La Guerra Santa (I)

OUDE MAGIE (Magia Ancestral)

Autora: Clumsykitty

Fandom: DC/Marvel AU

Parejas: Stony, Superbat, Cherik, Winterlord, Halbarry, entre otras.

Derechos: pues a escribir sobre cosas que no me pertenecen.

Advertencias: esta historia es extraña como su creadora, angustiosa, cruel y salvajosa. La receta de siempre en un mundo inspirado por The Witcher. Avisados están.

Gracias por leerme.



***


La Guerra Santa.

Primera parte: la Batalla de las Cartas.



Charles observó desde el balcón la forma en que Erik moldeaba el metal, tan concentrado que bien podría lanzarle una piedrecilla y el mago no notaría el golpe sino hasta mucho después. Sonrió al verlo tan dedicado a mejorar sus encantamientos, su fuerza de espíritu. El joven mago bajó su mirada a sus propias manos que acarició, recordando lo que las manos de su amante habían hecho la noche anterior entre escandalosos susurros de amor. A su alrededor, figuras se movían de un lado para otro, construyendo paredes, techos, cúpulas, atrios... todo cuanto había sido planeado con anterioridad. Era la primera parte de un proyecto arquitectónico de gran escala que ambos habían soñado: una escuela de magia. La mejor. Muchos los tomaban por soñadores ante semejante idea que podría rebasarlos, pero si algo podía tener con certeza el Maestre Charles Xavier, era la voluntad de acero que poseía Erik Magnus para alcanzar metas.

—Maestre —un aprendiz de nombre Hank hizo una reverencia al acercarse— Tenemos una carta del Sur.

—¿Qué sucede?

—Un dragón, Maestre Xavier.

Los magos eran un grupo poco numeroso que estaba habitando lentamente ese continente, los herederos de aquellos primeros humanos que los elfos habían adoptado para enseñarles los secretos de la magia. Con el paso del tiempo, estos magos dejaron los bosques sagrados para fundar sus propias ciudades, ayudar a los reyes a gobernar o crear escuelas donde más humanos pudieran aprender hechizos, maldiciones, encantamientos y curaciones. De eso habían pasado ya siglos, todos esos magos habían pasado sus conocimientos a sus hijos o sus pupilos. Conforme las escuelas de magia fueron apareciendo, también hubo un nuevo descubrimiento: la sangre mágica. No todos los humanos eran aptos para aprender de la magia, ni todos podían completar el entrenamiento. Aquellos con la sangre mágica comenzaron a ser separados del resto, e incluso se formaron linajes de magos.

Y también aparecieron los conflictos.

No todas las criaturas mágicas vieron con buenos ojos que los humanos aprendieran secretos que habían pertenecido por eones solamente a los hijos de la naturaleza o los elementales. Pero la inocencia y vida efímera de los humanos enterneció a los elfos, quienes los tomaron como aprendices de sus secretos. Los dragones tuvieron ideas muy diferentes. Ellos veían codicia, avaricia y envidia en los corazones de aquellas criaturas mortales tan enfermizas que comenzaban a multiplicarse por todo el vasto territorio, cortando árboles para hacer casas de piedra, bloqueando ríos para hacer presas. Cazando criaturas mágicas para convertirlas en sus mascotas. Así que de vez en cuando un dragón azotaba pueblos humanos con el fin de recordarles su lugar en aquel mundo.

—Es cerca del Bosque de las Dríadas —observó Charles luego de leer la carta que Hank le había traído— ¿Por qué ellas no lo han detenido?

—No lo sé, excelencia.

—Atenderé este asunto. Gracias, Hank.

El joven mago tomó su caballo para ir hacia el bosque, era una travesía ligeramente larga pero que agradecía para distraerse. No había mucha actividad en aquel incipiente edificio que un día sería la mejor escuela de magia, así que ocuparse resolviendo diferencias entre humanos y dragones sería una buena forma de pasar el tiempo. Además, gustaba de visitar a la reina de las Dríadas, Lilandra. Haciendo unas cuantas paradas en villas distantes entre sí, el Maestre Xavier tocó la frontera del bosque una húmeda mañana de primavera. Las Dríadas, al reconocerle, de inmediato lo llevaron ante su reina. Lilandra le invitó a su hogar dentro de un enorme tronco de árbol donde le fueron ofrecidos frutos jugosos con savia, los alimentos de aquellas criaturas mágicas.

—¿A qué debo el placer de tu visita, Charles?

—He venido por el asunto del dragón.

—Oh, eso —Lilandra le sonrió, acomodando sus cabellos— Lo siento, Charles, pero sería mejor si dejaras aquello en paz. Que sea resuelto únicamente por quienes están involucrados.

—Pues una de las partes solicitó nuestra ayuda, del Cónclave.

—Los humanos.

—Yo soy humano.

Lilandra rio. —Siempre has sido malo para mentir, Charles.

La reina no mentía. Charles pertenecía a ese linaje puro de magos por lo que su sangre ya no era ni remotamente cercana a la humana, aunque tuviera su apariencia. Y, por si fuera poco, la madre del joven mago había sido una sirena que se enamoró de un mago a quien conoció en las costas del este, después de su peregrinación el otro continente para conocer a sus pares. El Clan Xavier podía presumir de poseer la magia más pura en sus descendientes por todos los seres que pertenecían a la familia, hasta se decía que habían cambiado el origen humano, poniendo a un elfo como el primer Xavier. Charles no prestaba mucha atención a toda la parsimonia alrededor del nombre de su familia, como tampoco podía negar el origen de su madre. Una hermosa sirena que siempre cantó para él hasta el día de su muerte, siguiendo a su padre quien ya tenía canas cuando la conoció.

—¿Qué fue lo que sucedió, Lilandra? ¿Puedes decirme?

—Sabes que Ego es un dragón que viaja por todo el mundo, y todo el mundo es su madriguera. Por eso es un Dragón Celestial.

—Continúa.

—Tan solo vino a descansar con nosotros, paseándose por la parte Sur donde hay campos de pastos altos que le gusta sentir contra sus escamas al recostarse. Humanos lo encontraron durmiendo y lo atacaron con lanzas y flechas porque deseaban reclamar esos campos para ellos mismos. Ego los hizo cenizas.

Charles suspiró, jugando con el cuenco entre sus manos. —¿Sabes de dónde provenían esos humanos?

—Son de los recién llegados del mar, que vienen con ese hombre llamado Thakorr. Están ofendidos por la acción de Ego.

—¿Dónde está el dragón?

—Se ha marchado, yo se lo aconsejé, Charles. Los dragones son vitales en nuestro mundo, como todas las criaturas mágicas que ahora los humanos llaman monstruos. Un nombre tan pueril como doloroso.

—Iré con Thakorr, sé que me escuchará. Tengo entendido que ha contraído nupcias con la hija de un regente del Este, su humor puede ser gentil en estos momentos.

—Te acompañaré en tu travesía por el bosque, eres un visitante querido.

—Gracias, Lilandra.

El Bosque de las Dríadas además de ser el segundo bosque más extenso del continente, tenía un efecto tranquilizador que a Charles le gustaba, porque dejaba descansar su mente que por la magia siempre estaba activa. Uno de los dones que su madre sirena le había obsequiado por su sangre, era el de poder leer la mente de los demás, secretos que incluso fueran escondidos por encantamientos. Por ello se había dado cuenta de que Lilandra sentía una atracción hacia él, un cariño que el joven mago no quería lastimar por ser tan puro y bueno con un rechazo tajante. Charles ya tenía alguien en su corazón, ese orgulloso y terco mago que estaba buscando ser el amo absoluto del control de todo metal y sus energías. No estaba seguro si la reina ya lo intuía, esperaba que sí para que fuese más sencillo.

—¿Cómo va todo con la escuela?

—Lento, más de lo que Erik quisiera. Dice que, en lugar de tratar de dominar los metales, debió aprender cómo moldear la roca.

—Ustedes los magos nunca están satisfechos —comentó Lilandra en un tono extraño, esbozando una sonrisa mientras caminaban por entre enormes raíces de árboles— Podría ir contigo hasta donde el humano, dos voces pueden ser más contundentes que una.

—Nunca he sido partidario de arrancar a una criatura mágica de su hogar, menos para resolver un asunto que nunca pidió aparecer. Como te dije, puede ser que yo no sea tan humano, pero siguen siendo mis hermanos y por lo tanto me siento responsable por sus ofensas. Le enviaré una carta a Thakorr para adelantar mi llegada como sus palabras.

—Es una buena idea. Brillante como siempre, Charles.

—Se debe al bosque, su aire limpio trae mejores pensamientos a mi cabeza.

—Tal vez deberías considerar quedarte aquí para siempre.

Charles sonrió, desviando su mirada. La magia de una Dríada podría ser lo suficientemente convincente para confundir un sentimiento y el joven mago estaba consciente de ello, no podía perderlo de vista porque había hecho una promesa en una noche de otoño bajo un viejo roble donde le juró a Erik Magnus que siempre le amaría por sobre todas las cosas. Juntos cambiando el mundo para hacerlo mejor uniendo ambas magias. Erik tenía un temor, pues era el primer mago de su familia, había nacido con la sangre mágica en un pueblo olvidado en el Oeste donde su padre perdió la vida en una pelea contra los Skrull, demonios que llegaban en la noche disfrazados con rostros amados. Su madre y él habían sido prisioneros de los Skrull hasta que magos del Cónclave llegaron a rescatarlos, uno de ellos reconoció el poder en Erik y lo educó con permiso de su madre.

Fue en el Cónclave donde Charles lo conoció, ambos estudiantes torpes, salvo que a Erik siempre le dejaban las tareas más duras por no ser de linaje puro como Charles. Con el paso de los años esa amistad se convirtió en amor y el Maestre Xavier, una vez que se graduó, prefirió seguir ese sueño con el Maestre Magnus en lugar de volver con su familia en las tierras al Este. Luego de la muerte de la madre de Erik, ese temor que Charles le abandonara se acentuó, pero fue cuando hizo ese juramento que selló con caricias y besos hasta que el sol los descubrió tendidos en el suelo. Incluso había convencido a su hermano Caín de unirse a la causa de Erik para demostrar cuan fuerte y buena era. Así era de fuerte el cariño que tenía por aquel mago, no podía cambiarlo por la tranquilidad que le ofrecía ese bosque mágico o la lealtad que Lilandra estaba dispuesta a entregarle.

—¿Ustedes no han tenido problemas con los humanos? —preguntó Charles, desviando la conversación.

—Un poco, aun nos temen y eso es bueno.

—Que las apreciaran sería mejor.

La reina rio. —Hay ocasiones en que es mejor el temor al amor, Charles.

Siguieron hablando de otros temas, mientras eran escoltados por más Dríadas en sus trajes hechos con hojas y cortezas, sus cabellos tejidos con ramas. El tiempo se movía diferente en el bosque, por lo que el joven mago sabía que unas horas ahí eran como días afuera. Para cuando tocaron la frontera sur, su carta enviada con un halcón ya había sido recibida y leída. Charles se despidió de Lilandra, de quien recibió una bendición mágica para su camino como una bota de savia para no pasar sed en su camino por los campos ahora secos por el fuego del Dragón Celestial. No había quedado nada de los cuerpos carbonizados, el viento ya se había llevado las cenizas, dejando únicamente ese norme círculo negro como testigo de la masacre. La bahía de Thakorr estuvo a tres días más de recorrido, con los guerreros esperándole ya para escoltarlo con su líder.

—Maestre Xavier, su carta llegó como un embajador solícito —habló Thakorr, sentado en un trono hecho de algas y cuero— Debe saber que ya tengo mi opinión al respecto.

—Y que ahora escucharé, Lord Thakorr, no dejemos pasar más tiempo.

—Esas criaturas juegan con nosotros, los humanos. Dicen que podemos vivir en armonía, pero nos tienen a todos viviendo en las costas, mendingando por un alimento oculto en sus bosques y madrigueras.

—Atacar a un dragón que está descansando tampoco es la mejor de las ideas.

—¡Es nuestra tierra! No matamos a nadie por ella, pero el dragón sí que lo hizo.

—Lord Thakorr, jamás escuchará disculpa alguna del dragón, ellos no son así.

—No, no espero su disculpa, quiero su cabeza para usarla como mi trono.

—¿Trono?

—Seré rey, mi gente me apoya como la de mi esposa. ¿También debo pedirles permiso a los magos para ello?

—No, mi buen señor. Entonces estará de acuerdo con que asesinar a una criatura sagrada no es la mejor manera de comenzar un reino.

—Maestre Xavier, es la mejor forma de bautizar estas tierras.

Debatieron por otro par de horas más hasta que Charles pudo convencer a Lord Thakorr de tranquilizar a su gente mientras recibían un pago por los muertos por Ego. Pensaba usar algo de la fortuna familiar, ningún dragón cedería un tesoro así le fuera la vida en ello y menos ese Dragón Celestial. Un poco de su herencia a cambio de paz no era mala idea. Escribió cartas a Lord Thakorr para mantener viva esa promesa de no agresión a ninguna criatura mágica, a su familia para que le enviara un cofre de monedas de oro, y luego otras tantas misivas a los elfos guardianes de los Bosques del Susurro cuando éstos cortaron el paso a la gente de Thakorr por considerarlos una amenaza debido a su furia contra los dragones. De pronto el escritorio del joven mago se llenó de tantas cartas que incluso sus pupilos le hicieron bromas diciendo que un día lo encontrarían enterrado bajo ellas.

—Te estás tomando demasiado en serio tu papel de mediador, Charles —se quejó Erik cuando vio todo aquello— Deja que ellos lo resuelvan.

—Quieren hacerlo cazando a Ego.

—Ego se lo buscó.

—Erik, no —Charles frunció su ceño— Prometimos...

—Si ellos se acataban a las nuevas reglas, cariño. Gobernaron este mundo por eones, ahora es el turno de humanos y magos de hacerlo. Ley de la vida, ¿lo olvidas? Nada es inmutable.

—Excepto tu terquedad.

Magnus rio, rodeando el escritorio para arrodillarse a un lado de Charles.

—Tratar de mantener a todos contentos hará que todos se enojen, amor mío. No es así como se gobierna.

—¿Gobernar? ¿Erik, qué...?

—Sshh, lo sabes, cuando tengamos esta escuela lista, vamos a hacer los nuevos amos del mundo.

—Erik...

—Yo escribiré ahora —dijo este, tomando papel y pluma mágica— Veremos si esos elfos susurrantes ignoran mis mandatos.

—Por favor, sé amable.

—Solo contigo puedo serlos. Los demás deben ser comandados acorde a su nuevo lugar.

¿Cuántas cartas volaron por los cielos en las garras de halcones? Incontables. Durante varios meses todo intento de agresión fue apagado por un pliego enrollado de papel con la firma de Erik o de Charles, quien se dio cuenta que el Cónclave estaba completamente del lado del Maestre Magnus en el asunto de la ejecución de Ego con tal de calmar la ira de Thakorr. El autonombrado rey de las costas sur aún quería la cabeza del dragón para su trono. Los elfos del Bosque Susurrante escribieron una carta con un ultimátum: cualquier intento de agresión de un mago hacia las criaturas mágicas se consideraría como una afrenta para ellos y, por ende, sería declarada una guerra.

—¿Por qué el Cónclave apoyaría la muerte de un dragón? —preguntó Mystique cuando estaban cenando a solas.

—Porque Lord Thakorr ha prometido surcar los mares en busca de tesoros mágicos para ellos a cambio de que bendigan a su esposa cuando llegue el momento de la llegada de su primogénito, y porque es quien tiene de momento las huestes más numerosas para atacar. No puedes provocar a un enemigo potencial.

—¿Qué ganan los elfos metiendo sus narices en donde no son llamados?

—Una de sus leyes sagradas es el cuidado de toda vida, pequeña o gigante. Los dragones son considerados por ellos como los portadores de la vida —explicó con un suspiro el Maestre Xavier.

—Y nosotros los consideramos portadores de la muerte. Nunca he sabido de un dragón ayudando una buena causa o trayendo prosperidad a un pueblo.

—Si te refieres a los hogares de magos, es verdad.

—Creo que los dragones nos temen.

—Mystique, ellos pueden desaparecernos si quisieran.

—¿Lo dices en serio?

—Claro, puede que ahora estén dispersos. Más si llegan a llamarse entre sí, no querrías vivir para el día en que todos los dragones decidan hacernos carne asada.

—Mejor que se mantengan dispersos.

—Así es. Por eso no deben molestar a Ego.

Charles nunca imaginaría que sus palabras serían repetidas a Erik por boca de Mystique, y las nuevas cartas enviadas ya no tendrían disculpas o palabras tranquilizantes. Ahora buscaban unir las fuerzas de todos los magos para comenzar a exterminar a los dragones antes de que estos formaran un ejército que no podrían detener. Había varios poderosos cuyas cabezas comenzaron a tener precio en secreto. La del Dragón Celestial fue una de ellas, sino era que la más cara de todas. El Maestre Xavier intentó de nuevo calmar todo visitando a los elfos quienes lo escucharon en buena medida porque sabían de la herencia materna corriendo por sus venas. Cuando Charles dejó el bosque con la esperanza de que todas esas cartas amenazantes pararían de escribirse, se topó con Ego en un páramo.

Sin ninguna advertencia, el dragón le lanzó fuego.

El que murió fue el caballo que el joven mago montaba antes de que lo tumbara al suelo al levantar sus patas delanteras y relinchar por última vez. Un escudo creado por cuchillas de metal protegió a Charles de perecer carbonizado. Erik lo había seguido para escuchar que decían los elfos del tema, atestiguando el ataque de Ego y la posterior aparición de los elfos que rodearon al dragón con armas listas mientras Erik llegaba a un atónito Charles, atemorizado por la criatura a la que jamás había intentado lastimar y sí proteger con todos los recursos que tenía a la mano. Lanzas élficas apuntaron a ellos, bien dispuestas a atravesarlos si tan solo intentaban un hechizo en contra de Ego.

—Charles, tu hombro —la mirada de Erik fue de ira al notar la quemadura que descubría su piel.

—Erik, no, no, no, ¡ERIK!

Flechas de elfos surcaron el cielo para caer sobre ellos, pero las cuchillas las cortaron, volando hacia los guerreros en la primera fila que perdieron la vida. Cuando los elfos intentaron usar sus lanzas, éstas parecieron tomar vida propia, empalándolos alrededor del dragón quien rugió, arrojando una poderosa llamarada de fuego contra ambos magos. La tierra se cimbró, los ojos de Erik brillaron al levantar sus manos en contra de Ego, enviando todo pedazo de metal contra esas impenetrables escamas. Charles juró que nada lastimaría al Dragón Celestial. Fue la primera vez que se equivocó con respecto al Maestre Magnus, porque Ego aulló al cielo antes de caer muerto con su cabeza degollada por una banda de cuchillas que cercenó su largo cuello. La mirada de Charles siguió esa cabeza rodar colina abajo hasta los pies de Lord Thakorr, detenida por las lanzas de los hombres de las costas.

—¡Lord Thakorr, yo, el Maestre Magnus, ¡te nombro auténtico Rey y pongo como corona la cabeza de este dragón! —gritó Erik, jadeando por el esfuerzo.

—Dime que anhelas, Maestre —respondió Thakorr sonriendo complacido.

—Fundar reinos con la cabeza de un dragón.

—Erik... —Charles abrió sus ojos, estupefacto y temblando de pies a cabeza.

—Se acabó mi tolerancia a estas criaturas. ¡Somos los magos quienes ahora dirigimos el mundo!

Charles no pudo llorar sino hasta que estuvo en su cama, con el hombro vendado y escondiéndose entre almohadones con un miedo floreciendo en su interior. La magia de Erik ya no era normal, como tampoco sus pensamientos. Una sombra comenzó a asomarse y tuvo el amargo presentimiento de que estaba perdiendo al hombre que había jurado nunca dejaría de amar. 

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