El falso herrero
OUDE MAGIE (Magia Ancestral)
Autora: Clumsykitty
Fandom: DC/Marvel AU
Parejas: Stony, Superbat, Cherik, Winterlord, Halbarry, entre otras.
Derechos: pues a escribir sobre cosas que no me pertenecen.
Advertencias: esta historia es extraña como su creadora, angustiosa, cruel y salvajosa. La receta de siempre en un mundo inspirado por The Witcher. Avisados están.
Gracias por leerme.
***
El falso herrero.
"Como en las deudas, no cabe con las culpas otra honradez que pagarlas."
Jacinto Benavente.
El muelle Khyrle rebosaba de actividad, entre comerciantes que bajaban sus mercancías de los barcos antes de anclarse a puerto y las personas buscando el mejor pescado fresco para el día. Uno de los fuertes del Reino Santo de Namoria Atlantis era su actividad pesquera, que muchos decían estaba bendecida por el mismísimo Templo gracias a que en viejos tiempos el primer rey, Thakorr, defendiera aquel territorio de las crueles garras de un dragón. Todos los barcos pesqueros del reino siempre llegaban rebosantes de todo tipo de pesca en los tiempos correspondientes y aquel día no iba a ser la excepción, salvo esa carga que fue separada por guardias Namorianos apenas tocó el muelle. Los enormes cajones que parecían traer excelentes pescados y mariscos fueron tirados por cuadrillas de inquietos caballos.
—¡Vamos que no tenemos todo el día! —gritó el capataz, azotando su látigo en el aire— Debemos llevarlos al hielo antes de que marchen a Latveria.
—Será culpa nuestra que a buena hora decidieran hacer una fiesta —comentó a modo de queja uno de los cargadores, atando una caja al arnés de los caballos.
—¡Poco te importa! ¡Han pagado bien por estas cajas y eso es todo lo que debe interesarte!
—¿Fiesta? ¿Por eso quieren tanto jodido pescado? —preguntó otro cargador.
—Sí, para la madre del rey, me parece.
—¿Qué no estaba muerta?
—Yo también pensé lo mismo, pero ya viste que no. Y su hijo le hace una fiesta de cumpleaños.
—Ah, los reyes y sus caprichos. Menuda fiesta será si han pedido tantas cajas.
—¿No saben? —un tercer cargador se acercó a ellos— Esta fiesta es especial porque no solo es el cumpleaños de la reina madre, es aniversario de la fundación del reino y es el tiempo medio de primavera. Se trata de la Cornucopia. Tiempos de abundancia —su voz bajó a un susurro, atrayendo a los dos cargadores que prestaron atención— y para que Latveria siga siendo tan rica y poderosa, la Cornucopia debe honrarse siguiendo una tradición que el Rey Thakorr decretó. Cada celebración real obliga a la familia reinante a bajar a las catacumbas donde el primer rey dejó unos rollos sellados. Deben tomar en orden cada uno, abrirlo en público y leer en voz alta la voluntad de Thakorr para esa festividad.
—Que te lo has inventado —bufó el primer cargador.
—No, yo también he escuchado de eso —defendió el segundo— No son cosas tan difíciles de cumplir: cazar un venado en luna llena, ofrendar semillas al fuego en el Templo... No se sabe lo que Thakorr escribió en todos los rollos, así que es una sorpresa.
—¿Cómo el Primus Mirum?
—Puede ser, supongo que el decreto secreto de la Cornucopia es muy especial.
—Exacto, esos rollos estaban originalmente en otro estante en las catatumbas, pero cuando pasó lo de la invasión élfica, la explosión arriba en el palacio derrumbó el estante con esos rollos y se revolvieron. Así que ahora no saben cuál es su orden.
—Oh, oh, creo saber por dónde vas. Si toman el rollo que no corresponde, la Cornucopia se maldecirá y Latveria puede caer.
—Sí. Así es.
—¿Acaso a nadie se le ocurrió anotar cómo iban esos rollos por si acaso?
—Ah, pues resulta que lo hicieron varios, esos documentos se perdieron en tiempos de la Guerra Santa. Solamente quedó un registro que no está aquí, en este continente.
—¿El Edén?
—Yo escuché de buena fuente que mandaron pedir consulta sobre esos rollos y así tomar el adecuado.
—Me gustaría tanto conocer el Edén. Dicen que es parte del mundo antiguo.
—Yo he escuchado que puedes viajar en el tiempo ahí.
—Pues yo he oído a gente decir que hay monstruos caminando libremente por ahí.
—¡Mentiras!
—¡USTEDES TRES! ¡LES PAGO PARA TRABAJAR, NO PARA COTILLEAR!
Buck miró de reojo a los tres humanos corriendo a las cajas para terminar de cargarlas mientras él terminaba de asegurar esos arneses en los flancos de los caballos cuyas crines acarició antes de dejarlos. Usualmente esa clase de chismes no le interesaban, pero la mención del Edén ayudando con la voluntad secreta del rey Thakorr atrajo su atención. Suerte que nadie reparaba en su persona. Cabellos largos que solían cubrir los flancos de su rostro, barba descuidada que rasuraba poco, ropas sucias por el trabajo en las fraguas y claro, ese brazo izquierdo ausente que provocaba lástima. Nunca se quitaba su gorro frente a los demás, alegando que tenía una horrible quemadura que dejaba ver su hueso. Era una pequeña mentira para ocultar bajo el gorro sus orejas de elfo.
Un elfo en medio de Comunes.
No había sido por decisión de Buck, sino por la Guerra Santa que para esos humanos había ocurrido hacía muchísimo tiempo. Para él, apenas ayer. Era parte de los arqueros del Bosque Susurrante, bajo el comando de O'livier Flecha Verde, el mejor arquero del reino. Buck pertenecía a su grupo de élite, un joven elfo que aspiraba a llegar a capitán cuando estalló la guerra. Su lealtad a su reino lo hizo quedarse detrás de sus amigos y compañeros de armas para mantener cerrado un portón que impedía el acceso a los Meta Humanos. Ellos lanzaron un hechizo y el portón estalló en cientos de pedazos, igual que su brazo por la fuerza de la explosión. Buck fue enviado río abajo, inconsciente como herido de gravedad. Rescatado por las Dríadas, se halló luego sin su brazo izquierdo, alejado de Flecha Verde con los magos exterminándolos por todo el continente.
Tuvo miedo, y ocultó su esencia de elfo como sus orejas al huir hacia el Sur, quedándose atrapado en Namoria Atlantis cuando las fronteras tuvieron a esos magos atentos a cualquier aparición en los barcos que marcharon rumbo a Tierra de Arenas Infinitas. Desde entonces, Buck se dedicó a no morir de hambre, convirtiéndose en un herrero al que llamaban de vez en cuando por lástima al ser un inválido. Nunca más podría usar un arco ni defender a su reino ya extinto por ese mismo ejército que veía pasar por las calles enlodadas de su villa, cercana a los puertos Namorianos. Era una deshonra, un partisano, lo mejor que podía hacer era morir y esperaba eso cuando los magos a veces aparecían cerca de su fragua persiguiendo a los monstruos que tenían la desgracia de aún existir en Tierra Santa.
—¡Hey, tú, herrero! ¡Este caballo necesita una nueva herradura!
Buck asintió, no solía hablar mucho con los humanos, entre menos le conocieran o ubicaran era mejor. Siempre le costaba mantenerse ecuánime al escuchar cómo pisoteaban la memoria de su hogar con cuentos tan falsos que los Meta Humanos habían esparcido igual que su peste. Al menos los caballos lo apreciaban, y por ello no le había faltado las monedas suficientes para comer. Un triste final para un arquero élfico, lo sabía muy bien. Tampoco nadie se le había acercado intentando algo con él, siempre era mal visto un defecto como no tener un brazo, si no era que en algunas villas hasta lo consideraban de mal agüero, impidiéndole la entrada. Buck podría enojarse, más lo agradecía porque era parte de su constante intento de ser una sombra en aquel reino.
—... hijo, apresúrate y no mires a ese hombre, puede darte mala suerte...
Más pronto de lo que esperaba se acostumbró a esa clase de desprecios que iban también de su parte hacia los Comunes tan frívolos y avariciosos. Cuando terminó su encomienda, Buck tomó sus herramientas que echó en un saco de cuero viejo, recibiendo sus monedas antes de salir del muelle, cruzando un puente hecho de tablones de madera hacia la playa. Habían caído lluvias inesperadas, bastante fuertes para ser simples lluvias estacionarias, más como si algo sucediera. Él no había aprendido la lectura de los signos en los elementos para ser capaz de leer lo que esas lluvias decían, solo tenía esa intuición sobre algo que iba a cambiar el rumbo de las cosas. Buck esperaba con todas sus ansias que de todo lo que fuese a suceder, su muerte pudiera ocurrir ya.
Tirando de su mula, dejó la playa hacia el camino angosto que serpenteaba por las colinas tierra adentro. Fue a paso tranquilo, apenas haciendo paradas al lado para comer o dejar descansar a su mula. Además de arquero, había sido muy experto con las dagas, un talento poco usual que venía muy bien para cuando las flechas o el arco se rompían. Cuando tenía dos brazos, cuando era un valiente guerrero elfo del Bosque Susurrante de nombre Jaymes de Barns. Su armadura ya se la había tragado el mar, igual que sus sueños, siempre evasivo y oculto en su fragua a las afueras de la villa junto a una casucha en la que a veces los ladrones invadían sin encontrar nada de valor, salvo comida recién hecha. Tampoco se defendía de sus ataques, recibiendo en silencio los golpes y patadas con unos cuantos escupitajos hasta que la rabia de sus atacantes se disipaba, convirtiéndose en lástima por su estado.
El viaje de regreso tuvo una sorpresa para Buck, quien contaba con refugiarse dentro de su hogar de tablas llenas de musgo, con aroma a sal por las siguientes horas en las que bebería el vino comprado por el camino. Frente a su fragua, había una docena de jinetes de la guardia real Namoriana. Su primer instinto fue tomar sus dagas ocultas bajo sus ropas y lanzarlas para tener oportunidad de correr, se forzó a tomar aire, caminando junto a su mula hasta que llamó la atención de quien parecía el capitán de todos ellos, bajando del caballo al verle acercarse. Podrían ser varias las razones para que ellos estuvieran ahí, Buck confió en que fuese alguna de las más comunes, como una herradura o simplemente preguntar por alguna dirección.
—¿Eres el herrero?
—Sí.
—Vendrás con nosotros, toma las cosas que necesites para reforzar jaulas.
—¿Jaulas?
—¿También eres sordo?
No se hizo del rogar, dejando descansar a su mula mientras tomaba herramientas más pesadas con algo de comida por si acaso esos guardias olvidaban que necesitaba llevarse algo a la boca. Estaba agradecido que fuese un trabajo de último momento, pero no con ellos.
—Estoy listo.
Ya era madrugada cuando llegaron a Puerto Grande, el principal de todos los puertos del reino donde estaban esos poderosos navíos de guerra cuyas velas ya estaban desplegadas. Buck se dio cuenta que no era el único herrero traído lo más pronto posible. Había más como él, trabajando en esas largas jaulas vacías, como en los rieles y candados para ellas. No preguntas o las espadas de los guardias iban a ser sus únicas respuestas. Se apresuró a ayudar a un anciano que estaba terminando de unir un candado a una de las jaulas, apenas si mirándole al unirse a su trabajo. Algo no estaba bien, que la flota Namoriana estuviera desplegada a tales horas y que hubieran llamado a tantos herreros con jaulas solamente le hizo pensar en una nueva caza de monstruos.
De pronto, por un costado, aparecieron jinetes entre murmullos apagados, metros atrás de ellos les seguían un ejército que hizo a muchos de los herreros temblar al verlos. No era para menos. Vestían armaduras de metal en color verde oscuro, con capas que tocaban el suelo fangoso y capuchas que apenas dejaban ver sus máscaras de metal grisáceo de expresiones grotescas. El miedo de aquellos humanos no era injustificado, Buck también se sorprendió al notar que debajo de esas armaduras había un ser vivo deforme, nacido bajo hechizos oscuros para unirle al metal que protegía su cuerpo. Una de las tantas infamias que los Meta Humanos hacían, jugando a ser amos de la vida con su magia absurda a la cual pretendían dar forma a su antojo.
—¡Terminen!
Los herreros volvieron a su labor, mirando por encima de su hombro con miedo como ese ejército de metal iba repartiéndose en las jaulas que fueron cerrándose. El elfo notó algo en su pecho, un símbolo conocido más por costumbre que otra cosa. Latveria. Aquellos soldados venían de Latveria, para subir a barcos Namorianos. No podía hacer preguntas si apreciaba su cuello, más no tuvo necesidad de ello, porque los guardias eran bocones, sobre todo si el vino ya comenzaba a subírseles a la cabeza.
—... aprisa, que Ciudad Madre está lejos...
Iban a Tierra de Arenas Infinitas, a su capital. El hogar del Jerife Iskandar Luthor.
¿Para qué quería ese cruel mago semejante ejército?
Buck tensó su cuello, apretando sus dientes al imaginarlo. Sí, volverían a cazar a las criaturas mágicas, dejando solamente esos experimentos infames de magia prohibida que tanto hacían por aquel continente. ¿Es que nunca iban a dejarlos en paz? No tenía las respuestas ni tampoco las deseaba ya. Tan solo ansiaba ver un día que todo eso se les escapara de las manos y tuvieran un fin que merecían por haber derramado tanta sangre inocente, incluso matándose entre ellos por el poder que su magia adulterada les hacía creer que tenían.
Las jaulas terminaron de ser levantadas y puestas dentro de los barcos que partieron en silencio, antes de que llegara el amanecer. Ellos recibieron su pago en monedas, ahuyentados casi a golpes del puerto con la orden de no mencionar nada ni hacer preguntas estúpidas. Todos partieron a sus respectivos hogares, el anciano con el que había trabajado le tendió una hogaza de pan con una mirada compasiva. Buck quiso tirarlo al suelo, pero lo aceptó porque moría de hambre, convidándole un poco a su mula. Volver a casa le tomó parte de la mañana, prefiriendo dormir que prepararse algo de comer. La flota Namoriana era rápida, no tanto como se decía eran los cazadores de Black Manta, pero estaban cerca. No tardarían en rodear Themyscira e ir a Ciudad Madre, tan solo era cuestión de días.
—No tiene caso —se dijo a sí mismo— Ya no debo pensar en ello.
Acariciando su mutilado hombro izquierdo, se dedicó a terminar sus labores pendientes el resto del día, y de los siguientes que pasaron con la misma monotonía de siempre. Una mañana vio entrar a su fragua a una pequeña niña que llevaba en sus manos un cuenco con leche recién ordeñada de cabra.
—Becky, ¿qué haces aquí?
—Te traje esto.
—¿Qué no deberías dárselo a tu hermanito recién nacido?
La niña negó, apretando sus labios al verle con ojos grandes. —Es que nos vamos.
—¿Se van?
Con una mano delgada, Becky se limpió esa mugre que nunca dejaba su rostro.
—Padre fue llamado a trabajar lejos. En otro reino.
—Van a una tierra mejor.
—No —la pequeña volvió a sacudir sus cabellos despeinados— Es por una fiesta, necesitan muchas manos haciendo masa.
—Creo que te refieres a la fiesta de Latveria —Buck se puso en cuclillas frente a ella— Te volveré a ver, en tal caso, mi señora.
El título hizo reír a Becky. —A lo mejor también piden herreros.
—A lo mejor. Cuídate mucho, Becky... y para nada te separes de tu madre.
—¿Puedes cuidar de Lambert por mí?
—Sabía que había una razón para esta leche fresca.
—¡Padre no quiere llevarlo y morirá solito!
—Está bien —Buck suspiró— Cuidaré de tu cordero.
—No te lo comas.
—Oh, me atrapaste.
—¡Buck!
—Que tengas un buen viaje, pequeña Becky —el elfo posó su mano derecha sobre la cabeza de la niña. Que la tierra te proteja de las perversiones de los magos. Sonriéndole— No lo olvides, jamás te separes de tu madre por nada.
—Recuerda alimentar a Lambert.
—Lo haré.
Becky sonrió más tranquila, dándole el cuenco y abrazándole con un beso en su mejilla.
—Si pasamos por El Templo, le rezaré a los Santos para que te den un nuevo brazo.
Buck sonrió a fuerzas, conteniendo las ganas de proferir cuantas maldiciones recordara. Dejó ir a la pequeña, mirando el cuenco por largo tiempo antes de ponerse de pie y seguir trabajando, golpeando con rabia el metal que trabajaba. Los humanos solían llamar Santos a los Meta Humanos, un nombre que al elfo se le antojaba demasiado soberbio para quienes habían masacrado criaturas mágicas y a su pueblo solamente para ser los únicos que conocieran de la magia. Cuando se cansó de torturar el metal con su martillo, tomó asiento cabizbajo, alcanzando el cuenco que bebió dejando un poco para su mula que pareció olfatear que estaba probando algo bueno y fresco. Desde que llegara a ese reino, no se había topado con algún otro elfo. Tal vez ya murieron todos, se dijo un día, o bien estaban en la misma situación que él. Escondidos, amargados, sin esperanzas.
Recordó a Lambert, un cordero famélico que era la mascota de Becky hasta que llegara la necesidad de alimentar todas esas bocas que eran los hijos de su padre, el panadero. Fiesta de Latveria. Solamente el Rey Doom era capaz de hacer una festividad tan enorme y al mismo tiempo enviar un ejército de soldados deformes hacia otro continente para fines no muy claros. Que aquel reino estuviera desplegando semejante derroche de recursos debía tener otro objetivo no claro para los Comunes. Buck pensó en la posibilidad de una no tan discreta declaración de poderío para otro reino más. Los magos y sus constantes batallas por el dominio de Tierra Santa.
Una vez que dejó a Lambert con su mula, fue a su camastro a dormir. Fue una siesta intranquila porque sintió que alguien había entrado a su fragua. Buck abrió los ojos, tomando el cuchillo debajo de su almohada al levantarse descalzo, caminando fuera de su casa para mirar quien era ahora el que deseaba hurtarle algo. Grande fue su sorpresa al descubrir que se trataba de un ser que definitivamente no era de ese continente. El elfo se juró que estaba soñando, porque creyó imposible que una guerrera Thanagariana anduviera husmeando entre sus herramientas y el fuego con enorme tranquilidad, como si no temiera que alguien la atacara, lo cual era en parte cierto. Había que ser muy idiota para provocar una mujer halcón con increíbles sentidos.
—Sal de las sombras... elfo.
—¿Quién eres? ¿Qué deseas de mí?
La guerrera le miró detrás de ese yelmo en forma de cabeza de halcón, siempre sosteniendo en su mano derecha el arma insignia de Thanagar, el mazo de picos.
—El viento me ha dicho que ha empujado velas Namorianas rumbo a Tierra de Arenas Infinitas. Hueles a madera de barco Namoriano.
—Estuve trabajando en jaulas que llevan soldados con armaduras de metal encantadas a sus cuerpos deformes.
—Respuestas claras. No esperaba menos de un arquero.
Buck gruñó. —Ya no soy arquero.
—Mi pueblo debe saber de la flota Namoriana, pero yo no puedo volver. Hay búhos siguiéndome.
—¿Qué?
—Puedo abrirte un portal, cerca de mi hogar. Los portales no funcionan en nuestro continente.
—¿Quieres que yo...?
—¿Eres un guerrero o no? ¿Estas fraguas te han hecho cobarde?
El elfo quiso lanzarle uno de sus martillos, teniendo la prudencia de no hacerlo. Desvió su mirada, con su mula y el cordero que se habían asomado curiosos como inocentes.
—Deben venir conmigo, hice una promesa —dijo, señalando a los animales.
—No estarán seguros, pero será costa tuya.
—¿A quién debo buscar?
—A nadie, en cuanto estés en Thanagar, ellos sabrán que yo te he enviado y habrán de escucharte. Di todo lo que me has dicho y todo lo que viste —Shayera sonrió al verlo dispuesto— Sabía que no me decepcionarías, todavía hay en ti el fuego de la lucha.
—Es cansado vivir como un Común.
—Vuelve a ser un elfo —la chica halcón levantó su mazo, haciendo un círculo en el aire. De inmediato se abrió un portal con un círculo de plumas volando alrededor— Hazlo ya, antes de que los búhos lo sepan.
—No defraudaré tu confianza.
—Quizá somos de distintas tierras, pero somos hermanos del mundo antiguo. ¿Cómo he de llamarte?
—Soy... —calló un instante, torciendo una sonrisa— Tan solo dime Buck.
—Buck, que el viento te proteja.
Llamando a su mula y tomando al cordero en su brazo, Buck cruzó el portal. Lambert baló al cruzar y terminar en una pequeña isla con un sol brillante. El elfo se giró, no lejos de aquella isla se observaba en el horizonte una cadena montañosa cubierta por una serpiente de niebla. Viento frío soplaba del Norte, proveniente de la Garra de Hielo. Estaba frente a las costas de Thanagar. Su mula chilló, mordiendo su costado izquierdo para llamar la atención.
—¿Qué...?
Para su mala suerte, justo a un lado de la isla, un enorme barco multicolor estaba detenido.
Devastadores.
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