Magna Fiesta
OUDE MAGIE (Magia Ancestral)
Autora: Clumsykitty
Fandom: DC/Marvel AU
Parejas: Stony, Superbat, Cherik, Winterlord, Halbarry, entre otras.
Derechos: pues a escribir sobre cosas que no me pertenecen.
Advertencias: esta historia es extraña como su creadora, angustiosa, cruel y salvajosa. La receta de siempre en un mundo inspirado por The Witcher. Avisados están.
Gracias por leerme.
***
Magna Fiesta.
"El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada."
Gustavo Adolfo Bécquer.
Una Cornucopia en Latveria no pasaría desapercibida en la memoria de sus asistentes ni tampoco en los anales de la historia. Ya era costumbre que las fiestas de ese Reino Santo siempre daban de qué hablar por lo fastuosas y protocolarias, siempre obedeciendo las tradiciones de sus reyes que para algunos guardaban similitud con las costumbres élficas. Pocos estaban al tanto de los eventos pasados que dieron origen a ese reino, que alguna vez fue el Reino de Kandor, hogar de una de las familias reales élficas en cuya sangre corría el máximo poder de la magia. En ese reino nacería nada menos que Agamemno, el famoso rey del Bosque Blanco al que se enfrentarían Erik Magnus e Iskandar Luthor por el dominio de ambos continentes. Viejas historias que pocos recordaban o mencionaban en sus libros, para bien de unos y para mal de otros.
La Magna Fiesta comenzó en la mañana con el desayuno principal en donde todos los Reinos Santos como Injustos tomaron asiento entre criaturas mágicas camufladas, los magos del Edén y otros reinos que no pertenecían ni obedecían a los dos grandes amos que estaban sentados a los costados del Rey Víctor Von Doom, mismo que parecía divertido con todo el asunto de reunir amigos y enemigos en una misma mesa. Después del desayuno, vino un carnaval en las afueras del palacio, recorriendo la villa que rodeaba la enorme construcción. Artistas callejeros, bufones, bardos y toda clase de diversiones se dieron cita para sacar risas y aplausos de los espectadores entre los que estaban los grandes invitados de la Cornucopia. Charles siempre mantenía cerca a sus dos hijos y a Bruce, quien era de manera indirecta otro protegido suyo con toda esa pequeña corte que los seguía.
—¿Qué es lo que el Gran Maestre te ha dicho sobre tu llegada tan relajada, Dzor?
—Nada en realidad, mi bueno amigo Steven. Al decirles que naufragué y que fueron ellos los que me salvaron, entendieron que no podía romper el código de honor que tienen en ese continente sobre la ayuda.
—Aun así, debemos cortarle la cabeza a la reina Hipólita —dijo cuidadosamente Steven.
—¿Realmente lo harías, amigo mío?
—No.
Dzor torció una sonrisa. —Entonces nada debe perturbarte. No lo haremos, porque si no lo harás, sé que tampoco lo haría Karola. ¿Dónde está ella?
—Se ha quedado en el Templo, como resguardo.
—Algo temen.
—Quizá la posibilidad de que nosotros tres desertemos.
—Y si lo hacemos, otros Inquisidores lo harán. Entonces tendrán una rebelión.
—Van a atacarnos, Dzor.
—Por eso es que apoyaron a Latveria para traer de vuelta a los Injustos. Necesitan toda la magia posible para destruirnos y tienen cómo.
—A menos que las Amazonas y los Kryptonianos nos apoyen.
—Para ello dependemos enteramente de los dos niños que tanto procuran.
Steven miró hacia la villa, la calle más próxima donde el Maestre Xavier caminaba tranquilamente con Anthony a un lado suyo. Sus ojos se quedaron observando las risas y gestos que el hijo menor del Señor del Edén hacia a su padre comentando sobre el carnaval, ajeno a los dos Inquisidores que estaban en lo alto de la muralla del palacio. Una figura se cruzó, envuelto en mantos típicos de Tierra de Arenas Infinitas, impidiendo la vista de Steven, quien se giró a su amigo con un bufido.
—¿Quién rayos es esa mujer que te acompaña?
Dzor se carcajeó, apoyando sus manos en el mango de su martillo. —Alguien a quien no debes molestar. Tiene por misión proteger esos cachorros.
—Dzor, ¿es una criatura mágica?
—Lo es —este le miró— Una muy poderosa que ha guardado rencores desde antes de la Guerra Santa.
—¿Contra los magos?
—¿Quién más ha hecho tanto daño, Steven?
Para nadie era un secreto que todos estaban moviéndose en pequeños grupos de forma que pudieran evadirse entre sí. Dado que la Cornucopia tenía un Primus Mirum que demandaba ningún tipo de agresión mientras durara el tiempo de celebración, todos estaban haciendo un esfuerzo por no ser descorteses y una buena manera de lograrlo era no verse ni encontrarse en los pasillos del palacio. Luego del carnaval, siguió una comida que se celebró en los jardines principales, rodeados por arreglos de rosas provenientes del jardín real de la reina madre. Con las mesas separadas, los invitados estuvieron más a gusto, sin dejar de observarse a lo lejos. Charles ni siquiera cruzaba miradas con todos los del Templo, prefiriendo la charla con Jor-El o con Hipólita en una clara alusión a su inclinación por el mundo antiguo.
—Anthony, hay algo que debo decirte.
—¿Qué sucede, padre?
Charles tomó aire, bebiendo un poco de su copa. —El rey habló conmigo.
—¿Cuál de todos? Hay muchos.
Dawid se carcajeó, esperando por la respuesta. El Maestre rodó sus ojos, acostumbrado a las retóricas de su pequeño.
—Nuestro anfitrión —Charles le miró— Está... interesado en ti.
—¿Interesado en mí?
—Tony, no me imites.
—Perdón, padre, pero... no entiendo.
—¿Víctor quiere... cortejar a mi hermanito? —Dawid frunció su ceño mientras que Tony abrió sus ojos.
—Eso fue lo que me dijo ayer —comentó el Maestre, jugando con su copa— Me he negado, como es de esperarse. No sé qué clase de juegos pretende Víctor, todos saben que Lady Lena lo quiere para la más pequeña de sus hijas, Lorna Magnus.
—Y ningún rey que se precie va a menospreciar la oferta del Templo —Tony arrugó su nariz— Pues no quiero nada de nuestro anfitrión.
—Bien dicho, hermanito.
—Que eso no te haga ser grosero con él.
—Padre...
—Son dos cosas distintas, Tony.
—De acuerdo.
El único que parecía realmente entretenido con toda la situación, era el mismísimo Víctor Von Doom. Había gozado con las expresiones de los Injustos y del Jerife cuando Loki se hizo presente en el comedor durante el desayuno. Si bien para una buena parte de los invitados pasaba más por una altiva mujer, quienes lo habían conocido no pudieron ocultar su asombro al verle vivo y sin heridas. Iskandar miró al Príncipe de la Eterna Sonrisa como en busca de una explicación que no llegó, pues este solamente se encogió de hombros sin perder su gesto conocido. Erik también pareció interrogar con la mirada al Jerife, claramente confundido, si no era que consternado, de que el Naga estuviera libre y compartiendo alimentos con ellos.
Como dictaba la costumbre, el Rey de Latveria se levantó para saludar a todos sus pares, charlando un poco con ellos y brindando antes de retirarse. Así fue caminando con cada mesa, deteniéndose un poco más al llegar donde el Maestre Xavier con sus otros invitados. Tony apenas le sonrió, únicamente por obedecer a su padre, con monosílabos por respuesta a las preguntas de su anfitrión. La fugaz charla fue observada por todos, sin duda daría de qué hablar en los siguientes días. Cuando Doom llegó con el Gran Maestre, Erik le detuvo para hablar de un asunto que había mencionado Charles, y que era un rumor por demás conocido en toda Tierra Santa.
—Víctor, te felicito por esta Cornucopia. El Reino Santo de Latveria ha demostrado ser capaz de lo que otros apenas sueñan.
—Porque el Templo me ha ayudado y gracias a La Ley, su ayuda ha bendecido a mi reino, Excelencia —respondió muy cortés el joven rey sin perder su sonrisa— Han sido los sabios consejos de mi mago, Otto, quienes han logrado esta magia.
—¿Y has pensado ya en comenzar a formar una familia?
—No me ha cruzado el pensamiento, mi señor, atender la salud de mi madre ha consumido mis días y noches.
—Deberías —Erik arqueó una ceja— Y tengo una propuesta para ti.
—Adelante, Excelencia. Si puedo ayudarle...
—¿Qué dirías si la Casa de Doom se une a la Casa de Magnus? Mi hija Lorna sería una excelente esposa y reina.
Víctor se giró para ver a la joven Meta Humana quien hizo una reverencia con una mirada que estaba muy lejana del enamoramiento y más cercana al interés de poder. Digna hija de Lena Luthor, misma que parecía muy confiada en el enlace.
—Es como un sueño, Excelencia. Uno que está fuera del alcance de Latveria.
—¿Cómo? —Erik parpadeó confundido.
—Mi reino no está a la altura de la Casa de Magnus, mi señor. Que esta Cornucopia no lo engañe. Apenas si pude ayudar a Lady Lena en Tierra de Arenas Infinitas. Y eso porque Otto me aconsejó sobre lo que podíamos hacer, yo estaba por marchar hacia el continente con la angustia de dejar a mi madre. No es la clase de esposo ni rey que su hija merece. Quizá alguien como el Rey Namor o el Rey T'Challa serían candidatos más dignos.
—¿Y quién sería alguien digno para compartir su trono, Rey Víctor? —preguntó Lady Lena bastante seria.
—Oh, bueno, es algo... no tan certero ni formal, apenas una vaga insinuación de mi parte, mi señora. Ante ustedes no puedo mentir, el menor de los hijos del Maestre Xavier ha cautivado mi atención.
Tanto Erik como Lena miraron hacia la mesa del Edén, quienes estaban más que entretenidos con lo que Wade estaba cantando para ellos, más sillas habían sido añadidas para Bruce y compañía. Doom ni se inmutó ante la mirada del Gran Maestre, protegido por el Primus Mirum.
—¿Qué...?
—Apenas lo he hablado con el Maestre Charles Xavier, porque Otto me ha enseñado que todas estas cosas siempre deben hacerse de forma clara y sin engaños. El Señor del Edén me ha rechazado, si quiere saberlo, mi señor, como debe ser con todo padre que ama a sus hijos como la Casa de Xavier siempre lo ha hecho con sus descendientes. Todos saben que ganar el cariño de un linaje tan antiguo como respetado no es sencillo, no sé qué sucederá, es posible un futuro donde termine tomando por esposa a alguna doncella de mi corte. Ahora, si me disculpan sus señorías, tengo que alistar el baile.
El Gran Baile de Latveria era el evento principal, todos los músicos ya habían ensayado igual que los sirvientes con las charolas de comida y bebida. Los reyes de Latveria habían creado con el paso de los años una danza que se denominaba la Danza de los Listones, por esas tiras en color verde y negro que los bailarines portaban amarradas a sus muñecas derechas. Negro para los varones, verde para las mujeres. Se formaban tres filas principales, el rey en medio con su corte de caballeros detrás en fila. A sus costados debían estar sus más cercanos y poderosos amigos, que en este caso serían el Gran Maestre, Erik Magnus y el Jerife, Iskandar Luthor. Detrás de cada uno de ellos sus propios hombres, Santos e Injustos. Las demás filas se añadían de acuerdo a rangos, lo mismo sucedía con las filas de mujeres. Para ese baile, se presentaron los últimos invitados, entre ellos, la hija del Emir Ra's Al Ghul, la princesa Talia Al Ghul, ella bailaría con su padre como su pareja.
—Jan-Jan debería estar aquí —musitó Dawid mientras se preparaban con sus mejores galas.
—Tal vez llegue en el momento —le consoló Charles.
Una vez que todos estuvieron reunidos en el salón de baile, una enorme sala con una cúpula decorada con las hazañas de los antepasados de Víctor y decorada con más rosas, todos fueron llamados al centro para formar las filas. Parte de las tradiciones como de la Cornucopia pedía que todos fueran parte de la Danza de los Listones, era de mala suerte que hubiera un solo invitado solo, fuera de las filas. Eso hizo que algunas parejas ya no fueran de hombres y mujeres, como fue el caso para los Inquisidores, quienes también estuvieron obligados a participar para honrar al baile y al reino. Ese baile tradicional debía ser el primero, bendiciendo esa noche como a la Cornucopia. Y sin duda, para todos los invitados, sería un momento que jamás iban a olvidar.
—¿Listos? —Wade tomó aire, hablando a los demás músicos— Aquí vamos...
La música comenzó.
Víctor fue el primero en hacer los pasos de baile, mostrando para quienes no estuvieran familiarizados con las danzas de Latveria lo que debía hacerse. Al volver a su posición original frente a su fila, le siguieron las filas de Erik y de Iskandar y así sucesivamente hasta que todos ellos completaron la primera parte de la danza, quedando a mitad del salón en espera de las filas femeninas que los imitaron, sacudiendo sus listones verdes como la reina madre igualmente lo mostró. Más de un rostro miró por encima de su hombro, a través de las filas y los listones, intercambiando diferentes tipos de miradas. Desde el rencor hasta la más ingenua diversión. Vino el cambio, una música más lenta para el cruce de parejas, todos los invitados de Tierra Santa moviéndose hacia los invitados de Tierra de Arenas Infinitas.
—¿Me extrañaste cariño? —sonrió Quill a Buck cuando se cruzaron— ¿Puedo saber por qué rayos te fuiste a las filas contrarias?
—Soy de Tierra Santa.
—Eres mío.
El elfo entrecerró sus ojos, buscando mantener distancia del Devastador.
—No ahora.
—Vamos, es un baile, luego no notarán si nos vamos.
—No.
—Anda.
—Debo volver a mi fila —Buck replico burlón.
—¡Hey!
Vino la segunda parte, un compás más lento con todas las filas combinándose entre sí.
—Es un placer ver que portas los mantos de mi tierra —comentó Ra's Al Ghul a Bruce.
—Un robo del que no nos arrepentimos.
—No hay necesidad, incluso has llamado la atención de mi hija.
—Ignoraba que el Emir tuviera una hija.
—Talia fue llamada al Templo, para educarla. La Cornucopia permitió que su padre y su pupilo pudieran verla.
—Lento muchachos, no queremos que los bailarines tropiecen —indicó Wade, aunque él no estaba realmente conduciendo la música.
Vino la tercera y última parte, eran cambios de compás, a veces lentos y otras rápido como al inicio, haciendo que hubiera risas nerviosas entre los danzantes porque la música provocó ciertos choques o uno que otro enredo de listones. Tony quedó frente al Inquisidor Steven en un cambio, mirando alrededor por Bruce quien había estado salvándole de terminar como pareja de baile del Rey Doom. Steven tomó su mano derecha, repitiendo los pases al ritmo de la música con sus ojos fijos en el castaño, quien no pudo evitar tener un sonrojo al contacto de esa mano firme, de piel ligeramente rasposa por todo ese tiempo luchando contra monstruos y demonios.
—Anthony —pronunció su nombre por primera vez, haciéndole tropezar.
—Ah... sí, así me llamo. Tú eres el Inquisidor Águila.
—Steven.
—Steven —repitió Tony, levantando su mirada hacia él.
Fue de nuevo como en las otras ocasiones, en que todo de pronto pareció desaparecer, quedando ellos dos solos en ese enorme espacio bailando con sus listones entrelazándose. Anthony notó que el Inquisidor llevaba en su pecho un emblema en oro, una estrella de cinco puntas que estaba rodeada por un par de alas en plata, tachonadas en esa armadura de cuero negro. Sin pensarlo muy bien, posó su mano en el pecho de Steven, quien cubrió su mano, apretándola suavemente antes de pasar su brazo libre por su cintura, tirando de él. El castaño no se resistió, perdido en sus ojos azules que luego notó eran más brillantes que antes, apenas si respirando. Jamás se dio cuenta en qué momento ellos dos terminaron fuera del gran salón de baile, en un pasillo adjunto mirándose fijamente sin moverse con sus pechos agitados como si hubieran corrido y no bailado.
—Steven —murmuró Tony antes de pararse sobre sus puntas y alcanzar los labios del rubio, sujetándose a su nuca.
Algo que nunca hubiera hecho antes con ningún perfecto desconocido, hasta ese momento en que su cuerpo le gritó por aquel contacto por el que ya moría desde que lo viera desde el balcón. Un beso que fue correspondido con mayor pasión, más fuerza, sintiendo un par de manos sujetarle por su cintura, levantándole del suelo. El castaño jadeó al sentirse cargado de esa manera, apenas consciente de que estaban ya lejos del salón, escabulléndose dentro de una salita cuya puerta el mismo cerró, volviendo a buscar esos labios, esa lengua que le hizo erizar toda su piel. Tony estuvo seguro que aquello era algo insólito, sin lógica alguna, más no lo podía evitar. Necesitaba de las manos y boca de Steven como si se tratara del aire mismo y por la forma en que su ropa iba cayendo al suelo, se dio cuenta que era igual para el Inquisidor cuyo cuerpo desnudo apareció ante él.
La música seguía a lo lejos, ya otro baile diferente, de los muchos que seguirían hasta que amaneciera según la costumbre. Ambos cayeron sobre un largo y ancho diván que limpiaron de un par de libros que había sobre la aterciopelada superficie. Tony sintió sus mejillas arder al mero contacto de su erección con la de Steven, no había experimentado aquello, no al menos así. Jadeó, apenas si pudiendo exclamar algo porque esos labios demandantes insistían en dejarlo mareado, deseoso, excitado. Igual que las firmes manos que recorrieron su cuerpo igual que un mapa que leer. Se aferró a esos cabellos dorados de los que tiró cuando la boca de Steven lamió su miembro, cuando fue más abajo para tocarle de una forma no escrita en ningún libro que hubiera leído. Tampoco dejó su curiosidad intacta, teniendo su oportunidad de tocar esa erección, sintiendo toda la cara roja ante una pregunta algo tonta para el momento que pasó por su mente.
—Tranquilo —susurró Steven, tomando su mentón y depositando un tierno beso en su frente ya húmeda.
—No tengo miedo, no tengo miedo de ti.
Hubo aplausos en el salón que llegaron huecos a ellos, confundiéndose con sus gemidos, los jadeos roncos y la queja adolorida del castaño ante la invasión de unos dedos que le prepararon con paciencia. Los colores, la luz de las velas o los aromas se hicieron más difusos para Anthony, aferrándose a los hombros del rubio como si temiera caer. Se escondió en su pecho al sentir algo más que unos dedos comenzar a abrirse paso en su interior, provocándole un ardor bochornoso y sensual a la vez. Una mano cariñosa limpió un par de lágrimas de las que no se había percatado, con la mirada de Steven fija en su expresión algo adolorida, más satisfecha. El peso de ese cuerpo fornido, sus brazos sujetándole, las piernas del joven enredadas en sus caderas y ese calor emanando de sus cuerpos fueron más fuertes que las preguntas internas de Tony del por qué ese Inquisidor estaba teniendo ese efecto en él. Porque le necesitaba así, unido a su cuerpo, a su lado, mirándole de esa forma.
Con un corto beso, el rubio comenzó a moverse y Anthony vio estrellas, sus manos bajaron de los hombros de Steven a su espalda que arañó con fuerza, arqueándose cuando algo hizo aquel hombre o lo que fuera en su interior, haciendo que estallara un fuego que nació en su vientre y se esparció por todo su cuerpo. El vaivén comenzó a ser más fuerte, veloz, posesivo. Se besaron, Tony mordió un hombro del Inquisidor al sentir su orgasmo, uno tan fuerte que incluso perdió noción de sus alrededores por unos momentos, hasta sentir terminar a Steven quien dejó una mordida poco discreta en la curva de su cuello, embistiéndole de forma errática hasta quedarse quieto, jadeando pesadamente igual que el castaño, quien siguió abrazándole, siempre aferrado a él.
—Steven... Steven...
Anthony se sintió en las nubes, de las cuales no se quiso bajar y Steven se lo concedió porque volvieron a hacerlo. Mientras su familia seguía en el salón de baile, él experimentó esa parte que todavía no había probado con el rubio. Lo hicieron sobre la mesa que por nada se hubiera todo, contra uno de los muros, la ventana que miraba a uno de los jardines interiores. Tony terminó sentado sobre el vientre del Inquisidor moviendo sus caderas desesperado, de forma obscena, como si pudiera con ello tener más de ese semen caliente que llenó sus entrañas, arañando el pecho de Steven tumbado en el suelo sobre la alfombra que fue manchada con la evidencia de su encuentro. Cayó agotado, pero dichoso en el pecho del rubio con una sonrisa feliz, empapado de sudor y otras cosas.
—Creo que había esperado por ti sin saberlo —dijo el castaño luego de un rato en silencio, ambos recuperándose.
—Yo siento que no podré separarme más de ti.
—¿Steven?
—Anthony.
—¿Qué es todo esto? ¿Tú...?
—Ni siquiera sé quién soy, te seré sincero. Solamente tengo por cierto esto que me haces sentir, como un camino que al fin me deja sereno, completo. Había estado solo y perdido todo este tiempo.
—Pero... eres un Inquisidor, ¿no se supone...?
—Realmente no soy un Inquisidor como lo piensas.
—¿Qué quieres decir con eso?
Steven le sonrió, acariciando su mejilla aun sonrojada antes de contarle sobre su verdadero origen, todo lo que había descubierto desde entonces y lo que pensaba hacer. Tony le escuchó no tan asombrado como el rubio hubiera esperado, con su mirada atenta a cada palabra que le dijo. Al terminar, el castaño se irguió, meditando algo.
—Tengo que decírselo a Bruce.
—¿A quién?
—Hay más cosas que debes saber, Steven, pero esas son aún más peligrosas.
—¿Crees que ahora voy a temer? ¿Ahora que eres mío?
Tony rio, ligeramente apenado. —¿Soy tuyo?
—Me parece que esta habitación lo grita.
—Debemos... mi padre comenzará a buscarme. No quieres hacerlo enojar... más.
—Ya no puedo alejarme de ti. No ahora,
—Ni yo. Todavía escucho la música, creo que estamos a tiempo.
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