EL DESPERTAR

OUDE MAGIE (Magia Ancestral)

Autora: Clumsykitty

Fandom: DC/Marvel AU

Parejas: Stony, Superbat, Cherik, Winterlord, Halbarry, entre otras.

Derechos: pues a escribir sobre cosas que no me pertenecen.

Advertencias: esta historia es extraña como su creadora, angustiosa, cruel y salvajosa. La receta de siempre en un mundo inspirado por The Witcher. Avisados están.

Gracias por leerme.



***


EL DESPERTAR.


Los rayos del sol despuntaron por encima de la cúpula blanca de mármol pulido que pertenecía a la nave central del Templo, un nuevo día cuya luz comenzó a tocar las cabezas y hombros de los cientos de peregrinos que recorrían esa avenida central tan ancha que ocho carruajes podían caber en hilera sin chocar entre sí. El camino estaba tapizado por los pétalos de flores que dejaban a su paso cada visitante en ese recorrido fervoroso que hacían al menos una vez al año como dictaba La Ley, pidiendo siempre por la prosperidad de toda Tierra Santa. Cánticos y alabanzas llenaban el ambiente como un murmullo melódico que recorría todo ese camino hasta donde se encontraba el Altar de los Santos, los magos que habían dado su vida para traer la paz y la felicidad de aquel enorme continente, peleando con ferocidad en la Guerra Santa hasta expulsar a los malévolos elfos, soberbios y egoístas.

Mystique, la Suma Sacerdotisa y segunda al mano en el Templo, miró por su balcón hacia el patio central por donde desfilaban los feligreses con sus tributos en flores, animales o granos que dejarían con los sirvientes del templo una vez hecha su petición ante el altar. La mujer sonrió, volviendo a donde sus doncellas para que terminaran de arreglarle sus cabellos azules que peinaron un sencillo pero elegante arreglo con broches de oro y plata igual que los prendedores de sus vestidos. Así partió hacia las salas de visitas donde recibían otra clase de peregrinos, unos que gobernaban alguno de los Reinos Santos y que necesitaba del consejo o rescato de los magos del Templo. Fuese un monstruo, algún elfo hereje y errante o una maldición que no pudo ser controlada. La Meta Humana, como llamaban a su raza, humanos superdotados con el poder de controlar La Ley y su magia, recibió un pliego petitorio que apenas leyó, buscando solamente la información que necesitaba.

—¿Una Viuda Negra? Las creí extintas.

—Milady, le aseguro que es real, tenemos tres mil monedas de oro para pagar —dijo el embajador, un hombrecito temeroso como esquelético que estaba quedándose calvo.

—El Templo acepta el pago. Enviaremos lo que necesitan, así lo dicta La Ley.

El hombre pareció aliviado, haciendo una reverencia antes de partir para dar la noticia. Aquello significaba que Mystique ordenaría el despertar de uno de los Inquisidores, seres nacidos de la magia usando La Ley. Estos Inquisidores estaban hechos para traer el orden y acabar con todo aquello que atentara contra el equilibrio que el Templo mantenía sobre de Tierra Santa. Cuando no estaban peleando contra monstruos o enemigos de La Ley, dormían en lo profundo del Templo a cientos de metros enterrados en féretros de hielo hechizado que los mantenía inmortales igual que los magos que los habían creado. Se decía que eran creados en el vientre de una bestia hembra -casi siempre un tipo de depredador- nacida en una luna de otoño usando el fuego de un trozo de estrella que solía caer en primavera. Fuertes, serios, hábiles con las armas, así como los hechizos; la presencia de uno solo bastaba para controlar todo un Reino Santo.

—¿A quién hemos de despertar, mi señora? —preguntó un mago de menor jerarquía.

—El Águila.

Las cadenas rechinaron al moverlas para tirar de la pesada palanca con la que los sirvientes levantaron desde las profundidades aquel enorme bloque de hielo que despidió una bruma fría cuando lo dejaron sobre una placa de roca amarillenta con símbolos mágicos. Mystique miró a uno de sus acólitos, un mago diestro en el uso del fuego, el único elemento que podía despertar a un Inquisidor. Adelantando sus manos frente al féretro, el mago llamó a las flamas que brotaron de los símbolos y derritieron el hielo, liberando a su durmiente. Una columna de humo se alzó hasta los techos abovedados con un siseo cuando la armadura de cuero reforzado tronó al primer movimiento de aquel ser. Unos cabellos rubios apenas si crecidos como su barba con unos ojos azules fieros miraron a Mystique quien sonrió al Inquisidor, llamándole por su nombre.

—Bienvenido una vez más, Inquisidor Steven.

Puso en las manos del recién despertado el pliego que hablaba de un monstruo, una Viuda Negra que estaba azotando un poblado de mineros en el Reino Santo de Azul. Le fueron dadas sus armas al Inquisidor, un escudo con una estrella de oro en el centro, una claymore y su cinturón donde cargaba las Gotas Sacras, frascos redondos que contenían el agua bendita del Templo para purificar sus presas. Steven asintió, haciendo una reverencia a Mystique antes de caminar rumbo a los establos como si no hubiera estado dormido. Un caballo blanco le fue dado, entrenado para no asustarse ante apariciones o monstruos. Sin descanso y apenas comiendo un conejo o pescado en el camino, el Inquisidor llegó hasta el Reino Santo de Azul, buscando los rastros de la Viuda Negra.

La encontró en una ciénaga, persiguiendo a un grupo de mineros que huían despavoridos. Como todas las de su especie, era enorme, mitad mujer y mitad araña con ese vientre negro abultado que mostraba en su parte superior ese dibujo en rojo tan característico de su especie. Apenas el caballo puso una pata en la ciénaga, la Viuda Negra olvidó a los hombres para girarse y atacar al Inquisidor, lanzando redes que quemaban al contacto y sus patas delanteras buscando el pecho del rubio. Una batalla dura, pero corta. El monstruo cayó con un aullido al contacto de una Gota Sacra, quemándose una de sus patas como un costado de su cuerpo desnudo de mujer con cabellos rojos como la sangre. La Viuda Negra le miró, tumbada en el suelo mientras el Inquisidor se acercaba con su espada, murmurando una oración mágica.

—Purifícate y renace —exclamó Steven con su claymore en alto— Yo, Inquisidor de la Ley, Sirviente del Templo te lo ordeno.

—¡Tú no eres un Inquisidor! —gimió la Viuda Negra, arrastrándose con sus patas para alejarse.

—Lo soy, no puedes evitar tu suerte. Se te ha juzgado y debes redimirte.

—No, tú no eres un Inquisidor —ella insistió, sus ojos verdes brillantes recorriendo su figura— Tú eres un Renacido.

La espada de hoja larga envuelta en energía azul se detuvo en el aire. Steven frunció su ceño, mirando sorprendido a la Viuda Negra que cambió de forma, su forma falsa de mujer. No era extraño que una araña como ella supiera cosas porque sabían escuchar y robar pensamientos, sin embargo, la mención de un nombre que el Inquisidor llevaba soñando desde su creación, fue como si una verdad quisiera revelarse ante sus ojos. Algo que iba a cambiar su forma de vida, y más aún, la historia de Tierra Santa.

—Eres un Renacido —repitió la viuda, acercándose a él desnuda con esos ojos inspeccionándole— Pero te han hecho pasar por un Inquisidor. No eres hijo de una estrella, Steven, eres hijo de humana... y de la Fuente.

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