La Guerra Santa (III)

OUDE MAGIE (Magia Ancestral)

Autora: Clumsykitty

Fandom: DC/Marvel AU

Parejas: Stony, Superbat, Cherik, Winterlord, Halbarry, entre otras.

Derechos: pues a escribir sobre cosas que no me pertenecen.

Advertencias: esta historia es extraña como su creadora, angustiosa, cruel y salvajosa. La receta de siempre en un mundo inspirado por The Witcher. Avisados están.

Gracias por leerme.



***


La Guerra Santa

Tercera parte: la Batalla de las Mentiras.



Charles miraba por el mirador del castillo hacia los jardines que construían sus estudiantes en compañía de las criaturas mágicas que los acompañaban y los humanos refugiados con ellos. Sentado en esa silla en la que estaba condenado por un largo tiempo, llevó sus manos a su vientre tratando de calmar el temor que no dejaba de crecer en él. Dawid había mostrado un poder descontrolado, recién nacido. Ahora que ya era un infante de dos años su magia era aún más latente. Había días de lluvia, calor insoportable, luego nieve súbita. De no hacer algo pronto, la mentira de que era hijo de Lilandra y suyo no iba a sostenerse por más tiempo. Tenía que hacer algo, y eso le dolía tanto. Siempre había sido enemigo de ocultar cosas o de reprimir la magia de cualquier ser, ahora debía romper ese principio suyo con su hijo.

No era la primera vez que lo hacía.

El Maestre Xavier, consciente del poder que había despertado en él durante aquella masacre de la que era culpable, usó un hechizo para todos los habitantes del Edén. Olvidaron su embarazo, trasladándolo a Lilandra para que pasara como su madre natural, justificando con ello su posterior boda una vez que terminaron el castillo y Charles estuvo mejor para la ceremonia. Ahora estudiaba el hechizo que sellaría la mente de su hijo, lo suficiente para apagar su magia pura hasta que fuese lo suficientemente maduro y pudiera controlarse. Dawid había heredado de Erik esa terquedad y orgullo, haciéndolo un infante impulsivo que no gustaba de obedecer órdenes. Con tal carácter, era cuestión de tiempo antes de que alguna desgracia sucediera, algo que no podía permitirse.

—¿Charles?

—Jan... lo siento, ¿estabas hablándome?

—Um, ¿qué sucede? Luces agobiado.

—Me siento inútil sentado todo el tiempo en esta silla.

—Es parte de tu curación, de lo contrario tu espalda no sanará y dejarás de caminar para siempre, señor mago de ojos tristes.

—Lo siento, todos trabajan y yo...

—Tú cuidas de ese pequeñín travieso. ¿Dónde anda?

—Aprendiendo el nombre de las flores con su madre.

—Los alcanzaré, por fin tengo la miel que le prometí a Dawid.

—¿Puedes hacerme un favor antes de eso?

—¡Claro!

—He olvidado algunos hechizos y me gustaría recodarlos, son del Grimorium Negro.

—Está bien, si me prometes sonreír más.

Charles alcanzó una mano de la sílfide que besó por su dorso. —Gracias por estar con nosotros.

—¡Me encanta! Traeré tu libro, y algo de buena savia que te hace falta.

Janett voló hacia el interior del castillo, dejando al mago en su silla, con una frazada cubriendo sus piernas mientras observaba hacia los jardines. Todavía lloraba al recordar a Erik, saberlo desposado con una extranjera y aniquilando todo vestigio del mundo antiguo a su paso. La presencia de Lilandra lo ayudaba a salir adelante, con su paciencia para sus heridas como esos silencios en los que se perdía por los recuerdos ahora amargos, preguntándose en qué momento perdió el camino como a Erik. Su amiga trajo el libro, besando su mejilla al dejarle un cuenco con savia endulzada para su espalda, volando hacia los jardines llamando entre canturreos a Dawid. Charles sonrió, pero ese gesto le duró apenas nada, abriendo el Grimorium con un nudo en la garganta.

Todo sería tan diferente de estar Erik a su lado.

Lilandra dejó al pequeño en su cuna, durmiendo a pierna suelta luego de comer de volar con Janett quien se había convertido en su nodriza y protectora. Charles acercó su silla, recitando el hechizo con una mano en el Grimorium y otra en la cabeza de su hijo, al que vio quejarse en sueños con un puchero. Lágrimas corrieron por las mejillas del joven mago, alejándose de la habitación de Dawid para ir a la suya, encerrándose ahí hasta recuperarse para cuando fue la hora de la cena. No podía rendirse, todo el Edén le necesitaba para sobrevivir alejados de una guerra cuyo aroma a sangre les alcanzaba a tal distancia. Sonriendo a su esposa, se prometió hacerlo así. El carácter de Dawid no cambiaría pese al hechizo, más los fenómenos extraños como incidentes -y accidentes- en el castillo cesaron por completo.

Su esposa había traído consigo una raíz de su árbol padre, que sembró en el Edén y creció igual que su progenitor en el continente. Con ello también aparecieron bosques y flora que hizo de la isla desierta un lugar habitable, lentamente un paraíso con los recursos suficientes al punto que muy raras veces necesitaron pisar Tierra Santa -su nuevo nombre- para obtener algo que no había en la isla. O cuando requerían de noticias que sus hadas no podían ver pues la tierra azotada por la guerra se estaba convirtiendo en una prisión para los monstruos. Donde una vez hubo bosques mágicos quedaban solamente tierras yermas que esperaban por una resurrección.

La hubo, cuando Iskandar trajo más fuerzas consigo, entre ellas a los temidos Kryptonianos, los Devastadores como a la Liga de Asesinos. El cielo fue cubierto por cientos de alas Thanagarianas y los mares limpiados por el despiadado Black Manta. Viéndose asediados sin una escapatoria, los humanos dieron la espalda a los elfos, hincando sus rodillas ante los Meta Humanos. Algunos lo hicieron a cambio de tener una corona en sus cabezas y ser llamados reyes. Erik se los concedió, recibiendo a los humanos entre sus filas. Fue así que los primeros Reinos Santos comenzaron a ser fundados, siempre bajo la batuta de Lord Magnus junto a su esposa, Lady Lana Magnus.

Para los monstruos, el asunto fue otro.

Iskandar aconsejó a Erik el deshacerse de todas las criaturas mágicas porque, a diferencia de los humanos cuya vida era corta con cuerpos débiles, los monstruos podían vivir tanto como ellos y no olvidarían nunca la magia antigua que se bautizó como El Legado. Thaal Sinestro fue el primero en encargarse de esa purga en Tierra Santa, apoyado por Star-Tsar y otros Injustos que encontraron en la cacería abierta de monstruos un deporte que hizo de su estancia en el continente un recuerdo memorable. Al ver cómo los elfos, monstruos y Elementales eran masacrados por mera diversión, destruyendo sus hogares, madrigueras y bosques, Jor-El se retiró de la guerra para desencanto de Luthor. Sin las fuerzas Kryptonianas de apoyo, hubo una fuga de seres ancestrales a los que tuvieron que perseguir.

—La ira de Lord Magnus no se detiene —le contaría Ororo cuando regresara de su incursión por Tierra Santa— Hay un fuerte rumor que dos casas reales élficas siguen vivas.

—¿Pudiste encontrarlos?

—No, lo siento, Maestre.

—Si llegan a saber de ellos, no duden en decirme.

Una tarde de fines de verano, llegó a los muros acantilados una mujer humana pidiendo asilo. Venía sola, escapando de las escaramuzas de los Injustos. No esperaba quedarse en el Edén, tenía algo más en mente. Sus ropas estaban desgastadas por una jornada agotadora para su cuerpo debilitado. Charles entendió el por qué ella huyó de esa manera, una vez que estuvo ante él, pudo sentir la magia en su vientre. Estaba embarazada de un elfo. Y no cualquier elfo. Esa esencia pertenecía a una casa real élfica que había visto una sola vez en su vida. La Casa Wayne.

—Mi nombre en Mahra, mi esposo es T'om'a de Wayne. Él me dijo que, si alguna vez necesitaba ayuda o asilo, usted me ayudaría.

—Dime que es lo que deseas.

—Él le salvó la vida —la humana sollozó— Se lo han llevado como esclavo al otro continente. Por favor, van a matarlo. Quiero que mi hijo tenga un padre, que T'om'a sepa al menos que su sangre continúa latente en mi vientre. Dele una oportunidad de vida, Maestre Xavier —Mahra sacó un trozo de cristal debajo de su manto que mostró a Charles— Me dejó esto para usted.

No se negó a su petición, usando un hechizo de protección para que ella encontrara a su esposo. Logan sería quien la escoltara a puerto seguro cerca de las costas de Namoria Atlantis, en el nuevo Reino Santo de Wakanda. Ya no supieron de ella. Los Santos y los Injustos terminaban sus sangrientos actos esclavizando, vendiendo o utilizando toda criatura antigua hasta matarla en sus juegos antes de retirarse en definitiva ahora que la balanza había dado la victoria segura a los Meta Humanos. Charles confió en que su hechizo cumpliera su cometido. Mahra le había dejado un trozo de kryptonita, una piedra mágica que tenía un efecto curioso en el pueblo con el que compartía su nombre. Lo guardaría celosamente, si T'om'a lo había ocultado y entregado a él, su rescatador debía tener buenas razones. Su intuición le dijo que estaría atado al destino de aquel niño mestizo.

Quizá se había retirado de la guerra, pero todavía era un mago, un Maestre de estirpe. Si Erik no había dado la orden de quitarle sus títulos, significaba que respetaba su posición. Era lo menos que le debía. Charles se preguntó si era remordimiento o era una manera de Erik para decirle que no le importaba más.

—Llega el otoño —suspiró Janett, en el jardín donde estaban— Me gustaría tanto el Baile de las Calabazas.

—No hay razón para no continuar con esa tradición.

—¿Hablas en serio, Charles?

—Dawid necesita clases de baile.

—Oh, uh, ¡yo lo haré! ¡Le diré a los demás que tendremos nuestro primer baile en el Edén!

A veces soñaba con el sonido de metales chocando, artefactos que construían palacios, objetos de metal que atrapaban monstruos. La Guerra Santa estaba por terminar, dejando un continente empapado de sangre y llantos. Salvo los reyes humanos, el resto de esa especie terminó siendo los humildes casi esclavos de los magos, aspirando a ser únicamente campesinos, pescadores o tejedores. La época de dominio de los Meta Humanos comenzaba lenta pero inexorablemente.

Por aquellos tiempos, hubo un extraño fenómeno en el mundo. Era casi el término del invierno cuando los cielos en lugar de despejarse quedaron varias semanas cubiertos por una neblina que ni los mejores hechizos de aire pudieron despejar. Cuando se retiraron, revelaron un cometa de larga cola en color plata cuya vista duró hasta pasado el cambio a primavera. Para Tierra Santa, fue el augurio que antecedió a la coronación de Erik Magnus como el Gran Maestre del Templo, ya renovado. En el Edén, no fue así. Con el saber de las creencias del mundo antiguo, aquello fue signo del tiempo de los pescadores. Si algún niño había nacido durante ese tiempo, no solo era la promesa del renacimiento del Legado, también involucraba de forma indirecta la caída del recién erigido Templo con sus Santos y el Gran Maestre como amo y señor de Tierra Santa.

Charles estaba consciente que los grandes magos del Templo, entre ellos Erik, también estarían al tanto de semejante presagio. Eso iba a renovar la ira del Gran Maestre para exterminar todo ser del mundo antiguo, no más misericordia. Usando lo que restaba de su fortuna familiar, Charles mandó construir barcos que ayudaran a los prófugos a buscar un lugar donde vivir antes de que fuera demasiado tarde. Tenía una ventaja y fue que nadie de Tierra Santa osaba poner un pie en su Edén, porque tenía su magia protegiendo la isla como a sus estudiantes cual atentos soldados dispuestos a rechazar cualquier invasión o espías que tratasen de indagar en sus vidas. Hank le dijo que el nombre del Edén se respetaba en el continente, algo que comprobó al comenzar a usar salvoconductos para los prófugos como lo hiciera con la esposa humana del príncipe elfo.

No todos pudieron escapar para tristeza del Maestre Xavier. La promesa que debiera a Howald de Stark sería pagada de una forma accidentada. El segundo príncipe elfo apareció una noche de lluvia de monzón, en las escaleras que serpenteaban por los acantilados del Edén únicamente para entregarle un pequeño bulto que lloró en sus brazos. Su hijo. Venía acompañado de una humana sollozando al despedirse de su primogénito.

—Una vida por otra —le recordó su juramento— Dale vida ahora a mi hijo.

—Alteza...

—Ya saben de nosotros, ocultarnos solamente lo hace peor. Si para cuando vuelva el equinoccio de primavera ninguno de los dos viene a reclamar a mi Anthony... se convertirá en tu hijo.

—Yo... —Charles hizo una reverencia— Así lo haré, lo criaré como si fuera mi sangre.

—¡Adiós, hijo mío!

La angustiada mujer se despidió así de su hijo, corriendo de vuelta a su barca. Howald sacó de su cota de malla un trozo maltratado de papel que contenía un dibujo que Charles jamás había visto.

—Anthony nació en el tiempo de los pescadores. Es un Niño del Cometa, igual que el hijo de T'om'a.

Ambos príncipes habían estado ocultos en Latveria, haciéndose pasar por humanos en una villa cerca de la costa sur del reino. Una emboscada de Skrulls los había delatado ante guardias del rey, obligándolos a tomar caminos separados. T'om'a se había sacrificado para que Mahra no fuese capturada, dejándola a Howald al dejarse atrapar por los Devastadores que vendían a los elfos a los amos en la Tierra de Arenas Infinitas. La cacería que se lanzó tras ellos le hizo perder a la esposa de su primo cuando se internaron en lo que restaba del Bosque de las Dríadas a donde entraron buscando borrar su rastro. Howald y su esposa permanecieron ahí todo el embarazo y nacimiento de Anthony. Fue la añoranza de saber de la familia el error que delató la ubicación del príncipe dentro del bosque, cuando una Ondina partió en busca de T'om'a a quien encontró en el desértico continente. Su mensajera volvió trayendo la buena nueva del nacimiento de otro Wayne, ignorando que había sido espiada por magos.

Dos niños nacidos en el tiempo de los pescadores, bajo el cometa de cola de plata.

Erik podría haber sospechado de uno, pero no del otro. Charles hizo todo lo posible por borrar las huellas del paso de Howald al Edén, quedándose con Anthony quien se convirtió en el hermano menor de Dawid. Como hijo mestizo, su relación con la magia sería nula, un defecto que fue más bien una bendición cuando los últimos Thanagarianos exploraron los cielos rastreando magia élfica. Trompetas sonaron en Tierra Santa por todos los reinos anunciando la derrota del Legado, alabando a la Ley como regente del nuevo mundo. Junto a los festejos que hicieron los Meta Humanos, se unió una noticia nada agradable para Charles: la esposa de Erik estaba esperando a su primer hijo.

—No deberías cargar con estos lamentos, Lilandra.

—Estoy contigo no porque siempre haya luz en ti, Charles. Mi cariño no tiembla ante las adversidades.

La reina de las Dríadas borraría una vez más sus lágrimas sin nunca reclamarle esas noches que dedicaba a la traición y olvido de Erik. Su interés por su antiguo hogar se borró con el paso del tiempo, viviendo solamente para el Edén, educando a Dawid y Anthony como hijos suyos. El nacimiento de Pietro Magnus, el primogénito del Gran Maestre, marcaría el fin de la Guerra Santa y también el momento en que Charles por fin pudo abandonar esa silla en la que había estado confinado por tanto tiempo. Quedaría en su espalda la marca de aquel tronco pesado que había caído sobre él, que de vez en cuando le dolería, manteniéndolo postrado por unos días en cama. Pero sería todo. Su pequeña escuela de magia también comenzó una vez terminada la guerra, y a diferencia de Tierra Santa, él no rechazaría a ningún estudiante sin importar su origen o raza.

Ni tampoco dejaría de temer a su primogénito.

Dawid era un niño tranquilo mientras algo no le alterara demasiado, cuando algo salía de su control, parecía convertirse en alguien más. El cariño que le rodeaba lo devolvía a sus cabales, pero Charles veía en esos arrebatos un peligro inminente que le hacía angustiarse. Sellar su magia no impediría que continuara siendo un Niño Profecía, esas palabras pronunciadas por el Rey Agamemno, repetidas al Maestre Xavier por boca de Jean de Grey en una sesión de adivinación. El mismo rey del cual descendían el pequeño Anthony y el pequeño Bruce. Charles se lo había dicho a Erik alguna vez bajo la sombra de ese roble que ya no existía más. Los magos jugaban a moldear la fuerza de la que brotaba la magia, que los elfos llamaban la Fuente, sin embargo, no eran sus amos. La Fuente tenía voluntad propia y cualquier intento de dominarla siempre terminaría en malos augurios.

Un Niño Profecía.

Dos Niños del Cometa.

Los Meta Humanos iban a ser castigados por derramar tanta sangre inocente y no habría nada que lo impidiera. La voluntad de la Fuente no eran los deseos de los seres que habitaban en el mundo. La existencia de Dawid, de Bruce y de Anthony iba a terminar con la muerte de alguno de ellos, o los tres. Charles dedicaría todos sus esfuerzos por tratar de amoldar tal fuerza a un destino menos trágico, debía cumplir su promesa dada a los príncipes elfos. Su vida por la de sus hijos.

En ese esfuerzo continuo durante años, el mago nunca se daría cuenta de que abría una puerta más. Sus anotaciones en un nuevo Grimorium, no verían la luz hasta que el libro no llegara a las manos correctas. 

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