Manos de hechicero

OUDE MAGIE (Magia Ancestral)

Autora: Clumsykitty

Fandom: DC/Marvel AU

Parejas: Stony, Superbat, Cherik, Winterlord, Halbarry, entre otras.

Derechos: pues a escribir sobre cosas que no me pertenecen.

Advertencias: esta historia es extraña como su creadora, angustiosa, cruel y salvajosa. La receta de siempre en un mundo inspirado por The Witcher. Avisados están.

Gracias por leerme.



***


Manos de hechicero.

"Si comienza uno con certezas, terminará con dudas; más si se acepta empezar con dudas, llegará a terminar con certezas."

Sir Francis Bacon.



Hal maldijo para sus adentros al caer sin gracia y con fuerza sobre el piso de piedra bruta que era el patio de entrenamientos. Escuchó unas risitas de sus hermanos presenciando su pelea, haciendo caso omiso a sus murmullos y levantándose por enésima vez en esa mañana calurosa en la Ciudad de Oa. Ese año había hecho más calor que en décadas anteriores, algunos decían que se debía a la alta concentración del pilar de energía que se protegía en el centro del palacio del Emir, la sede de toda la ciudad. Era de ese pilar que flotaba metros sobre el suelo resplandeciendo en una luz verde de donde los magos como él obtenían su poder de creación, evitando usar aquellos encantamientos que bien les podían costar la vida. Hal no solo luchaba por mantener su rango en la hermandad de los Linternas Verdes, sino también demostrar que no era favoritismo el que lo puso ahí.

—Una vez más, Hal.

Asintió, tomando aire antes de volver a invocar la fuerza de su anillo de jade que brilló formando un monstruo que atacó el creado por su maestro, Thaal Sinestro, Emir de la Ciudad de Oa y parte de los Injustos de las Tierras de Arenas Infinitas. Su combate ya se había extendido más allá del desayuno, pero era porque Sinestro consideraba que su pupilo no se dedicaba lo suficiente a explotar todo ese poder que tenía en su sangre de Meta Humano. Hubo más exclamaciones de asombro entre otras de decepción cuando al fin venció el arma gigante que amenazó con aplastarlo usando un escudo envolvente. Tímidos aplausos le rodearon, poniéndose de pie y sacudiéndose el polvo de su uniforme de batalla, cuero negro con metal verde con el símbolo de las Linternas en el pecho.

—Has mejorado, me complace verlo.

—Gracias a ti, Maestre.

—Vamos, los estómagos vacíos roban pensamientos lúcidos.

Salieron del enorme patio rodeado de columnas decoradas con plantas escaladoras hacia el atrio donde Har-eld de Jordan pudo beber agua fresca y lavarse el rostro. Alcanzó con una carrera los pasos adelantados del Emir quien iba con mentón en alto, manos enlazadas tras la espalda y acompañado de lacayos a su alrededor pasando por el balcón puente que conectaba el pabellón de entrenamiento con el ala del palacio destinada a los asuntos internos de la ciudad. Unos guardias tiraron de cadenas, jalando media docena de Comunes con signos de tortura a los que hicieron arrodillar cuando Thaal Sinestro pasó por encima de ellos, deteniéndose a mirarlos.

—Mariscal, ¿qué es esta vista?

—Se negaron a entregar su tributo, excelencia.

—¡Piedad! ¡El calor...! ¡Nuestros campos se han secado y...!

Sinestro levantó un dedo que selló la boca de aquel hombre flaco por falta de alimento. El Emir negó, poniendo una mano sobre el muro de protección del balcón.

—Solo tienen una sola tarea, criaturas inferiores. Solo una. ¿Es que no he sido claro con las reglas?

—¡PIEDAD! ¡PIEDAD!

A un asentimiento de cabeza del Emir, el Mariscal sonrió, levantando su espada que rebanó los cuellos de aquellos humanos. Hal solamente tensó su cuello y puños al verlo. Thaal Sinestro gobernada con una dureza que en más de una ocasión tocaba la crueldad.

—Lleve estos cuerpos a su pueblo, como ejemplo de lo que le sucederá al resto de no hacer su labor. Que recuerden que sus patéticas y efímeras vidas están a salvo gracias a nosotros, los magos. Si no pueden llenar sacos con granos, servirán entonces de alimento para los monstruos.

—Sí, excelencia.

—Hal, continuemos.

—Sí, Maestro.

—Tienes inquietud, joven mago —comentó el Emir cuando le alcanzó— Y comprendo que esto te parezca demasiado. Pero no olvides que cada criatura tiene un lugar en el nuevo mundo que hemos traído. No peleamos en la Guerra Santa para permitir que el caos reine alrededor de nosotros. Existe un orden, y ese orden exige disciplina, tal como lo has atestiguado.

—No lo olvidaré.

—Esos Comunes estaban llenos de miedo, de nada hubiera servido lanzar un hechizo a sus campos, al año siguiente tendríamos la misma escena. Porque el miedo solamente es la antesala al futuro inevitable. En su caso, que ya no tenían más utilidad para nosotros.

—Eso es...

—¿Sí?

—Difícil de asimilar, no imposible.

Sinestro esbozó una sonrisa. —Tienes potencial, Hal, he puesto mi confianza en ti porque Abin Sur me pidió que te recibiera. Más de uno en la hermandad piensa que fue la recomendación de nuestro más querido Maestre la que te dio ventaja. Tú no lo crees así.

—Horas de práctica y estudio me respaldan.

—Entonces úsalas como debe ser, acorde a nuestras reglas, no a los caprichos de seres inferiores como los Comunes. Quien posee la luz que nos brinda La Ley eres tú, no ellos, Hal.

—Agradezco la reprimenda que me perfecciona.

—Lo cual me recuerda tu pendiente con Karol de Ferris. Si has de ser mi aprendiz, también debo asegurar que tu linaje no se adultere con sangre impura. Esa princesa es una buena elección, además de que los magos de Zamarons son fieles a su padre como a ella. Un ejército que irá bien para Ciudad Oa.

—He enviado cartas al Zafiro Estelar, Maestre.

—Cartas llenas con palabras secas no sirven para las mujeres. He mandado traer joyas de Ciudad Gorila para que las obsequies a la princesa, no tiene ese nombre por mero adorno.

—Entiendo...

El Emir rio, palmeando la espalda de Hal. —Te enfocas mucho en tareas que solas deben lograrse, concéntrate más en pulir tus hechizos o terminarás con todos los huesos fracturados cuando tu siguiente combate sea en el cielo.

—Sí, Maestre.

—¿Ya llegaron esos Devastadores? ¿Dónde están mis jarrones? —preguntó Sinestro a uno de sus visires.

—Todavía no, excelencia, han enviado un mensaje de que llegarán retrasados porque las huestes de Jor-El los desviaron de su camino.

Tanto Sinestro como Hal se detuvieron, el primero girándose sobre sus talones para mirar al Visir que hizo una reverencia exagerada.

—¿Jor-El está moviéndose?

—Eso dice la carta, excelencia. ¿Desea verla con sus propios ojos?

—No hace falta, ciertamente. ¿Qué hace a los Kryptonianos dejar su amada tundra para internarse al desierto? Atenderé eso luego del desayuno. Quiero hablar con esos Devastadores en privado cuando lleguen, directo a mí, Visir.

—Sí, excelencia.

No era para nadie desconocido que el gran Jor-El detestaba al Jerife de Ciudad Madre, visitarlo indicaba que algo le molestaba al punto de casi declararle la guerra. Hal pensó en las posibilidades mientras tomaba su desayuno en uno de los hermosos jardines colgantes del palacio, mirando a sus hermanos practicar a lo lejos la levitación. Mientras que para los Linternas Verdes requería del uso de sus lámparas para semejante hechizo, los Kryptonianos lo hacían ya natural. Siglos de sangre Meta Humana pura. Eso era lo que buscaban los Injustos, como otros personajes no tan visibles. Aquel delicado equilibrio que mantenía una precaria paz en el continente dependía de que cada grupo y pueblo se quedara en donde estaban. Pero no era algo que le quitara el sueño a Jor-El. Y quizá tampoco a su maestro, Thaal Sinestro, no por nada era de los más temidos magos.

Su familia era parte de los Drow, esos elfos que traicionaron a su especie, maldecidos por estos hasta el fin de los tiempos. Por ello tenía esas orejas puntiagudas como su piel rojiza por el fuego que el Dragón Bor les lanzó a sus ancestros intentando asesinarlos. Nadie se atrevía a cuestionar la sangre élfica de Sinestro si apreciaba en lo mínimo su vida. Otros decían que era trampa lo que hacía al tener ese poder de magia ancestral, pero tampoco lo expresaban. Todos los enemigos de Thaal Sinestro estaban bien muertos, enterrados o extintos en Tierra Santa o debajo del palacio. Casado con la hermana de Abin Sur, el más respetado de todos los magos de la hermandad, lo había sucedido cuando cayó enfermo como Emir de Ciudad Oa. Se unió luego a Iskandar Luthor en la Guerra Santa, trayendo consigo más cabezas de sus enemigos como trofeos y pruebas indiscutibles de su poder.

Hal era un niño cuando recibió de Abin Sur en persona su anillo tal como dictaba la tradición. Recibirlo de manos del Maestre causó conmoción entre todos los magos de la ciudad, porque el linaje de Har-eld de Jordan no era tan claro ni puro como otros candidatos que habían ansiado recibir tal joya forjada siglos atrás. Abin Sur simplemente lo había visto cuando le sirvió los alimentos en sus aposentos y eso fue todo lo que necesitó para otorgárselo. El gesto no agradó tampoco a Sinestro cuando volvió, como tampoco la orden de entrenarlo para hacerlo una Linterna Verde. No desobedeció porque eso significaría romper los votos sagrados de la hermandad, así que así estaba Hal ahora, tratando de encontrar su lugar y su misión al lado de un Injusto, para honrar al Maestre Abin Sur como a su familia, purificando ese linaje con la unión con una princesa Meta Humana de rancio abolengo.

—Hal, Hal, ¿qué haces?

—Sybil —sonrió el joven mago a su amiga— Tan solo leyendo.

—Leer no te hará volar, aprendiz.

—Caerme docenas de veces como tú, tampoco.

La chica rió, entrando a su estudio para sentarse sobre su pequeño escritorio, haciendo a un lado para arrebatarle el libro que estudiaba.

—Ah, el mundo antiguo. Aburrido. Te daré un resumen: todos se jodieron.

—El lenguaje prosaico no es...

—¡Por favor!

—Supongo que vienes a felicitarme porque gané mi combate.

—Te han dejado ganar, Hal.

—Oh, que triste es escuchar eso.

—¿No es curioso? —Sybil ladeó de un lado para otro el libro— Si prestas atención a ciertas historias en este libro de pronto te das cuenta que faltan trozos.

—Por eso es historia.

—No, no. Es como si deliberadamente alguien hubiera borrado rastros. Sus rastros. Mi abuela solía contarme una historia espeluznante que mi padre le prohibía decirme.

Hal rio, recostándose contra su silla. —De todas formas, te la contó como ahora lo harás conmigo.

—Me contaba que existió un rey elfo muy poderoso, su magia no tenía igual porque había nacido directamente del Legado. Ese poder lo quiso un hombre, un humano, y lo volvió loco para eso.

—¿Cómo puedes volver loco a un rey elfo tan poderoso?

—Le hice la misma pregunta a mi abuela —Sybil se meció en su lugar con el libro— Pero dijo que era porque ese hombre había dado su espíritu a la oscuridad a cambio de poder tocar la mente del rey elfo. Entonces la oscuridad le dijo que cuando toda la sangre del rey se secara y desapareciera, le devolvería su espíritu. Aquel hombre jamás ha podido morir, pero ha muerto mil veces —ella miró a Hal, susurrando— Porque la sangre del rey elfo no ha desaparecido del mundo.

—Qué buena historia.

—Yo he pensado que ese hombre condenado a no morir es quien borra parte de la historia para que no aparezca.

—Ahora comprendo, es solamente una teoría tuya. Y si mi memoria no me falla, la última vez que tratamos de probar una teoría tuya, nos dejó dentro de un cofre a merced de Black Manta.

—¡Fue genial! —canturreó la joven maga, saltando del escritorio y dejando el libro— Desde entonces eres un buen nadador, Har-eld de Jordan. Ese trasero no vino de la nada.

—Una historia para dormir niñas inquietas no es igual a un ser que es bastante improbable que exista. En primer lugar, ni siquiera tiene un nombre.

—Cierto, por eso yo le puse uno.

—Lo temía —Hal negó despacio, cruzándose de brazos— Venga con el título.

Sybil levantó su pecho y mentón con una sonrisa de orgullo. —Se llama Vándalo Salvaje.

—Señor —un enano sirviente entró con una reverencia— El Emir le llama a su sala del trono.

—Después continuaremos con tus historias de niña, tengo que atender mis deberes.

—No olvides inclinarte mucho ante el Emir.

—Graciosa.

Hal recibió una nueva orden de Sinestro: ir al Gran Desierto, territorio gobernado por el Emir Ra's Al Ghul para averiguar qué lo había hecho estar tanto tiempo en Ciudad Oscura. El lugar más despreciable por todos los grandes magos. Con el pretexto de que bendijera parte de las joyas que los Devastadores al fin habían entregado para la esposa del Emir, haría de espía también. Una misión en solitario que le dijo al joven mago que era una prueba para medir sus capacidades antes de poder recibir por fin el título de Linterna Verde. Si regresaba exitoso, el propio Thaal Sinestro pediría la mano de la princesa Karol y la boda se haría en el palacio con toda la pompa que se merecía. Sybil despidió a su amigo, regalándole un poco de pan encantado para el viaje y una brújula mágica que nunca le haría perderse en semejante desierto, el más enorme de todos con las dunas más peligrosas.

—Que el Oa te proteja.

—Gracias, Sybil.

—Puedes probar a volar, nadie te verá salvo las serpientes y dudo que les interese si aterrizas tu trasero en sus dunas.

—Nunca olvidaré los ánimos que me das, mi amiga y hermana.

—Ew, que feo hermanito tengo —bromeó ella, besando su mejilla— Ya eres fuerte, Hal, solo ten confianza en tu anillo como en tu corazón. Ellos sabrán qué decirle a tu mente.

—Te veré pronto.

—Y yo te esperaré, Har-eld.

El viaje fue tranquilo, dejando descansar su caballo para beber agua en los oasis que la brújula le indicó. La mejor ruta siempre era ir primero al norte, a la península de Ciudad Oa que miraba hacia la capital de Ciudad Madre para tomar las planicies calientes del Gran Desierto y evadir las serpientes de arena, esas enormes dunas que cambiaban de forma para confundir a los viajeros bajo un sol que podía robar la razón. Estaba tocando ese cruce con Ciudad Central cuando sintió un mago acercarse. Fue cuestión de un parpadeo lo que le tomó verlo llegar, estrellarse junto con su caballo y los tres ser arrastrados a una velocidad que desconcertó a Hal, usando su anillo para crear una burbuja protectora que los salvara de sufrir los más horribles raspones de su vida. Al parecer aquel mago también fue tomado por sorpresa porque gritó al verse envuelto en la burbuja, frenando su hechizo. Meta Humanos y caballo terminaron rodando por unas aguas diferentes en las que se habían encontrado.

—¿Qué...?

—¡AHHH! ¡¿QUIÉN ERES TÚ?!

—¡Tú! —Hal escupió agua de mar, empapado de pies a cabeza— ¿Quién eres? ¿Cómo puedes ser tan estúpidamente descuidado?

—¡Te cruzaste en mi camino!

—¿Cruzarme? ¡Mi caballo estaba bebiendo agua!

El muchacho se giró sobre sus talones, dando una vuelta completa aparentemente para guiarse.

—¿Qué lugar es este? ¿Sabes si ya crucé Ciudad Ao?

—Oa —corrigió Hal muy ofendido, levantándose— ¿Qué eres? ¿Sirviente de los Thanagarianos?

—¿Eh? —aquel joven se miró su manto empapado— ¡Ah! No, no soy sirviente.

—Tienes un acento extraño.

—Soy de Tierra Santa.

—Eso explica lo idiota que eres.

—¡Hey! ¡Nadie le dice idiota al mago de Allen!

—¿Allen? ¿Es una pocilga o un burdel?

Dedicándole una mirada, el otro mago posó sus manos sobre sus caderas.

—Estás hablando con Bartholomew de Allen, el Velocista.

—Y yo soy Har-eld de Jordan, me has arrastrado junto con mi caballo hasta las costas oeste del Gran Desierto.

—Creo que no pretendías llegar aquí, ¿cierto?

—Iba en dirección opuesta. ¿Qué hace un mago de Tierra Santa corriendo en las dunas de este continente?

—Um, ¿estoy perdido?

—No ahora, antes de estrellarte contra mí.

—Escucha, puedo devolverte a donde estabas, sin problema. Voy a serte franco, estaba practicando mi hechizo. ¡Lo conseguí! Pude aumentar la velocidad de mis piernas. Ja, quiero ver que el idiota de Pietro me iguale, pedazo de mierd...

—¿Practicando?

Bartholomew le miró, luego bajando sus hombros para acercarse a él como si fuesen los grandes amigos de toda la vida.

—Soy todavía un aprendiz, pero de esos casi graduados. Mi límite es el tiempo, pero con la práctica suficiente seré el mago más veloz del mundo, tan veloz que quizá pueda correr hacia atrás o hacia adelante en el tiempo. ¡No lo sé! Quiero intentarlo, así nadie se burlará de mí. Oh, no, nunca más el lento Barthy.

—¿Barthy?

—Puedes llamarme así, en vista de que te arrastré conmigo. ¿No rencores? —aquel mago de ojos azules y cabellos rubios le tendió una mano con una sonrisa sincera.

Hal la ignoró, tomando las riendas de su caballo. —No corras así, usa solamente las playas en tal caso.

—¡Pero así tardaré más en llegar!

—¿A dónde quieres llegar?

—Uh, oh... ¿Ciudad Oscura?

—¿Qué?

—¿O Ciudad Negra? ¿Ciudad Murciélago? ¿Cómo era?

—¿Por qué quieres ir ahí?

—¿Tú para que usas un caballo si podrías abrir un portal y...?

—Los portales no funcionan en este territorio.

—Ya, con razón. Bueno, ¿entonces...?

—Me las arreglaré —gruñó Hal, señalando hacia el sureste— Ve en línea recta, tocarás las murallas de Ciudad Oscura. No te gustará ese lugar.

—Ver para creer, gracias amigo.

—Yo no...

Hal se quedó solo, hablándole a una brisa que sacudió sus ropas, secándolas como una disculpa. Había sido el encuentro más extraño de su vida con un extranjero demasiado bocón e impertinente. Su caballo se encabritó, soltándose de su mano al echar a correr. El Meta Humano no pudo seguirlo porque una lluvia de flechas lo encerró, el mensaje de que no se moviera. Hal observó la hechura de aquellas, respirando agitado ante su segundo encuentro, esta vez nada ligero ni bromista. Al girarse hacia el mar que tocaba suavemente la playa, notó esa hilera de caballos bajando de barcos portando velas con un escudo que se había visto muy pocas veces en tierra firme.

—Amazonas —jadeó el joven mago.

El otro pueblo indomable pertenecía al de aquellas mujeres dedicadas a las armas que vivían aisladas en la isla de Themyscira. Las amazonas que gobernaba la reina Hipólita con la misma fiereza que pudiera hacerlo Jor-El. Protectoras de los exiliados de la Guerra Santa, solo aparecían en la Tierra de Arenas Infinitas cuando algo había perturbado la tranquilidad de su refugio y venían a cobrar venganza. Y al ver el caballo de la reina amazona, Hal supo que la afrenta era enorme. Hipólita jamás dejaba la isla, solo una vez lo había hecho. Eran resistentes a la magia, lo suficiente para acercarse a un mago y arrancarle el corazón usando solamente su mano. La reina llegó a él, echando su caballo como si quisiera aplastarlo. No eran pacientes con los hombres así fuesen Meta Humanos, por lo que Hal hincó rápidamente una rodilla en el suelo, inclinando su cabeza.

—Har-eld de Jordan, mago de la hermandad de los Linternas Verdes, pupilo del Emir Thaal Sinestro y protector de la Ciudad de Oa se inclina ante Su Majestad. ¿Qué ofensa ha inquietado a la reina?

—Los halagos del protocolo no van a menguar mi ira, mago —siseó Hipólita, mirándole con dureza— He venido en busca de la cabeza de Star-Tsar.

—Mi señora...

—¡No he de irme hasta no decorar mis escudos con las plumas Thanagarianas!

Un par de caballos se acercaron por un costado a Hal, dejando caer un bulto a su lado. El muchacho giró su rostro, abriendo sus ojos ante lo que vio. Nada menos que el cuerpo de un hombre halcón. Imposible. Inaudito. Ese pueblo no usaba tales artimañas, no tenía riña alguna con las amazonas.

—Esto...

—Se lo llevaré a Iskandar antes de ir por el sultán. ¿Quieres detenerme, mago de Oa?

—No, Su Majestad.

—Tal vez pueda congraciarme con los Linternas Verdes si tú eres quien lleva el cuerpo, puedo perdonar a tu pueblo cuando pase por ahí o tal vez quieras verlos empalados como los hombres de Black Manta.

—Yo... lo llevaré, mi señora.

Hipólita bufó, alzando su espada para continuar su cabalgata, dejando atrás a Hal con aquel cuerpo. De ninguna manera iba poder atravesar el Gran Desierto a pie, cargando ese Thanagariano. Tendría que volar. Deseó que Sybil pudiera leer a la distancia su pensamiento para ir por él, algo imposible. Aún debía llegar con Ra's Al Ghul. Hal frunció su ceño al ver ese rostro de halcón ya pálido. ¿Por qué atacar así a las amazonas sabiendo lo que podrían ocasionar? ¿Qué buscaba Star-Tsar con eso? Pese al calor que caía de lleno sobre su cuerpo, el joven mago sintió un escalofrío recorriendo su espalda.

Un mal augurio.

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