Despedidas sangrientas

OUDE MAGIE (Magia Ancestral)

Autora: Clumsykitty

Fandom: DC/Marvel AU

Parejas: Stony, Superbat, Cherik, Winterlord, Halbarry, entre otras.

Derechos: pues a escribir sobre cosas que no me pertenecen.

Advertencias: esta historia es extraña como su creadora, angustiosa, cruel y salvajosa. La receta de siempre en un mundo inspirado por The Witcher. Avisados están.

Gracias por leerme.



***


Despedidas sangrientas.

"Soy el desesperado, la palabra sin ecos, el que lo perdió todo, y el que todo lo tuvo."

Pablo Neruda.



—¿Cómo dices que te llamas?

—Bruce.

—Bruce.

—¿Los golpes te han dejado idiota o así eres de nacimiento?

—¿Sopa?

Anthony sonrió al joven que gruñó, casi arrebatándole el cuenco para servirle un poco más de sopa que la amable como bella Mahra había preparado antes de ir al bazar por más medicinas para sus heridas, acompañada de Thomes. El extranjero que había sufrido un ataque de ladrones al tocar Ciudad Oscura, había despertado en una cama tibia con vendajes y tres rostros observándole con suma curiosidad. De suerte que todos ellos conocían la lengua Común, Anthony había tenido problemas de comunicación porque lo que había estudiado de la Tierra de Arenas Infinitas no le sirvió para nada una vez que pisó sus costas, casi muriendo de hambre o perdido por varios días hasta que una caravana lo pudo llevar por misericordia hasta el destino que desconocía. La orden fue clara: avanzar hacia el Este, tocar el pequeño continente lleno de magia pagana, monstruos y peligros hasta que su medallón en el pecho fuese reconocido por una sola persona capaz de hacerlo, revelando su contenido.

—¿Cuándo me dirá tu padre lo que debo hacer?

—No te dirá nada.

—¿Y eso por qué?

—¿Para qué quieres saber cosas?

—Es que es mi especialidad.

Bruce era de su misma edad, solo que mucho más serio, reservado y algo hostil para el gusto de Anthony quien estaba acostumbrado a la calidez del Edén donde había sido criado bajo la tutela del Maestre Charles Xavier toda su vida. Huérfano de padres, sin familia a quien acudir, el muchacho de cabellos cortos a la usanza de la Tierra Santa, vivió en aquella isla fortificada e inaccesible para el resto del mundo aprendiendo sobre la magia. Pero no era un mago, pese a todos sus esfuerzos. No era un Meta Humano, ni tenía sangre mágica de la cual sentirse orgulloso como el resto de estudiantes. Esa frustración empujó al joven Anthony a buscar algo en lo que sí pudiera servir, acudiendo a su padre adoptivo cuando su intuición le dijo que había un secreto detrás de su aparente inutilidad. Charles le dio entonces el medallón con esa extraña instrucción y un salvoconducto para que nadie entorpeciera su jornada hacia el Este.

—¿Por qué llevabas kryptonita contigo?

—¿Me creerías si te dijera que no sabía que la cargaba en mi medallón?

—No te creo.

—Pues tendrás qué, Brucie.

—Mi nombre es Bruce.

—Sí, te escuché la primera vez. Como el mío es Anthony, no zoquete.

Ambos se miraron unos instantes antes de que Anthony se decidiera a beber la sopa caliente haciendo sonidos de placer con el único propósito de molestar a Bruce, quien gruñó, volviendo su vista a la ventana calculando el tiempo que les quedaba en la superficie.

—Pronto será hora de la Oración Vespertina.

—¿Qué carajos es eso?

—Una oración de la tarde.

—Gracias, señor obviedad.

—Todos hacemos una oración hacia el Este, cuando el sol toca el horizonte. Alabamos a la magia que nos protege y sus emisarios.

—¿Aquí adoran así a los Meta Humanos?

—De no hacerlo, te ahorcan.

—¿Cómo debemos orar?

Era una costumbre obligatoria salvo que sucediera algo más como fue aquella riña en el bazar donde había aparecido el Emir Ra's Al Ghul. O una guerra. Anthony miró con curiosidad la manera en que Bruce puso esos dos tapetes dirigidos hacia el Este, orientados hacia donde se encontraba la Mezquita, el templo hermano del que existía en Tierra Santa. Se hincó como le indicó su anfitrión tan gruñón, haciendo la oración con las inclinaciones hacia el suelo, tocando con manos y frente el tapete dispuesto. Realmente no era algo complicado, pero el sabor de las palabras enalteciendo a los magos hizo que Anthony se mordiera una mejilla para no proferir un comentario sarcástico al respecto. Había crecido entre magos, uno que otro monstruo, pero los Injustos y sus secuaces eran otra situación muy diferente de la bondad y tolerancia que tenía el Maestre Charles en el Edén.

—¿Puedo hacer una pregunta?

—Ya la hiciste.

—¡Eso no...! Qué tramposo, bueno, una segunda.

—¿Qué quieres saber ahora?

—Estamos solos, y no veo que anden husmeando entre sí en este barrio. ¿Cómo pueden saber los magos que no haces la oración?

—Tienen formas y espías.

—Me lo imaginaba.

—Aún podemos salir antes de que sea tarde, necesitamos más aceite para las lámparas.

—¿Estás ofreciéndome salir contigo, Brucie?

—Mi nombre es Bruce.

—Tú sí que eres un caso especial. Está bien, vamos.

—Toma —Bruce le tendió un largo paño— Debes usar turbante.

—¿Otra regla?

—Te lo pondré, seguro ni siquiera sabrás atarlo.

La razón detrás del turbante era más práctica que religiosa, como lo comprobó Anthony. Los piojos y otros bichos no tan agradables abundaban en Ciudad Oscura, prefiriendo como hábitat las cabezas de sus habitantes de los barrios pobres. Usar un turbante era una buena manera de protegerse, además que en aquel continente se consideraba una falta a La Ley el llevar la cabeza descubierta porque así eran las maneras de los elfos. Tonterías para Anthony, quien se cuidó de manifestarlas en voz alta mientras acompañaba a ese joven como él por las calles cada vez más desiertas para comprar unas botas de aceite para las lámparas. Ya se había sorprendido con esa costumbre de bajar a los túneles cuando la noche caía y los murciélagos salían de todas partes volando hacia el cielo con su chillido característico. Nunca imaginó que la vida en ese salvaje continente fuese tan precaria.

—Bruce, Bruce.

—¿Ahora qué?

—Ese hombre nos está viendo desde hace rato.

Bruce giró su cabeza hacia una esquina donde encontró un rostro serio, pero amable que le sonrió, llamándole con una mano de dedos delgados. Anthony se preguntó cómo estaban ordenadas las prioridades en la cabeza de Bruce porque fue caminando hacia el extraño en cuestión con él tirando de sus mantos al reclamarle semejante idiotez que luego pasó a curiosidad. Ese hombre tenía algo en su espíritu que también capturó la atención del otro muchacho. Cuando estuvieron frente a frente, no les dijo nada, simplemente se dio media vuelta tomando una lámpara ya encendida para buscar una de las entradas a los túneles y bajar, sabiendo que ellos iban a seguirle como corderos a su pastor. Para ojos sagaces, hubiera parecido como si aquel hombre delgado de movimientos elegantes hubiera encantado a dos inocentes jóvenes. El hechizo era de otra índole, como luego lo comprobarían.

—Señor... —llamó Anthony cuando estuvieron en el túnel y notó que se alejaban para tomar un camino que bajaba todavía más.

—Ssshh —Bruce tomó la mano de Anthony, sabiendo ya ese camino.

No se detuvieron sino hasta que estuvieron en las cuevas de los murciélagos, ahora vacías pues habían salido a cazar y prevenir a la ciudad de las escaramuzas de los Bufones. El hombre se giró hacia ellos, haciendo una ligera inclinación con su cabeza.

—Mis señores, lamento traerlos así, como lamento mi demora. He tenido que dar pasos muy precavidos porque hay ojos en todas partes.

—¿Quién es usted? ¿Tú lo conoces, Bruce?

—¿No se supone que sabes todo? —reclamó este.

—Ja, ja.

—Es un Guardián de los Bosques —aclaró Bruce, mirando fijamente al hombre— Solían servir a las familias reales élficas, cuidando de los árboles que les daban abrigo como de los descendientes de reyes y reinas.

—Muy bien, mi joven amo. Yo soy Al-Freth, del Bosque Negro, he venido junto con mi hermano, Jarv, a buscarlos.

—¿Buscarnos? —Anthony alzó ambas cejas— Creo que me he perdido una parte de la explicación. Para comenzar, ¿cómo es que existen estas cuevas? ¿Cómo lo sabía usted? ¿Qué está pasando?

—No hay mucho tiempo, debemos aprovechar que todos están escondidos para irnos. Jarv nos espera en el Puerto de Xandar. Iremos por el Desierto Marciano.

—Es imposible —Bruce negó, mirando a Anthony y luego a Al-Freth— Ese desierto está lleno de todos los experimentos malogrados del príncipe. Apenas pongamos un pie en la arena, algo nos saltará para matarnos. Puede ser la ruta más directa, pero es la más mortal. ¿Por qué no vamos al Oeste?

—Demasiados ojos, demasiados oídos.

—¿Por qué tenemos que ir al puerto? ¿A dónde? —insistió Anthony, cada vez más confundido.

—¡Bruce! ¡Hijo! —llamó Mahra, apareciendo por otro pasadizo junto con Thomes.

Anthony quiso hacer más preguntas, pero calló al ver que Al-Freth se inclinaba ante el padre de Bruce, hincando una rodilla al suelo con una mano cruzando su pecho.

—Lamento la tardanza, Amo. Pero ya estoy aquí.

—¿A-Al-Freth? —Thomes le levantó, casi temblando al verle con la poca luz de las lámparas que todos cargaban— Esto es un milagro...

—Solo dormíamos hasta que la tierra nos despertó, Amo.

—¿Por qué le dice Amo a tu padre? —cuchicheó Anthony a Bruce, dándole un suave codazo.

—Les decía a los jóvenes amos que debemos marcharnos cuanto antes, los malos augurios cubren esta ciudad y un barco nos espera para llevarlos a salvo a una tierra donde no podrán lastimarlos.

—¿El Edén? —quiso aventurar Anthony.

—No. Está cerca de aquí, para los barcos de los Devastadores.

—¿Viajar con ladrones? —Mahra se adelantó, preocupada— Anthony apenas se acaba de recuperar de sus heridas, los Bufones están afuera y...

—Debemos ir —Thomes se volvió serio, determinado a todos ellos— Hay que seguir a Al-Freth. Bruce, Anthony, pase lo que pase, no se separen de él, ¿entendido?

—Señor...

—Tus respuestas vendrán cuando estemos a salvo, pequeño.

Ese abrupto cambio en Thomes también dejó azorado a Bruce, quien miró a Anthony como si de repente ambos estuvieran compartiendo algo que no alcanzaba a ver. Caminando en fila detrás de aquel Guardián de los Bosques, atravesaron la ciudad a paso vivo, llegando a la zona de las murallas. Tan solo quedaba subir, atravesar uno de los pasillos que conducía a las puertas y tomar la vereda que se perdía hacia el Desierto Marciano. Un lugar maldito por el último Meta Humano que lo gobernó y hechizó antes de morir, dejando a su suerte a los habitantes que fueron comida de los monstruos. Al-Freth parecía saber cuál sería el paso menos peligroso. Anthony se pegó a Bruce, sin dejar de ver aquel hombre que había cambiado la actitud de todos con su sola presencia.

—Dijo que servía a las familias reales élficas, y nos ha llamado amos como a tu padre. Entonces...

—No.

—¿Bruce?

—Mi padre es un Común, igual que mi madre.

—También mis padres fueron Comunes, ¿por qué entonces ese guardián se inclina ante nosotros?

Comenzaron a subir las escaleras, escuchando a lo lejos las carcajadas de los Bufones entre algunos gritos de bestias o humanos agonizando. Mahra abrigó a los dos muchachos, asegurándose de que sus turbantes y mantos estuvieran bien sujetos. Besó sus frentes con cariño, sonriéndoles. Thomes se adelantó, mirando alrededor ese callejón solitario que daba a la muralla. Fue el primero en salir, seguido de Mahra, Bruce, Anthony y por último Al-Freth. Iban a mitad del callejón cuando vieron que la entrada estaba despejada, los guardias parecían haberse unido al festejo macabro de los sicarios del príncipe. Avanzaron casi corriendo, cuando escucharon el trino de unos pequeños pájaros. Mahra fue quien los vio, volando erráticos por encima de ellos antes de caer de golpe en el fango. Ningún animal salía de noche, salvo los murciélagos, fue el primero de los signos.

El siguiente fueron los caballos relinchando que los rodearon.

A la luz de las lámparas, se dieron cuenta de los charcos de sangre en el arco de entrada de la muralla, con los cuerpos de los guardias recargados contra jarrones rotos de vino que nunca llegaron a probar. Uno de los asesinos de Ra's Al Ghul levantó su espada curva que brilló con la luz de la luna, su caballo relinchando contra el grupo que tomó desprevenido. Al-Freth sacó su daga que lanzó contra el cuello de aquel mago, empujando a los dos jóvenes con Thomes y Mahra quienes los protegieron con sus cuerpos de la arremetida del resto de los jinetes, quedando arrinconados junto a las tres avecillas que piaron asustados. Bruce se inclinó para tomarlos, tirando sin querer de Anthony quien cayó al suelo, sintiendo que tocaba algo con su mano que chilló. Ninguno de los dos vio la danza de una espada filosa que pasó por encima de sus cabezas, decapitando a Thomes y Mahra en el acto.

Con tres petirrojos entre sus brazos, Bruce de Wayne vio caer los cuerpos sin vida de sus padres.

Las lámparas cayeron, esparciendo aceite y fuego alrededor. Un caballo blanco de crines trenzadas se abrió paso en la pelea que sostenía Al-Freth, quien fue izado en el aire por un encantamiento de Ra's Al Ghul, mismo que sonrió con mano en alto y que fue cerrando igual que la garganta del guardián.

—¡Bruce, espera! ¡NO!

El joven arrojó a Anthony contra unos fardos, lanzándose sin pensarlo bien contra el Emir quien soltó al guardián, señalando a Bruce. Uno de sus asesinos golpeó la nuca del muchacho, dejándolo inconsciente. Ra's Al Ghul lo alcanzó antes de que cayera al suelo, subiéndolo a su regazo para marcharse así con él, dejando atrás un fuego que comenzó a consumir las casas cercanas. Anthony se arrancó el turbante al sentirse ahogar por el humo que le rodeó, levantando su mano para ver a una pequeña araña peluda aferrarse a él intentando morderle. Iba a arrojarla al fuego cuando se dio cuenta de las lágrimas en esos ocho enormes ojos.

—Eres una criatura mágica.

—¡Tú! ¡TÚ!

—¡Al-Freth! —Anthony tropezó, completamente embarrado de fango, paja y otras cosas. Gateó hasta el guardián cuya cabeza puso en su regazo, mirando hacia donde la Legión de Asesinos escapaba con Bruce— ¡Esto no puede estar pasando!

Miró a un costado, esos cuerpos unidos por sus manos entrelazadas empapándose de sangre y fuego. Gritó con todas sus fuerzas, jalando al guardián lejos de aquel incendio. Su mano alcanzó a la herida araña que puso en el pecho de Al-Freth, llevándolos a ambos del otro lado de la muralla. No paró hasta que sus piernas le dolieron por el cansancio, cayendo a un costado del guardián. Anthony se llevó una mano a su rostro al sentirlo húmedo, entre hilos de sangre y cenizas, había lágrimas. Había estado llorando todo ese tiempo desde el asesinato de los padres de Bruce. La araña le miró, sollozando también para sorpresa del joven que reparó en el pequeño monstruo al fin.

—Lo siento, te lastimé sin intención.

—¡Se los llevaron! ¡Yo le prometí al Señor Loki que los protegería y se los llevaron!

—¿A quiénes?

—¡Los petirrojos! ¡Se los llevaron! —chilló Pet— ¡Y mi patita está rota!

—También se llevaron a Bruce... —Anthony jadeó, limpiándose con una mano su rostro— Fue mi culpa, no debí encontrarlos.

—¿Quién eres tú? —preguntó Pet entre hipos.

—Soy Anthony, mi padre se llamaba Howald de Stark, y mi madre Mariam. Ellos murieron cuando yo era bebé y me adoptó el Maestre Charles Xavier del Edén. Él me dijo que buscara...

Anthony no pudo seguir, llorando sobre el hombro de Al-Freth. Pet se encogió, luego arrastrándose por el dolor en su patita hacia la mejilla del joven que picó con una pata sana.

—Yo tampoco conocí a mis padres. Los mataron.

—Lo siento, de verdad que lo siento...

—Bueno, no lo hiciste a propósito —murmuró Pet, mirándole atento, aunque sus ojos tenían lágrimas de araña— El Señor Loki también lloraba mucho. Los petirrojos eran sus hijos. Como sabía muchas cosas supongo que supo algo que no era bueno y nos sacó de su pozo donde lo tienen prisionero para que yo los cuidara y protegiera. Le dije a la Señora del Aire que me llevara donde los Niños del Cometa y entonces...

—Espera —Anthony se sentó en arena, frunciendo el ceño— ¿Has dicho Niños del Cometa?

—Ajam.

—¿Dónde están?

—Pues... pues... nosotros solo llegamos...

—¿Bruce y yo somos Niños del Cometa?

—Am... —Pet miró a ambos lados, jugando con sus patitas— ¿Sí?

—No, es imposible...

—Es posible... —Al-Freth volvió en sí, aspirando aire con una mano sobre su garganta que mostraba los moretones de unas garras— He fallado, joven amo.

—¡Al-Freth! —Anthony creyó que no podría llorar más, pero lo hizo, era como si tuviera mucho dolor escondido en pecho. Abrazó al guardián cuando este se sentó, dejando que lo consolara con sus brazos— ¡Se llevaron a Bruce!

—¡Y a los petirrojos! —exclamó Pet.

—Debí llegar antes —murmuró el guardián, tomando la patita fracturada de la araña que sanó con su magia, igual que los moretones y algunas cortadas de Anthony— Yo prometí al Rey que protegería a toda su descendencia.

—Si yo no los hubiera buscado... —Anthony bajó su mirada.

—No, joven amo. Hay cosas que ya no pueden esperar —Al-Freth se puso de pie, mirando la columna de fuego que ya sobrepasaba la muralla de Ciudad Oscura, consumiendo los cuerpos del príncipe T'om'a del reino del Bosque Negro, hijo del Rey Adam, El Cazador. De nuevo hincó una rodilla haciendo una oración por su muerte, tomando a Pet en una mano y ayudando a Anthony a levantarse— No hay tiempo que perder, debemos encontrar al amo Bruce. Es el último linaje de los elfos de la noche. Como usted es el último de los elfos del amanecer, joven amo.

—¿Yo también soy de la realeza? —bromeó el muchacho, sin sonreír.

—Claro, su padre era hijo del Rey del Bosque de Plata, los elfos de alta montaña. Su abuelo fue el Rey Anton, El Vengador, que era hermano del Rey Adam.

Anthony parpadeó, dejando caer su mandíbula. —¿Bruce y yo...?

—Son primos, sí, joven amo. Marcados por el cometa que anunció su llegada en el tiempo de los pescadores. Niños del Cometa que los magos desean exterminar.

—¡Pero ese hombre raro se llevó a Bruce! ¿Por qué no lo mató...?

—Creo que Ra's Al Ghul desea la sangre élfica para su familia.

—Al-Freth, suena como a... no estarás hablando en serio, ¿o sí?

—¿Qué es lo que dice? —preguntó Pet— ¡No entiendo!

—El Emir es tan soberbio que no miró al otro muchacho que acompañaba al amo Bruce, lo tomó por un sirviente más. Y eso lo salvó de ser su prisionero. Ahora debemos rescatar a un príncipe y tres petirrojos.

—No tenemos nada y no podemos volver —Anthony miró al fuego que había hecho sonar las trompetas del resto de los guardias de las murallas.

—Los llevaré al Puerto de Xandar, tomarán la Milano y rodearán toda la costa hasta la fortaleza de la Legión de Asesinos donde vive el Emir. Nos reuniremos ahí.

—Al-Freth, no.

—Ya he perdido a mi pueblo y mis príncipes. No voy a perder más —el guardián palmeó la cabeza de Anthony— Jarv cuidará de usted, después de todo, es quien servía a su padre.

—Señor guardián que habla bonito —llamó Pet— ¿Mis petirrojos van a estar bien?

—Ra's Al Ghul es despiadado, pero no provocará a un Niño del Cometa. Si el amo Bruce quiere tener con vida a esas aves, serán tratadas como tesoros sagrados.

—Eso es bueno.

—Lo siento tanto, Al-Freth. Ellos... eran buenas personas. Ahora sé que eran mis tíos, más no puedo negar que me sentí tan a gusto con su corta compañía.

—El príncipe sabía lo peligroso que era vivir como lo hizo. Ya no es tiempo de ocultar secretos sino de revelar las verdades sepultadas por los Meta Humanos. Comenzaremos viajando ya hacia Xandar.

—¿Qué con los monstruos?

Al-Freth miró a Pet quien gorgoteó alzando sus patitas delanteras. —¡Son mis parientes! Igual no soy de la realeza y soy pequeñito, pero sigo siendo uno de ellos. Me escucharán si grito fuerte.

—Encontrará, amo Anthony, que incluso en las cosas más pequeñas hay un poder inimaginable.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top