Cornucopia

OUDE MAGIE (Magia Ancestral)

Autora: Clumsykitty

Fandom: DC/Marvel AU

Parejas: Stony, Superbat, Cherik, Winterlord, Halbarry, entre otras.

Derechos: pues a escribir sobre cosas que no me pertenecen.

Advertencias: esta historia es extraña como su creadora, angustiosa, cruel y salvajosa. La receta de siempre en un mundo inspirado por The Witcher. Avisados están.

Gracias por leerme.


***


Cornucopia.

"Cuando el peligro parece ligero, deja de ser ligero."

Sir Francis Bacon.



Volver a Tierra Santa tenía para Anthony sentimientos encontrados, por un lado, estaba feliz de regresar a un lugar que conocía, con gente que conocía. Pero, por otro lado, tenía miedo. En un corto tiempo todo lo que había dado por sentado estaba hecho trizas y si bien tenía ahora seres que estaban dispuestos a sangrarse hasta morir por él, eso no le daba la seguridad que al parecer el mundo iba a necesitar de él. Había sido tremendamente feliz creando cosas a expensas de los tesoros de Yondu, quien lo había tratado como a un príncipe -y lo era, de cierta manera- sin nunca prohibirle nada. Le divertía ver cómo su arquero y guardia elfo estaba enamorándose irremediablemente del hijo de Yondu, Peter Quill, pese a que peleaban cada cinco minutos y cada cinco minutos terminaban en algún rincón retozando hasta que ya no tenían más energías.

—¿En qué piensas? —le preguntó Pet en su hombro, la playa de Latveria estaba a lo lejos ya.

—Quizá debería hacerte un corralito, te pueden aplastar en la fiesta.

—Pero así no podría cuidarte. Además, Natty ya me enseñó a ser un humano.

—¿En serio? Creí que estaba muy ocupada admirando las pecas de Bryce.

—¿Cómo?

Tony rio, acariciando la cabecita de la araña. —Solo espero que nada termine mal en la fiesta.

—Uy, eso quien sabe.

—Amo Anthony —le llamó Jarv, colocando una capa en color rojo carmesí sobre sus hombros— Pronto llegaremos a la costa Oeste de Latveria, recuerde mis instrucciones.

—Jamás andar solo, no entablar charlas con gente desconocida, ni provocar a nadie.

—Muy bien, mi señor. Toda su guardia está lista.

El muchacho miró por encima de su hombro. Buck terminaba de ajustar un cinturón donde cargaba cuchillos y una espada, ayudado por Quill quien tenía en su espalda una ballesta que le había creado. Yondu mimaba a su salamandra de fuego, lista para atravesar cuerpos a un silbido del Devastador. Bryce y Natty estaban más atrás, el primero acomodándose su abrigo y la Viuda Negra sonriéndole al ajustarse la capa que cubría su lindo vestido negro. Los colores de todos eran brillantes, a la usanza de la hermandad, con algunas joyas que seguramente iban a generar ciertas protestas por su origen no tan correcto. Pero era la Cornucopia de Latveria y su tiempo sagrado del Primus Mirum comenzaba. Nadie podía hacer el mínimo gesto o pensamiento de agresión so pena de hacer caer desgracias a todos.

—¿Aún ha tenido esos sueños, Amo?

—Sí, Jarv —Tony le miró con una media sonrisa, acomodándose la capucha— Quisiera saber qué es, lo curioso es que siento que será en la fiesta donde lo sabré.

—Entonces así será.

La Milano alcanzó la costa y luego el muelle buscando puerto donde anclar. Más naves Devastadoras se mezclaron entre las que llegaban de otros reinos y tierras. Yondu fue el primero en bajar, con el resto detrás de él al ser recibido por uno de los embajadores de Latveria. Una mujer muy alta y espigada con mirada severa, ella solo hizo una media reverencia antes de darse media vuelta para llevarlos a la zona de registro, entregando a cada uno una llave de hierro con un listón verde que tenía bordado el escudo del reino, símbolo de bienvenida a ese Reino Santo y también un recordatorio de la Cornucopia como el Primus Mirum. El tiempo sagrado comenzaba así que estaba prohibida cualquier amenaza, pelea o el menor signo de agresividad, era la promesa de aquel sello sagrado.

—Me pregunto cuántas llavecitas mandaron a hacer —murmuró Quill jugando con su llave.

—Suficientes para todos los atrevidos que han asistido a la Cornucopia —respondió Yondu.

Había varias tiendas dispuestas a lo largo del camino principal que llevaba hacia el palacio, sobre una montaña rodeado de un bosque húmedo. Ellos tomaron una para descansar, recibiendo más dádivas que sin duda demostraban que Latveria estaba dispuesta a demostrar que sus recursos para la Cornucopia bien podían competir contra el Templo o Ciudad Madre, los hogares de los dos magos más poderosos. Anthony durmió un poco, cansado por la creciente ansiedad. Fueron un par de horas antes de despertar por un presentimiento que fue ganando fuerza. Salió de la tienda, seguido por los demás, buscando entre las caravanas que llegaban con una mirada casi desesperada hasta encontrar a la caravana que le había hecho despertar, corriendo hacia ellos.

—¡Padre!

Quizá Tony ya sabía la verdad a cerca de su origen, tal como le había dicho Jarv, eso no cambiaba ciertas cosas. Una de ellas era su cariño por su familia. Charles bajó del caballo tan pronto sintió al muchacho lo suficientemente cerca para no equivocarse, corriendo a alcanzarle. Anthony le abrazó con fuerza, un par de lágrimas en sus ojos al sentir de vuelta esos brazos que siempre le protegieron y le dejaron conocer su verdadera identidad. El Maestre del Edén le apretó contra su pecho, separándose apenas para verle a los ojos, leyendo en ellos todo lo que le había sucedido a su pequeño hijo. Su mirada se hizo más dulce, acariciando una mejilla de Tony.

—Has pasado muy duras pruebas.

—Pad... —Anthony sacudió su cabeza, abrazándole de nuevo— Padre.

—Siempre serás mi hijo, Anthony. Y siempre estaré orgulloso de ti, ¿de acuerdo?

—¿Crees que pueda lograrlo?

Charles suspiró, tomando su mentón para hacer que le mirara. —No ahora, no aquí —sonrió al verle sus ropas tan coloridas, mantos rojos con dorado— Vaya atuendo.

—Oh, de mis amigos los Devastadores.

—¡ANTHONY! ¡ANTHONY!

Este pasó de los brazos de su padre a los de su hermano mayor quien incluso le levantó del suelo al dar vueltas con él, entre risas de alivio de uno y de sorpresa del otro.

—¡ANTHONY! —Dawid le bajó, tomando su rostro entre sus manos— Temía tanto por ti.

—Lo siento, hermano.

—No hay nada qué sentir —replicó el mayor estampando un beso en sus cabellos— Pero no te vuelvas a marchar así, ¿de acuerdo?

—Ya sabes cómo soy.

—Pero ahora has vuelto a nosotros y no te dejaré ir. Te cuidaré como siempre.

—No sé qué haría sin ti, Dawid.

—Estar perdido, de seguro.

Tony se dio cuenta que algo sucedía con su hermano mayor, parecía tener una fiebre en los ojos desconocida para él. Logan, Hank, Jean y otros magos venían con Charles, saludándole antes de retomar el camino hasta la tienda donde se habían quedado Yondu y su grupo que Anthony presentó con algo de emoción, sobre todo a Jarv a quien el Maestre Xavier hizo una reverencia.

—Nadie mejor para cuidar de este pequeño que un Guardián de los Bosques.

—Excelencia.

—Buck, ¿quién te ha creado semejante brazo?

—Su... hijo —el elfo cambió el título, sabían que era demasiado peligroso que tantos oídos alrededor prestaran atención de repente.

—¿De verdad?

—No, fue nada, padre. Algo sencillo.

—¡Tony! —Dawid frunció su ceño, pasando un brazo por sus hombros— No hagas eso, siempre has sido muy bueno para crear cosas que no existen. Tu mente está llena de ellas.

—Am, bien, he de aceptar el halago.

—Esta reunión amerita un brindis —sonrió Yondu— Sean bienvenidos a nuestra tienda.

Posiblemente entre los Devastadores y la Caravana del Edén se reunían los seres más curiosos que fueron objeto de los chismes que se esparcieron por todo el reino. Nadie más tenía entre sus filas a sospechosos seres de aspecto humano. Bajo el juramento del Primus Mirum, nadie podía dañarlos y era obvio que todos desaparecerían antes de que acabara el tiempo sagrado. Mientras tanto, iba a crearse un ambiente bastante peculiar con semejantes invitados. Charles les habló sobre la princesa Amazona como la guerrera Thanagariana que no tardarían en unirse, una vez que hubieran llevado a salvo el último contingente de criaturas mágicas al Edén.

—Ya todos están ahí, bien protegidos —dijo Charles mirándolos— Aunque tenemos invitados muy célebres entre nosotros.

—Más los que vendrán —comentó Quill— Sin mencionar a los Inquisidores.

—Todo un entretenimiento —bufó Logan.

—Debemos mantenernos alejados de la Corte del Templo —habló Hank— Por nuestro propio bienestar.

—No puedo estar más de acuerdo —el Maestre asintió— Tengo entendido que Lilandra viene, pequeños. Así que su madre también estará aquí.

—Es muy peligroso —Anthony miró a Jarv y a Charles.

—Lo es más quedarse ya en el bosque —de nuevo Logan interrumpió, apenas si mirando a Charles, como si supieran algo más entre los dos.

—En verdad que el Rey de Latveria está loco.

Todos ellos no duraron mucho en la tienda, porque unos guardias llegaron para escoltarlos al palacio. Siendo líderes -Yondu y Charles- su lugar estaba ya reservado dentro del palacio, incluyendo a sus acompañantes. Anthony tenía entendido que aquel lugar además estaba hechizado, un lugar donde las habitaciones podían multiplicarse si el rey así lo ordenaba para alojar a toda Tierra Santa de ser necesario. Con la Cornucopia, aquella magia venía como anillo al dedo. En el camino se encontraron con la caravana del Reino Santo de Baxter, con el Rey Reed de Richards acompañad de la hija del Gran Maestre, Wanda Magnus como su maga consejera y guía, quien les dedicó una mirada despectiva, sobre todo al notar a Natty quien le sonrió como si fuesen las mejores amigas. Otra comitiva que se les unió fue la del Reino Santo de Azul, con la reina María de Hill y su maga Lady Deathstroke a quien Logan hizo un gesto burlón.

—Yo no sé cómo carajos será esta fiesta con tantos enemigos —gruñó Logan a Charles.

—Será como nadar entre tiburones.

Ellos tuvieron una amplia ala, con un gran balcón para sus desayunos o reuniones privadas con una espléndida mira a los jardines centrales del palacio hecho de piedra gris con sus enormes banderines verdes de bandas negras y rojas que formaban dos cuernos. El palacio estaba rodeado por una villa donde se hospedarían el resto de los invitados no tan importantes, y donde también se harían los festejos comunitarios dado el espacio que se requería para ellos. Ya todos murmuraban en el pasillo sobre el baile de Latveria tan famoso, preguntándose quienes todos formarían las parejas. Según la tradición de los Doom, el rey guiaba los pasos, a sus costados se encontrarían sus más cercanos amigos y detrás de éstos, los amigos más cercanos de aquellos. Luego, a mitad de la melodía, entrarían las damas ordenadas en filas por sus respectivos rangos para completar todo el cortejo.

—Nunca había tenido una habitación así —comentó Bryce, quien estaría compartiendo la recámara con Natty, junto a la de Anthony.

—Yo tampoco —rio Tony, tocando las paredes— Vaya que si viven como reyes.

—Una recámara para nosotros —murmuró Quill a Bucky, quien le pisó un pie.

Anthony fue a revisar la recámara de su padre, encontrándolo solo, mirando con ojos húmedos el fuego de una amplia chimenea en el centro de una pared decorada con esos banderines verdes sentado en una amplia silla con sus brazos sujetos a los acolchonados descansos. El joven se quedó quieto en la puerta, luego corriendo a su lado, arrodillándose frente a él, tomando sus manos cuando Charles se giró para verle.

—Estaré bien, padre. No te preocupes.

Los ojos de Charles vacilaron, humedeciéndose más. —Mi pequeño... lamento tanto haber cometido tantos errores.

—Papá —Tony negó, besando sus manos— No has hecho otra cosa sino prepararme. Cuando estaba allá solo... más de una vez quise que aparecieras y usaras tu magia porque tuve mucho miedo. Pero luego recordaba todo lo que me habías enseñado. Funcionó. Tal como me dijiste, no todo se resuelve con magia. Aunque lamento la suerte que le traje a Bruce... aun debo pedirle perdón por ello.

—No, hijo mío. Los padres de Bruce sabían el precio de arriesgarse así... tal como los tuyos lo hicieron.

—¿Aun sigo siendo un Xavier?

—Nunca lo dejarás de ser —el Maestre acomodó sus cabellos— Perdona si no te dije la verdad antes, con el paso del tiempo te sentí más mío que de ellos.

—Está bien, me dejaste ir. Yo lamento haberte gritado antes de partir. Solo estabas asustado de que un ingenuo como yo metiera la pata como lo hice.

—Tony, podrás arriesgarte hasta casi perder la vida, más nunca serán errores. Tu padre es quien los ha cometido y teme que eso les cueste muy caro a sus hijos.

—Nada de eso, Dawid y yo podremos con todo.

Charles le abrazó con fuerza, besando sus cabellos y meciéndole un poco. Anthony sospechó que lloró un poco, dejándole ir luego de un largo rato así, ordenándole que se preparara porque tendrían una cena con el rey de Latveria al ser invitados de honor. El joven se marchó, pasando por ese amplio balcón ya iluminado por farolas al empezar a caer la tarde. Tony se asomó al escuchar que otra comitiva llegaba, curioso por ver que otro rey o reina arribaban con sus respectivos y altivos magos. Eran solamente un grupo de Inquisidores, una media docena que dirigían dos más en armaduras diferentes al resto. Tony se quedó observando al Inquisidor de armadura azul oscuro con un escudo que tenía tachonada una estrella dorada en el centro. Al verlo quitarse su yelmo, sus ojos se clavaron en esos cabellos largos dorados con esos penetrantes ojos azules, una barba gruesa que marcaba una mandíbula cuadrada.

Simplemente no pudo quitarle la vista de encima.

El corazón del muchacho latió con fuerza, como si estuviera frente a la respuesta que no sabía que había estado buscando, aferrándose a la valla de piedra mirando fijamente a ese Inquisidor, quien pareció sentir sus ojos en él, levantando su rostro para verle. De pronto ya no estaba en Latveria, no estaba en Tierra Santa ni en ninguna otra parte. Estaba en un lugar que a Anthony le encantó, un sitio que le daba seguridad, felicidad... un todo de las mejores cosas que siempre había envidiado de los demás. Con tan solo ver ese par de ojos azules que no se apartaron de los suyos. No supo cuánto tiempo permaneció así, le pareció una eternidad hasta sentir un brazo que rodeó su pecho, haciéndole respingar.

—Hermanito.

Tony volvió en sí, girando su rostro a Dawid. —¿Q-Qué sucede?

—No les prestes atención —gruñó su hermano mayor con el ceño fruncido— Son los asesinos del Templo.

—L-Lo sé.

—Vámonos, ya nos han llamado a la cena. ¿Estás listo?

—Sólo debo... sí, ya.

Bryce se perdió en los pasillos, así que fueron a buscarle antes de ir todos al gran comedor donde ya estaban reuniéndose el resto de los invitados de honor. Anthony preparó sus mejores burlas para su despistado amigo cuando al dar vuelta por uno de los pasillos se topó de frente con aquel Inquisidor. Tuvo que sostenerse de una pared para ayudar a sus temblorosas piernas a mantenerse en pie mientras aquel guerrero avanzó a paso lento hacia él hasta que ambos quedaron frente a frente. Era más alto que Tony, a quien no le quedó duda de lo fuerte y peligroso que era, una vez más mirando esos ojos azules. No era el único sintiendo aquel efecto, si bien el Inquisidor no parecía tan afectado como él, quien casi moría por abrazarlo sin entender el por qué.

—Inquisidor Steven —habló Natty, apareciendo detrás del joven.

El rubio levantó su mirada, con una expresión rara en su rostro. La Viuda Negra le sonrió, mirando a alguien más que apareció, un apenado Bryce. Anthony tomó aire, de pronto sintiendo que estaba perdiéndose de algo al notar las miradas que los tres estaban intercambiando.

—Natty —habló el Inquisidor.

—Cuánto tiempo, Steven —la pelirroja posó una mano en el pecho de Bryce— Me parece que no conoces a mi pareja, Bryce de Banner.

—Am, buenas tardes, señor.

Steven miró largo y muy serio a Bryce, algo tenso. Asintió, desviando su mirada por un fugaz momento antes de volverse a Tony, en el medio de ese triángulo.

—Steven, creo que no te han presentado al hijo del Maestre Charles Xavier. Anthony Xavier.

—No. No lo conocía. Mi señor.

—El Inquisidor Águila —presentó Natty bastante segura— Espero que su jornada haya sido exitosa.

—Podría decirse —el rubio clavó sus ojos en Anthony.

—Ya me encontraron, gracias, vamos tarde —Bryce alcanzó la mano de Tony, tirando de él— Hasta luego, Inquisidor.

—Steven —fue lo único que atinó a decir el joven, mirándolo hasta que dieron vuelta en el pasillo, directo al corredor central que los llevaría al comedor.

—¿Qué fue eso? —preguntó Bryce, acomodando el cuello de su traje.

—El peligro —sonrió Natty, arreglando las ropas de Tony— No te le acerques.

—Parecía que te conocía.

—Así es, cariño. Me conoce bastante bien, como yo a él.

—Entonces no es tan peligroso.

Natty rio, besando la mejilla de Anthony. —Para ti lo es, cielo. Tu padre lo hará cenizas si te pone un dedo encima.

—Nada ni nadie puede lastimar a nada ni nadie en la Cornucopia.

—Hay maneras.

—Cielos, Natty.

—Tranquilo, Bryce. ¿Listos para sentarse con seres todavía más peligrosos?

—Necesitaré mucho vino —bromeó Bryce.

Corriendo para llegar a tiempo con Charles Xavier, los tres entraron por una de las altas puertas dobles que daban al gran comedor central del rey. Largas mesas que formaban una U llenas de un festín digno de aquella celebración. El aroma de la comida, los postres y los mejores vinos sacaron más de una sonrisa a los invitados que fueron tomando asiento. Trompetas anunciaron al rey de Latveria, Víctor Von Doom, entrando por las puertas principales, llevando de su brazo a su madre, una hermosa mujer que se notaba estaba enferma pese a su porte y seriedad. Anthony se quedó sorprendido porque el rey era tan joven como él, quizá unos años mayor, sin embargo, sus ojos hablaban de una experiencia que superaba la suya. De la misma forma que tenía esa aura de todos los reyes que convivían de cerca con la magia. Tras la pareja real, estaba su mago consejero, Otto de Octavius, un Meta Humano conocido por ser un gran curandero, pero todavía mejor estratega político, por algo el Templo lo había enviado a Latveria.

Tony se volvió a Dawid quien sujetó su mano con fuerza. Alguien más entraba por esas puertas principales, nada menos que el Gran Maestre, Erik Magnus acompañado de su esposa, Lady Lena. Detrás de ellos estaba Lady Mystique junto con otros magos de reputación conocida. Al final de esa fila estaban los Inquisidores, quienes se replegaron a las paredes del comedor, como vigilantes. Para nadie fue ni sorpresa ni misterio la mirada que se dirigieron entre el Gran Maestre y el Señor del Edén, antes de que el rey sonriera a todos, tomando su lugar a la cabeza de esas mesas, levantando una copa hacia todos sus invitados a quienes observó por unos momentos. Anthony se sintió incómodo con la mirada que le tocó por parte del rey, no supo si era desprecio o interés.

—Gracias a todos por estar aquí, esta primera noche en Latveria, en su Cornucopia. Por mis ancestros y mi amado rey que dio los sellos sagrados, que estos días santos traigan la sabiduría, la dicha y la esperanza que Latveria siempre ha querido para el mundo. ¡Brindo por todos ustedes, mis invitados! ¡Que dejen algo de sí en mis tierras!

El vino era delicioso, Latveria no estaba escatimando recursos para su fiesta. Tal como habían murmurado, estaban dispuestos a demostrar que eran más poderosos que el mismo Templo.

—Esto parece una sesión de arquería, donde las miradas son las flechas —murmuró Bryce.

Y no mintió, mientras todos bebían por el brindis, las expresiones de los invitados fueron una mezcla de odio puro, burla, asombro, ofensa y otras cosas más. Magos, elfos, guardianes, reyes, humanos, monstruos e Inquisidores en un mismo lugar. La noche prometía ser singular. Discretamente, Anthony miró por detrás de su hombro al Inquisidor Águila, no muy lejos de sus lugares designados. Solo un vistazo rápido, pues se dio cuenta que el Gran Maestre no les quitaba la vista de encima.

—¿Qué tanto nos mira? —susurró Dawid a su lado.

—Lo feo que eres, hermano.

Ambos rieron, recibiendo una mirada de reprobación por parte de su padre, comenzando a probar de esas bandejas repletas de exquisitos platillos a un gesto de invitación del rey. La música comenzó, todos los bardos cantando al ritmo de uno muy particular, que tenía toda la piel quemada.

Y en verdad os digo que soy lo que no veis
Duda y precipicio yo...
Sutilidad, buscando mitad
Un ser imposible
Y por tanto excusable

Oh, mi libertad
¿Qué impuesto mágico me ha de costar?
Y digo... Oh, mi soledad
Si bien irónico he de confesar
Que vivo y muero en tu nombre
Respiro en tu nombre...

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