Los elfos no eran así, la vida siempre era importante.
Creyó que cuando Samuel creciera, lo traicionaría como sus ancestros lo hicieran durante la Guerra Santa, pero una vez más el ahora joven volvía a sorprenderlo siendo sus ojos y oídos en un mundo gobernado con puño de hierro por magos. Más de una vez Samuel le había pedido que marchara al Edén donde se rumoraba era como un trozo perdido en el tiempo del mundo antiguo. Klin'on se negó, fiel a la orden de su capitán, aunque fuese una tontería, una pérdida de tiempo. Era un guerrero de élite, protector de los bosques y tutor de aquel humano cuyo buen corazón lo hizo candidato para criar un halcón al que le enseñó su lengua para que fuese su vigía. A veces, también se decía que por eso no se movía, Samuel vivía en el Reino Baxter con su madre enferma cerca del bosque.
Cuando Flecha Verde le diera aquella orden en medio del caos, le entregó una hoja de plata, para que enviara un mensaje de auxilio de necesitarlo. El elfo aun la conservaba contra todo pronóstico, los Meta Humanos eran tan vanidosos con su magia que ignoraban tradiciones antiguas de su pueblo. Jamás sospecharon de un artefacto así cuando le inspeccionaron, más bien burlándose de tener hojas en sus bolsillos en lugar de armas o comida. Había noches en las que deseaba tomar esa hoja y lanzarla al cielo para que la Señora del Aire tomara su mensaje, llevándoselo a los oídos correctos. No podía abandonar su puesto, ni su misión. Por su capitán, por el joven Jaymes desaparecido. Tenía que resistir, vigilante, oculto en el borde del Bosque de las Dríadas hasta que llegara de nuevo su momento.
—¡Klin! ¡Klin! —llamó Samuel una noche, fuera de la hora en que siempre se encontraban, entrando al bosque desesperado.
—Samuel —le llamó, silbando a Redwing para que lo guiara hasta donde se encontraba— ¿Qué haces aquí?
—Tenías que escuchar esto, regresaba de la Ciénega y... ¡hay una batalla en el otro continente!
—¿Qué?
—Se acusa a las Amazonas de intentar asesinar a Lady Luthor en su visita a su hermano.
—Espera, cuéntame esto más despacio.
La inviolable isla de Themyscira había tenido un visitante indeseado, un hombre halcón que les había espiado, rompiendo el tratado de no intervención que tenían con Iskandar Luthor. Tal ofensa hizo que la reina Hipólita saliera con un ejército de Amazonas para atacar Ciudad Madre, cuando se toparon con la caravana de Lady Lena Luthor, la hermana del Jerife y esposa de Erik Magnus, el Gran Maestre del Templo. Samuel no pudo asegurarle, pero aparentemente, la tribu Kryptoniana apoyaba a las Amazonas, moviéndose hacia Ciudad Madre también. La respuesta no se hizo esperar, con la Legión de Gorilas y la Legión de Asesinos protegiendo la capital de aquel continente hasta que, de manera sorpresiva, otro ejército más se unió.
El de Latveria.
—Aquello fue premeditado, sabían que iban a provocar a las Amazonas y que los Kryptonianos las apoyarían al ser reinos similares en ideales. Solo me sorprende que Thanagar se haya prestado a tan vulgar provocación.
—¿Los elfos aprecian esos tres pueblos? —preguntó Samuel, tomando aire luego de la narración.
—Las Amazonas, ellas no participaron en la guerra, los Thanagarianos se mantuvieron fuera de riñas de poder y los Kryptonianos jamás quisieron derramar sangre inocente. No hay rencor ahí. El ataque a la esposa del Gran Maestre es una ofensa completa a Tierra Santa, si bien los reinos ignoren el por qué.
—Tuviste razón, Latveria está jugando sus piezas.
—Pero eso viene con malas noticias, Samuel.
—¿Por qué?
Klin'on tragó saliva, mirándole. —Eso hará que despierten a todos los Inquisidores.
Redwing chilló, batiendo sus alas. Klin'on saltó, interponiéndose entre Samuel y quien se les acercó en la oscuridad, caminando con la seguridad de quien sabe no sufrirá daño. Con una flecha apuntando a la cabeza de su intruso, el elfo esperó hasta que la luz de la luna iluminó una figura femenina. Una joven maga de cabellos carmesí, sonrisa cálida como su mirada con un traje hecho en el Edén. Meta Humana, pero no del Templo. Samuel también la reconoció por sus ropas, jadeando sorprendido.
—Tú...
—Mi nombre es Jean de Grey, mi maestro, Charles Xavier me ha enviado en busca de toda criatura del mundo antiguo, incluyendo a los elfos. Deben marchar al Edén cuanto antes.
—¿Saben de la guerra en el otro continente? —el elfo quiso saber.
Jean asintió. —Y de otras cosas, pero no hay mucho tiempo. Debemos buscarlos a todos antes de que este reino ya no pueda ayudarnos más.
—¿Quieren traerlos por aquí? —Samuel silbó, mirando alrededor— Querida dama, no sé...
—Por el bosque —cortó Klin'on— Pueden atravesar el bosque, es pasaje seguro. Dime que hay más como tú haciendo lo mismo.
—Hemos sido enviados a diferentes puntos en diferentes reinos. No todos podrán tener la ayuda de un humano y un elfo escondidos en el bosque —sonrió Jean.
—No, supongo que no, ¿sabes cómo encontrarlos?
—Puedo leer sus mentes.
La parte más difícil sería aquellas criaturas en el Noreste de Tierra Santa, porque era donde vigilaban los magos más leales al Templo, como los más peligrosos. Hacerlos pasar por el Bosque Rojo o los páramos de Namoria Atlantis iba a ser toda una aventura sin tener que recurrir tanto a los portales mágicos. Lo que tendrían que usar en su caso eran portales élficos. Siempre abiertos y ocultos a los ojos más sagaces, pues solamente ojos élficos podrían verlos... o alguien entrenado para ello, como Samuel.
—Siempre me dijiste que hiciera caso a mis corazonadas —murmuró el joven humano cuando le dijo su plan— Y esto me dice que no debe ser. No debo alejarme de ti.
—Buena corazonada, pero es mejor la mía. Me dice que, si te quedas a mi lado, algo malo te sucederá. Y de los dos, soy el que tiene más experiencia. Lleva a Lady Jean a la Ciénaga como lo hiciste antes, los pupilos de Charles Xavier no temen a lugares así.
—Puedo dejarte a Redwing.
—Mejor te lo quedas, anda. No hay mucho tiempo antes de que despierten todos los Inquisidores y el Templo haga cosas que no podamos imaginar.
Cuando ambos se marcharon, el elfo corrió a una parte del bosque, debajo de una cascada de donde sacó su vieja armadura, sus viejas flechas y ese arco en color púrpura que tantas victorias le diera. Llegaba el momento de que apareciera una vez más Klin'on, Ojo de Halcón. Se lo debía a su pueblo masacrado, a su capitán, a su familia perdida. Pidiendo la bendición de los árboles del Bosque de las Dríadas, cambió sus ropas para comenzar su carrera entre las ramas, asegurándose de que el camino por entre los árboles fuese seguro, revisando los portales necesarios para saltar de lugar en lugar una vez que los peregrinos fuesen más de una docena. Esperaba que fueran abundantes en número, como esa pequeña esperanza de que todavía quedaba magia pura en el mundo. Saber que el Edén estaba dispuesto a semejante movimiento apoyado por el Reino Baxter le devolvió ese fuego de la pelea.
Klin'on pudo sentirlo claramente, había seres mágicos moviéndose lentamente. La alerta ya había sido esparcida, tenían que alejarlos antes de que llegaran las invitaciones de Latveria y el Primus Mirum los obligara a revelarse. Visionario del futuro o no, aquel rey loco de Latveria sabía lo que escribió en su sello de Cornucopia. Pero si no estaban para cuando las invitaciones debieran entregarse, las criaturas estaban absueltas del peligro. El bosque estaba libre, y los portales élficos en buen estado. Los dejó marcados para los ojos de Samuel con una sonrisa, corriendo de nuevo con el viento alegrando su rostro de nuevo a su puesto en las orillas al oeste. El elfo se detuvo en seco antes de que tocara esa frontera.
Una maga estaba cerca.
Sabía quién era, tenía una esencia que quizá todos los elfos conocían de una u otra manera. La sangre Magnus corría por sus venas. Era la Bruja Escarlata, como la llamaban. Klin'on tomó una decisión peligrosa, tendría que dejarse mostrar en otro punto si acaso no quería levantar sospechas de la Meta Humana, que debió percibir la intrusión de Lady Jean en el reino que controlaba. Tomó el sendero del valle que bajaba en dirección Sur, al Reino Santo de Wakanda por ese desfiladero de piedra amarillenta, corriendo lo más veloz que pudo. Fue cuestión de tiempo para que Wanda Magnus le alcanzara, bajando de los cielos frente a él con sus manos brillando en magia púrpura.
—Creí haberte sentido una vez, no fue solamente un viejo suspiro de la tierra.
Una flecha trató de atacar a la maga que la convirtió en cenizas, riendo apenas. Tenía la mirada de su madre, Lena Luthor, llena de soberbia y malicia.
—¿Debo quemarte la otra oreja, elfo?
—¿Por qué no lo intentas?
—Y de paso me dices qué estás tramando.
La pelea comenzó, dispareja pues aquella Meta Humana era de las más fuertes en Tierra Santa. Por algo era hija de dos magos, por algo su padre la había puesto en Baxter, vigilando lo que el Edén pudiera hacer.
—¿A quién ayudas, elfo?
—Tu magia es inestable porque es falsa, igual que tus ideales.
—¡No me hables con lengua corrupta!
No era rival para esa joven, Klin'on huyó, deslizándose por la caída del desfiladero, llamando a las rocas para ayudarle. La chica se topó con muros que se levantaron a su vuelo, perdiendo de vista al elfo que siguió su ruta al Sur como si fuese muy importante que tocara Wakanda. Un relámpago escarlata lo hizo trastabillar y en respuesta el arquero disparó una flecha invisible que dio en su blanco, clavándose en el hombro derecho de la Meta Humana, viendo arder su piel por el contacto con la punta de la flecha.
—¡Insolente! ¡¿Cómo te atreves a tocar a la hija del Gran Maestre?!
Klin'on fue golpeado con brutalidad contra la roca que se resquebrajó debajo de su espalda lastimada. Fue izado en el aire y luego arrojado de vuelta contra una pared de piedra blancuzca. Su arco fue roto en dos, sus flechas incendiadas como parte de su vieja armadura. La maga lo atrajo hacia ella, en lo alto de un precipicio.
—Te puedo perdonar la vida si me dices que pretendías huyendo a Wakanda.
—No es Wakanda, es el reino de las Nagas.
Un par de costillas fueron rotas con magia, el elfo resistió gritar.
—Última oportunidad.
—Eres solo una mocosa engreí... ¡AAAHHH!
Wanda avivó las quemaduras en su oído, rompiendo los huesos de sus muñecas.
—Te llevaré al Templo, a mi padre le encantará jugar contigo.
—Ábrete.
La flecha que seguía clavada en el hombro de la Meta Humana, explotó, liberando un veneno lo suficientemente doloroso para que ella lo soltara, dejándolo caer en línea recta a un río de aguas turbulentas y amarillentas muy abajo. Con el aullido de dolor de la maga, Klin'on sonrió satisfecho, cerrando sus ojos para lo que sería una muy dolorosa caída que iba a arrancarle la vida. Quiso el agua no lastimar más su cuerpo torturado, llevándoselo lejos de ahí, hasta el interior de unas cuevas donde quedó atascado en la arena fangosa. El elfo suspiró adolorido, dando gracias al río, sin poder moverse ya. terminando de fracturar una de sus muñecas, sacó la hoja de plata que tiró a un lado de su rostro, soplando suavemente para liberarla, enviándola a la Señora del Aire.
—Perdóname, mi capitán, te fallé —murmuró, perdiéndose en la inconsciencia.
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