La Guerra Santa (IV)

OUDE MAGIE (Magia Ancestral)

Autora: Clumsykitty

Fandom: DC/Marvel AU

Parejas: Stony, Superbat, Cherik, Winterlord, Halbarry, entre otras.

Derechos: pues a escribir sobre cosas que no me pertenecen.

Advertencias: esta historia es extraña como su creadora, angustiosa, cruel y salvajosa. La receta de siempre en un mundo inspirado por The Witcher. Avisados están.

Gracias por leerme.



***


La Guerra Santa

Primera parte: la Batalla de las Cartas.



Erik nació en un pueblo cercano a unas minas del Oeste, pobre como todos los pueblos humanos que apenas comenzaban a florecer en las fronteras de los bosques que los elfos gobernaban. Cuando pudo caminar, su madre se dio cuenta que tenía talento para la magia. Esos bendecidos que mostraban en su sangre la inclinación para convertirse en los pupilos de los Hechiceros Supremos, los guías elfos que enseñaban a los magos en el Cónclave, un templo dedicado al estudio del mundo antiguo ubicado sobre una isla flotante llamada Valhalla. En la tierra de Asgard, madriguera de dos poderosos dragones: Bor y su cría Odín, que los Gigantes de Hielo cuidaban.

La madre de Erik hizo cuanto pudo para que fuese aceptado en el Cónclave, pese a que Erik lloró por no querer separarse de ella. Los humanos seleccionados pasaban toda su niñez en aquella isla flotante hasta que de jóvenes se convertían en magos, y si pasaban el examen de los elfos, obtenían el título de Maestres, magos superiores que podrían convertirse más tarde en Hechiceros Supremos. Para el pequeño Erik fue toda una vida siempre estudiando lenguas que no entendía, siendo objeto de burla de sus compañeros porque no conseguía crear los encantamientos a tiempo, o fracasaba haciéndolo. El niño solía refugiarse en un hueco de escaleras externas del templo para llorar.

Ahí fue donde lo encontró Charles.

Para Erik, fue como conocer a un Arconte, así le pareció cuando los rayos del sol iluminaron a Charles Xavier, un niño con la sangre pura de magos, pero que le sonrió como si él fuese la cosa más impresionante de todo el continente. Charles le obsequió una flor que había cortado y donde dormía un hada. Un detalle que jamás olvidaría, animándolo a no darse por vencido con tal de volver a ver ese lindo rostro de ojos grandes y dulces como su voz. ¡Erik! ¡Erik! Le daba orgullo ser el centro de atención de aquel pequeño en el comedor, llamándolo a sentarse a su lado entre más niños de linaje mágico que hacían caras porque él solamente era un afortunado hijo de mortales.

—¿Erik?

—¿Qué sucede, Charles?

—Te preguntaba si no estás cansado, has estado leyendo ese libro desde la mañana.

—No... —Erik sonrió, haciéndole un espacio en la banca con un brazo rodeando los hombros de Charles— Debo terminar esto.

—¿Para qué?

—Le prometí a Mystique que le explicaría los encantamientos.

—Hm.

—¿No estarás celoso, o sí?

—Tal vez.

—Yo no digo nada por el tiempo que pasas con tus estudiantes.

—Oh, Erik, no es igual.

—Es tan igual como los dragones que son tan tacaños igual que los enanos.

Charles rió, irguiéndose un poco para besar sus labios. La primera vez que estuvieron juntos en la intimidad, fue en un jardín privado de los Hechiceros Supremos, más por maldad de Erik que un mero accidente de mozos con la fiebre de primavera en la sangre. Todos habían apostado a que un día el heredero de los Xavier iba a cansarse de aquel muchachito de pueblo mortal cuando fuese más grande, ignorando que el amor de Charles no era perecedero. A cada duda, a cada obstáculo que a Erik se le presentaba, ahí estaba él para animarlo sin preguntar ni pedir nada a cambio. Por él es que dedicó más horas de estudio, más horas de práctica hasta que se hizo maestro del metal.

Uno muy poderoso.

—¿Qué pasa con Ego?

—No pasa nada —Charles jugó con su tenedor, evadiendo su mirada— Sabes que son criaturas voluntariosas.

—Podrán ser dragones, pero hay un orden de las cosas, Charles. Si Ego hizo algo, tendrá que responder por ello.

—Jamás han...

—Los tiempos cambian.

A Charles no le costó obtener su título de Maestre, era algo natural en él. Pero Erik si tuvo dificultades, en particular para complacer a uno de esos altivos elfos, Stephen Strange, el Hechicero Supremo del Tiempo. Le daba la sensación que lo despreciaba mientras que a Charles le tenía favoritismo, sino era que había algo más que provocaba celos en Erik. Stephen era demasiado amable, demasiado cariñoso con su pareja. Charles siempre le juró que eran imaginaciones suyas, Erik nunca dudó de su lealtad, pero sí de las intenciones de aquel Hechicero Supremo a quien al fin venció en una tarde de otoño, recibiendo su título de Maestre y guardián del Cónclave junto con Charles. Un rango que lo puso por encima de los demás magos que se recibieron junto con ellos. Ese día, Erik Magnus se dio cuenta que le gustaba ver al resto inclinarse ante su presencia.

—Erik...

—No quiero hablar.

—Sabes que el tiempo pasa diferente para un mago que para un humano. Nosotros...

—Cambiamos, lo sé —gruñó Erik, azotando un puño en la mesa donde rebotaron libros, sus ojos estaban llenos de lágrimas— Pero alguien me pudo haber dicho.

—Lo siento mucho.

La madre de Erik murió sola en su casa en aquel pueblo que no quiso abandonar, cuando la tormenta azotó la tierra, una tormenta traída por Galactus en venganza por los ataques a Ego. Esos dragones eran tan soberbios como los Hechiceros Supremos del Cónclave que se negaban a lastimarlos, a hacerles algo si bien habían otorgado a Erik y Charles dominio sobre las decisiones del resto de los magos, porque el primero era la fuerza y el segundo el corazón. Así decían. Comenzó a hartarse de las cartas que recibía de todos los rincones del continente pidiendo su intervención, donde quiera se veían dragones o bien criaturas mágicas que estos protegían molestando a los humanos, sí, pero más a los magos a quienes acusaban de ser responsables de no respetar la magia que habían adquirido.

—Maestre Magnus, su té.

—Gracias.

—Mi señor... ¿habrá una guerra?

—¿Qué?

Una joven aprendiz se arrodilló con una expresión asustada. —He escuchado rumores... dicen que Ego busca asesinarle, mi señor.

—Quiero ver que lo intente.

—Y al Maestre Charles.

Tuvo una pesadilla, donde Ego destrozaba el cuerpo de Charles con sus garras y colmillos sin que él pudiera hacer algo, escuchando las carcajadas del dragón entre los gritos de auxilio de su amante. Erik despertó gritando, sudando frío con Charles buscando calmarle.

—Solo fue una pesadilla.

—No te apartes nunca de mi lado.

—No lo haré.

La tensión entre Lord Thakorr y las muertes dejadas por Ego fueron escalando pese a los muchos esfuerzos de Charles por mantener todo de manera pacífica, con reuniones y negociaciones diplomáticas para las que era muy bueno. Incluso demasiado para su propio bien. Como era natural, los elfos no querían que se lastimara criatura mágica alguna, y eso incluía a los dragones por muy avariciosos u hostiles que fuesen. El Cónclave acataría las decisiones de Erik, siempre y cuando no estuvieran en conflicto con la aprobación de los Hechiceros Supremos, quienes, siendo elfos mantendrían fidelidad a esos arcaicos principios donde los humanos llevaban las de perder.

—¿Y Charles?

—Ya sabes —Mystique se encogió de un hombro— No deja de visitar a la reina de las Dríadas, ni ella deja de enviarle obsequios. Su Excelencia Strange te llama a su santuario.

Erik comenzaba a cansarse de ir con ellos para rogarles su favor, ellos que nunca bajaban de esa estúpida isla para ver como había cambiado el mundo, el dolor que los dragones estaban inflingiendo en él.

—Excelencia.

—Erik —Strange le sonrió amable al recibirlo antes de quedarse serio— Lord Thakorr quiere la cabeza de Ego, deben hacerlo entrar en razón.

—Dudo que pueda lograrse.

—Tú puedes hacerlo.

—Creí que esa misión se la habías encomendado a Charles.

—¿Hay algo que quieras decirme, Maestre Magnus?

—No será para ti —le retó abiertamente, con una mirada determinada— Sé lo que pretendes con él. Por eso no quisieron...

—Erik, si no hemos bendecido su cariño, no es porque lo despreciemos.

—El resto no, tú sí.

Strange tomó aire, sus manos entrelazadas tranquilamente al frente.

—Alguien te ha estado envenenando la mente, Erik Magnus. Yo no intento robarte el amor de Charles, porque no me interesa.

—Mientes.

—Yo amé a la madre de Charles, quise desposarla. Pero cuando una sirena entrega su corazón, Erik, lo hace para siempre, aunque le cueste la muerte. No lo olvides. Charles es más para mí como un hijo que algo más, despeja tu espíritu de esas tinieblas que lo envuelven o lo perderás.

—Si Ego muere será su soberbia la que guíe su destino.

—Erik...

—Igual que el de ustedes.

—Fue la Casa Xavier quien se negó, Erik. No dieron su aprobación. Los elfos tenemos por norma...

—Respetar decisiones de los seres de este mundo, sí, me he cansado de escucharlo.

Esas viejas y tontas reglas que no aplicaban en el mundo real. De las que las criaturas mágicas se aprovechaban para hacer de las suyas. Como la reina Lilandra queriendo encantar a Charles, o Ego carbonizando inocentes humanos. Los dragones solo tenían dos opciones, obedecerles o retirarse al Norte donde no molestaban a nadie. Tal fue su discurso en el Cónclave cuando presentó el panorama de todo el asunto ante los grandes magos como los Hechiceros Supremos, quienes una vez más, no dieron su aprobación a la sentencia de muerte de Ego por sus crímenes contra los humanos. Fue una pelea abierta que Erik supo ganar, teniendo al Cónclave de su parte con los ofrecimientos de Lord Thakorr para convencerlos. Solo esos elfos quedaban

Pero ya vendría su tiempo.

Erik no tenía mucha paciencia y sí mucha rabia que había estado acumulando. Sentía que iba a estallar. Necesitaba hacerlo, a veces se desquitó con Charles sin intención. Él solo le sonreía entre lágrimas, perdonándolo todo el tiempo, haciendo que ese fuego en su interior solamente creciera. Tantas cartas, tantos murmullos sobre él. Sobre la reina de las Dríadas, o los elfos comenzando a tomar cartas en el asunto, convocando a todos los reyes en sus bosques de donde nunca salían. Toda esa furia iba a explotar, hubo días en que tuvo miedo de que sucediera. Lo hizo cuando Ego lanzó su fuego contra Charles quien había tratado inocentemente de hacerlo entrar en razón.

Si se lo permitía, lo siguiente que iba a hacer era destajarlo.

Fue como abrir una puerta que no supo estaba cerrada o que existía, su poder fluyó de manera natural, le dio tanta satisfacción que, a partir de ese día, Erik se juró ya no reprimirse al obedecer a los elfos ni al Cónclave ni a nadie más. Había llegado el tiempo de los magos, de la misma forma que un árbol cambiaba de hojas ahora el mundo ya no estaría bajo el abrigo esclavizante de los elfos y sus caprichosas criaturas mágicas. Pondría orden al continente, a todos los que en él habitaban. Las cosas serían mejores si se esforzaba lo suficiente. Así no habría más peligros, nunca más madres muertas lejos de sus hijos ni dragones intentando asesinar al amor de su vida. Erik ya no quiso dar marcha atrás, una nueva era estaba naciendo en sus manos y no rechazaría la oportunidad.

—¿Por qué, Erik?

—Ego lo merecía.

—¿También los elfos?

—No debieron entrometerse.

—¡Erik! Este mundo es tan nuestro como de ellos.

—Sus ideas ya no son válidas, todos somos iguales, no diferentes como lo dicen.

—Ego no mató a tu madre, Erik.

—¡No, lo hizo otro dragón! —rugió girándose a Charles, quien le sostuvo la mirada— ¡Deja de proteger esas estúpidas criaturas!

—¿Te olvidas que soy una de ellas?

—Charles... no es igual.

—Siento que te pierdo.

—No —Erik abrazó con fuerza a Charles, besando sus cabellos— Aquí estoy, mi corazón es tuyo igual que mi espíritu. Aquí estoy, Charles.

—Te amo, no lo olvides.

—No lo hago. Te amo, Charles.

Las demandas de justicia por parte de los elfos de pronto tuvieron una voz que hizo a todos preocuparse, nada menos que el famoso rey Agamemno envió al Cónclave un ultimátum para controlar las ambiciones del Rey Thakorr, ordenando respetar las reglas del mundo natural. Agamemno era quien tenía más peso entre todos los reyes elfos, pocos lo conocían porque siempre había estado en su palacio oculto en el corazón del Bosque Blanco cerca de Asgard, ocupando buena parte del continente. Un reino que podría aplastar sin problema a los humanos de Thakorr de enviarlos a una guerra, pues otros dos reinos élficos también lo apoyarían de ser el caso. Eran los reinos de los hijos de Agamemno. Con ello, dos tercios del continente estarían en contra de los magos del Cónclave.

—Mi señor, su té de la mañana.

—Gracias.

—Hay un visitante de tierras lejanas, Maestre. Quiere verlo si es posible.

—¿Dijo su nombre?

—Sí, ha dicho que se llama Félix Fausto, de Tierra de Arenas Infinitas.

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