Búhos

OUDE MAGIE (Magia Ancestral)

Autora: Clumsykitty

Fandom: DC/Marvel AU

Parejas: Stony, Superbat, Cherik, Winterlord, Halbarry, entre otras.

Derechos: pues a escribir sobre cosas que no me pertenecen.

Advertencias: esta historia es extraña como su creadora, angustiosa, cruel y salvajosa. La receta de siempre en un mundo inspirado por The Witcher. Avisados están.

Gracias por leerme.


***


Búhos.

"No hace falta conocer el peligro para tener miedo; de hecho, los peligros desconocidos son los que inspiran más temor."

Alejandro Dumas.



La primera vez que Klin'on la encontró llorando, fue porque el Hechicero Supremo le contó la historia del Capitán Mar-Vell y cómo había terminado igual que él, prisionero en la Isla Attilan donde conoció a una de las mujeres Inhumanas que desposó creyendo en la nimia esperanza de ya no ser molestados, solamente para ver a su hija recién nacida ser llevada por esos Santos antes de ser asesinado. Janet no pudo con tanta tristeza y crueldad del Templo hacia ellos, todos los seres del mundo antiguo sirviendo como mascotas con que experimentar a cambio de robarles sus poderes. El arquero estaba mejor de salud con las atenciones de Strange, andaba ya fuera de la cama si bien en paseos muy cortos. Uno de ellos lo llevó a las escalinatas donde la encontró lamentándose por esas historias.

—¿Qué sucede, Jan?

—Oh, Klin...

Jan tuvo un hombro donde llorar con un par de brazos que le consolaron mientras le contaba. El arquero apoyó su sentir sobre esos Meta Humanos que habían traicionado la confianza del pueblo élfico y de las criaturas mágicas que los acogieron como protegidos. Ahora habían creado un mundo que era falso como sus pretensiones, pero no había alguien que pudiera delatarlos, no al menos de la manera que deseaban. Con los Inhumanos encerrados para siempre en aquella isla, no había manera de exponerlos ni a sus experimentos. Strange ya estaba demasiado debilitado para un enfrentamiento que prometía ser tan cruel como la Guerra Santa. Los Inhumanos estaban con ellos, más la sílfide no deseaba verlos pelear y que pasara lo que en tiempos anteriores. Demasiada sangre derramada para nada.

—Ellos tendrán su merecido.

—No lo sé.

—Pueden ocultar el firmamento, pero no las estrellas.

—Eso suena lindo.

—¿Te sientes mejor? —Klin'on le sonrió.

—¿Sabes? Me sentiré aún mejor si me abrazas otro poquito.

Medusa le regaló al elfo un arco para que entrenara su brazo y su puntería al irse recobrando. La estancia con los Inhumanos era tranquila, con ese aire de melancolía propia de los prisioneros a los que están viviendo sin muchas carencias, más la dicha principal está arrebatada. Janet, siendo una sílfide, ayudó en los entrenamientos a Klin'on, riendo con él cuando la flecha salía desviada o su mano temblaba que parecía que estaba agitando el arco en lugar de sujetarlo. Su risa alejó los pensamientos sombríos que en la mente del arquero hubiera por su debilitamiento. Luego vinieron esos momentos charlando sobre ellos, conociéndose mejor, aprendiendo más sobre los Inhumanos y la forma en cómo se habían organizado.

La segunda vez que el elfo la vio llorar, fue cuando el hechizo de Charles Xavier se rompió y ella recordó absolutamente todo. En realidad, no le dolió lo que su amigo le hiciera, su preocupación mayor fue que sus dos pequeños niños estaban por convertirse en los peores enemigos y ella estaba muy lejos para hacer algo al respecto. Dividida entre cuidar a Klin'on o ir tras Dawid y Tony, la sílfide no pudo más, volando a la playa donde lloró amargamente. Así la encontró el arquero, consolándola de nuevo sin preguntarle nada porque esta vez Janet calló, era algo demasiado difícil de hablar. Strange ni siquiera se sorprendió cuando ella fue a verle para cuestionarle sobre el Niño Profecía y los Niños del Cometa, sirviéndole uno de esos tés que ella ya adoraba desde que se quedara en la isla.

—Veo que el efecto de Attilan por fin te liberó del hechizo.

—Pobre Charles. Debe estar muriendo por dentro.

—Es la mejor manera de ponerlo.

—Dime que mis niños no van a... qué estarán bien.

—No te puedo hacer esa promesa —Strange le sonrió con tristeza— Como tampoco te puedo decir quién ganará esta vez, escapa a mis visiones.

—Qué horrible.

—Jan, mi pequeña, al final la decisión recae en ellos.

—Estoy consciente de eso, pero no puedo simplemente hacerme a un lado. Son mi familia.

—¿Cómo el arquero? —sonrió el hechicero.

Janet se hizo la desentendida, aunque sus mejillas se sonrojaron. Lo cierto era que esa amistad ya no lo era tanto. Y tampoco estaba en contra de ese cambio. Conforme los días pasaron, ellos dos eran más unidos, un par de huéspedes que alegraban a los habitantes de la isla. Arthur apareció una noche, trayendo una noticia que aumentó la angustia de la sílfide. Era sobre la Cornucopia de Latveria. Medusa estuvo de acuerdo con ella en que eso lejos de limar asperezas entre los reinos y seres, lo que iba a provocar era una guerra justo como estaba ya apareciendo. Con las narraciones del Atlanteano, se dieron cuenta que los problemas estaban escalando, entre los magos de ambos continentes contra los seres del mundo antiguo saliendo a la luz.

—El viento nos ha susurrado algo —dijo Arthur— Parece que despertarán a todos los Inquisidores.

—¡¿Es que no tienen compasión esos Santos?! —reclamó Jan, muy enojada.

—Pase lo que pase, no permitas que vayan a Tierra de Arenas Infinitas —pidió Strange— Su estancia en ese continente empeorará todo.

—Haré que sus naves se hundan si acaso desean cruzar los océanos.

—Deberían ir —Medusa miró al arquero y la sílfide— Sus amigos los necesitan.

—Ustedes también son nuestros amigos —corrigió Klin'on— Y no vamos a dejarlos aquí solos sin un plan de respaldo.

—Sabias palabras, arquero —sonrió Arthur— Los Santos creen que tienen a este pueblo subyugado, la verdad es que les tienen miedo y hay que hacerles ver que su temor es correcto.

—¿Cómo? No podemos escapar.

—Lady Medusa, puede que la barrera impida que Inhumano alguno la cruce, es cierto. Más no estoy hablando de que crucen nada.

—Eso tiene mi completa atención —parpadeó Janet.

Los Atlanteanos tenían sus propios secretos. Era de sobra conocido que en Tierra de Arenas Infinitas los portales mágicos para atravesar grandes distancias no eran posibles. Mientras que las dunas eran un impedimento, no así el agua que fluía debajo. Ya Arthur había hablado con J'onn sobre el Desierto Marciano que un tiempo fue una cuenca antes de elevarse. Debajo de sus ardientes arenas, corrían cuevas que los monstruos creados por el Príncipe de la Eterna Sonrisa usaban para cazar a los incautos que pensaban en atravesar por ahí. Y esas cuevas bajaban hasta ríos subterráneos que conectaban con el mar, desconocidos por los mapas de los magos, no para el último Marciano capaz de abrir un portal en el agua sin que fuese detectado por los Meta Humanos como sucedía con los portales élficos.

—Así no habrá necesidad de romper la barrera, llamando su atención. Mientras la Cornucopia se lleva a cabo, podemos ir trasladando a todo este pueblo hacia el Desierto Marciano. Los Atlanteanos no fuimos invitados, estamos exentos del juramento —rio Arthur.

—¿Qué hay de los monstruos? —preguntó Medusa.

—Fueron enviados a Ciudad Oscura, que su creador se encargue de ellos. Naves de los Devastadores irán por ustedes cuando llegue el momento.

Jan miró al hechicero. —¿Strange?

—No los puedo dejar solos, quizá ya no soy más el guía del Cónclave, pero sigo siendo un guardián del tiempo y del mundo antiguo. Ustedes dos, sin embargo, tienen otra misión diferente o debería decir que eres tú, pequeña la que tiene la misión.

—Y yo la acompañaré —afirmó el elfo, sonriendo a Janet.

—Entonces está decidido, es lo que haremos —Black Bolt asintió a las palabras de su esposa quien se puso de pie— Los Niños del Cometa nos van a necesitar y los Inhumanos responderemos a su llamado. En nombre de la Luz, de lo que es justo y el futuro de este mundo, habremos de pelear al fin por la libertad que a todos les ha sido arrebatada.

Las preparaciones fueron veloces por el poco tiempo que tenían para moverse, la magna fiesta de Latveria no duraría tanto, debían aprovechar que habría poca vigilancia. Tanto Klin'on como Janet ayudaron a los Inhumanos con sus pertenencias, armas y otros objetos. La sílfide dejó unas flores en la tumba de Mar-Vell, prometiéndole que encontraría a su hija. El Hechicero Supremo preparó el agua de una de las fuentes de la fortaleza para servir de portal. Cuando llegó el día, la larga peregrinación de los Inhumanos comenzó, despidiéndose de su isla a la que volverían rompiendo su barrera desde afuera. Ni Jan ni Klin'on aceptaron marcharse sino hasta que el último de aquel pueblo cruzara el portal. Strange fue quien los despidió en la playa, con Arthur en su navío listo para llevarlos de vuelta a las costas de Wakanda.

—Que la Luz los proteja.

—Volveremos a vernos —prometió el arquero— Al menos una vez más.

El viaje tendría una parada en el Edén, porque Jan deseaba asistir a la fiesta con uno de sus mejores vestidos y no hubo ningún poder que le hiciera cambiar de opinión. A Arthur le divirtió la cara atónita del elfo por semejante petición que concedió, dejándoles en la isla como pidió ella. Fue una visita que los animó, pues vieron a todas las criaturas refugiadas que los magos de Charles Xavier habían salvado, no eran todos, varios habían caído en las garras de los Inquisidores. La sorpresa mayor fue para Klin'on, quien no esperó todos esos agradecimientos, pues su esfuerzo por mantener el pasaje Oeste libre de todo problema había sido esencial para el escape de todas esas criaturas que ahora lo bendecían. Janet sonrió muy orgullosa antes de escapar volando a su habitación que le sorprendió estuviera reacomodada, notando que alguien había destruido cosas. No necesitó muchas pistas sobre quién pudo hacerlo, buscando un hermoso vestido amarillo con bordados negros que tomó con unas joyas que su amigo le había obsequiado hace tiempo para cambiarse y salir a rescatar al confundido elfo.

—Podemos seguir.

—Jan... —el arquero se quedó sin palabras al verla así.

—¿Qué? ¿Me veo mal?

—No, es todo lo contrario. Eres como una visión... es decir, lo que trato de decir...

La sílfide rio. —Ven, también hay algo para ti. Latveria no nos verá como unos andrajosos.

Después de pelear para que Klin'on se pusiera un traje de gala, ambos dejaron la isla, no sin antes dar sus advertencias a los refugiados y siguieron con Arthur en dirección al Norte. Los dejó en las costas de la Ciénaga, desde donde tomarían una barca para llegar a Latveria ya en el horizonte. Era de noche cuando arribaron a la playa, protegidos por un escudo de invisibilidad del Atlanteano, usando una barrera de agua para ello. Arthur les abrazó antes de marcharse, diciendo algo en su lengua que a ambos les pareció era como una bendición que los protegiera. Janet tomó la mano del arquero, apretándola ligeramente.

—¿Qué se siente estar de vuelta en casa?

—Extraño. Y al mismo tiempo es un alivio.

—Debemos seguir. Hay que alcanzar a Charles.

Klin'on asintió, quedándose quieto un momento antes de tirar de ella. —¡Abajo!

—¡¿Qué?!

El elfo la llevó detrás de unas piedras, apenas si suficientemente altas para ocultarlos. No se veía nada en la playa, salvo el mar tocando la arena y esa neblina corriendo por entre los retorcidos árboles negros de la Ciénega.

—¿Qué sucede, Klin?

—Se mueven muy rápido, ¿cómo lo hacen?

—¿Quiénes?

Unas sombras aparecieron para darle respuesta a la pregunta de Jan, ella se aferró a un brazo del arquero mientras éste tomaba una daga de su cinturón. Eran figuras envueltas en trajes negros, con sus rostros cubiertos por unas máscaras extrañas que parecían búhos. Se quedaron quietos, esperando que esos sicarios no los hubieran visto, pero al verlos moverse hacia ellos, echaron a correr. La sílfide se encogió de tamaño, tirando de Klin'on quien lanzó la daga que se perdió en la oscuridad. Aquella docena de búhos pronto los alcanzaron, una garra rasgó una de las alas de Janet, derribándola a la arena. El elfo dio pelea, notando que las garras de esos búhos estaban envenenadas. Siseó por el ardor en su piel, pateando uno de los rostros, rompiendo la máscara.

—¿Qué...?

Eran simples humanos, no criaturas mágicas o magos, pero había algo en sus ojos que no era del todo normal. Una oscuridad que hizo estremecer a Klin'on, volviendo en sí al escuchar gritar a Janet.

—¡NO! ¡DÉJENLA EN PAZ! ¡MALDITOS COBARDES!

Las fuerzas del elfo se renovaron, llamando al mar para auxiliarle en contra de esos búhos que se lanzaron contra él, dejando solamente uno que tomó a la sílfide entre sus brazos para echar a correr en dirección Este, como si fuese hacia el Templo. Klin'on gritó, pues ya era el tiempo sagrado de la Cornucopia si había escuchado bien. Se suponía que estaban prohibidas las agresiones de cualquier tipo. Arrancó uno de esos guanteletes a uno de los búhos, usándolo para defenderse con toda la rabia que se había acumulado en su interior. No dejó a ninguno de pie, girándose hacia el sicario que se había llevado a Jan. No le cupo duda que los entrenaban en las maneras antiguas, o algo más estaba ayudándoles, pues le fue difícil darle alcance al búho cuando los elfos tenían una velocidad casi insuperable.

—¡ARGH!

Una mano apareció de la nada, golpeando su pecho. El arquero cayó pesadamente contra el fango, sintiendo que el aire le faltaba. Su vista se nubló, apenas siendo capaz de ver otra figura envuelta en manos amarillos y rojos con una risa macabra. Estando noqueado le fue difícil asegurar que el hombre que se inclinó sobre su rostro pertenecía a Tierra de Arenas Infinitas, pero el acento que tenía fue otra pista que le dio esa certeza.

—No, mi buen elfo. Hay cosas que deben ser y tú no las vas a cambiar.

Klin'on cayó en un agujero que fue cavado justo debajo de él, ningún Meta Humano poseía esa velocidad insana de movimiento, fue lo que pensó antes de caer. Quedó inconsciente, no supo por cuanto tiempo hasta que escuchó un sonido familiar, un chillido que le renovó las fuerzas para trepar y salir de aquel hoyo, silbando suavemente. El elfo casi lloró al ver un majestuoso halcón de alas rojas aparecer a un costado, posándose sobre un tronco tirado cerca de él, observándole.

—Redwing...

Su dueño no tardó en aparecer, Samuel corrió precavido y luego casi gritando al verle para abrazarle con júbilo. Los quejidos de dolor del arquero hicieron que lo soltara, notando esos horribles rasguños que el veneno hacía que ardieran como fuego vivo. El joven humano sacó del morral que cargaba una pequeña bota de piel cuyo líquido fue vertiendo en gotitas sobre las heridas de Klin'on, sanándolas al instante.

—Esto es medicina de las Dríadas.

—Sí, su reina me obsequió unas cuantas.

—¿Tú ya conoces a Lilandra? —jadeó el elfo, riendo un poco.

—Te extrañé. Pero dime, ¿qué es lo que ha sucedido?

—¡JAN! ¡SE LA LLEVÓ UN BÚHO!

—Espera, espera, aún no estás bien —Samuel le sujetó al verlo trastabillar— Dime qué necesitas.

—Ayuda, la mejor que puedas. Se han llevado a Janet, si no salimos tras el búho lo vamos a perder. Están moviéndose con el tiempo.

—Tus palabras no tienen mucho sentido, pero ya he visto cosas que no suelen pasar. Redwing, busca al búho.

Apenas si intercambiando palabras que los pusieran al corriente de lo sucedido, ambos salieron tras el sicario con el halcón buscando su rastro. Klin'on no había mentido al respecto, el búho se movía de una manera no natural, pero al fin lo ubicaron. Samuel tomó un atajo, dejando que el arquero siguiera detrás de aquel extraño humano. Grande fue la sorpresa de ambos al ver había llevado a Janet donde un grupo de Meta Humanos esperaba, en ropas del otro continente como el elfo había visto. La encerraron en una jaula con los símbolos del Templo que caballos tiraron. El búho desapareció sin decir palabra alguna, los magos se dispersaron también. Cuando el arquero trató de dar un paso hacia los caballos, se topó con un escudo que lo rechazó, tumbándolo de nuevo al suelo.

—Voy a empezar a odiar esto.

—¿Qué clase de magia es esta?

—No lo sé, Samuel, pero no me voy a quedar de brazos cruzados. Buscaré la forma de cruzar, ahora tienes que irte y avisar a todos los que puedas que Janet ha sido hecha prisionera del Templo con ayuda de los Injustos. Dilo así.

—¿Por qué la llevan al Templo?

—Es un misterio que no deseo resolver. Su vida corre grave peligro.

—Sí que son unos grandes mentirosos, mira que traicionar el Primus Mirum...

—Y no sé cómo lo están logrando —gruñó el arquero— Pero lo van a lamentar. Ahora, ve.

Samuel pareció indeciso, por lo que el elfo suavizó su mirada, sacudiéndole un poco.

—Ella salvó mi vida, se quedó conmigo hasta verme ponerme de pie y no solo eso, me dio su cariño. Si permito que le hagan daño, que todas las maldiciones en este mundo caigan sobre mí.

—Está bien —asintió Samuel— Pero entonces procura no morir o ella se enfadará.

—Corre, Samuel.

—Suerte, mi amigo.

Janet estaba inconsciente para el momento en que el búho se la llevó, gimiendo adolorida en sueños oscuros mientras era llevada en una jaula especial para su especie hacia el Templo. Cuando volvió en sí, ya estaban en el territorio del Templo, entrando por un pasadizo de piedra esculpida con cientos de símbolos mágicos. Fue un trayecto donde el único sonido fueron los trotes de los caballos a los que ningún jinete conducía, iban solos por el estrecho pasillo sin hacer algún descanso. La mano de la sílfide tocó uno de los barrotes, quitándolo enseguida al sentir un fuego quemarle. Ni encogiéndose iba a poder escapar, menos teniendo un ala herida que también ardía. Jan se hizo ovillo al llegar a una mazmorra en tinieblas, apenas unas cuantas antorchas iluminando. Tembló al escuchar una risa cada vez más cruel, delirante, que prometía dolor.

—Bienvenida al Templo, criatura —el Príncipe de la Eterna Sonrisa apareció por otro pasillo— Que lindo vestido, una lástima que debamos mancharlo.

Janet gritó.

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