La marcha de los jinetes
OUDE MAGIE (Magia Ancestral)
Autora: Clumsykitty
Fandom: DC/Marvel AU
Parejas: Stony, Superbat, Cherik, Winterlord, Halbarry, entre otras.
Derechos: pues a escribir sobre cosas que no me pertenecen.
Advertencias: esta historia es extraña como su creadora, angustiosa, cruel y salvajosa. La receta de siempre en un mundo inspirado por The Witcher. Avisados están.
Gracias por leerme.
***
La marcha de los jinetes.
"Prometemos según nuestras esperanzas y cumplimos según nuestros temores."
François de La Rochefoucauld.
Los Kryptonianos eran un pueblo orgulloso, y con mucho el único que estaba formado en su totalidad por linaje mágico con líneas de sangre perfectamente comprobables pues una de las tantas costumbres de esos guerreros jinetes era anotar en los rollos sagrados cada nombre y unión hecha a través del tiempo de modo que pudiera saberse la ascendencia de un nuevo miembro del pueblo cuando se hacía su presentación ante el Consejo de Ancianos, los más longevos y que habían visto el mundo cambiar para bien o para mal. Cuando un Kryptoniano nacía, al año era presentado ante estos sabios recitando cada nombre que antecedía al recién nacido, sus orígenes. Una ceremonia que se llevaba a cabo en un altar al aire libre en medio del bosque nevado que pertenecía a la tundra donde vivían desde que el primer mago se asentara dejando atrás las vanidades del viejo continente llamado ahora Tierra Santa.
Todo vástago era educado por sus padres en la forma de pensar del pueblo, para que cuando alcanzara los ocho años fuese llevado donde los guías ascetas viviendo junto a un lago congelado y en la que los pequeños pasarían sus siguientes años hasta convertirse en jóvenes aprendices expertos en el uso de las armas igual que de los encantamientos. Era el momento de regresar para incorporarse de vuelta al resto del pueblo y servirle otro tanto de años más hasta alcanzar la edad adulta, cuando se le nombraba guerrero jinete, recibiendo de su familia el símbolo mágico que guardaba los nombres de sus antepasados. Jor-El, actual líder del pueblo Kryptoniano, descendía del famoso Rao, el mago que consiguió la transmutación usando los rayos del sol que capturó en su símbolo mágico y cuya habilidad enseñaría a cada familia. También fue uno de los que dijo que uno de sus descendientes dejaría su nombre inscrito en cada libro que el mundo pudiera escribir.
El Consejo de Ancianos miró complacido la prueba de armas y combate de Kal-El, el hijo de Jor-El y que ese día alcanzaba la edad adulta. Cuando el combate terminó con los guerreros tumbados alrededor del joven que se irguió victorioso entre ellos entre los vítores y rechiflas del pueblo, el Consejo se levantó con las pinturas en sus manos que usaron para trazar líneas de símbolos mágicos en el torso desnudo del nuevo guerrero jinete, dejando en el pecho esa enorme S que su padre pintó con una sonrisa de orgullo en su rostro. En la primera fila que formaba un círculo alrededor del muchacho, también estaba Lara-El, esposa del líder y madre de Kal, levantando su mentón con sus ojos húmedos. Su hijo había nacido en una mañana clara con los lobos aullando y los pájaros de nieve trinando, ese año las cosechas fueron prósperas y el invierno no fue tan duro. La promesa de que ese bebé, que siempre fue más fuerte que los otros niños nacidos en la misma estación, haría grandes cosas.
—Hoy te conviertes en un hombre adulto, hijo mío —declaró Jor-El sosteniéndole por sus hombros— Como todos los guerreros, debes recibir a tu guardián. He aquí el que te corresponde.
Lara hizo un gesto a unos guerreros, que abrieron paso trayendo consigo un enorme lobo blanco de mirada bondadosa que corrió hacia Kal de solo verlo, reconociendo a su par. Porque los Kryptonianos hacían un enlace con los animales de la tundra, como prueba de su lealtad a la tierra que los recibió en tiempos antiguos, y de que nunca usarían la magia para lastimar vidas inocentes. El joven guerrero había dejado en el lago un mechón de sus cabellos para que el bosque decidiera a su guardián cuando aún fuese niño entrenando con los guías ascetas. Kal sonrió al gran lobo, abrazándolo al arrodillarse mostrando humildad y escuchando en su mente el nombre por el cual lo llamaría a partir de ese momento, un nombre que lo hizo sonreír.
Krypto.
La fiesta de iniciación comenzó, entre tambores, flautas y aullidos que acompañaron las danzas alrededor de las fogatas mientras se repartía la comida entre los Kryptonianos. Lara se acercó a su esposo, acariciando ese brazo fornido cubierto por pieles y cintas de cuero que ella misma había decorado con los símbolos de la casa de El.
—¿Cuándo le dirás de su obsequio especial, mi señor?
—Será luego, su curiosidad puede manchar esta celebración, distraerlo de los festejos que los suyos han de obsequiarle. No te preocupes, mi señora, también le diré de la extraña situación de su obsequio.
—No guardo temores en mi corazón, Kal-El sabrá abordarlo.
—Veo en él la fuerza de nuestros ancestros, nos llenará de orgullo antes de que nuestros cabellos sean completamente blancos.
—Podría pasar por soberbia esas palabras tuyas.
—Si es para alabar el vientre que le llevó por meses, que así sea.
Jor-El miró a su hijo por encima de las muchas cabezas que lo rodeaban, pensando en el Primus Mirum que habría de ser suyo. Ya había pasado demasiado tiempo, T'om'a, el elfo al que había salvado por error, debía entregarle desde hacía años ese regalo sorpresa. Temía que las leyes del Jerife Luthor hubiesen sido un contratiempo para ese guerrero elfo perdido en un lugar tan difícil para vivir, sin su bosque ni los elementos para ayudarle. Más era una promesa sagrada que no podía ser rota o las maldiciones sobre la tierra serían liberadas y de eso, el líder de los Kryptonianos ya conocía las consecuencias. Había llevado a su pueblo a la Guerra Santa, regresando antes de terminarla cuando la sangre inocente fue derramada por la avaricia de Lord Magnus. Eso le ganó el desprecio de Iskandar, cosa que le tuvo sin cuidado, ellos no vivían para complacer, sino para traer justicia.
La fiesta se prolongó hasta el amanecer del día siguiente, quedando todos dormidos en sus tiendas o alrededor de las fogatas cubiertos por varios mantos de gruesa piel. Uno de los vigías de Jor-El llegó aprisa en su caballo, saltando de la montura al suelo en un solo movimiento con las manos ocupadas al cargar un cubo envuelto en un pedazo de cuero. Llamó a su líder, hincando una rodilla en la nieve al tiempo que levantó aquella extraña carga para que la observara. Jor-El frunció su ceño, apenas despertando y tomando ese envoltorio que descubrió, era un trozo de hielo proveniente de la Garra de Hielo. Su presencia en la villa del pueblo se debía a su tono carmesí oscuro, muy diferente del azul profundo que siempre había tenido.
—Tiempos oscuros se avecinan —murmuró Jor-El, muy serio.
—Han visto los halcones Thanagarianos sobrevolar nuestro territorio, mi señor.
—Ellos también deben saberlo, pero no lo dirán. ¿Qué tan lejos encontraron esto?
El guerrero apretó su medallón, igual que sus párpados. —De nuestro lado Norte.
—Imposible.
—Y avanza, mi señor. Lentamente.
—¿Padre? —Kal-El despertó, saliendo de su tienda al escuchar la voz de Jor-El.
—Llama a todos los jinetes, despierta al Consejo de Ancianos, hijo mío. Es tiempo de cabalgar.
Otra característica por la que eran conocidos los Kryptonianos, eran por sus caballos de gruesas patas y largas cabelleras que podían recorrer grandes distancias en un corto tiempo, compitiendo con la velocidad de los halcones de Thanagar. Algunos decían que los caballos volaban, porque daban esa impresión al moverse tan rápido, más no era así. Quienes lo hacían eran sus jinetes, pues habiendo dominado la transmutación hacían sus cuerpos ligeros o fuertes como el acero según lo necesitaran. Por eso era que el Jerife ni siquiera se atrevía a molestarlos ni enviar a ninguno de sus Injustos contra ellos, era una declaración de muerte además de perder el poder que ya ostentaba. Algo que Iskandar Luthor jamás se permitiría. Cuando el mar de guerreros jinetes se movía, las arenas temblaban, decían muchos en el continente.
—Kal, hijo, ¿qué ha sucedido?
—Padre ha llamado a una reunión de improviso, madre. Uno de los vigías trajo consigo un bloque de hielo teñido de carmesí.
Lara se llevó ambas manos al pecho, asustada. —Por Rao...
—No temas, ni padre ni yo permitiremos que algo te suceda.
—Tampoco yo lo permitiré, he de tomar las armas para cuidar de mi familia. Soy de la Casa de El —afirmó ella, luego bajando el tono de su voz— Kal, hay algo que debes saber y que puede ayudarte con estos malos augurios. Hay un obsequio que se te ha negado desde pequeño y es tiempo de reclamarlo.
—¿De qué hablas, madre?
—Sígueme.
Ambos fueron con Jor-El, quien esperaba por el Consejo de Ancianos, habiendo despertado a los demás señores de la guerra para la reunión que tendrían. Cuando vio a su esposa e hijo, entendió de que se trataba, guiándolos a otra tienda para hablar en privado.
—Veo que tu madre ya te ha adelantado algo. Necesito contarte sobre un gran regalo, hijo mío.
—Tengo todo lo que necesito aquí, padre.
—Esto no. Se trata de un Primus Mirum que pedí para ti.
—¿Cómo?
—Cuando regresamos a esta tierra, luego de la Guerra Santa, hicimos una escala en Ciudad Madre para dejarle a Iskandar su estandarte como señal de que nuestra tregua estaba terminada. Entonces volvimos por Ciudad Oa recorriendo la costa. Ahí encontramos unos náufragos, o eso pensamos que eran. Un grupo de humanos estaba tratando de matar a palos un prisionero que se notaba apenas podía ponerse de pie. Doce hombres contra uno era una injusticia que ya no estaba dispuesto a consentir, así que intervine salvando la vida de ese prisionero. Traía un casco puesto, de esos que los magos de Tierra Santa solían usar para torturar, cuando se lo quitamos nos dimos cuenta de que era un elfo.
—¡Un elfo en la Tierra de Arenas Infinitas!
—Hay más de los que puedes imaginar, algunos muertos por supuesto —aclaró Jor-El antes de continuar— Había llegado en esos barcos de refugiados. Pensaban vender al elfo como esclavo de algún Emir, pero resultó demasiado bravío. Incluso yo recibí un puñetazo bien dado pese a estar tan débil.
—Sería toda una historia conocerlo, padre.
—Quizá lo hagas, Kal, porque el elfo al verse salvado por mí ya no atacó sabiendo que rompería una de sus leyes del mundo antiguo. Solo tenía dos caminos: o servirme para siempre o darme algo a cambio de perdonarle la vida. Hizo lo segundo invocando un Primus Mirum que acepté con la condición de que fuese un obsequio digno de mi heredero que apenas era un niño y que había dejado en los brazos de su madre cuando partí a la guerra. El elfo que responde al nombre de T'om'a así lo hizo.
—Pero... eso ya tiene demasiado tiempo.
—Y es por eso que tu padre piensa que es tiempo de cobrar la promesa —intervino Lara, intercambiando una mirada con su esposo— El Primus Mirum te pertenece, el no reclamarlo solo aviva las desgracias que han despertado de las entrañas de la tierra. Puedes detenerlas consiguiendo tu obsequio, mi pequeño.
—O quizá todo se deba a la promesa no cumplida —asintió Kal— ¿Dónde está ese elfo, padre?
—Lo dejé en Ciudad Madre, dudo que haya podido moverse de ahí.
—Es el sitio más seguro con todo y el Jerife gobernando —completó Lara.
—Cabalgaré entonces a Ciudad Madre a reclamar lo que es mío.
—No, Kal-El —corrigió su padre— Iré contigo, Iskandar debe enterarse de lo que pasa. El pueblo Kryptoniano no sufrirá nada que las acciones de sus Injustos hayan provocado.
Jor-El les dejó, pues el Consejo ya había despertado y estaba esperándoles en la tienda. Antes de que Kal se marchara para unírsele, se giró a su madre, tomando sus manos.
—Madre, ¿qué clase de regalo sorpresa podría darme un elfo?
—Por las condiciones en que lo salvó tu padre, no tengas altas expectativas, hijo. Bien puede ser solamente una piedra del río.
Kal rió. —Lo dudo, siento en mi corazón que es algo precioso.
—¿Tan pronto puedes saber lo que el destino te depara?
—Me enseñaste a escuchar bien.
—Ve con tu padre, he de preparar sus monturas.
El enorme ejército Kryptoniano partió al sonido de cuernos rumbo a Ciudad Madre, dejando guerreros apostados en las fronteras y las villas como resguardo. Nadie atacaría a un pueblo de magos, más la prudencia era una de sus virtudes. Tal cual las historias contaban, la tierra se cimbró ante el galope de miles de guerreros jinetes con sus guardianes a su lado, listos para dar la vida y salvar su hogar. La mente de Kal-El se distrajo con el pensamiento de su Primus Mirum, no le había mentido a su madre quien le había despedido bendiciendo sus armas y su persona, en su espíritu escuchaba una voz que le decía que ese regalo de la sorpresa sería algo que jamás había imaginado, que no volvería a existir en el mundo. Pensó en que fuese el arma más singular pues los cuentos de los guías ascetas nombrabas maravillas de las armas élficas, o algún hechizo poderoso que lo convirtiera en el mejor guerrero jinete. O quizá... algo que hizo sonreír al joven mago, quizá era algo más lindo. Como una doncella elfa.
Aunque de forma general los Kryptonianos despreciaban a los elfos como todos los magos en el mundo, su rencor no era tal que no permitieran la convivencia con ellos. Cuentos de antepasados narraban la amistad entre esos guardianes de los bosques y las criaturas mágicas con los guerreros de su estirpe. Si bien jamás nunca había sangre élfica entre ellos, eso podía cambiar si su Primus Mirum resultaba ser una hermosa y virgen moza con orejas puntiagudas. Kal sacudió su cabeza, riendo para sí al pensar semejante cosa, ya era llevar sus ideas tan lejos como los Thanagarianos volaban en los altos cielos. Poco a poco, la tundra se fue convirtiendo en campos verdes de pasto claro y luego en páramos cada vez más secos. La avanzada de jinetes regresó con Jor-El, pues habían avistado una caravana cruzando por su frontera.
—¿Qué tipo de caravana? —preguntó el líder.
—Devastadores.
El enorme contingente se movió como una sola entidad hacia el punto de encuentro con la pequeña caravana con camellos cargados de jarrones sellados con mercancía seguramente robada como acostumbraba esa hermandad de ladrones cuyo hogar era una isla al sur del continente. No hubo necesidad de persecución pues la tierra vibrando bajo los pies de los Devastadores y los camellos fue suficiente para advertirles de su presencia, lo cerca que estaban ya de ellos. La docena de hombres se quedó con la espalda pegada a sus cabellos cuando vieron todos esos guerreros rodearles con sus lanzas y espadas listas para hacerlos trocitos al menor intento de usar magia.
—¿Qué hacen aquí? —demandó uno de los señores de la guerra.
—Vaya, sí, estamos bien —un joven de cabellos rubios ensortijados bajo el turbante y ojos verdes fue quien se adelantó con manos en alto— Oigan, solo estábamos cruzando, pagamos el derecho de frontera. Ro'ket, el papel, ¡el papel!
—¡Aquí!
—Miren —ese Devastador tendió a un guerrero su hoja amarillenta donde estaba estampado el sello de los guardianes de las fronteras— Cielos, todos tienen barba y largos cabellos, ¿es una moda o algo?
—Cierra el hocico.
—Uf.
—El permiso es auténtico, mi señor —dijo el guerrero a Jor-El, quien miró a ese muchacho— ¿Qué llevan en esos jarrones?
—Ah, son joyas que nos ha pedido su excelencia en Ciudad Oa.
—Pasar por aquí no es un camino de comerciantes ni ladrones astutos.
—Bueno, ¿ha visto nuestros camellos? Están hechos para las dunas, vamos por las dunas entonces. Si tuviera caballos mágicos como los suyos créame que... ¡auch! ¡No me piquen con sus lanzas!
—Hablas demasiado.
—Es el calor, me hace alucinar con cientos de Kryptonianos... ¡está bien, no sé nada!
—Los Devastadores no suelen tomar estos caminos tan abiertos a menos que algo de causa mayor los obligue a desviar su curso —observó Jor-El al tiempo que varias lanzas apuntaron al cuello de aquel muchacho rubio para angustia de los demás que lo acompañaban.
—Necesitan pulir su diplomacia, si me permiten la observación.
—¡Responde, ladronzuelo!
—Qué feo sonó eso, bien, bien, les diré —el joven tomó aire señalando el cielo— Vimos pasar por la noche un montón de búhos blancos y si ustedes son tan inteligentes como presumen, sabrán que es tan malo como picar a un desconocido con una lanza tan filosa, ¡auch! ¡¿Ahora qué?!
—La Corte de los Búhos —murmuró para sí, Kal-El, expresando el pensamiento de todos alrededor.
Su padre entrecerró los ojos, apretando las correas de su caballo. Aquellos asesinos jamás estaban satisfechos con sus manipulaciones. Los había mantenido lejos de su pueblo, pero eso no significaba que el resto del mundo estuviera libre de sus influencias. Un poder que se movía en las sombras a base de mentiras, manipulaciones y conspiraciones con la más podrida magia que tuvieran para hacerse de la victoria. Eran seres viles a ojos de los Kryptonianos. Y para Jor-El, eran los causantes de las mayores desgracias que habían ocurrido, entre ellas, la Guerra Santa.
—¿Para qué quiere el Emir tantas joyas? —preguntó, cambiando ese tema.
—No sé, ¿para sus concubinas? Oiga, nosotros solo vamos a entregar esto.
—Ordene, mi señor. Podemos matarlos y enterrarlos aquí mismo.
—¡¿Qué?! —corearon el joven y un Devastador más adulto llamado Ro'ket.
—Rao no se complace con víctimas inocentes ni dignas —respondió Jor-El— Déjenlos ir. Tenemos que llegar a nuestro destino y perdemos tiempo con estos ladrones.
—Tampoco hay que...
—¡Ya escucharon! ¡Muévanse!
El joven rubio -y un Común- azuzó los camellos, empujando a sus pálidos compañeros para alejarse de ahí, no sin antes de cruzar una mirada con uno de los guerreros. Kal-El. El hijo del líder le observó con el ceño fruncido, despegando su vista de aquel Devastador cuando tuvo que seguir a su padre quien notó ese gesto curioso.
—¿Sucede algo, Kal?
—El humano... quizá veo mal.
—La vista mágica no es una visión de errores.
—Fuego, vi fuego a su alrededor. Pero él no se quemaba.
—Esperemos que el Emir no intente probar su magia con el pobre chico, y si lo hace, que tu visión signifique que sobrevivirá.
—Vi algo más.
—¿Qué cosa es?
—Su piel era diferente, como sus ojos. Tenía algo similar a la piel de los reptiles, padre.
—Creo que Sinestro jugará con ellos, pobres Devastadores, más eligen ese destino al momento de unirse a la hermandad.
—¿Y no puede ser que sea algo más? ¿Qué ese humano tenga algo que ver con alguna criatura mágica?
Jor-El giró su rostro, ambos cabalgando con sus guerreros alrededor. Ya no le quedaba duda que su hijo no era como cualquier otro Kryptoniano. Había nacido para ver y hacer hazañas que su pueblo no había imaginado. Algo que lo llenó de orgullo como de tristeza por la angustia de pensar en los peligros que eso involucraba, pero si era la voluntad de Rao, a quien veneraban como el primer ancestro del que descendieron todas las Casas, Jor-El no iba a oponerse.
—Ya no existen los mestizos de tales características, hijo mío. Magnus los exterminó igual que sus ancestros.
—No olvido esas lecciones.
—Nadie debe hacerlo. Sujeta bien las riendas, pronto tocaremos las ardientes dunas. Ciudad Madre aún está a una jornada de distancia.
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